jueves, 3 de octubre de 2019


FENICIOS EN IBERIA




Estimados lectores, para continuar, como el trabajo anterior, pondré  algo de uno de los pueblos con una vocación marinera y comercial que hizo de sus mercaderes los primeros colonos de la península Ibérica. Un trabajo agradable elaborado por Francisco Gracia Alonso, profesor titular de prehistoria de la Universidad de Barcelona.
            Gracias como siempre, por leer y aprender.



Fenicios. Un nombre que evoca a través de los siglos cultos denostados en la Biblia y ventajosas transacciones comerciales que, como relató el profeta Ezequiel, hacían afluir a las ciudades de la costa del Líbano una plétora de objetos y productos de lujo desde todos los rincones del mundo. Pero fenicios son también el dominio de la construcción naval y al orientación en alta mar mediante la observación de la estrella Fenicia (nuestra Estrella Polar); el conocimiento de vientos y corrientes; la apertura de la más larga ruta marítima del mundo antiguo, la que unía Tiro y Gadir, o las míticas exploraciones emprendidas por sus navegantes. Ellos fueron los primeros que circunnavegaron África en el curso de un viaje patrocinado por el faraón Necao a fines del siglo VII a.C., para el que emplearon los mismos navíos que los asirios habían representado en las puertas de los palacios de Balawat y Jursabat doscientos años antes.



TANIT. Divinidad púnica equivalente a Astarté. Fue venerada en la Península cuando los cartagineses reemplazaron a los fenicios. Diosa del amor, la fertilidad, la vida, la prosperidad, la cosecha, la muerte y la luna. Fue una de las diosas más importantes de los cartagineses, ya que defendía una isla sagrada, como era Ibiza, defendida de animales venenosos. Escultura del siglo IV a.C. Puig des Molins. Ibiza.

En España el interés por los fenicios comenzó en el siglo XVI, época en que se obtuvieron los primeros documentos que confirmaban los textos clásicos sobre la presencia fenicia en la península Ibérica. Ésta tenía su primer hito en la fundación de Gadir (Cádiz), que cierta tradición literaria situaba tras la caída de Troya. Creciente durante el siglo XVIII, la investigación se centró precisamente en Cádiz, donde en 1887 se localizó en el paraje de Punta de la Vaca un magnífico sarcófago antropomorfo que representa a un hombre barbado, una pieza del siglo V a.C., procedente de Sidón.

EL VARÓN DE PUNTA DE VACA.

En el siglo V a.C. Cádiz es la ciudad más ilustre y famosa del extremo Occidente. Representa el presente del mundo civilizado, junto al desconocido Océano, el inmenso río que, en la antigua concepción geográfica (homérica) del mundo, rodea la tierra habitada.
            Algunos poderosos adoptan la moda mediterránea y fenicia (originariamente de Tiro) de enterrarse en sarcófagos antropomorfos, que delinean el perfil del cuerpo humano de manera genérica destacándose un rostro en relieve de rasgos idealizados. La idea viene de Egipto y se transforma, con gusto helenizante, en el Mediterráneo Oriental, entre los fenicios.
            Los más tempranos sarcófagos adoptan un estilo griego clásico y se supone que incluso fueron fabricados por artesanos griegos. Estos sarcófagos en piedra de tipo antropomorfo se documentan entre el 480 370 a.C. A un primer momento pertenecen los dos sarcófagos de Cádiz. La actitud serena e idealizada expresa en tránsito de la “muerte bella” del ciudadano. El barón barbado sostiene un objeto, de difícil identificación, quizá una flor.
            Pero las excavaciones sistemáticas sólo comenzaron en la década de 1950, cuando proliferaron los estudios sobre el llamado periodo Orientalizante, la época entre los siglos VIII y VI a.C., en que las influencias procedentes del Levante mediterráneo se hicieron sentir en la Península. La labor de los arqueólogos en el litoral de Málaga y Granada permitió la localización de yacimientos como Toscanos o la necrópolis de Trayamar. Más recientemente, se han sucedido las intervenciones en puntos clave como Castillo de Doña Blanca, Cerro del Villar, La Rábita/La Fonteta, Sa Caleta o Abul, junto a la identificación de productos fenicios y sus imitaciones en numerosos poblados y necrópolis indígenas a lo largo de Andalucía, el Levante y el noreste de la Península, ha permitido formular una visión más plural, aunque menos legendaria de la colonización fenicia.

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¿Qué llevó a los fenicios hasta los más remotos confines de Occidente? Hasta inicios del siglo IX a.C., la actividad económica fenicia se concentraba en el Próximo y el Medio Oriente. Pero este vasto territorio experimentó por entonces importantes transformaciones que orientaron el comercio y la colonización de las ciudades-reino fenicias hacia el Mediterráneo central y occidental.



En primer lugar, la expansión política y militar del Imperio asirio comportó la interrupción del comercio de bienes de lujo con el mar Rojo, así como la supresión de las rutas de suministro de materias primas procedentes de Asia. Con ello cambiaron los productos solicitados en los mercados de la región: el tráfico de oro, piedras preciosas y marfil fue sustituido por la demanda de plata, cobre, estaño y hierro. A la vez, los elevados tributos exigidos por los reyes asirios tras sus expediciones punitivas a la región del Líbano hicieron imprescindible disponer, para satisfacerlos, de grandes cantidades de plata (el patrón monetario básico de la zona). De ahí que, ante la regresión de su comercio y el aumento de las exigencias de los asirios, las ciudades fenicias buscasen nuevas fuentes de suministro, esencialmente de plata obtenida a bajo precio. Ello les permitiría mantener su estatuto político autónomo y contar con una sólida base para reorganizar su economía.


Reconstrucción del perfil de la costa de Gadir en tiempos de los fenicios.
Fuente: Geoarqueología dialéctica en la Bahía de Cádiz. De Oswaldo Arteaga.


En segundo lugar, el aumento de la población de las ciudades fenicias incrementó la presión sobre sus reducidos territorios agrarios, lo que provocó una crisis de subsistencia por falta de alimentos. Se imponía, pues, una reducción progresiva de la población de los enclaves fenicios, que se solucionó mediante la emigración.
 En tercer lugar, la estructura política de las ciudades-reino y su reparto del poder, estrechamente ligado a la religión, provocaba en el seno de la nobleza tensiones que amenazaban el mantenimiento de las dinastías, por lo que tras diversos casos de violencia se forzó el exilio de personajes preeminentes. Así lo refleja el mito de la fundación de Cartago, consecuencia de la huida de Elisa con sus seguidores después de que su hermano, el rey Pigmalión, asesinara a su marido, sacerdote de Melkart.

Todas estas circunstancias influyeron en la expansión colonial fenicia en la Península. Las tesis más aceptadas la definen como el resultado de la política económica de Tiro, destinada a obtener en régimen de monopolio el control de los recursos mineros del área de Tartessos, en el valle del Guadalquivir, para mantener su actividad económica ante la expansión territorial y la presión económica de Asiria. En menor medida, se pretendía también la explotación de los recursos agrarios y pesqueros para facilitar el tráfico comercial tanto con las sociedades indígenas como con las colonias y factorías fenicias del Mediterráneo central.

Colonias Fenicias en Andalucía Oriental

En la Península, las colonias  se organizaron como una red de comunidades independientes y dispersas por todo el territorio, promovidas por élites culturales que influyeron sobre la población local. Los núcleos así creados  evolucionaron con rapidez hasta constituir centros especializados con múltiples funciones económicas. Actualmente pueden distinguirse un mínimo de tres modelos en el proceso colonial: el mercantil, asociado a Gadir y las ciudades de su entorno geográfico; las colonias agrarias o de poblamiento cuyo objetivo era realojar el excedente de población de las ciudades fenicias, consecuencia del crecimiento demográfico y el empobrecimiento de su territorio debido a la deforestación; y, por último, el sistema de conquista promovido por la aristocracia de Cartago.
            En Fenicia existía un amplio conocimiento del potencial económico de las regiones del Mediterráneo central y occidental a través de las navegaciones de los griegos micénicos del Bronce Final, que entre 1400 y 1200 a.C., pusieron en contacto el Levante y el Poniente mediterráneos. Una vez superada la conmoción que las migraciones de los llamados Pueblos del Mar provocaron en el Mediterráneo oriental en torno a la última fecha citada, las ciudades fenicias, formadas desde principios del siglo XII a.C., se convirtieron en las continuadoras naturales de la increíble actividad económica e industrial desarrollada desde antiguo en la zona.

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Cuando la necesidad económica provocó la búsqueda de nuevos mercados y fuentes de materias primas, se recurrió a la antigua información para reabrir las rutas comerciales, una actividad iniciada a principios del siglo IX a.C., en Chipre, donde Kition se considera la primera fundación de Tiro. Las navegaciones alcanzaron rápidamente lugares como la costa de Libia dónde se fundó Azua poco antes del 850 a.C., y Cartago (Tunicia), en la fecha histórica del 814 a.C. según las fuentes clásicas, datación que ha sido confirmada por la arqueología.
            En esta progresión de las navegaciones de Oriente a Occidente encajan las fechas de los primeros asentamientos en la península Ibérica, alrededor del 800 a.C. Sin embargo, en épocas posteriores algunas antiguas colonias fenicias quisieron aumentar su prestigio atribuyéndose una mayor antigüedad. Este hecho, unido a la existencia de textos de base poco fiable, ha llevado a datar a finales del II milenio a.C. las fundaciones de Gadir, Lixus (Larache, Marruecos) y Útica (en Tunicia), sin que ningún argumento arqueológico sustente tales afirmaciones, carentes de lógica. De aceptarse estas fechas de finales del siglo XII a.C., la secuencia de fundación de las colonias no sólo iría de Occidente a Oriente, sino que la actividad colonizadora sería anterior a la propia consolidación de las ciudades fenicias y su posterior expansión comercial.

La cronología arqueológica de las ciudades y factorías en la Península permite definir tres grandes fases de colonización entre mediados del siglo IX a.C. y mediados del siglo VI a.C., momento en que finalizaría la etapa fenicia estricta, dando paso a la intervención de Cartago. La fase de fundación (825-725 a.C.) corresponde a los primeros asentamientos, el control del territorio de la región próxima al litoral y el inicio del comercio con las sociedades indígenas. Una segunda fase /725-600 a.C.) engloba la expansión y el crecimiento demográfico de colonias y factorías, su diversificación, su estratificación social –ejemplificada en la formación de una oligarquía terrateniente- y la especialización económica de los distintos enclaves.
            La tercera fase (600-550 a.C.) comprende la crisis del modelo colonial, a la que contribuyeron diversos factores. Unos fueron de orden político, como la conquista de Tiro por Nabucodonosor II, rey de Babilonia, en el año 573 a.C. Otros eran de tipo económico, como el hundimiento del precio de la plata en los imperios del Próximo Oriente, principal mercado de la exportación fenicia, o el cambio progresivo en la actividad comercial que entrañó la irrupción de los mercaderes griegos en el sur de la Península. Y también los hubo medioambientales, como en el caso del yacimiento malagueño de Cerro del Villar que fue abandonado a causa de la colmatación (el recubrimiento con sedimentos) de los campos de cultivo y no se volvió a ocupar hasta el siglo V a.C.
            No obstante, existen muchas dudas sobre las causas reales del hundimiento de un sistema económico fuertemente consolidado durante más de dos siglos. Si bien la evolución de los mercados en el Próximo Oriente marca el fin del comercio con Levante, el impacto de este hecho habría sido mayor sobre las sociedades indígenas de la Península, que as9istirían a la desaparición del motor de su economía, basada en la extracción intensiva del mineral demandado por los fenicios.
            En las colonias fenicias, la crisis (que marca el final del período Orientalizante en el ámbito de Tartessos y el tránsito a la cultura Ibérica en Andalucía occidental y Extremadura) habría repercurtido al esfumarse la acumulación de beneficios obtenidos mediante el comercio, que constituía la base de su riqueza, pero se habría producido un cambio hasta la explotación agraria de grandes predios como base del nuevo sistema económico. Este modelo implicaría una reorganización del sistema social en el que los terratenientes, al estilo de Cartago, primarían sobre los comerciantes.
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Barcos fenicios transportando madera.


La fecha de la fundación de Gadir continúa siendo un misterio. Veleyo Patérculo (19 a.C.-31 d.C.) afirma que fue unos 80 años posteriores a la guerra de Troya. Los restos más antiguos de esa época son: los del Castillo de Doña Blanca (Puerto de Santa María), cerca de Cádiz, de finales del siglo VIII a.C.

Una vez que el extremo de Occidente fue identificado como un área óptima para la colonización, el primer objetivo estratégico fue el control del estrecho de Gibraltar mediante la creación de enclaves en ambas orillas y en sus dos vertientes, la mediterránea y ala atlántica. La combinación de vientos y corrientes entre noviembre y marzo dificultaba el paso a través de las Columnas de Hércules (Ceuta y Gibraltar) hacía los puertos del área de Cádiz-Huelva. Las colonias y factorías de la costa oriental habrían surgido en un principio como puertos donde hallaran refugio los barcos que no pudiesen proseguir hacia el Atlántico a causa de la climatología adversa; también era el punto de partida de las rutas terrestres que conducían a las colonias atlánticas. No obstante, la disponibilidad de tierra en esta zona facilitó la expansión de los enclaves fenicios a partir de la primera mitad del siglo VIII a.C.
            El terreno donde se iba a instalar una colonia o factoría se elegía según un patrón concreto, derivado en gran parte de la propia estructura topográfica de las ciudades-reino fenicias en la costa del Próximo Oriente. Se escogía una isla cercana a la costa o un promontorio poco elevado que permitiese el control de la desembocadura de un río. Este hecho se consideraba clave tanto para asegurar una ruta de acceso hacia el interior como para disponer de tierras fértiles, aptas para los cultivos que debían asegurar la supervivencia del nuevo asentamiento a corto plazo.
            Ejemplos de este modelo son las factorías de Cerro del Prado (río Guadarranque), Cerro del Villar (río Guadalhorce), Toscanos (río Vélez), Morro de Mezquitilla (río Algarrobo), Cerro de San Miguel (río Seco) y Cerro de Montecristo (río Adra). En diversas colonias, cuya superficie inicial era reducida, se han identificado sistemas urbanísticos con almacenes y zonas industriales (Toscanos y Cerro del Villar), viviendas edificadas a partir de patrones regulares (Chorreras) y edificios comunitarios (Morro de Mezquitilla).
            En el caso de Castillo de Doña Blanca (Puerto de Santa María), se eligió una zona apta como puerto que permitía fondear a los gaulós, los grandes barcos de carga fenicios de casco redondeado y mascarones de proa con cabeza de caballo -aunque en la actualidad el yacimiento se encuentra alejado del mar y de la desembocadura del Guadalete por una marisma-, pero que también disponía de fuentes de agua potable y permitía la rápida ocupación de una extensa área agraria fácilmente cultivable situada al norte de la sierra de San Cristóbal. El recinto, edificado en torno al 800 a.C., contaba con un complejo sistema defensivo que definía un perímetro de más de seis hectáreas en el que vivían alrededor de 1.500 personas.
            Las fuentes clásicas muestran que, en cuanto decisión de Estado, el establecimiento de una nueva colonia respondía a un ritual específico, aplicable al menos a las más importantes, como Cartago, cuyo mito, resultado de la huida de Elisa, explican Justino y Virgilio. Tras decidirse el emplazamiento exacto de la nueva ciudad, se procedía al ritual de fundación, que incluía celebraciones religiosas, la obtención y distribución de la tierra, y la organización del sistema político.
            Dependientes política e ideológicamente de la ciudad-madre, en las colonias no se establecía un régimen monárquico, sino que el poder era ejercido por sufetes (magistrados), en ocasiones apoyados por consejos de notables o, como en Cartago, por un Senado. Se mantenían las tradiciones religiosas de la ciudad fundadora, lo que permitía  a los colonos considerarse parte de una comunidad cultural; y se pagaba a la metrópoli una contribución o décima, costumbre que evolucionaría hacia una embajada religiosa que realizaba ofrendas en los templos de Tiro. Las mujeres tenían que ofrecer la virginidad a los sacerdotes del templo de Ashtart, la diosa de la fertilidad. Los niños eran sacrificados en los altares a cielo abierto para garantizar la prosperidad en las diferentes estaciones del año.
            Pero la distancia, unida a la debilidad política de las metrópolis y al auge de Cartago como potencia dominadora en el Mediterráneo central, propició la independencia efectiva de las colonias occidentales, aunque mantuvieran vivo el recuerdo de su origen. Así lo indican los tratados firmados entre Roma y Cartago desde finales del siglo VI a.C. en los que se incluye a Tiro. Desprovista ya de toda influencia en la zona, como garantía del cumplimiento de los mismos.

Cartago.

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La colonización fenicia tiene su máximo exponente en Gadir, la ciudad cuyo recuerdo ha perdurado en las fuentes clásicas, desde Estrabón a Posidonio. Ya fuese de un único enclave emplazado bajo la actual Cádiz, como defienden las interpretaciones tradicionales, o la suma de un territorio más amplio en el estuario del Guadalete que englobara bajo un único topónimo diversos asentamientos de similar rango, se trata de un referente obligado cuyo nombre adoptó las formas griegas de Gadeira y Gederoi hasta latinizarse en Gades.
La paleotopografía indica la existencia de dos islas: Kothinoussa y Eritheia, citadas por Plinio. En la primera se situarían los templos de Ball-Cronos, en el área del Castillo de San Sebastián, y de Melkart, en el islote de Sancti Petri. Este último templo, el más importante,, seguiría el modelo de los santuarios fenicios, formado por un gran recinto fortificado y un área de culto en el extremo opuesto al acceso, siendo similar, según diversos investigadores, al chipriota de Kition, datado en el 800 a.C.
La importancia de dicho templo no radicaba únicamente en las columnas de bronce de ocho codos de altura (3.25 metros) en las que estaban grabadas las cuentas de sus construcción, ni en los altares dedicados a Melkart, Reshef y Heracles, sino en el hecho de que, como todos los templos fenicios, el de Melkart, en tanto que divinidad protectora de Tiro, habría desempeñado una importante actividad económica amparada por el culto, al proporcionar un recinto seguro para la hospitalidad y las transacciones comerciales. La estructura administrativa del templo de Gadir se responsabilizaría del control de las mercancías, la fiabilidad de los pesos y medidas, el registro de las transacciones y los servicios de banca y tesorería, propio de un mercado estatal.
En la segunda isla, Eritheia, se situó el núcleo de la colonia, un asentamiento de unas diez hectáreas de superficie que debía de incluir el templo de Astarté y la zona portuaria, en la que destaca el canal Bahía-Caleta, un antiguo brazo del Guadalete que ejercería la función de cothon o puerto cerrado. A pesar de las dificultades para corroborar una cronología antigua para la Cádiz fenicia, diversos yacimientos han permitido identificar estructuras aquitectónicas de planta rectangular y cuadrangular similares a las del Castillo de Doña Blanca, a las que aparecen asociados materiales fenicios e indígenas datados en el siglo VIII a.C.


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La explotación de los recursos minerales, especialmente de plata, se ha considerado siempre como la base del sistema económico de las colonias occidentales –y muy en concreto en Gadir-, a partir de determinados pasajes de las fuentes clásicas que citan los beneficios que podían alcanzarse en la región de Tartessos mediante el comercio con estos productos.
Así, por ejemplo, Heródoto (IV,152) refiere el caso del griego Coleo de Samos, quien consiguió una increíble ganancia de 60 talentos con cuyo diezmo ofrendó un colosal caldero de bronce en el templo de Hera tras volver a sus país. Por su parte, Diodoro Sículo (5:35, 4-5) da cuenta de la codicia de los mercaderes que llegaban al extremo de sustituir las anclas de piedra de sus barcos por otras de plata en su viaje de regreso hacia el Mediterráneo oriental, para así cargar mayor cantidad de este metal y aumentar los beneficios.
El impacto de la explotación intensiva de los metales se refleja en el desarrollo de enclaves tartesios dedicados a la minería, como Tejada la Vieja (Huelva), o en los 1,000 kilogramos de plomo documentados en los niveles del siglo VIII a.C. de Castillo de Doña Blanca y destinados a la producción de plata, restos que junto  a las escorias de hierro prueban la existencia de actividad metalúrgica industrial en este yacimiento. Del interés fenicio por los metales también dan cuenta los hornos de reducción de mineral identificados en diversas áreas del subsuelo de Huelva, así como el cargamento de lingotes de plomo y estaño del pecio de Bajo de la Campana (Mazarrón). Las ciudades fenicias del área de Gadir fueron, junto a Huelva, las cabeceras de las rutas mineras que centralizaban la transformación y el transporte del mineral tartesio hacia el Mediterráneo oriental.
            Pero los intercambios no se limitaban al metal. Las fuentes escritas y el registro arqueológico permiten incluir en dicho tráfico cereales, sal, piles y esclavos como elementos de exportación, y vino, aceite, ungüentos, esencias, perfumes, tejidos, vajilla de lujo y vidrio como principales importaciones. Para satisfacer la creciente demanda de objetos de prestigio por parte de las élites indígenas, se desarrollaron en las colonias industrias especializadas en la fabricación de objetos y recipientes de bronce a imitación de modelos chipriotas, muebles con taraceado de piezas de marfil y joyas.
            Estas piezas incluían representaciones propias del mundo oriental y que las élites locales apreciaban por su aspecto, aunque se combinaban de forma aleatoria, de manera que perdían su contenido ideológico. La distribución d estas piezas hacia el interior de la Península, siguiendo las rutas del Guadiana y del Guadalquivir, permitió que fuesen utilizadas como signos de poder en la Alta Andalucía, Portugal y Extremadura.
            Las colonias y factorías desarrollaron una agricultura intensiva con el objetivo esencial de abastecerse y no depender de las explotaciones indígenas para alimentarse, y también para proveer a centros industriales que dependían de ellas y comerciar con los excedentes. La propiedad de la tierra podía ser tanto pública, entregada en arriendo para su cultivo, como privada. En todo caso, era necesario disponer de mano de obra indígena, que podría haberse conseguido a través de la dependencia jurídica, la contratación retribuida o la esclavitud.
            Del análisis de la zona dependiente de la colonia del Cerro del Villar (Guadalhorce), formada por un territorio de 18 kilómetros cuadrados, se desprende que su economía descansaba en extensos cultivos de secano y regadío, a los que se sumaba una amplia explotación ganadera y el control del comercio hacia las regiones tartesias a través del río Guadalhorce. SE explotaba sobre todo el trigo y la cebada, complementados con avena, vid, olivo, leguminosas y árboles frutales como el almendro. Bovinos, cabras, ovejas, cerdos y gallináceas constituían la cabaña animal, con predominio de los primeros, ejemplo de desarrollo de un grupo de terratenientes y ganaderos identificado también enToscanos. La producción de vino y salazones dio pie a una fuerte industria de cerámica que fabricaba las ánforas necesarias para su transporte. Esta estructura económica diversificada y especializada se refleja en la arquitectura del yacimiento, que ocupa ocho hectáreas.

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Durante la segunda mitad del siglo VII a.C. tuvo lugar la expansión del comercio fenicio hacia Levante y noreste de la Península. Las colonias y factorías del área del Estrecho, apoyándose en otros enclaves como La Fonteta (Guardamar de Segura) y Sa Caleta (Ibiza), buscaron nuevos mercados para sus producciones de salazones, vinos, y aceite, obteniendo a cambio minerales como la galena argentífera de la sierra de Bellmunt de Ciurana (Tarragona), de las que en las factorías de Ibiza se extraía plata, así como productos agrarios y esclavos.
            Las rutas hacia el noreste alcanzaron su punto álgido en el paso del siglo VII al VI a.C.-, para terminar bruscamente hacia el 570 a. C., cuando cambió la orientación económica de las colonias del sur. En el poco más de medio siglo que duró este flujo comercial, la actividad de los fenicios influyó decisivamente en la transformación de las sociedades indígenas durante la primera Edad del Hierro, cuando surgió la cultura Ibérica. Yacimientos como Aldovesta (Benifallet) y Sant Jaume (Alcanar) en el Ebro, o Illa d´en Reixac (Ullastret) y Vilanera (L´Escala) en el Ampurdán, son representativos del volumen y la variedad de las importaciones fenicias halladas en más de un centenar de enclaves de Cataluña.
             De hecho, en Sant Martí d´Empúries, donde a partir del 600 a.C. se ubicó la colonia griega de Emporion –fundada por gentes procedentes de Massalia (Marsella)-, se registra una clara presencia fenicia en el asentamiento indígena anterior a la distribución de los primeros materiales griegos. Pero la huella de los fenicios en esta región puede ser más profunda de lo que se había imaginado, como parece indicarlo el origen de la Ora Marítima, una descripción de la costa de Levante compilada por Avieno en el siglo IV a.C.: tradicionalmente se afirmaba que estaba basada en un texto massaliota del siglo IV a.C. pero hoy se considera que fue redactada a partir de un original fenicio; topónimos como Hystra o Sarna serían enclaves fenicios aún no localizados.
            Del Mediterráneo al Atlántico, los fenicios contribuyeron a modificar irreversiblemente la fisonomía social y cultural de los pueblos indígenas: las divinidades, los conocimientos y los productos que llegaron a la Península a bordo de sus panzudas naves influyeron en las mentalidades y la plástica ibéricas, del mismo modo que sus demandas económicas estuvieron detrás del nacimiento de las aristocracias que marcaron el surgimiento de la cultura ibérica.

Recreación de la ciudad de Tiro en el siglo VII. Lámina en el Museo Arqueológico de Vélez (MUVEL) Vélez-Málaga, Málaga.


Tiro, en la costa del actual Líbano, fue la fundadora de la mayoría de las colonias en el Mediterráneo occidental

Tipos fenicios

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Gracia Alonso, Francisco, Los emigrantes de Oriente, Fenicios en Iberia, Barcelona,  Historia, National Geographic, n° 50, 2008, pp. 42-53.
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CREENCIAS

La dama de Galera, que muestra la imagen, del siglo V a. C. Es una figurilla fenicia del siglo VII a. C. (semejante a otra que fue hallada en Cartago, norte de África), hecha en alabastro, que probablemente represente a la diosa Astarté. La dama está sentada entre dos esfinges y sostiene un cuenco al que vierte líquido por dos agujeros que tiene en los pechos. Se aprecia en la figura influencia mesopotámica por sus formas robustas. En cambio la estilización en el traje y los cabellos denotan influencias egipcias. Debido a su carácter de objeto sagrado, pasó por varias generaciones hasta su enterramiento final como parte de un ajuar funerario.
La escultura se exhibe en el Museo Arqueológico Nacional de España, de Madrid.
Galera, es una localidad española situada en la provincia de Granada, correspondiente a la antigua Tútugi. Junto al casco urbano de Galera se encuentra el oppidum de Tútugi en el Cerro del Real, asociada a este poblado se encuentra la Necrópolis Ibérica de Tútugi,


¿De dónde llegó el vino entonces? La respuesta es difícil, aunque se puede sortear ateniéndonos a los hechos. La Península Ibérica ya estaba plagada de viñas cuando fenicios, cartagineses, griegos y romanos llegaron por estos lares. Muy probablemente se producía vino de manera rudimentaria y en muy poca cantidad. Pero con los avances fenicios y el posterior desarrollo romano la industria comenzó a tomar impulso y ya nunca se detuvo.


MILITARES

Marina fenicia

Platón Idalión, Arte Fenicio en la guerra

La caza

Barco fenicio
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