jueves, 1 de marzo de 2018

(9) ENTREVISTAS CON MUJERES INOLVIDABLES

MARÍA CALDERÓN
"La Calderona"

No me causó mucha gracia aquella risa súbita en estallar y luego larga, picante y retrechera, con que aquella extravagante joven replicó a mi pregunta. Y no me la causó por tres razones que deseo conozcan ustedes.
Primera razón. Yo acababa de realizar un viaje algo incómodo, de más de cien kilómetros, dentro de una destartalada, sucia y detonante camioneta, sobre tierras asuradas por el sol de julio y no muy amenas, pese a las irrigaciones de los ríos Jarama, Henares y Badiel. Tragué el polvo a puñados, sudé sin alivio, aguanté los modales y las voces destempladas de mis heterogéneos compañeros de jaula, me irrité la garganta  y mis bronquios fumando cigarrillos. Y eso que debo reconocer que la Alcarria es una comarca cuya sugestión indudable enraiza en sus llanuras tiernas y en sus no broncas prominencias.
     Desde Brihuega aún hube de alargar mi viaje, hasta el valle de Utande, donde está enclavado el monasterio de monjas de Valfermoso, a través de un terreno pintoresco cuajado de risueñas y rojizas retamas y ríos recién nacidos. Mi estado físico, pues, cuando llegué al viejo monumento achatado, era muy lamentable.

Segunda razón. La estancia, alongada y desnuda, donde nos encontrábamos, aquella extravagante criatura y yo, pertenecía a uno de los monasterios más impresionantes y austeros de España: el de Valfermoso, fundado en 1182 por Juan Pascasio y su esposa..., ¡doña Flambia!, quienes, para dirigirlo por lo más estrecho de la regla benedictina, se trajeron de Francia a dos monjas de nombres realmente poéticos: Novila y Guiralda. Yo, antes de encontrarme a solas con aquella extravagante y -todo hay que decirlo- deliciosa criatura, había errabundeado bastante tiempo, entre perdido a gusto y buscón con anhelo, por claustros chatos en torno a un patio de salvaje vegetación, en cuyo centro palpitaba el salmo de una fuente; por corredores sombríos con laudas de borradas inscripciones; por salas sobresaltadas de ecos y rebozadas en una penumbra móvil, casi fantasmal; por un enorme refectorio, con un púlpito de piedra esquinado, largas mesas y largos bancos y delgados ventanos pétreos. Y, naturalmente, en peregrinación tan extraña como quien va rasgando el silencio y partiendo el polvo de un monumento abandonado desde muchos años antes a los murciélagos, lagartijas, arañas y sapos.

Tercera razón. Porque la pregunta que yo acababa de lanzar a la deliciosa y extravagante criatura, no la estimé motivo suficiente para tanto regocijo. ¿Qué cuál había sido mi pregunta? Ésta:
-¿Eres tú, María Calderón, antaño mujer adorada por un monarca y hoy aparición congruente a mi deseo, en cuya busca yo he recorrido kilómetros, paciencia, fervores, incomodidades y lirismo?

Pues bien, apenas cerré mi interrogante la extravagante criatura soltó aquella risa que no me hizo maldita la gracia. Seguro estoy que oyéndola, hinchada y coreada por el eco, quedaron transidos los murciélagos en sus mechinales; las lagartijas, en sus hendiduras; los sapos, bajo el limo del pilón; las arañas angulares, en la punta de sus redes de seda.

Las dos Calderonas

Permanecí nerviosamente callado hasta que terminó de reír.
-¿Tanta gracia te hizo que te preguntara si eras María Calderón, la amada de Felipe IV, que cantan tanto las leyendas como los infolios de grave historia?
-No ha sido tu pregunta la que movió mi regocijo, sino comprobar como tú, a estas alturas del siglo y de las investigaciones eruditas, aún crees que fue María Calderón la inmortal Calderona de romances y consejas, la amada de un rey y la madre del segundo don Juan de Austria.
-¿Y no lo fue?
-¡No!
-¿Quién lo fue entonces?
-¡Yo! ¿No venías buscando coloquiar con una inolvidable mujer? Pues aquí me tienes.
-¡Y quién eres tú?
-Juana Calderón, hija de Juan Calderón y hermana de María Calderón, cómica de la legua, amante de Felipe IV, madre del segundo hijo don Juan de Austria.

Quedé profundamente consternado. ¿Hablaba en serio aquella extravagante criatura? ¿Era posible que durante varios siglos los más ilustres investigadores hubieran insistido en tamaño error? ¿La celebérrima Calderona... era otra de la que ellos nos habían presentado con tanto ringorrango? Yo mismo, debo confesarlo, había escrito muchas páginas colaborando con la persistencia de la falsedad. Y de pronto...
-Entonces -balbucí-, María Calderón...
-María Calderón fue mi hermana mayor y mucho mejor cómica que yo. Las dos nacimos en Madrid; ella en 1599 y yo en 1611. Nuestro padre, Juan Calderón, tenía una covachuela sombría y cuajada de primores en la calle de Nuestra Señora de la Leche, próxima al camino de Atocha, y era muy amigo de la grey histriónica, siviéndola de apoderado para el cobro de los créditos, prestándole dinero e hipotecándole sus casas para mayor garantía del préstamo. Mi padre vendía ricas telas de seda y raso, valiosísimos tafetanes y espolines, pasamanos y bordados en oro y plata propios para los vestidos de la representación. El ambiente de aquel curioso comercio y la amistad con cómicos y cómicas determinó nuestra temprana vocación. ¡Qué maravillosa actriz fue María! La alabaron y la buscaron poetas como Lope, Tirso, Ruiz de Alarcón, Mira de Amescua... Uno de sus mayores éxitos lo obtuvo en el papel de "Fénix" de la comedia de Lope El amor con vista. Era morena, cálida, ingeniosa. Estuvo casada dos veces: con Pablo Sarmiento, farsante de muy escaso valer, y con Tomás de Rojas, también actor, pero de muy superior mérito. María formó parte principal de tres compañías famosas: la de Andrés de Claramonte, actor y autor; la de Juan de Morales de Medrano y la de Juan Bautista Valenciano. Con ellas representó muchas veces en el Corral de la Pacheca, en las plazas Mayor y la del Alcázar, en Toledo, en Aranjuez, en Sevilla. Fue actriz muy codiciada para hacer los "Autos" de las fiestas del Corpus en la Villa y Corte. Llegó a ganar cien reales por día. Pero los últimos años de su vida, muy enferma por las flechas empozoñadas de Venus, fueron harto desdichados. Murió de perlesía hacia el año 1640.

¿Cuál de las dos?

-Entonces María..., ¿no llegó a intimar con don Felipe IV?
-No llegó ni a verle de cerca.
-Entonces tú...
-Yo, por mi desdicha, sí llegué a intimar con él, contra mi voluntad y sin mi amor. Empecé a trabajar sobre las tablas cuando aún no había cumplido los trece años. Jamás llegué a recitar ni medianamente. Pero bailaba y cantaba con gran desenvoltura. Y físicamente fui... como ahora me ves. ¿A que no juras que te parezco hermosa? Y es que no lo soy. Mientras actué en público de decía de mí que "era mediana belleza, pero de un encanto singularísimo, con la voz tan graciosa y agradable que cautivaba a cuantos la oían".
-Dime, Juana, ¿Cuándo conociste al rey?
-En marzo de 1627. El conde-duque de Olivares, deseando tener siempre engolfado a don Felipe con los vicios y placeres sensuales, mandó formar una banda de cómicos para que representasen ante él. En aquella banda, para mi infortunio, formaba yo.
-¿Nunca habías amado?
-¡Oh, sí! había tenido ya mi primer amor, que fue el único y grande de mi vida: el duque de Medina de las Torres. Pero fue este inmenso amor mío quien, acobardado por las adminiciones de Olivares, me aconsejó que acudiera al aposento real.
-¿Ya estaba prendado de ti el monarca?
-Al parecer fue como un flechazo. Apenas aparecí en el escenario quedóse don Felipe como alelado y febril, confesando a su privado que mis encantos le eran necesarios para vivir. Antes de acudir a la real cita propuse a mi amado huir a Francia... ¡Y el gran cobarde poco menos que llegó a pegarme, ya que me zarandeó, poseído de un miedo insano! Según él, oponerse, más que al deseo real, a las órdenes del valido, equivalía a perder la hacienda y la vida.
-¿Y no fueron felices tus amores reales?
-No lo fueron. Me colmó el rey de honores y de joyas. Y pidió para mí a sus mejores poetas, madrigales, divisas y acrósticos conceptuosos. Y me defendió contra los celos de su esposa, doña Isabel de Borbón, mucho más hermosa que yo.

El balcón de Marizápalos

-¿Cuándo? ¿Cómo?
-Yo presenciaba una fiesta de cañas desde un balcón de la Plaza Mayor. Me vio la soberana y mandó que me desalojasen. Pocos días después, para desagraviarme de la pública ofensa, me asignó el rey, con carácter fijo, otro balcón de la plaza, esquina a la calle de Boteros, que desde entonces fue llamado el balcón de Marizápalos, nombre éste de una danza al compás de tres por cuatro que yo solía bailar acompañada por una guitarrilla. Pero, además, los amoríos del monarca me sirvieron para adquirir una fama proterva de mujer desgarrada. ¡Te juro que sólo el duque y el rey fueron mis amantes! Sin embargo, la maledicencia se cebó atribuyéndome incontables galanes. ¿No recuerdas la décima satírica?

Un fraile y una coronaun duque y un cartelista,anduvieron en la listade la bella Calderona.Bailó, y alguno blasonaque de cuantos han entradoen la danza, ha averiguadoquien llevó el prez del baile;pero yo aténgome al fraile,y quiero perder doblado.
-Y tuviste un hijo... ¿Fue, en verdad, su padre el rey?
-¡qué se yo! Jamás, a escondidas, dejé de verme con el duque. MI hijo más le parecía a éste que a don Felipe. ¡Yo siempre lo deseé hijo de mi gran amor! Y le puse a mi hijo mi nombre y el de mi padre: Juan...
-Se atribuye otra hija: Luisa de Orozco y Calderón.
-¡Gran paparrucha! Atiende: en el archivo de la parroquia de Valfermoso, en un legajo que contiene el registro de ingresos de devotos en la Cofradía de Santa María de dicho pueblo, se lee: "Año 1622. Entradas: doña María de los Ángeles y doña María de Orozco Calderón, religiosas". Es decir, que esa supuesta hija mía tenía, cuando menos, ¡la misma edad que yo! Pues desatinos semejantes son los que me atribuyeron , forjando la leyenda con mi falso nombre de María, las realciones y romances de la época, las obras curiosas y disparatadas de Leti y de la condesa D´Aulnouy.
-¿Y después?
-Después llegó mi gran dolor y la expiación de un pecado que me había sido impuesto. Me quitaron a mi hijo. Y me obligaron a encerrarme en un convento. ¡Destino éste universal, entonces, de las favoritas reales jubiladas!
-¿En este convento?
-Sí, en éste de monjas benedictinas de Valfermoso, en el valle de Utande, de la Alcarria, al que mi señor, el rey,  concedió magnánimo y en mi honor el título de real.
-¿Y llegaste a serenar tu espíritu en el claustro?
-Con la gracia de Dios llegué a resignarme primero, y luego a gozar del privilegio de la vocación.
-¿Es cierto que llegaste a ser abadesa?
-No lo fui. Viví muy pocos años. No me dio tiempo el tiempo para sentir en mí el beneficio de los poderes alcanzados por mi hijo.

El simulacro del arcángel San Rafael

-¿Me quieres explicar ahora por qué te has presentado ante mí vestida de modo tan extravagante?

Juana Calderón volvió a reír con muchas ganas. Estaba disfrazada de varón, con medias calzas, anchos gregüescos, botas de camino, coleto de ante y ceñido tahalí, del que pendía la espada de gauchos, y tocada con un sombrerillo de vistosas plumas que dejaban libres algunas guedejas rubias. En fin, como si fuera una actriz de comedia clásica de enredo a representar un papel masculino.
-¡Claro que sí te lo explicaré! Y por cierto que es una de las más curiosas anécdotas que habrás oído en tu vida. Entre las cosas de mi particular agrado que me traje al convento figuraba un retrato que me hizo Vicente Carducho, quien tuvo el capricho de representarme en varonil atuendo, porque así me creyó más airosa y atractiva. Pasaron los años -y más de un siglo de yo muerta-, y la humedad, y el polvo, y los calores, tomaron en gran parte en oscurecer y decolorar la pintura, hasta el punto de que las monjitas, viendo mis guedejas y espada, le creyeron retrato pío del arcángel San Rafael y lo colocaron en un altar, rindiéndole siempre mucha devoción y exvotos.
-¡Qué gran suceso!
-Y que lo digas. Mi equívoca apariencia motivaba una dilección indefinible para mis hermanas. Ellas... ¡tan soñadoras, tan frías! Sólo imaginaban tales rostros, tan febles, tan azules ojos a los arcángeles. Pero hace unos pocos años llegó a éste convento un sabio alcarreño, don Juan Catalina García. Llamó su atención mi borroso retrato, por ser pintura antigua y delatora de muy buena mano. Y como advirtiera la casi borrada inscripción de su ángulo bajo zurdo, cuál sería su estupor al percatarse que tal cuadro era nada más que la "vera effigie" de la famosa Caldrona! ¡Una pecadora presidiendo un altar y llevándose las preces!
-¿Y qué hizo el buen don Juan Catalina?
-Yo ceo que hubiera habido menos mal en callarse que en alborotar, ya que ante Dios lo único que cuenta es el convencimiento y la buena intención. Pero el ilustre alcarreño, escandalizado y sin dominar sus nervios, avisó a las monjas, reprochándolas que estuvieran, durante tantos años, rindiendo pleitesía a una vil comedianta.
-Supongo la escena impresionante que se desarrollaría...
-Muchas monjitas se desmayaron... y todas creyeron que en aquel suceso andaba la mano del demonio. Claro está que don Juan Catalina aconsejó que mi retrato fuera respetado. Pero apenas salió del monasterio el escrupuloso erudito, acordaron unánimes un auto de fe con el lienzo, y lo entregaron a las llamas.
-¡Qué pena! ¡Por tan lamentable escrúpulo monjil se ha perdido el único retrato de la auténtica Calderona!
-Así es y todo sea por Dios. Por ello he querido, con travesura infantil, que tú me vieras tal y cómo me retrató el pintor: rubia y alegre, ligera y retozona, con un atuendo que tantas veces lucí sobre los escenarios de los corrales de comedias. Creo que me estarás sumamente agradecido. Te he descubierto una verdad que tantos han ignorado y tantos aún ignoran, y he dejado que me contemples con toda la gracia humana que fue mi don irresistible hace más de trescientos años.

     Yo, inconsciente, di un paso hacia la Calderona. Y extendí mis brazos. ¿Fue mi intención, involuntaria, cerciorarme de su gravidez real enternecedora? Pero Juana Calderón, como un sueño, había desaparecido.

Imagen relacionada

María Calderón
Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Mar%C3%ADa_Calder%C3%B3n 

----------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Saínz de Robles, Federico carlos, Enigmas de cincuenta mujeres inolvidables, Madrid-Barcelona-México, DAIMON, Manuel Tamayo, 1963.



















No hay comentarios:

Publicar un comentario

  ¿Quiénes son los fascistas? Entrevista a Emilio Gentile   En un contexto político internacional en el que emergen extremas der...