FENICIOS EN IBERIA
Estimados
lectores, para continuar, como el trabajo anterior, pondré algo de uno de los pueblos con una vocación
marinera y comercial que hizo de sus mercaderes los primeros colonos de la
península Ibérica. Un trabajo agradable elaborado por Francisco Gracia Alonso,
profesor titular de prehistoria de la Universidad de Barcelona.
Gracias como siempre, por leer y
aprender.
Fenicios. Un nombre que evoca a través de
los siglos cultos denostados en la Biblia y ventajosas transacciones
comerciales que, como relató el profeta Ezequiel, hacían afluir a las ciudades
de la costa del Líbano una plétora de objetos y productos de lujo desde todos
los rincones del mundo. Pero fenicios son también el dominio de la construcción
naval y al orientación en alta mar mediante la observación de la estrella
Fenicia (nuestra Estrella Polar); el conocimiento de vientos y corrientes; la
apertura de la más larga ruta marítima del mundo antiguo, la que unía Tiro y
Gadir, o las míticas exploraciones emprendidas por sus navegantes. Ellos fueron
los primeros que circunnavegaron África en el curso de un viaje patrocinado por
el faraón Necao a fines del siglo VII a.C., para el que emplearon los mismos
navíos que los asirios habían representado en las puertas de los palacios de
Balawat y Jursabat doscientos años antes.
TANIT. Divinidad púnica equivalente a
Astarté. Fue venerada en la Península cuando los cartagineses reemplazaron a
los fenicios. Diosa del amor, la fertilidad, la vida, la prosperidad, la cosecha, la
muerte y la luna. Fue una de las diosas más importantes de los
cartagineses, ya que defendía una isla sagrada, como era Ibiza, defendida de
animales venenosos. Escultura del siglo IV a.C. Puig des Molins. Ibiza.
En España el
interés por los fenicios comenzó en el siglo XVI, época en que se obtuvieron
los primeros documentos que confirmaban los textos clásicos sobre la presencia
fenicia en la península Ibérica. Ésta tenía su primer hito en la fundación de
Gadir (Cádiz), que cierta tradición literaria situaba tras la caída de Troya.
Creciente durante el siglo XVIII, la investigación se centró precisamente en Cádiz,
donde en 1887 se localizó en el paraje de Punta de la Vaca un magnífico
sarcófago antropomorfo que representa a un hombre barbado, una pieza del siglo
V a.C., procedente de Sidón.
EL VARÓN DE PUNTA
DE VACA.
En el siglo V a.C. Cádiz es la ciudad más ilustre y
famosa del extremo Occidente. Representa el presente del mundo civilizado,
junto al desconocido Océano, el inmenso río que, en la antigua concepción
geográfica (homérica) del mundo, rodea la tierra habitada.
Algunos
poderosos adoptan la moda mediterránea y fenicia (originariamente de Tiro) de
enterrarse en sarcófagos antropomorfos, que delinean el perfil del cuerpo
humano de manera genérica destacándose un rostro en relieve de rasgos
idealizados. La idea viene de Egipto y se transforma, con gusto helenizante, en
el Mediterráneo Oriental, entre los fenicios.
Los más
tempranos sarcófagos adoptan un estilo griego clásico y se supone que incluso
fueron fabricados por artesanos griegos. Estos sarcófagos en piedra de tipo
antropomorfo se documentan entre el 480 370 a.C. A un primer momento pertenecen
los dos sarcófagos de Cádiz. La actitud serena e idealizada expresa en tránsito
de la “muerte bella” del ciudadano. El barón barbado sostiene un objeto, de
difícil identificación, quizá una flor.
Pero las
excavaciones sistemáticas sólo comenzaron en la década de 1950, cuando
proliferaron los estudios sobre el llamado periodo Orientalizante, la época
entre los siglos VIII y VI a.C., en que las influencias procedentes del Levante
mediterráneo se hicieron sentir en la Península. La labor de los arqueólogos en
el litoral de Málaga y Granada permitió la localización de yacimientos como
Toscanos o la necrópolis de Trayamar. Más recientemente, se han sucedido las
intervenciones en puntos clave como Castillo de Doña Blanca, Cerro del Villar,
La Rábita/La Fonteta, Sa Caleta o Abul, junto a la identificación de productos
fenicios y sus imitaciones en numerosos poblados y necrópolis indígenas a lo
largo de Andalucía, el Levante y el noreste de la Península, ha permitido
formular una visión más plural, aunque menos legendaria de la colonización
fenicia.
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¿Qué llevó a los fenicios hasta los más remotos confines
de Occidente? Hasta inicios del siglo IX a.C., la actividad económica fenicia
se concentraba en el Próximo y el Medio Oriente. Pero este vasto territorio
experimentó por entonces importantes transformaciones que orientaron el
comercio y la colonización de las ciudades-reino fenicias hacia el Mediterráneo
central y occidental.
En primer lugar, la
expansión política y militar del Imperio asirio comportó la interrupción del
comercio de bienes de lujo con el mar Rojo, así como la supresión de las rutas
de suministro de materias primas procedentes de Asia. Con ello cambiaron los
productos solicitados en los mercados de la región: el tráfico de oro, piedras
preciosas y marfil fue sustituido por la demanda de plata, cobre, estaño y
hierro. A la vez, los elevados tributos exigidos por los reyes asirios tras sus
expediciones punitivas a la región del Líbano hicieron imprescindible disponer,
para satisfacerlos, de grandes cantidades de plata (el patrón monetario básico
de la zona). De ahí que, ante la regresión de su comercio y el aumento de las
exigencias de los asirios, las ciudades fenicias buscasen nuevas fuentes de
suministro, esencialmente de plata obtenida a bajo precio. Ello les permitiría
mantener su estatuto político autónomo y contar con una sólida base para
reorganizar su economía.
Reconstrucción
del perfil de la costa de Gadir en tiempos de los fenicios.
Fuente:
Geoarqueología dialéctica en la Bahía de Cádiz. De Oswaldo Arteaga.
En segundo lugar, el aumento de
la población de las ciudades fenicias incrementó la presión sobre sus reducidos
territorios agrarios, lo que provocó una crisis de subsistencia por falta de
alimentos. Se imponía, pues, una reducción progresiva de la población de los
enclaves fenicios, que se solucionó mediante la emigración.
En tercer lugar, la
estructura política de las ciudades-reino y su reparto del poder, estrechamente
ligado a la religión, provocaba en el seno de la nobleza tensiones que
amenazaban el mantenimiento de las dinastías, por lo que tras diversos casos de
violencia se forzó el exilio de personajes preeminentes. Así lo refleja el mito
de la fundación de Cartago, consecuencia de la huida de Elisa con sus
seguidores después de que su hermano, el rey Pigmalión, asesinara a su marido,
sacerdote de Melkart.
Todas estas circunstancias influyeron en la expansión
colonial fenicia en la Península. Las tesis más aceptadas la definen como el
resultado de la política económica de Tiro, destinada a obtener en régimen de
monopolio el control de los recursos mineros del área de Tartessos, en el valle
del Guadalquivir, para mantener su actividad económica ante la expansión
territorial y la presión económica de Asiria. En menor medida, se pretendía
también la explotación de los recursos agrarios y pesqueros para facilitar el
tráfico comercial tanto con las sociedades indígenas como con las colonias y
factorías fenicias del Mediterráneo central.
Colonias
Fenicias en Andalucía Oriental
En
la Península, las colonias se
organizaron como una red de comunidades independientes y dispersas por todo el
territorio, promovidas por élites culturales que influyeron sobre la población
local. Los núcleos así creados
evolucionaron con rapidez hasta constituir centros especializados con
múltiples funciones económicas. Actualmente pueden distinguirse un mínimo de
tres modelos en el proceso colonial: el mercantil, asociado a Gadir y las
ciudades de su entorno geográfico; las colonias agrarias o de poblamiento cuyo
objetivo era realojar el excedente de población de las ciudades fenicias,
consecuencia del crecimiento demográfico y el empobrecimiento de su territorio
debido a la deforestación; y, por último, el sistema de conquista promovido por
la aristocracia de Cartago.
En Fenicia existía un amplio conocimiento
del potencial económico de las regiones del Mediterráneo central y occidental a
través de las navegaciones de los griegos micénicos del Bronce Final, que entre
1400 y 1200 a.C., pusieron en contacto el Levante y el Poniente mediterráneos.
Una vez superada la conmoción que las migraciones de los llamados Pueblos del
Mar provocaron en el Mediterráneo oriental en torno a la última fecha citada,
las ciudades fenicias, formadas desde principios del siglo XII a.C., se
convirtieron en las continuadoras naturales de la increíble actividad económica
e industrial desarrollada desde antiguo en la zona.
*****
Cuando
la necesidad económica provocó la búsqueda de nuevos mercados y fuentes de
materias primas, se recurrió a la antigua información para reabrir las rutas
comerciales, una actividad iniciada a principios del siglo IX a.C., en Chipre,
donde Kition se considera la primera fundación de Tiro. Las navegaciones
alcanzaron rápidamente lugares como la costa de Libia dónde se fundó Azua poco
antes del 850 a.C., y Cartago (Tunicia), en la fecha histórica del 814 a.C.
según las fuentes clásicas, datación que ha sido confirmada por la arqueología.
En esta progresión de las
navegaciones de Oriente a Occidente encajan las fechas de los primeros
asentamientos en la península Ibérica, alrededor del 800 a.C. Sin embargo, en
épocas posteriores algunas antiguas colonias fenicias quisieron aumentar su
prestigio atribuyéndose una mayor antigüedad. Este hecho, unido a la existencia
de textos de base poco fiable, ha llevado a datar a finales del II milenio a.C.
las fundaciones de Gadir, Lixus (Larache, Marruecos) y Útica (en Tunicia), sin
que ningún argumento arqueológico sustente tales afirmaciones, carentes de
lógica. De aceptarse estas fechas de finales del siglo XII a.C., la secuencia
de fundación de las colonias no sólo iría de Occidente a Oriente, sino que la
actividad colonizadora sería anterior a la propia consolidación de las ciudades
fenicias y su posterior expansión comercial.
La
cronología arqueológica de las ciudades y factorías en la Península permite
definir tres grandes fases de colonización entre mediados del siglo IX a.C. y
mediados del siglo VI a.C., momento en que finalizaría la etapa fenicia
estricta, dando paso a la intervención de Cartago. La fase de fundación
(825-725 a.C.) corresponde a los primeros asentamientos, el control del
territorio de la región próxima al litoral y el inicio del comercio con las
sociedades indígenas. Una segunda fase /725-600 a.C.)
engloba la expansión y el crecimiento demográfico de colonias y factorías, su
diversificación, su estratificación social –ejemplificada en la formación de
una oligarquía terrateniente- y la especialización económica de los distintos
enclaves.
La tercera fase
(600-550 a.C.) comprende la crisis del modelo colonial, a la que contribuyeron
diversos factores. Unos fueron de orden político, como la conquista de Tiro por
Nabucodonosor II, rey de Babilonia, en el año 573 a.C. Otros eran de tipo
económico, como el hundimiento del precio de la plata en los imperios del
Próximo Oriente, principal mercado de la exportación fenicia, o el cambio
progresivo en la actividad comercial que entrañó la irrupción de los mercaderes
griegos en el sur de la Península. Y también los hubo medioambientales, como en
el caso del yacimiento malagueño de Cerro del Villar que fue abandonado a causa
de la colmatación (el recubrimiento con sedimentos) de los campos de cultivo y
no se volvió a ocupar hasta el siglo V a.C.
No obstante, existen muchas dudas
sobre las causas reales del hundimiento de un sistema económico fuertemente
consolidado durante más de dos siglos. Si bien la evolución de los mercados en
el Próximo Oriente marca el fin del comercio con Levante, el impacto de este
hecho habría sido mayor sobre las sociedades indígenas de la Península, que
as9istirían a la desaparición del motor de su economía, basada en la extracción
intensiva del mineral demandado por los fenicios.
En las colonias fenicias, la crisis
(que marca el final del período Orientalizante en el ámbito de Tartessos y el
tránsito a la cultura Ibérica en Andalucía occidental y Extremadura) habría
repercurtido al esfumarse la acumulación de beneficios obtenidos mediante el
comercio, que constituía la base de su riqueza, pero se habría producido un
cambio hasta la explotación agraria de grandes predios como base del nuevo
sistema económico. Este modelo implicaría una reorganización del sistema social
en el que los terratenientes, al estilo de Cartago, primarían sobre los
comerciantes.
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Barcos
fenicios transportando madera.
https://www.hoyesarte.com/literatura/viajes-literatura/mas-alla-de-los-confines-del-mundo-ix_246462/
La
fecha de la fundación de Gadir continúa siendo un misterio. Veleyo Patérculo
(19 a.C.-31 d.C.) afirma que fue unos 80 años posteriores a la guerra de Troya.
Los restos más antiguos de esa época son: los del Castillo de Doña Blanca
(Puerto de Santa María), cerca de Cádiz, de finales del siglo VIII a.C.
Una
vez que el extremo de Occidente fue identificado como un área óptima para la
colonización, el primer objetivo estratégico fue el control del estrecho de
Gibraltar mediante la creación de enclaves en ambas orillas y en sus dos
vertientes, la mediterránea y ala atlántica. La combinación de vientos y
corrientes entre noviembre y marzo dificultaba el paso a través de las Columnas
de Hércules (Ceuta y Gibraltar) hacía los puertos del área de Cádiz-Huelva. Las
colonias y factorías de la costa oriental habrían surgido en un principio como
puertos donde hallaran refugio los barcos que no pudiesen proseguir hacia el
Atlántico a causa de la climatología adversa; también era el punto de partida
de las rutas terrestres que conducían a las colonias atlánticas. No obstante,
la disponibilidad de tierra en esta zona facilitó la expansión de los enclaves
fenicios a partir de la primera mitad del siglo VIII a.C.
El terreno donde se iba a instalar
una colonia o factoría se elegía según un patrón concreto, derivado en gran
parte de la propia estructura topográfica de las ciudades-reino fenicias en la
costa del Próximo Oriente. Se escogía una isla cercana a la costa o un
promontorio poco elevado que permitiese el control de la desembocadura de un
río. Este hecho se consideraba clave tanto para asegurar una ruta de acceso
hacia el interior como para disponer de tierras fértiles, aptas para los
cultivos que debían asegurar la supervivencia del nuevo asentamiento a corto
plazo.
Ejemplos de este modelo son las
factorías de Cerro del Prado (río Guadarranque), Cerro del Villar (río
Guadalhorce), Toscanos (río Vélez), Morro de Mezquitilla (río Algarrobo), Cerro
de San Miguel (río Seco) y Cerro de Montecristo (río Adra). En diversas
colonias, cuya superficie inicial era reducida, se han identificado sistemas
urbanísticos con almacenes y zonas industriales (Toscanos y Cerro del Villar),
viviendas edificadas a partir de patrones regulares (Chorreras) y edificios
comunitarios (Morro de Mezquitilla).
En el caso de Castillo de Doña
Blanca (Puerto de Santa María), se eligió una zona apta como puerto que permitía
fondear a los gaulós, los grandes
barcos de carga fenicios de casco redondeado y mascarones de proa con cabeza de
caballo -aunque en la actualidad el yacimiento se encuentra alejado del mar y
de la desembocadura del Guadalete por una marisma-, pero que también disponía
de fuentes de agua potable y permitía la rápida ocupación de una extensa área
agraria fácilmente cultivable situada al norte de la sierra de San Cristóbal.
El recinto, edificado en torno al 800 a.C., contaba con un complejo sistema
defensivo que definía un perímetro de más de seis hectáreas en el que vivían
alrededor de 1.500 personas.
Las fuentes clásicas muestran que, en
cuanto decisión de Estado, el establecimiento de una nueva colonia respondía a
un ritual específico, aplicable al menos a las más importantes, como Cartago,
cuyo mito, resultado de la huida de Elisa, explican Justino y Virgilio. Tras
decidirse el emplazamiento exacto de la nueva ciudad, se procedía al ritual de
fundación, que incluía celebraciones religiosas, la obtención y distribución de
la tierra, y la organización del sistema político.
Dependientes política e
ideológicamente de la ciudad-madre, en las colonias no se establecía un régimen
monárquico, sino que el poder era ejercido por sufetes (magistrados), en ocasiones apoyados por consejos de
notables o, como en Cartago, por un Senado. Se mantenían las tradiciones
religiosas de la ciudad fundadora, lo que permitía a los colonos considerarse parte de una
comunidad cultural; y se pagaba a la metrópoli una contribución o décima,
costumbre que evolucionaría hacia una embajada religiosa que realizaba ofrendas
en los templos de Tiro. Las mujeres tenían
que ofrecer la virginidad a los sacerdotes del templo de Ashtart, la diosa de
la fertilidad. Los niños eran sacrificados en los altares a cielo abierto para
garantizar la prosperidad en las diferentes estaciones del año.
Pero la
distancia, unida a la debilidad política de las metrópolis y al auge de Cartago
como potencia dominadora en el Mediterráneo central, propició la independencia
efectiva de las colonias occidentales, aunque mantuvieran vivo el recuerdo de
su origen. Así lo indican los tratados firmados entre Roma y Cartago desde
finales del siglo VI a.C. en los que se incluye a Tiro. Desprovista ya de toda
influencia en la zona, como garantía del cumplimiento de los mismos.
Cartago.
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La
colonización fenicia tiene su máximo exponente en Gadir, la ciudad cuyo
recuerdo ha perdurado en las fuentes clásicas, desde Estrabón a Posidonio. Ya
fuese de un único enclave emplazado bajo la actual Cádiz, como defienden las
interpretaciones tradicionales, o la suma de un territorio más amplio en el
estuario del Guadalete que englobara bajo un único topónimo diversos
asentamientos de similar rango, se trata de un referente obligado cuyo nombre
adoptó las formas griegas de Gadeira y Gederoi hasta latinizarse en Gades.
La
paleotopografía indica la existencia de dos islas: Kothinoussa y Eritheia,
citadas por Plinio. En la primera se situarían los templos de Ball-Cronos, en
el área del Castillo de San Sebastián, y de Melkart, en el islote de Sancti
Petri. Este último templo, el más importante,, seguiría el modelo de los
santuarios fenicios, formado por un gran recinto fortificado y un área de culto
en el extremo opuesto al acceso, siendo similar, según diversos investigadores,
al chipriota de Kition, datado en el 800 a.C.
La
importancia de dicho templo no radicaba únicamente en las columnas de bronce de
ocho codos de altura (3.25 metros) en las que estaban grabadas las cuentas de
sus construcción, ni en los altares dedicados a Melkart, Reshef y Heracles,
sino en el hecho de que, como todos los templos fenicios, el de Melkart, en
tanto que divinidad protectora de Tiro, habría desempeñado una importante
actividad económica amparada por el culto, al proporcionar un recinto seguro
para la hospitalidad y las transacciones comerciales. La estructura
administrativa del templo de Gadir se responsabilizaría del control de las
mercancías, la fiabilidad de los pesos y medidas, el registro de las
transacciones y los servicios de banca y tesorería, propio de un mercado
estatal.
En
la segunda isla, Eritheia, se situó el núcleo de la colonia, un asentamiento de
unas diez hectáreas de superficie que debía de incluir el templo de Astarté y
la zona portuaria, en la que destaca el canal Bahía-Caleta, un antiguo brazo
del Guadalete que ejercería la función de cothon
o puerto cerrado. A pesar de las dificultades para corroborar una
cronología antigua para la Cádiz fenicia, diversos yacimientos han permitido
identificar estructuras aquitectónicas de planta rectangular y cuadrangular
similares a las del Castillo de Doña Blanca, a las que aparecen asociados
materiales fenicios e indígenas datados en el siglo VIII a.C.
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La
explotación de los recursos minerales, especialmente de plata, se ha
considerado siempre como la base del sistema económico de las colonias
occidentales –y muy en concreto en Gadir-, a partir de determinados pasajes de
las fuentes clásicas que citan los beneficios que podían alcanzarse en la
región de Tartessos mediante el comercio con estos productos.
Así,
por ejemplo, Heródoto (IV,152) refiere el caso del griego Coleo de Samos, quien
consiguió una increíble ganancia de 60 talentos con cuyo diezmo ofrendó un
colosal caldero de bronce en el templo de Hera tras volver a sus país. Por su
parte, Diodoro Sículo (5:35, 4-5) da cuenta de la codicia de los mercaderes que
llegaban al extremo de sustituir las anclas de piedra de sus barcos por otras
de plata en su viaje de regreso hacia el Mediterráneo oriental, para así cargar
mayor cantidad de este metal y aumentar los beneficios.
El
impacto de la explotación intensiva de los metales se refleja en el desarrollo
de enclaves tartesios dedicados a la minería, como Tejada la Vieja (Huelva), o
en los 1,000 kilogramos de plomo documentados en los niveles del siglo VIII
a.C. de Castillo de Doña Blanca y destinados a la producción de plata, restos
que junto a las escorias de hierro
prueban la existencia de actividad metalúrgica industrial en este yacimiento.
Del interés fenicio por los metales también dan cuenta los hornos de reducción
de mineral identificados en diversas áreas del subsuelo de Huelva, así como el
cargamento de lingotes de plomo y estaño del pecio de Bajo de la Campana
(Mazarrón). Las ciudades fenicias del área de Gadir fueron, junto a Huelva, las
cabeceras de las rutas mineras que centralizaban la transformación y el
transporte del mineral tartesio hacia el Mediterráneo oriental.
Pero los intercambios no se
limitaban al metal. Las fuentes escritas y el registro arqueológico permiten
incluir en dicho tráfico cereales, sal, piles y esclavos como elementos de
exportación, y vino, aceite, ungüentos, esencias, perfumes, tejidos, vajilla de
lujo y vidrio como principales importaciones. Para satisfacer la creciente
demanda de objetos de prestigio por parte de las élites indígenas, se desarrollaron
en las colonias industrias especializadas en la fabricación de objetos y
recipientes de bronce a imitación de modelos chipriotas, muebles con taraceado
de piezas de marfil y joyas.
Estas piezas incluían
representaciones propias del mundo oriental y que las élites locales apreciaban
por su aspecto, aunque se combinaban de forma aleatoria, de manera que perdían
su contenido ideológico. La distribución d estas piezas hacia el interior de la
Península, siguiendo las rutas del Guadiana y del Guadalquivir, permitió que
fuesen utilizadas como signos de poder en la Alta Andalucía, Portugal y
Extremadura.
Las colonias y factorías
desarrollaron una agricultura intensiva con el objetivo esencial de abastecerse
y no depender de las explotaciones indígenas para alimentarse, y también para
proveer a centros industriales que dependían de ellas y comerciar con los
excedentes. La propiedad de la tierra podía ser tanto pública, entregada en
arriendo para su cultivo, como privada. En todo caso, era necesario disponer de
mano de obra indígena, que podría haberse conseguido a través de la dependencia
jurídica, la contratación retribuida o la esclavitud.
Del análisis de la zona dependiente
de la colonia del Cerro del Villar (Guadalhorce), formada por un territorio de
18 kilómetros cuadrados, se desprende que su economía descansaba en extensos
cultivos de secano y regadío, a los que se sumaba una amplia explotación
ganadera y el control del comercio hacia las regiones tartesias a través del
río Guadalhorce. SE explotaba sobre todo el trigo y la cebada, complementados
con avena, vid, olivo, leguminosas y árboles frutales como el almendro.
Bovinos, cabras, ovejas, cerdos y gallináceas constituían la cabaña animal, con
predominio de los primeros, ejemplo de desarrollo de un grupo de terratenientes
y ganaderos identificado también enToscanos. La producción de vino y salazones
dio pie a una fuerte industria de cerámica que fabricaba las ánforas necesarias
para su transporte. Esta estructura económica diversificada y especializada se refleja
en la arquitectura del yacimiento, que ocupa ocho hectáreas.
*****
Durante
la segunda mitad del siglo VII a.C. tuvo lugar la expansión del comercio
fenicio hacia Levante y noreste de la Península. Las colonias y factorías del
área del Estrecho, apoyándose en otros enclaves como La Fonteta (Guardamar de
Segura) y Sa Caleta (Ibiza), buscaron nuevos mercados para sus producciones de
salazones, vinos, y aceite, obteniendo a cambio minerales como la galena
argentífera de la sierra de Bellmunt de Ciurana (Tarragona), de las que en las
factorías de Ibiza se extraía plata, así como productos agrarios y esclavos.
Las rutas hacia el noreste
alcanzaron su punto álgido en el paso del siglo VII al VI a.C.-, para terminar
bruscamente hacia el 570 a. C., cuando cambió la orientación económica de las
colonias del sur. En el poco más de medio siglo que duró este flujo comercial,
la actividad de los fenicios influyó decisivamente en la transformación de las
sociedades indígenas durante la primera Edad del Hierro, cuando surgió la
cultura Ibérica. Yacimientos como Aldovesta (Benifallet) y Sant Jaume (Alcanar)
en el Ebro, o Illa d´en Reixac (Ullastret) y Vilanera (L´Escala) en el Ampurdán,
son representativos del volumen y la variedad de las importaciones fenicias halladas
en más de un centenar de enclaves de Cataluña.
De hecho, en Sant Martí d´Empúries, donde a
partir del 600 a.C. se ubicó la colonia griega de Emporion –fundada por gentes
procedentes de Massalia (Marsella)-, se registra una clara presencia fenicia en
el asentamiento indígena anterior a la distribución de los primeros materiales
griegos. Pero la huella de los fenicios en esta región puede ser más profunda
de lo que se había imaginado, como parece indicarlo el origen de la Ora Marítima, una descripción de la
costa de Levante compilada por Avieno en el siglo IV a.C.: tradicionalmente se
afirmaba que estaba basada en un texto massaliota del siglo IV a.C. pero hoy se
considera que fue redactada a partir de un original fenicio; topónimos como
Hystra o Sarna serían enclaves fenicios aún no localizados.
Del Mediterráneo al Atlántico, los
fenicios contribuyeron a modificar irreversiblemente la fisonomía social y
cultural de los pueblos indígenas: las divinidades, los conocimientos y los
productos que llegaron a la Península a bordo de sus panzudas naves influyeron
en las mentalidades y la plástica ibéricas, del mismo modo que sus demandas
económicas estuvieron detrás del nacimiento de las aristocracias que marcaron
el surgimiento de la cultura ibérica.
Recreación
de la ciudad de Tiro en el siglo VII. Lámina en el Museo Arqueológico de Vélez
(MUVEL) Vélez-Málaga, Málaga.
Tiro, en la costa del actual
Líbano, fue la fundadora de la mayoría de las colonias en el Mediterráneo
occidental
Tipos
fenicios
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Gracia Alonso, Francisco, Los emigrantes de Oriente, Fenicios en Iberia, Barcelona, Historia, National Geographic, n° 50, 2008,
pp. 42-53.
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CREENCIAS
La dama de Galera,
que muestra la imagen, del siglo V a. C. Es una figurilla fenicia del siglo VII a. C. (semejante a otra que fue hallada en Cartago, norte de África), hecha en
alabastro, que probablemente represente a la diosa Astarté. La dama está
sentada entre dos esfinges y sostiene un cuenco al que vierte líquido por dos
agujeros que tiene en los pechos. Se aprecia en la figura influencia
mesopotámica por sus formas robustas. En cambio la estilización en el traje y los
cabellos denotan influencias egipcias. Debido a su
carácter de objeto sagrado, pasó por varias generaciones hasta su enterramiento
final como parte de un ajuar funerario.
Galera,
es una localidad
española situada en la provincia de Granada, correspondiente a la
antigua Tútugi. Junto al casco urbano de Galera se encuentra el
oppidum de Tútugi en el Cerro del Real, asociada a este poblado se encuentra
la Necrópolis Ibérica de Tútugi,
¿De
dónde llegó el vino entonces? La respuesta es difícil, aunque se puede sortear
ateniéndonos a los hechos. La Península Ibérica ya estaba plagada de viñas
cuando fenicios, cartagineses, griegos y romanos llegaron por estos lares. Muy
probablemente se producía vino de manera rudimentaria y en muy poca cantidad.
Pero con los avances fenicios y el posterior desarrollo romano la industria
comenzó a tomar impulso y ya nunca se detuvo.
MILITARES
Marina fenicia
Platón Idalión, Arte Fenicio en
la guerra
La caza
Barco fenicio
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