lunes, 18 de junio de 2018


(3)EL MARONISMO



Los Maronitas-Maradates y la invasión árabe

La invasión árabe ocurrió en el siglo VII.

            Los cristianos del Medio Oriente estaban cansados del gobierno bizantino debido a que su conducta les inspiraba gran aversión. Por otra parte, los cristianos de esta región se encontraban igualmente divididos por las diversas herejías y debilitados por las disensiones internas. Sin ser los únicos, estos dos factores facilitaron la invasión árabe y la penetración del Islam en Siria, Líbano, Palestina, así como en todos los países del Medio Oriente.
            El Islamismo, nacido en la Península Arábiga, se impuso, pues, sin gran dificultad y un buen número de bautizados se aliaron a él. Sin embargo, la invasión del Cercano Oriente por los árabes, portadores del mensaje de Mahoma –muerto en el año 632- no cambió mucho la composición de la población. Estos árabes ciertamente invadieron y colonizaron territorios en donde judíos y cristianos estaban instalados desde hacía muchos siglos, pero esos judíos y esos cristianos no fueron todos arabizados ni islamizados, ya que diversas comunidades religiosas del Medio Oriente lograron mantenerse dentro del cristianismo y salvaguardar su identidad y su fe, incluso hasta nuestros días. A manera de ejemplo duremos, ¿qué podían hacer cien o doscientos mil invasores árabes sobre los cuatro o cinco millones que tenía entonces Siria? Ahora bien, entre esas comunidades que lograron conservar su lengua, su cultura, incluso su autonomía, estaban los Maronitas. Por lo tanto, las relaciones de estos últimos con los árabes datan de los principios del Islam. Nos limitaremos a ciertos acontecimientos ocurridos después de la invasión islámica, hasta la era de los Mamelucos, principios de la Edad Media. Ahora nos parece interesante explicar quienes fueron los Maradates o Mardaitas, ese pueblo del Medio Oriente que fraternizó con los Maronitas para formar una sola comunidad y hacer frente al Islam.
            Los Maradates son un pueblo de origen persa, que al emigrar, llegaron a establecerse, por contingentes sucesivos y en diversos períodos, al norte de Siria y Líbano. Algunos se instalaron en el poblado de Al-Jarjoumat, al norte de Siria; les llamaban los Jarájimat. De lo que se deduce, que los Jarájimat y los Maradates forman, históricamente, un solo y mismo pueblo. Con el tiempo se substituyó el nombre Maradates (Mared significa gigante) por el de Jarájimat, pues sus gentes eran gigantes y gallardos, colosos y conquistadores; sabían atacar y se ingeniaban en la defensa; fuertes y valerosos, brillaban en los campos de batalla al manejar sus armas.
            En cuanto a los lazos que existían entre los Maradates y los Maronitas, se explica: en el siglo VII, cuando ocurrió la invasión árabe, la Iglesia de Antioquia, no estaba aún dividida en dos grupos, a saber: la Iglesia Antioqueña, calcedonia maronita, y la Iglesia Antioqueña, calcedonia bizantina. En esa época la Iglesia de Antioquia abarcaba dos corrientes distintas: 1. La corriente maronita, que simbolizaba la cultura y la civilización siríacas y 2. La corriente bizantina, que representaba la cultura y la civilización griegas. A principios del siglo VIII estas corrientes e encarnaron en dos entidades eclesiales definidas: 1. La Iglesia Antioqueña sirio-maronita y 2. La Iglesia Antioqueña bizantina (cuyos adeptos son conocidos también con el nombre de rum). Los Jarájimats Maradates dependían de la entidad eclesial propia de los Maronitas; dicho en otras palabras, formaban ya un pueblo sirio, de lengua aramea, y cuya doctrina era la del Concilio de Calcedonia, sostenida y defendida, por los Maronitas. En suma, los Maradates que se establecieron al norte de Siria y de Líbano fueron bautizados por los monjes maronitas, mientras que los que se establecieron en Asia Menor fueron cristianizados por los bizantinos y tomaron el nombre de Rum-Maradates.
            Después de la invasión de Siria, los árabes debieron enfrentarse a los Maronitas que se habían atrincherado en la montaña libanesa. La historia rinde aquí homenaje al joven y gallardo Sem`an, un mogaddem o jefe militar maronita, que atacó a los musulmanes y los venció en varios lugares, sobre todo en Antelias y en Nhar-el-Kalb (Río del Perro). Mencionemos también que después de haber gobernado la región de Kesruan y vencido a los árabes en las planicies de Beqa y en el litoral del país, el “mogaddem” Sem`an entregó su alma a Dios y fue sepultado en el poblado de Baskinta que era, en aquellos días, la capital de Kesruan y cuyas fronteras limitaban al norte con Nhar-Ibrahim (Río de Abraham) y al sur con Nhar-Beirut (Río de Beirut).
            Durante esta época los Maradates-Jarájimats dependían del Gobernador de Antioquia pues Al-Jarjumat se encontraba en Siria Primera, cuya capital era la ciudad de Antioquia. Desde que empezaron los ataques musulmanes contra los Maronitas, los Maradates de Al-Jarjumat vinieron en su ayuda. Lo que llevó al historiador libanés Philippe Hitti, a decir que los pueblos siríacos afluyeron al Líbano y se fusionaron con los arameos que formaban la población original del país. De esta fusión surgiría la nación maronita que no deja de ser la comunidad principal del Líbano.
Guerra con los árabes
Desde un principio los árabes se dieron cuenta de que les sería muy difícil vencer a los Maronitas que, por una parte eran guerreros muy valientes, y por otra, tenían en la montaña libanesa su fortaleza inaccesible. Parece ser también que durante la guerra civil entre Mo`awiya y `Ali, los maronitas invadieron buena parte de Siria. Pero cuando Mo`awiya venció a las gentes de `Ali y se proclamó califa del Islam o “Vicario del Profeta Mahoma”, tuvo gran trabajo para dominar a los Maronitas y poner fin a sus asaltos contra el ejército en la planicie de Beqa, sus esfuerzos fueron en vano. Tuvo entonces la idea  de rodearlos por comunidades islámicas que, en rigor, pensaba él, formarían una especie de cinturón de seguridad y una línea de defensa contra los ataques fortuitos de los maronitas. Para llevar a cabo su plan hizo venir varias tribus de Iraq y de Persia (el atual Irán) y las instaló en la planicie de Beqa y sobre el litoral libanés, sobre todo en Baalbek, Hermel, Tripoli, Jbeil, Beirut y Saida. Estas colonias ciertamente habían aislado por todas partes a los hijos de Marun y les hacían muy difícil el contacto con las otras comunidades cristianas. A pesar de todo, estas medidas preventivas no resultaron en absoluto eficaces pues los maronitas, instalados en la montaña y ocultos en las grutas de los valles, seguían invencibles y dominaban las planicies y el litoral; además, el cinturón de seguridad previsto e instalado, tenía algunos cortes y dejó zonas libres que facilitaron a los maronitas sus infiltraciones e incursiones. Para remediarlo, el califa Abou-Ja`far El Mansour trajo otras tribus de la región de Al-Ma`arrat y las estableció en  Wadi-El-Taim al sur del Líbano. Pero esta vez el resultado fue mínimo y no estuvo a la altura de las precauciones tomadas.
            En cuanto al Califa Abed-el-Malak ben marwan, gracias a su genio y a su maldad, logró crear una escisión entre los maronitas y los otros cristianos del rito bizantino. En efecto este califa celebró con el Emperador de Bizancio, Justiniano Rhinotmete (Nariz Cortada), el “rey del rum”, un tratado de paz que estipulaba lo siguiente: el Emperador retiraría de la montaña libanesa doce mil combatientes Maradates y el califa le pagará, en contrapartida, mil dinares por semana, pensando así debilitar el potencial militar de los Maronitas”. Dicha estrategia, al contario de las anteriores, tuvo un cierto éxito, pero tampoco logró el resultado esperado, sobre todo porque los Maradates llamados por Justiniano, sólo eran “Maradates-Rum” o bizantinos, mientras que los de origen sirio, de cultura aramea, doctrina calcedonia e independencia maronita, permanecieron en el Líbano y éstos eran los verdaderos guerreros. Por reacción lógica estos Maronitas-Maradates se mostraron todavía más irreductibles e intratables que en el pasado; sus incursiones sobre el enemigo se multiplicaron y sus asaltos contra los hombres del califa fueron cada vez más frecuentes y más feroces. Para poner fin a esta situación, el califa tuvo que firmar con ellos un tratado de paz en el que se comprometió a pagarles cada año una fuerte suma de dinero y tratarlos como el Estado Islámico trataba a todo ciudadano convertido al Islamismo; es decir, los Maronitas ya no fueron considerados ciudadanos de segundo rango ni como enemigos, sino como ciudadanos ordinarios. Al disfrutar de este trato favorable, se emanciparon y se establecieron en Damasco –población de mayoría musulmana- y en otras ciudades; su religión fue reconocida en todas partes; circularon sin la menor discriminación por parte de los árabes y ya no se sintieron perseguidos. Sin embargo. Este lapso de paz fue, en realidad, relativamente corto y sólo cesaron con la llegada de los Cruzados a Levante, a finales del siglo XI. Cuando los Cruzados abandonaron el Oriente, el año 1291, se inició la dinastía de los Mamelucos. Originalmente éstos eran esclavos que destituyeron al Sultán Ayubite, en Egipto, y se apoderaron del poder del califa. Vino después la dinastía de los Otomanos en Turquía, y nuevamente los Maronitas tuvieron que luchar contra el Islam.
            Con la llegada de los Mamelucos al poder, los Maronitas se encontraron totalmente aislados de Occidente pues los nuevos jefes de la región al temer que los cruzados regresaran a Levante, se mostraron ansiosos de reforzar su imperio e impedir todo vínculo con Europa. Para lograrlo destruyeron los puertos y fortalezas, sobre todo las de Beirut y Saida, que habían sido las fortificaciones de los Cruzados. Por esta razón, al conceder el firman, o diploma de investidura, a los patriarcas bizantinos, los mamelucos les prohibían de manera rigurosa cualquier relación con el extranjero. Lo mismo sucedió con la dinastía de los Otomanos. A manera de ejemplo citaremos las condiciones que incluían un firman concedido a uno de los patriarcas melquitas: “Que se guarde cuidadosamente de ocultar alguna carta dirigida a él por un monarca extranjero, o de escribirle, o hacer algo parecido. Que evite el mar y no se exponga…”. Durante todo el reinado de los Mamelucos las relaciones entre los Maronitas y el occidente cristiano estuvieron prácticamente interrumpidas y la correspondencia entre ellos y la Santa Sede fue muy escasa.
            A fines del siglo XIII los Mamelucos se apoderaron del poder y se convirtieron en los amos de todo el Oriente Medio. Dividieron su imperio en seis reinos mamlakat o subprefecturas niyabat: Damasco, Alepo, Hama, Trípoli, Safad y Karak (Transjordania). A la cabexa de cada una de estas provincias pusieron un virrey naieb que representaba al Califa; con este título el virrey estaba investido de un poder especial para administrar su pequeño reino y gobernarlo dentro del cuadro de una autonomía interior, pero de una dependencia total del Imperio. En suma, el reinado de los Mamelucos se caracterizó por un periodo de anarquía, corrupción y de carrera tras el poder; poder que conseguía el que pagaba más; por lo tanto, las personas calificadas quedaban al margen.
            Durante esta época, la mayoría de los maronitas vivía en la región de Líbano y por ello dependían del virrey de la provincia de Trípoli. Lograron organizar su nación al dividirla en varios distritos y dar el mando a jefes traídos de la nación maronita, llamados moquaddem, o encargados. Estos debían ayudar al patriarca, jefe supremo de la nación, en los asuntos de la Iglesia, en particular en los asuntos particulares. De esta manera los maronitas pudieron conservar su autonomía a pesar de la ruptura forzada de su nación con la Europa cristiana y con la Santa Sede, a pesar de su sumisión al régimen islámico de los mamelucos. Sin embargo, debemos señalar que el régimen de éstos últimos fue menos fanático que los otros regímenes islámicos que soportó el Oriente, debido a que los mamelucos fueron reclutados entre los esclavos blancos: eslavos, griegos, tcherkesses, turcos, quienes servían como guardia personal del califa; no eran, por tanto, musulmanes de sangre árabe, lo que explica su tolerancia y su menor fanatismo en relación con los cristianos.

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            Bajo la dinastía de los Mamelucos la región de Kesruan ya estaba habitada por musulmanes chiitas, es decir, los adeptos de Ali Ibn Ali Taleb, quien fuera vencido por Mo`awiya. Los chiitas formaban y siguen formando, una comunidad rival de los musulmanes sunitas que se consideran descendientes directos de Mahoma.
            En 1305 los Mamelucos sunitas desencadenaron una batalla sin cuartel contra los chiitas del Líbano para exterminarlos o, cuando menos, para lanzarlos fuera del territorio de su imperio. Masacraron a muchos, quemaron sus hogares y saquearon sus propiedades; sólo pudieron salvarse aquellos chiitas que lograron cruzar la frontera y huir. El distrito de Kesruan quedó totalmente destruido y deshabitado. Al atacar a los chiitas de Kesruan, los mamelucos prohibieron igualmente a los drusosreligión de origen islámico imbuída de la filosofía platónica- propagarse en el país, y los obligaron a permanecer en la zona que se les había asignado. Para los maronitas fue ésta una ocasión propicia para emanciparse y extenderse al centro del país. Atravesaron el río de Nahr-Ibrahim y se instalaron en la región de Kesruan. Los mamelucos, sin darse cuenta, abrieron así la puerta a la comunidad cristiana de los maronitas para dominar definitiva y totalmente el Líbano.
            Para terminar, digamos que los maronitas jamás capitularon frente a los árabes o al Islam. Más bien, disfrutaron en medio de las vicisitudes de su existencia, de una cierta autonomía interna. Incluso lograron, en ciertas épocas, cobrar impuestos y no pagarlos. Jamás aceptaron que sus patriarcas solicitaran del califa o del sultán, el firman o diploma de investidura. Las otras comunidades cristianas del Imperio Islámico de Levante, desde la invasión árabe del siglo VII hasta la caída del Imperio Otomano en 1918, debían solicitar el firman, con excepción del patriarca maronita. Ni las amenazas, ni las promesas, ni los halagos, ni las seducciones fueron suficientes para inducir al Patriarca maronita a solicitar el diploma de investidura. La única ocasión en que éste tuvo que solicitarlo fue durante la primera Guerra Mundial (1914-1918). El patriarca Elías Howayek se vio obligado a pedir a la Puerta Sublime el firman.

Los Moqaddimin Maronitas

El término moqqaddem significa, etimológicamente, el encargado. Los moqaddimin, plural de moqaddem, son los líderes maronitas, jefes civiles y militares, personas notables o extraordinarias, que ayudan al Patriarca en la administración de los asuntos temporales de la Iglesia. Su función constituye una participación civil y popular con el gobierno autónomo que gozaba la Iglesia maronita en virtud de un favor particular concedido por el régimen del que ella dependía.
            Los Moqaddimin eran personas preparadas para desempeñar sus tareas; rendían servicios importantes a su nación y la preservaban de la dominación de los conquistadores y usurpadores. Gracias a ellos, a su valor y dedicación, la Iglesia maronita, vivió periodos de gran prosperidad. Para los Maronitas el prototipo de moqaddem sigue siendo el joven Sem`an, que combatió contra el Islam.
            En un principio correspondía al patriarcado nombrar al moqaddem o bien destituirlo. Además de su función temporal y de su título secular, el Patriarca, en ocasiones, concedía a ciertos moqaddimin el subdiaconato, orden menor entre los maronitas, con objeto de que pudieran gozar de cierta preminencia sobre los laicos durante sus ceremonias litúrgicas. En un momento dado el cargo de moqaddem fue hereditario y su número se elevó a treinta, por lo que se formó un ejército de los más poderosos. Desgraciadamente es cierto que el moqaddem de Becharri, al norte del Líbano, Abdel-Mon`enm Ayub II, se desvió de sus principios en el siglo XV y fue causa de problemas en el seno de la Iglesia Maronita; simpatizaban con los jacobitas y sus principios monofisitas y favoreció a esta secta defendiéndola y autorizándola a construir una iglesia cercana a su propia casa. El Patriarca José Pedro (o José II Ibn Hassan, del poblado de Hadeth cerca de Becharri) se alarmó y tomó  de Becharrisus hombres derribaron los diversos obstáculos y desconocieron las resoluciones tomadas por el Patriarca. Agotada su paciencia éste tuvo que recurrir a la fuerza y, en 1488, atacó al citado moqaddem y a sus protegidos; los habitantes de Ehden, poblado vecino, famosos por su valor, limpiaron la región de estos perturbadores. El país recobró la paz y el Patriarca accedió a que el hijo de Abdel Mon`em fuera el nuevo moqaddem. Sin embargo, el moqaddem Abdel Mon`em es una excepción en la historia de los moqaddimin maronitas. Su conducta provocó gran oposición y enojo, solamente por lo que se refería a la ortodoxia, sino también porque el moqaddem de Becharri tenía preminencia sobre los demás.
            El año 1621 marca el eclipse del cargo del moqaddem maronita. En esa época el gran emir Fajreddin II El Ma`ni unificó el país, tierra y pueblo, e hizo de él un solo emirato o principado que disfrutaba de autonomía interior total en el seno del Imperio Otomano. Se había convertido en el príncipe omnipotente. Destituyó a todos los moqaddimin de la nación maronita y llamó a otros notables de la comunidad, en particular a los de las familias El Kazen y Hobaich, quienes se convirtieron en sus consejeros y colaboradores más cercanos en el gobierno del país. Estos notables maronitas participaron en la administración del Emirato unificado y en el mando del ejército; su poder tanto civil como militar, se extendía desde el sur del Líbano hasta la región de `Akkar en el extremo norte del país. Debido a ello, el poder del que disfrutaban los moqaddimin se debilitó a medida que crecía el poder del Emir y se convirtió en un simple título honorífico. Cuando el Emir fue derrotado y desterrado a Constantinopla, los moqaddimin volvieron a tomar el poder.
            En resumen, el Patriarca maronita disfrutó en el transcurso de los siglos, de todos los poderes espirituales y temporales como jefe supremo de su comunidad. El moqaddem, debía ser, con respecto a sus compatriotas, una persona de gran valor, un experto jefe militar, un juez leal y justo capaz de solucionar los conflictos y resolver los litigios al dar a cada uno de lo que le correspondía, un defensor intrépido de los pobres para impartir justicia a los necesitados y oprimidos, un cristiano comprometido, un maronita piadoso, casto y puro, en fin, un hombre de bien.

Los Maronitas y los Cruzados

Las cruzadas fueron las expediciones militares organizadas por los cristianos de Europa para liberar la Tierra Santa, en particular el Santo Sepulcro, dl que los musulmanes se habían apoderado y lo habían violado. A título de ejemplo diremos que en el año 936 los musulmanes prendieron fuego al Santo Sepulcro después de haber saqueado y robado todo lo que había en él. Y en el año 1009 Al Hákem, gobernador fatimita de Egipto, destruyó miles de iglesias, incluyendo la del Santo Sepulcro que para ese entonces los cristianos habían restaurado. Durante la Semana Santa los cristianos tenían la costumbre de salir en procesión de Jerusalén con cruces y banderas. Ese año el Hákem prohibió dichas procesiones e hizo demoler, piedra por piedra, la Iglesia del santo Sepulcro y otros santuarios de Palestina y Egipto. Fue entonces cuando el Occidente cristiano, indignado ante los hechos, decidió emprender una expedición a Oriente para liberar los Santos Lugares y proteger a los cristianos que se encontraban en Líbano, Siria y Palestina, y ponerlos al abrigo de las vejaciones de que eran víctimas por parte de los musulmanes. De ahí el llamado a las Cruzadas.
            La idea de la Cruzada fue recibida con gran alegría por príncipes, papas y obispos, quienes exhortaban a los cristianos y a sus gobernantes a emprender la expedición. En 1095, el Papa francés Urbano II animó a todos los países de Europa a asumir esta responsabilidad que en realidad les incumbía. Fueron ocho las expediciones sucesivas, de 1095 a 1291, es decir, a lo largo de ciento noventa y seis años.

Lazos

Lo que nos interesa son los lazos que existieron entre los Maronitas y estas expediciones militares realizadas durante la dinastía de los Abasidas. Los califas Omeyas gobernaron Levante desde el año 611 hasta el año 750 de nuestra era, periodo durante el cual la capital y centro de su imperio fue la ciudad de Damasco. Los califas Abasidas se adueñaron del poder en el año 750: doce años más tarde, en 762, se trasladaron a Bagdad y permanecieron en el poder hasta el 1258. Al abandonar Damasco por Bagdad, el califa transformó involuntariamente Siria, Líbano y Palestina en un vasto campo cerrado; a causa de su alejamiento, estas provincias se convirtieron en el centro de todas las intrigas y agitaciones del imperio. Siria, “encrucijada de las naciones” era presa deseada por todos los conquistadores; durante casi tres siglos fue una y otra vez tomada y retomada, incendiada y bañada en sangre. Frente a estas luchas continuas los Maronitas debieron reforzar sus ~conservar su relativa autonomía. Durante este periodo los moqaddimin desempeñaron un gran papel. También los notables, grandes propietarios y paisanos maronitas, sintieron de nuevo la necesidad de unir todos sus esfuerzos y de agruparse para coordinar mejor su defensa y salvaguardar su identidad. La llegada de los Cruzados a fines del siglo XI constituyó un refuerzo efectivo para el potencial militar maronita, y la tabla de salvación para esta comunidad rodeada por todas partes del mundo islámico. Por esta razón, agotados en su resistencia, se apresuraron a recibir a los Cruzados al considerar su llegada como una gracia del cielo; los mismos Cruzados estimaron la presencia de los Maronitas en esta región de Levante como una bendición celestial, pues, como lo veremos, fueron preciosos auxiliares, guías devotos, militantes experimentados y guerreros intrépidos. Maronitas y Cruzados se entendieron de maravilla y se dieron ayuda y formaron un solo y mismo ejército. Los Cruzados sintieron una profunda alegría al descubrir la comunidad maronita cuando todos los países de Europa pensaban que a partir de 1054 el catolicismo se había convertido en monopolio de la iglesia latina.

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            En la primavera de 1099 los Cruzados, al proseguir por su ruta, llegaron a la ciudad de `Akka, del distrito de `Akkar, Líbano Norte, en donde celebraron la fiesta de la Pascua. Un buen número de maronitas que desde el primer momento iban a la vanguardia, participaron en esa ceremonia. Guillermo de Tiro, el historiador de la Cruzada, al hablar de los Maronitas dice lo siguiente: “son gentes que habitan la Fenicia, entre la tierra de Líbano y la ciudad de Jbeil…; son muy audaces y dispuestos para las armas y han sido de gran auxilio para nosotros los cristianos”. Otros cronistas señalan el valor de estos católicos orientales que “los Cruzados vieron descender de las montañas con víveres y armas, Orientales que gritaban: ¡Francos, Francos! Eran Maronitas que desde hacía cuatrocientos años habían empezado la cruzada y que venían con alegría a ofrecerse como guías y guerreros”.
            En efecto, atravesar el litoral fenicio presentaba grandes dificultades para los que ignoraban sus pasos y desfiladeros. Los maronitas, consultados sobre la ruta a seguir, indicaron a los Cruzados el camino para llegar de manera segura a Jerusalén.
            Con la pérdida de los Señoríos latinos y la aprehensión del Patriarca, los Maronitas, enloquecidos, comenzaron a abandonar la montaña libanesa para dirigirse con los Cruzados vencidos hacia la Isla de Chipre, en esa época era colonia europea. El gobernador, Guy de Lusignan, abrió las puertas de la isla, no solamente a los Francos lanzados de sus dominios, sino también a los Maronitas que buscaban refugio en ella.
            Creemos de interés mencionar el renacimiento cultural y artístico que tuvo el Líbano con la llegada de los Cruzados, quienes construyeron además de fortalezas y ciudadelas, magníficas iglesias, como la de San Juan Marcos en Jbeil (Biblos), y suntuosos monasterios como el de Balamend, en Líbano norte.

Los Maronitas no permanecieron ajenos a esta actividad artística; construyeron a su vez numerosas iglesias, la mayor parte de las cuales aún se conserva, como las de Hattum, Mayfuq, Hilta, Raschkide, Bahdidat, Ma`ad, Smar-Jbeil, etc.

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 Mahfouz, Joseph Dr. (O.L.M.), El Maronismo, eso que une al hombre con el Hijo del Hombre, (Compendio de Historia de la Iglesia Maronita Católica), México, Ed. Centro de Difusión Cultural de la Misión Libanesa de México, 1987.



Patriarca Elías Pedro Howayek, centro a la izquierda.


Siglo VIII



San Juan Marcos en Biblos (Jbeil)



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