jueves, 20 de septiembre de 2018


EDAD MEDIA EN ESPAÑA

¿Tuvo España una Edad Media diferente?



Tradicionalmente se ha aceptado que la historia de España se diferencia de las otras naciones europeas en dos hechos trascendentales como es la ocupación musulmana de gran parte de la Península Ibérica del siglo VIII al XV y el descubrimiento y conquista de América.
     Ciertamente, estas dos situaciones han marcado con sello indeleble la conciencia de España, para algunos separándonos y diferenciándonos decisivamente de nuestros vecinos europeos (situados a nuestro norte) al estar más pendiente de otros vecinos y asuntos localizados en otras direcciones: sur y oeste. Sin ánimo de discutir o apoyar estas ideas, el caso es que la historia de la Edad Media en España ha fascinado a numerosos historiadores, no sólo españoles, sino extranjeros por su complejidad y riqueza de matices.



Esplendor y aniquilación del reino germánico visigodo

España comparte con otros países de Europa el arranque de la Alta Edad Media como un inquietante periodo de transición tras la caída definitiva del Imperio Romano y la constitución de los nuevos reinos bárbaros. Incluso, los españoles podemos presumir de que nuestro reino germánico correspondiente, el visigodo, fue seguramente uno de los más avanzados de cuantos constituyeron Europa durante los siglos VI y VII, en buena medida gracias a la intensa romanización de la Hispania que conquistaron.
     Pero este brillo -en relación con otros pueblos bárbaros- no estuvo asociado a una fortaleza política y religiosa que pudiera hacer frente a la invasión musulmana.
     Y es que uno de los grandes misterios de nuestra historia, sobre la que se han escrito numerosísimas hipótesis y explicaciones, es la fragilidad del Reino Visigodo, que se tradujo en su inmediata desmantelación y rapidísima conquista por un puñado de guerreros africanos y árabes, inicialmente en franca minoría sobre la población hispano-romana-visigoda nativa.
    La fulgurante conquista política y militar de la mayor parte de la Península por un conjunto de pueblos de distinta raza pero animados por la misma fe, supuso una ruptura radical con respecto a la trayectoria de otros jóvenes reinos europeos.
Una Edad Media de reinos, paces y guerras
A partir de ese momento y en las zonas menos dominadas por los recién llegados ocupantes, surgirán uno tras otro distintos empeños de independencia que terminarán cristalizando en condados y reinos cristianos que mantendrán durante siglos un crisol de complejas relaciones entre sí.


Durante siglos estos estados cristianos se moverán en una continua alternancia de pactos, alianzas, guerras de frontera, relaciones de familia, intentos de unificación y desunión, pero animados por un más o menos inconsciente impulso de recuperación de los territorios meridionales.

     El sistema de convivencia medieval, ya de por sí complejo en el resto de Europa, se enriquece en matices aún más en España por las relaciones de guerra y paz entre los reinos cristianos y entre éstos y el mundo musulmán de Al-Andalus, también privado de homogeneidad y tendente, como sus vecinos cristianos, a tensiones constantes de unidad y ruptura.
     La dinámica de guerra y paz medieval en España entre reinos cristianos y los distintos regímenes políticos de Al-Andalus tiene como consecuencia otro hecho peculiar de la Edad Media española, que es el trasiego de gentes que colonizan y repueblan amplias extensiones del territorio a medida que las fronteras descienden hacia el sur.
     El contacto con el resto de Europa es un objetivo imprescindible de los jóvenes reinos cristianos para afianzarse ante el "enemigo" árabe, tanto en el entorno político-militar (en numerosas ocasiones son reclamadas ayudas, aunque con desconcertantes resultados) como en el religioso y cultural.
     En este contexto, el Camino de Santiago permitirá a España participar de las corrientes culturales, artísticas, religiosas e incluso comerciales y económicas europeas, especialmente durante los siglos XI al XIII.
     Aunque el proceso de "Reconquista" no finaliza hasta la toma de Granada en 1492, bien es cierto que la mayor parte de la Península e Islas Baleares pertenecen a las Coronas de Portugal, Castilla y León y Aragón allá por la sexta o séptima década del siglo XIII.
     Si exceptuamos el territorio que aproximadamente ocupan las actuales provincias de Almería, Granada y Málaga, el resto de la mitad meridional de la Península son conquistadas en tan solo treinta años por Fernando III y su hijo Alfonso X para Castilla y León y por Jaime I por parte de Aragón, tras el rápido declive del poder almohade causado por su derrota en las Navas de Tolosa.


A partir de estas fechas España comienza un proceso de feudalización y de incremento de poder señorial como consecuencia de los repartimientos que los reyes hacen de los inmensos territorios conquistados a los nobles guerreros que han intervenido en las victorias decisivas (y aquí hay que citar, en el contexto hispano, la relevancia de las órdenes militares que hicieron con extensiones enormes de territorios bajo su control).
     España atraviesa la crisis de la Edad Media del siglo XIV con similares problemas y calamidades que otros estados de Europa y sólo en la segunda mitad del siglo XV logra recuperarse para acometer hechos de tanta trascendencia como la conquista de Granada y el descubrimiento de América, que, precisamente, marcan el fin definitivo de la Edad Media y el nacimiento de la Era Moderna.


Introducción a la historia del Reino Suevo

Provenientes del área sudoccidental de Escandinavia o de Dinamarca, encontraremos a los suevos, en los albores de nuestra Era, progresando hacia la Galia. A pesar de su victoria sobre los celtas en la batalla de Magetóbriga, los suevos encontrarán un serio obstáculo en su avance hacia Occidente: Julio César. Aunque él mismo nos dice que el Senado romano reconoció en Ariovisto al rey de los suevos - convirtiéndole así en único interlocutor válido de su pueblo - las aspiraciones de Roma sobre las Galias disuadirán a los suevos de lanzarse sobre las mismas, decidiendo retirarse entonces hacia el Este, a fin de evitar el enfrentamiento con la poderosa potencia itálica.
     Antes de que termine el S. I d. C., los veremos formando parte, junto con los marcomanos, de una liga de tribus liderada por Marbod, liga cuya cristalización política sería frustrada por Tiberio entre el 14 y el 37 d. C., y de la que Marco Aurelio tendrá de nuevo que preocuparse en el año 166 d. C., después de que un nuevo líder marcománico, Belomar, rompiera el limes danubiano al frente de una confederación en la que, además de marcomanos y sármatas yazigos, estarían integrados los cuado-suevos. Todavía Commodo se verá obligado a combatirles hasta verlos instalados en la actual Eslovaquia, donde los suevos tendrán por vecinos a los vándalos asdingos. En el S. III d. C. veremos a los suevos integrados en otras ligas, como la de los alamanes, presionando sobre las fronteras del Imperio, pero sin lograr traspasar los límites del mismo de una manera decisiva.
     Sin embargo, la presión ejercida por los hunos hacia Occidente, especialmente contra poderosas entidades políticas, militares y demográficas como las formadas por ostrogodos y visigodos, provocaría una sacudida en cadena que habría de golpear a los suevos y otros pueblos bárbaros asomados al interior del Imperio, y que sólo esperaban una oportunidad para pasar al mismo. La rotunda derrota romana en la Batalla de Adrianópolis (378) a manos de los visigodos, y las graves perturbaciones generadas a raíz de la misma, contribuirán a debilitar unas fronteras ya de por sí inestables.
     Así, el 31 de diciembre del año 406, suevos, alanos y vándalos, encontrarán entre Worms y Maguncia un punto para cruzar el Rhin, río que servía de frontera al Imperio: Lo que los suevos no consiguieron cuatro siglos antes, lo conseguirán ahora, sometiendo las Galias a concienzudo y voraz saqueo. Mientras vándalos y alanos se distribuían por otras zonas de la Galia, los suevos eligieron una ruta septentrional, llegando a la actual Bélgica, quizás con vistas a pasar a Britania, proyecto frustrado por el general Constantino en la batalla de Buologne-sur-Mer. Esta derrota y la acción predatoria de alanos y vándalos más al sur, decidirá a los suevos seguir la línea de la costa sin pretender quizás ya pasar el Canal de la Mancha, ni girar hacia unas Galias saqueadas a conciencia por otras tribus, yendo a establecerse en la Armórica, actual Bretaña.

 Los suevos en Hispania

Sin embargo, la usurpación de, precisamente, Constantino contra el emperador Honorio, contribuirá a abrir las puertas de Hispania a unos bárbaros que, habiendo agotado ya los campos galos y viéndose expuestos a la presión húnica, esperan cruzar los Pirineos para sentirse a salvo. Pero, para cruzarlos, antes debían eliminar un duro obstáculo, las fuerzas que Dídimo y Veridiano, notables hispanos leales al emperador Honorio, tenían dispuestas en los pasos pirenaicos.
     Será precisamente Geroncio, general al servicio del usurpador Constantino III, el que logre expulsarles de sus posiciones, cubriendo los pasos con los llamados 'honoriacos', tropas bárbaras reclutadas por el tirano en las Galias y que, a la llegada de los vándalos, alanos y suevos en el 409, lejos de oponer resistencia, se unen a ellos en las exacciones.
     A partir de su llegada a Hispania, la supervivencia de los suevos como entidad étnica y política dependerá no tanto de ellos mismos, como de los siempre inestables y cambiantes equilibrios de poder, por ejemplo, entre el titular de la dignidad imperial en Occidente, los distintos usurpadores, los visigodos, los vándalos, los francos o el Imperio Romano de Oriente.
     Precisamente, restablecido el control por parte de Honorio, a éste le interesa llegar a un acuerdo con los bárbaros que han penetrado en Hispania, no sólo para evitar el inevitable caos y destrucción que una lucha con estos podría provocar, sino para contrarrestar a unos visigodos cuyo poder y audacia - en 410 habían llegado a saquear Roma - se revelaba excesivo: Instalando a los alanos, vándalos y suevos en Hispania, se creaba un contrapeso al poder de los visigodos que se paseaban, presionados, pero casi a placer, por Italia y las Galias.

Así, los bárbaros se distribuirán de la siguiente manera:
  • Alanos: Lusitania y Cartaginense.
  • Vándalos silingos: Bética.
  • Vándalos asdingos y suevos: Gallaecia.
  • La Tarraconense, por su parte, quedaba bajo dominio romano.

     Es importante tener en cuenta que en el S. V Gallaecia, incluía la actual Galicia, el norte de Portugal y la Meseta Norte, llegando a Somosierra en su límite sur y a la provincia de Soria hacia el Este; pues bien, los suevos se establecerían 'in extremitate oceani maris occidua', zona que se ha venido identificando con Galicia y el norte de Portugal, siendo el conventus bracarense - en torno a Braga, que se convertirá en la capital del reino suevo, Oporto, Orense y Tuy - la zona de concentración de este grupo germánico liderado, en este momento, por Hermerico.


Era este un equilibrio inestable y sumamente peligroso para todos los protagonistas, especialmente para los romanos que perdían la Bética y ponían a los bárbaros al borde de la rica África del Norte, y para los visigodos, bloqueados y sin víveres y con un grave conflicto político y sucesorio abierto tras el asesinato de Ataulfo.
     Para Roma y, muy especialmente, para los visigodos, urgía aliviar su situación material y reconducir una situación política que, en cualquier momento, podía irse de las manos: El nuevo rey de los visigodos, Valia, a pesar de sostener inicialmente una actitud anti-romana, decidió ponerse entonces al servicio de Roma, de un Imperio que necesitaba liberar la Bética y dejar a los bárbaros arrinconados en la esquina noroeste de Hispania, lejos del Mediterráneo.
     De ese modo, en 416 los visigodos arremeterán y aniquilarán a los vándalos silingos y a los alanos, es decir, a los bárbaros instalados en la rica Bética y en la estratégica Lusitania, dejando así bloqueados a vándalos asdingos y suevos en la Gallaecia; Honorio no permitiría a los visigodos acabar la tarea de limpiar Hispania de bárbaros, dado que necesitaba que los supervivientes mantuvieran la amenaza sobre unos supuestos aliados que, tras el foedus de 418, eran asentados en la Aquitania Secunda, pero que daban muestras de querer expandirse más allá del territorio asignado. Otros pueblos germánicos, como los burgundios asentados en la Sapudia - la Saboya actual - completaban el cordón sanitario dispuesto en torno a los poderosos visigodos.
     Paradójicamente, la destrucción de alanos y silingos, no contribuiría precisamente a serenar el ánimo de los bárbaros instalados en la Gallaecia: Y es que, si los vándalos silingos consiguen huir al África, los alanos de la Lusitania corren a refugiarse de las embestidas godas entre los vándalos asdingos asentados en la Meseta Norte, lo que contribuiría a incrementar la población bárbara de esta zona y, por ello, la presión demográfica y la agitación: a partir del 419, los vándalos asdingos comienzan a presionar sobre los suevos chocando en los llamados montes Nerbasios, que se han venido localizando en torno a la zona del Bierzo.
     Los suevos, no sólo lograrán conjurar la amenaza, sino que a partir del año 430 asistimos a una creciente e intensa actividad predatoria en todas direcciones, primero hacia el Oeste de Gallaecia - en 438 llegarán a Burgos - y después hacia el Sur, llegando ese mismo año de 438 a la Bética y tomando Sevilla en 441.
     Desencadenadas las fuerzas suevas y fijándose, quizás, en el ejemplo visigodo respecto a las Galias, Hermerico parece pretender la conquista de Hispania, o al menos de parte de la misma, concretamente de la que habían sido arrojados vándalos silingos y alanos: La toma de Mérida en 439, se ha interpretado como una manifestación de dicho proyecto, dado que, además de su riqueza y posición estratégica, era sede del vicarius Hispaniae, de manera que su captura podría hacer del rey suevo vicario del Imperio de facto - es significativo que los monarcas visigodos intentaran también ocupar Arlés, sede del prefecto del pretorio de las Galias, cosa que conseguirían en las postrimerías del Imperio de Occidente y de mano de Odoacro -.



Otro argumento que puede inclinarnos a considerar la plausibilidad de estos proyectos, es la conversión al catolicismo del hijo de Hermerico, Requiario, conversión desde el paganismo que contribuiría a neutralizar los recelos y la repugnancia que los provinciales romanos pudieran tener a ser gobernados por un bárbaro. La conversión de Requiario, no sólo implicaba poseer un requisito básico para legitimar el ejercicio del poder sobre los romanos, sino que habría de atraerle el apoyo de las jerarquías eclesiásticas, que en ese momento, no sólo ejercían una profunda influencia intelectual y moral, sino que desarrollaban un vital papel político y administrativo. Es significativo, por su parte, que fueran monarcas suevos, los primeros reyes germánicos en acuñar moneda con su nombre, lo que constituía una manifestación del ejercicio de la soberanía.




Sea como fuere, este virulento proceso de expansión territorial, sería momentáneamente paralizado por Atila, que habría logrado nuclear en torno a sí un renacido e inquietante poder húnico. La derrota de Atila en los Campos Catalaúnicos (451) y la neutralización de su amenaza, estimularía a Requiario a arremeter, nada menos, que contra la Tarraconense, territorio al que el Imperio no estaba dispuesto a renunciar. Con la invasión de la Tarraconense, Requiario rompe de manera abrupta con Roma, pero en un momento en el que los visigodos, lejos de querer colaborar con otros monarcas germanos en su debilitamiento, están preocupados por afirmar precisamente el poder del Imperio, dado que, desde el año 455, al frente del mismo está Avito, personaje de origen galo que, además de compartir intereses locales con los visigodos, ha sido suscitado al trono imperial por éstos, con el objeto de consolidar su propia situación en las Galias y convertirse en factotum del Imperio.
     Quizás Requiario no fue consciente de que los intereses de romanos y visigodos convergían ahora, y ninguno de los dos iba a permitir que una zona tan sensible e importante como la Tarraconense quedara en manos de los suevos, por lo que Teodorico II, en nombre del Emperador, emprenderá una acción cuyo objetivo inicial era aplacar los ánimos de los suevos y rechazarles hacia la Gallaecia. Las fuerzas de Teodorico II marcharán entonces a Hispania, en busca del rey suevo, al que encuentran en Astorga: En esta comarca, concretamente sobre el río Órbigo (octubre 456), los suevos sufrirán una de las más severas derrotas jamás padecida. Pocos días después, Teodorico entra en Braga, la capital del reino de los suevos, y a finales de año toma Oporto, donde consigue capturar y ejecutar a Requiario. Avito, siguiendo la tradicional política romana de equilibrio de poder entre bárbaros, procuró evitar la destrucción total de los suevos, pero la batalla del río Órbigo y sus consecuencias en forma de saqueos y ocupación de estratégicos enclaves por parte de los visigodos, contribuirá a fortalecer a estos enormemente y a poner las bases para la consolidación de su dominio sobre Hispania.
     Por su parte, la catástrofe del Órbigo y la ejecución del rey, parecía anunciar la desaparición definitiva del reino de los suevos, como lapidariamente nos dijera Idacio, obispo de Chaves y principal cronista de este primer período del reino suevo.




Los suevos tras la batalla del río Órbigo: supervivencia y redefinición de alianzas
Efectivamente, tras la batalla del río Órbigo, los visigodos dejaron a un cliente suyo, Agiulfo, como gobernador de los suevos, lo que habría desdibujado su entidad política y los habría hecho desaparecer de la Historia. Sin embargo, la insurrección de Agiulfo contra Teodorico II, llevó a este a reconsiderar su decisión de poner al frente de Gallaecia a personajes que, salidos del propio ámbito visigodo, podían, apoyándose en una importante base territorial, económica y humana, no sólo rebelarse, sino poner en cuestión la posición del mismo monarca godo. Por eso, resolvió atender las peticiones de los suevos de tener un rey salido de entre los suyos: si se rebelaban, se rebelaban como entidad política ajena a los visigodos, contra la que estos, combatirían unidos como otra entidad política, evitando así que algún dux o notable rebelde de origen visigodo pudiera poner en cuestión la posición del propio monarca. De esta manera, Teodorico II conjuraba la amenaza, pero al permitir a los suevos tener un monarca propio, está evitando también su fragmentación y disolución, y contribuyendo a rehacer su etnogénesis.

     Tras un corto y confuso período en el que líderes suevos como Frantam y Maldras, se enfrentaban entre sí por la hegemonía sobre el pueblo y el territorio, aparece la clarividente figura de Remismundo: si Requiario se había convertido al catolicismo para atraerse a los hispano-romanos y consolidar su posición en Hispania, ahora Remismundo decide convertirse al arrianismo para congraciarse con Eurico y permanecer a salvo de las embestidas godas, presentándose como aliado y cliente, en espera, quizás, del momento para desafiar al nuevo poder peninsular.




     La conversión de Clodoveo al catolicismo y sus ímpetus expansivos a costa de los arrianos visigodos, dará a los suevos esa oportunidad que esperaban: la derrota a manos de los francos, de los visigodos en la Batalla de Vouillé (506), y su huída a Hispania, supondrá el incremento de la población goda en dicho territorio, pero también supone que ha aparecido en el horizonte un poderoso aliado junto al que batir a los visigodos. Por otro lado, la llegada de Justiniano al trono imperial de Constantinopla, suponía también una esperanza para los amenazados suevos: el afán del bizantino por expulsar a los vándalos del rico granero que es el Norte de África, a los ostrogodos de Italia y los visigodos de Hispania, serviría para reducir la presión y les convertía en interesantes aliados.




     En este contexto, llega a Galicia uno de los personajes más importantes del período, San Martín de Braga o de Dumio. Aparte de sus aportaciones a la cultura o a la actividad misionera, San Martín, quizás agente bizantino, consigue forjar una alianza entre éstos y los suevos, de lo que la 'reconversión' al catolicismo de los germanos no es más que una manifestación: Teodomiro en el 559, abjura del arrianismo, alineándose así claramente con los poderes anti-godos, esto es, los francos y bizantinos, que siguen la ortodoxia católica.



Leovigildo y la hegemonía visigoda sobre Hispania: el final.

Desde 506, la presión franca primero y la bizantina después - a lo que hay que añadir un 'protectorado' ostrogodo y algunas usurpaciones - habían desviado las energías de los visigodos, pero el oscurecimiento del poder bizantino, acosado en los Balcanes y en Mesopotamia por nuevas oleadas de bárbaros y por los persas, y la división entre los francos, estimularía a los monarcas godos a asegurar y completar su dominio sobre la Península.


Así, un nuevo monarca, Leovigildo (571 - 586), arremeterá contra los bizantinos, tomando Córdoba en 572, contra los sappos de la comarca de Toro (573), los ruccones de Cantabria (574) y los aregenses de Orense o el Bierzo (585), cercando así a los suevos. Los únicos aliados con los que podía contar el nuevo rey suevo, Miro (570 - 583), eran los francos. Divididos, como hemos adelantado, en varios principados territoriales, Leovigildo logrará atraerse a los titulares de dos de ellos, Sigiberto y Chilperico, mediante una alianza matrimonial entre sus hijas y los hijos del godo, Hermenegildo y Recaredo. Miro lograría, no obstante, concertar una alianza similar con Gontran de Borgoña, que también necesitaba aliados con los que equilibrar sus fuerzas a las de otros reyes francos.

     Es probable que la conquista del reino suevo fuera cuestión de tiempo, pero será una de las alianzas matrimoniales concertada por Leovigildo con los francos, la que, podríamos decir, acelera el proceso de conquista y absorción del mismo en el Reino visigodo de Toledo: Ingunda, hija de Chilperico, logrará que su marido, Hermenegildo se convierta al catolicismo, ruptura religiosa con respecto a su padre, que no es sino manifestación de una ruptura política. Habiendo sido nombrado poco antes gobernador o dux de Sevilla, Hermenegildo llamará a los bizantinos en su ayuda, pero de nuevo, Leovigildo logrará neutralizar la amenaza con maniobras diplomáticas en forma de soborno al comandante de las fuerzas bizantinas. Traicionado por los orientales, a Hermenegildo sólo le queda un aliado lo suficientemente perturbador para el monarca visigodo, el también católico y amenazado rey Miro de los suevos, que acudirá desde Galicia en ayuda del converso rebelde.
     Temiendo que la situación pudiera escapársele de las manos, Leovigildo se inclinó de nuevo por la negociación diplomática, aunque su posición de fuerza tras la batalla de Osset - cerca de la actual San Juan de Aznalfarache - persuadió a Miro a establecer un pacto con el godo: Miro conservaría el reino a cambio de retirarse al mismo y mantener una actitud de subordinada obediencia. El sucesor de Miro, Eborico, profundizará en esta actitud subordinada, generando gran descontento entre la mayoría de los suevos. Erigiéndose en portavoz de los descontentos, un noble suevo, Audeca destronará a Eborico, retirándolo a un monasterio.
     Quizás Audeca era consciente de que el pacto concertado por Miro y Leovigildo, no fue para este último más que una manera de ganar tiempo para acabar con Hermenegildo y así, cubiertas las espaldas, poder volverse contra los suevos para terminar lo que empezó al inicio de su reinado. Es significativo que Audeca tomara como esposa a Siseguntia que, aparte de haber sido la esposa de Miro, era hija de Gontran, es decir, que Audeca parecía querer rehacer la alianza franca, consciente del inevitable enfrentamiento con Leovigildo - de hecho, los francos de Gontran enviarían en su momento naves a Galicia cargadas quizás con pertrechos, dinero y quizás algunos hombres -.
     Sin embargo, como ya ocurriera más de cien años antes, cuando su antecesor Requiario decidió atacar la Tarraconense, con su usurpación, Audeca no hizo más que acelerar el final del reino suevo: Leovigildo no podría imponer la hegemonía sobre Hispania mientras el pacto suscrito con Miro le atara respecto al reino de los suevos, pero la usurpación de Audeca le servía en bandeja una excusa perfecta para sentirse desligado de dicho pacto y poder proceder a la conquista del Noroeste de Hispania.
     Efectivamente, el año 585 sería testigo de la invasión del reino suevo por parte de los visigodos. La historia volvía a repetirse, salvo por un matiz importante: al contrario que en tiempos de Teodorico II, Leovigildo no permitiría ahora a los suevos tener un rey propio. De hecho, el intento realizado por un noble suevo, Malarico, de restaurar el reino, sería rápidamente abortado por las tropas visigodas.
    Leovigildo toma entonces el título de rex suevorum y, como señala la Crónica Biclarense, hizo del reino suevo "una provincia de los godos", haciendo realidad lo que Idacio anticipara precipitadamente algo más de cien años antes: Ahora sí, el reino de los suevos dejaba de existir.

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      García Moreno, Luis A. (1982). «Las invasiones y la época visigoda. Reinos y condados cristianos». En Juan José Sayas; Luis A. García Moreno. Romanismo y Germanismo. El despertar de los pueblos hispánicos (siglos IV-X). Vol. II de la Historia de España, dirigida por Manuel Tuñón de Lara. Barcelona: Labor. ISBN 84-335-9422-2.

      Thompson, E. A. (2011) [1969]. Los godos en España. Madrid: Alianza Editorial. ISBN 978-84-206-6169-8.

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