(1) CHINA:
CONFUCIO
1ª parte
Humanismo
ético
A partir del siglo VI
a. C., todavía en aquellos tiempos revueltos del período de “las primaveras y
los otoños”, hacen su aparición los maestros de la sabiduría, que inician un
primer importante cambio de paradigma en la cultura y la religión chinas. Casi
al mismo tiempo que los presocráticos griegos, se opera en China un cambio
radical con el paso de la mitología a la filosofía, a una nueva autoconciencia
del individuo.
Comienza la era del humanismo chino, el periodo de
madurez de la civilización antigua china. En este periodo se produce una
transición de la religiosidad mágica a la racionalidad, se concede al hombre y
a razón humana prioridad frente a los espíritus y a los dioses y, finalmente,
surge el tinetrés por la historia, el arte y la literatura.
Los eruditos, los
literatos, los intelectuales shi son
ahora numerosos y forman la capa superior de la sociedad. La capa siguiente
está constituida por los campesinos, la tercera por los artesanos y la cuarta
por los comerciantes. La cultura y el saber aportan más prestigio que la
riqueza. Hace su entrada en la sociedad china el gusto por aprender. La época
de los conflictos políticos es también la época de las innovaciones
espirituales.
Confucio:
un sabio entre muchos
Entre las “cien
escuelas de pensadores” de la nueva clase culta de aquella época, el de más
éxito fue un hombre que sólo posteriormente se convirtió en el sabio chino por
excelencia y que está enterrado en Qufu, en el apacible cementerio de la
familia, situado en un bosque y rodeado de un muro de 10 km de perímetro: Kong
Fuzi (hacia 551-479 a. C.), el maestro Kong, conocido en occidente por
el nombre latinizado de Confucio.
Los contornos de su apariencia exterior, tal y como ha
llegado a nosotros en figuras calcadas sobre piedra y en monumentos, puede que
son sean históricos. Pero sí están documentados históricamente los rasgos
característicos y las líneas generales de su vida y de su doctrina: nacido en
el seno de una familia noble venida a menos que vivía en condiciones modestas,
viajó mucho por los estados feudales de entonces. Pero buscó inútilmente a
algún soberano que necesitara de sus consejos. Sólo una vez, cuando tenía ya 50
años, ejerció un cargo oficial y fue una especie de “ministro”, o más bien, un
inspector o supervisor. Pero desde entonces se consagra por completo a la
instrucción de sus discípulos y, en ocasiones, conversa con soberanos o
ministros. No se interesa por la adivinación ni por la magia sino que se dedica
a la música, a la poesía y al estudio de venerables escritos antiguos.
Su doctrina ha permanecido viva. Para él no son
importantes las decisiones de los oráculos sino las decisiones éticas de los
propios hombres. Él no quiere despertar las fuerzas mágicas del hombre.
El perfil espiritual de Confucio es inconfundible y se
refleja en las “Conversaciones” (Iun yu: palabras reunidas) escritas
por sus discípulos. Se trata de una colección relativamente breve de sentencias
sueltas, de anécdotas y de conversaciones, que no contienen –como en los
presocráticos- una interpretación especulativa del universo sino, de modo
completamente práctico, sabios consejos vinculados a la experiencia. La
filosofía china se caracteriza desde el primer momento por su cercanía a la
realidad, por su estilo de argumentación claro y concreto y por aversión hacia
las deducciones abastractas.
El
perfil personal de Confucio
Pese a tantos rasgos
paralelos, el perfil personal de Confucio es inconfundible. Confucio no es,
como lo fue Jesús, una figura profética. Él no predica apasionadamente la
llegada de un futuro reino de los cielos o reino de Dios que ya hoy está
pidiendo que se obre en consecuencia. Confucio no es sino un acrisolado maestro
de la sabiduría que, aunque mire hacia adelante, hacia un futuro mejor, se
orienta hacia atrás, se orienta en un pasado mejor, en el reino humano de los
antiguos Zhou. Su modelo para el futuro es, pues, el de una Edad de Oro idealizada. Por eso defiende una
ética político-moral anclada en la familia, una ética que ve una vinculación
entre la virtud personal y en bien del Estado. Frente a esos reinos de nueva
formación, frente a las guerras y rebeliones, a las sangrientas venganzas y a
los asesinatos, Confucio aspira, por tanto, a restablecer el orden social
primigenio que estaba sustentado por principios morales.
Para Confucio son muy importantes, para una sociedad más
pacífica, más justa, más eficiente, las cuestiones de la forma exterior: los
cumplimientos ritos, de las antiguas costumbres, desde dentro, de las antiguas
costumbres y normas de comportamiento lí, de las disposiciones y normas
originarias religiosas y civiles. “Yo soy
un intermediario, no un creador; yo creo en los antiguos y tengo pasión por los
antiguos”, dice también en las “Conversaciones” (7,1). El hombre no ha de
temer ni a dioses ni a espíritus sino que ha de doblegarse ante la gran
tradición antigua. Así encuentra armonía consigo mismo y con el mundo. Una
ética que pretende armonizar una exigencia moral universal con las tradiciones
de la civilización chinas.
Cuando se pasea en Qufu por la residencia, rredificada y
ampliada una y otra vez, de la familia Kong, cuyos miembros poseían en la época
imperial dignidad de príncipes, uno se pregunta: ¿quiso Confucio sustituir la
religión por la moral? ¿Tiene en realidad un horizonte religioso? Confucio
eliminó las figuras llenas de vida de los primitivos dioses de la antigua
China; en la “Conversaciones” sólo se menciona una vez al “señor de las alturas” Shang dí. En cambio para él está
presente el “cielo” tian, que él entiende como un poder eficiente, como orden, ley,
esencia. La “voluntad” de ese cielo, superior a todos los demás, es lo que el
hombre, y en especial el gobernante, tiene que comprender y que cumplir: “Quien peca contra el cielo no tiene a
nadie a quien rezar”.
La
Humanidad
Toda la reflexión de
Confucio gira en torno al comportamiento del hombre con todas sus vinculaciones
básicas familiares y sociales. Ese hombre que no ha de convertirse en santo
sino en un “hombre noble”. Con ello no se refiere a una aristocracia de orden
social sino a una “nobleza moral”. Ese hombre noble tiene que estar abierto, a
todo lo bueno, verdadero y bello; de máxima importancia es la música, en la que
se funden la razón y el sentimiento. Pero al mismo tiempo, ese sabio también
tiene que comprometerse en el terreno de la política.
El hombre ha de aspirar a una relación armónica con los
hombres y con la naturaleza y, en el marco de las normas exteriores de
comportamiento, ofrecer a todos los hombres humanidad interior ren:
bondad humana, afecto, benevolencia. “Un ser humano sin humanidad ¿de qué le
sirve a ese la forma? Un ser humano sin humanidad ¿de qué le sirve a ese la
música?
Así para los chinos, Confucio se convirtió en el maestro
y el guía de cultura universal que, en un espíritu de sabiduría humanista,
reflexiona desde una perspectiva práctica sobre ética y política, pero cuya
doctrina no triunfó hasta mucho después de su muerte. Una visión del mundo
sensata y razonable, concentrada en esta vida terrenal. A la pregunta de que es
la sabiduría, responde el maestro Kong: “Consagrarse
a sus deberes para con los hombres, honrar a espíritus y dioses y mantenerse
alejados de ellos, eso podría recibir el nombre de sabiduría” (6,20). Así
pues, que esos seres fabulosos que adornan los tejados se queden dónde están.
Más importantes, sin embargo, son las relaciones entre las personas. La
arquitectura clásica china también expresa mediante armonías desde una
perspectiva humana: nada tiende hacia las alturas, ningún edificio está en el
centro, el conjunto debe irradiar armonía.
Así pues, con esa actitud de reverencia ante el cielo
pero de distancia y reserva frente a dioses y espíritus, Confucio exige ambas
cosas: la renovación de la constitución interior de la persona individual y,
justamente así, la de la constitución exterior del Estado. Esto apunta,
concretamente, a la regeneración y consolidación político moral de un gobierno
humanitario y de un orden y armonía verdaderamente sociales en la familia y el
Estado: “Si se gobierna mediante decretos
y se impone orden mediante castigos, el pueblo se vuelve esquivo y no tiene
conciencia. Si se gobierna mediante la virtud y se impone orden mediante la
moral, el pueblo tiene conciencia y alcanza el bien” (2,3)
Que
es Humanidad: la Regla de Oro
A Confucio le
preguntaron: ¿Hay una palabra que pueda servir durante toda la vida de norma de
conducta? Y respondió: “Reciprocidad shu. Porque humanidad quiere decir,
de un modo concreto, consideración y tolerancia mutuas: shu, para Confucio la
fórmula abreviada de la regla de oro que da a continuación: “Lo que no desees para ti no se lo hagas a
los demás”.
“Humanidad” ren significa para Confucio “amar a
los hombres”. Sin duda en él ese amor a los hombres se centra únicamente en el
sentimiento natural y en las vinculaciones familiares y nacionales, escalonadas
según la proximidad social.
Para Confucio, el prójimo es ante todo el miembro de la
familia. Y Confucio tampoco siente reparos en reclamar la supremacía de los
chinos sobre las tribus bárbaras y en no permitirles sino el estilo de vida
chino. No obstante, en Confucio el amor al prójimo también va más allá de la
familia en sentido estricto, pues abarca además de los propios hijos, padres y
ancianos a los de familias ajenas. “Así
dentro de los cuatro mares, todos los hombres son hermanos”. En otro tiempo
la tierra era concebida como un rectángulo limitado por mares, y encima un
cielo redondo de nueve niveles.
Las
relaciones fundamentales humanas
El confucianismo se ocupa ante todo del lado exterior de
la vida china: la configuración de la vida familiar y de la política. Ve toda
la sociedad humana como un sistema de relaciones personales que, partiendo de
la familia, han de ser configuradas armónicamente.
Contemplemos una familia media china: el respeto a la
vejez en China es algo que se sobreentiende; la abuela no tiene que temer por
su posición en la familia. La fuerte cohesión de la familia, , incluso de
la familia extensa, es fundamental para los chinos e incluso mantiene
estrechamente vinculados entre sí a familiares que viven en distintos
continentes. Se apoyan y se ayudan unos a otros, tanto en la vida como en los
negocios.
En las familias chinas tienen importancia hasta el día de
hoy cinco relaciones fundamentales: superior
e inferior, padre e hijo, marido y mujer, hermano mayor y menor, amigo y amigo.
La estrecha unión entre los miembros de la familia tiene por objeto establecer
y fomentar la estabilidad social. Esas cinco relaciones están basadas en la
reciprocidad, pero también es posible abusar de ellas interpretándolas en un
sentido jerárquico.
Con su escuela de sabiduría, Confucio, a principios del
siglo V, sentó las bases de la ética y la política chinas por un periodo de más
de 2 000 años. Para el confucionismo, son de importancia primordial. También se
le atribuían a Confucio “Cinco Clásicos:
1.
Libro de las transformaciones yi
jimg,
2.
Libro de los documentos shu
jing,
3.
Libro de los cánticos shi
jing,
4.
Libro de los ritos li jing,
5.
Anales de la primavera y del otoño chun
qiu, y una sexta
6.
El libro de la música, no se ha
conservado.
Numerosos pensadores
siguieron desarrollando la doctrina de Confucio. El más importante es Menzius,
que nació no muy lejos de Qufu, en Zouxian.
Ya dos años después de su muerte, en 478 a. C., se erige
a Confucio, en Pekín, un pequeño monumento conmemorativo. Pero hasta el años
195 a. C., bajo la dinastía Han, no se edifica un templo en su honor kongmiao.
La
religión estatal confuciana: Confucio, el maestro
En la época Han queda
acuñado de manera decisiva el estilo de vida clásico chino que duraría 2 000 años.
Y aquel Confucio, que en la China feudal, al final de la dinastía Zhou, sólo
era un maestro entre otros, se convierte, en el maestro por excelencia. Los
clásicos confucianos pasan a ser filosofía oficial y el confucianismo, doctrina
oficial. Se construyen cada vez más templos confucianos. En ellos, Confucio no
es adorado como dios pero si venerado como modelo a imitar y como símbolo de la
civilización china.
En el 125 a. C., los ya mencionados Cinco Clásicos se
convierten en la base de los exámenes para el funcionariado. Siglos después,
esos clásicos, grabados con más de 600 000 signos de escritura en una 190
tablas de piedra, son colocados en el templo de Confucio en Pekín. Allí hay
también, en el atrio, 198 estelas de piedra con los nombres de 51 624 funcionarios
titulados de las diversas dinastías.
El
ser humano sigue estando en el centro: el ideal de cultura de ese funcionariado
–en la época Han hay un mínimo de funcionarios y de leyes- que se ha formado en
escuelas confucianas, ha superado durísimos exámenes, goza de seguridad económica
y por tanto de independencia, es humanidad, piedad e integridad. Una sólida
actitud moral que también contribuye a posibilitar decisiones autónomas: en
lugar de muchas leyes, ética y experiencia de la vida zhí. La élite de esos
funcionarios letrados constituye así una aristocracia del pensamiento que es
completada y renovada continuamente desde debajo de modo selectivo. Su única
legitimación es el conocimiento y el dominio de los textos confucianos. Así se
acredita como capaz de mantener en el Estado central una autogestión de los
municipios, y esa autogestión mantiene la continuidad de la sociedad china
incluso cuando hay cambio de dinastía.
Las
formidables obras filológicas e históricas. Por ejemplo, la monumental obra
histórica de Sima Qian, que está basada en un cuidadoso estudio de fuentes y
presenta detallada y sistemáticamente en 130 capítulos la historia china desde
los comienzos remotos hasta la época contemporánea del autor (87 a. C.). Lo que
son en la época Shang los archivos de oráculos y en la época Zhou las
inscripciones en bronce, son en la época Han los manuales oficiales: una fuente
única y de extraordinario valor para los historiadores.
Para
los funcionarios confucianos, el emperador es el más excelso maestro de los
hombres, un maestro que ha de enseñar lo que se lee en libros clásicos, en lo
posible sin influencia de los magos religiosos wu. Sin embargo, en la época
tardía de los Han, las luchas en la corte entre las camarillas, el poderío de los
eunucos, las intrigas de harén y de las emperatrices, gravaron enormemente la
relación con el funcionariado y pusieron en peligro la continuidad de la dinastía
Han. Pues entretanto había adquirido cada vez más fuerza una contracorriente
del confucianismo: el taoísmo.
Contrariamente
al confucianismo, que se ocupa ante todo de la armonía exterior de la vida
social china –la estructuración del sistema familiar y político-, el taoísmo se
concentra en la armonía interior, en la salvación y la curación del individuo. No
sólo promete liberación de la culpa y del pecado sino también una larga vida y
la inmortalidad. Precisamente en la gran época clásica de China, bajo los Han
(desde el siglo III a. C. hasta el siglo III d. C.), la medicina china se apartó
de la medicina de oráculos y espíritus para consagrarse a los nuevos métodos
curativos vinculados a una determinada cosmología y antropología. Por tanto,
también en la medicina se produce un cambio de paradigma.
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Continuará…..
Fuente: Küng, Hans, En busca de nuestras huellas, La dimensión
espiritual de las religiones del mundo, México, Mondadori, Debolsillo, 2ª edición,
2013.
Historia
Universal, el origen de las grandes religiones,
Perú, Salvat Editores, 2005, vol. 7.
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