EDAD MEDIA EN ESPAÑA
¿Tuvo España una Edad Media
diferente?
Tradicionalmente
se ha aceptado que la historia de España se diferencia de las otras naciones
europeas en dos hechos trascendentales como es la ocupación musulmana de gran
parte de la Península Ibérica del siglo VIII al XV y el descubrimiento y
conquista de América.
Ciertamente, estas dos situaciones han
marcado con sello indeleble la conciencia de España, para algunos separándonos
y diferenciándonos decisivamente de nuestros vecinos europeos (situados a
nuestro norte) al estar más pendiente de otros vecinos y asuntos localizados en
otras direcciones: sur y oeste. Sin ánimo de discutir o apoyar estas ideas, el
caso es que la historia de la Edad Media en España ha fascinado a numerosos
historiadores, no sólo españoles, sino extranjeros por su complejidad y riqueza
de matices.
Esplendor y aniquilación del reino
germánico visigodo
España comparte con
otros países de Europa el arranque de la Alta Edad Media como un inquietante
periodo de transición tras la caída definitiva del Imperio Romano y la
constitución de los nuevos reinos bárbaros. Incluso, los españoles podemos
presumir de que nuestro reino germánico correspondiente, el visigodo, fue
seguramente uno de los más avanzados de cuantos constituyeron Europa durante
los siglos VI y VII, en buena medida gracias a la intensa romanización de la
Hispania que conquistaron.
Pero este brillo -en
relación con otros pueblos bárbaros- no estuvo asociado a una fortaleza
política y religiosa que pudiera hacer frente a la invasión musulmana.
Y es que uno de los
grandes misterios de nuestra historia, sobre la que se han escrito
numerosísimas hipótesis y explicaciones, es la fragilidad del Reino Visigodo,
que se tradujo en su inmediata desmantelación y rapidísima conquista por un
puñado de guerreros africanos y árabes, inicialmente en franca minoría sobre la
población hispano-romana-visigoda nativa.
La fulgurante conquista
política y militar de la mayor parte de la Península por un conjunto de pueblos
de distinta raza pero animados por la misma fe, supuso una ruptura radical con
respecto a la trayectoria de otros jóvenes reinos europeos.
Una Edad Media de reinos, paces y guerras
A partir de ese momento y en las zonas menos
dominadas por los recién llegados ocupantes, surgirán uno tras otro distintos
empeños de independencia que terminarán cristalizando en condados y reinos
cristianos que mantendrán durante siglos un crisol de complejas relaciones
entre sí.
Durante siglos estos estados cristianos se moverán en una continua
alternancia de pactos, alianzas, guerras de frontera, relaciones de familia,
intentos de unificación y desunión, pero animados por un más o menos
inconsciente impulso de recuperación de los territorios meridionales.
El sistema de
convivencia medieval, ya de por sí complejo en el resto de Europa, se enriquece
en matices aún más en España por las relaciones de guerra y paz entre los
reinos cristianos y entre éstos y el mundo musulmán de Al-Andalus, también
privado de homogeneidad y tendente, como sus vecinos cristianos, a tensiones
constantes de unidad y ruptura.
La dinámica de guerra y
paz medieval en España entre reinos cristianos y los distintos regímenes
políticos de Al-Andalus tiene como consecuencia otro hecho peculiar de la Edad
Media española, que es el trasiego de gentes que colonizan y repueblan amplias
extensiones del territorio a medida que las fronteras descienden hacia el sur.
El contacto con el
resto de Europa es un objetivo imprescindible de los jóvenes reinos cristianos
para afianzarse ante el "enemigo" árabe, tanto en el entorno
político-militar (en numerosas ocasiones son reclamadas ayudas, aunque con
desconcertantes resultados) como en el religioso y cultural.
En este contexto, el
Camino de Santiago permitirá a España participar de las corrientes culturales,
artísticas, religiosas e incluso comerciales y económicas europeas,
especialmente durante los siglos XI al XIII.
Aunque el proceso de
"Reconquista" no finaliza hasta la toma de Granada en 1492, bien es
cierto que la mayor parte de la Península e Islas Baleares pertenecen a las
Coronas de Portugal, Castilla y León y Aragón allá por la sexta o séptima
década del siglo XIII.
Si exceptuamos el territorio que aproximadamente ocupan las actuales
provincias de Almería, Granada y Málaga, el resto de la mitad meridional de la
Península son conquistadas en tan solo treinta años por Fernando III y su hijo
Alfonso X para Castilla y León y por Jaime I por parte de Aragón, tras el
rápido declive del poder almohade causado por su derrota en las Navas de
Tolosa.
A partir de estas fechas España comienza un
proceso de feudalización y de incremento de poder señorial como consecuencia de
los repartimientos que los reyes hacen de los inmensos territorios conquistados
a los nobles guerreros que han intervenido en las victorias decisivas (y aquí
hay que citar, en el contexto hispano, la relevancia de las órdenes militares
que hicieron con extensiones enormes de territorios bajo su control).
España
atraviesa la crisis de la Edad Media del siglo XIV con similares problemas y
calamidades que otros estados de Europa y sólo en la segunda mitad del siglo XV
logra recuperarse para acometer hechos de tanta trascendencia como la conquista
de Granada y el descubrimiento de América, que, precisamente, marcan el fin
definitivo de la Edad Media y el nacimiento de la Era Moderna.
Introducción a la historia
del Reino Suevo
Provenientes del área sudoccidental de
Escandinavia o de Dinamarca, encontraremos a los suevos, en los albores de
nuestra Era, progresando hacia la Galia. A pesar de su victoria sobre los
celtas en la batalla de Magetóbriga, los suevos encontrarán un serio obstáculo
en su avance hacia Occidente: Julio César. Aunque él mismo nos dice que el
Senado romano reconoció en Ariovisto al rey de los suevos - convirtiéndole así
en único interlocutor válido de su pueblo - las aspiraciones de Roma sobre las
Galias disuadirán a los suevos de lanzarse sobre las mismas, decidiendo
retirarse entonces hacia el Este, a fin de evitar el enfrentamiento con la
poderosa potencia itálica.
Antes
de que termine el S. I d. C., los veremos formando parte, junto con los
marcomanos, de una liga de tribus liderada por Marbod, liga cuya cristalización
política sería frustrada por Tiberio entre el 14 y el 37 d. C., y de la que
Marco Aurelio tendrá de nuevo que preocuparse en el año 166 d. C., después de
que un nuevo líder marcománico, Belomar, rompiera el limes danubiano al frente
de una confederación en la que, además de marcomanos y sármatas yazigos,
estarían integrados los cuado-suevos. Todavía Commodo se verá obligado a
combatirles hasta verlos instalados en la actual Eslovaquia, donde los suevos
tendrán por vecinos a los vándalos asdingos. En el S. III d. C. veremos a los
suevos integrados en otras ligas, como la de los alamanes, presionando sobre
las fronteras del Imperio, pero sin lograr traspasar los límites del mismo de
una manera decisiva.
Sin
embargo, la presión ejercida por los hunos hacia Occidente, especialmente
contra poderosas entidades políticas, militares y demográficas como las
formadas por ostrogodos y visigodos, provocaría una sacudida en cadena que
habría de golpear a los suevos y otros pueblos bárbaros asomados al interior
del Imperio, y que sólo esperaban una oportunidad para pasar al mismo. La
rotunda derrota romana en la Batalla de Adrianópolis (378) a manos de los
visigodos, y las graves perturbaciones generadas a raíz de la misma,
contribuirán a debilitar unas fronteras ya de por sí inestables.
Así,
el 31 de diciembre del año 406, suevos, alanos y vándalos, encontrarán entre
Worms y Maguncia un punto para cruzar el Rhin, río que servía de frontera al
Imperio: Lo que los suevos no consiguieron cuatro siglos antes, lo conseguirán
ahora, sometiendo las Galias a concienzudo y voraz saqueo. Mientras vándalos y
alanos se distribuían por otras zonas de la Galia, los suevos eligieron una
ruta septentrional, llegando a la actual Bélgica, quizás con vistas a pasar a
Britania, proyecto frustrado por el general Constantino en la batalla de
Buologne-sur-Mer. Esta derrota y la acción predatoria de alanos y vándalos más
al sur, decidirá a los suevos seguir la línea de la costa sin pretender quizás
ya pasar el Canal de la Mancha, ni girar hacia unas Galias saqueadas a
conciencia por otras tribus, yendo a establecerse en la Armórica, actual
Bretaña.
Los suevos en Hispania
Sin embargo, la usurpación de, precisamente,
Constantino contra el emperador Honorio, contribuirá a abrir las puertas de
Hispania a unos bárbaros que, habiendo agotado ya los campos galos y viéndose
expuestos a la presión húnica, esperan cruzar los Pirineos para sentirse a
salvo. Pero, para cruzarlos, antes debían eliminar un duro obstáculo, las
fuerzas que Dídimo y Veridiano, notables hispanos leales al emperador Honorio,
tenían dispuestas en los pasos pirenaicos.
Será
precisamente Geroncio, general al servicio del usurpador Constantino III, el
que logre expulsarles de sus posiciones, cubriendo los pasos con los llamados
'honoriacos', tropas bárbaras reclutadas por el tirano en las Galias y que, a
la llegada de los vándalos, alanos y suevos en el 409, lejos de oponer
resistencia, se unen a ellos en las exacciones.
A
partir de su llegada a Hispania, la supervivencia de los suevos como entidad
étnica y política dependerá no tanto de ellos mismos, como de los siempre
inestables y cambiantes equilibrios de poder, por ejemplo, entre el titular de
la dignidad imperial en Occidente, los distintos usurpadores, los visigodos,
los vándalos, los francos o el Imperio Romano de Oriente.
Precisamente,
restablecido el control por parte de Honorio, a éste le interesa llegar a un
acuerdo con los bárbaros que han penetrado en Hispania, no sólo para evitar el
inevitable caos y destrucción que una lucha con estos podría provocar, sino
para contrarrestar a unos visigodos cuyo poder y audacia - en 410 habían
llegado a saquear Roma - se revelaba excesivo: Instalando a los alanos,
vándalos y suevos en Hispania, se creaba un contrapeso al poder de los
visigodos que se paseaban, presionados, pero casi a placer, por Italia y las
Galias.
Así, los bárbaros se distribuirán de la
siguiente manera:
- Alanos: Lusitania y Cartaginense.
- Vándalos silingos: Bética.
- Vándalos asdingos y suevos: Gallaecia.
- La Tarraconense, por su parte, quedaba bajo
dominio romano.
Es importante tener en cuenta que en el S.
V Gallaecia, incluía la actual Galicia, el norte de Portugal y la Meseta Norte,
llegando a Somosierra en su límite sur y a la provincia de Soria hacia el Este;
pues bien, los suevos se establecerían 'in extremitate oceani maris occidua',
zona que se ha venido identificando con Galicia y el norte de Portugal, siendo
el conventus bracarense - en torno a Braga, que se convertirá en la capital del
reino suevo, Oporto, Orense y Tuy - la zona de concentración de este grupo
germánico liderado, en este momento, por Hermerico.
Era este un
equilibrio inestable y sumamente peligroso para todos los protagonistas,
especialmente para los romanos que perdían la Bética y ponían a los bárbaros al
borde de la rica África del Norte, y para los visigodos, bloqueados y sin
víveres y con un grave conflicto político y sucesorio abierto tras el asesinato
de Ataulfo.
Para Roma y, muy especialmente, para los
visigodos, urgía aliviar su situación material y reconducir una situación
política que, en cualquier momento, podía irse de las manos: El nuevo rey de
los visigodos, Valia, a pesar de sostener inicialmente una actitud anti-romana,
decidió ponerse entonces al servicio de Roma, de un Imperio que necesitaba
liberar la Bética y dejar a los bárbaros arrinconados en la esquina noroeste de
Hispania, lejos del Mediterráneo.
De ese modo, en 416 los visigodos
arremeterán y aniquilarán a los vándalos silingos y a los alanos, es decir, a
los bárbaros instalados en la rica Bética y en la estratégica Lusitania,
dejando así bloqueados a vándalos asdingos y suevos en la Gallaecia; Honorio no
permitiría a los visigodos acabar la tarea de limpiar Hispania de bárbaros,
dado que necesitaba que los supervivientes mantuvieran la amenaza sobre unos
supuestos aliados que, tras el foedus de 418, eran asentados en la Aquitania
Secunda, pero que daban muestras de querer expandirse más allá del territorio
asignado. Otros pueblos germánicos, como los burgundios asentados en la Sapudia
- la Saboya actual - completaban el cordón sanitario dispuesto en torno a los
poderosos visigodos.
Paradójicamente, la destrucción de alanos
y silingos, no contribuiría precisamente a serenar el ánimo de los bárbaros
instalados en la Gallaecia: Y es que, si los vándalos silingos consiguen huir
al África, los alanos de la Lusitania corren a refugiarse de las embestidas
godas entre los vándalos asdingos asentados en la Meseta Norte, lo que
contribuiría a incrementar la población bárbara de esta zona y, por ello, la
presión demográfica y la agitación: a partir del 419, los vándalos asdingos
comienzan a presionar sobre los suevos chocando en los llamados montes
Nerbasios, que se han venido localizando en torno a la zona del Bierzo.
Los suevos, no sólo lograrán conjurar la
amenaza, sino que a partir del año 430 asistimos a una creciente e intensa
actividad predatoria en todas direcciones, primero hacia el Oeste de Gallaecia
- en 438 llegarán a Burgos - y después hacia el Sur, llegando ese mismo año de
438 a la Bética y tomando Sevilla en 441.
Desencadenadas las fuerzas suevas y
fijándose, quizás, en el ejemplo visigodo respecto a las Galias, Hermerico
parece pretender la conquista de Hispania, o al menos de parte de la misma,
concretamente de la que habían sido arrojados vándalos silingos y alanos: La
toma de Mérida en 439, se ha interpretado como una manifestación de dicho
proyecto, dado que, además de su riqueza y posición estratégica, era sede del
vicarius Hispaniae, de manera que su captura podría hacer del rey suevo vicario
del Imperio de facto - es significativo que los monarcas visigodos intentaran
también ocupar Arlés, sede del prefecto del pretorio de las Galias, cosa que
conseguirían en las postrimerías del Imperio de Occidente y de mano de Odoacro
-.
Otro
argumento que puede inclinarnos a considerar la plausibilidad de estos
proyectos, es la conversión al catolicismo del hijo de Hermerico, Requiario,
conversión desde el paganismo que contribuiría a neutralizar los recelos y la
repugnancia que los provinciales romanos pudieran tener a ser gobernados por un
bárbaro. La conversión de Requiario, no sólo implicaba poseer un requisito
básico para legitimar el ejercicio del poder sobre los romanos, sino que habría
de atraerle el apoyo de las jerarquías eclesiásticas, que en ese momento, no
sólo ejercían una profunda influencia intelectual y moral, sino que
desarrollaban un vital papel político y administrativo. Es significativo, por
su parte, que fueran monarcas suevos, los primeros reyes germánicos en acuñar
moneda con su nombre, lo que constituía una manifestación del ejercicio de la
soberanía.
Sea como fuere, este virulento proceso de
expansión territorial, sería momentáneamente paralizado por Atila, que habría
logrado nuclear en torno a sí un renacido e inquietante poder húnico. La
derrota de Atila en los Campos Catalaúnicos (451) y la neutralización de su
amenaza, estimularía a Requiario a arremeter, nada menos, que contra la
Tarraconense, territorio al que el Imperio no estaba dispuesto a renunciar. Con
la invasión de la Tarraconense, Requiario rompe de manera abrupta con Roma,
pero en un momento en el que los visigodos, lejos de querer colaborar con otros
monarcas germanos en su debilitamiento, están preocupados por afirmar
precisamente el poder del Imperio, dado que, desde el año 455, al frente del
mismo está Avito, personaje de origen galo que, además de compartir intereses
locales con los visigodos, ha sido suscitado al trono imperial por éstos, con
el objeto de consolidar su propia situación en las Galias y convertirse en
factotum del Imperio.
Quizás Requiario no fue consciente de que los intereses de romanos
y visigodos convergían ahora, y ninguno de los dos iba a permitir que una zona
tan sensible e importante como la Tarraconense quedara en manos de los suevos,
por lo que Teodorico II, en nombre del Emperador, emprenderá una acción cuyo
objetivo inicial era aplacar los ánimos de los suevos y rechazarles hacia la
Gallaecia. Las fuerzas de Teodorico II marcharán entonces a Hispania, en busca
del rey suevo, al que encuentran en Astorga: En esta comarca, concretamente
sobre el río Órbigo (octubre 456), los suevos sufrirán una de las más severas
derrotas jamás padecida. Pocos días después, Teodorico entra en Braga, la
capital del reino de los suevos, y a finales de año toma Oporto, donde consigue
capturar y ejecutar a Requiario. Avito, siguiendo la tradicional política
romana de equilibrio de poder entre bárbaros, procuró evitar la destrucción
total de los suevos, pero la batalla del río Órbigo y sus consecuencias en
forma de saqueos y ocupación de estratégicos enclaves por parte de los
visigodos, contribuirá a fortalecer a estos enormemente y a poner las bases
para la consolidación de su dominio sobre Hispania.
Por su parte, la catástrofe del Órbigo y
la ejecución del rey, parecía anunciar la desaparición definitiva del reino de
los suevos, como lapidariamente nos dijera Idacio, obispo de Chaves y principal
cronista de este primer período del reino suevo.
Los suevos tras la batalla del río
Órbigo: supervivencia y redefinición de alianzas
Efectivamente, tras la batalla del río Órbigo,
los visigodos dejaron a un cliente suyo, Agiulfo, como gobernador de los
suevos, lo que habría desdibujado su entidad política y los habría hecho
desaparecer de la Historia. Sin embargo, la insurrección de Agiulfo contra
Teodorico II, llevó a este a reconsiderar su decisión de poner al frente de
Gallaecia a personajes que, salidos del propio ámbito visigodo, podían,
apoyándose en una importante base territorial, económica y humana, no sólo
rebelarse, sino poner en cuestión la posición del mismo monarca godo. Por eso,
resolvió atender las peticiones de los suevos de tener un rey salido de entre
los suyos: si se rebelaban, se rebelaban como entidad política ajena a los
visigodos, contra la que estos, combatirían unidos como otra entidad política,
evitando así que algún dux o notable rebelde de origen visigodo pudiera poner
en cuestión la posición del propio monarca. De esta manera, Teodorico II
conjuraba la amenaza, pero al permitir a los suevos tener un monarca propio,
está evitando también su fragmentación y disolución, y contribuyendo a rehacer
su etnogénesis.
Tras un corto y confuso período en el que líderes suevos como Frantam y Maldras, se enfrentaban entre sí por la hegemonía sobre el pueblo y el territorio, aparece la clarividente figura de Remismundo: si Requiario se había convertido al catolicismo para atraerse a los hispano-romanos y consolidar su posición en Hispania, ahora Remismundo decide convertirse al arrianismo para congraciarse con Eurico y permanecer a salvo de las embestidas godas, presentándose como aliado y cliente, en espera, quizás, del momento para desafiar al nuevo poder peninsular.
Tras un corto y confuso período en el que líderes suevos como Frantam y Maldras, se enfrentaban entre sí por la hegemonía sobre el pueblo y el territorio, aparece la clarividente figura de Remismundo: si Requiario se había convertido al catolicismo para atraerse a los hispano-romanos y consolidar su posición en Hispania, ahora Remismundo decide convertirse al arrianismo para congraciarse con Eurico y permanecer a salvo de las embestidas godas, presentándose como aliado y cliente, en espera, quizás, del momento para desafiar al nuevo poder peninsular.
La
conversión de Clodoveo al catolicismo y sus ímpetus expansivos a costa de los
arrianos visigodos, dará a los suevos esa oportunidad que esperaban: la derrota
a manos de los francos, de los visigodos en la Batalla de Vouillé (506), y su
huída a Hispania, supondrá el incremento de la población goda en dicho
territorio, pero también supone que ha aparecido en el horizonte un poderoso
aliado junto al que batir a los visigodos. Por otro lado, la llegada de
Justiniano al trono imperial de Constantinopla, suponía también una esperanza
para los amenazados suevos: el afán del bizantino por expulsar a los vándalos
del rico granero que es el Norte de África, a los ostrogodos de Italia y los
visigodos de Hispania, serviría para reducir la presión y les convertía en
interesantes aliados.
En
este contexto, llega a Galicia uno de los personajes más importantes del
período, San Martín de Braga o de Dumio. Aparte de sus aportaciones a la
cultura o a la actividad misionera, San Martín, quizás agente bizantino,
consigue forjar una alianza entre éstos y los suevos, de lo que la
'reconversión' al catolicismo de los germanos no es más que una manifestación:
Teodomiro en el 559, abjura del arrianismo, alineándose así claramente con los
poderes anti-godos, esto es, los francos y bizantinos, que siguen la ortodoxia
católica.
Leovigildo y la hegemonía visigoda sobre
Hispania: el final.
Desde 506, la presión franca primero y la
bizantina después - a lo que hay que añadir un 'protectorado' ostrogodo y
algunas usurpaciones - habían desviado las energías de los visigodos, pero el
oscurecimiento del poder bizantino, acosado en los Balcanes y en Mesopotamia
por nuevas oleadas de bárbaros y por los persas, y la división entre los
francos, estimularía a los monarcas godos a asegurar y completar su dominio
sobre la Península.
Así, un nuevo monarca, Leovigildo (571 - 586), arremeterá contra
los bizantinos, tomando Córdoba en 572, contra los sappos de la comarca de Toro
(573), los ruccones de Cantabria (574) y los aregenses de Orense o el Bierzo
(585), cercando así a los suevos. Los únicos aliados con los que podía
contar el nuevo rey suevo, Miro (570 - 583), eran los francos. Divididos, como
hemos adelantado, en varios principados territoriales, Leovigildo logrará
atraerse a los titulares de dos de ellos, Sigiberto y Chilperico, mediante una
alianza matrimonial entre sus hijas y los hijos del godo, Hermenegildo y
Recaredo. Miro lograría, no obstante, concertar una alianza similar con Gontran
de Borgoña, que también necesitaba aliados con los que equilibrar sus fuerzas a
las de otros reyes francos.
Es probable que la conquista del reino
suevo fuera cuestión de tiempo, pero será una de las alianzas matrimoniales
concertada por Leovigildo con los francos, la que, podríamos decir, acelera el
proceso de conquista y absorción del mismo en el Reino visigodo de Toledo:
Ingunda, hija de Chilperico, logrará que su marido, Hermenegildo se convierta
al catolicismo, ruptura religiosa con respecto a su padre, que no es sino
manifestación de una ruptura política. Habiendo sido nombrado poco antes
gobernador o dux de Sevilla, Hermenegildo llamará a los bizantinos en su ayuda,
pero de nuevo, Leovigildo logrará neutralizar la amenaza con maniobras
diplomáticas en forma de soborno al comandante de las fuerzas bizantinas.
Traicionado por los orientales, a Hermenegildo sólo le queda un aliado lo
suficientemente perturbador para el monarca visigodo, el también católico y
amenazado rey Miro de los suevos, que acudirá desde Galicia en ayuda del
converso rebelde.
Temiendo que la situación pudiera
escapársele de las manos, Leovigildo se inclinó de nuevo por la negociación
diplomática, aunque su posición de fuerza tras la batalla de Osset - cerca de
la actual San Juan de Aznalfarache - persuadió a Miro a establecer un pacto con
el godo: Miro conservaría el reino a cambio de retirarse al mismo y mantener
una actitud de subordinada obediencia. El sucesor de Miro, Eborico,
profundizará en esta actitud subordinada, generando gran descontento entre la
mayoría de los suevos. Erigiéndose en portavoz de los descontentos, un noble suevo,
Audeca destronará a Eborico, retirándolo a un monasterio.
Quizás Audeca era consciente de que el
pacto concertado por Miro y Leovigildo, no fue para este último más que una
manera de ganar tiempo para acabar con Hermenegildo y así, cubiertas las espaldas,
poder volverse contra los suevos para terminar lo que empezó al inicio de su
reinado. Es significativo que Audeca tomara como esposa a Siseguntia que,
aparte de haber sido la esposa de Miro, era hija de Gontran, es decir, que
Audeca parecía querer rehacer la alianza franca, consciente del inevitable
enfrentamiento con Leovigildo - de hecho, los francos de Gontran enviarían en
su momento naves a Galicia cargadas quizás con pertrechos, dinero y quizás
algunos hombres -.
Sin embargo, como ya ocurriera más de cien
años antes, cuando su antecesor Requiario decidió atacar la Tarraconense, con
su usurpación, Audeca no hizo más que acelerar el final del reino suevo:
Leovigildo no podría imponer la hegemonía sobre Hispania mientras el pacto
suscrito con Miro le atara respecto al reino de los suevos, pero la usurpación
de Audeca le servía en bandeja una excusa perfecta para sentirse desligado de
dicho pacto y poder proceder a la conquista del Noroeste de Hispania.
Efectivamente, el año 585 sería testigo de
la invasión del reino suevo por parte de los visigodos. La historia volvía a
repetirse, salvo por un matiz importante: al contrario que en tiempos de
Teodorico II, Leovigildo no permitiría ahora a los suevos tener un rey propio.
De hecho, el intento realizado por un noble suevo, Malarico, de restaurar el
reino, sería rápidamente abortado por las tropas visigodas.
Leovigildo toma entonces el título de rex
suevorum y, como señala la Crónica Biclarense, hizo del reino suevo "una
provincia de los godos", haciendo realidad lo que Idacio anticipara
precipitadamente algo más de cien años antes: Ahora sí, el reino de los suevos
dejaba de existir.
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García Moreno, Luis A. (1982). «Las invasiones
y la época visigoda. Reinos y condados cristianos». En Juan José Sayas; Luis A.
García Moreno. Romanismo y Germanismo. El despertar de los pueblos
hispánicos (siglos IV-X). Vol. II de la Historia de España, dirigida por Manuel
Tuñón de Lara. Barcelona: Labor. ISBN 84-335-9422-2.
Thompson, E. A. (2011) [1969]. Los godos
en España. Madrid: Alianza Editorial. ISBN 978-84-206-6169-8.
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