Cuba, emporio y colonia
La disputa de un mercado
interferido 1878-1895
José A. Piqueras
José Luis Panizo Galindo (UAM)
El eje de la presente obra lo constituye el estudio de
las relaciones económicas y sociales en Cuba, la definición de intereses, su
contraposición y defensa, el modo y el tiempo en que fueron atendidos o
desasistidos. De este
modo, el estudio de Piqueras nos acerca a la comprensión del funcionamiento
efectivo de la práctica colonial.
Reune una serie de estudios anteriores de José
A. Piqueras, frutos de sus investigaciones en archivos españoles y cubanos.
Como se puede apreciar las publicaciones coetáneas (fuentes impresas), junto a
la prensa periódica, o a la revisión de publicaciones oficiales, como por
ejemplo, la “Estadística general del Comercio exterior de España con sus provincias
de Ultramar y potencias extranjeras (1868-1897)”, integradas por el autor,
que se revela como un conocedor de la historiografía cubana clásica y reciente,
con especial referencia al periodo comprendido entre la Paz de Zanjón (que puso
fin a la Guerra de los Díez Años) hasta el comienzo de la Guerra de
Independencia: Le Riverend, Moreno Fraginals, o Leví Marrero,(1) entre
los primeros; y Balboa Navarro, Barcia, Fernández Prieto, Márquez Dolz, García
Álvarez, Iglesias García, o Zaneti,(2) entre
los segundos. Tampoco se debe olvidar los estudios publicados en EE.UU., como
el de Bergard, Dye, entre otros.(3)
(1) Le Riverend, J. (1974, 4ª. Ed.): Historia económica de Cuba, Instituto Cubano del Libro, La Habana. Moreno Fraginals, M. (1978): El ingenio. Complejo económico social cubano del azúcar, Edit. De Ciencias Sociales, La Habana (reed. De Crítica, Barcelona, 2001); o del mismo autor, (1995): Cuba-España, España-Cuba. Historia común. Crítica, Barcelona; y (2000): Economías y sociedades de plantaciones en el Caribe español 1830-1930). En Bethel, L. (Ed.), Historia de América Latina 7. América Latina: economía y sociedad, c. 1870-1930, Crítica Barcelona. Marrero, L. (1972-1992): Cuba: economía y sociedad 1763-1868, Playor, Madrid.
(2) Balboa Navarro, I. (2000): Los brazos necesarios. Inmigración, colonización y trabajo libre 1878-1898. UNED de Valencia-Fundación Instituto de Historia Social, Valencia; Barcia, M.C. (1998): Élites y grupos de presión. Edit. Ciencias Sociales, La Habana; Fernández Prieto, L. (1998): Díez nuevas miradas de la Historia de Cuba, pp. 151-177; García Álvarez, A. (1990): La gran burguesía comercial en Cuba 1899-1920. Edit. De las Ciencias Sociales, La Habana; Iglesias García, F. (1998): Del ingenio al Central. Universidad de Río Piedras, San Juan; Márquez Dolz, M. A. (2002): Las industrias menores. Empresas y empresarios en Cuba 1880-1920. Editora Política, La Habana; Zanetti Lecuona, O. (1998): Comercio y poder. Relaciones cubano-hispano-norteamericanas en torno a 1898. Casa de las Américas, La Habana; y Zanetti y García Álvarez (1987): Caminos para el azúcar. Edit. De Ciencias Sociales, La Habana.
(3) Bergad, L. W. (1990): Cuban Rural Society in the Ninetheenth Century.The Social and Economic History of Monoculture in Matanzas. Princenton University Press, Princenton; Dye, A.D. (1998): Cuban sugar in the Age of Mass Production. Technology and the Economics of Cuban Sugar Central, Stanford University Press, Nueva York.
Cuba, emporio y colonia…intenta ser una aportación a
la comprensión del pasado cubano, desde el presupuesto de la mutabilidad del
modelo colonial inicial, establecido a comienzos del siglo XIX, tanto de la
perspectiva de la colonia, como, por supuesto, desde los intereses de la
metrópoli. Es necesario someter a discusión el régimen colonial, de un lado, y,
lo es igualmente, de otro, el correcto tratamiento de la situación económica de
la isla, en el período de entreguerras colonial, y su inserción en la economía
mundial.
En la
interpretación del pasado anterior a la independencia, en Cuba, tuvo enorme
repercusión, después de 1959 la teoría de la dependencia y, en consecuencia fue
un factor explicativo básico la ausencia de una burguesía nacional
independiente, que hubiera podido cambiar la orientación de la misma.
Cuba se
había adelantado al resto de Latinoamérica como país monoexportador periférico
y dependiente. Para explicar el triángulo EE.UU.-Cuba-España se recurrió a la
teoría de la doble metrópoli, que se
justificaría por el atraso español para realizar las funciones de potencia
capitalista colonial. No solo habría habido incapacidad, sino también
insensibilidad de la metrópoli para auspiciar las transformaciones que tuvieron
que producirse en la industria azucarera a fines del s. XIX. En el punto de
partida (1818), Cuba habría obtenido, frente al sistema colonial español
anterior, la prerrogativa de vender directamente al exterior, aunque esa
circunstancia se acompañase, inmediatamente (1821) de una política arancelaria
que de hecho reservaba el mercado antillano a la metrópoli, junto con una
intervención en el sistema de transporte (derechos diferenciales de bandera),
que sofocaba, aún más, las posibilidades de la economía cubana. Como sintetiza
Piqueras, al referirse a este modelo de explicación:
“En un siglo
de constante expansión de la demanda azucarera, Cuba aprovechó en pequeña
escala las ventajas comparativas que le proporcionaba haberse convertido en el
principal productor mundial de dulce: el sistema colonial impidió capitalizar
lo bastante y generó una oligarquía política y económicamente dependiente…” (4)
(4) Piqueras, José A. Cuba, emporio y colonia. La disputa de un mercado interferido (1878-1895). México, F.C.E., 2003. p. 25
Esta
oligarquía extraería sus capitales y facilitaría la entrada, entre 1878-1895,
del capital americano, dando pie a la situación posterior de “neocolonia”. Para
el historiador valenciano es necesario volver sobre el período anterior a la
independencia y tratar de explicar los cambios que se producen en la sociedad
cubana, la modernización industrial y el papel jugado por la burguesía isleña
en el mundo internacional. Efectivamente, estamos ante un mercado interferido
por los intereses metropolitanos, en una coyuntura internacional de grandes
cambios en lo que al azúcar se refiere –peso cada vez mayor de la industria
remolachera europea con exportaciones subsidiarias, aparición de nuevas
regiones cañeras en la América Continental y en el Pacífico, abolición
definitiva de la esclavitud, modificaciones en la demanda mundial, caída
general de los precios del azúcar-, ante lo que la burguesía criolla y
peninsular, establecida en Cuba, tuvo que reaccionar: tratando de un lado, de
producir más y más barato (reestructuración industrial) y de conseguir, de
otro, el apoyo del Estado español, en defensa de sus intereses, en competencia
de los grupos organizados metropolitanos.
Como decía,
el libro se compone de 9 capítulos escritos a lo largo de una década, en los
que se procede a revisar el período que va desde la Paz del Zanjón, que puso
fin a la denominada Guerra de los Díez Años hasta la reanudación de las
hostilidades que habría de conducir al abandono de la Isla por España (los
comienzos de la Guerra del 98).
En el
capítulo 1°, “Tiempo de cambio en la colonia, 1878-1895” (pp. 37-73)
Se formula la tesis de que estamos ante la etapa de
transformaciones económicas-sociales (del ingenio al central) y políticas más
importantes de la historia contemporánea de Cuba, por lo menos hasta 1959: fin
del orden esclavista, aparición de una burguesía industrial y agraria,
acercamiento en los noventa a EE.UU. (en 1877, se concentraba en este país el
80% de las exportaciones cubanas), e intento de adaptaciones sucesivas por
parte de la metrópoli, para asegurar el dominio de la colonia (del asimilismo
al dominio).
En el
capítulo 2°, “Los cauces de representación de intereses en condiciones
coloniales: los grupos de presión” (pp. 75-97)
Se realiza una incursión metodológica que posibilite
el análisis de los intereses corporativos (grupos de presión, grupos de
intereses, grupos de promoción), aplicable a los modos de intervención de la
sociedad cubana en la política española. Especial interés adquieren la Junta de
Hacendados, La Unión Constitucional, el Partido Español que se aprovecha del
hecho colonial (servicios financieros y el transporte marítimo) ramificando sus
intereses en la Península.
En el
capítulo 3°, “Los beneficios de la metrópoli en el sistema colonial español”
(pp. 99-121)
Intenta redefinir el marco de las relaciones
hispano-cubanas, en el contexto del imperialismo europeo. La ausencia de un
proyecto global de reorganización de la política colonial, junto a las
circunstancias adversas del mercado mundial del azúcar, inclina la balanza del
lado de los intereses peninsulares. Por otro lado, el proteccionismo intenso de
la política de EE.UU. –instrumentado para obtener una presencia mayor en el
mercado cubano- , reducirá igualmente el margen de maniobra del gobierno
español. La parte sustancial de este apartado se centra en el análisis de la
formación de la renta colonial por parte de España: sostenimiento de la
administración colonial (militar y civil): el ingreso básico procedía de las
aduanas – 57,2 ptas./habitante frente a las 18 ptas./habitante de EE.UU.-,
secundado por la capacidad de endeudamiento; precisamente la amortización e
intereses de la deuda eran una fuente de ingresos básicos del capital
financiero (Banco Hispano-Colonial y el Banco Español de la Habana); el tercer
elemento de la renta colonial procedía de las contratas del Estado (líneas de
vapores); en el saldo positivo de la balanza comercial para la Península (leyes
de relaciones comerciales de 1882), el cuarto elemento; en el trasvase de
capitales (beneficios y patrimonios junto a las remesas de los emigrantes), se
sitúa el quinto elemento; finalmente, hay que referirse al impulso dado a la
flota marítima española, en el que jugó un papel esencial el vértice norteamericano
de las relaciones con Cuba. La conclusión me remite a una dependencia mayor de
Cuba de los EE.UU., pero también, y este es un aspecto poco valorado
normalmente, al incremento de la renta colonial española en la década de los
noventa.
En el
capítulo 4°, “Las condiciones de la actividad económica y las relaciones de
poder” (pp. 123-159)
Aquí se analizan las reinvidicaciones antillanas
frente a la metrópoli y las diferentes respuestas que en el tiempo se van dando
a estos problemas: las cargas derivadas del coste de la guerra de 1868-78; el
precio excesivo del vínculo colonial; una presencia mayor de la producción
cubana en el mercado peninsular; la necesidad de contar con la ayuda del Estado
para obtener unas condiciones favorables en el comercio con EE.UU.; la defensa
de otros mercados mediante la rebaja de los aranceles.
En el
capítulo 5°, “Los tratados de comercio con los Estados Unidos” (pp. 161-186)
“Si la
historia de la colonia no puede entenderse sin sus relaciones con la metrópoli,
la evolución de Cuba no puede explicarse en esta época sin tener presente la
situación interna de los Estados Unidos y la evolución de su política
económica, dictada como pocas veces antes por los intereses organizados que
presionaban sobre el Congreso y el Ejecutivo”. (5)
Durante los 80 se registra una mayor propensión de los
gobiernos norteamericanos a escuchar a los grupos de intereses y se concibe una
estrategia general, con la mirada puesta de modo especial en Cuba, de una
política proteccionista extrema, aliviada con acuerdos bilaterales de
reciprocidad. Solo desde este contexto, podemos entender las negociaciones de
1883-84 que condujeron al modus vivendi
(supresión del derecho diferencial de bandera con los EE.UU., acompañado de una
reducción sustancial de los derechos de importación en Cuba a los productos
americanos) frustrado en 1886; e igualmente el Hill MacKinley (mayo de 1890)
–denunciado cuatro años después- y el tratado comercial hispano-norteamericano
de 1891 que acompañado de un aumento del arancel que gravaba al resto de las
importaciones extranjeras, daría lugar a una hegemonía compartida, en el
mercado cubano, de norteamericanos y españoles.
En el
capítulo 6°, “Capitales en el azúcar. Rentabilidad económica y oportunidad de
inversión” (pp. 187-214)
Se ocupa de los cambios del mercado mundial del azúcar
y de la respuesta de las tres partes (Cuba, España y EE.UU.). La “revolución
del azúcar” tiene que realizarse en un marco condicionado, -además de por las
condiciones del mercado mundial (en el que se dieron políticas comerciales
contradictorias: Inglaterra suprimiría el arancel importador (1874), mientras
que el resto de los países europeos, incluida España, y los EE.UU. entrarían en
una fase de férreo proteccionismo), como factor básico-, por la política
metropolitana (cargas fiscales y derivadas del pago de la deuda), ausencia de
un sistema financiero adecuado, y exigencias, cada vez más fuertes, del trust
refinador norteamericano. Los cambios estructurales en Cuba se aplazaron al
final de la primera guerra, en 1880. La isla
asumió una función subsidiaria de la industria refinadora
norteamericana, pasando a exportar, principalmente, azúcar crudo. Se hacia
necesario un tratado comercial y una situación de estabilidad posterior. El
problema no es la ausencia de capitales para la modernización del complejo
agroindustrial cubano, sino de la transferencia permanente de estos a Europa y
EE.UU., proceso que se había iniciado desde los comienzos de la guerra del 68:
“Asistimos a una cuidada estrategia de diversificación
de activos que conduce a situar en el exterior parte del patrimonio acumulado
en la trata, el azúcar y el comercio, debido a la atracción que ejercen los
negocios en Inglaterra, Francia, Estados Unidos y España”. (6)
En el capítulo
7°, “Mercado protegido y consumo desigual” (pp. 215-245)
Aborda una de las cuestiones más firmemente asentadas
de la historiografía cubana: “Incapacitada para explotar colonialmente a Cuba…
España se dedicó a esquilmarla”, que escribiría Moreno Fraginals. Piqueras
realiza un análisis de las balanzas comerciales entre Cuba y la metrópoli. Para
empezar, el mercado peninsular no es un mercado estancado (entre 1860 y 1890 el
PIB español experimenta un incremento del orden del 76%; el producto por
habitante crece en España entre esas mismas fechas un 56%. La renta per cápita
habría pasado de 380,1 pesetas (pesetas constantes de 1913) a 511,6 pesetas, lo
que representa un aumento del 35% en treinta años) (El autor acude a las cifras
de Prados, Carreras y otros como argumento de autoridad) (7) aunque lo sea para la economía cubana (el descenso de los precios del mercado
mundial y los intereses organizados de los azucareros españoles). En el mundo
proteccionista de fines de siglo, difícilmente España hubiera podido asumir el
papel de intermediario, en los mercados europeos, del dulce cubano. La
importancia, a la inversa, de Cuba para la economía española, no debe medirse
por el volumen absoluto de los intercambios, sino por la incidencia que tuvo en
sectores que se hallaban en crisis o en trance de transformación, y la isla
contribuyó a mantener actividades de bajo nivel técnico y empresarial. Por otro
lado España se vería ampliamente favorecida por las exportaciones cubanas a
EE.UU., que se traducirían en un incremento de la demanda de productos
metropolitanos.
(5) Ibid., p. 161.
(6) Ibid., p. 208.
(7) Ibid., pp. 218-219.
En el
capítulo 8°, “La naturaleza de los cambios y la estructura del comercio de
importación” (pp. 247-273)
Vuelve a incidir sobre el planteamiento anterior, pero
acercándose más a el objetivo. Obtengo una visión nueva de la realidad cubana,
en la que los sectores que producen para el mercado interno han adquirido más
relevancia, a la vez que han producido una concentración mayor del sector
exterior, con una presencia cada vez más importante del capital norteamericano.
Finalmente
en el capítulo9°, “Voces interesadas. Patria y utilidades en las postrimerías
de la colonia” (pp. 275-311)
En los capítulos precedentes se analiza el volumen y
las características de los intercambios comerciales entre la Isla Y la
Península en las últimas décadas de dominio colonial, también se hace una
lectura política. El comercio español se había especializado en el consumo
popular (emigrantes negros, trabajadores del campo y de la ciudad, y sectores
bajos de las clases medias). Se había realizado un discurso político que
sobrevaloraba la dominación mercantil española, impidiendo las buenas
relaciones con los EE.UU. España consiguió por dos veces restaurar el modus vivendi con EE.UU., superando las
dificultades internas que se abrían en Cuba, pero no tuvo tiempo para
restablecerse una tercera vez, en 1894, la confianza de la sociedad cubana y se
vio envuelta, de nuevo, en una guerra colonial, ésta vez definitiva. El
discurso de la cautividad y del monopolio económico metropolitano, aunque como
demuestra Piqueras, no sea cierto, si parece que tuvo virtualidad política con
el pánico de 1894.
Si los
elementos más significativos de los grupos económicos insulares eran
políticamente integristas –concluye Piqueras-, partidarios de una integridad
nacional que comprendiera Cuba y Puerto Rico en la nación española, los
intereses materiales que la pertenencia a España debía asegurar les llevaba a
reclamar del Estado medidas favorables que podían entrar en colisión con los
intereses de la propia metrópoli. Los intereses económicos, tan importantes y a
menudo tan vulnerables, llevó a estos auténticos “colonos” a actuar conforme se
puede esperar de una clase que hacia de su condición de españoles fuente de
privilegios, pero que en la práctica subordinaba su identidad nacional a la
obtención y conservación de beneficios. (8)
(8) Ibid., pp. 309-310
Para obtener esos beneficios no dudaron en construir
el discurso político del monopolio comercial y de la explotación colonial. Si
el primero de los términos no era correcto, si el segundo, aunque ellos mismos
fuesen los principales protagonistas de la misma.
Trato con
esto de entender un poco, la dimensión en la cual se produjeron unos cambios,
por malos gobiernos o por la situación política de la Corona que, pienso, no
supieron aprovechar. Peor si fue aprovechado por EE.UU., espero que me haya
salido bien trate y puse todo mi empeño en entender.
BIBLIOGRAFIA
Piqueras,
José A. Cuba, emporio y colonia. La disputa de un mercado interferido
(1878-1895). México, F.C.E., 2003.
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