(3)
BUDISMO
¿Quién
fue
el primero que enseñó el arte de prescindir del YO de olvidarse de sí mismo? No
un psicólogo de nuestro tiempo, sino el Buda. Él enseñó el “arte de la vida
vigilante”, cuyo símbolo es el tiro de arco. Para el Buda, el esfuerzo correcto
y la vigilancia correcta satí son la
condición para la concentración meditativa samadhí
que lleva a la perfecta iluminación bodhí.
El
Buda: Uno de los grandes guías espirituales de la humanidad
Uno de esos grandes guías espirituales es Gautama, llamado el Buda, es decir, el “despierto”, el
“iluminado”. Venerado por innumerables personas en todo el globo, es, junto con
Cristo, la figura que el arte ha representado con más frecuencia en el mundo.
Una figura que irradia quietud, seguridad en sí mismo, superioridad, paz. La
convexidad en el vértice de la cabeza ushnisha, el punto por el que, según
la concepción india, entra y sale el alma, simboliza la iluminación. El “tercer
ojo” urna
en medio de la frente viene a indicar el conocimiento espiritual, los lóbulos
alargados de las orejas, la sabiduría del Buda.
La profesión de fe del
budismo
Durante mucho tiempo no
hubo en Bodh Gaya, como en otros lugares conmemorativos budistas, ninguna
estatua del Buda. Lo único que aquí se venera es una huella muy estilizada,
grabada en piedra, de los pies del Buda. Al principio no se representaba la
persona del Buda sino que sólo se la insinuaba mediante símbolos. Él también
había desviado de su persona a los hombres para encaminarlos hacia su doctrina.
Y por eso, la fórmula del credo budista
reza hasta el día de hoy: Me refugio en
el Buda, en la doctrina (en el dharma), en la comunidad monástica (en el
sangha). En el cristianismo podría formularse, de modo muy parecido: Me refugio o, mejor, creo en Cristo, en su
doctrina (el evangelio) y en la comunidad de los creyentes (la Iglesia).
El Buda Gautama fue el gran maestro que, a
centenares de millones de personas, desde las alturas del Himalaya y del
Hindukush hasta Indonesia o China y Japón, mostró, como nadie ha sabido hacerlo
mejor, el camino de salvación: aquello en lo que el hombre puede encontrar
apoyo y ayuda.
Y por eso no sorprende que la primera
mención del Buda en el cristianismo, hacia el año 200, en Alejandría, sea el
siguiente comentario: En India hay personas “que siguen los preceptos del Buda”
y que lo “veneran como a un dios debido a su extraordinaria santidad” (Clemente
de Alejandría, Stromata, 1,15).
El
camino de Gautama a la iluminación
En el budismo lo importante no era, en sus orígenes,
profundas especulaciones sino la superación de las realidades de la vida. Y de
esas realidades se enteró Siddharta Gautama, rico heredero de un príncipe y
casado desde muy joven, cuando salió en coche por primera vez del lujoso
entorno de su palacio y viajó por el país.
Allí se vio confrontado con todo el sufrimiento del
mundo, un sufrimiento al que los hombres están expuestos inevitablemente. Todos
los hombres envejecen. Todos los hombres enferman. Todos los hombres tienen que
morir. Vejez, enfermedad, muerte: tres signos de la caducidad. Es el problema
fundamental de toda existencia humana: en la vida, nada es estable. Todo
depende de otra cosa. Todo es mudable y pasajero. Todo, finalmente comporta
sufrimiento: todo estállenlo de sufrimiento.
En la vida de Gautama, el cambio se produce cuando le
salió al encuentro un monje mendicante. Su vida privilegiada le parece de
pronto carente de sentido, le resulta insoportable. Un día, poco después de
nacer su hijo, Siddartha pone en conocimiento de su joven esposa que va a
abandonar a su familia. Que renuncia al poder. Que incluso deja su patria, la
república aristocrática de su familia, los Sakyas, en la frontera entre India y
Nepal. Más tarde recibirá el nombre de Sakyamuni,
“sabio de la familia Sakya”.
Tenía a la sazón 29 años. Al cabo de seis años abandona
la vida asceta. Y sus discípulos lo abandonan. Se retira a un río y practica la
meditación. Allí se repone, y por fin, después de meditar mucho tiempo, bajo un
árbol, alcanza la anhelada iluminación bodhí, salvación, liberación. Así se
ha convertido Siddharta en el Buda, en el “despierto”, el “iluminado”. Ahora
tiene respuestas a las cuatro preguntas capitales: qué es el sufrimiento, cómo
nace, cómo puede ser superado y cuál es el camino para conseguirlo. Ése es a
partir de entonces su mensaje. Todo está resumido en esas Cuatro Nobles
Verdades.
El
árbol de la Iluminación
Esto sucedió, pues,
hace unos 2 500 años en el actual estado de Bihar, en el norte de la India,
cerca de la pequeña localidad de Uruvela. Debido a ello, ese árbol, que procede
la higuera originaria, recibe el nombre de árbol Bodhi, el árbol de la Iluminación. Y la ciudad de Uruvela se llama Bodh
Gaya. Es, después de la ciudad natal de Siddharta, Lumbini, el segundo gran
lugar conmemorativo del budismo.
Una nueva religión, en efecto, pues rechaza los
fundamentos de la antigua religión india: la
autoridad de los Vedas y con
ella el predominio de los Brahmanes y los sacrificios cruentos. En su lugar, espiritualidad,
interiorización, abstracción. El Buda recorrió ese camino él solo, por su
propio esfuerzo. Y sin embargo ese despertar no es una autoliberación, ya que
no puede ser forzado por el hombre. Pero tampoco es un regalo de Dios, ya que
para el Buda no hay un Dios creador y omnipotente.
Los budistas, en un acto de gratitud, aislaron más tarde,
como recinto sagrado, ese lugar donde nació el budismo y lo llamaron trono
de diamantes. Pronto se construyó allí un templo: el templo de Mahabodhi, el “templo del gran despertar”.
Ha experimentado diversos cambios a través de los siglos y hace poco más de 137
años (1881), cuando estaba completamente abandonado, fue magníficamente
restaurado por un rey de Birmania.
También fueron destruidos otros santuarios. Porque
durante algún tiempo Bodh Gaya volvió a estar por completo en manos hindúes. Y
para los hindúes el Buda es sólo la novena encarnación avatara del dios Visnú, a
la que sucederá un día la décima.
En el Campo de las Gacelas de Sarnath, a las puertas de
Varanasi, el Buda se encuentra con cinco ascetas itinerantes que antes lo
habían abandonado pero que ahora se convierten
en sus primeros seguidores. Ellos forman el núcleo de la comunidad
monástica, la sangha. Primero son cinco, pronto son 500. En los siglos
V-VII vivían y enseñaban sólo en Sarnath 1 500. Por eso es ése el tercer lugar
conmemorativo del budismo: allí puso Buda en movimiento la rueda de la
doctrina, del dharma.
El Buda sigue caminando y enseñando con sus monjes otros
45 años por Bihar y Uttar Pradesh. Muere a la edad de 80 años (según una
antigua tradición, en 368 a.C.), de una intoxicación alimentaria, en
Kushinagara (hoy Kasia), en Npal. Así entró el Buda en la salvación definitva,
en el parinirvana sin nuevo renacer. No nombró sucesor o vicario. Sus
discípulos han de observar el dharma, pero no imponérselo a nadie.
Por tanto esa enseñanza del no yo del Buda no pretender ser una doctrina metafísica. El
Buda rechazó por principio tal género de doctrina. Lo que pretende es ayudar,
de un modo completamente ético-práctico, a la experiencia personal: el hombre ha de apartarse de su
autoinvolucración en la codicia, en el odio y la obcecación y tomar el camino
del altruismo, apartarse del egocentrismo del yo, que no es durable. Y por
eso es una cuestión controvertida entre los budistas la de si el yo es sólo algo no firme, no invariable,
no sustancial o es algo que carece
por completo de realidad. El altruismo, en un sentido ético, tampoco es, en
definitiva, ajeno al cristianismo.
Los
cristianos suelen entenderlo mal: el mensaje de Buda no es pesimista ni
resignativo, no quiere consolar con el más allá. Quiere mostrar un camino aquí,
en este mundo en la vida cotidiana. El sendero que conduce al nirvana es:
·
Conocimiento correcto y forma de pensar
correcta: saber panna,
·
Palabras y obras correctas, vida
correcta: moralidad, ética sila,
·
Esfuerzo correcto, vigilancia correcta satí
y concentración samadhí correcta
El
saber es condición previa para un comportamiento moral, para una actitud ética;
en ésta suelen quedar detenidos los discípulos laicos aunque a cambio tengan
que aceptar después un nuevo nacimiento. Pero los monjes intentan llegar,
ejercitando el espíritu, a la concentración meditativa, para quedar liberados
por fin del ciclo de los nacimientos y entrar en el nirvana, en la
“extinción”, en el final de la codicia, del odio y de la obcecación. Éste es,
pues, el camino budista de salvación, camino que dura toda una vida.
Vida
monástica Budista y Cristiana: semejanzas
En India, el monacato
es una institución ancestral, en el cristianismo, relativamente tardía. Uno se
pregunta: los padres egipcios del desierto que en el siglo IV introdujeron por
primera vez el monacato en el cristianismo ¿estarían influidos por los monjes
indios, a quienes se conocía en la cosmopolita Alejandría? Desde hacía por lo
menos 600 años, desde la campaña de Alejandro Magno en India, existían
relaciones comerciales y culturales entre las grandes civilizaciones de los
valles del Indo y del Nilo.
Al principio, los monjes budistas eran también eremitas y
monjes errantes. Muy a menudo se retiraban durante la época de lluvias a
cuevas, que eran frescas en verano y calientes en invierno y que estaban cerca
de los cruces de caminos que servían de vías comerciales. Fue más tarde cuando
los monjes empezaron a vivir en monasterios fijos, como en Dharamsala, la aldea
entre montañas al pie del Himalaya, actual residencia en el exilio del Dalai
Lama y de sus monjes tibetanos (monasterio de Namgyal).
Igual que en los monasterios cristianos, los monjes se
reúnen ya muy temprano para la meditación matutina. En lugar de doblar las
rodillas, se arrojan al suelo y lo rozan con la frente en señal de sumo respeto
y de humillación voluntaria. UN ritual que existe también en el cristianismo,
cuando se pronuncian votos o durante la ordenación sacerdotal. Y también en el
budismo se invocan con mucha frecuencia a “todos los santos”, a todo el panteón
budista: Budas, Bodhisattvas y grandes gurús.
En lugar de oraciones, que presuponen un Dios creador y
omnipotente, se recitan sutras y mantras: para invocar, aplacar o alejar
a los dioses de la naturaleza y a los malos espíritus. Porque están convencidos
de la eficacia mágica de palabras y fórmulas sagradas en toda clase de asuntos.
Son cánticos profundos y rítmicos que no sirven de solaz sino que ayudan a
meditar. Cantar y recitar en comunidad hace retroceder el YO, incluso
olvidarlo.
El monacato budista y el cristiano presentan muchas
semejanzas. Externas, como el sencillo hábito igual para todos, y salmodiar en
comunidad. Pero también semejanzas en la estructura básica:
- · Ambos exigen apartarse del mundo.
- · Ambos llevan una vida austera, según una regla vinaya, con preceptos, prohibiciones, catálogos de penitencias, confesión de culpas.
- · Ambos exigen renuncia a bienes personales y continencia sexual.
Monacato:
sólo primordial para el budismo
Por otra parte, en el
cristianismo el monacato es más bien marginal. En el budismo constituye el
centro, ingresaba en la sangha, la comunidad monástica. Los monjes budistas se distinguen de los
otros monjes indios por seguir a Buda, su modelo, y aceptar su doctrina y
observar su regla.
Pero no todos pueden ni quieren tomar sobre sí los cinco
mandamientos especiales para los monjes novicios. Que son, desde los tiempos de
Buda:
- I. Comer sólo una vez al día.
- II. Huir de las diversiones (bailes, fiestas).
- III. No usar adornos ni perfumes (pomadas).
- IV. No usar camas ni sillas lujosas.
- V. No tener dinero para uno mismo.
Y
menos aún quieren todos cargar con las más de 200 reglas para los monjes. Por
otra parte, esas reglas han sido parcialmente adaptadas a la vida moderna. En
cualquier caso, como también en el cristianismo, los monasterios budistas
poseen bienes. Es más, muchos se hicieron ricos, mediante fundaciones y
donaciones, lo que fue motivo de quejas entre el pueblo y de luchas, incluso de
guerras por el poder entre monasterios rivales.
La
Comunidad de monjes y laicos
En la vida diaria apenas hay nada más venerado por los
budistas creyentes que los monjes, los maestros de espiritualidad guru.
Ellos ofrecen al pueblo alimento espiritual, y el pueblo, en contrapartida, les
da sostén material. Porque los monjes regalan al pueblo el dharma, la doctrina
del Buda. Y están a disposición del pueblo para las ceremonias domésticas:
matrimonio, exequias, etc. Recitan entonces, de los escritos sagrados, lo que
traerá prosperidad a la casa y a su familia, y expulsan a los espíritus con sus
mantras e instrumentos. Sus cánticos, que en un bajo profundo, han de aplacar o
expulsar las fuerzas elementales. Por eso los monjes tienen derecho a aceptar
comida, dinero y regalos del pueblo. Limosnas a base de mantequilla de yak,
son, precisamente entre los tibetanos, muy frecuentes.
Sin embargo, el budismo, que no acepta un Dios creador y
omnipotente, se unió muy pronto con la religión popular y sus dioses, por ejemplo,
con la religión autóctona, mágico-chamánica, del Tibet, la religión bon y con el tantrismo
indio. En ella, hay que aplacar siempre mediante conjuros y ofrendas a
los poderosos dioses de la naturaleza, a los dioses de las montañas, de las
tormentas y del granizo. A menudo, los templos budistas están protegidos por
serpientes y dragones, que en Oriente son venerados como seres sobrenaturales y
benéficos. A menudo, también están protegidos por músicos y bailarinas
celestiales, estatuas feroces de guerreros o también divinidades apacibles y
amables custodian la entrada del santuario. Como en la Edad Media europea, hay
por todas partes espíritus malignos que han de ser expulsados mediante la
recitación de sutras, pero también con música y estruendo. Con los giros de un
molinillo de oración grande o pequeño, la oración se repite constantemente. En
los países del budismo theravada, como Birmania y Tailandia, aún se sigue
entregando a veces en la calle la comida a los monjes. En señal de su renuncia
al mundo, los monjes se rapan la cabeza y se desprenden de toda propiedad
personal. Quedan exceptuados seis objetos: el
platillo para las limosnas, el cinturón, la cuchilla de afeitar, una aguja, un
mondadientes y un tamiz para filtrar los organismos vivos del agua.
Escuelas
monásticas: estudiar y debatir
Los niños –solo los
varones, las niñas no- pueden ser admitidos en las escuelas monásticas a los 6
o 7 años. Esto constituye un gran mérito y también un honor para los padres. El
niño tiene garantizada una buena formación monástica. Los novicios aprenden de
memoria los textos sagrados en libros delgados y de formato ancho que han sido
impresos, como era usual en la antigua China, con matrices de madera. Pero en
el monasterio los alumnos también pueden recibir por ejemplo clases de inglés.
Por tanto, el paso de la comunidad monástica a la
comunidad laica es mucho más fácil que en el cristianismo. Los monjes y las
monjas pueden exclaustrarse en todo momento y luego volver a ingresar. En los
países del theravada, por ejemplo en Tailandia, hay niños que se cortan el pelo
y viven tres meses en un monasterio para estudiar las doctrinas budistas. Los
adultos también ingresan por un breve período de tiempo en un monasterio, para
una especie de “jornadas de recogimiento” o de ejercicios espirituales.
Pero, además de la meditación y las ceremonias
religiosas, la vida en la sangha abarca el estudio detallado de los escritos
normativos budistas. No obstante, los estudiantes no sólo han de estudiar el
dharma, sino también practicarla y, si no eligen la vida meditativa,
trasmitírsela a otros. Durante los debates, el examinado está sentado. El
examinador, en posición de asalto, le lanza la pregunta y la termina cada vez
con fuertes palmadas. Así se aprende dialéctica y retórica, rápido
pensamiento analítico y fuerza de persuasión
retórica.
Ayudas
para meditar: MÁNDALAS
En el centro de la vida
de un monje budista esta la meditación. Para calmar los sentidos y ejercitarse
en la vigilancia, recomendó el Buda observar ante todo la propia respiración en
posición sentada y en silencio: percibir de modo consciente cómo entra el aire,
cómo se queda un instante y cómo vuelve a salir: un hecho enormemente fugaz que
podría cesar en cualquier momento. Eso se considera desde entonces la técnica
básica del camino espiritual. El método especial de meditación de los
budistas, el entrenamiento espiritual mediante la vigilancia (pali satipatthana),
está basado en la observación de cómo entra y sale el aire al respirar.
Por otra parte, durante ese ejercicio el que medita sabe
por experiencia que el intelecto muy pronto suele desviarse hacia toda clase de
recuerdos y de fantasías. En ese caso, una imagen también puede ayudar a
mantener fija la atención del meditador. Sobre todo los monjes del Tibet, que
han aprendido mucho del tantrismo indio, saben fabricar imágenes de meditación,
grandes y pequeñas, configuradas del modo más diverso: mándalas (en sánscrito, “círculo”, “anillo”, “arco”, “corte”). Esos
diagramas combinan círculos concéntricos y cuadrados. Su finalidad es
representar fuerzas cósmicas, el mundo de los dioses y también, a menudo en su
mutua dependencia, la estructura de la personalidad psíquica del que se
ejercita. En el mándala se despliega un completo universo místico y del orden
interior espiritual. Budas, Bodhisattvas, divinidades protectoras y santos
patronos han de ayudar a comprender la vanidad del mundo y de sus fenómenos y a
encontrar la iluminación.
Las obligaciones fundamentales de los budistas
El
budista profesa la fe en el Buda, en el dharma, en la sangha, en la comunidad
de los monjes. Sin embargo, la comunidad budista constaba desde los comienzos
de monjes y de laicos.
Pero los laicos no tienen obligación de
cumplir los más de 220 preceptos y prohibiciones de los monjes, sino sólo el
comienzo, los primeros peldaños del óctuple sendero. De él forman parte las
obligaciones fundamentales éticas, cinco en número. Solamente, en el budismo
no existe un “Yo soy el Señor, tu Dios:
no matarás…”, sino que se trata de “autoobligaciones”: “Prometo
(me ejercito en) abstenerme de matar…”
La quinta de esas obligaciones es
específicamente budista: no está forzosamente en todos los textos, tampoco su
cumplimiento es siempre estricto: a saber, abstenerse de bebidas
embriagantes. Pero las otras cuatro son los cuatro postulados básicos éticos
que deberían cumplir todos y cada uno de los hombres, que ya encontramos en
germen en las “religiones tribales” y que hasta son reconocidos hoy como los
cuatro postulados elementales de una ética común a todos los hombres, de una
ética universal, a saber:
·
No matar,
·
No mentir,
·
No robar,
·
No abstenerse de desórdenes sexuales.
Y por eso no es casualidad que fuese
precisamente el Dalai Lama el primero que, en el Parlamento de las grandes
religiones que se celebró en Chicago en 1993, firmó la declaración sobre una
ética universal.
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Comunidad
primitiva-Religión de masas
La primera comunidad de
monjes, con su vida austera, no necesitaba templos ni monasterios. El óctuple
sendero del Buda no menciona ritos ni ceremonias. La constelación primigenia
del budismo es la religión simple y monacal de una élite. Obras plásticas
budistas no las hay hasta siglos después, sobre todo bajo la influencia de la
escuela d arte indo-helenística de Gandhara (en el actual Pakistán), que crea
las primeras representaciones corporales del Buda: con los pliegues del ropaje
griego. Lo único que se cultiva desde el principio, siguiendo el ejemplo del
Buda, son los lugares conmemorativos de grandes difuntos y sobre todo del
propio Buda.
Porque con el tiempo la doctrina salvadora de unos pocos
radicales ha devenido la doctrina salvadora de muchos, de las masas. La pequeña
comunidad primitiva se convierte en la gran “comunidad de los oyentes” shravakayana.
En el budismo también se consuma un proceso que hoy se denomina cambio de la
constelación general: en este caso de la religión de élites de la comunidad
primitiva a la religión de masas de los Estados budistas, con un arte
evolucionado, con ritos y ceremonias. Esto es, sin duda alguna, lo que el Buda
mismo había denominado una de las “diez ataduras”, sin valor para la salvación.
Escisión
de la Sangha
Durante varios
centenares de años las enseñanzas del Buda no habían sido resumidas en un canon
vinculante. Sino que se transmitían y recitaban según tradiciones muy
diferentes. Así, no es casualidad que hubiera cada vez más interpretaciones,
explicaciones y ampliaciones contradictorias. En el tercer concilio del año 250
a.C., aparecen los siguientes partidos:
ü De
una parte están quienes quieren seguir conservando la doctrina de los más antiguos
(sthaaviras) y que representa a los monjes conservadores. Los únicos
sucesores de ese grupo que han sobrevivido hasta hoy son las escuelas del theravada
(doctrina de los antiguos), minusvaloradas como pequeño vehículo (hinayana),
porque sólo tiene cabida en él un pequeño número de monjes y monjas que
renuncian al mundo.
ü Y
de otra parte están los monjes que apoyan la idea de las comunidades laicas y
que quieren seguir desarrollando el dharma. Ellos representan en aquel entonces
la
mayoría (mahasangikas). Fue mucho más tarde, a comienzos de nuestra
era, cuando se formó a partir de ellos el gran vehículo (mahayana).
El
gran vehículo
Entre los siglos I y V
d.C., se produce, en efecto, un segundo giro de la rueda de la doctrina: el
movimiento del mahayana o gran vehículo. Desde los comienzos era evidente que
ello llevaría a una nueva formulación de la doctrina budista. En ella habían de
conservarse las constantes budistas: Buda, dharma, sangha.
Y sin embargo, para legitimar la propia posición, se
intenta desacreditar el budismo theravada de la comunidad monástica tradicional
como vehículo menor, y se presenta el canon pali de éste como incompleto.
Afirman que ya es hora de anunciar las enseñanzas más profundas del Buda que
llevan a la perfección del conocimiento (prajnaparamita). Para ello el
mahayana se apoya en nuevos sutras, que se atribuyen sin más al Buda histórico
y que, según ellos, expresan la verdadera esencia del budismo.
Tensión
entre existencia Monacal y Laica
En el pequeño vehículo
(hinayana), el ideal era el arhat monacal, que sólo consigue la
liberación para sí mismo: el ideal de llegar a la salvación individual. Frente
a él se abre ahora paso el ideal del santo filantrópico, del ser iluminado, del
bodhisattva,
también muy diferente del santo mago o siddha del tantrismo, que dispone de
virtudes milagrosas. El bodhisattva no busca el camino más corto para llegar al
nirvana. Él procura también que otros se salven. En toda situación apurada se
le puede pedir auxilio porque, en su ilimitada compasión, quiere ayudar a todos
los hombres a conseguir la salvación. Pero quien quiera cumplir el ideal del
bodhisattva tiene que alcanzar, en el curso de sus existencias, las seis
perfecciones (paramita):
generosidad, actitud ética (sila), paciencia, energía y, finalmente, la profundización (dhyana) los grados más altos
de la meditación, para llegar así a la sabiduría
(prajna).
El mahayana tiene el mérito indiscutible de haber
deshecho la tensión básica entre la existencia del monje y la del laico. Esa
tensión, ya existente en el budismo originario, se había hecho sentir
plenamente en el theravada, si bien allí quedó amortiguada por la piadosa
costumbre de las limosnas (dana). Por
tanto, la denominación del “gran vehículo” está justificada, pues se trata de
trasladar a otros, a través del gran río del sufrimiento, hasta la orilla (la
liberación). Ahora el camino de la liberación definitiva es accesible no sólo a
unos cuantos monjes sino a mucha gente. La religión para monjes se convierte
así cada vez más en una religión para laicos que promete a los no monjes,
incluidas las mujeres, que también ellos conseguirán la iluminación.
Sin embargo, pese a esa apertura hacia los laicos, en el
mahayana se formaron poderosas jerarquías monásticas que casi podrían llamarse
eclsiásticas, con solemnes títulos (abades, archiabades, abades generales),
costosas túnicas y acumulación de riquezas en templos y monasterios. Los monjes
de más categoría, de modo semejante a algunos jerarcas cristianos, reciben del
pueblo un trato reverente, casi servil. Y cuando monjes de China (en túnica
amarilla), Corea (gris), Tibet (roja) y Japón (violeta) llegan en gran número a
Nara, la antigua capital del Japón, para celebrar la fiesta del otoño en el templo
Todaiji, entonces aparecen no sólo como una asamblea de vistoso colorido sino
también como una asamblea de gran ceremonial, e incluso como una religión
clerical.
Tres
opciones budistas
¿Qué futuro tiene la
religión en Japón? ¿A quién escucha la nueva generación? Esta pregunta se la
plantean no sólo los representantes de la “religión nacional” sintoísta, fuertemente comprometida con
el nacionalismo y el militarismo y, en cuánto religión oficial, prohibida por
los aliados en 1945.
Una cuestión fundamental es saber hasta qué punto puede
subsistir el budismo y qué budismo. ¿Qué ofrece el budismo al hombre de hoy? A
este respecto, el japonés tiene, en principio, tres opciones budistas. Dicho de
modo muy esquemático: puede concentrarse en la meditación, en la recitación
o en la acción. Desde el siglo XIII, partiendo sobre todo de Kyoto y en
vinculación con la montaña sagrada de Hiei, hay tres grandes corrientes ligadas
a los hombres de grandes reformadores budistas:
1.
El budismo de meditación de los maestros
zen
Dogen (fundador de la secta Soto-zen) y Eisai (fundador de la
secta Rinzai-zen),
2.
El budismo de fe de Honen y de su discípulo Shinran
(fundador de la secta de la Tierra pura),
3.
El budismo político-social de Nichiren
y de muchas religiones modernas.
En lo que sigue se
tratarán esas tres opciones.
Caligrafía
ZEN
La atracción que el zen ejerce sobre muchos japoneses se debe en buena
parte a que en él están íntimamente vinculados religión y arte. Muchos
japoneses practican el arte de la caligrafía con pincel y tinta china: para
ellos es un camino de disciplina espiritual y de meditación en el que hay que
atenerse a determinadas reglas estéticas y filosóficas. En la caligrafía ves
la realidad de la persona, cuando escribes, no puedes mentir, retocar ni
adornar. Estás desnudo ante Dios.
Ikebana (flores vivas), el arte
japonés de la colocación de las flores, constituye una vía parecida. También se
practica según determinadas reglas y escuelas. Así, por ejemplo, un centro de
flores ha de simbolizar la ley del cielo (arriba), la tierra (abajo), y el
hombre (el centro).
Budismo
de Meditación
El hombre del mundo
moderno que busca concentración religiosa, sencillez, interiorización y
experiencia inmediata del corazón, donde mejor puede encontrar todo eso es, sin
duda alguna, en el budismo de meditación de tradición mahayana. Ya desde los
comienzos, la meditación, en cuanto método de intensiva autodisciplina
espiritual, forma parte del óctuple sendero del Buda.
En su período de apogeo, entre los siglos VIII y XIII, el
movimiento reformador chino del budismo de meditación Ch´an asimiló mucho del
misticismo de la naturaleza y del modo de vida del taoísmo. Ya a comienzos del
siglo XIII hizo su entrada en Japón, donde recibió el nombre de Zen,
que significa asimismo “recogimiento e
inmersión”. Como método ideal para llegar a la iluminación satorí
se practica el zazen: abstraerse
sentado, en silencio y sin pensar. Sirven de ayuda enigmas paradójicos y
problemas mentales koan casi insolubles que obligan a prescindir de las constricciones
del pensar racional.
Ese camino del
recogimiento interior y del vaciamiento del espíritu, en el que queda suprimida
la distinción dualista entre yo/tú, sujeto/objeto, seguirá sin duda siendo muy
estimada por muchos también en el futuro. Porque así podría hablar con nosotros
un maestro zen:
v ¿Piensas
que es exagerada la veneración tradicional del Buda y que se desconoce su
verdadera importancia? Entonces, en el zen puedes ocuparte seriamente con el
Buda originario, con el maestro y guía. Refugio en Buda.
v ¿Estás
harto de los ritos exteriores, de imágenes, de templos, ofrendas, pero también
de las abstracciones y sutilidades filosóficas, de toda esa intelectualización
y sistematización de los comentarios de las escuelas budistas? Entonces, en el
zen puedes regresar a la doctrina sencilla, que muestra al mismo tiempo un
camino práctico de la experiencia, de la práctica de la meditación para la
consecución del ideal budista. Refugio en el Dharma.
v ¿Rechazas
todas las fosilizaciones de carácter “eclesiástico” y todo el clericalismo a
los “bonzo” (monje) del budismo tradicional? Entonces, en el zen encuentras una
comunidad abierta: los laicos también pueden alcanzar la iluminación en esta
vida, a veces en cosas inesperadas y en hechos habituales de la vida cotidiana.
Todos pueden descubrir la naturaleza-del-Buda que se haya en lo hondo de cada
ser humano, la unión y unión en el conjunto de la realidad. Refugio
en la Sangha.
Budismo
de Fe (Shin)
El hombre de la
sociedad moderna que considera más bien inadecuada para su salvación la total
responsabilidad propia del budista zen puede encontrar en el budismo de fe un
camino en el que lo único importante es la confianza en el Buda, más
exactamente, en el Buda Amida, el Buda del “paraíso occidental”.
En Japón, lo que tiene más adeptos no es el zen sino ese
budismo de fe o de Amida: sobre todo esa escuela verdadera de la Tierra pura (jodo
sin-sho), que nació en una época de crisis de la sociedad y de la
religión, en la Edad Media japonesa, en la época militar de los Kamakura: fundada en el monte Hiei por
Shinran Shonin (1173-1262), un coetáneo de los grandes maestros zen Eisai y
Dogen, pero también de Tomás de Aquino y de Buenaventura en Europa. Shinran
había sido iniciado en la fe en Buda Amida por su maestro Honen Shonin
(1133-1212), y desde entonces vio el único camino de salvación en la recitación
del nombre de Buda.
El punto de partida de su movimiento fue una crisis
completamente personal. Porque, de modo parecido a la experiencia que haría más
tarde en el cristianismo el monje Martín Lutero, el monje Shinran vivió la
experiencia de que las numerosas obras de la religiosidad tradicional no
aportaban la salvación. Así, Shinran rompe con la orden y la tradición
monástica. Desesperado por su incapacidad y por su inseguridad en la salvación,
abandona el monasterio del monte Hiei al cabo de veinte años. Se casa, funda
una familia y, primero entre los campesinos del Japón oriental, pero finalmente
desde Kyoto, propaga su doctrina: el mensaje de la Tierra pura. ¿Qué es para él
lo esencial de esa doctrina?
En un punto central de su mensaje, Shinran se opone a la
doctrina clásica budista. Según ésta, el hombre puede conseguir la salvación
por propias fuerzas jiriki,
es decir, sin un Dios clemente y sin intercesión de santos ni sacrificios de
sacerdotes. Pero Shinran, debido a su propia experiencia existencial, ha
llegado a la convicción de que el hombre sigue siendo un ser involucrado en sus
pasiones, sometido al karma. Es incapaz de salvarse a sí mismo, de superar por
sí mismo su sufrimiento. Ya sea monje o laico, hombre o mujer, letrado o
iletrado: sólo puede lograr la salvación
confiando en otra fuerza tariki.
Por tanto, sólo a base de fe, confiando por completo en la promesa del Buda
Amida amithaba. Que está sentado en una flor de loto, reina sobre
el paraíso occidental e irradia compasión y sabiduría infinitas.
Budismo
político-social de Nichiren
Si Shiran aparece como
una especie de Lutero del budismo, casi podría llamarse a otro reformador el
Calvino del budismo: Nichiren (1222-1282). Es coetáneo de
Shiran y Dogen, el gran maestro zen. Él también iba en busca de la verdadera
doctrina de Buda. Pero lo que fascina a Nichiren es el Sutra del loto, el Sutra del
Buda que predica su karma eterno en la eternidad. Él ha dado un sentido
completamente propio y lo interpreta de manera extraña y personal, con la
mirada puesta en una época de decadencia religiosa y con la esperanza en la
unificación de Japón y en una renovación religiosa.
Contribución
del budismo a una ética universal
Por todas partes se le
exige algo a persona individual. Cada persona ha de caminar por sí sola. El hombre
se convierte en lo que es. Se deviene un ser humano ejercitándose en el
comportamiento humano. Lo fundamental es olvidar en lo posible el yo,
ejercitarse en el altruismo. En ese altruismo que es condición indispensable
para que a todos los seres vivientes se les dispense:
v En
lugar de rechazo y discriminación, ilimitada benevolencia maitrí,
v En
lugar de frialdad e insensibilidad, universal compasión karuna,
v En
lugar de envidia y celos, callada alegría solidaria mudita y,
v En
lugar de ansia de poder, de éxito y de prestigio, serenidad inquebrantable upekkha.
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Küng, Haus, En busca de nuestras huellas, La Dimensión
espiritual de las religiones del mundo, México, Mondadori, Debolsillo, 2ª edición,
2013.
Historia
Universal, el Origen de las grandes religiones,
Perú, Salvat Editores, 2005, vol. 7.
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