lunes, 30 de septiembre de 2019


RÓMULO AUGUSTO

EL ÚLTIMO EMPERADOR

EL FIN DE ROMA

Estimados lectores una vez más, os voy a poner como y porque Roma se fue a pique, a causa de los malos manejos, intrigas de Zenón el emperador de Oriente y el ansia de poder de todos a la vez. Interesante trabajo de José Joaquín Caerols, profesor de filología latina de la universidad Complutense de Madrid.

Espero sea de vuestro agrado, y entendáis las causas, para no caer en lo mismo en el futuro.


Ejército romano en combate contra los germanos durante las guerras marcomanas. Relieve del sarcófago de Portonaccio (c. 180 d. C), Museo Nacional Romano.


A finales del verano del año 476, Ravena, ciudad que desde hacía décadas era la capital del Imperio romano de Occidente, fue escenario del acto final de una breve y dramática historia de lucha por el poder: el general bárbaro Odoacro destituía al joven Rómulo Augusto, a quien su padre, el patricio Orestes, había nombrado emperador de Occidente un año antes. Previamente, Odoacro se había puesto al frente de una revuelta de soldados del ejército imperial en Italia y, tras ocupar Ticino (Pavía), había dado muerte a Orestes en Placentia (Piacenza) y a su hermano Paulo en la misma Ravena.
            Tradicionalmente, estos sucesos han sido interpretados y descritos como el último capítulo de la historia del Imperio romano de Occidente, con el que cae el telón de la Antigüedad y se abre el de la Edad Media.

En aquellos días, sin embargo, pocos verían en estos hechos el final de un Imperio que ya había superado el milenio y parecía destinado a perdurar para siempre como Roma aeterna. Más bien debieron considerarlo como un nuevo episodio en una larga y turbulenta secuencia de golpes de mano e intentos de usurpación protagonizados por miembros de la aristocracia senatorial, altos funcionarios imperiales y jefes del ejército, algunos de ellos romanos, la mayoría bárbaros.

***

            Los sucesos del 476 giran en torno a la figura de Rómulo Augusto. Sin embargo, él no es el personaje principal de este pequeño drama, sino tan sólo una víctima involuntaria de las decisiones de otros: en primer lugar, Orestes y Odoacro; algo más lejos, en Constantinopla y manejando los hilos del juego, Zenón, el emperador de Oriente; en la sombra, condenado a la inacción, el depuesto emperador de Occidente, Julio Nepote.



Las crónicas nos presentan a Rómulo Augusto como hijo de Orestes, un noble romano afincado en Panonia (Hungría), una zona en la que desde la década de 430 había desaparecido toda autoridad imperial. La familia de Orestes, como tantas otras casas nobles en diferentes zonas del Imperio ahora bajo control bárbaro, tuvo que adaptarse a las circunstancias poniéndose al servicio de los nuevos gobernantes. Así, entre 449 y 452, Orestes se unió al séquito del huno Atila. Le sirvió como secretario y como embajador, y en dos ocasiones fue enviado a la corte imperial de Constantinopla en misiones de cierta importancia. La presencia de Orestes en estas legaciones respondía, más que a su dominio de las lenguas clásicas o a la confianza que en él tuviera depositada el líder huno (en ambos casos hubo jefes hunos al frente de las embajadas: Edeco y Esla, respectivamente), a la utilidad de su red de contactos tanto en Constantinopla como en Italia.
            A la muerte de Atila, en el año 453, Orestes buscó fortuna en el Imperio romano de Occidente, donde desarrolló una exitosa carrera. Veintidós años después, en 475, recibía del emperador Julio Nepote la codiciada dignidad de patricio, el más preciado honor que se podía conceder a un noble, así como el nombramiento de general de las tropas imperiales magister militum destinadas a contener los ataques visigodos y burgundios en el sur de la Galia.
            Sin embargo, en lugar de cumplir las órdenes recibidas, Orestes se rebeló y marchó contra Julio Nepote. El emperador, puesto sobre aviso, dejó Ravena en agosto de 475 y huyó por mar a Salona, en Dalmacia (Croacia), donde tenía la base de su poder. Dos meses más tarde, el 31 de octubre, el hijo de Orestes, Rómulo Augusto, era proclamado en Ravena emperador de la parte occidental del Imperio romano. Como era de esperar, Orestes se constituyó en el hombre fuerte del nuevo gobierno imperial, y asumió y ejerció el poder en nombre de su hijo durante los escasos diez meses que duró su mandato.
            Pero Orestes apenas tuvo tiempo de gustar las mieles del poder. En el verano de 476, hubo de hacer frente a una rebelión de su ejército: los soldados le reclamaban la concesión de la tertia, esto es,  un tercio de las tierras de labor, para asentarse en ellas como propietarios de pleno derecho. Ya se había hecho anteriormente en otras provincias, pero en suelo itálico esta demanda resultaba totalmente inaceptable, por lo que a Orestes no le quedó más remedio que rechazarla. Las tropas amotinadas escogieron como líder a Odoacro, a quien otorgaron el título de rex. Lo demás es conocido: la conquista de Ticino y la ejecución del padre de Rómulo en Placentia.


La figura de Odoacro se ofrece a nuestros ojos con un perfil más nítido y preciso. Era hijo de un noble huno, Edeco, comandante de uno de los ejércitos de Atila y hombre de confianza del rey. Curiosamente fue a Edeco a quien Atila envió a Constantinopla en compañía de Orestes, su secretario romano, en la primavera del año 449. Pero a la muerte del rey huno siguieron tiempos difíciles, hasta que en 469 Edeco, al frente de un contingente de guerreros escirios, murió en un choque contra los ostrogodos.
            Sus hijos corrieron la mejor suerte. Dos de ellos, Armato y Onulfo, prosperaron como soldados al servicio de Constantinopla y alcanzaron el rango de magister militum. Odoacro, por su parte, se dirigió hacia el oeste, donde, tras algunas correrías en el sur de la Galia, entró al servicio del ejército imperial en Italia. Al frente de estas mismas tropas –integradas por hérulos, escirios y torcilingos- encabezó la revuelta del año 476 que acabó con la destitución de Rómulo Augusto y puso en sus manos el gobierno hecho de toda Italia.
            A partir de ese momento, todos los esfuerzos de Odoacro se encaminaron a legitimar su posición inédita en suelo itálico. Así, hizo que llevasen a Constantinopla la vestis regia (vestimenta real) y los ornamenta palatii (insignias de palacio), con lo que daba a entender que se sometía a la autoridad del emperador de Oriente, Zenón, al que consideraba único gobernante legítimo de todo el Imperio; a cambio pedía que se le concediera la dignidad de patricio y se reconociera el derecho a gobernar Italia en calidad de único representante autorizado del emperador.
Algunos autores han visto detrás de estos sucesos una especie de conspiración familiar urdida por los hijos del huno Edeco para hacerse con el poder en ambas zonas del Imperio. Por otro lado, no se pueden descartar razones y motivos de índole más personal. El historiador Prisco –activo agente al servicio de la diplomacia de Constantinopla- da a entender que a la vuelta de la embajada a Constantinopla las relaciones entre Orestes y el padre de Odoacro se habían agriado. El jefe huno, al parecer, desconfiaba de Orestes y sospechaba que éste podía informar a Atila de sus oscuras negociaciones en la corte imperial, donde el chambelán Crisafio había intentado sobornarlo para que diera muerte a su rey. Quizá este episodio influyó posteriormente en la suerte del trono imperial de Occidente.
***
Comprimida entre Orestes y Odoacro, esos dos aventureros de altos vuelos, la figura de Rómulo Augusto queda empequeñecida, difuminada. Fue una marioneta en manos de uno y de otro, un instrumento más de sus juegos de poder, útil por un breve espacio de tiempo y pronto expulsado del escenario, relegado al silencio y el olvido. Rómulo Augusto es, para nosotros, poco más que un hombre, una fecha y un puñado escaso de datos, algunos de los cuales resultan, además, confusos y de difícil interpretación.
Para empezar, el mismo nombre de Rómulo Augusto ha suscitado no pocas disquisiciones. El primer término se lo debía a su abuelo materno, el conde Rómulo, un aristócrata italiano con una larga experiencia en asuntos de Estado a sus espaldas, que había sido embajador del general romano Aecio ante el rey Atila. El segundo término, Augusto, debió añadirse tras su subida al trono; sus pocos años  explican que se le denominase Augústulo, “pequeño Augusto#. El nombre, por lo demás, constituía toda una declaración de intenciones, ya que evocaba dos figuras del imaginario mítico e histórico de Roma: Rómulo, primer fundador de la ciudad, y Octavio Augusto, el forjador del Imperio. El hijo de Orestes se presentaba así como “heredero” y continuador de la tarea de sus predecesores, como renovador de Roma y su Imperio. La paradoja radica en que con Rómulo Augusto se acabaron los días de gloria y orgullo de esta misma Roma. Además, nadie ignoraba que el joven emperador no era, a la postre, más que un usurpador, dado que el emperador legítimamente elegido seguía siendo Julio Nepote, quien, desde su refugio en Dalmacia, no dejaba de reclamar, en vano, la restitución de su trono.
Nada podemos decir de los pocos meses que Rómulo Augusto ocupó el trono imperial. A los cronistas antiguos, no les interesa otra cosa que las circunstancias en que dio comienzo su reinado y, sobre todo, su final. No obstante, si a la explicación propuesta para el nombre del joven emperador unimos los datos sobre el origen de la rebelión militar que llevó a sus sustitución, fácilmente se puede llegar a la conclusión de que la acción de gobierno, marcada y desarrollada por su padre Orestes, tendría como eje principal la defensa de los intereses itálicos y, muy especial, los de las élites aristocráticas y administrativas del Imperio de Occidente.
El episodio de la destitución de Rómulo Augusto lleva aparejada una nota de incertidumbre: tras haber dado muerte a su padre y a su tío en el plazo de una semana, Odoacro se limitó a privar al joven de su trono, apiadado, dicen las fuentes, de sus pocos años. En realidad, no sabemos si fue éste el motivo de tal decisión. De hecho, la eliminación física del niño no habría supuesto un contratiempo importante en sus relaciones con el emperador de Constantinopla, Zenón, dado que éste únicamente reconocía como emperador a Julio Nepote. Odoacro, sin embargo, debió considerar más conveniente mantenerlo vivo y apartado en una hacienda imperial, junto a Nápoles, donde el muchacho estaría, a buen seguro, convenientemente vigilado (aunque no prisionero) y siempre a mano para cualquier eventualidad que pudiera presentarse.
En esta dirección apunta una noticia recogida por el historiador Malco de Filadelfia, en su Historia bizantina: la embajada que llevó a Constantinopla las insignias del poder imperial y la petición de reconocimiento institucional de Odoacro, extrañamente, a instancias del propio Rómulo Augusto; otros cronistas, en cambio, atribuyen la iniciativa a Odoacro. Por tanto,, o bien Malco cometió un error, o bien Rómulo Augusto instó el envío de dicha comisión, pero obligado por Odoacro, lo que reforzaría la hipótesis de que no fue desposeído del trono –algo que habría comprometido la legitimidad del gobierno de “facto” impuesto por Odoacro-, sino más bien “invitado a abdicar.
***
Privado del trono, Rómulo Augusto asumió la condición de ciudadano privado. Fue desterrado a un lugar llamado castellum Lucullanum, situado junto a la bahía de Nápoles. Se trataba, al parecer, de una gran finca de titularidad imperial que cumplía funciones administrativas y defensivas, además de residenciales. Se tienen noticias de que, por lo menos en la Antigüedad tardía, los oficiales más distinguidos de la corte imperial recibían villas en este lugar como recompensa por los servicios prestados. Se trataba, pues, de un exilio dorado. Para sobrellevarlo, Rómulo Augusto recibió una asignación anual de 6.000 sólidos de oro, una suma muy respetable que le permitiría vivir de forma bastante acomodada en compañía de sus parientes más cercanos, quizá su madre y un hermano.
Tras esta noticia y la de la embajada senatorial enviada a la corte de Constantinopla, la figura de Rómulo Augusto se difumina y parece caer en el olvido, para reaparecer 34 años más tarde, de nuevo entre dudas e incertidumbres, en una misiva recogida por Casiodoro en sus Cartas diversas y datadas en el año 510. En ella, el rey ostrogodo Teodorico, a la sazón gobernante de Italia, confirmaba a un tal Rómulo la validez de una concesión hecha por su ministro Liberio (que también lo había sido de Odoacro). Dicha concesión, otorgada a este Rómulo y a su madre, ha sido identificada con la renta estipulada por Odoacro en el año 476, renta que, por lo tanto, habría sido reconocida y ratificada por Teodorico tras su ascenso al trono. Algún autor ha vinculado la disposición de estos fondos con la fundación, en el mismo entorno del castellum Lucullanum, de un monasterio donde fueron depositados los restos de San Severino, el apóstol de Nórico (actual Austria), con quien se relacionaron en su momento tanto Orestes como Odoacro.
De esta manera, entre los jirones de la niebla que pone ante nuestros ojos una documentación histórica demasiado parca y esquiva, se desvanece la figura de un emperador niño que fue víctima de los manejos y enredos de ambiciosos señores de la guerra y hacedores de emperadores, en un Imperio romano que, sin saberlo, había entrado en una lenta pero inexorable metamorfosis.


-------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------


EUROPA BÁRBARA




Desde el siglo III importantes contingentes de “bárbaros” se habían instalado en el interior del Imperio romano de Occidente como aliados del mismo, que recurrió a ellos para defender sus fronteras de otros invasores. Pero en el siglo V la presión en las fronteras del Rin y el Danubio se hizo incontenible, y una avalancha de pueblos germánicos cubrió el Imperio en lo que fueron grandes migraciones. En algunos casos se asentaron en territorio romano en calidad de federados de Roma, tal como sucedió con los visigodos, que combatieron contra alanos, vándalos y suevos en nombre del Imperio. La progresiva disolución del poder central convirtió sus dominios en reinos independientes y enfrentados entre sí.

Puerta Negra de Tréveris, Esta colonia romana fundada por Augusto junto al Rin, fue objeto de repetidos ataques de los francos y los hunos a lo largo del siglo V.



Constantinopla, capital del Imperio romano de Oriente desde la división de Teodosio en el año 395, fue capaz de conjurar la amenaza de las invasiones bárbaras. En la imagen, interior de Santa Sofía.

-------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Caerols, José Joaquín, Rómulo Augusto, El último emperador, El Fin de Roma, en Revista, Historia, Madrid-Barcelona, National Geographic, n° 50, 2008.







No hay comentarios:

Publicar un comentario

  El beaterio de San Antonio (collación de San Vicente, Sevilla). Siglos XVII-XIX”   “Jamás en la vida encontraréis ternura mejor   ...