Estimados lectores, ya que la situación en Europa es muy preocupante,
pero que espero se mejore todo el mundo. Os mando, estas pequeñas gotas de
arte, para que por lo menos mitigue el dolor y pensemos que la vida es hermosa
y luchamos por ella.
Gracias
La Colección Hahnloser viaja a Viena
Henri
Manguin Hans and Lisa Hahnloser, 1910 Oil on canvas Dauerleihgabe an
Hahnloser/Jaeggli Stiftung, Villa Flora, Winterthur © Photo: Reto Pedrini,
Zurich
Entre los años 1905 y 1936, Arthur
y Hedy Hahnloser-Bühler reunieron una de las más
importantes colecciones de pintura. Este matrimonio suizo, perteneciente a la
alta burguesía de principios del siglo pasado, disfrutaba de su tiempo y de su
posición económica dando rienda suelta a sus aficiones artísticas. El arte fue
la gran pasión de ambos y su mansión de Winterthur, Villa
Flora, el centro de una selección pictórica excepcional:
la Colección Hahnloser.
La pareja no sólo se limitaba a
acumular lienzos; ayudaba, además, a los artistas representados en sus fondos, en
aquel momento, principiantes y poco conocidos. Henri
Matisse, Pierre Bonnard, Félix Vallotton o Henri Manguin fueron
algunos de los beneficiarios y grandes amigos de los mecenas suizos. Pero no
los únicos cuya obra pasó a formar parte de su colección. Telas de Cézanne,
Manet, Renoir, Van Gogh y Toulouse-Lautrec, ya consagrados, colgaban con
orgullo de los muros de Villa Flora y su residencia en la Costa Azul.
Villa Flora —museo desde 1995— es en sí misma una joya arquitectónica
inspirada en la estética de la Jugendstil vienesa.
Actualmente está en una fase de restauración y mantenimiento que la mantiene
cerrada al público. Mientras se prepara su reapertura, prevista para 2022 como
tercera sede del Winterthur Kunst Museum, las obras permanecen en el Kunstmuseum
Bern bajo préstamo.
Para situarnos en la realidad del
coleccionismo suizo es imprescindible aclarar que todas las colecciones de arte
son fruto de la iniciativa privada y museos
locales. En Suiza no existen galerías nacionales ni espacios
gestionados por entidades estatales. Durante los primeros años del siglo XX, la
ciudad de Winterthur se convirtió en el centro del coleccionismo helvético
gracias a los Hahnloser y otros mecenas como Richard Bühler y los hermanos
Oskar y Georg Reinhart.
Fue el padre de Alberto Giacometti, Graubünden
Giovanni Giacometti, quien introdujo al matrimonio Hahnloser en
el mundo del arte. Fue sobre todo Hedy, la artífice principal de la pareja.
Ella, que creía en arte como la mejor forma de vivir acorde a su tiempo, se
involucró de lleno en el activismo artístico y el mecenazgo.
La Colección
Hahnloser no sólo es una valiosísima recopilación de
extraordinarias obras del arte moderno —abarca tanto el periodo impresionista
como modernista—, es también una de las pocas colecciones privadas que se
mantiene prácticamente intacta. La mayoría de las obras que la componen fueron
adquiridas directamente en los talleres de los artistas. Los pintores,
huéspedes habituales de la residencia Hahnloser, también realizaron retratos
del matrimonio y de sus dos hijos como signo de la amistad que compartían.
Esta primavera, la Colección
Hahnloser viaja hasta el museo Albertina de Viena.
No toda. Son ochenta las obras que han llegado a la capital austriaca con el
fin de dialogar con otras veinticinco pertenecientes a los fondos del museo. De
esta forma, la muestra ofrece una extensa visión de piezas fundamentales del
arte del siglo XX. Entre ellas La Blanche et la Noire (1913)
y Le chapeau violet (1907) de Vallotton; Effet
de glace ou Le Tub (1909) y el Débarcadère
de Cannes (1934) de Bonnard; Hans et Lisa Hahnloser (1910),
de Henri Manguin o La partie de dames à Amfréville (1906,)
de Vuillard.
Permanecerán expuestas hasta el 24
de mayo de 2020.
PINTURAS
Félix
Vallotton. The White and the Black, 1913 Oil on canvas © Photo: Reto Pedrini,
Zürich
Félix
Vallotton The Rape of Europa, 1908 Oil on canvas Kunstmuseum Bern, Gift of
Prof. Hans R. Hahnloser, Bern © Kunstmuseum, Bern
Félix
Vallotton The Violet Hat, 1907 Oil on canvas Permanent loan to
Hahnloser/Jaeggli Foundation © Photo: Reto Pedrini, Zürich
Ferdinand
Hodler Little Girl Picking Flowers, 1887 Oil on canvas Hahnloser/Jaeggli
Foundation, Villa Flora, Winterthur © Photo: Reto Pedrini, Zurich
Vincent
van Gogh Withered Sunflowers, 1887 Oil on canvas Kunstmuseum Bern, Donation of
Prof. Dr. Hans R. Hahnloser, Bern, 1971 © Kunstmuseum Bern
Pierre
Bonnard Palais de Glace, Ice-Skating, 1896–1898 Oil on cardboard Private
Collection
El Gabinete de descanso de sus Majestades: el
relax de los Borbones en el Prado.
El Gabinete de descanso de
Sus Majestades. Museo del Prado. 1. La infanta María Josefa de Borbón. Lorenzo
Tiepolo (1736-1776). Pastel sobre papel. 1763. © Museo Nacional del Prado.
El Gabinete de descanso de Sus
Majestades es una
exposición excepcional que evoca uno de los espacios más singulares del Museo del Prado durante sus dos siglos de historia. La
sala 39 del edificio Villanueva vuelve a reunir las pinturas que colgaron en
ella a partir de 1828 y la pequeña estancia anexa, que se habilitó como lugar
destinado a la higiene personal de la familia real.
Inaugurada en abril del pasado año con motivo del bicentenario del Prado, la muestra recupera
el destino original del dicho espacio y aprovecha para reflexionar sobre la
estrecha relación entre la corona y las colecciones del museo desde su
inauguración en 1919. La idea primaria era mantener la exposición hasta finales
de noviembre. Sin embargo, el éxito de la exposición ha empujado al museo a
prolongar su permanencia, al menos, hasta el mes de junio de este 2020.
El Gabinete de Descanso de sus
Majestades era una sala privada, destinada al reposo del monarca
Fernando VII y de sus familiares. Se situó en la primera planta del museo,
frente al Jardín Botánico y mantuvo su carácter íntimo hasta 1865. El espacio
estaba decorado principalmente con diferentes retratos reales e incorporaba una
pequeña estancia anexa para el aseo y la higiene personal de los monarcas.
El gabinete se creó en 1828 como una galería representativa de la dinastía de los Borbones (desde
Felipe V hasta Fernando VII), antecesores y parientes cercanos como Luis XIV y
Felipe de Francia, I duque de Orleans, abuelo y tío abuelo de Felipe V
respectivamente. Retratos de grupo de gran tamaño y especialmente los de los infantes
e infantas completan la colección familiar que colgaba de sus muros con los
planteamientos propios del XIX. Tras desvanecerse como espacio privado, la sala
se convirtió en una especie de lugar de paso, invisible para el público,
incluso para muchos especialistas.
La exposición, comisariada por Pedro J. Martínez Plaza, se vincula a la celebración del
bicentenario y permite adentrarse en una de las estancias menos conocidas de la
pinacoteca madrileña, no obstante tremendamente ligada a los primeros tiempos
del museo.
Entre los cuadros recuperados para la
muestra, destaca el conjunto de pasteles de los infantes realizados por Lorenzo Tiepolo. Dos de ellos, Antonio Pascual y Gabriel,
también fueron retratados por Mengs. La familia de
Carlos IV estaba representada en el gran cuadro de Goya,
expuesto actualmente en la sala 32, y retratos individuales de algunos de sus
miembros. Por su tamaño sobresale el cuadro de la reina María Isabel de Braganza, fundadora del Museo del Prado, encargado
específicamente a Bernardo López Piquer para el
gabinete.
En la sala original también se colocaron, con
una intención principalmente decorativa, numerosos paisajes, pinturas de flores
y bodegones de artistas flamencos y españoles como Luis Meléndez, Juan de Arellano o Benito Espinós.
En la estancia anexa, dedicada al aseo personal, se instaló un inodoro al uso: un mueble
realizado en 1830 por el ebanista real, Ángel Maeso. Es el único
elemento del mobiliario original que se ha conservado, pues alfombras,
sillones, banquetas y otros elementos decorativos desparecieron. En la
exposición, el retrete se sitúa en el mismo lugar. Se trata de un mueble muy
especial, tanto por su calidad como por su singularidad. Su diseño, específico
y ajustado a un espacio determinado lo hacía difícilmente aprovechable en otro
lugar. Seguramente eso lo mantuvo a salvo de traslados.
Junto al retrete se muestran los dos orinales (masculino y femenino)
realizados en la Real Fábrica de la Moncloa.
La muestra se completa con un proyecto museográfico virtual que permite vivir una
experiencia inmersiva dentro de la sala. Partiendo de cuatro periodos
históricos —primer tercio del siglo XIX; mediados del siglo XIX; principios del
XX y presente—, el visitante recorre la evolución de la museografía de a lo
largo de los últimos 200 años. La realidad virtual desarrollada
se puede disfrutar a través de un navegador tanto en dispositivos móviles como
en PC.
El Gabinete de descanso de
Sus Majestades. Museo del Prado. 5. Carlos III (1765). Anton Rafael Mengs.
Copyright de la imagen ©Museo Nacional del Prado.
El Gabinete de descanso de
Sus Majestades. Museo del Prado. 6. Carlota Joaquina, infanta de España, reina
de Portugal. Giusepe Trono. (1787). ©Museo Nacional del Prado
El Gabinete de descanso de
Sus Majestades. Museo del Prado. El infante don Gabriel de Borbón. Lorenzo
Tiepolo. Copyright de la imagen ©Museo Nacional del Prado.
El Gabinete de descanso de
Sus Majestades. Museo del Prado. El infante don Javier de Borbón (¿?).Lorenzo
Tiepolo. Copyright de la imagen ©Museo Nacional del Prado
El Gabinete de descanso de
Sus Majestades. Museo del Prado.8. Jura de Fernando VII como príncipe de
Asturias. Luis Paret y Alcázar. (1791). ©Museo Nacional del Prado
El Gabinete de descanso de
Sus Majestades. Museo del Prado. Anton Rafael Mengs. Copyright de la imagen
©Museo Nacional del Prado.
La luz de Rembrandt
Frans Hals. Retrato de un
hombre, posiblemente Jan Jansz. Soop, hacia 1635-1636.
Washington, National Gallery of Art. Andrew W. Mellon Collection
Egbert van Heemskerck. El
cirujano Jacob Fransz. y su familia, 1669. Amsterdam Museum
Bartholomeus van der Helst
Niño jugando al kolf en la playa, hacia 1658-1659. Colección privada.
Bartholomeus van der
Helst. Regentes del Kloveniersdoelen, 1655. Amsterdam Museum
Thomas de Keyser
(Ámsterdam, 1596/1597-1667) Síndicos del gremio de orfebres de Ámsterdam,
1626-1627. Toledo Museum of Art. Adquisición del museo
Rembrandt. Autorretrato
con gorra y dos cadenas, hacia 1642-1643. Madrid, Museo Nacional Thyssen
Bornemisza
Rembrandt Tito van Rijn,
hijo del artista, leyendo, hacia 1660-1665. Viena, Kunsthistorisches Museum,
Gemäldegalerie
Rembrandt. Retrato de un
joven caballero, hacia 1633-1634 .Reino Unido, Colección privada
Rembrandt Mujer con capa
de piel, posiblemente Hendrickje Stoffels, 1652. Londres, The National Gallery.
Adquirido con la contribución del Art Fund, 1976
Rembrandt. Retrato de una
mujer, posiblemente Johanna van Merwede van Clootwijk, 1632. Nueva
York, The Metropolitan Museum of Art. H. O. Havemeyer Collection. Legado de Mrs. H. O.
Havemeyer, 1929
Rembrandt Retrato de un
portaestandarte, posiblemente Jan van Halewijn, 1654. Nueva
York, Metropolitan Museum of Art. The Jules Bache Collection, 1949
Rembrandt Venus y Cupido,
posiblemente Hendrickje y Cornelia, hacia 1657. París, Musée du Louvre.
Département des Peintures
Dirck Santvoort
(Ámsterdam, 1610/1611-1680) Gobernantas y celadoras de la Spinhuis, 1638.
Amsterdam Museum
Jan Tengnagel. Banquete de
la guardia cívica del capitán Geurt Dircksz. van Beuningen y el teniente Pieter
Martensz. Hoeffijser, 1613. Ámsterdam, Rijksmuseum. Depósito de la Ciudad de
Ámsterdam
La vida y la obra de Rembrandt van Rijn ha
sido objeto de infinitos análisis, desde sus primeras etapas creativas en las
que plasmaba su tremenda capacidad expresiva, hasta las últimas escenas
pictóricas en las que logra una conexión con el espectador única en la historia
del arte. Hoy, 350 años después de su muerte, se ha investigado tanto y con tal
grado de profundidad, que al fin se ha conseguido establecer el desarrollo y la
evolución de sus composiciones, incluso descifrar algunos de los misterios de
su técnica.
Para asimilar de manera completa la obra del pintor
holandés se hace necesario un repaso de su biografía, pues ambas forman una
unidad indisoluble. Las condiciones bajo las que creó sus cuadros, las personas
a las que retrató, los acontecimientos privados que condicionaron su devenir artístico facilitan la comprensión de su
creatividad y una aproximación bastante aceptable con respecto a las técnicas
empleadas. No obstante, es tal la complejidad de sus experimentos pictóricos
que aún hay muchas preguntas sin respuesta en cuanto a los efectos visuales de sus lienzos.
Rembrandt llegó a Ámsterdam a principios de la
década de 1630. No fue el primero de los grandes
pintores del siglo de oro holandés en instalarse en la capital de los Países
Bajos. Ya habían pasado (y establecido) por allí otros artistas como Cornelis
van der Voort, Ketel, Pickenoy o Thomas de Keyser en respuesta a la alta
demanda de retratistas por parte de la sociedad burguesa. Pero su irrupción
supuso un cambio radical en la concepción del retrato.
Hay que decir que el maestro de Leiden —entonces un
joven artista con taller propio y numerosos encargos en su ciudad natal— venía
de la tradición paisajística y la representación de escenas mitológicas y vidas
sagradas. Acudió a la ciudad por invitación del también pintor y
marchante Hendrick Uylenburgh, primo de la iba a convertirse en su
esposa: Saskia. Una vez asentado en la rica y cosmopolita ciudad, Rembrandt y
su familia vivieron una etapa de prosperidad económica, prestigio social
reconocimiento profesional que se truncó en 1642, con la muerte de Saskia. Eso
lo veremos después. Durante este período, el artista continuó experimentando
con varios géneros, mostrando su capacidad a través de una gran diversidad de
estilos.
Como Frans Hals en
Haarlem, Rembrandt abrió en Ámsterdam nuevos caminos: incorporó el claroscuro,
perfeccionó la representación de las emociones humanas, pero y por encima de
todo supo integrar en cada cuadro un relato. Rembrandt no
muestra, narra, pone a dialogar a sus personajes que nos transmiten la palabra
hablada a través de gestos y matices sutilísimos. Las figuras de sus obras se
mueven como por fuera del lienzo; el espectador puede sentir, así, lo que
piensa el personaje, se une a la escena, a la intimidad del retratado, a una
cena familiar, a un relato bíblico. Ahí radica justamente la enigmática genialidad del holandés.
Cuando
fallece Saskia, deja Rembrandt a cargo de su hijo Tito, de apenas un año de
edad. Fueron momentos difíciles para el pintor. Su ritmo de trabajo se
ralentiza y empieza a atravesar dificultades financieras. En 1647 ingresa al
servicio de la casa Hendrickje Stoffels, que acabó convirtiéndose en su
compañera y madre de su hija Cornelia, nacida en 1654.
A sus circunstancias personales, se suman
diferentes cambios en el panorama artístico del momento. Los primeros escarceos
de “academicistas” como Cornelis Jonson van Ceulen e Isaac Luttichuys no desviaron a Rembrandt de su propio
camino. Al contrario, siguió desarrollando un estilo sobrio, personal, que lo
fue alejando poco a poco de las nuevas tendencias artísticas y comerciales. Su
austeridad, sus empastes (a los que no renunció, al contrario, insistió en
ellos), su narrativa ya no se adaptaba al gusto de sus clientes.
Durante
esta última etapa tuvo muchos problemas económicos: no ingresaba al ritmo
necesario, los encargos escaseaban, tuvo que cambiar su vivienda por otra más modesta.
Llegó incluso a declarase insolvente.
El museo Thyssen-Bornemisza presenta,
por primera vez en España, una exposición dedicada a la faceta de Rembrandt como retratista, en la que alcanzó también
el máximo nivel. El hilo conductor de las 97 piezas exhibidas –33 de ellas
firmadas por el gran maestro holandés– es la práctica del retrato en la
Ámsterdam del siglo de oro y cómo la mano de Rembrandt definió la estética de
sus coetáneos. Durante el recorrido por las nueve salas de la exposición, se
recalcan los contrastes, las similitudes y divergencias entre los retratos
realizados por los diferentes artistas de la época.
La muestra, comisariada por Norbert E. Middelkoop —conservador del Museo de
Ámsterdam— permitirá descubrir la variedad y calidad de las obras y
familiarizarse con las historias que hay detrás de los personajes retratados.
Además, se incluye una sección sobre retratos grabados, encargos que le
ayudaron a remontar situaciones financieras muy difíciles.
El Museo del Romanticismo
Teje el cabello una
historia. Escuela inglesa Lucía del Riego (¿) h. 1825 Óleo sobre lienzo. Museo
del Romanticismo. Fotógrafo: Pablo Linés
Museo del Romanticismo.
Teje el cabello una historia. Federico de Madrazo Francisco Aranda y Delgado
1839 Óleo sobre lienzo. Museo Nacional del Romanticismo. Fotógrafo: Javier Rodríguez
Barrera
Museo del Romanticismo.
Teje el cabello una historia. Antonio María Esquivel y Suárez de Urbina
(atrib.) Retrato de dama Década de 1850
Museo del Romanticismo.
Teje el cabello una historia. Anónimo Un «lechuguino» h. 1845 Óleo sobre lienzo
Museo del Romanticismo.
Teje el cabello una historia. Anónimo Un romántico h. 1840 Óleo sobre lienzo
Museo del Romanticismo.
Teje el cabello una historia. Achille Jacques Jean Marie Devéria (dib. y
lit.) Thierry frères (ed.) Madame Eugénie Garcia 1840
Tras un periodo de cierre y reformas —bajo la
dirección del arquitecto Ginés Sánchez Hevia—, el Museo del
Romanticismo de Madrid reabrió sus puertas con las salas renovadas
y nuevas ilusiones. Fue en el año 2009. El próximo 4 de diciembre se cumple una
década de este nuevo periodo. Para celebrarlo, el museo ha programado
diversas actividades especiales, la apertura extraordinaria los días
6 y 8 de diciembre y una semana de acceso gratuito.
La historia del Museo Romántico se remonta a
principios del siglo XX. Fue entonces cuando Benigno de la Vega-Inclán y
Flaquer, II Marqués de la Vega-Inclán (1858-1942), decidió donar al
Estado una importante colección de arte, objetos y muebles de su propiedad. Los
fondos iniciales se instalaron en la que, en 1921, fuese la sede de Comisaría
Regia de Turismo también creada por Vega-Inclán, hoy Museo del Romanticismo.
El edificio, obra del arquitecto Manuel Rodríguez para el marqués de Matallana, se
construyó entre 1776 y 1779. El palacio de estilo neoclásico cuenta
con dos fachadas simétricas, minimalistas, decoradas únicamente con molduras de
granito en torno a los vanos. Más tarde, los condes de la Puebla del Maestre
introdujeron innovaciones estéticas y una mayor ornamentación a la fachada
principal.
La
inauguración como museo tuvo lugar en 1924. A la obras donadas por su fundador
se sumaron dos cuadros de Alenza donados por el Marqués de Cerralbo y objetos
pertenecientes a grandes literatos como Mariano José de Larra, José de Zorrilla
o Juan Ramón Jiménez. La colección se ha ido enriqueciendo con el tiempo y hoy
alberga un fondo de más de 16.000 piezas de alto valor artístico —pintura,
dibujo, estampa, escultura, mobiliario, fotografía o artes decorativas— un
archivo histórico de más de 4.000 fondos documentales.
Además de la colección permanente, el
museo acoge diferentes exposiciones temporales centradas
en el periodo artístico romántico, la forma de vida, las costumbres y la
sociedad de entonces, así como los principales protagonistas de este movimiento
cultural en nuestro país.
Aparte de las actividades relacionadas con la
celebración del décimo aniversario, el Museo propone, a través del arte, un
recorrido por los secretos de belleza de los hombres
y mujeres de la época romántica. La exposición Teje el
cabello una historia. El peinado en el romanticismo repasa la
moda femenina y masculina desde la ostentación de algunos diseños del siglo
XVIII y principios del XIX, hasta las tendencias mucho menos sofisticadas
importadas de París y Londres. Como es habitual, también las revistas de moda
contribuyeron a la difusión de las nuevas estéticas, incluida la indumentaria.
El cabello recogido era una de las señas de
identidad de las damas románticas entre las décadas
de 1820 y 1830. El retrato de Lucía del Riego representa una de las variantes
más elegantes del período. Los años siguientes se caracterizaron por la
vuelta a la sobriedad, configurando el peinado burgués y contribuyendo a su
democratización. En los años 40, el peinado se decantó por los bandós como los
que lucía Isabel II en su niñez y adolescencia.
A diferencia de lo que ocurría en el universo
femenino, el peinado masculino no fue
considerado un elemento de belleza como tal, sino que servía para imprimir
carácter, elegancia y distinción a loso caballeros, que también cuidaban su
apariencia y seguían las tendencias de moda. A principios del siglo XIX se
configuró una nueva imagen masculina refinada, encarnada en figuras como George
Bryan Brummel, “el bello Brummel”, todo un referente, muy ligado al dandismo
británico. También se generalizaron la barba y el bigote, influencia del estilo
militar.
De entre las más de 90 piezas de la
colección del Museo Nacional del Romanticismo destacan las obras de José de Madrazo y su hijo Federico de Madrazo, Antonio María
Esquivel, Valentín Carderera o Rafael Tegeo. La muestra exhibe también
piezas de joyería, abanicos, miniaturas, grabados, dibujos y objetos
relacionados con el peinado (cepillos, rizadores, tenazas…).
10 obras de arte para celebrar la Navidad y la
llegada de los Reyes Magos.
Ni en la Biblia ni en los Evangelios se menciona
que los Reyes Magos fueran tres, ni que fueran reyes. Es
posible que el título regio les venga dado por el pasaje “Ante él se postrarán
los reyes; le servirán todas las naciones”, del Libro de los Salmos. El número
tres se deduce de los regalos: oro, incienso y mirra. Tampoco ningún texto
sagrado revela sus nombres. Sin embargo, Melchor, Gaspar y Baltasar forman
parte de una de las tradiciones más arraigadas del cristianismo. Del mismo
modo, la escena de la adoración en Belén es una de las más antiguas en el mundo
artístico. Buena prueba de ello son estas 10 obras de arte que
hemos seleccionado como símbolo de esta entrañable celebración occidental.
Como siempre que se elabora una lista, la elección
no ha sido fácil. Es obvio que nos hemos dejado mucho arte por el camino. Nos
faltan caravaggios, zurbaranes, rembrandts, da vincis, más de un velázquez,
correggios, giorgiones, mainos… El catálogo artístico vinculado
a la celebración cristiana es interminable. No obstante, y sin seguir un
orden cronológico estricto, hemos tratado de recorrer diferentes momentos
pictóricos, desde el Giotto del siglo XIV hasta los impactantes claroscuros
barrocos.
Un último apunte navideño. El Museo del Prado ofrece una selección de obras de su
colección que reflejan los episodios más destacados del Ciclo de la Navidad: la Anunciación, la Visitación, el
Nacimiento de Cristo, la Adoración de los pastores, la Adoración de los Magos,
la Presentación en el Templo y la Huida a Egipto. Las obras ilustran repasan
principales escuelas representadas en el museo: española, italiana, flamenca y
alemana.
La
Adoración de los Reyes Magos. Giotto. 1302. Capilla de los Scrovegni. Padua.
La obra pictórica de Giotto
di Bondone supuso una modernización de la Historia del
Arte. El gran maestro italiano se desmarcó de manera radical de la severidad
del arte bizantino para explorar el camino de la intensidad emocional, el
entorno real y la perspectiva (muy rudimentaria todavía). Sus innovaciones
pictóricas abrieron paso a lo que después fue el Renacimiento, por ello se le
considera el padre de la pintura moderna.
La adoración de los Magos, también llamada La Epifanía, fue un
encargo de la familia Scrovegni para la capilla de la Arena en
Padua. Giotto plasma en los muros diversas escenas de la vida de Jesucristo y
los Evangelios integrando con maestría pintura y arquitectura.
En esta pintura, el
autor relata la escena del pasaje en que los Magos se pusieron en marcha hacia
Belén guiados por la estrella que él dibuja con la forma del cometa Halley,
aparecido en 1301. En loso retratos de los personajes se aprecia la habilidad
del pintor para sugerir diferentes rasgos de la personalidad de cada uno de
ellos.
Fra
Angelico, Fra Filippo Lippi. La Adoración de los Magos. 1437. National
Gallery of Art. Washington DC.
Guido di Pietro, Fra
Angelico, nació a finales del siglo XIV en Mugello. Sus
primeras obras se documentan en Florencia alrededor de 1417. El fraile de los
dominicos se mantuvo siempre ligado a la orden y el convento de San Domenico de
Fiesole. Cuentan los historiadores que jamás cogía un pincel sin haber orado
previamente, incluso que nunca pintó un crucifijo “sin bañar sus mejillas en
lágrimas”, apunta Vasari. Su producción es exclusivamente devocional.
La Adoración de los Magos que alberga la National Gallery
of WashingtonNational
Gallery de Washington fue iniciada por Fra Angelico hacia
1440. Sin embargo, los expertos aseguran que, salvo el retablo, el resto de
la obra fue concluida por Fra
Filippo Lippi.
Roger
Van der Weyden. Tríptico de Santa Columba. 1455. Tabla central. Alte
Pinakothek. Múnich.
El tríptico de Van
der Weyden procede de la iglesia de Santa Columba de
Colonia, donde se menciona por primera vez en un inventario de 1801.
Inicialmente fue considerado obra de Jan van Eyck. Sin embargo, Passavant
atribuyó el tríptico a Van der Weyden en 1841.
La obra se pintó hacia 1455 para el altar de la iglesia de Santa Columba en Colonia (Alemania)
y se exhibe actualmente en la Pinacoteca Antigua de Munich. La tabla
central reproduce la adoración de los Reyes Magos según la tradición flamenca.
Sin embargo pueden apreciarse con claridad detalles de la influencia renacentista de
Gentile da Fabriano, recibida por Van der Weyden durante su estancia en Italia.
Los paneles laterales recogen la Anunciación (izquierda) y la presentación de
Jesús en el templo (derecha).
Algunos críticos
aseguran que la elegancia de la composición se debe a la colaboración de
Hans Memling. El cromatismo vivo y brillante, así como los contrastes lumínicos
y la minuciosidad en la representación es típica del artista y la escuela flamenca.
Sandro
Botticelli. Natividad mística. 1500. National Gallery de Londres.
Cuando Sandro Botticelli pintó la Natividad mística
había experimentado un profundo cambio espiritual. Es el año 1500 e Italia
—sobre todo Florencia— vive un periodo muy conflictivo tras la caída de Carlos
VIII, la expulsión de la ciudad de Pedro de Medici y la toma de Savonarola.
Aunque no hay documentos que acrediten que el pintor fuera discípulo del monje
dominico, hay quien asegura que el cuadro es fruto de sus discursos religiosos.
Se trata de la única obra firmada y fechada por
Botticelli. Muy poco convencional, además, pues no reproduce los
acontecimientos tradicionales del nacimiento de Jesucristo y la adoración de
los pastores y los Reyes Magos. El pintor introduce una visión apocalíptica,
abandonado también la iconografía navideña.
En cuanto a la técnica, Botticelli deja
de lado la perspectiva y realismo característicos de su obra para sumergirse
una escena casi arcaica, repleta de simbolismos medievales y textos griegos y latinos.
Si bien es cierto que la sombra humanística del pintor sobrevuela el cuadro,
que se encuentra hoy en la National Gallery de Londres.
Adoración
de los Magos. Durero. 1504. Galería de los Uffizi. Florencia.
Se trata de una obra de madurez del pintor alemán, encargo
de Federico el Sabio para
el altar de la Iglesia de Todos los Santos (Wittenberg). Inicialmente estaba
concebida como el panel central de un retablo —el Jabach—, cuyas alas laterales
se encuentran en el Instituto
Städel de Fráncfort, el Museo Wallraf-Richartz de Colonia y la Alte Pinakothek de
Múnich.
Los años anteriores a la
creación de esta pintura, Durero permaneció en Venecia, donde descubrió y
experimentó los avances de la pintura renacentista de la ciudad. De ahí el vivo
cromatismo de la obra, la luz veneciana y ciertas pinceladas propias de
Giovanni Bellini sobre arquitecturas muy de Andrea Mantegna. Igualmente se
aprecia la minuciosidad y el movimiento propios de los pintores del norte, la
perfección de la naturaleza y un gran equilibrio tonal. La escena muestra la
llegada de los Magos al portal de Belén. Melchor, arrodillado, le entrega su
regalo, mientras el recién nacido se estira para alcanzarlo.
La obra se exhibe en la Galería de los Uffizi, en Florencia.
Adoración
de los pastores. El Greco. Hacia 1612. Museo del Prado. Madrid.
El Greco pintó esta escena nocturna entre los años
1612 y 1614. Puede considerarse como la última gran obra del artista, pues fue
concebida para que adornase su propia tumba en la iglesia
de Santo Domingo el Antiguo, de Toledo.
La firma del artista se encuentra en la esquina inferior izquierda de la tela.
La composición se desarrolla en espiral, en un
espacio irregular. Parece una gruta, donde duerme el niño Jesús sobre el regazo
de su madre. San José y tres pastores adoran con fervor al recién nacido,
mientras el buey lo contempla desde el suelo. “Muy
cerca del grupo, sobrevolando la escena, y cerrando la elipsis compositiva, un
grupo de ángeles muestra la complacencia celestial ante el nacimiento del
Redentor”. La distorsión de los cuerpos
caracteriza esta pintura, al igual a toda la obra tardía de El Greco. Los
colores y formas crean una sensación de éxtasis y celebración ante el
milagro del nacimiento de Cristo.
El
cuadro puede verse en la sala 010B del
museo. El Metropolitan Museum de Nueva
York posee una versión de taller con ligeras variaciones, realizada, según
parece, en fechas similares a las del original.
Adoración
de los Magos. Rubens. 1608. Museo del Prado. Madrid.
La Adoración
de los Magos es una de las obras más importantes de la
colección que el Prado dedica a Rubens. No sólo es la de mayores dimensiones
(355’5 x 493 cm), destaca también por su importancia histórica.
En efecto, “la obra fue realizada en dos
momentos; el primero en torno a 1608-1609 y veinte años después fue ampliada
por el propio artista”, explican desde la web del museo,
por encargo de la ciudad de Amberes para decorar el Salón de los Estados del
Ayuntamiento, sede de la firma del tratado de paz entre España y las Provincias
Unidas la Tregua
de los Doce Años.
Aunque la luminosidad es clara, la escena tiene lugar de noche.
Puede verse en el cielo del segundo plano. El foco luminoso surge desde la
figura del niño Jesús, cuya luz irradia al resto de los personajes. “Éste, en brazos de su madre, parece juguetear con el incienso que
le presenta Gaspar, arrodillado ante él”.
Adoración
de los Pastores. Murillo. 1650. Museo del Prado. Madrid.
Es esta una de las pinturas de Bartolomé Estaban Murillo que
más demuestra la influencia de Ribera. Se nota, sobre todo, en el esquema
general de la composición, la iluminación, los claroscuros y el gusto por la
representación popular. Sin embargo, se advierten claramente las
características propias del pintor español como la suavidad de la pincelada y
el modelado.
El cuadro fue adquirido por Carlos III en 1764 al comerciante
irlandés Florencio Kelly. Actualmente se encuentra en la sala 028 de
la pinacoteca madrileña.
Adoración
de los Pastores. Lorenzo Lotto. 1534. Pinacoteca Tosio Martinengo. Brescia.
Lorenzo Lotto fue uno de los pintores más orinales del siglo XVI
italiano. Sin embargo, la convivencia de su obra con figuras como Tiziano,
silenció su popularidad durante siglos. Una injusticia que a finales del XIX
corrigió el historiador del arte, Bernard
Berenson.
Viajero incansable y
nómada por naturaleza, Lotto desarrolló una producción muy personal, al margen
de las corrientes venecianas de su época. Focaliza la atención en el detalle y
presenta sus composiciones con colores brillantes. Azurita, ultramarino,
verdín, malaquita, bermellón, blanco de plomo, amarillo de plomo y estaño,
negro carbón y terracotas son los pigmentos protagonistas de su obra.
Aunque destacó en el género del retrato, sus representaciones
religiosas y devocionales transgreden los convencionalismos y la moderación
emocional. Todo ello otorga a sus cuadros un aire de misterio fascinante. Metáforas y alegorías le
acercan al estilo de los pintores nórdicos, mientras que objetos como el
crucifijo denotan la influencia del catolicismo y
su espiritualidad.
Recién
nacido. George de la Tour. Hacia 1645. Museo Bellas Artes de Rennes.
Con esta belleza de Georges
de la Tour (1593-1652) cerramos la selección artística de
esta Navidad. En esta obra, el pintor del silencio traslada al lienzo su
característica y enigmática ambigüedad compositiva. La escena no revela si se
trata de la representación del nacimiento de Jesucristo, con la Virgen María,
el Niño Jesús y Santa Ana, o una escena de género. En apariencia, nada alude a una escena
religiosa, salvo el sentido místico de la imagen y la
iluminación como metáfora de la “luz del mundo”.
La estructura es
sencilla: dos mujeres, una de frente y otra de perfil, el recién nacido en
brazos de la primera. La segunda porta una vela cuya luz rojiza ilumina los
rostros, dejando en penumbra el resto del cuadro. Sólo la cabeza del bebé
fajado y el pecho de la mujer deslumbran en color blanco. Sublime.
Se desconoce el origen del cuadro que conserva el Museo de
Bellas Artes de Rennes. Aparece en la ciudad francesa durante la Revolución,
como una donación al museo.
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