LA
CLASIFICACIÓN DE LOS LIBROS BÍBLICOS. PROCESO DE FORMACIÓN Y DISPOSITIO DEL
CORPUS BÍBLICO
El Señor nuestro Dios tiene
secretos que nadie conoce.
No se nos pedirá cuenta de ellos.
Sin embargo, nosotros y nuestros hijos
somos responsables por siempre
de todo lo que se nos ha revelado.
Deut. 29:29[1]
De arriba a abajo, portada de
la Biblia de Ferrara (1553); portada de la “Biblia del oso”, Casiodoro de Reina
(1560); portada de la “Biblia del Cántaro”, de Cipriano de Valera (1062). La
primera tomada de, Huellas del cristianismo en el arte-la literatura (2012)
y, las otras dos, de la introducción a la edición conmemorativa del 500
aniversario de la Reforma (2016). Ver referencias completa en la bibliografía.
Introducción: El Corpus Bíblico
El Corpus Bíblico constituye, más allá de todo tipo de importantes
consecuencias de cualquier clase, ya bibliográficas, escriturarias, crítico
textuales, taxonómicas, históricas o religiosas, una entidad que fundamenta la
cultura occidental al tiempo que separa a esta de otras grandes culturas y a su
vez la objetiva documentalmente de forma milenaria como comparable a esas
otras. Se sigue de esta evidente razón la exigencia de interpretar las
posibilidades de su configuración como dispositio general o externa, pues esta repercutirá decisivamente en su mejor
acabada lectura e interpretación del conjunto y sus partes.
Es decir, si el Corpus Bíblico plantea un problema de clasificación (clasificación del
libro de libros) que atañe por antonomasia a nuestra cultura, es de recordar
que asimismo ha producido el paradigma más complejo y relevante de
significación interna a considerar, ello a partir de la más compleja genealogía
de manuscritos o stemma codicum crítico-textual que conocemos.
Como es sabido, la
envergadura e importancia del estudio bíblico define por sí una rama
disciplinar autónoma o semiautónoma que a veces incluso ha funcionado como
maestra de la rama general científica: Biblismo, Hermenéutica bíblica,
Bibliografía Bíblica…, o en fin Filología Bíblica Trilingüe, que dícese
disciplinarmente en español de la convergencia filológica greco-latina y
hebraico-aramea.
El presente estudio, fundamentado en necesarios principios
crítico-textuales y retóricos, comparatistas y hermenéuticos, se propone el
examen del proceso de formación del Corpus Bíblico a fin de proponer un orden
del mismo o dispositio de criterio cronológico, basado pues en la ordenación temporal
reconocible de la composición de los textos. Este criterio, que se diría, al
menos en cierto modo, el más natural, permitirá al lector, a nuestro juicio,
aproximarse al Texto Sagrado desde una perspectiva que favorece una comprensión
más profunda de su contenido, por cuanto integra el contexto histórico y
cultural en el que fueron producidos los distintos libros. Además, esta
propuesta contribuye por otra parte al diálogo entre razón y fe, fomentando su
desarrollo armónico y enriquecedor, al tiempo que proporciona una base sólida
para quienes abordan la Biblia con preguntas o inquietudes genuinas acerca de
su naturaleza y significado.
Dispositio del Corpus Bíblico
tradicional
El orden de los libros en la Biblia ha sido determinado por
tradiciones tanto religiosas como históricas y teológicas, y puede variar entre
diferentes versiones y denominaciones. A continuación se exponen los
principales criterios que han influido en ese orden[1].
1. Tradición Judía
(Tanaj). En el canon hebreo (Tanaj) los libros se organizan en tres grandes
secciones:
- Torá (Ley):
Los cinco libros atribuidos a Moisés (Génesis, Éxodo, Levítico, Números,
Deuteronomio).
- Nevi’im
(Profetas): Divididos en los Profetas Anteriores (como Josué, Jueces,
Samuel y Reyes) y los Profetas Posteriores (Isaías, Jeremías, Ezequiel y
los Doce Profetas Menores).
- Ketuvim
(Escritos): Incluye libros poéticos (Salmos, Proverbios, Job), cinco
rollos (Cantar de los Cantares, Rut, Lamentaciones, Eclesiastés, Ester) y
otros libros históricos o sapienciales como Daniel, Esdras-Nehemías y
Crónicas.
El criterio principal
para este orden es el género literario y el papel histórico o teológico de los
textos.
2. Tradición Cristiana.
La Biblia cristiana reordena los libros y añade el Nuevo Testamento. Hay dos
tradiciones principales:
A). Canon del Antiguo
Testamento. La Septuaginta (LXX): La traducción griega del texto hebreo influyó
en el orden de los libros en las Biblias cristianas. En esta versión, los
libros están ordenados por género temático:
- Históricos:
Génesis hasta Ester.
- Sapienciales
o Poéticos: Job, Salmos, Proverbios, Eclesiastés, Cantar de los Cantares.
- Proféticos:
Isaías hasta Malaquías.
Este orden refleja una
perspectiva más temática y pedagógica para lectores griegos y posteriormente
latinos. Las diferencias principales entre tradiciones cristianas son las
siguientes:
- La Religión
Católica sigue el canon de la Vulgata latina, que incluye los libros
deuterocanónicos (como Tobit, Judit, Sabiduría y Macabeos).
- Las
Comunidades de la Reforma y las protestantes suelen seguir el canon hebreo
para el Antiguo Testamento, omitiendo los deuterocanónicos.
B). Los libros del
Nuevo Testamento están organizados según criterios teológicos y litúrgicos:
- Mateo,
Marcos, Lucas, Juan (la vida de Jesús).
- Hechos de los
Apóstoles: Narrativa histórica del inicio de la Iglesia.
- Cartas de
Pablo: Ordenadas por tamaño (de Romanos a Filemón).
- Cartas
Generales: Escritas por otros apóstoles (Santiago, Pedro, Juan, Judas).
- Apocalipsis:
Como cierre profético de la Biblia.
Otros factores que han
influido en el orden actual del Corpus Bíblico han sido los históricos y los
editoriales. Por ejemplo: (a) el uso litúrgico: Muchas veces, los libros se
organizan según su uso en las ceremonias religiosas; (b) la influencia
teológica: Los padres de la Iglesia y los líderes religiosos definieron el
orden en función de lo que creían que debía destacarse (por ejemplo, la
conexión entre la Ley, los Profetas y la llegada de Jesús); y, (c) la
conveniencia pedagógica: El orden busca facilitar la lectura y comprensión,
comenzando con la creación y culminando con el juicio final.
También existen
variaciones entre las diferentes tradiciones. Por ejemplo: (a) los ortodoxos
orientales incluyen libros adicionales, como 3 y 4 Macabeos, y llevan un orden
diferente; (b) Etiopía: La Biblia etíope tiene un canon extenso con textos como
el Libro de Enoc; (c) los protestantes ordenan los libros de forma similar a
las Biblias católicas, pero omiten los libros deuterocanónicos.
A modo de resumen, es
de señalar que, hasta la fecha, el orden en el Corpus Bíblico responde a una
combinación de: (1) género literario, (2) criterios pedagógicos, y (3)
necesidades litúrgicas, con variaciones significativas entre judaísmo,
catolicismo, protestantismo y ortodoxia.
Una propuesta: dispositio del Corpus Bíblico conforme a la cronología en la que fueron
escritos los libros que lo componen:
La Biblia es una compilación de libros redactados a lo largo de
aproximadamente 1,500 años por diversos autores, en contextos históricos y
culturales variados. Se propone reorganizar el Corpus Bíblico siguiendo un
orden cronológico aproximado de su composición.[2] Antes de configurar
el orden que se propone, es fundamental considerar los siguientes aspectos:
(a) la cronología es variable. La datación de algunos libros,
especialmente en el Antiguo Testamento, puede variar según diferentes
tradiciones religiosas y estudios académicos; y, (b) Compilación y Canonización. Muchos libros de la
Biblia fueron compilados y canonizados en periodos posteriores a su escritura
original, lo que afecta su orden cronológico real. La siguiente cronología
ofrece una visión general de cómo se fueron produciendo los libros de la Biblia
a lo largo del tiempo, reflejando la rica y diversa historia de su composición.[3]
.
ANTIGUO
TESTAMENTO
1500 a. C.
Job. Autor anónimo y fecha indeterminada, pero, para la mayoría de los
eruditos bíblicos, fue el primer libro que se escribió debido a los sucesos que
describe y el vocabulario que se usa. Presenta una reflexión sobre el
sufrimiento y la justicia divina.
Pentateuco (Torá o Ley). (1445 – 1405 a. C.).
Estos cinco primeros libros son atribuidos tradicionalmente a Moisés y
establecen las bases de la fe y la ley judía. Génesis: Relata la creación
del mundo, los patriarcas y el establecimiento de las tribus de Israel.
Tradicionalmente atribuido a Moisés; Éxodo: Narra la liberación de los israelitas de Egipto, el éxodo y la
entrega de la Ley en el Monte Sinaí. Similar a Génesis, con compilaciones
finales entre el siglo VIII y V a.C.; Levítico: Contiene leyes sacerdotales y rituales; Números: describe el
peregrinaje de los israelitas en el desierto; Deuteronomio: Reitera y expande las
leyes dadas anteriormente, con énfasis en la fidelidad a Dios.
Salmos. (1410 – 450 a. C.).Varios autores. Colección de cantos y
oraciones.
Josué. (1405 – 1385 a. C.). Joshua. Trata temas como la obediencia, la
fe, guía divina, liderazgo piadoso, conquista y distribución de la tierra
prometida.
Jueces. (1043 a. C.). Samuel. Período de liderazgo tribal antes de la
monarquía.
Rut: (1030 – 1010 a. C.). Samuel (¿?). Historia de lealtad y linaje
durante los jueces.
1000 a. C.
Cantar de los Cantares. (971 – 965 a. C.).Salomón. Poema de
amor.
Proverbios: (971 – 686 a. C.), con adiciones posteriores. Sabiduría práctica
y moral. Principalmente atribuido a Salomón.
Eclesiastés: (940 – 931 a.C.). Salomón. Reflexiones sobre el sentido de la
vida.
1 y 2 Samuel: (931- 722 a. C.). Anónimos, principalmente se atribuyen al juez
y profeta que lleva ese nombre. Narra la transición de la teocracia a la
monarquía bajo Saúl y David.
Abdías. (850-840 a. C.).Escrito por el profeta menor que lleva ese
nombre, escribe sobre la traición, la justicia y la arrogancia. Condena a Edom
por su cruel traición.
Joel. (835 – 796 a. C.). Advierte al pueblo del inminente juicio
de Dios, a menos que arrepientan de sus pecados. Escrito por el profeta menor
que lleva ese nombre.
Jonás. (785-760). Escrito por el profeta menor que lleva ese
nombre, trata sobre la soberanía y la compasión universal de Dios como también
del arrepentimiento por parte del hombre.
Amós. (760 – 750 a. C.). Proclama la justicia de Dios sobre Israel por
causa de su complacencia, idolatría y opresión de los pobres.
Oseas. (750-710 a. C.). La infidelidad del pueblo y el amor incondicional
de Dios.
Miqueas. (735-710 a. C). Trata sobre el liderazgo malvado, la
injusticia, el futuro Mesías, la restauración.
Isaías. (700-681 a.C.). Profecías sobre el juicio y la redención.
Nahúm. (650 a. C.). Proclama el juicio de Dios sobre Asiria.
Sofonías. (635 – 625 a. C). Intenta despertar al pueblo de Juda de su
complacencia y amonestarlo a que vuelva su corazón al Señor.
Habacuc. (615-605 a. C.). Trata de interrogantes y dudas ante Dios; Su
soberanía y la esperanza de que Él reina aun cuando el mal aparenta estar
triunfando.
Ezequiel. (590-570 a. C.). Visiones y profecías durante el exilio
babilónico.
Lamentaciones. (586 a.C.). Poemas lamentando la destrucción de Jerusalén;
tradicionalmente atribuido a Jeremías.
Jeremías. (586-570 a.C.). Profecías durante el declive de Judá y el exilio.
1 y 2 Reyes. (561-538 a.C.). Historia de los reyes de Israel y Judá
hasta el exilio.
Daniel. (536-530 a.C.). Historias y visiones apocalípticas.
Hageo. (520 a. C.). Exhorta al pueblo de Judá a que termine de
reconstruir el templo viviendo según las prioridades correctas.
500 a. C.
Zacarias (480-470 a. C.). La reconstrucción del templo, la
restauración del pueblo y la venida del Mesías.
Esdras. (457-444). La fidelidad de Dios al restaurar al pueblo
después de los 70 años de cautividad.
1 y 2 Crónicas: (450-430 a. C). Revisión de la historia con énfasis en Judá y el
templo.
Ester: (450-331 a. C.). Historia de la reina Ester durante el dominio
persa.
Malaquías: (433-424 a.C.). Confrontar al pueblo y a los sacerdotes con sus
pecados (adoración falsa y corrupción). El día del Señor.
Nehemías: (424 – 400 a. C.). Retorno del exilio y reconstrucción de
Jerusalén.
.
NUEVO
TESTAMENTO
Santiago. (44-49 d. C.). Corregir el error, muy común, de pensar que una
persona puede tener fe sin demostrarlo con sus acciones.
Gálatas. (49-50 d. C.). Corregir a quienes quería volver a guardar la Ley
como parte de su salvación; explicación de la libertad que se tiene en Cristo.
Marcos. (50-60 d.C.). Considerado el más antiguo de los evangelios.
Mateo. (50-60 d.C.). Evangelio enfocado en demostrar que Jesús es
el Mesías prometido.
1 y 2 Tesalonicenses. (51-52 d. C.). Animar a los creyentes y
asegurarles la segunda venida de Cristo. En su segunda carta aclara algunos
malos entendidos acerca de la Parusía.
1 y 2 Corintios. (55-56 d. C.). Escrita para corregir los
problemas que estaban enfrentando como iglesia. En la segunda carta Pablo
defiende su ministerio y refuta a los falsos maestros.
Romanos. (56 d. C.). Presentación sistemática del evangelio a los creyentes
en Roma.
Lucas: (60-61 d.C.).Evangelio detallado y orientado a una audiencia
gentil.
Efesios. (60-62 d. C.). Explicar la naturaleza y el propósito de la
Iglesia.
Filipenses. (60-62 d. C.). Agradecer a esa iglesia por el cuidado que habían
tenido con Pablo estando en la cárcel y enseñarles acerca del contentamiento,
la humildad y otras virtudes.
Colosenses. (60-62 d.C.). Combatir falsas doctrinas acerca de Cristo y
demostrar su suficiencia.
Filemón. 60-62 d. C.). Convencer al anciano que lleva ese nombre y era
anciano de una comunidad local para que perdone a su esclavo fugitivo y lo
acepte como un hermano en Cristo.
Hechos. (62 d. C.). Escrito por Lucas, el mismo autor del evangelio que
lleva su nombre, narra la historia de la Iglesia primitiva y las misiones de
los apóstoles, especialmente Pablo.
1 Timoteo. (62-64 d. C.). Animar e instruir al joven Timoteo quien comenzaba
su ministerio.
Tito. (62-64 d. C.). Instruir al joven obrero plantador de
iglesias en su labor.
1 Pedro. (64-65 d. C.). Animar a los creyentes que estaban en la dispersión
experimentando sufrimiento.
2 Timoteo. (66-67 d. C.). Última carta de Pablo con instrucciones para
continuar con la obra.
2 Pedro. (67-68 d. C.). Prevenir a los creyentes acerca de falsos maestros
y animarlos a crecer en Cristo.
Hebreos. (67-69 d. C.). Autor por determinar. Demuestra tanto que la fe en
Cristo es superior al antiguo sistema de leyes porque es su cumplimiento como
que su obra es suficiente.
Judas. (68-70 d. C.). Advertir a los creyentes acerca de los falsos
maestros y animarlos a permanecer fieles.
Juan. (80-90 d.C.). Es el Evangelio más teológico, con un fuerte enfoque
en la divinidad de Jesús.
1 Juan. (90-95 d. C.). Reafirmar la humanidad y la divinidad de Cristo.
2 Juan. (90-95 d. C.). Animarlos a vivir en amor y en la verdad.
Advertencias acerca de falsos maestros.
3 Juan. (90-95 d. C.). Elogiar la hospitalidad de un anciano (líder) y
condenar las acciones de otro anciano.
Apocalipsis. (94-96 d. C.). Visión profética del fin de los tiempos y la
victoria final de Dios. Escrito por Juan el Apóstol.
.
Conclusión y Relevancia de la propuesta
Conocer la cronología
de la Biblia y, conforme a ella desarrollar un Corpus Bíblico que siga ese
orden es importante por varias razones, entre otras:
(4.1.) Permite comprender mejor el contexto histórico. La Biblia fue escrita
a lo largo de varios siglos en diferentes períodos históricos. Conocer la
cronología ayuda a situar los eventos, personajes y mensajes en su contexto
histórico, cultural y político, lo cual enriquece su interpretación;
(4.2.) Ayuda a identificar la evolución del pensamiento religioso. Los libros de la
Biblia reflejan una evolución en la forma en que los pueblos bíblicos entendían
a Dios, la moral, las relaciones humanas. La cronología permite observar cómo
ciertas ideas y prácticas fueron desarrollándose con el tiempo;
(4.3.) Distingue los géneros y propósitos de los textos. La cronología ayuda a
diferenciar los géneros literarios de la Biblia (narrativo, poético, profético,
epistolar) y los propósitos de cada texto. Por ejemplo, entender que los libros
proféticos fueron escritos en contextos de crisis ayuda a comprender mejor su
mensaje;
(4.4.) Permite al lector relacionar de manera más fácil las Escrituras
con la historia universal. La cronología bíblica permite conectar los eventos narrados con
acontecimientos históricos fuera de la Biblia, como los imperios de Egipto,
Asiria, Babilonia, Persia, Grecia y Roma. Esto facilita una visión más completa
de su influjo en el mundo antiguo y puede ayudar a responder preguntas sobre la
coherencia y relevancia de sus enseñanzas;
(4.5.) Clarifica el orden de los libros y sus temas según se dieron en el
curso de la línea del tiempo. El no estar las Escrituras organizadas de forma cronológica,
puede generar confusión; por el contrario, conocer el orden en que se
escribieron los libros puede ayudar a comprender mejor la construcción y la
narrativa general, a tratar los temas principales de cada libro en su contexto
histórico, tal como hicieron sus escritores y, también, a observar las
conexiones entre ellos;
(4.6.) Fortalece la fe y/o la reflexión personal del lector. Para quienes se
acercan al Corpus bíblico desde la fe, entender la cronología puede fortalecer
su comprensión de cómo Dios se reveló progresivamente a lo largo de la
historia. Asimismo puede ayudar a responder preguntas sobre la coherencia y
relevancia de sus enseñanzas.
.
Ciencia y fe en armonía
Epistemológicamente
hablando, los seres humanos no somos capaces de probar nada en sentido
absoluto. Puede que una persona llegue a la seguridad de que una idea es
verídica, pero no tendrá pruebas absolutas y toda su seguridad descansará en
último término en la ley de la probabilidad. La certidumbre absoluta solamente
es posible en lógica formal y matemáticas. Las evidencias históricas del
cristianismo permiten acceder a un grado de seguridad que no va más allá de la
probabilidad, pero eso no quiere decir que carezcan de valor y utilidad (es
más, de hecho la mayoría de decisiones que tomamos descansan sobre esta ley).
Aunque no es posible estar al ciento por ciento seguro de que un evento
histórico ocurrió, resulta sin embargo fácil de probar puesto que se trata de
datos objetivos usualmente comprobables.
Si bien no cabe probar que la Biblia sea de origen divino por
evidencia objetiva, como sí en el caso de un evento histórico, no obstante cabe
argüir evidencias indirectas de que sí lo es. Jaime Fasold ha delimitado
algunas de ellas a tener en cuenta: (1) Los autores bíblicos declararon que sus
palabras eran las palabras de Dios […]; (2) El gran número de profecías que se
cumplieron en tiempos bíblicos, siendo la más importante el nacimiento de
Cristo, el Mesías; (3) La unidad y coherencia del mensaje de la Biblia, que
cuenta con 66 libros escritos por más de 30 autores a lo largo de unos 1.500
años; (4) El cambio tan positivo que la Biblia ha producido en la vida de
tantas personas a lo largo de los siglos; (5) la superioridad de la Biblia
sobre otros libros religiosos; (6) el hecho de que las palas de miles de arqueólogos
a lo largo de los siglos no han desacreditado la verdad de las Escrituras, […].
Hay muchos descubrimientos arqueológicos que apoyan las afirmaciones bíblicas
en cuanto a eventos y personajes históricos, cultura, etc.; y, (7) […] Jesús,
quien declaro ser Dios y resucitó de la muerte para probarlo (Ro. 1:4), afirmó
que las Escrituras son de origen divino[4].
Dicho lo anterior, una persona que cree, o no cree, en Dios, puede
dudar de que las Escrituras sean de origen divino y de la veracidad de su
contenido. De ahí la conveniencia o no de relacionar fe e intelecto como
posibilidad de obtener alguna clarificación. Ese ha sido el camino escogido,
por ejemplo, por el genetista Francis S. Collins, líder del Proyecto Genoma
Humano,[5] quien está
convencido de que es posible hacer el tránsito del ateísmo a la fe, guiados de
la razón y el progreso científico. El tema no es nuevo, pues como es bien
sabido grandes teólogos del pasado combinaron fe e intelecto y sus respuestas
se pueden resumir en cuatro propuestas[6] de las cuales,
seguiremos la de Agustín de Hipona: entender para creer y creer para entender,
subordinando siempre por su parte la razón a la revelación divina[7].
De manera que, por ejemplo, dudar del Corpus Bíblico es algo
normal y, si quien alberga duda, lo hace de manera honesta, será un buen camino
para llegar al conocimiento de lo revelado por Dios en las Escrituras. Preguntas
tales como: ¿de dónde vino la Biblia?; ¿de quién es el pensamiento que
refleja?; ¿quién la escribió: Dios o el hombre?; ¿qué tan cerca de los
manuscritos originales están las traducciones de hoy día?; ¿cómo se debe
interpretar?; ¿cómo leerla?;[8] ¿cómo llegó a
nuestro tiempo y a nuestro idioma?;[9] ¿quién determino y
sobre qué base que la Biblia estaría compuesta por la ya tradicional lista de
66 libros?; ¿qué previno que el Texto Sagrado fuera cambiado debido al probable
descuido o motivos mal intencionados de parte de algunos hombres? Estas y,
seguramente, otras preguntas asaltan la mente de quien desea acercarse a las
Escrituras. Únicamente el estudio serio de todo el Corpus Bíblico podrá
responder a todas las preguntas que le sean formuladas.
Referencias Bibliográficas
- Biblia de la Reforma (2016). Edición conmemorativa-500 aniversario.
Madrid: Sociedad Bíblica de España.
- Biblia de estudio MacArthur NBLA (2021). Nashville, Editorial
Vida.
- Bruce,
F. F. (2003). Pablo. Apóstol del corazón liberado. Las Palmas
de Gran Canaria: Editorial Mundo Hispano.
- Bruce,
F. F., J. H. Marshall, A. R. Millard, J. I. Packer y D. J. Wiseman. (2003). Nuevo Diccionario Bíblico Certeza.
Barcelona: Ediciones Certeza Unida.
- Collins,
Francis, S. (2017). ¿Cómo habla Dios? Barcelona: Editorial
Planeta.
- Fasold,
Jaime (2016). Con precisión. El listón de la Hermenéutica bíblica. Podiprint.
- García
U. Lourdes. (2013). El Apocalipsis. Pautas literarias de lectura. Madrid:
CSIC.
- Giménez,
González Agustín (2010). Canon, Biblia, Iglesia. Madrid: Publicaciones San
Dámaso.
- Le
More, Pablo E. (s.f.). Nuestra Biblia española. Madrid: Sociedad
Bíblica.
- Lucado,
Max y Randy Frazee (2011). La Historia. La Biblia en un relato ininterrumpido acerca de
Dios y su pueblo. Miami: Editorial Vida.
- McDowell,
Josh (1986). Evidencia que exige un veredicto. Miami:
Editorial Vida.
- Moraleja,
O. Ricardo, David E. Herrero, Gabino F. Campos y Patrocinio R. Sánchez
(2012). Huellas del Cristianismo en el arte-La literatura.
Madrid: INO Reproducciones. Página 169.
- OpenAI
(2024). ChatGPT [modelo de lenguaje a gran escala].
OpenAI.
- Robertson,
A. T. (1986). Una armonía de los cuatro evangelios. El Paso
(Tx): Casa Bautista de Publicaciones.
- Santa Biblia, Nueva Traducción Viviente (2010). Fundación casa
Tyndale.
- Steffen,
Daniel S. (2024). “La confiabilidad de los manuscritos griegos del Nuevo
Testamento”, en, Enseñando la verdad. Amando la verdad. Cien años al servicio
del Señor (2024).
- Tyndale
(2007). Word. Illinois: Tyndale.
- Vidal,
César (2005). El documento Q. Barcelona: Planeta.
- Yancey,
Phillip (2003). La Biblia que leyó Jesús. Miami: Editorial Vida.
NOTAS:
[1] OpenAI, 2024. En
respuesta al prompt: “Cuales han sido los criterios que se han seguido para el
orden actual de los libros de la Biblia?” (16/12/24).
[2] Algunas editoriales
han comenzado a realizar ediciones parciales en esta dirección, como por
ejemplo La Historia-La biblia en un relato ininterrumpido acerca de Dios y su
pueblo (2011); Word (2007),
solo el Nuevo Testamento y en inglés.
[3] Se siguen, como
fuentes principales pero no únicas, Biblia de estudio MacArthur en
el edición que sigue la Nueva Biblia de las Américas, (2021: 20-21); Bruce,
F.F. Pablo. Apóstol del corazón liberado (2003);
Santa Biblia (NTV) (2010); César
Vidal. El documento Q (2005); A.T.
Robertson, Una armonía de los cuatro evangelios (1986);
Phillip Yancey, La Biblia que leyó Jesús (2003); F. F. Bruce, J.
H. Marshall, A. R. Millard, J. I. Packer y D. J. Wiseman. Nuevo Diccionario Bíblico
Certeza (2003) pp. 305-321; para la propuesta de la Religión
Católica, el libro de Agustín Giménez González y Luis Sánchez Navarro, Canon, Biblia, Iglesia (2010);
y el artículo de Daniel S. Steffen, “La confiabilidad de los manuscritos
griegos del Nuevo Testamento”, en, Enseñando la verdad, amando de
verdad. Cien años del Señor (2024).
[4] Jaime Fasold.
(2016). Con precisión. El listón de la hermenéutica
bíblica. Podiprint, pp. 363-364.
[5] Franscis S. Collins
(2017). ¿Cómo habla Dios? Barcelona: Editorial
Planeta. Otros hombres y mujeres que buscaron una base solidad para su fe son,
entre otros, Josh McDowell, quien invirtió más de 5.000 hombres-hora en la
consecución de las fuentes primarias de documentación utilizadas en la
elaboración de su libro, Evidencia que exige un
veredicto (1986); añadir otros ejemplos.
[6] Una de ellas, la de
Tertuliano (160- 220 d. C.), consideraba imposible que una mente finita pudiera
abarcar los pensamientos de un Dios infinito; otro, Orígenes (185-254 d. C.),
conocido por su aportación de la interpretación alegórica de las Escrituras en
lugar de una interpretación literal -la cual es ampliamente rechazada en la
actualidad-, creía que el hombre solo debe creer lo que puede probar, haciendo
del intelecto el juez y eliminando la necesidad de la fe, lo cual puede llegar
a producir orgullo intelectual; La segunda respuesta, se puede apreciar en la
propuesta de Tomás de Aquino (1225-1274), quien consideraba que lo importante
era entender para creer; y, la cuarta respuesta, la de Agustín de Hipona (354-430),
quien creía que tanto la fe como el intelecto podías relacionarse de forma
correcta, proponía intentar entender para creer y creer para entender
(como las dos caras de una misma moneda), siempre subordinando la razón a la
revelación divina.
[7] Si el texto es, como
se cree, de procedencia divina, los asuntos que contiene exceden “los límites de
su habitación” (Hechos 17:26), por lo que ante tan formidable tarea, se ha de
admitir de antemano las limitaciones y la futilidad de depender tan sólo de
humanas disciplinas y acercarse con un espíritu contrito, un corazón
quebrantado y una actitud de dependencia (fe sencilla y mente abierta).
[8] Un buen libro sobre
este tema, aunque solo se ocupa del Apocalipsis, es el de Lourdes García Ureña,
(2013), El Apocalipsis. Pautas literarias de lectura, el
cual forma parte de la colección, Textos y estudios «Cardenal Cisneros» de la
Biblia Políglota Matritense, publicada por el CSIC.
[9] Para los interesados
en esta inquietud, es recomendable el pequeño libro de Pablo Enrique Le More,
(s.f.), Nuestra Biblia española.
[1] A menos que se
indique lo contrario, las citas bíblicas son de la Santa Biblia, Nueva
Traducción Viviente (NTV) (2010).
CITA BIBLIOGRÁFICA: J. Gallor, «La clasificación de los libros
bíblicos», Recensión, vol. 13 (enero-junio 2025)
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