martes, 5 de diciembre de 2017

SOCIEDADES SECRETAS Y SECTAS

La Camándula, La Tunia y La Germanía

     Las sociedades secretas que ya tenían fama en los primeros años del siglo XVI, contando cada una de ellas con miles de afilados, tanto masculinos como femeninos, fueron tres: La Camándula, La Tunia y La Germanía.

     La Camándula. Fue una sociedad secreta dedicada a explotar el sentimiento religioso de la época. Los camanduleros vestían de negro y a lo eclesiástico, y como consumados actores fingían recato en el mirar, piedad en el hablar y gestos y ademanes de gran beatería. Les venía el nombre de la camándula, o sea un rosario burdo de quince dieces que, con hipocresía pudorosa, hacían como que querían ocultar, si bien no perdonaban medio alguno para que todos reparasen en aquel objeto devoto.

     Las camanduleras también vestían como si llevasen hábito, y aún cuando fuesen jóvenes y guapas simulaban a la perfección honestidad y deseos de comunicar su mucha virtud a los prójimos.

     Los camanduleros tenían como misión diaria ir de casa en casa, de posada en posada, de venta en venta, en busca de almas perdidas que quisiesen volver al reino de Dios. Ellos se comprometían a enseñarles gratuitamente la doctrina cristiana, a resolver sus dudas, a sostenerles en sus desfallecimientos pecaminosos. Y cuando habían terminado la conversión, suplicaban algunas limosnas para construir ermitas y santuarios para fundar y sostener hospitales, para abrir escuelas "en que los niños moros y judíos aprendiesen las verdades de nuestra sacrosanta religión". Como es lógico suponer, mientras duraba la catequesis robaban cuantos objetos podían, sacándolos de las casas bien ocultos bajo los hábitos.

     Las camanduleras tenían diferentes misiones:
  • Vender pomadas maravillosas para la curación de las enfermedades vergonzosas y filtros infalibles para evitar los embarazos fraudulentos, y amuletos decisivos para alcanzar la fortuna.
  • Las camanduleras jóvenes y guapas servían "a domicilio" el sexto pecado capital, pues o se entregaban ellas con muchos "dengues virginales" o entregaban a las novicias de las que solían acompañarse.
     En suma, la Hermandad de La Camándula, con sus máscaras de religión y de piedad, encubría un verdadero bandidaje. Muchos de sus miembros pertenecían a clases nobles; y todos procuraban introducirse en las más acreditadas Hermandades y Cofradías, cuyas festividades y procesiones eran para ellos filones inagotables, ya que además de los donativos en numerario recibían muchos regalos, y aun se apropiaban de objetos de gran valor.


     En 1550 se tenían registrados en los archivos del Santo Oficio los nombres y lugares de acción de más de diez mil camanduleros; lugares muy alejados entre sí: Madrid, Toledo, Segovia, Córdoba, Sevilla.... Pero existieron otros camanduleros que eran simples salteadores de caminos, aun cuando vistieran traje clerical y afectasen porte y lenguaje devotos. Sino que bajo los hábitos, en vez de la "camándula", llevaban puñales y pistolones. Entre estos camanduleros rurales se hicieron famosos los Beatos de Cabrilla, quienes obedecían ciegamente a un jefe llamado prior. Solían vivir  en cuevas y edificios campestres semiderruidos, y guardaban, para atraerse la confianza de los campesinos, ciertas costumbres y ceremonias de los frailes en comunidad.

     Todavía en el primer tercio del siglo XIX existían agrupaciones de La Camándula en distintas provincias andaluzas y manchegas.
     Los camanduleros tenían una conraseña para conocerse: levantarse tres veces el hábito, con la mano izquierda, hasta la altura de la rodilla, como si se rascasen ésta.

     El Reino de Tunia. Lo formaban los tunos -estudiantes de la tuna- corrompidos, frailes huidos delos conventos, militares desertores o licenciados "sin blanca", jugadores de ventaja, guapos de mancebía, alguaciles... Todos ellos, cuando deseaban entrar en la Hermandad, habían de jurar ante un Santo Cristo , y en presencia del Hermano Mayor, que guardarían fidelidad a aquella, a cuya hacienda habían de entregar un tercio de todas sus ganancias. Este tercio, que administraban los Hermanos Mayores, estaba destinado a sobornar a jueces, alcaides y carceleros.

     En relaidad la acción única de los tunos se ejercía en las casas de juego, a las que daban el nombre, según la importancia del local y las cantidades en envite, de tablajes, leoneras, mandrachos y encierros. Los jugadores tunos se dividían en dos grupos, los sencillos y los sagaces. Y estos últimos se subdividían, en menor a mayor importancia, en fulleros, sages y sages dobles.

     Más tarde se dividieron en: 
  • Diputados, que regulaban el barato, la cantidad por el uso de naipes y dados "contraseñados" secretamente;
  • Apuntadores, que, de acuerdo con otro fullero, se colocaba al lado del contrario, cuyo juego avisaba por medio de gestos, ademanes o palabras convenidas;
  • Muñidores, encargados de llevar al garito a jugadores ingenuos;
  • Encerradores, quienes, por medio de bromas o amenazas, retenían en el garito a tales ingenuos jugadores, y 
  • Perros ventores, que levantaban "la caza", esto es, que armaban bronca cuando había llegado el momento oportuno para que el juego terminase.
  A menudo se asociaban con los tunos los denominados trapaceros de la Farándula, pícaros que iban de feria en feria con un retablo de marionetas, o con peros, monos y osos amaestrados. Esribió Julián de Zugasti:

Zugasti Saénz, Julián de, 1839-1913, El Bandolerismo:  Estudio social y memorias históricas, Madrid, Fondo Antiguo de la Universidad de Sevilla, 1876-1879.
     "Todas estas diversas castas de pícaros lo primero que hacían al llegar a las grandes poblaciones era presentarse a los mayorales o monipodios de la Picaresca, a fin de dar el oportuno aviso y recibir la patente o licencia para ejercitar su industria en los sitios que se les designaba, previo el pago de los derechos o aranceles establecidos en las ordenanzas del reino de Tunia, pues toda esta hampa estaba bajo la obediencia de estos mayorales en las respectivas provincias, y todos bajo la del rey, que residía de ordinario en Madrid o en Sevilla, aunque más a menudo en la Corte para obtener indultos y disminuir las penas impuestas a sus vasallos".

     Y añade Valentí Camp:
Valentí Camp, Santiago, Las Sectas antisociales: del Bandolerismo a la Mafia, Madrid, Alcántara, Editorial del Valle de México, S.A. de C.V., 2004, tomo II.
     "Por cuenta de los mayores corría también distribuir diariamente los puestos, maniobras y quehaceres en cada uno de los distritos de la ciudad, y confiar comisiones especiales y servicios extraordinarios que, con gran sigilo y liberalidad, pagaban los interesados, los cuales solían ser caballeros principales y damas ricas y hermosas que deseaban castigar agravios o satisfacer venganzas. De dichos servicios llevábase un registro, haciendo constar la cantidad que por ellos se pagaban y el "nombre de guerra" del que había de cumplirlos. Había tarifas para cada uno: las cuchilladas en el el rostro se pagaban por puntos de sutura, y en las demás partes del cuerpo, a razón de su anchura, longitud y profundidad; y los mayorales tenían gran tino para escoger el personal, según los servicios exigidos , como por ejemplo, cuchilladas de marca fija en sitio determinado, palos de mayor o menor cuantía..."

     La Germanía. Así como el reino de Tunia tenía como principal quehacer los trucos en el juego, la Germanía lo tuvo en la prostitución. Y como las prostitutas profesionales tuvieron continuas relaciones con los tahúres y los guapos, de aquí que el de la Germanía fuera un mundo limítrofe con los de la Tunia y La Garduña. Ahora bien, aún cuando la prostitución era el principal quehacer de los germanos, éstos se relacionaban muy directamente con el robo, el secuestro, la venganza contratada, etc.

     La Germanía estaba formada por varios y curiosos tipos:
  • Avispones, viejos de buena estampa, fingidamente honestos y piadosos, que procuraban ganarse la confianza de la buena sociedad para acudir a sus palacios y casonas y preparar los asaltos levantando planos de aquéllos;
  • Patanquines, que se fingían ricos hacendados para asociarse con personas ricas,  a las que despojaban habilidosamente como si también ellos hubiesen quedado arruinados;
  • Guazpatareros, ejecutores de los saltos;
  • Caletas, , que distraían a los dueños y criados de las casas mientras obraban los anteriores;
  • Comendadores de bola, que operaban en los mercados y ferias;
  • Azoreros o aliviadores, que ocultaban y vendían los objetos robados;
  • Pilotos, que dirigían los asaltos;
  • Almiforeros, ladrones de mulos, asnos y caballos;
  • Gruñidores,  ladrones de cerdos;
  • Lobatones, ladrones de ovejas y cabras;
  • Cachucheros, ladrones de alhajas;
  • Lechuzas, ladrones nocturnos;
  • Golleros, ladrones que se aprovechaban de las apreturas del gentío en tumultos y fiestas;
  • Altaneros, que entraban a robar por ventanas, balcones y tejados;
  • Filateros o cortabolas;
  • Rederos, ladrones de capas;
  • Sanos de Castilla, ladrones disimulados;
  • Golondreros, que sentaban plaza para encubrirse con el honroso uniforme militar;
  • Cofrades de la pala, que se ponían delante de la persona que iba a ser robada, para que ésta no viese al ladrón...
     La Germanía contaba con una organización de jerarquía completa: desde el ladronzuelo de gallinas hasta el ladrón de joyas o el asesino a sueldo.
  • Gallo o Rey, era el jefe supremo y era obedecido ciegamente por sus súbditos, y solía tener relaciones en la Corte.
  • Mayorales o jefes provinciales;
  • Jayanes, que eran quienes se relacionaban directamente con los afiliados para darles órdenes y comprobar si habían llevado a cabo "con limpieza y eficacia" la empresa.
     La Germanía tuvo a su servicio, durante varios siglos, a cientos de miles de personas. Y tan enormes fueron sus fuerzas y expansión, que llegó a tener lenguaje propio, cuyo conocimiento era obligado para todos los germanos.

     A estos acudían según cuenta Zugasti, "...herederos impacientes de celebrar solemnes exequias por sus opulentos deudos; damas jóvenes ansiosas de quedarse viudas de sus viejos y ricos maridos; celosos que anhelaban castigar a sus rivales... por mano ajena; poderosas y nobles doncellas agraviadas y deshechas en llanto que trataban de vengarse de sus burladores; cortesanos envidiosos que deseaban la desaparición de sus aborrecidos émulos; altos personajes, civiles, militares y eclesiásticos que, por diversos motivos, causas y móviles necesitaban utilizar las artes, los manejos, los informes, noticias y concurso de la jacarandina; todos recurrían a los caporales germanescos, que eran mercaderes de espantos, robadores de mujeres, negociantes de cuchilladas, médicos de ultrajes, boticarios de venganza, vendedores de injurias, merceros de agravios, tratantes de vidas y tenderos de muerte".

Morberger-Thom, G.K., Enigmas de las Sociedades Secretas, traducción y adaptación de Ernesto Mascaró y José J. Llopis, Madrid-Barcelona, Ediciones Daimon, Manuel Tamayo, 1963.
Fin capítulo segundo... continuará.

 

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