EL
PALACIO DEL INFANTADO
El Museo de Guadalajara, fundado en 1838, es el Museo Provincial más antiguo de
España. Desde 1973 su sede es el Palacio del Infantado.
Las columnas que sostienen la arquería inferior son de
orden dórico, sin decoración alguna en el fuste, y descansan como es habitual
en el mismo, sobre una crepidoma escalonada. Estas son de aspecto algo
achaparrado o achatado para lo que debería ser la altura total del patio. Las
columnas superiores son de tipo heliocoidal y están surcadas de motivos
plásticos como cintas y hojarascas, al igual que su capitel también
decorado
El patio de los leones o patio central, es de forma
cuadrilátera (ligeramente alargada de sur a norte, ya que en los laterales de
levante y poniente aparecen siete arcos por cinco en el resto), típico del
estilo hispano-flamenco. Está compuesto de juego de doble arquería superpuesta,
formada por arcos conopiales mixtilíneos decorados con bolas o perlas, y
florones y picos que sobresalen de su intradós. En el paramento que hay entre los
arcos y el friso superior formado por una celada terciada con motivos vegetales
(*hojas de cardo), se observan las figuras de los leones que dan nombre al
conjunto, en medio una tolva de molino y entre ellos las figuras de dos
grifos rampantes sobre los escudos ducales.
EL
PALACIO DEL INFANTADO EN GUADALAJARA
De nuevo me alcanza la
satisfacción de informar a la Academia acerca de la importancia histórica de
otro monumento alcarreño. Pero si fue fácil la tarea tratándose de la fundación
de Luis de Lucena, aún es mayor y más grata al referirse a un monumento que por
los caracteres de su belleza artística y por las vicisitudes de su destino
histórico, merece colocarse a la cabeza de las joyas que aún conserva la
arquitectura civil en España. Tanta es su importancia, y tan reconocido su
mérito, que sin escrúpulo podría aplicársele aquel célebre epitafio de Santa
Cruz de Florencia: Tanto nomini nulhim
par elogium. Nombre tan esclarecido excusa toda alabanza. El palacio del Infantado de Guadalajara es
un edificio de fama universal; y lo que parece extraño es que después de salir
del dominio de los duques, no haya entrado a formar parte del patrimonio monumental
de la nación como uno de los trofeos más representativos y más brillantes de su
historia. Porque este hermoso palacio, si es para el arte nacional un ejemplar
rarísimo de aquella arquitectura sintética que al finalizar el siglo XV
compendia todos los estilos decorativos de los anteriores y les imprime un
sello de originalidad que da carácter propio a los elementos más extraños y
refleja á maravilla las varias corrientes de nuestra cultura así importada como
indígena, también en el orden histórico, que es el que a nosotros interesa,
recoge todos los acontecimientos de seis siglos de nuestra historia, desde que
surge la casa de los Mendozas en Guadalajara con el gran Marqués de Santillana,
hasta que arruinada la casa ducal por alternativas de la suerte, pasa su
palacio y solar alcarreño a ser asilo caritativo de los huérfanos de la guerra.
Pero
aunque éste sea el aspecto que nosotros debemos considerar en él, para emitir
juicio sobre su importancia histórica, séame permitido añadir una noticia de
cosecha propia acerca de los afortunados maestros que erigieron tan suntuoso
monumento, interpretando, como correspondía a su genio, el alto pensamiento de
los Duques del Infantado.
Todos
cuantos han escrito acerca de este palacio, se han atenido, para reconocer a
sus maestros constructores, a la inscripción, ya mutilada por los desgastes del
tiempo, que corre ondulante por encima de los arcos de su patio central. Según
allí dice: Esta casa hicieron Juan Guas é
M. Anrri Gua... A la que sigue una laguna por deterioro de la piedra, y
continúa..., otros muchos maestros que
aqui tra..
A
juzgar por esta leyenda, parece que los maestros principales del suntuoso
alcázar debieron ser Juan Guas y Enrique, su hermano, ya conocidos por otras
obras ejecutadas en España, v singularmente por la delicada joya de San Juan de
los Reyes, de Toledo. Sin embargo, en la frase, un tanto despectiva, con que
envuelve en las sombras del anónimo a
otros muchos maestros, hay a mi entender uno, no citado hasta ahora, y que,
no obstante, debió tomar parte muy principal, si no la suprema, en la construcción
del palacio y en la resolución de sus más arduos, problemas constructivos.
La
suposición se funda en estos hechos. Ocupaba la silla metropolitana de Sevilla,
a fines del siglo xv, D. Diego Hurtado de Mendoza, hijo de D. Iñigo López de
Mendoza y primo del otro D. Iñigo que mandó edificar el regio alcázar del
Infantado; y como se suscitasen por entonces graves dudas acerca de la
terminación de la Catedral hispalense, que venía erigiéndose desde 1402, el
ilustre prelado, hallándose a la sazón en Guadalajara, escribió al Cabildo una carta,
que recogió en parte Cea Bermúdez, en la cual decía sobre este asunto, que les
enviaba al maestro de su casa, llamado Ximon, y les exhortaba, por amor suyo, a
que se conformasen «en aquello con los que más saben». Y, en efecto, el
Cabildo, después de oir al artista alcarreño, le nombró maestro principal de la
obra, cuyo cargo desempeñó desde esta fecha de 1496 hasta su fallecimiento,
ocurrido en 1502. (1)
(1)Llaguno,
al hablar de las obras de la Catedral de Sevilla, no solamente le cita con
las variantes de jimon ó Ximon, sino que le adiciona el apellido de Pérez, y
supone que debía ser hijo suyo otro Ximon Pérez que presentó al Cabildo
sevillano en 1522 unos trazos que había hecho para las sacristías mayores de
los cálices. Suyas son también estas palabras: «Fue gran arquitecto y maestro
mayor de ella (de la Catedral de Sevilla), adonde le envió el Arzobispo D. Diego
Hurtado de Mendoza a reconocer la fábrica y escribió al Cabildo aconsejándole
que se conformase con su parecer, como de maestro sabio e inteligente.
Ahora
bien, el palacio del Infantado hubo de erigirse entre los años de 1479 y I500
que fueron los veintiuno que poseyó los estados de aquella ilustre casa el Duque
D. Iñigo, segundo del Infantado; de modo que , si en 1490 el maestro Ximon era
el principal arquitecto de la casa ducal, ¿dónde sino en la construcción del
palacio que por entonces se estaba terminando, habría acreditado su pericia
hasta mover el ánimo del Arzobispo don Diego, para enviarlo a Sevilla a dirimir
las disputas sustentadas por maestros tan autorizados como Pedro de Toledo,
Francisco Rodríguez y Juan de Hoces? Lo más probable es que el maestro Ximon
fuese el arquitecto del grandioso edificio, y los hermanos Guas los decoradores,
por lo cual la inscripción que conserva el nombre de estos maestros se halla
grabada en la cinta ornamental de los arcos del patio, que es la parte más rica
y espléndida de la decoración del insigne monumento.
Y
hecha esta indicación, que si no resuelve definitivamente el asunto, recaba
para un arquitecto alcarreño la gloria muy probable de haber sido el principal
maestro del palacio del Infantado de Guadalajara, pasaré a exponer rápidamente
algunos hechos históricos que están vinculados en sus espléndidos aposentos.
En
ellos, y bajo los más ricos alfarges que labró el arte mudejar en España, se
aposentó cautivo el rey de Francia Francisco I, el cual, admirado de la riqueza
y esplendor de la sala de los Linajes y de la muchedumbre y bizarría de tantos
caballeros como formaban la corte de los Mendozas, dijo que la mayor grandeza
que había visto en España de las cosas del Emperador era tener tal vasallo como
el Duque del Infantado. Verdad es que por entonces contaba la casa ducal con 80.000
vasallos en España.
No
era extraño que tanto poderío, que hacía de Guadalajara una Corte rival de la
suya, suscitase los celos de Felipe II, el cual, para cortar los vuelos al
águila alcarreña, cuando murió Francisco I y quedó viuda la Infanta doña Leonor,
su tía, le hizo donación de la ciudad de Guadalajara y envió ella á D. Rodrigo Niño para que tomara
posesión, á nombre de la reina, no sólo de la ciudad sino de hospedaje adecuado
a su jerarquía en el palacio del Duque del Infantado.
Resistióse
el Duque, despidiendo ásperamente al Secretario del Rey; pero éste, que no se
doblegaba fácilmente a las arrogancias de la nobleza, envió de nuevo al alcalde
Durango para que, si era preciso, pusiese al Duque en la calle y se posesionase
de su palacio. Prevenido el Duque cedió buenamente su casa al Rey, y aunque
murió la reina doña Leonor un año después, sin haber ido a Guadalajara, no
quiso éste volver a su casa, que permaneció cerrada hasta los días de su
sucesor.
El
cual, sintiendo ya debilitarse en sus manos el cetro del feudalismo alcarreño
que habían empuñado con tanto esfuerzo sus antecesores, buscó la reconciliación
con el Rey, y éste, tan duro con los altaneros como benévolo con los sometidos,
le confió la honrosa embajada de ir a recibir a la frontera de Francia a doña
Isabel de Valois, hija de Enrique II, que, como prenda de paz, venía a unirse
con el rey de España, y conducida con regia esplendidez desde Roncesvalles al
palacio de Guadalajara, permaneció en éste con toda la Corte cinco días que
duraron las fiestas de la boda, costeadas todas con pródiga munificencia por el
Duque, que aún repartió entre las personas reales, damas de Palacio y señores
cortesanos joyas y preseas de gran valor, según frase de un testigo, consignada
en documento contemporáneo.
Esta
fue la deslumbradora llamarada con que comenzó a extinguirse aquel astro de la
opulencia de los Mendozas, pues muerto D. Iñigo sin sucesión masculina, pasó el
Infantado a doña Ana de Mendoza, célebre por su gran caridad y sus fundaciones
piadosas, y de ésta a su hija doña Luisa, madre de D. Rodrigo Díaz de Vivar y
Hurtado de Mendoza, en quien concluye la línea directa al comenzar el último
tercio del siglo XVII. Los nuevos Duques, que tenían en Madrid un palacio
anchuroso, y aunque 110 artístico por su construcción, muy pintoresco por su
posición topográfica, en la que rivalizaba con el de los reyes, abandonaron el
de Guadalajara, que quedó cerrado y convertido ya en pesada carga para la
administración del patrimonio ducal. Aún, sin embargo, fiel a su antiguo
destino, continúo desde su misma obscuridad arrojando brillantes fulgores en
las páginas de la historia patria.
En
sus salones se hospedó por algún tiempo el bastardo de Felipe IV D. Juan de
Austria, que tanto papel hizo en las crisis políticas y en la dinástica del
reinado de Carlos II, y sus dorados artesonados recogieron el último aliento de
doña Mariana de Noeburgo, segunda esposa del mismo monarca.
Implantada
la nueva dinastía, aún se renovaron en el histórico palacio los grandes
festejos de otra boda regia, pues en él se ratificaron las capitulaciones
matrimoniales de Felipe V con doña Isabel de Farnesio. Pero estos destellos de
sus grandes destinos fueron poco a poco amortiguándose, y al llegar el siglo
xix, cuando la quiebra de la casa ducal puso en grave peligro la pérdida del
grandioso monumento, un arranque nobilísimo de caridad vino a salvarle de la
inminente ruina, obteniendo del último Duque de la línea directa de Osuna la
cesión del edificio,' que mitad como donación y mitad como venta pasó a manos
del Consejo de Huérfanos de la guerra, para instalar en él un Colegio de estas
desgraciadas víctimas de nuestras discordias civiles. (2)
(2)La
Caja especial creada por el Gobierno en 19 de Marzo de 1876, fue ampliada a
los huérfanos de ultramar por Ley de 27 de Julio de 1877, que presentó al
Congreso y defendió en un brillante discurso, no escaso de erudición
política, el entonces novel parlamentario y hoy nuestro querido compañero D.
Francisco de Laiglesia. En esta Ley se amplió en 60.000 pesetas el crédito
para Academias militares, aplicándose a pensiones de huérfanos, y se mandó
consignar en Presupuestos 300.000 pesetas para reforzar dicha Caja,
lográndose así reunir la suma necesaria para la adquisición del Palacio del
Infantado y el establecimiento del Colegio de Huérfanos. Nos complacemos en
que la verdad histórica rinda este tributo de reconocimiento a nuestro
ilustre amigo y compañero.
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El
palacio fue tasado en 750.000 pesetas por el Sr. Marqués de Cubas, sin incluir,
por supuesto, sus bellezas artísticas, y con 250.000 que dio el ayuntamiento de
Guadalajara y 125.000 la Caja de Huérfanos, pudo otorgarse la escritura de
adquisición el 21 de Julio de 1878, fecha memorable para esta ilustre casa, que
de morada un día de esclarecidos y opulentos magnates, vino a parar en modesto
asilo de caridad para abrigo y amparo de pobres huérfanos, confiados a la gratitud
y solicitud de la madre patria.
El
colegio se inauguró con asistencia de D. Alfonso XII y de toda su Corte, que,
al efecto, se trasladó solemnemente a Guadalajara el 2 de Marzo de 1879.
Tal
es, a grandes rasgos, la importancia histórica del palacio del Infantado de
Guadalajara. Por su origen nobilísimo; por su estilo original y casi único en
su género; por los sucesos de que ha sido teatro en el transcurso de su larga
historia; por su alta representación social y política; por su merecida fama y
por las joya s artísticas que aún atesora, debe elevarse a la categoría de
monumento nacional y conservarse como página, según dejamos dicho, en que se
reflejan y concentran los destellos más brillantes de nuestra historia civil y
los rayos más espléndidos de nuestra cultura artística.
La
Academia, sin embargo, con superior criterio, propondrá al Gobierno de S. M. lo
que juzgue más acertado.
Madrid, 4 de Marzo de
1914.
MANUEL PÉREZ-VILLAMIL.
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