martes, 6 de febrero de 2018

MARTÍN FIERRO

ESTUDIO

La poesía gauchesca llega con una misión y nace en el elegido por designio. No será para el bardo un recreamiento poético su cultivación, sino un deber: el deber patriótico, el deber social, el deber humano. Lo toman para sus creaciones poetas que cultivaron el verso culto, poetas ajenos a la tarea popular, poesía de muchedumbre, en donde no priva la elevación del lenguaje, la inquietud de la forma, ni la del atildado pulimento. ¿Y por qué Bartolomé Hidalgo crea y difunde la rama literaria gauchesca?. . . ¿Y por qué abandona su ámbito de cristal donde sueña en una atmósfera lírica y donde el vuelo de su musa logra lo célico, lo puro; los sonidos más altos, y entra en el pueblo, en el laberinto de seres, que no es el selecto sino el común, y se hace del nuevo instrumento, del lenguaje que ha de darle la recias voces y el material vivísimo, a sus cielitos realistas y vigorosos? Esto sucede porque la Nación libre se halla bajo la amenaza de ser sometida de nuevo a esclavitud. Allí surge su inspirado caudal, su creación en pro de los libérrimo y en defensa de las bases y fundamentos de la Revolución de Mayo

     Hilario Ascasubi vierte también en el molde de los cielitos, un torrente de poesía altanera y burlesca, con la cual fustiga y escarnece la tiranía de Rosas, a la cual lleva en la altivez de las cuerdas de su lira y en el acero sin transigencias de su espada.

     José Hernández, el último de los gauchescos y el más pujante, se halla en el cultivo de otras flores poéticas: "Los dos besos", "El viejo y la niña", "el carpintero" y "Cantares". Estos versos los escribía para el lector no común y cuando creía que su haber literario no sería otro, convive en el Sur de Buenos Aires, con el pueblo gauchesco y se hace allí otra pieza sufriente de la misma máquina. Escucho los lamentos, entendió sus quejas, comprobó sus penurias y estuvo en la contemplación de los atropellos y de los fraudes de que eran víctimas. Debió entonces tenderle una mano al desvalido. Tomó su defensa y lo hizo de la única manera eficaz: narrando la tragedia, pintando las escenas, vivamente al desnudo; atrayendo el interés público. El poeta tiene que haberles dicho a sus paisanos que las quejas de ellos, no pasaban de ellos; que el área de extensión era sólo el desierto, la frontera, el cantón. Les habrá dicho: "¡La voz que emerge de ustedes no llega al Gobierno. . . y para que la voz alcance sin límites, hay que templar alto el instrumento!" Y José Hernández, alzo el temple hasta donde las cuerdas daban el verdadero elevado sonido de la justicia. Este arte elegido sabiamente, entre lo culto y lo gauchesco, alternando el poeta fino con el rústico payador, le sirve al bardo para realizar su mensaje. Poesía popular, creación maravillosamente justa para el menester que ha sido creada. En ella nos descubre un mundo que se debate en la importancia, fuera del amparo del hombre y de Dios.

     La poesía de José Hernández, la de Martín Fierro, y no más, nació perdurable. El elevado aliento de algunos trozos y de algunas escenas, alcanza lo épico. El gaucho Martín Fierro, héroe popular, ya es un documento histórico que logra imponerse con las profunda dimensiones de un símbolo; tiene muy rico haber que levanta como bandera; la verdad y el realismo.

     El Martín Fierro es un vencer airosamente al tiempo, un conmover las almas. Un siglo Hernandino, copiosamente difundido y arraigado en su pueblo, en otros pueblos, en otros idiomas, y cuya ponderación en el desinterés y en la justicia la dieron valiosas voces d aplausos. Hasta se sumó la más alta y sesuda: la potentísima de don Miguel de Unamuno. A cien años de su aparición luego de un largo interregno, el de la aceptación y el del rechazo y el de laspolémicas valorativas, el libro Martín Fierro, sigue su marcha arrollante y ascendente en el triunfo, como sucedió en los primeros instantes de su aparición, cuando las pulperías efectuaban sus pedidos a los almacenes mayoristas, aquellos que con el reclamo de yerba, arroz, vino, y otros artículos, se mezclaba el de "Tantos ejemplares de Martín Fierro".

     Antes que la de don Miguel de Unamuno, desde la aparición del libro, otras plumas meritorias, enaltecieron y exaltaron noblemente a esta marga odisea gauchesca; y si no hubo más fervor en otras y hasta el silencio, sucedió por la posición política de José Hernández durante la época de Rosas. Porqué José Hernández configuró el poema en la temática prevista para su expansión política y partidaria, y de ahí que descontentos de su tiempo, no lo enaltecieran debidamente, por sus críticas y clamor contra lo establecido por los gobiernos de pos tiranía y por la exaltación de la pasada felicidad del gaucho y de la dicha que daba las labores campesinas anteriores.

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En infinidad de páginas críticas se ha debatido la clasificación correspondiente del Martín Fierro, como epopeya nacional o como el poema de raza. Este clasificado quede fuera: hay otras excelencias que lo apuntalan más; hay otras virtudes que lo ponderan. Lo que importa, además de su belleza, es el menester crítico y de justicia que trae. Es la voz tremolante que clama en el desierto y puja por zafarse de él, sortearlo, alcanzar los núcleos civilizados, para que valga contra tanto infortunio la prédica altivamente ppoética.

     El Martín Fierro entraña la tragedia del campo y su desamparo en un momento oscuro de nuestra vida, donde es incipiente aún la organización social y política, y por eso se acentúa el abuso del mando del Juez o del Comandante Militar. Entraña también, las tremendas aventuras de un gaucho matrero enconadamente levantado contra las autoridades.

     El comienzo, el preludio de Martín Fierro, que es a la vez presentación, en la cual el gaucho va a desarrollar su verba ampulosa en explicar y justificar su errabundia, sus persecuciones y su drama, resulta un monólogo ejemplar y de buen lirismo, donde hay pensamiento, conservación, conceptos sociales y una filosofía de primer agua, que ensambla con la poesía. Allí se hace gala del saber y de la valentía; se hace derroche de una suficiencia varonil y de un conocimiento, bien sapiente, sapiencia en grado superlativo. De una y otra: del saber y de la valentía, daremos estas coplas que han de ser el ejemplo.

     Del saber
"Yo soy oro en mi rodeo
y torazo en rodeo ajeno.
Siempre me tuve por güeno
y si me quieren probar
salgan otros a cantar
y veremos quien es menos".

De la valentía
"En el peligro ¡qué Cristo!
el corazón se me ensancha.
Pues toda la tierra es cancha
y de esto naide se asombre:
el que se tiene por hombre
donde quiera hace pata ancha".

     Para José Hernández existió una arcadia en las praderas bonaerenses; fue una época digna de vivirla. Martín Fierro la rememora con poética añoranza, haciendo comparación con su presente de paria y su feliz: enaltece a una tiernamente y condena a la otra con agrura. Allí se describe con mucho primor donoso y pasión deleitable las escenas de la tarea campesina y el canto florido las recuerda, las elogia y fluyen de los versos y de las palabras un placer enamorado.

     Es un bello canto al trabajo donde entre tantas estrofas felices se enseñorean estas, en cuyos versos se manifiesta y destaca el amor por el menester que se realiza:

"Y mientras domaban unos
otros al campo salían,
y la hacienda recogían,
las manadas repuntaban
y ansí sin sentir pasaban
entretenidos el día.

¡Ah, tiempo si era un orgullo
ver jinetear un paisano!
Cuando era gaucho baqueano
aunque el potro se voliase
no había uno que no parase
con el cabestro en la mano".

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     El verso de José Hernández está unido a los elementos vírgenes de la naturaleza y, refundido en él, en un relumbre de oros, fluge la sabiduría del hombre. De esta conjunción su poema, además del verso intencionado, de cantar opinando, de fustigar, de su aporte de pensador y de sus toques filosóficos, muestra la riqueza poética dl primor y el primor se luce. Consigue exponer como gala, como muestrario de su realización de poeta, primores valiosos. En el exordio, ya en sus primeras sextillas relumbra el valor de su poesía, donde existen preciosas pruebas de versos acendrados, de una firme belleza, como la que se destaca en este rico haber:

"Me siento en el plan de un bajo
a cantar un argumento.
Como si soplara el viento
hago tiritar los pastos.
Con oros, copas y bastos
juega allí mi pensamiento.

Yo no tengo en el amor
quien me venga con querellas:
como esas aves tan bellas
que saltan de rama en rama:
yo hago en el trébol mi cama
y me cubren las estrellas".

     Y este otro primor que corresponde a la sesuda y profunda payada entre Martín Fierro y el moreno:

"Los cielos lloran y cantan
hasta en el mayor silencio:
lloran al cair el rocío
cantan al silbar los vientos
lloran cuando caen las aguas
cantan cuando brama el trueno".

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     Las estrofas citadas antes, fluidas, limpias, preceptivamente bien creadas, se hallan allí como ilustración de lo bello ya para mostrar qué fibras alentaban al espíritu de José Hernández. En ellas se revela la presencia de un poeta total.
     Hay otras que son descripciones patéticas; como la enfermedad y muerte del sargento Cruz en brazos de Martín Fierro, donde se luce esta hermosa flor del desierto, que es a la vez un ejemplo de hermandad:

"De rodillas a su lao
yo lo encomendé a Jesús.
Faltó a mis ojos la luz:
tuve un terrible desmayo:
así como herido del rayo
cuando lo vi muerto a Cruz".

     Otra escena inclemente, de terror, en la lucha de Martín Fierro con el indio y la piedad por la cautiva. Primero son estos versos:
"Del lado que venía el viento
oí unos tristes lamentos".

Luego la presencia de la cautiva:
"Y me clavó una mirada
como pidiéndome amparo".

Y la del indio:
"Estaba el indio arrogante
con una cara feroz:
para entendernos los dos
la mirada fue bastante".

Y este comienzo de prevención del indio para la pelea:
"Pegó un brinco como un gato
y me ganó la distancia:
aprovechó esa ganancia
como fiera cazadota:
desató las boliadoras
y aguardó con vigilancia".

     Martín Fierro ha caído y el indio lo tiene en el suelo sujeto. La cautiva lo desembaraza y lo devuelve libre para que luche de igual a igual. Entonces tiene este clamor de agradecido para el Todopoderoso que agrandó en el peligro la fuerza y el valor de una débil mujer:las preceptivas


"¡Bendito Dios poderoso!
Quién te puede comprender,
cuando a una débil mujer
le diste en esa ocasión
la fuerza que en un varón
tal vez no pudiera haber".

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     Y sobre primores -elaboración de poeta- y sobre poesía hecha al desgaire, por necesidad tomemos el discernimiento juicioso de Don Marcelino Menéndez y Pelayo, y nos encontramos con que en el Martín Fierro, como en el de su antecesor, el Fausto, existe una dualidad que no escapa al entendimiento: una cuando se expresa el poeta, con su limpieza y pulido, y otra, cuando arremetiendo contra las reglas preceptivas, lo hace el rústico payador.
     En esta copla pulcra, es la piedra preciosa que burila el poeta:

"Era el águila que al árbol
desde las nubes bajó.
Era más linda que el alba
cuando va rayando el sol.
Era flor deliciosa
que en el trebolar nació".

Esta, siguiente, ya no tiene labor de poeta:

"Vide el plaito mal parao
y no quise aguardar más:
es güeno vivir en paz
con quien nos ha de mandar.
Y reculando pa atrás
me la empecé a retirar".

     Lo citado corresponde, con su repetición redundante, a la propia forma con que enhebra sus versos el payador sin cuidarse de que una misma expresión se repite tres veces en dos versos. Pero todo el poema queda bien porque hasta cuando declina el verso dice cosas que relumbran y agarran.

     Otra muestra de poeta y payador, entrelazados, la tenemos en esta sextilla, que corresponde al canto del negro en la payada con Martín Fierro.

"Bajo la frente más negra
hay pensamiento y hay vida.
La gente aguarde tranquila.
No me haga ningún reproche.
También es negra la noche
y tiene estrella que brillan".

     En el brillante comienzo y en la terminación, se destaca una alta calidad de poesía y en los dos versos centrales, cobra vida la presencia del payador. El poeta diría su copla con los dos versos iniciales y con lod dos terceros y sería lo acabado en perfección y belleza, pero el payador, unido al poeta, no, como prepara al oyente para un final tremolante, intercala lo suyo.

"La gente aguarde tranquila
no me haga ningún reproche".

     Y así hacer refuljir el consonante "reproche", que le dará brillo sonoro a los precisos versos finales.

     Pero José Hernández, tanto en la estrofa anterior, como en estos dos versos que hermana a los cuatro brillantes, deja de lado al poeta, para convertirse en payador.
     El poeta recibe el verso y lo calibra su mente. Si lo columbra imperfecto, lo corrige antes de trasladarlo a la escritura. Después, puesto en letras, todavía, entrará en los cambios y el pulimiento de acuerdo a las exigencias artísticas.
     El payador también concibe la imagen, pero en él la elaboración creadora es muy veloz y no puede existir substitución de elementos: el pulir, el seleccionar palabras y el calibrar la medida del verso. Esto sucede porque el menester es urgente y debe expandir el verso cantando apenas lo concibe. De ahí que en las improvisaciones payadorescas, se noten versos largos, cortos, rimas imperfectas y otros incipiencias que la habilidad del payador sabe disimular con la música y hasta con el gesto.

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     José Hernández es autor de un libro eficiente para las labores campesinas "instrucción del estanciero" y "Vida del Chacho", donde volcó su tremenda pasión partidaria. Fundó un periódico "El Río de la Plata", de muchísima trascendencia en la vida política de su época porque escribieron en él destacados hombres de letras del país. Fue Senador y Diputado y en la provincia de Corrientes, Ministro. Rosas lo contó entre sus adeptos más fervientes. Sirviendo a su causa, , tomó parte en muchas guerras civiles, sobre todo en las acciones de San Gregorio y Zala. Derrocado Rosas se alió a Urquiza. Actuó como Secretario del Congreso reunido en Paraná y participó en las batallas de Cepeda y pavón y en la revolución fallida de 1873, en que acompañó a López Jordán en tan desdichado intento revolucionario que comenzó con  del General Justo con el asesinato del General Justo José de Urquiza.

     De muy joven, José Hernández, debió radicarse en un establecimiento rural de la provincia de Buenos Aires en busca de salud. Allí conoció profundamente el paisaje pampeano, la vida campesina,al gaucho, sus costumbres y sus necesidades, lo que le valió un conocimiento realista para hacerlo valer en su extraordinario poema.

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Fuente: Hernández, José, El gaucho Martín Fierro, biografía, estudio y vocabulario por José Roberto del Río, Elías Carpena y Ernesto Morales, Buenos Aires, Editorial Ciordia, S. R. L., 1968.






















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