MITOLOGÍA
BERCIANA 1
Y
BRUJERÍA
BERCIANAS
Mircea Eliade señala que los mitos son respuestas a las
cuestiones mas profundas y graves de una comunidad, como explicar por ejemplo
los orígenes del hombre, su destino, el del mundo, la realidad del más allá,
etc. El mito centra su naturaleza en el relato, considerado verdadero y
sagrado, de las hazañas de dioses y héroes sobrenaturales, refiriéndose siempre
a una creación que explica el origen de todo lo creado, de todas las cosas.
Además, el mito, de un modo u otro, es “vivido”, esto es, supone una
experiencia “religiosa” por parte de quien habla y de quien escucha, en
definitiva de toda la comunidad, pues su finalidad última es el mantenimiento
de la cohesión del grupo humano que lo creó. Cuando en las formulaciones
míticas opera la necesidad de localizar la acción en un ámbito espacial
determinado, nos encontramos con la leyenda. Esta refiere hechos dotados, la
mayor parte de las veces, de un trasfondo histórico pero siempre
extraordinario, en el que los personajes, envueltos muchas veces en un mundo
mágico, son individuos humanos determinados, hombres concretos e incluso
vulgares. Para Van der Leeuw la leyenda es un mito que se ha quedado colgado en
algún lugar o en algún hecho histórico. Mientras que el mito esta eternamente
presente, la leyenda se refiere al pasado. El cuento, por último, lo sintetiza
Van Gennep como un recitado maravilloso y fabuloso, en el que el lugar de la
acción no esta localizado, es además intemporal, en el que los personajes no
están individualizados, respondiendo a un concepto infantil del mundo y en el
que hay una indiferencia moral absoluta (Cuenca, 1976).
En el Bierzo abundan los cuentos, existen algunas
leyendas pero es difícil hablar de mitos, pues su cultura popular se encuentra
hoy en proceso de descomposición, como ocurre también en las regiones
limítrofes. Por eso, y refiriéndose a Galicia, Mar Llinares prefiere
utilizar el concepto de “imaginario popular”, concepto que no
excluye la relación con las construcciones míticas de otras culturas; más bien
al contrario, lo imaginario colectivo se construye mediante el pensamiento
simbólico o mítico, distinto del racional o conceptual. El acto de imaginación
mítica tiende a dar una respuesta a las diferencias que se perciben en lo real,
y lo hacen organizando lo real en un todo armónico (Llinares,1990).
Nada hay de singular en ese “imaginario popular”
berciano, pues muchos de los mitos, leyendas, cuentos y especialmente ritos,
que no son sino restos de un mundo mítico desarticulado o desaparecido, que nos
hablan de la pervivencia de ciertos cultos paganos, la existencia de seres
míticos (trasgos, ondinas, xanas, rañubeiros) o razas míticas (gigantes, enanos
y mas frecuente moros), los encontramos en todos las regiones limítrofes. El
Bierzo no constituye, pues, ninguna singularidad, sino que forma parte de un
ámbito cultural mucho más amplio, que probablemente ahonda sus raíces en el
mundo protohistórico; en concreto en el mismo ámbito cultural y religioso de
galaicos, cántabros y astures, sobre el que más tarde se superpondrían la
religión romana y el cristianismo.
En laAntigüedad, el Bierzo formó parte de un territorio
denominado Asturia, cuyos habitantes, los astures, fueron un pueblo autóctono
pero sobre el que se superpusieron elementos culturales –y probablemente
étnicos– indoeuropeos y célticos, de manera semejante a otros pueblos del
Noroeste. De uno de estos, los galaicos, dice Strabón que no tenían dioses y
que sus vecinos daban culto a un dios innominado. Martín de Dumio, en el siglo
VI, criticará la superstición de estos pueblos que adoraban las rocas, los
árboles, las aguas y las encrucijadas. Estos dos datos han llevado a suponer
que los galaicos eran ateos, y que sus vecinos, los astures, tenían una
religión de carácter naturalista. Ni una cosa ni otra son ciertas. Como señala
Mircea Eliade, el objeto de culto es siempre un dios, independientemente de la
forma bajo la que sea representado o del lugar en el que reciba culto. El
innombrar a ciertos dioses se debe a que sus nombres eran tabú; el encender
velas en los caminos o adorar una roca, por otra parte, no supone que la
religión tenga un carácter naturalista, pues lo que se adora no es la roca o el
árbol, sino al dios que en ellos se manifiesta por medio de una teofanía
(Eliade, 1981).
Los astures eran politeístas y buena prueba de ello es la
variedad de dioses que conocemos. En el Bierzo, las lápidas epigráficas citan
los nombres de Bodo, Deganta, Mandica, Camenio, Tutela Bolgense y Cossue, a los
que podríamos añadir otros conocidos por la toponimia: Candamio (La Candamia de
las Puentes (Igüena), Pico Candanedo en Foncebadon, Candanedo en Santa Marina
del Sil); Cemunnos la Cemada (Cadafresnas), Cerneiro (Páramo del Sil); Bodo
(además de la lápida que lo menciona, Altar de Bodos cerca de Viñales), Lug
(cuesta de Lugo en Camponaraya), Cabar (Cabarcos), Taranis (Pico Tara en
Cabarcos, Pico Taragudo en Folgoso de la Ribera, Fuente Taraneiros en Susañe
del Sil). De la mayoría de estos dioses no conocemos más que una sola
referencia epigráfica, pero de Cossue se han hallado ocho lápidas en la zona de
Bembibre, y una en Laciana.
¿Qué relación tienen estos dioses con la organización
política y social de los astures? No esta muy claro, pero posiblemente
existieron dioses de gentilidad, de gens e incluso comunes a
todo el pueblo astur. De estos últimos eran Lug y Taranis; es probable que
también Cossue, cuya forma Coso, aparece en otros lugares del territorio astur.
Todos ellos son dioses guerreros, asimilados a Marte, dios de la guerra, y al
que se le ofrecían sacrificios de animales e incluso humanos, como señala
Strabón. La diosa Deganta y la Tutela Bolgense, que aparecen en dos lapidas de
Cacabelos, son dos diosas propias de una gentilidad y por tanto con un radio de
acción pequeño. Lo mismo podríamos decir de la diosa Mandica (Ponferrada) y tal
vez del dios Bodo (Villadepalos). Estos últimos tenían un carácter pacífico y
salutífero (Blázquez); velaban por la salud y el bienestar de los miembros de
la pequeña comunidad que los adoraba (Miguel y Balboa, 1994).
La inserción del Bierzo en el mundo romano supuso una
transformación lenta de sus creencias religiosas. Durante largo tiempo
pervivieron los viejos dioses indígenas, como lo demuestran las menciones de
los mismos en lápidas de época romana. Según Mangas, “durante el Imperio,
cuando estas creencias indígenas eran sostenidas por creyentes latinizados y al
menos formalmente romanizados, fueron expresadas siguiendo prácticas romanas,
pero aún en esos casos, el indigenismo aflora de manera ostensible; las
creencias funerarias son una buena muestra” (Mangas, 1978). Sin embargo, hay
cambios evidentes. No solo en el hecho de que las propias lápidas estén
escritas en latín, la lengua de los conquistadores, sino que incluso algunos de
esos mismos dioses empiezan a sufrir “interpretaciones”, para asimilarlos a los
dioses romanos, como sucede con la Tutela Bolgensis, pues Tutela es
una diosa romana que se aplica a un pueblo prerromano, los bolgenses.
Mas importante, si cabe, fue la introducción de dioses
claramente romanos o difundidos por todo el Imperio, como el Jupiter Dolichenus
de la lápida de Villadecanes, el Júpiter Optimo Maximo de la de Torre del
Bierzo o el Júpiter de la lápida de los Queledini de San Andrés de Montejos. A
estos habría que añadir la generalización de la creencia en los dioses manes
que aparecen en numerosas lápidas funerarias, bajo las siglas D.M.S.
(consagrada a los dioses manes); la
creencia en los dioses lares, como
atestigua la lapida encontrada en Castro Ventosa y que se encabeza con un
La/Pat, y cuya lectura puede ser La(ribus) Pat(rii); o el culto a Mercurio que
refleja el ara hallada en Villar de los Barrios. No faltan, en una zona de
numerosos soldados y emigrantes, dioses de carácter oriental y mistérico, que
llegan al Bierzo de la mano de soldados, administradores y comerciantes; entre
estos dioses tenemos referencias al culto tributado a Isis y Serapis, por una
lucerna encontrada en Cacabelos. También con ellos, un poco más tarde, llegarán
el cristianismo y otras creencias religiosas de suevos y visigodos, todos los
cuales dejaran su impronta en el mundo de creencias de los habitantes del
Noroeste.
la
pervivencia de cultos paganos
Con la llegada del cristianismo se produce un lento
proceso de desintegración del viejo mundo de creencias de los astures
romanizados. La conversión a la nueva religión fue un proceso lento de
evangelización, en el que no faltaron la represión y la cristianización de
antiguas creencias, cultos y santuarios. De la esfera oficial, es decir de las
clases altas de la sociedad, desaparecieron los viejos dioses, pero el pueblo los
conservó si no como tales dioses sí como seres benéficos en algunos casos,
maléficos en otros (diablos o diablillos) y sobre todo siguió practicando los
antiguos ritos de fertilidad, curación o apotropaicos. Fernández Conde señala
que “los efectos perturbadores y maléficos de los espíritus o dioses indígenas
se cohíben frecuentemente a base de conjuros, pero las formulas conjuratorias
usadas son siempre cristianas” (Fernández Conde,1981). La influencia del
cristianismo en el mundo religioso tradicional se revela también en otros
fenómenos puestos de relieve por varios investigadores hace bastante tiempo,
por ejemplo procurando desplazar y transformar las prácticas y rituales paganos
por el procedimiento de la sustitución, lo que podemos ver en el caso de las
fiestas. Puede asegurarse que las fiestas celebradas los primeros días de mayo
(Árbol de Mayo, Cruz de Mayo) no son el resultado de creencias cristianas sino
restos de creencias paganas que o bien pervivieron como tales o fueron
cristianizadas. Esas celebraciones recuerdan la fiesta celta de Beltene (1 de
mayo) o las Floralia en honor de la diosa romana Flora. Lo
mismo podríamos decir de los carnavales, la noche de San Juan, el día de los
difuntos, etc. (Mangas, 1978).
De igual modo el cristianismo erigió sus iglesias y
santuarios cerca de centros de culto autóctonos. En el Bierzo no es extraño encontranos con ermitas
o antiguos monasterios en los viejos yacimientos castreños: San Pedro de Montes
en el Castro Rupiana, San Saturnino (Corullón), Santa Bárbara (Borrenes), San
Martín (Lombillo), San Juan de Vilarello (Carucedo), San Mamed (Espinoso de
Compludo), Nª Sª de la Asunción (Cueto), Nª Sª de Naraya (Fuentesnuevas); o los
numerosas referencias a santuarios marianos en montañas o zonas elevadas, casi
siempre, como veremos, al pie de una fuente y con algún árbol (tejo, olivo,
roble) cerca: Santuario de la Aguiana, el de las Nieves o el de la Virgen de la
Peña. Hablando de este ultimo señala el P. Flórez, en el siglo XVIII, “y
porque nada vacase en aquel territorio (del Bierzo), hasta los peñascos más
encumbrados sirven a algún santuario”.
Prisciliano, de probable origen gallego y obispo de
Ávila, comenzó en el 379 a predicar un cristianismo ascético, criticando la
conducta licenciosa de los clérigos, lo que le atrajo algunos seguidores pero
también muchos detractores, los cuales lograron que se le condenara a muerte en
Tréveris en el año 385 junto a varios discípulos, acusados de practicar ritos
mágicos, pronunciar conjuros sobre las primicias de las cosechas, consagrar un
ungüento con imprecaciones a la luna y al sol; también se les acusó de
reuniones con mujeres y de andar de noche, así como leer libros peligrosos y
apócrifos en los que sostenían que Dios no es responsable directamente de todo
lo bueno que ocurre en el mundo o que es el diablo quien causa los fenómenos
atmosféricos. Pese a su carácter herético, el priscilianismo fue un poderoso
movimiento de cristianización del Noroeste, aunque sería reiteradamente
condenado por diversos concilios. Otero Pedrayo, cree que fue tal vez un
movimiento de adaptación de la religiosidad celta al mundo católico y no un
ensayo de doctrinas extrañas (Armesto, 1994).
A través de las condenas del priscilianismo conocemos la
pervivencia de prácticas paganas en esta zona del Noroeste Peninsular,
especialmente entre los campesinos, en la época sueva y visigoda. Así, en el I
Concilio de Braga, del año 561, se dice: “Si alguno cree que el diablo ha
hecho en el mundo criaturas y que el de propia autoridad produce los truenos,
relámpagos, tempestades y sequías, como afirmo Prisciliano, sea anatema”
(c. VIII); “Si alguno cree que las almas y los cuerpos humanos están ligados
a los hados celestes, como afirmaron los paganos y Prisciliano, sea anatema"
(c. IX). El II Concilio de Braga, del año 572, recalca la critica y pervivencia
de tales creencias: “Si alguno, siguiendo la costumbre de los paganos,
introdujere en su casa a adivinos y sortilegios, para que pagan salir fuera al
espíritu malo, o descubran los maleficios, o realicen las purificaciones de los
paganos, hará penitencia cinco años” (c. LXXI); “No está permitido a los
cristianos el conservar las tradiciones de los gentiles ni festejarlas, ni
tampoco tomar en cuenta los elementos, o el curso de la luna, o de las
estrellas, o la vana falacia de los astros, para la construcción de su casa, o
para la siembra o plantación de árboles, o para la celebración del
matrimonio...” (c. LXXII); “No esta permitido celebrar las perversas
fiestas de las calendas ni entregarse a las diversiones gentiles, ni cubrir las
casas con laurel o con el verdor de los árboles, pues todas estas prácticas son
del paganismo” (c. LXXIII); “No está permitido al recoger hierbas que
son medicinales, hacer uso de algunos supersticiones o encantamientos...”
(c. LXXIV) (Vives, 1963).
Este II Concilio estuvo presidido por san Martín de
Braga. A instancias de Polemio, obispo de Astorga, se le pidió a aquel que
redactara una pastoral sobre el origen y daño de los ídolos, para ayuda de los obispos en el
cumplimiento de los preceptos del concilio. Su respuesta seria el celebre De correctione rusticorum,
libro que nos permite conocer como todavía en el siglo VII perduraban muchas
creencias paganas, que el santo relacionaba con el diablo: “Pues encender
velas junto a las piedras, a los árboles, a las fuentes, y en las encrucijadas
¿qué otra cosa es sino culto al diablo? Los actos de adivinación y los augurios
y el celebrar el día de los ídolos, (...) Festejar las Vulcanales y las
Calendas, adornar mesas y poner ramas de laurel, prestar atención al pie que se
usa, derramar grano y vino en el fuego sobre un tronco y poner pan en las
fuentes, (...) Que las mujeres invoquen a Minerva mientras tejen, que elijan el
día de Venus para sus nupcias y que presten atención a que día se ponen en
camino. (...) Hechizar hierbas para encantamientos e invocar los nombres de los
demonios al hacerlo, ¿qué otra cosa es sino culto al diablo?” (San Martín,
1981).
En ese siglo en el que san Martín de Braga atestigua la
pervivencia de viejos cultos paganos, en las vaguadas de los montes Aquilianos
iniciaba san Fructuoso su labor cenobítica, erigiendo los monasterios de
Compludo y Rupiana, este en el castro rupianense; labor que tras la conquista
musulmana reemprendería san Genadio. Durante los siglos IX al XI se
construirían hasta un total de 37 monasterios, con numerosos monjes, a los que
habría que añadir el sin número de eremitas que hacían oración en las cuevas de
aquellos montes, por lo que con razón pudo llamar a esta comarca el P. Flórez
la “Tebaida Berciana”, comparando la fiebre ascética y mística de los
monjes bercianos con los de la Tebaida Egipcia. Lo curioso, señala Atienza, “es
que todos los indicios llevan a la sospecha fundada de que aquellos lugares
fueron zona sagrada por lo menos desde las migraciones celtas y que los dos
picos que dominan la comarca, el Teleno y la Aquiana, fueron montes sagrados
desde tiempo inmemorial”. De uno de estos monjes del siglo VII, Saturnino, que
procedía de “lejanas tierras”, buen cantor de salmos, constructor
de monasterios y oratorios, todavía “tenía tiempo para realizar milagros de
curaciones instantáneas o recuperaciones de paralíticos y hasta actos
paranormales como conseguir que las puertas se abrieran solas a su paso. Claro
que Valerio, que es quien nos da la noticia –como buena parte de las demás
noticias sobre esta aventura mística colectiva– le trata de soberbio, de ladrón
y de apostata y cuenta de él que, en un acto de orgullo, se emparedó en una
cueva y “sin que nadie que velase por él, como estaba solo, le atacó el diablo,
atormentándole día y noche, hasta que logró la victoria sobre el monje”
(Atienza,1984).
Aunque el Tumbo de Montes nos habla todavía en el siglo X
de pervivencias paganas (en 930 el conde Cidiz dona al monasterio bienes en
Borrenes por su alma “et pro uno meo filio que obiit pagano” ), lo cierto
es que en la Edad Media el Bierzo se llena de iglesias y monasterios, signo de
su completa cristianización. Por entonces, siglo XII, sobresalen en santidad
monjes y eremitas como san Florencio, san Gil de Casayo y santo Domingo de
Corullón, todos monjes de Carracedo. Santo Domingo fue además un eremita de
vida austera que únicamente se alimentaba de agua, pan y hierbas, y al que
perseguía impagablemente el demonio, apareciéndose primero en Carracedo y luego
en su cueva de Corullón. Dice san Herberto, en la vida de aquel santo, que un
día le salieron al paso tres espíritus bajo la apariencia de ladrones. Era el
demonio que trataba de inferirle miedo. A veces los espíritus malignos le
azotaban, y en ocasiones se le aparecían bajo la forma de dragón o serpiente
(Flórez, 1762).
Esta cristianización del Bierzo no significa que se
hubieran olvidado las viejas creencias, que se mantenían en el inconsciente
colectivo y se manifestaban en ritos, conjuros o exorcismo. Las constituciones
sinodiales del obispo de Astorga don Pedro de Rojas, de 1595, mandan a los
curas que enseñen la doctrina cristiana a sus feligreses, “dexando cosas
curiosas y obscuras que no aprovechan al bien espiritual de las almas, y cosas
inciertas, falsas o supersticiosas”; por ejemplo, “no permitan usar de
ninguna superstición en las dichas procesiones, como son quando las hacen por
falta de agua sacan imagenes y reliquias con ellas, y las suelen meter en
fuentes o ríos, y las piden favor para que llueva, y que de otra manera, no las
sacan del agua, y pasando por álamos, ciruelos y otros árboles, especialmente
la noche de San Juan” (...); “ni nadie cure con salmos y bendiciones,
sin ser primero examinado de las palabras que dice, y de la forma que guarda en
ellos (...)”; “Todos los hechiceros, agoreros y sortílegos, y adivinos,
y los que van a ellas para que les manifiesten las cosas pasadas o futuras, o
otras cosas, sean descomulgados y castigados por todo rigor...”
(Constituciones, 1595).
Los visitadores eclesiásticos extremaban su celo para que
se cumplieran las obligaciones de los fieles, especialmente asistir a misa. En
el siglo XVI un acta de visita de la iglesia dc Nª Sª de la Plaza de Ponferrada
dice que “los feligreses no impedidos de la parroquia tenían la obligación
de asistir a misa entera los domingos y fiestas de guardar. De lo contrario
tenían que pagar una multa de un real”. Multas se imponían también por
trabajar en domingo. A la iglesia había de irse decentemente, por ejemplo un
acta de 1735 en Ponferrada manda “que ninguna persona entre en la iglesia
con gorro sin grave causa, pena de excomunión”; pena que también se impone
en 1751 en otra acta de la iglesia de Villafeile (Balboa): “y vaxo la misma
pena este cura no permita en su yglesia persona con pelo atado, rreal ni gorro”.
Penas muy duras se imponían a los que hacían exorcismos o prácticas de
curación. Un acta de 1716 de Villafeile manda que ningún clérigo mercenario sin
licencia del obispo “exsorcice ni conjure a ninguna persona que dijere que
esta achicada o endemoniada, ni le agan ni le echen escriptos...” Dos actas
de Pereda de Ancares nos muestran la existencia de curanderos de métodos poco
ortodoxos: Una de 1735 dice “que en algunos de los lugares de esta
feligresía havia algunas personas que se entremeten a curar diferentes males
con modos impertinentes y supersticiosos...”; y otra de 1745 pide a los
curas de la parroquia de Pereda si saben “que Geronimo Lopez, vezino de
Solbeira, cura enfermedades, o dolencias, ya sea razionales o irrazionales, con
oraciones, ensalmos y bendiciones, como pasta aqui lo a acostumbrado...”.
En Burbia, en 1799, los vecinos de este lugar ponen una demanda a su párroco “por
el ningún cumplimiento de las rogaciones que se hacen anualmente en todas las
parroquias por el mes de mayo, para la conservación de los frutos” Como
vemos, la pervivencia de cultos paganos puede rastrearse en la documentación
hasta nuestros días y, por supuesto, todavía permanecen en el imaginario
colectivo de muchos bercianos.
culto
a los montes y las piedras
La dureza, la rudeza, la permanencia de la materia
constituyen para la conciencia religiosa del primitivo, según Eliade, una
hierofanía. Dicho autor añade que los hombres no han adorado las piedras en
tanto que piedras; mas bien se debe a lo que incorporan y expresan, es decir,
una roca, una piedra, son objeto de devoción y respeto porque representan o
imitan algo distinto para el hombre. Las han adorado o las han usado como
instrumentos de acción espiritual, pues servían para obtener algo, para
asegurarse la posesión de algo (Eliade, 1981). El culto a los montes, los
megalitos funerarios, las piedras fertilizadoras, las piedras horadadas o las
del rayo estuvieron presentes en toda la cultura del Noroeste desde la
Antigüedad hasta nuestros días.
Respecto a los montes, señala Eliade, que no se trata de
un culto en los montes sino a los montes. Justino habla de un Mons Sacer en Gallaecia,
abundante en oro, en el que era sacrilegio cavar allí con instrumentos de hierro; solo
se cogía el oro cuando el rayo rasgaba sus alturas. El topónimo Monte Sacro o
Pico Sacro es frecuente en Galicia; también en el Bierzo algunos de sus montes
tienen una larga tradición sacra, por ejemplo el Pico Tara de Cabarcos y
especialmente la Aquiana, monte en el que se halla el Campo de las Danzas, del
que la tradición cuenta que las mujeres astures danzaban desnudas en las noches
de plenilunio alrededor del fuego, para que no se agostase en los varones el
ímpetu generativo de perpetuar la especie (Alonso, 1994). Este monte fue
refugio de eremitas (la Tebaida Berciana) y en su cima existieron dos capillas,
una para la Virgen de Peña Aquiana y otro para la Virgen de la Guiana, cuyas
imágenes se subían en procesión desde Villanueva de Valdueza y Montes de
Valdueza respectivamente al comienzo de la primavera para volver a bajar en el
otoño. Lo mismo podríamos decir de otros muchos santuarios emplazados en peñas
o montes, como los de la Virgen de la Peña (Congosto), la Virgen de Fombasalla
(Paradaseca), la Virgen de las Nieves (Anllares), etc. Hay incluso una leyenda,
la de las siete hermanas, recogida por Alonso Ponga, que relaciona todos estos
santuarios, más los de la Quinta Angustia de Cacabelos y la Virgen de los Escallos
en Valdueza (Alonso y Diéguez,1984).
Pero además de un culto a los montes también hubo un
culto en los montes, pues en ellos residían o se producían teofanías de los
dioses prerromanos. Son los dioses del cielo, que se manifiestan a través de
los fenómenos metereológicos: trueno, rayo, tempestad, meteoros, etc. Así al
dios celta Taranis, asimilado a Júpiter, se le adoraba en las montañas, como
también ocurría con Júpiter Candamio o Marte Tileno, cuyo recuerdo ha quedado
en la toponimia de Tarna en Asturias, la Candamia leonesa o el Teleno, en cuyas
inmediaciones apareció una placa dedicada al Marti Tileno. La toponimia
berciana que alude a esos dioses ya la hemos visto anteriormente.
Las cuevas también fueron objeto de culto. En el Bierzo
se relacionan con tesoros ocultos y con la raza mítica de los moros, de los que
hablaremos en un próximo capítulo, pero muchas fueron posteriormente
cristianizadas. Ya hemos hablado de la presencia de eremitas en ellas; de
algunas tenemos incluso constancia documental. Así, de la de San Genadio, en el
Valle del Silencio, tenemos noticia del siglo XVI de antiguos exvotos que se
ponían a la entrada. En el siglo XIX la gente acudía en la noche de san Juan a
recoger polvo como remedio para las calenturas; en la de Ruitelán vivió también
como eremita san Froilan, patrón de León, adosándosele después una ermita; en
la “cova do frade” de Corullón vivió Santo Domingo, monje de Carracedo; en
Cadafresnas existe una caverna donde se han encontrado exvotos de losa, etc.
(García,1984).
Un caso de cristianización de una de estas cuevas es la
leyenda que refieren en Tremor de Arriba acerca de la ermita de la Virgen de la
Casa, erigida a unos diez kilómetros del pueblo, en una pradera entre montañas
en la que se levantan piedras aisladas de extrañas formas. Una de ellas es una
gran roca de más de diez metros de altura con una bóveda que sirve de refugio a
los pastores. Se cuenta que una vez al levantarse, hace muchísimos años, unos
pastores vieron que alguien se había lavado en su palangana. En otra ocasión,
un día frío de invierno, guardaron en aquella cueva el ganado y se fueron a
otro refugio. A medio camino vieron luz en la cueva, regresaron y se
encontraron con una pequeña y hermosa mujer que estaba lavándose la cara.
Asustados, la dama les calmo diciendo que ella era la que había usado su
palangana, tras lo que desapareció. Cuando regresaron al pueblo lo contaron a
sus vecinos incrédulos; pero al invierno siguiente, a otro grupo le sucedió lo
mismo. Después de lavarse la cara, la mujer les daba las gracias. Esto sucedió
varias veces. Un día en lugar de aquella señora apareció una pequeña imagen de
piedra. Los vecinos de los pueblos de los alrededores construyeron allí una
ermita, a la que se sube en peregrinación todos los 15 de agosto.
Respecto a las piedras, Miguel J. García, siguiendo a
Eliade y Taboada, las clasifica en funerarias y protectoras (García, 1984).
Funerarias son los amilladoiros o montones de piedras formadas por los peregrinos
en determinados lugares como en la Cruz de Ferro (Foncebadón), que en época
romana fueron asimilados a Mercurio (Montes de Mercurio, como recuerda una
lapida hallada en las cercanías, entre Lombillo y Villar de los Barrrios) y a
los lares Viales. En el mundo grecorromano los montones de piedras se formaban
en las encrucijadas probablemente por ser Mercurio, el protector de los
viajeros, padre de los dioses Lares, encargados de velar particularmente en las
dichas encrucijadas y en ciertos lugares domésticos. Otros ven en esos
montones, en los que los viajeros arrojan las piedras, un rito de purificación
(Eliade,1979). Atienza, cree que es un pago a la divinidad: “En lugares como
este puerto de Foncebadón, se trata de propiciar un camino peligroso y difícil
que se avecina. O se trata también de un tributo depositado a la entrada de un
espacio particularmente sagrado” (Atienza, 1984).
Las piedras protectoras pueden ser:
–Piedras de término,
por ejemplo las Piedrafitas que rodean al Bierzo (Piedrafita del Cebrero, de
Babia, Cabrera y Compludo) que estarían delimitando demarcaciones tribales. Los
mojones de las fincas tienen un sentido idéntico, además del carácter protector
del campo, de ahí las terribles sanciones a los que los mueven y cambian de
sitio.
–Piedras del
rayo: se las supone producidas pór la caída del rayo. Algunos creen que
éste al caer penetraba siete estados o varas en la tierra, surgiendo a la
superficie siete años después. Se las tiene por amuletos que protegen a las
personas y casas de las tormentas; también preservan a personas y ganado de
ciertas enfermedades.
–Piedras de
azar: fragmentos de altar de iglesia o de “monumentos antiguos”, que
actúan contra el mal de ojo.
–Peñas o
piedras furadas, de finalidad salutífera, pues curan a los enfermos al
pasarlos por el hueco de las mismas, como las que hay en San Martín de Moreda,
Tremor de Arriba o Villablino.
–Piedras
insculturadas, como la roca de “Fonte Lameira” (Corullón) que presenta
incisiones semejantes a huellas (creencias sobre apariciones de Virgen en aquel
lugar).
–Piedras
fertilizantes, como la de Castrohinojo (Cabrera) llamada el “morrillo
del extremadero", donde las mujeres se frotaban la barriga para ser
fecundadas, y que con ironía comenta Matías Díez que no falla nunca “si luego
se va al monte”.
–Piedras de la
salad, como las que se encuentran cerca de algún camino y que “nunca
hubiesen sido movidas”. Servían para curar ciertas dolencias, invocando al
peñasco. En San Fiz y San Sadurní, municipio de Corullón, había sendos peñascos
a donde iban los traumatizados, reumáticos, etc. invocándolos de esta manera:
“Pena que nunca fuche movida cúrame esta perna, costilla, mano, etc. Un
padrenuestro e un Avemaría pra que me quites esta porquería" (Rodríguez,
1995). En Corullón, en el barrio Piñeiro, hay otra piedra de la salud, a la que
se invocaba así: “Pedra que nunca fuche movida,/ quitalle o aberto y o´escaño y
o aire/ da persona (Nombre), do brazo (o parte dañada)” (García,1984).
culto
a las aguas
El medio acuático ha inspirado a los hombres de todas las
épocas un sentimiento de veneración. Las aguas simbolizan la totalidad de las
virtualidades; son fons y origo, matriz de todas
las posibilidades de existencia. Principio de lo indiferenciado y virtual,
fundamento de toda manifestación cósmica, receptáculo de todos los gérmenes,
las aguas simbolizan la sustancia primordial de las que todas las formas nacen y
a las que todas las formas vuelven por regresión o por cataclismo. Existieron
en el comienzo y reaparecen al final de todo ciclo histórico o cósmico. Por
ello, el simbolismo de las aguas implica tanto la muerte como el renacer. En
este ultimo caso, la inmersión en el agua simboliza la regeneración total, el
volver a nacer –de ahí el bautismo cristiano. El agua confiere un nuevo
nacimiento por un ritual iniciático; por un ritual mágico, cura; por rituales
funerarios, garantiza un renacimiento postmorten. El agua es el símbolo de la
vida, fecunda la tierra, los animales, la mujer (Eliade, 1981).
El culto a las aguas, a las fuentes, ríos y seres que en
ellas habitan estuvo muy extendido en todo el Noroeste en la Antigüedad. En el
Bierzo tenemos las aras a la diosa Deganta y la de las ninfas Camenas, en ambos
casos diosas relacionadas, según Blázquez, con las aguas. A su culto se
refiere, como hemos visto, san Martín de Dumio en el siglo VI y las
constituciones sinodiales en siglos posteriores. También existen numerosas
leyendas que refieren la existencia de seres de vida acuática, como las ninfas,
xanas, ondinas o mouras.
En relación con las aguas aún se conservan ceremonias de
sentido profiláctico, como el baño de personas y ganado en la noche de San Juan
para purificarse, pues se supone que ese día el agua está bendita. En la
Cabrera “es creencia que San Juan tiene influencias sobre los ganados y a esa
hora de las doce de la noche (...) bajan de la sierra los rebaños para bañarse
en el rió, y es que sus aguas esa noche, son aguas confortantes, benditas de
misterioso poder. El río, esa noche, posee el secreto de preservar de todo mal
durante el año, al ganado que se ha bañado en sus aguas También en esa noche
hacían las mozas solteras la prueba de la virginidad: “...bajan al río y sobre
sus orillas tienden un tronco resbaladizo, y todas las mozas que han de tomar
parte en la prueba tienen que pasar sobre él, de orilla a orilla, a pie
descalzo. La que resbala y cae es que alguna mancha empaña su condición de virgen”
(Aragón,1921).En Dragonte, el día siguiente de San Juan, la gente se lava la
cara con el agua donde antes de salir el sol se puso una rosa, para tener
suerte todo el año. Es la llamada en algunos sitios “flor del agua”, que
proporciona hermosura, concede felicidad y un buen marido, además de contener
propiedades curativas. En esa misma noche al rocío se le considera bendito,
pues adquiere virtudes curativas, de ahí que algunas gentes se revuelquen en
él, para curar ezcemas u otras enfermedades de la piel. Así, en Burbia los
jóvenes dormían al sereno y en Anllares se tomaba el rocío para preservarse del
asma. En el Bierzo y la Cabrera para preservar las prendas de la polilla, se
sacaban las mantas y cobertores al rocío en la mañana de San Juan (García,
1984).
La veneración de las fuentes fue uno de los cultos más
importantes en el mundo grecorromano, siendo célebres por sus propiedades
algunas de ellas. En la mitología romana, Fons, Fontus o Fontanus representaban
el genium o numen aquae, o sea el espíritu divino
que residía en los manantiales de agua potable. Las fuentes eran celebradas
anualmente en Roma en las ceremonias religiosas llamadas fontanalia,
durante las cuales los pozos públicos se adornaban con flores y lo mismo se
hacía con las fuentes a las que se arrojaban coronas. En la Península Ibérica
han persistido hasta nuestros días diversas formas de expresión del culto,
particularmente referido a las fuentes, de lo cual se conservan multitud de
aras votivas que señalan la existencia de númenes a quienes se ponía en
relación con aquéllas. Muchas serían posteriormente, cristianizadas
(Bouza-Brey,1982).
En el Bierzo existen varias fuentes de origen romano,
como las de Campo y Villanueva de Valdueza. Otras están relacionadas con
anfibios y peces, como la de la “Salamandra” (Manjarín), Fuente del Sapo
(Igüeña) o la de la “Trucha” (El Acebo). Según Atienza, “truchas y muérdago son
signos propios y específicos de,los druidas”, y acebo y muérdago designan la
misma planta parásita considerada sagrada por los celtas. Muchas fuentes
tienen propiedades salutíferas, como la Fuente de la Salud (Cacabelos), Fuente
de la Salud (Noceda), Fuente de la Furrusia, Fuente de la Ferruna (Igueña),
Fuente del Azufre (en Ponferrada, donde hubo un balneario, y en Noceda). A las
aguas que nacen cerca de la ermita de Nª Sª de la O de Paradasolana acudían
antiguamente mucha gente a tomar las aguas. Topónimos como Focebadón (fons
sabatonis), Fontoria (fons aurea), Fuente Sagrada (Leitariegos),
ilustran este carácter salutífero. En otros casos se las relaciona con
apariciones. A la de Albares, la Fuente del Cubillo, nadie se atrevía a ir de
noche, pues existía, el rumor de apariciones sobrenaturales. Se cuenta de un
mozo del pueblo que, por una apuesta, fue de noche a la fuente, encontrándose
con la Santa Compañía; se salvo porque uno de los difuntos era su padrino (Rúa
y Rubio,1986).
Uno de los rasgos mas frecuentes es encontrar asociados
la triada fuente-iglesia-árbol, especialmente ocurre esto con muchas de las
ermitas dedicadas a san Juan, del que Caro Baroja cree que la hagiografía
cristiana hizo que sustituyese y unificase siglos atrás los diferentes númenes
acuáticos. En el Bierzo son muy numerosas las iglesias y ermitas, al pie de una
fuente; por ejemplo, la fuente que mana al pie de la ermita de las Chanas (Noceda), de
la que dicen los viejos que tiene la virtud de dar novia a los que deseen
casarse, siempre que sin alentar beban siete sorbos del preciado líquido. El
santuario de Trascastro (Fornela) se encuentra al lado de una fuente, como reza
la canción: “A vos Virgen de Trascastro/ ¿dónde fuiste aparecida?/ En el campo
de Melandriegas/ al pie de una fuente fria”.
Los ríos fueron considerados seres vivos poderosos, a los
que se han de hacer ofrendas o a los que se les habla pidiéndoles cosas. Los
exvotos de espadas halladas en el Esla y en el Sil se han entendido por López
Cuevillas como un tributo a estos ríos divinizados. La creencia en las
propiedades profilácticas de los ríos la confirma el que hasta no hace mucho
tiempo, las madres de Paradiña llevaban a sus hijos enfermos hasta el puente de
San Martín de Moreda (río Ancares) de noche, sin que nadie los viera. Se
atravesaba tres veces tirando cada vez una piedra blanca y rogando por su
salud. (García,1984). También las aguas de los lagos guardan leyendas, como la
de la ondina Caricea, en Carucedo, o el de la mítica ciudad de Lucerna también
en ese lago.
2
Continuamos
en este capitulo la pervivencia en el imaginario colectivo berciano de mitos y
cultos paganos que iniciamos en el anterior, en el que ya nos referimos al
culto tributado a los montes y piedras y a las aguas, al tiempo que analizamos
dos mitos, el de la serpiente y el del lobishome, que son también, al decir de
Vicente Risco, vestigios de antiguas creencias paganas.
culto
a los fenómenos atmosféricos
Aunque
en lo que se refiere al culto a los astros en el N. de España no hay muchos
datos en los escritores antiguos, con excepción de la luna, varios dioses
prerromanos y romanos mencionados en el capitulo anterior son dioses del cielo,
que dominan los fenómenos atmosféricos. Algunos ritos solares son testimonio de
esas viejas creencias; por ejemplo en los Ancares gallegos, Murguía cuenta que
cuando los campesinos ordeñan las vacas, la primera leche la ponen en una
ventana mirando a Oriente porque la tienen ofrecida al sol (Risco, 1995).
También las hogueras son en ocasiones pervivencias de viejos cultos solares,
aunque en algunos casos tienen carácter purificador, especialmente las de San
Juan (solsticio de verano), que en el Bierzo suelen hacerse en el centro del
pueblo o en los montes cercanos, acarreando todos los vecinos materiales por lo
que se ha de considerar un trabajo comunitario con finalidad ritual. En Chano
de Fornela, en Nochebuena, la gente del pueblo recogía leña y se iba al monte
de la Piniella, donde se hacía una gran hoguera. Luego se bajaba con antorchas
encendidas y delante de la iglesia se hacia una nueva. En otros casos, estas
hogueras las hacía cada vecino para proteger y purificar su casa. En Ancares se
encendían en la cortina no sembrada de pan; estas hogueras o fumazos se hacían
en Pereda con Hierbas del aire (no saben cuáles), bieito (saúco), incienso, un
pollo sin plumas, los excrementos de una gallina, un ramo de Domingo de Ramos y
unos palitos de madera de la iglesia. Todo ello se quemaba en un caldero y se
dejaba a las puertas de las casas y cuadras para que se purificaran (Rúa y
Rubio). También tienen algunas hogueras relación con cultos agrarios, como las
fachas de Sobrado.
La luna
parece haber tenido más importancia que el sol. Strabón señala que algunos
pueblos del Norte rendían culto a una divinidad innominada en las noches de
plenilunio; se trata sin duda de un culto a la luna, pues desde los tiempos del
concilio de Braga las disposiciones de la iglesia insisten en contra del mismo.
Probablemente fuera una divinidad agraria, lo que explicaría su importancia
para el campesino berciano, pues muchas actividades están en relación con su
ciclo, como la siembra, la poda, etc. Hay quien cree que la luna influye en la
fecundidad de algunos animales, e incluso en la matanza del cerdo, pues
dependiendo de sus fases merma o cunde más la carne. También hay la creencia de
que los árboles hay que cortarlos en luna menguante pues si no la madera se
pudre o le entra carcoma. Su eclipse siempre ha sido de mal agüero, pues parece
que viene acompañado de desgracias, aunque es mas frecuente referido al de sol.
En el
mundo campesino los fenómenos atmosféricos se tienen muy presentes, pues de
ellos depende el éxito o fracaso de las cosechas. Entre estos fenómenos
ninguno es mas preocupante, sobre todo cuando la mies esta madura
o las uvas a punto de vendimiarse, que una tormenta. La tormenta y el rayo,
llamado también chispa, ofrecen un ejemplo claro de personificación en las
creencias populares. Se habla de ellos como de cosas vivas, producto de seres
fabulosos, como el troneiro y el nubeiro o renubeiro. El primero, causante del
ruido y estampidos del trueno que lo produce, al parecer, al corner con unos
zuecos de madera detrás de los nubeiros (cúmulos) para que suelten el pedrisco
(Rodríguez, 1995).
El
origen del Reñubeiro es discutido. Algunos lo creen pervivencia de viejos mitos
precristianos, pues en todas las mitologías han existido dioses del cielo, con
poderes sobre la lluvia y las tormentas; otros, como Cabal, lo relacionan con
el demonio o con ciertos espíritus celestes. Hay quien los relaciona con los
antiguos tempestarii, especie de brujos conjuradores de las
tormentas, que incluso cobraban por realizar su labor. Sea cual sea su origen
lo que interesa destacar es la larga pervivencia de esta creencia en todo el
norte de España (Cabal, 1945; Rúa y Rubio, 1986).
El
Nubero o Reñubeiro es una creencia extendida por diferentes zonas del Bierzo,
aunque nadie se pone de acuerdo en su fisonomía. Para unos se trata de un
enanito deforme, para otros es una especie de gigante. Lleva un sombrero o
boina negra y tiene un carácter muy caprichoso, pues deja caer sus carga
destructora sobre determinados lugares, mientras que protege otros, al parecer
si está agradecido al campesino (García,1984; Rodríguez,1995). Según Alonso
Garrote se trata de un “brujo o personaje fantástico que las gentes sencillas
pretenden haber visto caer de las nubes y tomar forma humana en tiempo de
tormentas, con objeto de hacer mal de ojo y ser portadores de calamidades para
las personas y los sembrados” (Alonso Garrote, 1947).
A veces
se considera que el origen de un Reñubeiro es consecuencia de una maldicion,
una especie de mal de ojo, que sufre un hijo de sus padres, como vemos en este
cuento recogido en Manzanedo de Valdueza: “En un pueblecito cerca de aquí, un
hombre tenía dos hijos, y los mandó a estudiar pa curas o pa frailes. Y uno de
ellos era muy listo y muy trabajador, enseguida sacó la carrera de cura; pero
el otro valía poco, no le gustaba nada el trabajo; así que el padre lo trajo
para casa y lo llevó a segar a una tierra de pan con él. Pero, claro, se conoce
que no tenía ganas de segar, ni sabía..., que le dice el padre:
–Anda,
podías estar nel convento, porque mira tu hermano como valió pa cura, y tú...
ni aun pa reñubeiro.
Y dice
él:
–¿Ah,
sí, ni aun pa reñubeiro?
Marchó
el hijo p´allá, pal pico la Sierra, y mira que estaba el cielo limpio, pero
cuando acabo de decir eso, aparecieron unos nubarrones que le fastidiaron toda
la siega con la tormenta” (Fonteboa, 1992).
En otras ocasiones,
rememorando la famosa Cueva de Salamanca, en la que muchos estudiantes de
aquella célebre Universidad estudiaban el oficio de mago, los reñubeiros son
también estudiantes, malos estudiantes. En
Ancares se cuenta que hubo “un señor que echara a un hijo a estudiar abogado,
estudió a reñubeiro. Cuando vino todo desalambrado, con toda la ropa
desandrada, los padres le preguntan: pero, tú, ¿de qué manera (vienes)? Era
cuando se segaba el centeno. El les dijo: atropen el pan que va a venir un
trueno muy fuerte. Los padres no le creían: pero, tú, ¿qué vas a saber? El
chico desapareció, y de repente se preparó un trueno muy grande. Atroparan el
pan que pudieran, pero vino la nube antes de que terminaran. Eso era lo que se
decía para el trueno” (Rúa y Rubio, 1986).
El reñubeiro se
presenta a veces como un ser que habita en las nubes, como un diosecillo.
Cuentan en Villar de Acero que “unha vez estaban mallando alí arriba –nos
tiñamos antes una alzada, e temos, unhas cabañas.
Alí hay muita
pradería ie antes sembrábase centeno e mallábase; pero é muy lejos, leva chegar
tres horas andando co carro desde eiquí.
E taban mallando e
entón preparouse o trueno; ie, claro, había un renubeiro alí que non sabían, a
xente que había alí non sabía que era renubeiro. Ie entonces pues ya se
preparou a nube, a xente taba mallando –ainda se mallaba a pau, a pértigo-ie,
claro, a nubre iba descargar ya. Entonces saliu o renubeiro e acenoulle así:
–Adelante, Pedro,
con las mulas.
La nube ya non
podía andar más porque iba muy cargada de piedra. Dice:
–No puede, que
revienta.
–Se arreventa que
arrevente, to tira palante!
Ie non descargou
alí, descargó mas alante, en Como Maldito, que é un pico que hay ahí por riba
de Campo del Agua, muy alto (Fonteboa, 1992).
Otro cuento de
Villar de Acero nos presenta al reñubeiro como sufridor de las condiciones
metereológicas: “Otra vez era outro renubeiro que baixó da riba ie meteuse
nunha casa onde lle deron pousada.
Claro, todos os
días quentaba o sol, is maná preguntabálle ó amo cuando se levantaba:
–¿Qué día tenemos,
amo?
–Hoy hay un día de
sol muy bueno.
–Bueno para ustedes
y malo para mí.
Pero chegou un día que taba chovendo:
–¿Qué día tenemos, amo?
–Hoy esta un día malo, esta lloviendo.
–Bueno para mí y malo para ustedes.
Ie entonces aquel día subiu pa riba, pras nubes, porque
como taba chovendo pudo escapar”.
Contra la tormenta y el rayo existían muchos remedios. Lo
mas frecuente era tocar las campanas por alguien que supiera el toque de “tente
trona”. En Dragonte contra la truena se tocan las campanas con un ritmo
especial, diciendo “Tente trona, tente trona, que Dios pode mais que tu”.
También se tocaban las campanas a las doce de la noche del primer viernes de
marzo con el fin de ahuyentar las tormentas en la época de la recogida de la
hierba o la de los cereales. En Lombillo aún existe una persona encargada de
espantar la truena por medio de una campana que tiene grabada la imagen de
santa Bárbara. En Ancares también se tocaban las campanas, pero en Villasumil
se “revolvían”, es decir, se ponían boca arriba. Lo mismo hacian en Villaverde
de la Abadía, Rimor y Peñalba. En Villasumil y Peñalba también la ahuyentan
sacando a la calle los palos de meter el pan al horno, haciendo con ellos una
cruz de san Andrés. En Montes de Valdueza surtía el mismo efecto colocando un
hacha con el filo hacia arriba. Con la cristianización, santa Bárbara se
convirtió en protectora contra las tormentas, a la que se invoca en estos
términos: “Santa Bárbara bendita, que en el cielo estas escrita, quita trono,
quita rayos e quita esa pedra maldita”, o “Santa Bárbara Bendita que en el
cielo estos escrita, guarda pan, guarda vino, guarda gente en el camino”. En
Vilarinos (Balboa) a Nª Sª de las Nieves “se tiene por costumbre sacarla al
atrio de la iglesia cuando hay tormenta con el fin de ahuyentarla”. Losada
Carracedo decía, en 1908, que a la Virgen de la Estrella, de San Juan de
Paluezas, “el pueblo la tiene por especial abogada contra los truenos, y tan
pronto amenaza tempestad, toca su campana y al son de su toque, no cree invocar
en vano su intercesión contra el rayo y el granizo”.
culto
a los árboles y plantas
El culto a los árboles estaba muy extendido entre los
celtas y germanos, siendo los robles, encinas y tejos árboles a los que se les rendía
culto. También los griegos y romanos rendían culto a diosas relacionadas con la
vegetación y la fecundidad, como Deméter, Ceres, Flora, etc.. Algunos árboles,
además, se relacionaban con dioses: así Júpiter con el roble y Apolo con el
laurel. En realidad se trata de vestigios de antiguos cultos agrarios o de la
fecundidad de procedencia muy diversa y de épocas que se remontan al
Paleolítico y que perviven hasta bien entrada la Edad Media. Como tantos otros, estos cultos fueron prohibidos por el
cristianismo o asimilados. Así es frecuente encontrar leyendas que relatan el
hallazgo de imágenes de la Virgen o de algún santo en el hueco de una encina o
roble, como ocurre con las varias vírgenes de la Encina bercianas (Ponferrada,
Ozuela, Campo y Finolledo). Una clásica tríada es la de encontrar una fuente,
una ermita y un árbol, como vemos en numerosos lugares del Bierzo, como en
Fombasalla o Castañoso, cuya ermita se halla “a la sombra de un milenario
tejo”, al igual que la de San Cristóbal de Valdueza.
Restos del antiguo culto de la fecundidad y
materialización del espíritu de la vegetación son los mayos, festejados el
primer día de mayo. En el Bierzo hay varios tipos diferentes: humanos, como el
que se celebra en Villafranca, en que unos jóvenes se visten de mayos, cubierto
su cuerpo de cañaveiras y flores. De tal guisa recorren el pueblo cantando ante
cada casa estrofas en gallego, con las que solicitan a los vecinos asomados a
los balcones, castañas, nueces, almendras o dinero; y figurativos, cuando el
mayo no es mas que una figura o muñeco hecha con palos y recubierta con musgo,
ramas y flores (González,1994). También hay auténticos “árboles de mayo”, en
los que a veces se colgaban muñecos. En Bembibre se colocaban dos árboles, uno
con ropas de hombre y otro de mujer, llamados el mayo y la maya, a cuyo pie
bailaba la juventud todos los días del mes. En Palacios de Compludo se
descolgaba el muñeco el último día del mes y los mozos lo paseaban pidiendo de
casa en casa para hacer una merienda. En Ferradillo, el mayo que salía a pedir
por las casas era una representación exacta del muñeco colgado del árbol
(Alonso y Diéguez,1984).
Ciertas plantas también eran objeto de culto; y en la
mayoría de los ritos para proteger las casas, conjurar el mal de ojo, expulsar
los malos espíritus o curar determinadas enfermedades, intervienen siempre
algunas plantas, con las que se hacen vahos o fumazos. Sobre los fumazos, que
se encendían en muchas casas la víspera de san Juan, quemando plantas olorosas,
se saltaba haciendo cruces, pronunciando al mismo tiempo el conjuro: “si
eres bruja, te arreniego,/ si eres demo, vaite al inferno”. En Galicia se
cree que el roble cura las hernias de los niños. En el Bierzo, el laurel,
especialmente el que crece en los atrios de las iglesias y es bendecido el
Domingo de Ramos, evita el rayo. El sabugueiro se aplicaba a los “aojados” y a
los enfermos de “cuxillo” y erisipela; por ejemplo untando una rama de
sabugueiro con agua y aceite de oliva y pasándosela por la parte afectada, sin
alentar tres veces. También el acebo se utilizaba para la curación de animales
dañados con el mal de ojo, diciendo, al tiempo que se pasaba la rama por el
lomo, patas, etc: “logramento che corro/ de sete estados en fondo,/ esta
vara d´acebo che poño” (García, 1984).
En los trabajos agrarios, el encontrar una “monforadiña”,
especie de albahaca, por un trabajador de la cuadrilla en la labranza del
viñedo se acogía con gran regocijo, cantando la canción: “Mi monforadiña,/
mi monforadina/, el que te encontrare/ y no cantare,/ cántaro y medio de vino
pagare”. Seguidamente se bebía por la calabaza y se proseguía la faena.
Semejante a esto era –la costumbre de cantar el “piñeiro”, planta semejante al
“ajo de lobo”. Esta planta se cría en los campos incultos, pero cuando aparecía
en la viva, al hacer la cava, celebraban con triunfo su extracción completa,
cantando: “Miu piñeiro, miu pineiru/ mio piñeiritu delgado,/ te he de cortar
miu piñeiro/ para el eje de mi carro/”, desde el puesto que ocupaba hasta
llegar a la altura del ultimo hombre de la cuadrilla. Este le seguía
recorriendo el frente ocupado por la cuadrilla, bailando, cantado y tocando con
una piedra en su azada, hasta llegar a la altura de otro obrero, que hacía otro
tanto, y así hasta realizarlo todos. Luego bebían vino y continuaba la faena
(Bouza-Brey, 1982). La sombra de ciertos árboles tiene también sus virtudes. La
del castaño y nogal es mala; la del roble, buena.
mitología
de la serpiente
Las creencias, leyendas y ritos relacionados con el culto
a la serpiente son muy numerosas en todo el Noroeste. En León y Asturias se la
suele denominar cuélebre, culebrón, sierpe o dragón; en el Bierzo
fundamentalmente sierpe, culebrón, cobra, culobra, quilobra, etc. El origen de
este culto es bastante confuso. Algunos autores gallegos, como Cuevillas y Bouza
Brey, creen descubrir en el restos de viejos mitos que relacionan con el relato
de los ofidios que invaden el país de los Oestrymnios, del que nos informa
Avieno en su periplo, y que tendría que ver con la invasión de los Saefes, un
pueblo indoeuropeo, que tendría a la serpiente como totem o dios. M. Eliade,
cree que los relatos de héroes que se enfrentan con monstruos son pruebas
típicamente iniciáticas, que con variantes aparecen en la historia de muchas
religiones: “a veces los dragones montan la guardia alrededor de un “tesoro”,
imagen sensible de lo sagrado, de la realidad absoluta; la victoria ritual
(iniciática) contra el monstruo-guardián equivale a la conquista de la
inmortalidad” (Eliade, 1981). En otros casos, el dragon o la sierpe se
identifica con el demonio. Los primeros cristianos pintaron a Satanás con forma
de dragón, león, lobo.., pero mas frecuentemente con forma de serpiente (Cabal,
1943).
El cuélebre o sierpe es, según M. Alonso, una serpiente
alada que custodia tesoros y personajes encantados. Vive en bosques, cuevas y
fuentes subterráneas, a veces en las angostas gargantas de los ríos, alojándose
en covachas cercanas a recodos fluviales. Atacan a las personas y animales. Sus
escamas son tan duras que resisten las armas arrojadizas por lo que su muerte
solo es posible hiriéndole en los ojos o en la garganta. Cuando el cuélebre es
viejo y ya no puede seguir viviendo en las cuevas tiene que ir volando a la
“mar cuajada”, donde viven los cuélebres viejos expulsados de sus viviendas. En
el fondo de este mar hay montones de riquezas, pero los hombres no pueden
apoderarse de ellas por su estrecha vigilancia. Este mito, probablemente de
origen griego, aunque también en la mitología germánica encontramos dragones
custodiando tesoros, es semejante al del dragón que custodiaba las manzanas de
oro del Huerto de las Hespérides, y al que Hércules mató robándoles las
naranjas (Alonso, 1994).
La serpiente, además de con tesoros escondidos, aparece
en historias, hagiografías, en leyendas recogidas en los nobiliarios, en
relación con los castros, y con seres encantados. En hagiografías, como la de
santo Domingo de Corullón, los demonios adoptan forma de serpientes: “alguna
vez ocurrió, cuenta san Herberto, que sentado en su guarida de
ermitaño, levantando la mirada en contra de los rayos del sol, observaba
atentamente su brillo. Y he aquí que se le aparecía un tortuoso Leviatán que se
mostraba bajo la apariencia de un dragón ardiente y descendía por los propios
rayos precipitándose en un súbito deslizamiento hacia su rostro como si fuera a
devorarlo vivo. Y cuando aquel, estremecido, lo vela, como si de una
amarillenta serpiente se tratase, se aterrorizaba por completo y casi exánime
clamaba con votes anhelantes y oponía a la bestia feroz la insignia de la cruz”
(P. Flórez). También en esa forma lo vemos en relación con el descubrimiento de
imágenes sagradas. Por ejemplo en Cacabelos se cuenta la leyenda de que
persiguiendo a una gran serpiente (otros dicen un gran lagarto)
–materialización del demonio– “que amedrentaba a toda la comarca”, los vecinos
consiguieron matarla en su cueva, en cuyo interior se halló la imagen de la
Virgen de la Quinta Angustia.
Pero sin duda la más importante leyenda de este tipo es
la de la sierpe de Rupiana, muerta por san Fructuoso. En dicho lugar este monje
visigodo había fundado uno de sus tres monasterios bercianos, lugar por cierto
que san Valerio, autor de una vida de san Fructuoso, describiría como los
jardines de Dafne. Muy cerca del monasterio de Montes se halla la ermita
de la Santa Cruz, en cuyo retablo se representa la celebre
sierpe. Desde la ermita se contempla el abismo y allá abajo se abre la boca de
una cueva legendaria. Es la cueva donde vivía la famosa sierpe, representada en
lo alto del retablo de la ermita, y donde se aprecia el ojo del terrible
cuélebre. Este vivía en una covacha a orillas del Oza, debajo del castro de
Rupiana, y era tal su magnitud que su cola aún estaba en la cueva cuando su cabezota
subía hasta las proximidades de la ermita, comiéndose hombres y animales. San
Fructuoso libró para siempre a sus monjes y vasallos de este demonio de
Rupiana. Se las arregló para ello emborrachando a la sierpe con un gran pan de
harina de castañas amasado con jugo de tejo y de apio hasta dormirla. Luego le
metió por un ojo, como se aprecia en el retablo de la ermita, un gran madero de
castaño aguzado y requemado en fuego hasta abrasarle el cerebro (Alonso, 1994).
Con un pan caliente, que por el contrario ha de tomar el joven convertido en
león, se vence a la serpiente que guarda a la muchacha encantada en varios
cuentos recogidos en la Somoza, como los del “O Mouro” (Poncelas, 1992) y la
“Peñas del Nuncio" (Camerana, 1991). Este tipo de leyendas en que aparece
una serpiente monstruosa o dragón que extermina a una comunidad hasta que un
héroe la mata, lo tenemos también en el cuento de la “Cobra de sete cabezas”
(Poncelas, 1992), y como señala Eliade, parece una prueba típicamente
iniciática.
En algunos nobiliarios hallamos igualmente el mito de la
serpiente o dragón; por ejemplo al hablar del origen legendario de los Balboa,
naturales del Bierzo, el licenciado Molina, en el siglo XVI, en su Descripción
del Reyno de Galicia recoge esta leyenda:
“Aquella pelea–de mucha mención/ entre el león–y la
sierpe reñida/ que fue por un fuerte–varón despartida/ por quien de muy
grato–se ahoga el león/ dio causa aqueste–sabido blasón/ de caso esforzado–por
cierto y de loa/ de donde procede–el solar de balboa/ que en cabo del
reyno–vereys su nación”; que luego amplía más pormenorizadamente: “Exemplo
de gran gratitud nos dio el hecho de aquel leon que sucedio a este cauallero
deste solar; el qual yendo un dia por una montaña deste reyno uio una gran
pelea que trayan una sierpe y un leon, al qual la sierpe traya a mal parar, y
el cauallero con esfuerzo que tuuo se fue para la sierpe, y la mato”. Esta
leyenda se refleja en su escudo nobiliario, del que podernos ver ejemplos en
Villafranca, Cacabelos o San Esteban de Valdueza, y que J. S. Crespo, en Blasones
y Linajes de Galicia describe así: “En campo de plata un león
rampante, de gules, luchando con una sierpe alada o dragón de su color en su
flanco diestro, y en el siniestro un caballero armado, que introduce una espada
de plata en las fauces de dicha sierpe”.
La función principal de los culebrones o sierpes es la de
ser guardiana de tesoros y encantamientos; de ahí su relación con las xanas
como ya veremos. Otras veces la sierpe aparece como mujer encantada,
compartiendo con los moros el espacio mítico del encantamiento. Para
desencantarla es necesario realizar un rito, que la mayoría de
las veces consiste en comer un bolo de pan caliente que proporciona una fuerza
mágica con la que poder vencer al dragón, como hemos dicho anteriormente, o
bien atreverse a besar la serpiente, como se recoge en la leyenda de “As
serpentes y la ola de ouro”, en el que un matrimonio del Bierzo, que había
hecho una gran fortuna, dispuso conservarla incluso mas allá de la muerte,
enterrándola en una olla protegida por un encantamiento y dos terribles
serpientes. Pasado el tiempo, un joven del pueblo encontró el libro del
encantamiento en el que aparecía el lugar donde se encontraba el tesoro con la
fórmula para su desencantamiento, que decía “quen deiquí te quiera sacar, tres
bicos che ten que dar”. A la vista de las serpientes, por repugnancia, nadie se
atrevía a besarlas hasta que el muchacho, venciendo el asco y el miedo, cerró
los ojos y besó a aquellas serpientes. De este modo consiguió el caldero con
las monedas de oro (Poncelas, 1992).
De algunos culebrones se dicen que sienten la siniestra
pasión de comer cadáveres, como el del cementerio de Cacabelos. Es por ello un
animal al que se le tiene mucho asco y miedo. Florinda Álvarez cuenta que su
abuela le decía que cuando ya nadie vivía en el pueblo de Herrerías de Marciel
había una culebra de tal tamaño que parecía una serpiente, con cabeza como la
de un gato, y que se metía en los homos de las casas abandonadas, asustando a
la gente que no se atrevía a pasar por allí. También es muy frecuente la
creencia de que a las culebras les gusta la leche y que a veces se la chupan a
las vacas, que la ceden gustosamente pues alivian sus mamas. Sobre su origen,
en algunas zonas del Bierzo se piensa que cuando cae un pelo de mujer en agua
remansada este se convierte en culebra.
creencias
relativas al lobo y el lobishome
Se trata igualmente de un animal mítico –en la mitología
romana estaba consagrado a Marte–, cuyas leyendas superan con mucho a las de la
serpiente. Se le tiene por animal totémico, también por un animal diabólico al
se le relaciona con el espíritu de la vegetación. En la tradición popular
gallega y berciana, el lobo es el enemigo principal del hombre, al que este ha
perseguido durante siglos hasta su casi total extinción. El lobo es un ser
maléfico y endiablado, nocturno y dotado de poderes mágicos e incluso
satánicos, como recuerda el dicho berciano: “Ten tres pelos do demo no corpo”.
De ahí le vienen sus efectos perniciosos, como poner nerviosa a la gente,
erizar los pelos (“poner los pelos de punta”) aun sin verlo, o creer que las
armas de fuego no disparan si el lobo la esta mirando. Es de noche cuando puede
atacar, tiempo de espíritus y fantasmas. En Aira da Pedra se cuenta que
“Enfermou o lobo e llamóu a un médico. E después, claro, doille unas medeciñas
y resultó que eran buenas. Y un día, después, avantaron xuntos: se encontraron
os dos, ó medico y o lobo; (...) y que le preguntara o medico ao lobo a ver que
tal le fueran as mediciñas. Entonces, que le contestara que le fueran muy
buenas. Díxole o médico: –Y ahora?, no me comerás... Dice: no, pero, por si
acaso anda de día, que la noche es mía” (Camerana, 1991).
El lobo ataca en grupo y produce en el hombre extraños
efectos fisiológicos, como la afonía (no puede hablar) o el que se le pongan
los pelos de punta aun sin verlo, cuando está cerca. Tampoco es bueno mentar al
lobo, su nombre es tabú, pues aparece cuando menos se piensa, por lo que en el
Bierzo Oeste, dice M. Rodríguez, se le denomina como “el outro”, “el Perillán”.
Cuentan en Carracedelo, que “había una mujer llamada la tía Olaya y tenía por
costumbre decir “malos lobos te coman”. Y durante la época de la
recolección del grano los vecinos se unían y hacían la maja juntos, en una era
comunal. Por la noche se quedaba cada día una persona a cuidar el grano. Y una
noche le tocó quedarse a la tía Olaya y vinieron los lobos y se la comieron” (Fonteboa).
Su carácter diabólico, según algunos, se manifiesta en que cuando comen a
alguien, dejan siempre como resto el brazo derecho.
En relación con los lobos, en siglos pasados estuvo muy
en boga la creencia en la licantropía, es decir la existencia de hombres lobos
o lobishomes. Vicente Risco define al lobishome como “el hombre que por una
causa mas o menos preternatural o mágica, se convierte en lobo y vive como tal
durante un tiempo mas o menos largo, señalándose, por lo común, por su
ensañamiento y crueldad, especialmente con los seres de la especie humana”.
Según este autor se llega a tal condición bien por ser el séptimo –en algunos
casos el noveno– hijo varón de los mismos padres que hayan tenido otros seis
hijos varones anteriormente en serie no interrumpida por ninguna hija; bien por
sufrir una maldición –fada–, ya de sus padres ya de alguien que le quiera mal.
Se trata, pues, de una especie de mal de ojo (Risco, 1994).
En el Bierzo se menciona uno de los primeros casos
documentados de licantropía de nuestro país, como recoge Pedro Calatayud en su
libro Del comercio de las brujas, publicado en 1754: “En ese
siglo acia el año de 20, un hombre transformado en lobo, en cuya figura le
vieron muchos, despedazó y mató en los montes, prados y cercanías de Villafranca
del Vierzo más de veinte personas, y perdonó a veces a los becerros, bacas y
ovejas, se tiraba con una furia infernal a los muchachos, y muchachas, que los
cuydaban y oí decir, que saliendo uno armado, y a caballo contra él, huía el
cuerpo y declinaba los golpes con destreza propia del hombre, el que era lobo
figurado” (cit. en Blanco, 1992).
Según Miguel J. García todas las épocas de crisis
producen monstruos, fruto del terror colectivo; monstruos que aunque
imaginarios responden a necesidades muy reales y concretas. Uno de esos
monstruos es el lobo. En 1868 fue un año funesto: malas cosechas, un invierno
terrible, hambre. En Corullón el lobo devoró a tres niños: Dionisio Amigo, de
14 años, el 29 de abril en San Antonio; Manuel Rodríguez Abella, de 9 años, el
30 de mayo en monte Oscuro; y Encamación González de Alba, de 10 años, el 13 de
noviembre en la Fócara. Un anuncio del BOPL de 9 de abril de 1869 se hace eco
del miedo de la gente: “Esta corporación (Diputación), afectada por las muchas
víctimas que ha causado una fiera en el ayuntamiento de Corullón y en vista de
las cuatro criaturas que ha devorado esta vez en los días 23 y 24 de marzo
ahora en Sobredo y Cabeza de Campo, hace un llamamiento a todos los cazadores
del Bierzo. El que consiga presentarla muerta a esta Diputación recibirá 8.000
reales a los 14 meses siguientes para evitar estar seguros que es esa misma
fiera. Según dicho autor no se conocen informes médicos, ni del ayuntamiento,
ni del desenlace por lo que “mucho nos tememos que ese “lobo” era de los de dos
patas” (García, 1983). Se trataría, pues, no de un caso de licantropía sino de
simple antropofagia provocada por el hambre.
En ese contexto de hambre y miedo puede situarse el
cuento del “lobo da xente” narrado por Floripes Díaz Morcelle: “En unha familia
pobre de Corullón a madre fixo, un día, a comida pra todos seus fillos. Unha
filla comeu toda a carne da pota nun deixando nada pra os demás. Ao enterarse a
madre, enfadouse muito con ela e botoulle “o mal de ollo” dicindolle: ¡Ojalá te
convertas en lobo! Y así foi.
Antes secábanse as castañas no monte, en unha cabana, e
turnábanse as xentes pra guardarlas. Esta familia tamen tina castañas eilí e un
día estaba guardándoas o fillo pequeno cando apareceu “o lobo” eo comeu.
O día siguiente veu outro irmau pra o relevo e viú os
restos desfeitos do pequeno. Trepou ao canizo pra poder cazar a animal. Pronto
apareceu “o lobo” ieste saltoulle encima e arrancolle dún tirón a pel viendo
que era a sua irmá que dixolle: “quiema toda a pel, toda; si deixas un solo
pelo, volverei a convertirme en lobo”.
Tiroua ao lume pra desfacer o hechizo pero a piel
rebotaba da lume. Despois de muitos esfuerzos, consiguiu queimala toda e levo a
asustada irmá pra casa acabando así con as mortes qu´este “lobo” había feito en
Corullón: una nina na Fócara, seu irmau, etc (A Curuxa, nº 22).
Convertirse en lobishome no es algo voluntario ni deseado
para el que le ocurre tal desgracia, sino consecuencia de una “fada” o de un
mal hado; por ejemplo, como hemos dicho, ser el séptimo hijo de unos padres que
no tuvieron mas que varones, por tener la osadía de haber nacido el 24 de
diciembre o por una maldición, que casi, siempre suele ser temporal. Esto
último suele ser el motivo mas frecuente, como reflejan algunos cuentos
populares. En Candín se cuenta que “una madre tenía muchos hijos, y entre ellos
uno muy goloso, muy zampón. Un día la mujer echó carne para cocer en la olla y
aquel rapaz fue y le cogió un trozo de carne. Lo vió la madre y le dijo: parece
mentira, que zampón. Dios quiera que te vuelvas lobo siete años, a ver si te
hartas de carne”. Y así fue. Pasado el tiempo, ya curado, contaba que en en
forma de lobo había bajado muchas veces al pueblo. “Y una vez dijo que estuvo
en Peña Tallada, que es un camino que va para la braña. Y decía: muchas veces
nos juntábamos muchos lobos y arrollábamos una res que era de un pobre y yo
quería dejarlo marchar, pero los otros reñían conmigo y pegábanme. Y decía que
vagaba por los montes de por aquí y que cogía a la gente (Fonteboa).
En Burbia se recogió este otro cuento, en el que
igualmente el lobishome es consecuencia de una maldición paterna: “Era una
muchacha que la echaron sus padres fuera de casa con una maldición: que la
comieran los lobos. Y luego la chica pues se echó al monte, con los lobos; pero
con la maldición que la echaron los padres, los lobos no la comieron. Y se hizo
ella de lobo; cogió la piel y todo de lobo.
Y luego, pues en un pueblo había una casa que secaban las
castañas todos los del pueblo, en la casa aquella. Había, así, un desván por
arriba...; yo no se - cómo lo harían, pero que secaban muchas castañas. Y
luego, pues iban a darle vuelta. Y aquél que iba, la muchacha lo comía; ya no
salía más. Y ella, de que los comía, pues se peinaba y se preparaba en la casa
aquella, a la lumbre. Y cuando se preparaba, pues tiraba la piel; luego la
volvía a poner y era lobo.
Y cuando vino un chico del servicio y le dijeron lo que
pasaba en el pueblo, dijo:
–Pues voy a ir yo.
Y la familia no quería que fuera, porque lo comía. Y é
dice:
–Pues voy.
Pues voy, pues voy..., pues fue. Fue, hizo la lumbre y se
subió a las castañas; y tapó la boca y todo, que ella no oliera nada.
Y ella, luego, se puso a peinarse y a prepararse; tiró la piel y era una
chica..., ¡bueno! ¡estupenda! Y el bajó despacio, despacio, con todo tapado,
que no oliera nada. Como ella tenía pelo largo, se estaba peinando así: cara
para abajo. Y el baja, coge la piel y se la tira; había un fuego grande, grande
grande grande, y se la metió en el medio del fuego. Y la abrazo bien: así, bien
abrazada; porque, si no, la saca. Y dijo ella:
–Mira; si un pelo me quedara de la piel, lo más grande
que lo iba a quedar a ti era una oreja.
Y luego, pues como la piel la quemó toda, pues se caso
con ella” (Camerana,1991).
3
La mitología berciana, además de la pervivencia de ritos
paganos, conserva el recuerdo de algunos seres fabulosos cuyos orígenes son muy
diversos: unos son restos de antiguas creencias, como las señoras, xanas u
ondinas; otros consecuencia de una visión animista del mundo, en las que
determinados fenómenos sólo pueden explicarse por la existencia de seres
extraordinarios que los producen; así la tormenta no es sólo la tormenta, sino
que detrás y provocándola está el rañubeiro; las cosas se desordenan no por
azar sino por el trasgo. Estos personajes pertenecen al mundo espiritual, pues
no se pueden conocer y percibir como el resto de las cosas sensibles, pero al
mismo tiempo han sido antropomorfizados, presentan rasgos humanos, tanto
físicos como en su manera de ser. Como diosecillos no responden al paradigma de
divinidad en sentido estricto: seres transcendentes y autónomos con capacidad
de decidir de forma determinante sobre el decurso de los acontecimientos
mundanos, es decir, plenamente sobrenaturales. En realidad, estos seres se
parecen más a las entidades “divinas” de las religiones antiguas, que jugaban
un papel social como intermediarias entre la divinidad suprema y lo mundano,
dotadas de virtualidades extraordinarias de carácter ambivalente. Aunque las
actuaciones de las distintas divinidades o fuerzas supranaturales se parezcan a
las humanas, carecen de naturaleza personal propiamente dicha. Corresponden a
un estrato poco evolucionado de la cultura popular; en el que los hombres
trataban de explicar con tales creencias la dimensión misteriosa de ciertas
fuerzas o fenómenos naturales –el agua, el viento, el fuego, las catástrofes
cósmicas–, recurriendo a la deificación de la energía que los anima, lo cual
nos hace pensar en la existencia de una mentalidad colectiva que concebía el
universo animado por una fuerza misteriosa, sin ninguna configuración precisa
y, consiguientemente, de contornos muy indefinidos y difusos (Fernández Conde,
1981).
Carlos Canales y Jesús Callejo han señalado algunas
características de estos personajes míticos, a los que llaman “elementales”,
término que los define muy bien, ya que son seres relacionados con los cuatro
elementos básicos y primarios de la naturaleza, el agua, el fuego, el aire y la
tierra. A pesar de sus diferencias, presentan algunas similitudes. Son seres
interdimensionales y atemporales que, aunque viven como nosotros en la tierra,
normalmente en comunidades y organizados jerárquicamente, no se rigen por las
leyes físicas ordinarias; son invisibles aunque pueden materializarse y hacerse
visibles, bajo la forma de determinados animales o antropomorfizados; pueden
cambiar de forma y de tamaño, adoptando aspectos grotescos o hermosos; son
juguetones y caprichosos; cuando se hacen amigos de los humanos les hacen
grandes regalos materiales o psíquicos, pero pueden ser rencorosos y
vengativos; éticamente son neutros, no distinguiendo entre el bien y el mal,
aunque suelen ayudar a la gente bondadosa y perjudicar a los malvados; están
interesados en determinados aspectos sexuales de los humanos, con los que
mantienen relaciones y hasta llegan a casarse; y viven mas años que los
hombres, pero no son inmortales (Canales y Callejo, 1994).
Este personaje mítico, que en Galicia suele denominarse
como donas, doncellas o señoritas, tiene un cierto parecido con el que en la
mitología nórdica y centroeuropea se conoce como “hadas”. Se las puede definir
como espíritus de naturaleza femenina, vinculados a las más bellas
manifestaciones de la vida, en especial a las flores, a los ríos, a las
fuentes, a los bosques y a los niños. Se
trata de seres de características sobrenaturales, que no pertenecen a nuestra
especie, y que suelen vivir en los castros, montes y preferentemente en las
aguas. En muchas leyendas se las describe como hermosas mujeres de ojos verdes
y cabellos de oro, que se peinan con un peine del mismo metal; algunas van
desnudas y otras llevan lujosos vestidos. Habitan en suntuosos palacios
custodiando sus tesoros. Se enamoran de los humanos y a veces se casan con
ellos, con los que suelen tener hijos. Se las ve, sobre todo en determinadas
fechas, como la noche de San Juan, bien a la entrada de una cueva, al lado de
una fuente o a la orilla de un lago (Risco, 1995; Callejo, 1995).
Las que viven en montes y en antiguos castros parecen
tener una cierta relación con los moras de las que hablaremos mas adelante,
hasta el punto de que se cree que muchas de las moras que citan las leyendas
fueron anteriormente señoras encantadas (Risco, 1995). Una de las leyendas mas
frecuente es la que relata algún infructuoso intento por desencantar a una de
estas señoras. En el cuento “Las Penas del Nuncio”, recogido en Teixeira, se
narra como un joven entra en un bosque en el que hay una casa con siete camas,
en las que cada noche duerme en una de ellas, pues siempre tiene frío. De
regreso a su casa, su madre, al que le cuenta el suceso, le aconseja que otra
noche, cuando tenga frío, encienda una cerilla. Así lo hace, apareciéndosele
una mujer muy hermosa que le dice: ¡Que ladrona fue tu madre!, si no fuera por
ella, me dejabas desencantada (Camerana, 1991).
Son frecuentes los relatos en que una de estas señoras se
le aparece a algún humano al que le ofrecen un regalo
con la condición de no mirarlo hasta llegar a casa. La curiosidad, sin embargo,
les impide cumplir la promesa, encontrándose con que tal regalo son trozos de
carbón o boñigas, que aquel suele tirar aunque siempre se le queda alguna
brizna prendida en los bordes del vestido, que al llegar a casa se converira en
oro. Echando pestes por su incredulidad, desanda el camino en busca de los
trozos de carbón, pero lo más frecuente es que hayan desaparecido, al igual que
la señora. Cuentan en Candín (Ancares) que en el camino que va hacia la braña,
en medio de la cuesta, hay un campo grande llamado la Aire de Ribón, en el que
se descubren restos de yacimientos auríferos. Dicen que por allí antiguamente
habitaban los moros. Una vez iba una mujer a la braña cuando en medio del
camino se encontró con una señora que le dijo: “ Mire, tome, leve esto para
casa”. La mujer depositó en el mandil el regalo, que era “una regazada de
carbón”. La señora le ordenó no mirarlo hasta llegar a casa, pero al poco rato
miró el regalo, y viendo que era carbón lo arrojo al camino. “Pero le quedaron
unos cachines en los pliegues del mandil y resulto que el carbón era una moneda
de oro. ¡Santo pobre de min! Entonces volvió por los carbones pero cuando llego
no había carbón ninguno. Los carbones habían desaparecido. Y la mujer se ponía
loca de rabia porque perdiera aquellos carbones” (Fonteboa).
Otras veces, el cuento tiene un final terrible, en el que
la señora, convertida en una mora sanguinaria, mata a la persona humana que
vuelve con la intención de pedirle nuevamente carbones o boñigas, probablemente
como castigo a su infidelidad y avaricia.
En Cadafresnas refieren que “había una madre que tenía
una hija y eran muy pobres. Un día, la madre le mandó con los cerdos al monte.
La niña salió llevando un mantel para acucharse. Caminando por el monte
encontró a una señora que le dió unos cagallos, y metiéndoselos en el mantel le
dijo que no los abriera hasta llegar a casa. La niña respondió que no los
abriría, pero cuando había andado un poco y ya estaba cerca del pueblo, abrió
el mantel, y viendo que lo que le había dado la señora eran cagallos los tiro,
pero sin darse cuenta todavía le quedaron algunos en los pelgos del mantel.
Cuando llegó a casa, sacudió el mantel y las pocas que habían quedado en el
mantelo, tres o cuatro, se convirtieron en monedas. La madre, al ver esto, toda
extrañada le preguntó que quién se las había dado. Ella respondió que una
señora, que le dijo que no abriera el mantelo hasta llegar a casa. La madre,
viendo esto, le dijo que volviera a mirar por donde había tirado las otras.
Fue, pero no encontró nada. De regreso a casa, la madre le ordeno que volviera
a pedir a la señora unas pocas más. La niña volvió a pedírselas a la señora y
se la encontró convertida en mora. Esta mora mato a la niña. La madre, como ya
era tarde y la niña no volvía a casa, fue a buscarla, llamándola de esta
manera: “Mariquiña, Mariquiña” A lo que una voz respondía: “Mariquiña,
Mariquela, está fritida en la cazuela” (Fernández,1986).
las
xanas u ondinas
Estas señoras, cuando viven en el agua, en una fuente,
rió o lago, se las denomina en el Bierzo xanas u ondinas. Algunos, a semejanza
de la toponimia asturiana en la que son frecuentes los términos relacionados
con las xanas, quieren ver en toponimos bercianos, como Fuente de la Chana, La
Chana, Las Chanas, etc. una pervivencia de este ser mitológico. Otros
topónimos, como Fontoria (fonte áurea), Fonte da Moura (Barjas), Fuente de la
Mora (Lillo) parecen tener también una estrecha relación con el. Las xanas u
ondinas suelen ser mujeres muy hermosas, de largas cabelleras, que se hacen
visibles en la noche de San Juan, cuando salen a la orilla de fuentes y lagos a
peinar, con peines de oro, sus largos cabellos dorados. Unos creen que este
mito recuerda a las antiguas ninfas grecorromanas (Cabal, 1943; Castañón,1971);
para otros, las xanas son una sublimación del importante papel que juega la
mujer en el mundo astur (Fernández Conde,1981).
Una de las primeras menciones a las xanas se debe a la
pluma del escritor berciano E. Gil y Carrasco, en el articulo “Los asturianos”,
publicado en 1838 en el Semanario Pintoresco Español: “La otra
creación de su fantasía, aunque más limpia y risueña al parecer, no por eso les
infunde menos interés y pavor. Dicen que hay una especie de lindas mujercitas
de plata que salen por el agujero de las fuentes, que hacen coladas más blancas
que la nieve y secan sus delicadas ropas a la luna, retirándose con ellas
apenas se acerca algún importuno que las estorba en tan inocentes ocupaciones.
A estas mujercitas, de un codo de estatura, misteriosas y llenas de poder en la
mente de estos montañeses, señalaban con con el nombre de janas” (Gil y
Carrasco, 1954).
En el Bierzo la leyenda más conocida sobre xanas u
ondinas es la que se las relaciona con el origen del lago de Carucedo, de la
que existen numerosas variantes (Caceres,1883; De Llano, 1896; Roso de Luna,
1916). Una de ellas cuenta que Borenia, hija de Médulo, un caudillo astur,
vivía con su padre en el valle hoy ocupado por el lago, dedicada al cuidado de
sus rebaños. Un día la paz de aquella tierra se vió turbada por la presencia de
las armas romanas. La defensa de Médulo y los suyos fue endiablada, mientras
Borenia buscaba refugio en una cueva cercana. La batalla termina indecisa.
Médulo y Carisio, el general romano al mando de las tropas invasoras, negocian
la paz. Borenia, creyendo haber pasado el peligro, regresa al lado de su padre.
Su belleza encandilará al romano, pero el fracaso de las negociaciones enciende
de nuevo la guerra, en la que los romanos derrotan a los valientes astures.
Carisio piensa entonces en cobrar en Borenia el precio de la victoria. Va a
buscarla a la orilla de la fuente en la que ella espera el resultado de la
batalla. Pero apenas Carisio trata de apoderarse por la fuerza de la joven,
aquella fuente, en la que hasta entonces sólo manaba un tenue hilillo de agua,
empieza a vomitar un torrente de agua que anega el valle convirtiéndolo en un
lago. Dice la leyenda que Carisio logro ponerse a salvo mientras Borenia era
arrastrada por las aguas hacia el fondo del lago, en el que desde entonces yace
su cuerpo mientras su espíritu pervive convertido en una ninfa, en la Ondina
Caricea, a la que algunos dicen haber visto en la noche de San Juan, sentada a
la orilla del lago, peinando sus cabellos dorados.
El mito del duende o trasgo es común a todos los países
del oeste y norte de Europa, pues al parecer tiene origen celta; otros, por el
contrario, lo asimilan a los lares romanos, especie de espíritus protectores
del hogar y de los campos, e incluso a los larvae y lemures considerados
como almas perversas de ciertos difuntos, que errabundean por los campos y
casas molestando a sus moradores. Covarrubias, en 1611, lo define como
“espíritu malo que toma alguna figura, o
humana o la de algún bruto, como es el carbón”. En realidad se trata de un ser
de pequeño tamaño, travieso y juguetón que se introduce en las casas,
especialmente en la cocina o en las cuadras, y lo revuelven todo, aunque
también tiene la manía de dejarlo luego ordenado. Del Llano Ovalle, en 1896,
recuerda que los niños bercianos cantan en corro esta canción: “¿Quién será
el duende/ que anda por ahí?/ que ni de día ni de noche/ nos deja dormir...?”.
Algunos visten un gorro colorado –en Asturias se le llama “el del gorru
colorau”– y suelen tener la mano izquierda agujereada, por lo que para echarlo
de casa se le ponen granos de maíz, linaza o mijo desparrados por el suelo,
pues como es un amante del orden los quiere recoger, pero se le caen, se aburre
y se va. También si se le manda la tarea de contarlos le ocurre lo mismo pues
no sabe contar mas que hasta cien, diez o dos, y cuando llega a esas cifras
deben empezar de nuevo por lo que se aburre y también se va (Callejo y Canales,
1994; Cabal, 1945; Castañón,1976; Poncelas, 1993).
Al trasgo se le confunde muchas veces con el diablo
burlón y a este con aquel. El trasgo o diablo hace muchas travesuras. Alicia
Fonteboa recogió en Ancares esta narración de labios de una señora: “Estábamos
en la cama. Viu un ancarés y en esto andaban con los palos arrastro. Y el
marido mío, dice: ¿pero quen é este que anda por eiqui?, quen é? Pasó un
ratadín y al ratadín volviu outra vez a enredar ailí. Era el diablo. Dice el
home: ¡como me levante engánchote por las orellas y amátote! Y en esto marchou
el diablo pateando por la habitación y aplantouse en una ventana y desde ailí
saltó pra abaixo y ya non vimos mas nada” (Fonteboa). Otra de sus trastadas
consiste en enredar con los animales. En Viñales el trasgo solía entretenerse
al estilo de los follets catalanes, es decir, trenzando las crines de las
caballerías y provocando estruendos de lo más variado con el único propósito de
no pasar desapercibido (Canales y Callejo, 1994).
Una de las anécdotas mas frecuentes del trasgo –trasno se
dice en Ancares– es la de mudarse de casa con
los vecinos cuando estos, aburridos de sus trastadas, deciden abandonar su
casa. “Andar de casa mudada” suele ser la fórmula con la que terminan muchos
cuentos, como ste recogido en Ancares: “Un día que no estaba la ama fue (el
trasgo) a la corte de las vacas. Antes se comía en unas cazolas de barro. Llegó
el demonio a casa, fue a la corte y llenó las cazolas de boñigas de las vacas.
Fue arriba y dijo: hoy fixemos papas, hoy hay que comer papas, que hoy fixemos
papas. Y cuando llegaron los otros a casa vieran las cazolas llenas de basura
de las vacas, y él muerto de risa. Hacía muchas tonterías. Entonces decidieron
cambiar de casa. Ir para otra casa para ver silos dejaba en paz el demonio y
cogieron las cosas que había antes, que eran muy pocas; antes no había nada.
Marcharon con todo a otra casa y les quedaba un rastrelo de lino y o que ven
detrás dixo: andamos de casa mudada, pero inda nos quedo el rastrelo y voy a ir
a por él, decía el demonio (el trasgo) (Fonteboa).
A veces esas trastadas y burlas las hace también fuera de
casa, con lo que se confunde con el diablo burlón: “Una mujer que venía para
Candín y la llamaron detrás: comadre, comadre. ¿Pero, quién me llama? ¡Dios mío
pero si no esta nadie!, ¿Quén e? ¡Vuelve, vuelve! ¿Quén é, quén e? ¡Comadre,
comadre, vuelve aquí! Era el diablo, pero ella no vio a nadie. Era el diablo”.
El trasgo es un duende doméstico, aunque en los Ancares,
según Canales y Callejo, existe la tradición de colocar cruces en los árboles
que bordean los pueblos para impedir que este penetre en ellos y se quede en
los alrededores. En el supuesto de que sea visto en el interior de una casa,
desaparece de allí cuando se pronuncian palabras tales como ¡Jesús!, ¡Dios
mío!, o simplemente se reniega de el diciendo: ¡Arrenégote, cochino! (Canales y
Callejo, 1994). Me parece que en este caso no se trata de un trasgo sino del
diablo burlón, como luego veremos.
los
xanines
Una variante del trago es el xanin. En el Bierzo se
cuentan varias leyendas de xanines, personajes que si bien parecen trasgos, no
habitan en las casas sino en el bosque, especialmente en las laderas boscosas
del Carballal de Folgoso de la Ribera. Aquilino Poncelas cuenta que los
“Xainines tiñan como lugar de apouse as mentas ladeiras do Carballal, monte
cheo de rebolos ie eili entregábanse a vida de folga e viaubadeira, mui concorde
co caracter galvaneiro e tranquilo da súa raza, e a acexar durante as súas
eternas caminatas a presencia de calquera hóspede de fóra. En muitas ocasiois
aplicábanse a importunar e a facer unha a mil mugangas as persoas que avantaban
nos suos dominios (...).
Polas longas e frías noites invernais, nas que os do
lugar asaban patacas nas cuciñas baixas e alegraban os fiandois con contos ie
estorias, que ó ax do lume arriscadeiro tomaban un aire misterioso ie
pantasmal, estes seres baixaban hasta o barrio de Santa Euxenia a quentarse no
braseiro e a saboreala comida e as patacas que os veciños deixaban desque se
iban á cama.
Cuntan que nunha das casas, na que vivía un matrimonio
sen fillos, solían os Xainines aparecer mentes a muller se quedaba noite arriba
fiando, e as patacas asadas desaparecían como se andaran as bruxas. Fui
estoncias que, despois das amentas que a muller lle sacou ó home polo xeito
raro en que certa comida voaba da casa, lle dixo él a muller:
–Mañá voume quedar na cuciña. Veremos se aparecen diante
de min.
E así sucedeu; colleu un fuso e unha roca, puxo un pano
na cabeza e aguardou expectante a chegada dos visitantes.
–Felique, felique, nada pavique; oite sen babas e hoi con
babas.
Que invertido á nosa fala, se ben pouco se deferenciaría
dela na actualidá, e cuntando que o texto orixinal pudera sufrir modificaiois
durante a transmisión oral, viría dicir un parecido a:
– Fiaba, fiaba, pero nada se notaba; oite sen barbas e
hoi con barbas.
O certo é que a imaxen daquela muller barbuda, facendo
como que fiaba, asustou tanto ós Xainines, que consiguíu escorrentalos pra
sempre” (Poncelas, 1992).
Estos xanines parecen tener poderes mágicos. Mar Llinares
recogió también en Folgoso una versión del cuento de Blancaflor, en la que su
protagonista masculino, Juanillo, para poder casarse con la hija del rey, tenía
que cortar todos los carballos del monte, sacar las raíces, sembrar trigo,
segarlo, moler el grano, amasar la harina, y todo esto en una sola noche,
porque a la mañana siguiente tenía que llevar una hogaza de pan caliente al
rey. Blancaflor, ante el desconsuelo de Juanillo, le dio la solución mágica: en
el Carballal vivían los Xainines, amigos suyos, que eran unos hombrecillos de
dos cuartas de tamaño que podían hacer autenticas maravillas. Ellos fueron
capaces de realizar el difícil trabajo con lo que los dos enamorados pudieron
casarse. (Llinares,1990).
La frontera entre el trasgo y el diablo burlón es difusa,
por lo que es no es raro confundirlos. Como aquél, también tiene un carácter
bromista y no es un diablo maligno. Canales y Callejo dicen que el “trasno do
choco” de los Ancares actúa básicamente en los caminos como cualquier “diaño
burlón”, haciendo que la gente forastera se extravíe con algún sagaz
procedimiento, tendente a que pierda así toda orientación”; pero en mi opinión,
pese a la identidad de nombre, no se trata de un trasno o
trasgo sino de un diablo burlón. Esta confusión se puede ver en este cuento
recogido en Balouta, en el que por cierto aparece una de sus aficiones más
corriente, ver desnudas a las mujeres: “Era una señora a la que le faltaban las
ovellas y fue a buscarlas por ahí abajo, a un camín, y estaba el trasgo allí. Y
el trasgo hacía que era un carneiro. Y el carneiro la agarró por el corno y
tira, tira por el para casa (...) y después que estaba quente xa, el trasgo
levantouse y la muller púsose desnuda, que antes había pulgas, fue a mirar las
pulgas, y el trasgo sube por la pregancia arriba y cuando estaba en el pico,
dixole ¡Cucurucu, que to vin as tetas y o cu!” (Fonteboa).
El diablo burlón se
le conoce en Ancares con el nombre de cochino-puerco, al que le
gusta transformarse en diferentes animales, como vemos en el cuento “Cazcarran
ou cochino-puerco”, recogido en Pereda de Ancares, en el que también vemos sus
aficiones sexuales: “Nos tempos dos meus antepasados, fai xa muitos anos, o
cochino-puerco –que era o demo– vagaba con muita frecuencia polo Valle de
Ancares. Gustáballe de transformarse, e con preferencia en toda clase de
animais: unhas veces tomaba forma de burro, outras de vaca, de ovella... ou de
calquera animal con tal de engañar a xente.
En todos os pueblos
había veceiras que rotando de veciño en veciño, sacaban as ovellas ó monte.
Ie habia unha muller
neste pueblo que non creía nesas cousas do cochino-puerco. Chegou o día en que
lle tocaba a ela saír ó monte ca veceira. E cuando estaba aló arriba no pico da
montaña, desatouse unha gran tormenta. Non tuvo máis remedio que afalar ás
ovellas pra casa a toda prisa e metelas na corte. Cuando se puxo a cuntalas,
deuse cuenta que lle faltaba un carneiro.
Foran caían chuzos de
auga, pero ela chovendo e todo botou polo monte arriba en busca do carneiro
perdido, e despois dunhas horas, deu con él entre unhas xestas. O carneiro taba
tan aterecido que a muller, como pudo, colleuo ó carrelo e levouo pra casa.
O chegar ó curral,
chamou polo marido pra que encendera unha boa llamarada de lume na lareira e
así poder enxugarse ela io carneiro. Estuvo quentando o animal por un lado e
por outro, e cuando xa iba enxuito, empezó ela a quitar a roupa que tamén traía
muy mollada, e colgouana garmalleira e nus paus que había por baxo do cañizo.
Cuando a muller taba
eilí desnuda xunto o lume esperando a que lle enxugara a roupa, oiu un estampido,
e dun brico escapou o carneiro decindo:
–Juju-ru-jú.
que che vin as tetas
io cu.
A muller, dándose
cuenta que era o cochino-puerco, dixo:
–¡Ay, de min; ay, de
min
agora que o vin,
xa o crin! (Fonteboa,
1992).
Una de las travesuras de este diablo, que actúa casi
siempre de noche, es la de convertirse en un animal que se encoge o estira
permitiendo que se vayan subiendo en el más y más personas. Solo al decir
!Jesús! desaparece echando a la gente por el suelo. En Ancares se cuenta que
“habían ido de Filandón, como de costumbre, un grupo de mozos y mozas muy
jaraneros a una casa a hicieron baile en el astrago y cuando danzaban al son de
una pandereta, apareció una mocita muy hermosa que se convirtió en la seducción
de todos los jóvenes que allí estaban. Y al decir uno “¡Jesús qué mocita tan
bonita!”, desapareció por la puerta y los mozos y tras ella hasta que en un
lugar llamado el Portelo desapareció.
Anduvieron buscándola pero no vieron sino una yegua de
lustroso pelaje
negro, salpicado de manchas blancas, paciendo en un prado. Se montaron a
horcajadas dos en ella, luego otro, y cuantos más se subían más cabían, hasta
que a uno se le ocurrió manifestar: “¡Jesús, hombre, nunca había visto otro
tanto!”. Y no bien terminara de decirlo, explotó la yegua y cuentan que fueron
todos diseminados por diferentes puntos del pueblo” (Poncelas,1987).
La creencia en el diablo o cochino-puerco estaba tan
arraigada en la gente, que algunos de los relatos recogidos por A. Fonteboa
refieren sucesos acaecidos a personas muy concretas, por ejemplo en el cuento
titulado “O diabro no monte de Pinareira”, Rosa Abella, mujer de 85 años vecina
de Tejedo de Ancares, lo refiere como sucedido a sus suegros: “Unha vez, esto
oínllo eu am mía sogra, que lle faltaba unha vaca dun monte que lle chamaban o
monte de Pinareira. Ie paseron así nuhas tierras que habia, ie el diabro
aparecífuselles:
–¡Subide arriba, ho, subide arriba, quea vaca ta eiquí!
Ielos iban subindo, subindo –meu sogro ie mía sogra–
buscar a vaca al monte. Ie chegaban elí, iel diabro andaba un cacho máis
arriba:
–¡Subide hasta eiquí, ho, subide hasta eiquí, que a vaca
to no chozo, ho!
Elos foron subindo, subindo; ie, despois de muto subir,
dícelle mía sogra a meu sogro:
–¡Oi, Grabiel, oi Grabiel!, ¿ie non será el diabro,
porque tanto cacho que subimos... ia a vaca non aparece...? ¡Leve el diabro se
non é el diabro! Voun arrenegalo: ¡Juasús, María y José; arrenegado sea el
diabro!
Ie nesto marchoule el cochino-puerco. Volveron para casa
e, cuando viñan, viron a vaca eilí cerca delos, eilí nuns leiros que había. Ie
trougueron a vaca pra casa” (A. Fonteboa).
la raza mítica de los moros
La creencia en moros y tesoros ocultos está extendida por
todo el Bierzo, como lo refleja la abundancia de lugares donde hay referencias
a moros o a cuevas de moros. Una relación no exhaustiva señala la existencia de
cuevas en Barjas “A Cova” y a “Cova das Gallas”, Moldes “La Pena”, Salas de los
Barrios “Matocalero”, Ocero “El Reguerón”, Villar de Acero “La Bramuda”, Villar
de las Traviesas “Cimadevilla”, Castropodame “La cueva del Morel”, Salientes
“La cueva de la Mora”, Paradela de Muces “Castillo da Cova da Moura”,
Ponferrada “la cueva de la Mora” ; en la Cancela se habla de una “mora" que
muchos aseguran haber visto. Raro es el lugar del Bierzo en el que no se
mencionan moros o tesoros de moros, hasta el punto que pueden señalarse más de
treinta lugares con menciones a moros o cuevas de moros.
Esta creencia es muy antigua. Munárriz, hacia 1807, dice,
hablando de las explotaciones auríferas romanas, que “la gente común y aldeana
cree ver en ellas otras tantas ciudades y habitaciones de moros, en las que
cuando se verificó su expulsión dejaron escondidos tesoros inmensos. Esta
patraña se halla tan radicada aún entre sujetos que debieran tener algún
discernimiento, que con mucha frecuencia gastan su tiempo y caudales buscando
esos tesoros imaginados, y algunas personas chistosas queriendo divertirse a su
cuenta y para mas alucinarlos, han formado desde tiempo muy antiguo unos
manuscritos ridículos con el titulo de Tumbo de San Ciprián o cédula de tesoros, que pueden
muy bien compararse a las cédulas de lotería, en las que con algunas señales
exteriores del terreno pasan a describir lo que se irá hallando hasta cierta
profundidad y hasta dar con el moro encantado y tesoro imaginado, que unos
dicen es un carro y bueyes de oro, otros una arquilla y vasija llena de tantas
y tales monedas, y otros cuentos tan absurdos, que era imposible creerlos si no
lo hubiéramos palpado” (Balboa, 1992). Del libro de San Ciprián y su relación
con estos tesoros nos habla también Castaño Pose, describiendo con gracia toda
la ceremonia que unos valdeorreses llevan a cabo en las Médulas para con ayuda
del libro y el lector, que invoca al demonio, poder sacar un tesoro (Castaño,
1904). También del Llano y Ovalle, en 1896, menciona la gruta de la Cancela,
descubierta por unos paisanos, que era “algo así, parecido a aquellos palacios
subterraneos, que solo los moros, ayudados de genios invisibles del
encantamiento, pudieron realizar, in illo tempore, para pasmo y
asombro de las actuales generaciones; entre los cuales y muy especialmente las
que viven esparcidas por toda la región berciana, nunca faltan fantasías
privilegiadas, que lleguen a ver por el intersticio de alguna enorme peña,
correr entre prados de esmeralda, fuentes de perlas, cascadas de oro, ríos de
sangre, en cuyo ignoto fondo, gimen prisioneros, centenares de cristianos;
todos ellos, inocentes víctimas sacrificadas, sin duda alguna, por la reina y
señora de aquellas encantadas mansiones, la imprescindible y enamoradiza reina
mora” (Llano, 1896).
Para la mentalidad popular, los moros son seres
imaginarios, misteriosos y terribles, con facultades sobrenaturales y poderes
especiales para encantar a la gente y realizar hazañas prodigiosas. De las
distintas leyendas que sobre ellos se cuentan podemos extraer algunos
caracteres comunes: son pobladores antiguos, normalmente se les sitúa en
relación con yacimientos o castros; son una raza distinta a la del campesino;
no son cristianos pero tampoco son los moros históricos, pues a veces se dice
que tienen iglesias, bautizan a sus hijos y se organizan en parroquias; su
habitación, casi siempre en zonas despobladas y montañosas, es debajo de
tierra, en cuevas, que a veces se comunican con otras por decenas de
kilómetros; también habitan en fuentes: en Lillo y en Barjas existe una “Fuente
de la Mora”, de aguas buenas y abundantes (Risco, 1995; Llinares, 1990).
A veces en estas leyendas se confunden o entremezclan los
moros míticos con los moros históricos, como relata el siguiente cuento
berciano en el que los moros que habitaban el Bierzo se convirtieron, tras su
expulsión, en Moragatos. Dice así: “Os mouros ocupaban daquela fortificados
bastiois da Veiga e Balboa, impoñendo á población aborigen toda sorte de foros,
mentras eles vivían arrodeados de incarculables riquezas.
Sucedeu que un día na Treita, porriba das Ferrerias, unha
madre presentouse chorosa co xentar onde os seus fillos, que se atopaban
escadabando unha seara no monte.
–¿Qué teis, madre?– manifestaron preocupados o ve-la
aparecer así.
–¡Qué ma de pasar, qué ma de pasar! –queixábase–. Fai ben
pouco que lles tuvemos que dar unha xata, e hoi veinnos por la traseira cabeza
de gado.
Os cinco irmaos desmangaron as aixadas de sou e, cheos de
furia, saliron tras dos galafrais recaudadores. Desafiaron os mouros pra que
deixasen as terras que non lles pertenecían e, ante a negativa deles,
emprenderon unha encarnizada contenda.
A estes irmaos fóronse xuntando outros lugareños que,
providos de rudimentais armas, consiguiron escorrentalos daqueles asentamentos
e facerlles froxar cara o chancelo berciano.
Asegun fuxian en obligada escascabullada, ibanse
axuntando os primeiros insurrectos xente nova, de xeito que lograron empuxalos
hasta as proximidades de Astorga.
Ellí os mouros, xunto autros, repoñénrose, obligando ós
bercianos a regresar ás suas casas.
Os mouros, que se dedicaban á roubar e a desplumar a todo
caminante (de ahí o nome de moregatos),
sábese que, nalgunhas ocasiois, regresaban ó Bierzo en busca de tesouros que
polas presas tuveran que deixar. Muitos deles continúan aínda hoxe acubullados
nun lugar calquera, aguardando que alguén os atope” (Poncelas, 1992).
En Igüena, según Benito Suárez, hubo varios parajes que
fueron posesiones de los moros, como la Era de los Moros y la Fuente de
Moriscal, que se halla en el límite con Colinas. En este último lugar se cree
que hubo un destacamento de moros que, al parecer, dejaron allí en gran número
sus huesos. Cuando los moros se iban ya de retirada allá por tierras
granadinas, se dice que cantaban: “Allá en Igüena, en la Cuca y el Pontón de
mal pasar, queda una liga de oro para siete reinas reinar”. A causa de este
relato, un poco por aventura y ambición, hubo quien se dedicó a revolterar la
tierra por si llegara a tocar el burro la flauta. Aun existe hoy la poza del
tesouro, que fue una más de esas excavaciones (Suárez,1990).
Las actividades de los moros y moras son muy diversas. A
veces parecen llevar una vida normal: en Villar de las Traviesas iban a lavar
la ropa al “arroyo de san Lázaro”; en Salientes lo hacían en una cascada que
hay debajo de la cueva; en el castro de Cerunales (Noceda) se oye tejer a las
moras.
Éstas cocinan, crían gallinas y otros animales, van al mercado o a la feria,
como relata la leyenda que transcribe Roso de Luna del castro de Altamira, en
Villasumil (Roso de Luna, 1916)). Los moros suelen ser muy trabajadores
haciendo obras para el servicio de los pueblos. En Santibañez se conoce un
“canal del morel” (en realidad es un canal romano); en Ocero, en el “carballo”
se dice que tenían una fundición de hierro. Otras veces sus obras rayan en lo
maravilloso, como la leyenda recogida en Cabarcos, según la cual la llamada
“Peña del reloj”, una gran roca en la cumbre de una montaña, la subió hasta
allí una mora (Mañanes y Alonso,1983).
La mayoría de sus útiles de trabajo son de oro, metal del
que guardan inmensas cantidades, con el que a veces pagan favores a los
cristianos o simplemente se lo dan, con alguna condición, que los humanos
siempre incumplen convirtiéndose en carbón o excrementos, como hemos visto al
hablar de las señoras. Los moros viven en cuevas subterráneas guardando
fabulosos tesoros. En algunos lugares ese tesoro consiste en algún animal de
oro. En el castro de Ceruñales hay una cabra escondida, en Pieros una corza de
oro lo mismo que en el Corón de Quilós, en Páramo del Sil unas mulas de oro
junto a una bola tan bien de oro, en Castañeiras y Villanueva (Balboa) un yugo.
A veces las leyendas encierran un carácter moralizador, pues el tesoro,
escondido en un arca, se acompaña con otra arca llena de un gas venenoso. Si
aciertas, lo conviertes en rico, pero si te equivocas mueres o envenenas a todo
el país, como ocurre con las leyendas recogidas en Villar de las Traviesas, El
Valle Tedejo o Turienzo Castañedo (Mañanes y Alonso, 1982).
LA
BRUJERIA EN TIERRAS BERCIANAS
MANUEL
E. RUBIO GAGO
FRANCISCO
J. RÚA ALLER
Si tuviésemos que definir el significado de la palabra
bruja o meiga en un sentido puramente sencillo, tal vez dijésemos que se trata
de un nexo o eslabón entre dos mundos: el racional, real y cotidiano, y el
mundo sobrenatural y mágico. Ahora bien, para que nuestra definición se
adaptase más a las brujas leonesas, tal vez seria conveniente matizar algo más
la respuesta.
La bruxa o meiga leonesa
no pasaría, en muchos casos, de ser una pobre mujeruca poco agraciada
físicamente, ya entrada en años y que suele vivir sola en un lugar apartado del
pueblo o de la aldea; que por razones de salud “se olvida” de acudir cada
domingo a los oficios religiosos y que no se relaciona habitualmente con sus
convecinos. Las gentes en estos casos, deseosas de buscar una causa
supersticiosa a determinados desastres cotidianos, no dudara en afirmar que vio
a la tía fulana convertirse en gato negro para arrebatarle las
gallinas de su gallinero, o saber que “miro mal” a alguien que repentinamente
acaba de enfermar sin causa aparente.
A caballo entre la realidad y la magia, en las paginas
que siguen trataremos de acercamos con cautela al mundo supersticioso de la
brujería berciana, con sus características concretas, las artes maléficas de
las bruxas y sus modos de obrar entre sus convecinos, sin olvidarnos, en
cualquier caso, de los diversos procedimientos que la sabiduría popular logró
diseñar para preservarse de las hechicerías o contrarrestar el mal de ojo y
otros oficios de las siervas del Diablo.
las artes de las brujas
Sin entrar en profundidades en tomo a la historia de la brujería
y su evolución en León y otras provincias, podríamos afirmar que el objetivo
principal de las brujas es hacer el mal a todo y a todos los que les rodean, a
fin de complacer a su Señor de las Tinieblas, el Diablo. Su acción
maléfica se extiende no solo a las personas sino también sobre animales,
plantas y propiedades. Acerca de los hechizos de las brujas dice Caro Baroja
que “es la más clara expresión de la magia. Y pocas regiones debe de haber en
las que esta no haya sido ejercida por sus habitantes en mayor o menor escala”.
La metamorfosis
Apuleyo afirmaba que “las brujas de Tesalia ejercían su
poder sobre la Naturaleza inanimada y, para llevar a cabo sus maldades, podían
transformarse en perros, aves y moscas y
entrar en las casas de modos extraños, quitando las entrañas a los cadáveres,
que luego emplearían en sus hechizos”.
En los pueblos del Bierzo la forma o “disfraz” más
frecuente que adoptan es la de gatos negros, aunque también en carneros, lobos,
aves e incluso en moscas, guardando, en este ultimo caso, relación con
las meigas chuchonas gallegas.
En Albares de la Ribera cuentan que la tía
Pardala, una conocida bruja del lugar, convertida en gato negro, entraba
por la gatera de las casas para hacer sus fechorías durante la noche. El relato
que nos contaron dice así:
“Un día, después de hacer tío Barrigas el
caldo para su mujer, que estaba enferma, observó que inexplicablemente había
desaparecido la carne del puchero. El pobre hombre andaba todo preocupado y no
se le ocurría nada que justificase aquella desaparición.
Los hechos se repitieron varios días más y el anciano
decidió investigar el caso.
Cada noche recorría los alrededores de la casa tratando
de dar con el ladronzuelo. Una de esas noches escucho un misterioso ruido
dentro de la vivienda que le puso en alerta. Se situó al lado de la gatera y
esperó a que saliera el causante de aquel ruido. De repente un bulto negro
atravesó el agujero de la puerta y el hombre lo atrapó ágilmente con un saco.
Golpeó una y otra vez el fardel contra el suelo pensado que se trataba de
alguna alimaña, pero quedo sorprendido al oír una voz que salía del saco y
gritaba: “¡No me golpees más, tío Barrigas, que no lo volveré a hacer nunca!”.
Por lo visto era la tía Pardala, que siendo bruja hacía incursiones
por ]a noche en las casas del vecindario, bajo la forma de gato negro, para
practicar en ellas alguna barrabasada”.
En otros casos como el siguiente, las bruxas,
como se las denomina en el Bierzo, optan por convertirse en otro tipo de
animales, como es el caso del carnero. Este tipo de metamorfosis también abunda
en otros muchos puntos de la provincia leonesa, así como en Galicia:
“Yendo un hombre con su ganado hacia Valdelouro –cuenta
Manuel Rodríguez– se le apareció una guapa mujer que, tras preguntarle hacia
donde se dirigía con sus reses y aquél responderle, la mujer, que era bruxa,
le advirtió que cambiase su itinerario pues le auguraba una desgracia. Haciendo
caso omiso el ganadero fue por donde no tenía que ir y le salió un carnero
negro que comenzó a espantarle las vacas. Cuando el hombre quiso aproximársele
para golpearle con un palo, el carnero desapareció dejando una gran humareda.
El hechizo del “mal
de ojo”
Una de las antes mas peculiares de las bruxas es
el poder de echar el mal de ollo a sus victimas.
Se entiende por tal la acción dañosa que las brujas
ejercen por medio de su “mal mirar” a las personas que envidian o les han
causado algún daño. A este respecto afirma fray Martín de Castañeda en el siglo
XVI que el “mal de ojo” no es precisamente una hechicería sino más bien el
producto de una disposición corporal del que mira a otra persona. Esto sucede
porque cuando, particularmente los niños, reciben el aojamiento es porque
muchas personas lanzan con sus miradas las impurezas y suciedades mas fútiles
del cuerpo, que tienen efectos venenosos.
Por ello las madres procuraban guardar a sus hijos de las
miradas y trato con viejas solteronas, pues, al parecer, son las que mayormente
producen tales impurezas. Por su parte el marques de Villena definía este
fenómeno como “vileza del espíritu visible, inexpresión de más lejos y
difusión”.
Muchas veces el efecto negativo que causa el “mal de ojo”
en la víctima es más bien su predisposición aprensiva o sugestiva sobre quien
se sospecha es bruja. Algunos autores explican el “mal de ojo” desde el aspecto
puramente parapsicológico como una especie de vampirismo psíquico que ciertas
personas de avanzada edad practican sobre otras más jóvenes; tal vez en el
deseo de autosupervivencia aprovechando el aura que envuelve a los cuerpos
jóvenes.
Sobre este particular cuenta Alonso Ponga que en
Ponferrada había una mujer, la tía Jesusona, que tenía
fama de echar el “mal de ojo”. Vivía sola y su pasado era misterioso. Mientras
los niños la observaban con recelo, los mayores la miraban con descaro, pues
decían que “cuando una persona te mira con malos ojos, si la aguantas la
mirada, entonces todo el mal que te manda vuelve hacia ella, vuelve a donde
salió, causando el daño a quien produce el mal.
En una ocasión, nos relata Manuel Rodríguez, “venía
la tía Maria de ordeñar la única vaca que daba leche. Al mismo
salir de la cuadra con el puchero se le acercó una mujer diciéndole que le
tenía que vender la leche. Ella se negó porque lo necesitaba para la cena. Al
llegar a la cocina comprobaron todos los de la casa cómo en el puchero de
ordeñar no había leche sino sangre”.
La relación de las brujas con la leche, ya sea
apoderándose de ella o estropeándola, explican algunos autores, como es el caso
de Marino Ferro, es porque la leche es blanca, color asociado con la pureza y
con el Bien, siendo además un elemento nutritivo de primera necesidad. Por tal
motivo dejar sin leche a personas o animales significaría matarlas. De esta
forma las crías muertas estarían a disposición plena de las brujas.
Otra de las habilidades mas comunes que se les atribuye,
además de las ya descritas, es la del vuelo que hacen para acudir a los
aquelarres o reuniones brujeriles. Para poder acudir a estas reuniones habrán
de embadurnarse ciertas partes del cuerpo –muñecas, axilas y cuello– con unos
ungüentos o electuarios elaborados con sustancias todas ellas alucinógenas:
acónito, belladona, cicuta, ruda, fumaria, jusquiama, eneldo, opio, etc. Estos
ingredientes se mezclaban con enjundia (grasa) de gallina o de gato negro y en
ocasiones humana, concretamente de niño, a fin de dar al preparado consistencia
de bálsamo. No obstante, este tipo de vuelo se entendía más como extracorpóreo
o astral que físico.
aquelarres
o conventículos y misas negras
Otro de los oficios brujeriles consiste, como hemos
visto, en reuniones que en ciertas fechas clave celebraban las brujas: son los
aquelarres, palabra de origen vasco que se compone de “aker” (macho cabrío) y
“larre” (prado). Es decir, alude dicho significado al campo, como lugar donde
se lleva a cabo la reunión y macho cabrío, que suele ser la forma
que adopta el Diablo para presidir dicho acto.
A través de la historia y en cada cultura se han venido
denominando a este tipo de rituales con claro matiz sexual de otras muchas
formas. Así Fray Lope Barrientos en el siglo XVI las denomina conventículos;
frecuentemente se les cita como sabbats, aludiendo a la famosa
fiesta judía que se celebra los viernes por la noche. En nuestros pueblos es
muy frecuente encontrar testimonios donde se denominan arenales.
Para hacer la reunión o arenal se suele
elegir un lugar apartado de la aldea. Las fechas proclives para estas
celebraciones de tipo orgiástico suelen ser los viernes
a media noche, prolongándose hasta el amanecer del sábado. También se celebran
la noche de San Juan, festividad pagana del solsticio de verano. A tales
reuniones acudía el Maligno que adoptaba determinadas formas, siendo la más
frecuente la ya descrita de macho cabrío.
El acto, en sí trata de reflejar por todos los medios una
ceremonia totalmente opuesta a la misa cristiana. Suele comenzar besando el
diablo en su orificio posterior a todas las concurrentes. Los tratados
antiguos, como es el caso del Malleus maleficarum, nos muestran
como las brujas van relatando a su Señor de las Tinieblas las maldades que han
comedido entre las gentes piadosas desde la última reunión celebrada. El
Diablo, orgulloso de tales hazañas, manda degollar un animal, generalmente un
cordero o gallina negros, mientras las asistentes beben su sangre caliente en
unos cuencos destinados al efecto. Seguidamente comienza una danza desenfrenada
que desemboca en una verdadera orgía sexual entre todos los asistentes ya que
frecuentemente acuden también meigos a estas reuniones. Actualmente
han desembocado este tipo de aquelarres en las misas negras.
En Albares de la Ribera se contaba en los antiguos
filandones que las brujas solían hacer el aquelarre en
un pago situado a las afueras del pueblo que se conocía como fuente del
Cubillo, por lo que las gentes de bien se cuidaban mucho de pasar por aquel
lugar durante la noche.
En Caboalles de Arriba existe un valle denominado Veiga
del palo. Hacia la mitad de dicho valle se encuentra una fuente llamada “de las
brujas” que ya en el siglo XVIII cita el Conde de Toreno en sus discursos
pronunciados en la Real Sociedad de Oviedo.
Pues bien, dicho lugar antaño era frecuentado por las
brujas que realizaban allí sus conventículos o aquelarres. Se
reunían, en este caso, los días 30 de abril de cada año, festividad de San
Felipe, a las doce de la noche. Para acudir a su cita se embadurnaban el cuerpo
con sus electuarios diabólicos y pronunciaban el siguiente conjuro antes de
salir volando:
“A la Veiga`l Palo
a la ofrenda`l diablo
por encima de cádavas
y por debajo de artos”.
Los lugareños, sabedores de tales reuniones, jamás
pasaban cerca de esta fuente en la noche del 30 de abril, pues creían que
serian mordidos o arañados por las brujas que luego chuparían su sangre. En
otras ocasiones la victima sería arrastrada por entre los zarzales y matojos
hasta quedar medio muerta. A la mañana siguiente los pastores acostumbraban a
acercarse a la fuente a ver si quedaban restos del festín de la noche anterior,
pues se dice que las brujas son muy dadas a comer excelentes manjares.
El arenal de
Ponferrada
En muchas ocasiones durante el aquelarre se profanaban
objetos religiosos, especialmente las Sagradas Formas consagradas que
previamente habían sido sustraídas de las iglesias.
A este fenómeno se refiere el siguiente caso, documentado
en la ciudad de Ponferrada a principios de siglo XVII que desencadenó un
proceso judicial por robo sacrílego.
Los hechos giran en torno al robo de un cáliz con
Sagradas Formas consagradas y de una arquilla de la iglesia parroquial de San
Pedro, de Ponferrada, junto al puente del río Sil. El sacrilegio dio lugar al
referido proceso que se saldó con la condena de un vecino de dicha ciudad, tras
quedar fehacientemente probados los hechos que se le imputaban.
El autor del robo era un tal Juan de Benavente que, si
bien no era natural de Ponferrada, habitaba en la calle del Rañedero, junto a
la puerta de acceso a la entonces villa, siendo por tanto parroquiano de dicha
iglesia. Sabemos que estaba casado con una tal Leonor Fernández, de oficio
mostacera. También sabemos que dicho encausado tenía por oficio criar y
adiestrar perros de caza. Uno de los testigos del proceso afirmaría ante el
Juez: “Determinado de hacer este delito,
por muchas noches antes, se entraba a rezar en la iglesia parroquial del Señor
San Pedro de esta villa, junto al puente del Sil, y se estaba rezando de noche
por muy grande espacio de tiempo: tanto, que el sacristán se enfadaba con él
porque se tardaba tanto en salir, para cenar las puertas de la iglesia y tener
cuidado con ella”. Otro testigo afirmó que con los objetos sagrados salió Juan
de Benavente hacia un campo cercano a la villa conocido como El arenal.
Se afirma que allí ocultó los bienes sustraídos entre unas zarzas y matorrales.
Durante las noches siguientes a la del robo parece que se veían muchas luces y
resplandores extraños en aquel lugar. Uno de los testigos llego a manifestar
que los resplandores eran tan vivos, que parecía que ardía el zarzal. Una serie
de acontecimientos misteriosos harán que el cáliz sea retornado a la iglesia
parroquial portándolo los fieles devotos en una multitudinaria procesión
religiosa.
Ahora bien, analizando todos y cada uno de los elementos
que configuran el relato nos lleva a la conclusión de que las Sagradas Formas
fueron robadas de la iglesia con el fin de celebrar el aquelarre o arenal,
como indica el propio nombre del pago donde aparecieron. Las extrañas luces
observadas no habrían de ser sino las hogueras de: conventículo.
Por lo demás el documento que habla de este hecho está redactado bajo la
influencia eclesiástica e intenta mitigar o disimular el trasfondo real del
fenómeno, reconvirtiéndolo en un hecho puramente milagroso que culmino con el
encuentro de las Sagradas Formas que incluso, fueron, como ya apuntamos,
restauradas al templo en una procesión piadosa.
Con el fin de evitar hechos similares y muy frecuentes en
aquella época, la Iglesia hubo de promulgar diferentes sínodos a fin de
poner sub fideli clavi los Santos Sacramentos, como es el caso
del de Pedro Manuel, de 1526, donde en el título XXVII viene a decir:
“...et asimismo mandamos que se guarde las aras et
corporales, cálices y vestimentas tras llave et en lugar decente y honesto,
porque algunas personas malas desean aver la Eucharistía et olio et crisma et
parte de las aras et corporales y de las otras cosas sobredichas para hazer
maleficios y echicerías”.
El Campo de las
Danzas
Se conoce con este nombre a una zona situada en las
cercanías de Ponferrada. El nombre proviene de una antigua costumbre religiosa
desaparecida ya que se celebraba todos los años con motivo de la festividad de
la Virgen de la Guiana, imagen que perteneció al monasterio de San Pedro de
Montes. Dicha costumbre, nos dice Julián Sanz Martínez, consistía en subir a la
Virgen desde el pueblo hasta la cumbre de la Guiana para depositarla en una
ermita que hay en el monte. Terminada la procesión y la fiesta religiosa que se
celebraba en dicha ermita, los vecinos de los pueblos del contorno –San Pedro
de Montes, San Adrián de Valdueza y Ferradillo bajaban al Campo de las Danzas
“para dedicarse a cosas profanas”. Allí, tras la comida, regada con abundancia
de vino, se comenzaba a danzar al son de pitos y panderos hasta bien entrada la
noche que se iluminaba con hogueras. Este fenómeno lo interpreta Sanz Martínez
como un vestigio de las viejas danzas ancestrales relacionadas con alguna
deidad pagana que mas tarde sería cristianizada por la Iglesia, tal como sucede
en otros muchos casos. También se cuenta que este lugar era elegido por
las bruxas bercianas para celebrar el aquelarre.
defensa
y remedios contra las brujas
La sabiduría popular siempre ha tratado de valerse de
ciertos objetos y procedimientos para preservarse o, en el peor de los casos,
contrarrestar el efecto negativo y perjudicial de las brujas. También se han
valido de la palabra, mediante el conjuro, o de determinados objetos
religiosos, entre los que aparecen las reliquias de determinados santos, a modo
de profiláctico, para paliar los aojamientos y hechizos brujeriles.
Pero
antes que nada había que saber quienes eran brujas y quienes no lo eran. Por
ello se diseñaron una serie de procedimientos a fin de poder identificarlas
claramente y sin ningún género de duda.
La creencia generalizada afirma que cuando al final de la
misma el cura se le olvida cerrar el misal, las brujas que se encuentren en el
interior de la iglesia no podrán salir de ella hasta que alguien lo cierre.
Algo parecido a lo anterior sucede en los pueblos
bercianos –afirma Manuel Rodríguez– cuando durante la misa alguien echa en la
pila del agua bendita una piedra, ya que hasta que el propio sacerdote no la
retire de dicho lugar, todas las brujas que en ese momento se encuentren en el
interior del templo no lo podrán abandonar. El mismo efecto se producía si el
cura al final del oficio religioso dejaba el misal al lado izquierdo.
Las defensas con
objetos sagrados
Se basan en que los ataques de las brujas, siervas del
Diablo, pueden ser contrarrestados por la omnipotente fuerza de Dios
transmitida o reflejada en los objetos sagrados.
Costumbre muy arraigada en los pueblos del Bierzo y, en
general, en toda la provincia leonesa, era el pintar cruces en las puertas de
las viviendas y establos. Pero tal vez la cruz con mayor poder contra las
brujas, según la sabiduría popular, sea la Cruz de Caravaca, como hemos visto
anteriormente.
Otra de las defensas sagradas consiste en colocar ramos
de loureiro (laurel) bendecidos en la misa del Domingo de
Ramos en los establos, a fin de preservar al ganado de la acción dañosa de las
brujas. Además están los amuletos, ya vistos en otro capitulo anterior: figa de
azabache, cuernos de coral rojo, piedra de la leche, cédulas
benditas o nóminas, etc., etc.
Los fumazos y
sahumerios
Otra de las formas de combatir las artes maléficas de las
brujas era el fumazo o sahumerio, basado en la
antigua creencia de que el humo de ciertas substancias purifica o limpia de
impurezas. Los elementos que se utilizan en los fumazos, casi todas
ellas de olor repugnante y nauseabundo, pretendían contrarrestar el efecto
negativo del mal de ojo en la arcaica creencia de que “el mal se combate con el
mal”. De esta forma dichas substancias pestilentes se quemaban antaño a la
puerta de las casas y de las cuadras del ganado en caldero de cobre, a fin de
que el humo que desprendía ahuyentase el efecto negativo de las brujas.
En Villar de las Traviesas se afumaba a
las gentes para evitarles los efectos del aojamiento quemando ramos de laurel
bendecidos en la iglesia el Domingo de Ramos.
Los pastores bercianos salían a recoger cada mañana de
San Juan ciertas hierbas aromáticas empapadas aún de rocío. Al atardecer de ese
mismo día quemaban dichas plantas mezcladas con azufre o cuernos de cabra,
mientras que lanzaban el siguiente conjuro:
“Si eres bruxa te arreniego,
si eres demo vaite al infernu”.
En otros lugares del Bierzo, como es el caso de Pereda de
Ancares, el fumazo se hacía con los siguientes ingredientes:
Herbas del aíre, bieito (saúco),
incienso, un pollo sin plumas, los excrementos de una gallina, un ramo
bendecido el Domingo de Ramos, que era guardado durante todo el año en las
casas y unos palitos de madera de la iglesia. Dichos ingredientes, una vez
prendidos fuego en el caldero y aspirado su humo, de fuerte olor desagradable y
fétido, se dejaban a la vista a fin de que si alguna bruja se hallaba cerca se
alejase inmediatamente de aquel lugar.
Por fin otro tipo de defensa consistía en aspersar cada
una de las estancias de las viviendas y de los establos con agua bendita que
muchas veces proporcionaba a los vecinos el cura párroco en unos frasquitos,
cuando cada semana renovaba el agua de la pila de la iglesia. También era
frecuente aspersar agua salada en la misma forma anterior cuando no se disponía
de agua bendita, ya que la sal, al ser uno de los elementos que se emplean en
el Bautismo, siempre poseyó, en la mentalidad supersticiosa de las gentes,
propiedades contra el mal producido tanto por los malos espíritus como por las
brujas.
la
transmisión de poderes de las brujas
Se cuenta que cuando una bruja muere todos los poderes
que posee se los traspasa a una mujer joven de su familia que, automáticamente,
quedaría convertida en bruja. La transmisión de estos poderes se produce en el
preciso instante en que fallece la bruja, estrechando fuertemente la mano de la
elegida como su sucesora. No obstante había una forma de evitar esta
transmisión de poderes y consistía en que en vez de estrechar la mano, la joven
pusiese en su lugar los ramajes de una escoba. De esta forma los poderes
pasarían a la escoba que inmediatamente habrá de ser lanzada al fuego. Dicen
que cuando esto sucede la escoba emite unos fuertes chillidos y se retuerce
revolviéndose entre las llamas.
los
conjuros contra el mal
El remedio mas empleado, muy a menudo contra las artes
brujeriles y espíritus malignos, amén de plagas y otros muchos eventos
negativos, eran los conjuros. El conjuro no era sino una forma de magia
canalizada mediante la palabra. Son muchos los tipos que podemos encontrar,
como muchas son también las aplicaciones que prescribe la mentalidad popular.
No obstante debemos distinguir dos aspectos:
Como contraposición a la brujería negra siempre hubo una
brujería blanca
o “buena”. Así ciertas meigas benéficas emplearían la magia para hacer el bien,
siendo las poseedoras de procedimientos para poder diagnosticar a las gentes su
posible aojamiento o hechizo.
Personajes peculiares estas meigas entremezclaban a
menudo sus conocimientos curanderiles a base de plantas curativas y pócimas con
los conjuros y otros remedios supersticiosos contra la enfermedad. El mal
de ojo lo diagnosticaban pasando el agua por el
cuerno de alicor que ya hemos visto en un capitulo anterior: si salían burbujas
del agua era porque la persona en cuestión había sido hechizada por una bruja.
En ese caso era conveniente utilizar un talismán confeccionado al efecto y
recitar al paciente una serie de conjuros específicos. En muchas zonas del
Bierzo era frecuente emplear los siguientes:
“Tres te han ojado,
cuatro te desojarán:
Jesús, José, María
y la Santísima Trinidad”.
O también se solía emplear el siguiente conjuro,
dependiendo, en todo caso, de quien lo utilizase y, por supuesto, del tipo de
hechizo que se le hubiese practicado al paciente. En ciertos casos, como el
siguiente, se empleaban plantas curativas, en este caso los ajos, que siempre
tuvieron fama de combatir los efectos de las brujas, debido a so fuerte olor y
sabor picante:
“Estás mal
de una mirada,
te la voy a cortar
de una manada.
Por la gracia de Dios
y santa Ana
que todo lo cura
y todo lo sana.
Con este ajo ajero
que corta lo malo
y deja lo bueno”.
El conjuro de la
queimada
Finalmente haremos mención a otro tipo de conjuro
empleado contra las bruxas. En este caso, aunque el origen es más
bien gallego, tanto por proximidad geográfica como por afinidad etnográfica, es
posible localizarlo en distintos puntos del Bierzo. He aquí una de las muchas
versiones existentes, en este caso recogida en Villafranca:
“Mouros, coruxas, sapos e bruxas.
Demos, trasgos e diaños, espritos das
nevoadas veigas.
Corvos, pintigas e meigas, feitizos das
menciñeiras.
Proves cañotas furadas, fogar dos vermes e
alimañas.
Lume das santas companas, mal de ollo, negros
meigallos.
Cheiro dos mortos, trueno e raios.
Cubeo do can, pregón da morte, fuciño de
sátiro e pe do coello.
Pecadora lingua da mala muller casada cun
home vello.
Avemo de Satán e Belcebú,
lumes dos cadáveres ardentes,
coros mutilados dos indecentes,
peidos dos infernales cus,
muxidos da mar embravecida.
Barriga inútil da muller solteira
falar dos gatos que andan a xaneira,
quede lla porca da cabra mal parida.
Con este fol levantarei as chamas desde lume
que asemella ao do inferno, e fuxiran as
bruxas
a cabalo das susas escobas,
índose bañar no praia das areas gordas.
¡Oíde, oíde! os ruxidos que dan as que non
poden
deixar de queimarse no agordente quedando así
purificadas.
E cando este brebaxe baixe po las nosas
gorxas,
quedaremos libres dos males das nosas ialmas
e de todo enbruxamiento.
Forzas do aire, terra, mar e lume,
a vos hago esta chamada:
Si e verdade que tendes mais poder ca
humana xente, eiquí e agora, facede cos espritus dos amigos que están fora,
participen con nos de esta queimada”.
la
actitud de la iglesia ante la brujería
Se puede afirmar que la mayor parte de las prácticas
heterodoxas, entre las que destaca la brujería, poseen en muchos casos un claro
antecedente pagano. En el caso que nos ocupa no habría de ser sino una serie de
practicas paganas relacionadas en muchos casos con la fertilidad que, con el
devenir de los siglos y con la influencia claramente cristianizadora de la
Iglesia, fue derivando en sus formas y usos hacia un aspecto puramente
folklórico, tal como hoy lo conocemos. Este tipo de creencias y ritos paganos a
que hacemos alusión, perseguidas y reprimidas con contundencia por papas y
reyes, no pudiendo, en muchos casos, ser “reconvertidas”, irán degenerando a lo
largo de los siglos hasta la época actual.
Recordemos que ya en el siglo VI el discurso de San
Martín de Dumio, arzobispo de Braga (Portugal), con jurisdicción en toda
la Gallaecia, titulado De correctione rusticorum, arremete
contra este tipo de prácticas paganas aun presentes en la idiosincrasia
popular. Prueba del binomio poder eclesiástico-poder político existente en la
Alta Edad Media es el Chronicon alberdense o emilianense, en que el
rey asturiano Ramiro I impone pena de fuego a todos aquellos que practiquen la
magia.
En 1478 el papa Sixto V dictara la bula que permitirá a
los Reyes Católicos la creación del Santo Oficio que
hasta su definitiva abolición en España, en 1834, sembrara de procesos
inquisitoriales y, por supuesto, de victimas inocentes de tales barbaries toda
la geografía hispana, con personajes tan famosos como los inquisodores Tomás de
Torquemada, Torralba o Avellaneda. Las Constituciones Sinodales de los
obispados de León, Astorga y Santiago nos muestran testimonio fiel de ese afán
de la Iglesia por condenar las prácticas mágicas y supersticiosas tanto del
clero como de los propios feligreses.
En la actualidad aun se conservan como vestigios de un
pasado no muy lejano en el tiempo ciertos tipos de leyendas y relatos en tomo a
las brujas, pasados, eso si, por un tamiz de lo imaginario y de la religiosidad
popular. Atrás quedan los terroríficos procesos inquisitoriales y los Autos de
Fe, los ritos de fertilidad paganos, relacionados con el ciclo agrario,
herederos de un pasado tan remoto como el hombre mismo y los rituales mágicos
contra el mal. Todo pertenece ya a un pasado que las generaciones futuras jamás
deberían olvidar. Solo la mentalidad de los mas ancianos aun conserva indeleble
al paso de los años, en la más pura tradición oral, todo el entramado mágico y
supersticioso que no deja de ser un aspecto mas de la cultura de los pueblos,
algo que debe quedar siempre imborrable a fin de no dejar perder nuestras señas
de identidad y nuestra herencia antropológica.
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