martes, 26 de junio de 2018


(4)EL MARONISMO



Los Maronitas bajo los Otomanos


La era de los Cruzados y del Reinado Latino en Levante terminó en 1291; empezó entonces el periodo de los Mamelucos, famoso por su decadencia y su incuria debido a que, estos por su origen, eran esclavos que se habían apoderado del poder en Egipto y lo habían expandido a todo el Medio Oriente. La dinastía de los Mamelucos se distinguió también por su incompetencia e ignorancia; algunos eran totalmente analfabetos, mientras que los Cruzados habían dotado a Levante de una gran civilización y una vasta cultura artística. Los Maronitas se volvieron a su montaña libanesa en la que se atrincheraron después que los mamelucos pusieron fin a todo contacto con el Occidente cristiano. Sin embargo, esta política aislacionista tuvo que ser abandonada muy pronto pues los mamelucos se dieron cuenta de que no podían prescindir de Europa, aunque fuera cristiana, y aceptaron la necesidad de conservar el comercio europeo debido a que Europa seguía siendo el principal consumidor de los productos de Oriente. Además, el europeo, por su parte, proporcionaba a Levante las materias primas de que éste carecía. Y para sorpresa de ciertos gobernadores orientales, el europeo había demostrado ser, en general, un cliente honesto y que siempre pagaba puntualmente.
            Esta toma de conciencia de los Mamelucos por los intereses materiales y económicos del país favoreció la reanudación de las relaciones entre el Levante musulmán y el Occidente cristiano sobre la base de concesiones mutuas. A partir del siglo XIV podemos observar el establecimiento en Oriente de la institución consular, por primera vez, con el principio de extraterritorialidad a fin de facilitar el tráfico comercial y la venta de los productos autóctonos.
            Durante el reinado de los Mamelucos, el Imperio bizantino vivió un periodo de decadencia que terminó en 1453, con la caída de Constantinopla. Los Sultanes Otomanos se apoderaron entonces del poder en esa región de Asia Menor y decidieron penetrar en todo Levante. El Sultán Selim I inició una expedición contra los Mamelucos y los derrotó en Marge-Dábeq, en el norte de Siria. Entró en Alepo sin disparar un tiro y prosiguió su marcha hacia Egipto, en donde, en 1516, se convirtió en amo absoluto. El sultanato mameluco, que había dominado Líbano y Siria alrededor de dos siglos y medio, fue aniquilado por Selím, quien trasladó el poder de Egipto a Constantinopla. Constantinopla se convirtió en el centro del Imperio Otomano. El invasor otomano no realizó la conquista de Siria, Líbano y Palestina; más bien se limitó a tomar nota de su resignación pues dichos pueblos trataban ya de deshacerse del yugo de los Mamelucos, en especial d sus representantes locales que los agobiaban con impuestos cada vez mayores. No es sorprendente, pues, que los Sirios y Libaneses, agotados, hayan demostrado simpatía hacía los Turcos, con la esperanza de recuperar su independencia.


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Al llegar al norte de Siria, Selím I hizo un llamado a todos los emires o gobernadores locales de Líbano para que acudieran en su ayuda. Respondieron los drusos de la dinastía Ma`an y los de la nación maronita; los Ma`anides incluso combatieron a su lado hasta la victoria final. En cuanto a los otros emires drusos, en particular los Tannujites, hicieron oídos sordos al llamado del turco; por ello éste favoreció a los Ma`anides al concederles autoridad y prestigio en todo el Chouf, parte septentrional de Líbano, y darles el título de emires de la montaña. Recompensó al emir `Assaf por haberse declarado a su favor en contra de los Mamelucos y le otorgó el poder, al igual que a sus descendientes, en el distrito de Kesruan y Jbeil, con una autonomía interior absoluta. Trató también a los Maronitas con la benevolencia merecida al concederles autonomía interior y respetar todos los privilegios que gozaba su Patriarca; eximió a éste del firman o diploma de investidura.
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            Convertido en amo de la situación, Selím I se ocupó de la organización del país. N el Líbano y Siria conservó las antiguas circunscripciones territoriales y mantuvo y mantuvo hasta fines del siglo XVI los seis reinos o niabat de Damasco, Alepo, Hamat, Trípoli, Safad  en tiempo de los mamelucos; el Medio Oriente tuvo en esa época una nueva organización: fue dividido en tres circunscripciones o Wilayát: Damasco, Alepo y Trípoli; nombró un pacha para cada una de ellas; cada circunscripción abarcaba varios sandjaks o prefecturas. El wilayát de Trípoli gozaba de un prestigio muy especial debido a su posición estratégica, pues incluía la región `Alauites, la de la montaña libanesa y todo el litoral libano-fenicio hasta la ciudad de Beirut. Esta ciudad dependía de la circunscripción de Damasco al igual que las ciudades de Jerusalén, Gaza, Nablus, Palmira y Saida. En el año 1660 la ciudad de Saida fue separada del wilayát de damasco por considerarlo conveniente la Puerta Sublime y se convirtió en circunscripción independiente con objeto de ejercer un mayor control sobre la montaña libanesa.
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            Al iniciarse el dominio otomano la mayoría de los Maronitas vivía en Líbano norte y dependía, desde el punto de vista político y administrativo, del gobernador de Trípoli. Este, sin embargo, por recomendación del conquistador turco, concedió al Patriarca maronita y a sus colaboradores la administración interna de su nación, como en el tiempo de los mamelucos; el moqaddem de Bécharri conservó igualmente la preeminencia sobre los moqaddimin de Jbeil, Batrún y Hadeth. En cuanto a la región de Kesruan, los Banu`Assaf, gobernadores del distrito, establecieron su capital en Ghazir. El más notable de estos `Assafites fue el emir Mansour, quien reinó de 1522 a 1580, y logró extender su influencia desde Beirut hasta `Arqa, distrito de `Akkar, en el norte del país. Eligió como sus más cercanos colaboradores a los notables de la familia maronita Hobaiche, oriundos de Yanuhh; favoreció también los asentamientos maronitas en todo el Kesruan, al brindarles ayuda y apoyo. De allí los maronitas se dirigieron a la región de Chuf y el Sur del Líbano.
            El reinado de los Banu `Assaf se distinguió por un espíritu abierto y de libertad religiosa y es una de las páginas más gloriosa de la historia del Líbano y del Maronismo bajo la dinastía de los otomanos. En efecto, firmaron con los Hobaiche un tratado de coexistencia entre cristianos y musulmanes que se centró particularmente sobre el respeto mutuo de ambas comunidades ya que tuvo como base, no la ley del Corán, sino los derechos humanos. Este tratado resultó por demás eficaz; fue incluso el primer pacto firmado sobre tierra libanesa entre cristianos y musulmanes; promovió la causa de la unidad nacional y fue el punto de partida para la creación de la nación libanesa en sus dos alas: la cristiana y la musulmana.
            El Imperio Otomano duró alrededor de cuatro siglos que para el Líbano y el Maronismo fueron los más sombríos y menos liberales, con excepción del periodo `Assafite. ¿Cuántos maronitas fueron dispersados, oprimidos y martirizados a lo largo de la dinastía otomana? ¿Cuántos patriarcas y obispos maronitas fueron maltratados y perseguidos y tuvieron que huir a las montañas, ocultarse en los valles para mantenerse al abrigo de la tiranía de los gobernadores turcos y de sus representantes? Sin embargo, el reinado del emir Fakhreddine II Ma`an (1590-1633) es una excepción.

Bajo su gobierno los maronitas recuperaron el aliento y vivieron un periodo de paz, tranquilidad y prosperidad, debido sobre todo a que ese gran emir no fue en absoluto fanático y respetó todas las religiones. Bajo su gobierno se realizó la unión nacional: por primera vez, cristianos, drusos, musulmanes sunitas y chiitas, se entendieron de maravilla. Los Maronitas, sintieron una completa confianza en él, especialmente cuando nombró a uno de ellos, cheij Abu-Nader El Jazen, su primer consejero e intendente para la administración de los asuntos de su principado.
            Fakhreddin accedió al poder a la edad de 19 años, bajo el pontificado del Patriarca Sarkis (Sergio) E- Rizzi  (1583-1597). Su padre, el emir Qorqomaz, se vio obligado a huir para evitar la cólera de la Puerta Sublime desencadenada contra él; abandonó a sus dos hijos, Fakhreddin y Yunes, y a su esposa Sitt Nasab, mujer inteligente y enérgica quien, para proteger a sus hijos de las persecuciones otomanas, se refugió con los cristianos. Llegó a Balluni, poblado del distrito de Kesruan y fue huésped del Cheij Abi Sacre El Jazen quien se encargó de la educación de los niños, considerándolos como propios. Les inculcó los principios de justicia y honor y les enseñó el arte de gobernar. Permanecieron bajo su protección hasta el día que el gobierno de Estambul los perdonó y les concedió el derecho de recuperar el poder que correspondía a su padre ya muerto. Su tío los llamó a Ba`aqlin y confió al mayor, las riendas del poder; se convirtió así en el Emir Fakhreddin II de la dinastía Ma`an. Desde que tomó posesión de su principado nombró a Cheij Abi Nader El Jazen intendente de sus asuntos. Trataba de recompensar a la noble familia maronita que los recibió con tanta benevolencia cuando estaban en desgracia y se mostró abierto a todas las razas al condenar desde un principio en fanatismo confesional que era y sigue siendo causa de todas las desgracias del país. En suma, él pensaba en la creación de una nación libanesa unificada. Afortunadamente en esa época ocupaba la Sede patriarcal Jean Majluf, a quien sucedió Georges  `Amira; ambos patriarcas fueron consejeros experimentados y un apoyo sin igual para el joven emir que a su vez poseía una gran inteligencia y una voluntad férrea. Era además muy ambicioso y deseaba extender su principado. Aunque enamorado del poder, siempre se mostró agradecido a sus benefactores y fiel a la educación recibida en el hogar de los Jazen.
            Poco a poco el joven y dinámico Emir realizaba sus proyectos de expansión territorial; agrandaba la geografía de su principado al anexarle otros emiratos. Al principio, la Puerta Sublime no protestó, pues dichos emiratos sólo le causaban problemas. Los mismos libaneses, cansados del feudalismo, estaban satisfechos; desde hacía mucho tiempo deseaban la unificación del país bajo un solo jefe y estaban conscientes y convencidos con la obra del joven Emir quien, en su opinión, era el mejor calificado para fundar una nación libanesa unificada. Fakhreddin II se dio cuenta del potencial moral y material que poseía el Maronismo en el Líbano y Medio Oriente. Comprendió también, desde el principio de su reinado, que debía colaborar con el patriarca maronita en el interior, y con la Europa cristiana en el exterior; si no lo hacía, le sería difícil realizar sus sueños. Por esta razón pedía consejos del Patriarca maronita en todos los asuntos de importancia, consejos que tomaba en cuenta. Además, Cheij Abi Nader El Jazen, su intendente, se convirtió en el hombre todopoderoso del reino; el gran contingente de su ejército estaba formado por maronitas. Gracias a su genio y a su discreción, pudo también plegar a su política a las grandes familias libanesas como los Harfuch, Chéhab, Arselan y los Abillama. Firmó después un pacto con `Ali Janbulad, gobernador de Alepo, de origen kurdo y antepasado de los Jumblat. Eligió a los miembros de su gobierno no por su religión ni por favoritismo, sino de acuerdo con su competencia y espíritu nacionalista. El gobierno así elegido demostró ser fuerte y capaz de imponerse. En pocas palabras, puso fin a toda la discriminación religiosa que existía antes de su acceso al poder y consiguió llevar a la práctica todas las decisiones que tomaba.
            En cuanto a su política exterior, firmó diversas alianzas con Europa, especialmente con el Gran Ducado de Toscana y permitió a los religiosos francos, franciscanos, capuchinos y otros, establecerse en el Líbano, lo que reforzó las relaciones entre el Líbano y Occidente.
            Fakhreddin II se sentía muy seguro de sí mismo y tenía plena confianza en su poderoso ejército. La economía de su país era más fuerte que nunca, aunque pagara con puntualidad y sin la menor objeción todos los impuestos. En ningún momento puso en duda la fidelidad de los cristianos libaneses, en particular de los maronitas, ni de los europeos. Su ambición lo llevó a dirigir su mirada hacia Estambul, que tardó demasiado tiempo en adivinar la ambiciones de este Emir Ma`anide; ignoraba que su intención era adueñarse dl poder y poner fin al sultanato turco en el Medio Oriente.
            Para lograr sus objetivos Fakhreddin II debía contar, por una parte, con su ejército considerado ya como invencible, que avanzaría desde Oriente; y por la otra, con el ejército europeo que atacaría desde Occidente. La ciudad de Estambul sería sitiada y conminada a rendirse y él se convertiría en el amo de todo Levante. Para ello multiplicó sus contactos con los países de Europa; fomentó el comercio entre ellos y Líbano estableciendo consulados y cámaras de comercio en las grandes ciudades de su reino, al favorecer sus relaciones con los príncipes cristianos y reafirmar su confianza mutua. Después, de acuerdo con el Patriarca maronita Lean Majluf, envió al Vaticano y a Florencia al obispo Georges `Amaira, quien más tarde sería nombrado Patriarca. `Amaira viajó a Roma para entrevistarse con el Papa Urbano VIII, y a Florencia, en donde se reunió con el Gran Duque Fernando I para establecer una alianza Líbano-europea y terminar con el Sultanato turco. Más tarde el propio Emir visitó Europa en dos ocasiones para poner a punto la realización del proyecto.
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            Todos los preparativos de la expedición militar, tanto en el interior como en el exterior parecían estar a punto. El Emir Fakhreddin, el Patriarca maronita y sus colaboradores se sentían plenamente satisfechos. Sin embargo, como decía Victor Hugo: “lo que siempre debe prevenirse es lo imprevisible”, cosa que desafortunadamente el gran Emir no hizo o no pudo hacer. Desde el momento en que inició la ejecución de su proyecto se encontró solo en el campo de batalla. De un lado la peste azotó a Italia y el Gran Duque Fernando I, muy preocupado pues ignoraba la forma de combatir la epidemia que asolaba al país, dejó de enviar las municiones que necesitaba el Emir. Por otro lado, la “Guerra de los Treinta Años” pesaba excesivamente en la Europa cristiana; esto provocó nuevos problemas al papado, que tampoco pudo enviar al Emir la ayuda ofrecida. Por todo ello, la Puerta Sublime, notificada de esta confusión, empleó su potencial militar para detener la marcha del ejército libanés al que derrotó sin gran dificultad. El Emir se vio obligado a capitular y fue desterrado a Estambul; el sueño de un Gran Líbano se desvaneció con él.
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            Siempre nos hemos preguntado ¿de dónde extrae el Maronismo su fuerza invencible y ese poder que se afirmaba de generación en generación? La Iglesia Maronita era efectivamente fuerte pues siempre permaneció alrededor de su Patriarca en cuerpo y alma. Gozaba también de un gran prestigio gracias al apoyo que le concedía la santa Sede y los países europeos, Francia en particular, país que puso oficialmente a la nación maronita, jerarquía y fieles bajo su protección; la Santa Sede jamás dejó de apoyar a los maronitas ni de brindarles ayuda tanto moral como material. A fines del siglo XVI fundó el Colegio Maronita que a su vez influyó en la reforma administrativa, eclesial y monástica de la Iglesia Maronita bajo el imperio otomano; los prelados y sacerdotes que se formaron en dicho colegio estuvieron siempre preparados para cumplir con sus tareas. Entre ellos destaca Monseñor Joseph-Simón Assémani, encargado por la Santa Sede de presidir, en al año 1736, el Síndo de Monte Líbano de la Nación Maronita.
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            Con la partida del Emir se pasa una hoja del libro de la historia y terminan sus miras ambiciosas de formar un Gran Líbano. Su sobrino, el Emir Melhem, hijo del emir Yunnes, le sucedió en el trono en el momento en que el obispo Georges `Amaira sucedía a Juan Majluf en la sede patriarcal. El Emir Melhem dirigió una invitación oficial al nuevo patriarca quien la aceptó y dejó su sede en el monasterio de Qannubin para dirigirse a la ciudad de Deir-el-Qamar con un gran cortejo de notables y jefes maronitas. Al llegar al palacio del emr, éste lo acogió a la entrada del gran patio, después entraron juntos en el enorme salón mientras las fanfarrias tocaban los himnos nacionales en honor del distinguido huésped. Melhem le ofreció hospitalidad en el propio palacio, incluso instaló una capilla para la celebración del “Santo Sacrificio de la Misa”.
            Durante la estancia del Patriarca en Deir-el-Qamar, el Emir le informó sobre la actitud hostil de la Puerta Sublime hacia él; se rehusaba a reconocerlo como el auténtico sucesor de su tío y pidió al patriarca que intercediera ante la Santa Sede para ayudarlo a salir del este problema. El Patriarca `Amaira hizo efectivamente las gestiones necesarias y pidió al Soberano Pontífice que intercediera ante el Rey de Francia para que éste convenciera a su aliado, el sultán otomano, a reconocer al emir Melhem como el verdadero heredero de su tío, y declarara que los Ma`anides siempre habían prestado grandes servicios a la nación libanesa y habían logrado acabar con el fanatismo confesional al concederle a los cristianos plena libertad religiosa. Las gestiones del Patriarca tuvieron éxito y el emir Melhem ganó su causa. Parece ser que fue el propio Cheij Abi-Nader El Jazen quien llevó la carta del Patriarca al Santo Padre.
            Por los mismos motivos el Patriarca Etienne Duwaihi (1670-1705) pasó un corto tiempo en el poblado de Majd-el-Me`uch, distrito de Chuf; por una pate huía de los impuestos y por los malos tratos del gobernador de Trípoli y sus aliados; por otra, trataba de acercarse a los emires Ma`anides para actuar unidos por el bien de la causa libanesa. El Patriarca Simón `Awad abandonó también el norte de Líbano para establecerse en el Convento de Nuestra Señora de Machmuché, en el distrito de Gezin, con objeto de estar en contacto directo con el emir Ma`anedine, príncipe de Líbano.
            Las relaciones entre el patriarcado maronita y la dinastía de los Ma`an eran por demás sólidas; se distinguieron sobre todo, por la mutua confianza, la perfecta sinceridad y el deseo genuino de colaborar juntos por el bien común del Líbano. El gran emir Bechir II, gobernador del país, fue amigo íntimo del padre abad Ignacio Bleibel, superior general de la Orden Libanesa Maronita, con quien pasó toda su niñez en el convento de San Antonio de Sir; pero había desavenencias casi continuas entre él y el patriarca maronita, especialmente bajo el pontificado de Joseph Tian, quien defendía la causa de su pueblo perjudicado por los innumerables impuestos cobrados por Bechir II. El Patriarca hizo también hasta lo imposible por poner fin al conflicto que surgía entre Bechir y sus primos, los hijos del emir Yussef, pues estaba convencido de que la concordia entre ellos terminaría con el derramamiento de sangre; pero todo fue en vano. Bechir II, continuó con la política contraria a la del Patriarcado maronita.

Además a principios del siglo XIX, en 1804, Mohamed `Ali se adueñó del poder en Egipto y se convirtió en su verdadero amo. El sultán otomano que lo había apoyado en los combates, le cedió la isla de Creta pero le negó Siria, el Líbano y Palestina. Furioso, Mohamed `Ali se alió con Francia y declaró la guerra al Imperio Otomano. En 1831 y 32, sus ejércitos, guiados por su hijo Ibrahim, conquistaron Palestina, Líbano y Siria, y expulsaron a los turcos. Las grandes potencias de entonces, Inglaterra, Austria y Prusia, se alarmaron por el triunfo de Mohamed `Ali, mismo que perturbaría el equilibrio de la política internacional, y al avanzar hacia Estambul en sus sueños de convertirse en el amo del imperio otomano, fue detenido por la intervención de las grandes potencias y rechazado hacia el interior de sus país. La expedición militar de las flotas europeas tuvo lugar en 1840; el 11 de septiembre de ese mismo año se encontraban en el litoral sirio-libanés y obligaron al ejército egipcio a retirarse. Su tarea se facilitó por la actitud hostil del pueblo libanés hacia Egipto, cansado de sus malos tratos. En efecto, en 1840, en respuesta al llamado del Patriarca maronita Joseph Hobaich (1823-1845), todos los notables y jefes religiosos libaneses representando a todas las confesiones cristianas y musulmanas, se reunieron en la iglesia de San Elías, en Antelias, y declararon la unidad de su rango, su solidaridad absoluta y su coalición para recuperar la plena libertad nacional y expulsar al ejército egipcio del territorio libanés. La Puerta Sublime, informada de este gesto y de esta decisión histórica, concedió al Patriarca maronita una alta distinción. Pero éste no se contentó con esta insignia honorífica y solicitó al sultán otomano que nombrara en Estambul a un maronita, con el título de vicario patriarcal ante la Puerta Sublime; su tarea consistiría en arreglar directamente los asuntos de la nación maronita con el gobierno turco. La demanda del Patriarca fu aceptada y su prestigio se reafirmó; el maronismo se hizo todavía más fuerte en la montaña libanesa.
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            Bajo el reinado de los otomanos, y gracias a la autonomía que gozaba, el Patriarca maronita, se introdujo el Calendario Gregoriano en Medio Oriente cuando nadie en esa parte del mundo se atrevía a declarar haberlo adoptado. Fue el Patriarca Joseph El-Rizzi  quien dio la orden a sus feligreses maronitas para que abandonaran el antiguo calendario juliano y observaran el gregoriano. Furioso el Patriarca griego ortodoxo con sede en Damasco, dirigió al Prefecto de dicha ciudad una carta en la que acusaba a los Maronitas de crear problemas entre los cristianos por dar la orden de abandonar el antiguo calendario y adoptar el nuevo. Pero el Prefecto hizo oídos sordos. En Alepo, la reacción de los prelados no católicos tuvo otro cariz. En efecto, cuando monseñor Jean El-Hasruni, bispo de la ciudad, proclamó en 1628 el nuevo calendario, los prelados decidieron reunir la suma de cuatro mil piastras y enviarla al Prefecto de la ciudad para que quemara vivo a monseñor El-Hasruni. Llamado éste a la Prefectura, tuvo que comparecer ante un tribunal formado para instruir su caso y sentenciarlo a la pena de muerte si se confesaba culpable. Pero el obispo maronita de Alepo supo defenderse y ganar su causa; fue declarado inocente y el nuevo calendario fue oficialmente reconocido por los maronitas de la ciudad. Posteriormente, sus adversarios adoptaron uno tras otro, el calendario gregoriano que se usó en todos los países de oriente gracias a los Maronitas.
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            Es indudable que los maronitas sufrieron bajo el Imperio Otomano; sin embargo, jamás se desesperaron a pesar de las persecuciones de que fueron víctimas, ni flaquearon en su fe ni en su decisión de salvaguardar su dignidad y su identidad. Esta tenacidad que les reconoció todo Levante logró que otras comunidades musulmanas y drusas, se convirtieran al Cristianismo y se comprometieran con la nación maronita. Los emires Chehabites, musulmanes sunitas, los notables de Harfuch, musulmanes chiitas, los emires Abillama, drusos, recibieron el bautismo en masa y se integraron a la Iglesia Maronita. Su conversión al Catolicismo en el seno de esta Iglesia fue la ocasión propicia para que el Maronismo se emancipara.
            A pesar del régimen otomano, y quizás a causa de éste régimen oscurantista, la nación maronita se convirtió en la comunidad más viva y fuerte de Levante. Por ello diríamos que maronizó al Líbano tradicional; los dos términos, Maronismo y Libanismo,sólo forman uno, a tal grado se impregnó el Maronismo a la Montaña Libanesa con su propia huella, orientó su política y ayudó a reforzar las defensas del país.
            Constantemente escuchamos esta pregunta: ¿De dónde obtiene el Maronismo este potencial de influencia? En nuestra opinión, dos factores han ayudado a los Mronitas a sostenerse y a llevar a cabo su misión en el Medio Oriente: por una parte su unión en torno a su Patriarca quien se hizo cargo de la administración de los asuntos temporales y espirituales; y por la otra, la ayuda y el apoyo que constantemente le brindaban los cristianos de Occidente.
            Los Maronitas sabían muy bien que estaban –y estarán siempre- en constante peligro. Y para sobrevivir confiaron su suerte al Patriarca. Afortunadamente, cada periodo tuvo sus hombres de valer y sólo eran promovidos a la Sede patriarcal aquellos que efectivamente eran capaces de asumir esta enorme y difícil responsabilidad. Además, los Maronitas tuvieron siempre la mirada vuelta hacia Occidente y sus gobernantes cristianos, pues sabían que eran su único apoyo. Pero tampoco apartaron la mirada de la Puerta Sublime; trataban de ganarse su simpatía y su favor para evitar males. A manera de ejemplo mencionaremos la política adoptada en esa época por el Patriarca Mussa (Moisés) de `Akkar (1524-1567). El 25 de marzo de 1527 este prelado dirigió una carta al Emperador Carlos V en la que solicitaba su intervención para liberar al Líbano del yugo turco; le aseguraba que tendría a su disposición cincuenta mil maronitas perfectamente equipados y entrenados para el combate, dispuestos a unirse a cualquier ejército de liberación.
            En 1550 el mismo prelado envió al padre Antonio Al Hasruni a Alepo para entrevistarse con el Sultán Solimán y defender la causa maronita. El padre era inteligente y poseía una gran elocuencia, conocía a la perfección la lengua turca;  el sultán, encantado con su alocución y convencido de la tesis que defendía, hizo llegar al gobernador de Trípoli una orden imperial (Hamayuni) en la que recomendaba al Patriarca y a la nación maronita, y en la que especificaba que los privilegios de que gozaban debían ser mantenidos y respetados; y le intimaba a la orden de castigar severamente al que osara daño a la persona del Patriarca o bien actuar en contra del decreto.
            Los privilegios concedidos por el conquistador Selím I a los maronitas provocaron la envidia de otras comunidades cristianas del imperio y enojaron seriamente a algunos sucesores de Selím (Solimán) I, quienes en más de una ocasión trataron de revocarlos para que la montaña libanesa perdiera su autonomía, y fuera incorporada directamente a la Puerta Sublime, al igual que todas las demás circunscripciones del imperio. Sin embargo, para los maronitas estos privilegios tenían mucha significación, de manera especial el del firman o diploma de investidura.
            Desde el tiempo de los Mamelucos se había eximido a la nación maronita del firman; inmediatamente después de la conquista otomana. Selím I impuso este diploma de investidura a todos los patriarcas del sultanato turco, excepto al Patriarca maronita. Siempre que sus sucesores trataron de abolir este privilegio, los maronitas lograban convencerlos de que lo sostuvieran, como el padre Antonio Al Hasruni, quien ganó su causa ante el sultán Solimán. Pero existían las envidias, el Patriarca jacobita, con sede en Alepo, dirigió una carta a la Puerta Sublime a fines dl siglo XVII: “¿Por qué el Patriarca maronita no solicitaba el firman como todos los patriarcas orientales? ¿Es acaso por qué los maronitas no pertenecen a la jurisdicción del Imperio Otomano?” La Puerta Sublime no necesitaba más y por ello exigió al Patriarca Esteban Duwaihi que solicitara el mencionado diploma de investidura. El prelado se negó a hacerlo, alegando por una parte los privilegios concedidos a su nación y por la otra, al declarar estar bajo la protección de los reyes de Francia. Además, pidió el apoyo de otros maronitas notables cuya intervención ante el gobierno de Estambul sería eficaz. Pudo así resolverse este problema.
            Además del firman, la Iglesia Maronita gozaba de otro privilegio, el de los tribunales. Había entonces lo que hoy se llama el Estatuto Personal en virtud del cual los maronitas haotros conflictos de derecho particular. El Patriarca y los obispos eran, pues, los únicos habilitados para conocer estas causas; pertenecía al Patriarca el derecho de intervenir tanto en asuntos temporales como espirituales, de fulminar con la excomunión o de decretar orden de prisión.
            Antes de terminar nos detendremos en dos acontecimientos tristes ocurridos en el Líbano bajo el dominio de los otomanos.
            Ante todo el genocidio de cristianos, y de manera particular, de maronitas, que tuvo lugar en 1860. Se contaron alrededor de 22 000 muertos en menos de dos meses; 11 000 en Damasco; 3 000 en Beirut; 2 600 en Deir-el-Qamar; 1 800 en Saida y Gezin; 1 000 en Hasbaya; 75 000 fugitivos; 10 000 huérfanos; 6 000 viudas; 3 000 mujeres o muchachas vendidas para los harenes; 360 poblados destruidos; 560 iglesias; 28 escuelas; 42 conventos y 9 institutos religiosos europeos devastados; 117 000 km cuadrados en los que cultivos y casas fueron aniquilados.
            En 1860 la Puerta Sublime, de acuerdo con Inglaterra, fue la que cometió el genocidio. A no ser por la intervención de las grandes potencias europeas, especialmente Francia, estas atrocidades no hubieran tenido fin y la cristiandad de Oriente habría sido borrada de la historia contemporánea.
            Dicho genocidio fue minuciosamente preparado. En 1845 Líbano ya había sido dividido en dos qaimaqamiat  o gobiernos locales; el de los cristianos, al norte de la ruta Beirut-Damasco con su capital en el poblado de Bikfaya, y el de los drusos, al sur de dicha ruta, cuya capital era el poblado de Ba`aqline. A la cabeza de cada qaimaqamiat había un gobernador o qaimaqam por un consejo de administración formado por un sustituto del qaimaqam, un juez y un consejero para cada una de las cinco grandes confesiones del país, a saber: musulmanes sunitas, maronitas, drusos, griegos ortodoxos y griegos católicos; los musulmanes chiitas estaban representados por un solo consejero, pues el Imperio Otomano no reconocía su legislación, por esta razón el juez sunita representaba a la vez a  sunitas y chiitas. Además, si los cristianos formaban la gran mayoría del Líbano norte, también eran muy numerosos en el sur. Esta decisión del país en dos gobiernos era de hecho artificial. Los cristianos que vivían en el sur del país sufrían los malos tratos de los drusos hasta el día en que ocurrieron las masacres de 1860, que sólo terminaron cuando Napoleón III envió un cuerpo expedicionario a Levante.
            En 1860 el gobierno turco fue amonestado por los países de Europa, indignados por el balance sangriento de las masacres de cristianos en el Líbano. Se estableció una comisión internacional que impuso a Estambul la autonomía de “Monte Líbano” de acuerdo a un “estatuto propio” o “Reglamento Orgánico” en el que estipulaba que la Montaña Libanesa sería constituída en moutassarrifiat autónomo dependiente directo de la Puerta Sublime, quien nombraría un gobernador local o moutassarrefque tendría que ser aprobado por las grandes potencias; sería cristiano, pero no libanés; reuniría en su persona todas las atribuciones del ejecutivo; percibiría los impuestos y aprobaría sentencias de los tribunales dictadas por magistrados autóctonos. Estaría ayudado por un consejo administrativo, elegido por los habitantes, que representaría a las diversas comunidades confesionales libanesas.
            El régimen del moutassarrifiat duró hasta la primera Guerra Mundial. El 29 de octubre de 1914 el Imperio Otomano se alió con Alemania y abolió el “Reglamento Orgánico”, de la Montaña Libanesa, imponiendo al Líbano un régimen militar presidido por el tirano Jamal Pacha del que los libaneses, sobre todo los maronitas, sólo guardan tristes recuerdos. Este gobernador militar prohibió todo contacto con el exterior y suprimió toda ayuda externa, pues los Turcos sabían bien que los cristianos de Líbano, especialmente los maronitas, eran amigos y aliados de Francia, ahora enemiga de los turcos. Los productos alimenticios escasearon; una nube de langosta invadió el país y devastó todo, una epidemia de tifo asoló el Líbano. Debemos recordar que en el curso de esta triste guerra en noviembre de 1916, la Orden Libanesa Maronita, hipotecó todos sus bienes y propiedades a la República Francesa, por un millón de francos, y con el debido consentimiento del Patriarca y de la Delegación Apostólica. El gobernador de la isla de Rodas, Comandante Trabot, actuó como intermediario en esta operación. El dinero se introdujo a través de particulares y se distribuyó entre los pobres de Líbano que carecían absolutamente de recursos a causa de la guerra.  Terminada ésta, el Gobierno Francés, por un acto noble y humano, se negó a cobrar la citada suma diciendo: “No dejaremos que una congregación de 600 prsonas sea más generosa que Francia”.
            En el curso de esta guerra, el Patriarca maronita Elías Howayek desempeñó un gran papel; fue el hombre de las circunstancias! Jamal Pacha decapitó a miles de libaneses; desterró a un gran número de personas; taró con rigor a los jefes religiosos de todas las confesiones; el arzobispo de Beirut, monseñor Butros Chebli, fue deportado con miles de libaneses y murió en el exilio. El Patriarca, como verdadero hombre de Dios, gracias a su paciencia, su discreción y su caridad, logró suavizar las desgracias y aliviar sus heridas. Al saber que este prelado encarnaba en su persona el Maronismo y el Libanísmo, Jamal trató de deshacerse de él. Lo llamó a su mansión en Aley con intención de humillarlo, de exiliarlo en el interior de Siria y de liquidarlos después. Esta conducta provocó la indignación de la Santa Sede y de las capitales europeas. El Papa Benedicto XIV envió inmediatamente a Viena un delegado especial para hablar con el emperador Carlos I y solicitar su intervención ante su aliado otomano para salvar al Patriarca maronita. La Puerta Sublime accedió a la demanda del Emperador austriaco y promulgó una ordenanza imperial según la cual el Patriarca maronita debía ser tratado con respeto y los honores debidos a su rango. La guerra terminó con la derrota de Alemania y el Imperio Otomano acabó también. El primero de septiembre de 1920, el “Gran Líbano” fue declarado Estado independiente bajo mandato francés; una nueva aurora brillaba sobre la montaña libanesa después de la noche más sombría que haya vivido el Maronismo en toda su historia.

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Mahfouz, Joseph Dr. (O.L.M.), El Maronismo, eso que une al hombre con el Hijo del Hombre, (Compendio de Historia de la Iglesia Maronita Católica), México, Ed. Centro de Difusión Cultural de la Misión Libanesa de México, 1987.



 Emir Bechir Cheab II, Gobernador de Líbano 1697-1740.





Selím I
Father of Süleiman the Magnificient, Selim I was a stern, determined sultan, the protector of the sacred cities Mecca and Medina and the ruler who brought the caliphate to the Ottoman Empire



Palacio Beit Eddine, erigido por el Emir Bechir Cheab II




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