martes, 5 de mayo de 2020


MITOLOGÍA BERCIANA 1

Y

BRUJERÍA BERCIANAS



Mircea Eliade señala que los mitos son respuestas a las cuestiones mas profundas y graves de una comunidad, como explicar por ejemplo los orígenes del hombre, su destino, el del mundo, la realidad del más allá, etc. El mito centra su naturaleza en el relato, considerado verdadero y sagrado, de las hazañas de dioses y héroes sobrenaturales, refiriéndose siempre a una creación que explica el origen de todo lo creado, de todas las cosas. Además, el mito, de un modo u otro, es “vivido”, esto es, supone una experiencia “religiosa” por parte de quien habla y de quien escucha, en definitiva de toda la comunidad, pues su finalidad última es el mantenimiento de la cohesión del grupo humano que lo creó. Cuando en las formulaciones míticas opera la necesidad de localizar la acción en un ámbito espacial determinado, nos encontramos con la leyenda. Esta refiere hechos dotados, la mayor parte de las veces, de un trasfondo histórico pero siempre extraordinario, en el que los personajes, envueltos muchas veces en un mundo mágico, son individuos humanos determinados, hombres concretos e incluso vulgares. Para Van der Leeuw la leyenda es un mito que se ha quedado colgado en algún lugar o en algún hecho histórico. Mientras que el mito esta eternamente presente, la leyenda se refiere al pasado. El cuento, por último, lo sintetiza Van Gennep como un recitado maravilloso y fabuloso, en el que el lugar de la acción no esta localizado, es además intemporal, en el que los personajes no están individualizados, respondiendo a un concepto infantil del mundo y en el que hay una indiferencia moral absoluta (Cuenca, 1976).
En el Bierzo abundan los cuentos, existen algunas leyendas pero es difícil hablar de mitos, pues su cultura popular se encuentra hoy en proceso de descomposición, como ocurre también en las regiones limítrofes. Por eso, y refiriéndose a Galicia, Mar Llinares prefiere utilizar el concepto de “imaginario popular”, concepto que no excluye la relación con las construcciones míticas de otras culturas; más bien al contrario, lo imaginario colectivo se construye mediante el pensamiento simbólico o mítico, distinto del racional o conceptual. El acto de imaginación mítica tiende a dar una respuesta a las diferencias que se perciben en lo real, y lo hacen organizando lo real en un todo armónico (Llinares,1990).
Nada hay de singular en ese “imaginario popular” berciano, pues muchos de los mitos, leyendas, cuentos y especialmente ritos, que no son sino restos de un mundo mítico desarticulado o desaparecido, que nos hablan de la pervivencia de ciertos cultos paganos, la existencia de seres míticos (trasgos, ondinas, xanas, rañubeiros) o razas míticas (gigantes, enanos y mas frecuente moros), los encontramos en todos las regiones limítrofes. El Bierzo no constituye, pues, ninguna singularidad, sino que forma parte de un ámbito cultural mucho más amplio, que probablemente ahonda sus raíces en el mundo protohistórico; en concreto en el mismo ámbito cultural y religioso de galaicos, cántabros y astures, sobre el que más tarde se superpondrían la religión romana y el cristianismo.
En laAntigüedad, el Bierzo formó parte de un territorio denominado Asturia, cuyos habitantes, los astures, fueron un pueblo autóctono pero sobre el que se superpusieron elementos culturales –y probablemente étnicos– indoeuropeos y célticos, de manera semejante a otros pueblos del Noroeste. De uno de estos, los galaicos, dice Strabón que no tenían dioses y que sus vecinos daban culto a un dios innominado. Martín de Dumio, en el siglo VI, criticará la superstición de estos pueblos que adoraban las rocas, los árboles, las aguas y las encrucijadas. Estos dos datos han llevado a suponer que los galaicos eran ateos, y que sus vecinos, los astures, tenían una religión de carácter naturalista. Ni una cosa ni otra son ciertas. Como señala Mircea Eliade, el objeto de culto es siempre un dios, independientemente de la forma bajo la que sea representado o del lugar en el que reciba culto. El innombrar a ciertos dioses se debe a que sus nombres eran tabú; el encender velas en los caminos o adorar una roca, por otra parte, no supone que la religión tenga un carácter naturalista, pues lo que se adora no es la roca o el árbol, sino al dios que en ellos se manifiesta por medio de una teofanía (Eliade, 1981).
Los astures eran politeístas y buena prueba de ello es la variedad de dioses que conocemos. En el Bierzo, las lápidas epigráficas citan los nombres de Bodo, Deganta, Mandica, Camenio, Tutela Bolgense y Cossue, a los que podríamos añadir otros conocidos por la toponimia: Candamio (La Candamia de las Puentes (Igüena), Pico Candanedo en Foncebadon, Candanedo en Santa Marina del Sil); Cemunnos la Cemada (Cadafresnas), Cerneiro (Páramo del Sil); Bodo (además de la lápida que lo menciona, Altar de Bodos cerca de Viñales), Lug (cuesta de Lugo en Camponaraya), Cabar (Cabarcos), Taranis (Pico Tara en Cabarcos, Pico Taragudo en Folgoso de la Ribera, Fuente Taraneiros en Susañe del Sil). De la mayoría de estos dioses no conocemos más que una sola referencia epigráfica, pero de Cossue se han hallado ocho lápidas en la zona de Bembibre, y una en Laciana.
¿Qué relación tienen estos dioses con la organización política y social de los astures? No esta muy claro, pero posiblemente existieron dioses de gentilidad, de gens e incluso comunes a todo el pueblo astur. De estos últimos eran Lug y Taranis; es probable que también Cossue, cuya forma Coso, aparece en otros lugares del territorio astur. Todos ellos son dioses guerreros, asimilados a Marte, dios de la guerra, y al que se le ofrecían sacrificios de animales e incluso humanos, como señala Strabón. La diosa Deganta y la Tutela Bolgense, que aparecen en dos lapidas de Cacabelos, son dos diosas propias de una gentilidad y por tanto con un radio de acción pequeño. Lo mismo podríamos decir de la diosa Mandica (Ponferrada) y tal vez del dios Bodo (Villadepalos). Estos últimos tenían un carácter pacífico y salutífero (Blázquez); velaban por la salud y el bienestar de los miembros de la pequeña comunidad que los adoraba (Miguel y Balboa, 1994).
La inserción del Bierzo en el mundo romano supuso una transformación lenta de sus creencias religiosas. Durante largo tiempo pervivieron los viejos dioses indígenas, como lo demuestran las menciones de los mismos en lápidas de época romana. Según Mangas, “durante el Imperio, cuando estas creencias indígenas eran sostenidas por creyentes latinizados y al menos formalmente romanizados, fueron expresadas siguiendo prácticas romanas, pero aún en esos casos, el indigenismo aflora de manera ostensible; las creencias funerarias son una buena muestra” (Mangas, 1978). Sin embargo, hay cambios evidentes. No solo en el hecho de que las propias lápidas estén escritas en latín, la lengua de los conquistadores, sino que incluso algunos de esos mismos dioses empiezan a sufrir “interpretaciones”, para asimilarlos a los dioses romanos, como sucede con la Tutela Bolgensis, pues Tutela es una diosa romana que se aplica a un pueblo prerromano, los bolgenses.
Mas importante, si cabe, fue la introducción de dioses claramente romanos o difundidos por todo el Imperio, como el Jupiter Dolichenus de la lápida de Villadecanes, el Júpiter Optimo Maximo de la de Torre del Bierzo o el Júpiter de la lápida de los Queledini de San Andrés de Montejos. A estos habría que añadir la generalización de la creencia en los dioses manes que aparecen en numerosas lápidas funerarias, bajo las siglas D.M.S. (consagrada a los dioses manes); la creencia en los dioses lares, como atestigua la lapida encontrada en Castro Ventosa y que se encabeza con un La/Pat, y cuya lectura puede ser La(ribus) Pat(rii); o el culto a Mercurio que refleja el ara hallada en Villar de los Barrios. No faltan, en una zona de numerosos soldados y emigrantes, dioses de carácter oriental y mistérico, que llegan al Bierzo de la mano de soldados, administradores y comerciantes; entre estos dioses tenemos referencias al culto tributado a Isis y Serapis, por una lucerna encontrada en Cacabelos. También con ellos, un poco más tarde, llegarán el cristianismo y otras creencias religiosas de suevos y visigodos, todos los cuales dejaran su impronta en el mundo de creencias de los habitantes del Noroeste.
la pervivencia de cultos paganos

Con la llegada del cristianismo se produce un lento proceso de desintegración del viejo mundo de creencias de los astures romanizados. La conversión a la nueva religión fue un proceso lento de evangelización, en el que no faltaron la represión y la cristianización de antiguas creencias, cultos y santuarios. De la esfera oficial, es decir de las clases altas de la sociedad, desaparecieron los viejos dioses, pero el pueblo los conservó si no como tales dioses sí como seres benéficos en algunos casos, maléficos en otros (diablos o diablillos) y sobre todo siguió practicando los antiguos ritos de fertilidad, curación o apotropaicos. Fernández Conde señala que “los efectos perturbadores y maléficos de los espíritus o dioses indígenas se cohíben frecuentemente a base de conjuros, pero las formulas conjuratorias usadas son siempre cristianas” (Fernández Conde,1981). La influencia del cristianismo en el mundo religioso tradicional se revela también en otros fenómenos puestos de relieve por varios investigadores hace bastante tiempo, por ejemplo procurando desplazar y transformar las prácticas y rituales paganos por el procedimiento de la sustitución, lo que podemos ver en el caso de las fiestas. Puede asegurarse que las fiestas celebradas los primeros días de mayo (Árbol de Mayo, Cruz de Mayo) no son el resultado de creencias cristianas sino restos de creencias paganas que o bien pervivieron como tales o fueron cristianizadas. Esas celebraciones recuerdan la fiesta celta de Beltene (1 de mayo) o las Floralia en honor de la diosa romana Flora. Lo mismo podríamos decir de los carnavales, la noche de San Juan, el día de los difuntos, etc. (Mangas, 1978).
De igual modo el cristianismo erigió sus iglesias y santuarios cerca de centros de culto autóctonos. En el Bierzo no es extraño encontranos con ermitas o antiguos monasterios en los viejos yacimientos castreños: San Pedro de Montes en el Castro Rupiana, San Saturnino (Corullón), Santa Bárbara (Borrenes), San Martín (Lombillo), San Juan de Vilarello (Carucedo), San Mamed (Espinoso de Compludo), Nª Sª de la Asunción (Cueto), Nª Sª de Naraya (Fuentesnuevas); o los numerosas referencias a santuarios marianos en montañas o zonas elevadas, casi siempre, como veremos, al pie de una fuente y con algún árbol (tejo, olivo, roble) cerca: Santuario de la Aguiana, el de las Nieves o el de la Virgen de la Peña. Hablando de este ultimo señala el P. Flórez, en el siglo XVIII, “y porque nada vacase en aquel territorio (del Bierzo), hasta los peñascos más encumbrados sirven a algún santuario”.
Prisciliano, de probable origen gallego y obispo de Ávila, comenzó en el 379 a predicar un cristianismo ascético, criticando la conducta licenciosa de los clérigos, lo que le atrajo algunos seguidores pero también muchos detractores, los cuales lograron que se le condenara a muerte en Tréveris en el año 385 junto a varios discípulos, acusados de practicar ritos mágicos, pronunciar conjuros sobre las primicias de las cosechas, consagrar un ungüento con imprecaciones a la luna y al sol; también se les acusó de reuniones con mujeres y de andar de noche, así como leer libros peligrosos y apócrifos en los que sostenían que Dios no es responsable directamente de todo lo bueno que ocurre en el mundo o que es el diablo quien causa los fenómenos atmosféricos. Pese a su carácter herético, el priscilianismo fue un poderoso movimiento de cristianización del Noroeste, aunque sería reiteradamente condenado por diversos concilios. Otero Pedrayo, cree que fue tal vez un movimiento de adaptación de la religiosidad celta al mundo católico y no un ensayo de doctrinas extrañas (Armesto, 1994).
A través de las condenas del priscilianismo conocemos la pervivencia de prácticas paganas en esta zona del Noroeste Peninsular, especialmente entre los campesinos, en la época sueva y visigoda. Así, en el I Concilio de Braga, del año 561, se dice: “Si alguno cree que el diablo ha hecho en el mundo criaturas y que el de propia autoridad produce los truenos, relámpagos, tempestades y sequías, como afirmo Prisciliano, sea anatema” (c. VIII); “Si alguno cree que las almas y los cuerpos humanos están ligados a los hados celestes, como afirmaron los paganos y Prisciliano, sea anatema" (c. IX). El II Concilio de Braga, del año 572, recalca la critica y pervivencia de tales creencias: “Si alguno, siguiendo la costumbre de los paganos, introdujere en su casa a adivinos y sortilegios, para que pagan salir fuera al espíritu malo, o descubran los maleficios, o realicen las purificaciones de los paganos, hará penitencia cinco años” (c. LXXI); “No está permitido a los cristianos el conservar las tradiciones de los gentiles ni festejarlas, ni tampoco tomar en cuenta los elementos, o el curso de la luna, o de las estrellas, o la vana falacia de los astros, para la construcción de su casa, o para la siembra o plantación de árboles, o para la celebración del matrimonio...” (c. LXXII); “No esta permitido celebrar las perversas fiestas de las calendas ni entregarse a las diversiones gentiles, ni cubrir las casas con laurel o con el verdor de los árboles, pues todas estas prácticas son del paganismo” (c. LXXIII); “No está permitido al recoger hierbas que son medicinales, hacer uso de algunos supersticiones o encantamientos...” (c. LXXIV) (Vives, 1963).


Este II Concilio estuvo presidido por san Martín de Braga. A instancias de Polemio, obispo de Astorga, se le pidió a aquel que redactara una pastoral sobre el origen y daño de los ídolos, para ayuda de los obispos en el cumplimiento de los preceptos del concilio. Su respuesta seria el celebre De correctione rusticorum, libro que nos permite conocer como todavía en el siglo VII perduraban muchas creencias paganas, que el santo relacionaba con el diablo: “Pues encender velas junto a las piedras, a los árboles, a las fuentes, y en las encrucijadas ¿qué otra cosa es sino culto al diablo? Los actos de adivinación y los augurios y el celebrar el día de los ídolos, (...) Festejar las Vulcanales y las Calendas, adornar mesas y poner ramas de laurel, prestar atención al pie que se usa, derramar grano y vino en el fuego sobre un tronco y poner pan en las fuentes, (...) Que las mujeres invoquen a Minerva mientras tejen, que elijan el día de Venus para sus nupcias y que presten atención a que día se ponen en camino. (...) Hechizar hierbas para encantamientos e invocar los nombres de los demonios al hacerlo, ¿qué otra cosa es sino culto al diablo?” (San Martín, 1981).


En ese siglo en el que san Martín de Braga atestigua la pervivencia de viejos cultos paganos, en las vaguadas de los montes Aquilianos iniciaba san Fructuoso su labor cenobítica, erigiendo los monasterios de Compludo y Rupiana, este en el castro rupianense; labor que tras la conquista musulmana reemprendería san Genadio. Durante los siglos IX al XI se construirían hasta un total de 37 monasterios, con numerosos monjes, a los que habría que añadir el sin número de eremitas que hacían oración en las cuevas de aquellos montes, por lo que con razón pudo llamar a esta comarca el P. Flórez la “Tebaida Berciana”, comparando la fiebre ascética y mística de los monjes bercianos con los de la Tebaida Egipcia. Lo curioso, señala Atienza, “es que todos los indicios llevan a la sospecha fundada de que aquellos lugares fueron zona sagrada por lo menos desde las migraciones celtas y que los dos picos que dominan la comarca, el Teleno y la Aquiana, fueron montes sagrados desde tiempo inmemorial”. De uno de estos monjes del siglo VII, Saturnino, que procedía de “lejanas tierras”, buen cantor de salmos, constructor de monasterios y oratorios, todavía “tenía tiempo para realizar milagros de curaciones instantáneas o recuperaciones de paralíticos y hasta actos paranormales como conseguir que las puertas se abrieran solas a su paso. Claro que Valerio, que es quien nos da la noticia –como buena parte de las demás noticias sobre esta aventura mística colectiva– le trata de soberbio, de ladrón y de apostata y cuenta de él que, en un acto de orgullo, se emparedó en una cueva y “sin que nadie que velase por él, como estaba solo, le atacó el diablo, atormentándole día y noche, hasta que logró la victoria sobre el monje” (Atienza,1984).

Aunque el Tumbo de Montes nos habla todavía en el siglo X de pervivencias paganas (en 930 el conde Cidiz dona al monasterio bienes en Borrenes por su alma “et pro uno meo filio que obiit pagano” ), lo cierto es que en la Edad Media el Bierzo se llena de iglesias y monasterios, signo de su completa cristianización. Por entonces, siglo XII, sobresalen en santidad monjes y eremitas como san Florencio, san Gil de Casayo y santo Domingo de Corullón, todos monjes de Carracedo. Santo Domingo fue además un eremita de vida austera que únicamente se alimentaba de agua, pan y hierbas, y al que perseguía impagablemente el demonio, apareciéndose primero en Carracedo y luego en su cueva de Corullón. Dice san Herberto, en la vida de aquel santo, que un día le salieron al paso tres espíritus bajo la apariencia de ladrones. Era el demonio que trataba de inferirle miedo. A veces los espíritus malignos le azotaban, y en ocasiones se le aparecían bajo la forma de dragón o serpiente (Flórez, 1762).

Esta cristianización del Bierzo no significa que se hubieran olvidado las viejas creencias, que se mantenían en el inconsciente colectivo y se manifestaban en ritos, conjuros o exorcismo. Las constituciones sinodiales del obispo de Astorga don Pedro de Rojas, de 1595, mandan a los curas que enseñen la doctrina cristiana a sus feligreses, “dexando cosas curiosas y obscuras que no aprovechan al bien espiritual de las almas, y cosas inciertas, falsas o supersticiosas”; por ejemplo, “no permitan usar de ninguna superstición en las dichas procesiones, como son quando las hacen por falta de agua sacan imagenes y reliquias con ellas, y las suelen meter en fuentes o ríos, y las piden favor para que llueva, y que de otra manera, no las sacan del agua, y pasando por álamos, ciruelos y otros árboles, especialmente la noche de San Juan” (...); “ni nadie cure con salmos y bendiciones, sin ser primero examinado de las palabras que dice, y de la forma que guarda en ellos (...)”; “Todos los hechiceros, agoreros y sortílegos, y adivinos, y los que van a ellas para que les manifiesten las cosas pasadas o futuras, o otras cosas, sean descomulgados y castigados por todo rigor...” (Constituciones, 1595).
Los visitadores eclesiásticos extremaban su celo para que se cumplieran las obligaciones de los fieles, especialmente asistir a misa. En el siglo XVI un acta de visita de la iglesia dc Nª Sª de la Plaza de Ponferrada dice que “los feligreses no impedidos de la parroquia tenían la obligación de asistir a misa entera los domingos y fiestas de guardar. De lo contrario tenían que pagar una multa de un real”. Multas se imponían también por trabajar en domingo. A la iglesia había de irse decentemente, por ejemplo un acta de 1735 en Ponferrada manda “que ninguna persona entre en la iglesia con gorro sin grave causa, pena de excomunión”; pena que también se impone en 1751 en otra acta de la iglesia de Villafeile (Balboa): “y vaxo la misma pena este cura no permita en su yglesia persona con pelo atado, rreal ni gorro”. Penas muy duras se imponían a los que hacían exorcismos o prácticas de curación. Un acta de 1716 de Villafeile manda que ningún clérigo mercenario sin licencia del obispo “exsorcice ni conjure a ninguna persona que dijere que esta achicada o endemoniada, ni le agan ni le echen escriptos...” Dos actas de Pereda de Ancares nos muestran la existencia de curanderos de métodos poco ortodoxos: Una de 1735 dice “que en algunos de los lugares de esta feligresía havia algunas personas que se entremeten a curar diferentes males con modos impertinentes y supersticiosos...”; y otra de 1745 pide a los curas de la parroquia de Pereda si saben “que Geronimo Lopez, vezino de Solbeira, cura enfermedades, o dolencias, ya sea razionales o irrazionales, con oraciones, ensalmos y bendiciones, como pasta aqui lo a acostumbrado...”. En Burbia, en 1799, los vecinos de este lugar ponen una demanda a su párroco “por el ningún cumplimiento de las rogaciones que se hacen anualmente en todas las parroquias por el mes de mayo, para la conservación de los frutos” Como vemos, la pervivencia de cultos paganos puede rastrearse en la documentación hasta nuestros días y, por supuesto, todavía permanecen en el imaginario colectivo de muchos bercianos.

culto a los montes y las piedras

La dureza, la rudeza, la permanencia de la materia constituyen para la conciencia religiosa del primitivo, según Eliade, una hierofanía. Dicho autor añade que los hombres no han adorado las piedras en tanto que piedras; mas bien se debe a lo que incorporan y expresan, es decir, una roca, una piedra, son objeto de devoción y respeto porque representan o imitan algo distinto para el hombre. Las han adorado o las han usado como instrumentos de acción espiritual, pues servían para obtener algo, para asegurarse la posesión de algo (Eliade, 1981). El culto a los montes, los megalitos funerarios, las piedras fertilizadoras, las piedras horadadas o las del rayo estuvieron presentes en toda la cultura del Noroeste desde la Antigüedad hasta nuestros días.


Respecto a los montes, señala Eliade, que no se trata de un culto en los montes sino a los montes. Justino habla de un Mons Sacer en Gallaecia, abundante en oro, en el que era sacrilegio cavar allí con instrumentos de hierro; solo se cogía el oro cuando el rayo rasgaba sus alturas. El topónimo Monte Sacro o Pico Sacro es frecuente en Galicia; también en el Bierzo algunos de sus montes tienen una larga tradición sacra, por ejemplo el Pico Tara de Cabarcos y especialmente la Aquiana, monte en el que se halla el Campo de las Danzas, del que la tradición cuenta que las mujeres astures danzaban desnudas en las noches de plenilunio alrededor del fuego, para que no se agostase en los varones el ímpetu generativo de perpetuar la especie (Alonso, 1994). Este monte fue refugio de eremitas (la Tebaida Berciana) y en su cima existieron dos capillas, una para la Virgen de Peña Aquiana y otro para la Virgen de la Guiana, cuyas imágenes se subían en procesión desde Villanueva de Valdueza y Montes de Valdueza respectivamente al comienzo de la primavera para volver a bajar en el otoño. Lo mismo podríamos decir de otros muchos santuarios emplazados en peñas o montes, como los de la Virgen de la Peña (Congosto), la Virgen de Fombasalla (Paradaseca), la Virgen de las Nieves (Anllares), etc. Hay incluso una leyenda, la de las siete hermanas, recogida por Alonso Ponga, que relaciona todos estos santuarios, más los de la Quinta Angustia de Cacabelos y la Virgen de los Escallos en Valdueza (Alonso y Diéguez,1984).
Pero además de un culto a los montes también hubo un culto en los montes, pues en ellos residían o se producían teofanías de los dioses prerromanos. Son los dioses del cielo, que se manifiestan a través de los fenómenos metereológicos: trueno, rayo, tempestad, meteoros, etc. Así al dios celta Taranis, asimilado a Júpiter, se le adoraba en las montañas, como también ocurría con Júpiter Candamio o Marte Tileno, cuyo recuerdo ha quedado en la toponimia de Tarna en Asturias, la Candamia leonesa o el Teleno, en cuyas inmediaciones apareció una placa dedicada al Marti Tileno. La toponimia berciana que alude a esos dioses ya la hemos visto anteriormente.
Las cuevas también fueron objeto de culto. En el Bierzo se relacionan con tesoros ocultos y con la raza mítica de los moros, de los que hablaremos en un próximo capítulo, pero muchas fueron posteriormente cristianizadas. Ya hemos hablado de la presencia de eremitas en ellas; de algunas tenemos incluso constancia documental. Así, de la de San Genadio, en el Valle del Silencio, tenemos noticia del siglo XVI de antiguos exvotos que se ponían a la entrada. En el siglo XIX la gente acudía en la noche de san Juan a recoger polvo como remedio para las calenturas; en la de Ruitelán vivió también como eremita san Froilan, patrón de León, adosándosele después una ermita; en la “cova do frade” de Corullón vivió Santo Domingo, monje de Carracedo; en Cadafresnas existe una caverna donde se han encontrado exvotos de losa, etc. (García,1984).
Un caso de cristianización de una de estas cuevas es la leyenda que refieren en Tremor de Arriba acerca de la ermita de la Virgen de la Casa, erigida a unos diez kilómetros del pueblo, en una pradera entre montañas en la que se levantan piedras aisladas de extrañas formas. Una de ellas es una gran roca de más de diez metros de altura con una bóveda que sirve de refugio a los pastores. Se cuenta que una vez al levantarse, hace muchísimos años, unos pastores vieron que alguien se había lavado en su palangana. En otra ocasión, un día frío de invierno, guardaron en aquella cueva el ganado y se fueron a otro refugio. A medio camino vieron luz en la cueva, regresaron y se encontraron con una pequeña y hermosa mujer que estaba lavándose la cara. Asustados, la dama les calmo diciendo que ella era la que había usado su palangana, tras lo que desapareció. Cuando regresaron al pueblo lo contaron a sus vecinos incrédulos; pero al invierno siguiente, a otro grupo le sucedió lo mismo. Después de lavarse la cara, la mujer les daba las gracias. Esto sucedió varias veces. Un día en lugar de aquella señora apareció una pequeña imagen de piedra. Los vecinos de los pueblos de los alrededores construyeron allí una ermita, a la que se sube en peregrinación todos los 15 de agosto.
Respecto a las piedras, Miguel J. García, siguiendo a Eliade y Taboada, las clasifica en funerarias y protectoras (García, 1984). Funerarias son los amilladoiros o montones de piedras formadas por los peregrinos en determinados lugares como en la Cruz de Ferro (Foncebadón), que en época romana fueron asimilados a Mercurio (Montes de Mercurio, como recuerda una lapida hallada en las cercanías, entre Lombillo y Villar de los Barrrios) y a los lares Viales. En el mundo grecorromano los montones de piedras se formaban en las encrucijadas probablemente por ser Mercurio, el protector de los viajeros, padre de los dioses Lares, encargados de velar particularmente en las dichas encrucijadas y en ciertos lugares domésticos. Otros ven en esos montones, en los que los viajeros arrojan las piedras, un rito de purificación (Eliade,1979). Atienza, cree que es un pago a la divinidad: “En lugares como este puerto de Foncebadón, se trata de propiciar un camino peligroso y difícil que se avecina. O se trata también de un tributo depositado a la entrada de un espacio particularmente sagrado” (Atienza, 1984).
Las piedras protectoras pueden ser:
Piedras de término, por ejemplo las Piedrafitas que rodean al Bierzo (Piedrafita del Cebrero, de Babia, Cabrera y Compludo) que estarían delimitando demarcaciones tribales. Los mojones de las fincas tienen un sentido idéntico, además del carácter protector del campo, de ahí las terribles sanciones a los que los mueven y cambian de sitio.
Piedras del rayo: se las supone producidas pór la caída del rayo. Algunos creen que éste al caer penetraba siete estados o varas en la tierra, surgiendo a la superficie siete años después. Se las tiene por amuletos que protegen a las personas y casas de las tormentas; también preservan a personas y ganado de ciertas enfermedades.
Piedras de azar: fragmentos de altar de iglesia o de “monumentos antiguos”, que actúan contra el mal de ojo.
Peñas o piedras furadas, de finalidad salutífera, pues curan a los enfermos al pasarlos por el hueco de las mismas, como las que hay en San Martín de Moreda, Tremor de Arriba o Villablino.
Piedras insculturadas, como la roca de “Fonte Lameira” (Corullón) que presenta incisiones semejantes a huellas (creencias sobre apariciones de Virgen en aquel lugar).
Piedras fertilizantes, como la de Castrohinojo (Cabrera) llamada el “morrillo del extremadero", donde las mujeres se frotaban la barriga para ser fecundadas, y que con ironía comenta Matías Díez que no falla nunca “si luego se va al monte”.
Piedras de la salad, como las que se encuentran cerca de algún camino y que “nunca hubiesen sido movidas”. Servían para curar ciertas dolencias, invocando al peñasco. En San Fiz y San Sadurní, municipio de Corullón, había sendos peñascos a donde iban los traumatizados, reumáticos, etc. invocándolos de esta manera: “Pena que nunca fuche movida cúrame esta perna, costilla, mano, etc. Un padrenuestro e un Avemaría pra que me quites esta porquería" (Rodríguez, 1995). En Corullón, en el barrio Piñeiro, hay otra piedra de la salud, a la que se invocaba así: “Pedra que nunca fuche movida,/ quitalle o aberto y o´escaño y o aire/ da persona (Nombre), do brazo (o parte dañada)” (García,1984).

culto a las aguas

El medio acuático ha inspirado a los hombres de todas las épocas un sentimiento de veneración. Las aguas simbolizan la totalidad de las virtualidades; son fons y origo, matriz de todas las posibilidades de existencia. Principio de lo indiferenciado y virtual, fundamento de toda manifestación cósmica, receptáculo de todos los gérmenes, las aguas simbolizan la sustancia primordial de las que todas las formas nacen y a las que todas las formas vuelven por regresión o por cataclismo. Existieron en el comienzo y reaparecen al final de todo ciclo histórico o cósmico. Por ello, el simbolismo de las aguas implica tanto la muerte como el renacer. En este ultimo caso, la inmersión en el agua simboliza la regeneración total, el volver a nacer –de ahí el bautismo cristiano. El agua confiere un nuevo nacimiento por un ritual iniciático; por un ritual mágico, cura; por rituales funerarios, garantiza un renacimiento postmorten. El agua es el símbolo de la vida, fecunda la tierra, los animales, la mujer (Eliade, 1981).


El culto a las aguas, a las fuentes, ríos y seres que en ellas habitan estuvo muy extendido en todo el Noroeste en la Antigüedad. En el Bierzo tenemos las aras a la diosa Deganta y la de las ninfas Camenas, en ambos casos diosas relacionadas, según Blázquez, con las aguas. A su culto se refiere, como hemos visto, san Martín de Dumio en el siglo VI y las constituciones sinodiales en siglos posteriores. También existen numerosas leyendas que refieren la existencia de seres de vida acuática, como las ninfas, xanas, ondinas o mouras.
En relación con las aguas aún se conservan ceremonias de sentido profiláctico, como el baño de personas y ganado en la noche de San Juan para purificarse, pues se supone que ese día el agua está bendita. En la Cabrera “es creencia que San Juan tiene influencias sobre los ganados y a esa hora de las doce de la noche (...) bajan de la sierra los rebaños para bañarse en el rió, y es que sus aguas esa noche, son aguas confortantes, benditas de misterioso poder. El río, esa noche, posee el secreto de preservar de todo mal durante el año, al ganado que se ha bañado en sus aguas También en esa noche hacían las mozas solteras la prueba de la virginidad: “...bajan al río y sobre sus orillas tienden un tronco resbaladizo, y todas las mozas que han de tomar parte en la prueba tienen que pasar sobre él, de orilla a orilla, a pie descalzo. La que resbala y cae es que alguna mancha empaña su condición de virgen” (Aragón,1921).En Dragonte, el día siguiente de San Juan, la gente se lava la cara con el agua donde antes de salir el sol se puso una rosa, para tener suerte todo el año. Es la llamada en algunos sitios “flor del agua”, que proporciona hermosura, concede felicidad y un buen marido, además de contener propiedades curativas. En esa misma noche al rocío se le considera bendito, pues adquiere virtudes curativas, de ahí que algunas gentes se revuelquen en él, para curar ezcemas u otras enfermedades de la piel. Así, en Burbia los jóvenes dormían al sereno y en Anllares se tomaba el rocío para preservarse del asma. En el Bierzo y la Cabrera para preservar las prendas de la polilla, se sacaban las mantas y cobertores al rocío en la mañana de San Juan (García, 1984).
La veneración de las fuentes fue uno de los cultos más importantes en el mundo grecorromano, siendo célebres por sus propiedades algunas de ellas. En la mitología romana, FonsFontus o Fontanus representaban el genium o numen aquae, o sea el espíritu divino que residía en los manantiales de agua potable. Las fuentes eran celebradas anualmente en Roma en las ceremonias religiosas llamadas fontanalia, durante las cuales los pozos públicos se adornaban con flores y lo mismo se hacía con las fuentes a las que se arrojaban coronas. En la Península Ibérica han persistido hasta nuestros días diversas formas de expresión del culto, particularmente referido a las fuentes, de lo cual se conservan multitud de aras votivas que señalan la existencia de númenes a quienes se ponía en relación con aquéllas. Muchas serían posteriormente, cristianizadas (Bouza-Brey,1982).
En el Bierzo existen varias fuentes de origen romano, como las de Campo y Villanueva de Valdueza. Otras están relacionadas con anfibios y peces, como la de la “Salamandra” (Manjarín), Fuente del Sapo (Igüeña) o la de la “Trucha” (El Acebo). Según Atienza, “truchas y muérdago son signos propios y específicos de,los druidas”, y acebo y muérdago designan la misma planta parásita considerada sagrada por  los celtas. Muchas fuentes tienen propiedades salutíferas, como la Fuente de la Salud (Cacabelos), Fuente de la Salud (Noceda), Fuente de la Furrusia, Fuente de la Ferruna (Igueña), Fuente del Azufre (en Ponferrada, donde hubo un balneario, y en Noceda). A las aguas que nacen cerca de la ermita de Nª Sª de la O de Paradasolana acudían antiguamente mucha gente a tomar las aguas. Topónimos como Focebadón (fons sabatonis), Fontoria (fons aurea), Fuente Sagrada (Leitariegos), ilustran este carácter salutífero. En otros casos se las relaciona con apariciones. A la de Albares, la Fuente del Cubillo, nadie se atrevía a ir de noche, pues existía, el rumor de apariciones sobrenaturales. Se cuenta de un mozo del pueblo que, por una apuesta, fue de noche a la fuente, encontrándose con la Santa Compañía; se salvo porque uno de los difuntos era su padrino (Rúa y Rubio,1986).

Uno de los rasgos mas frecuentes es encontrar asociados la triada fuente-iglesia-árbol, especialmente ocurre esto con muchas de las ermitas dedicadas a san Juan, del que Caro Baroja cree que la hagiografía cristiana hizo que sustituyese y unificase siglos atrás los diferentes númenes acuáticos. En el Bierzo son muy numerosas las iglesias y ermitas, al pie de una fuente; por ejemplo, la fuente que mana al pie de la ermita de las Chanas (Noceda), de la que dicen los viejos que tiene la virtud de dar novia a los que deseen casarse, siempre que sin alentar beban siete sorbos del preciado líquido. El santuario de Trascastro (Fornela) se encuentra al lado de una fuente, como reza la canción: “A vos Virgen de Trascastro/ ¿dónde fuiste aparecida?/ En el campo de Melandriegas/ al pie de una fuente fria”.
Los ríos fueron considerados seres vivos poderosos, a los que se han de hacer ofrendas o a los que se les habla pidiéndoles cosas. Los exvotos de espadas halladas en el Esla y en el Sil se han entendido por López Cuevillas como un tributo a estos ríos divinizados. La creencia en las propiedades profilácticas de los ríos la confirma el que hasta no hace mucho tiempo, las madres de Paradiña llevaban a sus hijos enfermos hasta el puente de San Martín de Moreda (río Ancares) de noche, sin que nadie los viera. Se atravesaba tres veces tirando cada vez una piedra blanca y rogando por su salud. (García,1984). También las aguas de los lagos guardan leyendas, como la de la ondina Caricea, en Carucedo, o el de la mítica ciudad de Lucerna también en ese lago.





2

Continuamos en este capitulo la pervivencia en el imaginario colectivo berciano de mitos y cultos paganos que iniciamos en el anterior, en el que ya nos referimos al culto tributado a los montes y piedras y a las aguas, al tiempo que analizamos dos mitos, el de la serpiente y el del lobishome, que son también, al decir de Vicente Risco, vestigios de antiguas creencias paganas.

culto a los fenómenos atmosféricos

Aunque en lo que se refiere al culto a los astros en el N. de España no hay muchos datos en los escritores antiguos, con excepción de la luna, varios dioses prerromanos y romanos mencionados en el capitulo anterior son dioses del cielo, que dominan los fenómenos atmosféricos. Algunos ritos solares son testimonio de esas viejas creencias; por ejemplo en los Ancares gallegos, Murguía cuenta que cuando los campesinos ordeñan las vacas, la primera leche la ponen en una ventana mirando a Oriente porque la tienen ofrecida al sol (Risco, 1995). También las hogueras son en ocasiones pervivencias de viejos cultos solares, aunque en algunos casos tienen carácter purificador, especialmente las de San Juan (solsticio de verano), que en el Bierzo suelen hacerse en el centro del pueblo o en los montes cercanos, acarreando todos los vecinos materiales por lo que se ha de considerar un trabajo comunitario con finalidad ritual. En Chano de Fornela, en Nochebuena, la gente del pueblo recogía leña y se iba al monte de la Piniella, donde se hacía una gran hoguera. Luego se bajaba con antorchas encendidas y delante de la iglesia se hacia una nueva. En otros casos, estas hogueras las hacía cada vecino para proteger y purificar su casa. En Ancares se encendían en la cortina no sembrada de pan; estas hogueras o fumazos se hacían en Pereda con Hierbas del aire (no saben cuáles), bieito (saúco), incienso, un pollo sin plumas, los excrementos de una gallina, un ramo de Domingo de Ramos y unos palitos de madera de la iglesia. Todo ello se quemaba en un caldero y se dejaba a las puertas de las casas y cuadras para que se purificaran (Rúa y Rubio). También tienen algunas hogueras relación con cultos agrarios, como las fachas de Sobrado.
La luna parece haber tenido más importancia que el sol. Strabón señala que algunos pueblos del Norte rendían culto a una divinidad innominada en las noches de plenilunio; se trata sin duda de un culto a la luna, pues desde los tiempos del concilio de Braga las disposiciones de la iglesia insisten en contra del mismo. Probablemente fuera una divinidad agraria, lo que explicaría su importancia para el campesino berciano, pues muchas actividades están en relación con su ciclo, como la siembra, la poda, etc. Hay quien cree que la luna influye en la fecundidad de algunos animales, e incluso en la matanza del cerdo, pues dependiendo de sus fases merma o cunde más la carne. También hay la creencia de que los árboles hay que cortarlos en luna menguante pues si no la madera se pudre o le entra carcoma. Su eclipse siempre ha sido de mal agüero, pues parece que viene acompañado de desgracias, aunque es mas frecuente referido al de sol.


En el mundo campesino los fenómenos atmosféricos se tienen muy presentes, pues de ellos depende el éxito o fracaso de las cosechas. Entre estos fenómenos ninguno es mas preocupante, sobre todo cuando la mies esta madura o las uvas a punto de vendimiarse, que una tormenta. La tormenta y el rayo, llamado también chispa, ofrecen un ejemplo claro de personificación en las creencias populares. Se habla de ellos como de cosas vivas, producto de seres fabulosos, como el troneiro y el nubeiro o renubeiro. El primero, causante del ruido y estampidos del trueno que lo produce, al parecer, al corner con unos zuecos de madera detrás de los nubeiros (cúmulos) para que suelten el pedrisco (Rodríguez, 1995).
El origen del Reñubeiro es discutido. Algunos lo creen pervivencia de viejos mitos precristianos, pues en todas las mitologías han existido dioses del cielo, con poderes sobre la lluvia y las tormentas; otros, como Cabal, lo relacionan con el demonio o con ciertos espíritus celestes. Hay quien los relaciona con los antiguos tempestarii, especie de brujos conjuradores de las tormentas, que incluso cobraban por realizar su labor. Sea cual sea su origen lo que interesa destacar es la larga pervivencia de esta creencia en todo el norte de España (Cabal, 1945; Rúa y Rubio, 1986).
El Nubero o Reñubeiro es una creencia extendida por diferentes zonas del Bierzo, aunque nadie se pone de acuerdo en su fisonomía. Para unos se trata de un enanito deforme, para otros es una especie de gigante. Lleva un sombrero o boina negra y tiene un carácter muy caprichoso, pues deja caer sus carga destructora sobre determinados lugares, mientras que protege otros, al parecer si está agradecido al campesino (García,1984; Rodríguez,1995). Según Alonso Garrote se trata de un “brujo o personaje fantástico que las gentes sencillas pretenden haber visto caer de las nubes y tomar forma humana en tiempo de tormentas, con objeto de hacer mal de ojo y ser portadores de calamidades para las personas y los sembrados” (Alonso Garrote, 1947).
A veces se considera que el origen de un Reñubeiro es consecuencia de una maldicion, una especie de mal de ojo, que sufre un hijo de sus padres, como vemos en este cuento recogido en Manzanedo de Valdueza: “En un pueblecito cerca de aquí, un hombre tenía dos hijos, y los mandó a estudiar pa curas o pa frailes. Y uno de ellos era muy listo y muy trabajador, enseguida sacó la carrera de cura; pero el otro valía poco, no le gustaba nada el trabajo; así que el padre lo trajo para casa y lo llevó a segar a una tierra de pan con él. Pero, claro, se conoce que no tenía ganas de segar, ni sabía..., que le dice el padre:
–Anda, podías estar nel convento, porque mira tu hermano como valió pa cura, y tú... ni aun pa reñubeiro.
Y dice él:
–¿Ah, sí, ni aun pa reñubeiro?
Marchó el hijo p´allá, pal pico la Sierra, y mira que estaba el cielo limpio, pero cuando acabo de decir eso, aparecieron unos nubarrones que le fastidiaron toda la siega con la tormenta” (Fonteboa, 1992).
En otras ocasiones, rememorando la famosa Cueva de Salamanca, en la que muchos estudiantes de aquella célebre Universidad estudiaban el oficio de mago, los reñubeiros son también estudiantes, malos estudiantes. En Ancares se cuenta que hubo “un señor que echara a un hijo a estudiar abogado, estudió a reñubeiro. Cuando vino todo desalambrado, con toda la ropa desandrada, los padres le preguntan: pero, tú, ¿de qué manera (vienes)? Era cuando se segaba el centeno. El les dijo: atropen el pan que va a venir un trueno muy fuerte. Los padres no le creían: pero, tú, ¿qué vas a saber? El chico desapareció, y de repente se preparó un trueno muy grande. Atroparan el pan que pudieran, pero vino la nube antes de que terminaran. Eso era lo que se decía para el trueno” (Rúa y Rubio, 1986).
El reñubeiro se presenta a veces como un ser que habita en las nubes, como un diosecillo. Cuentan en Villar de Acero que “unha vez estaban mallando alí arriba –nos tiñamos antes una alzada, e temos, unhas cabañas.
Alí hay muita pradería ie antes sembrábase centeno e mallábase; pero é muy lejos, leva chegar tres horas andando co carro desde eiquí.
E taban mallando e entón preparouse o trueno; ie, claro, había un renubeiro alí que non sabían, a xente que había alí non sabía que era renubeiro. Ie entonces pues ya se preparou a nube, a xente taba mallando –ainda se mallaba a pau, a pértigo-ie, claro, a nubre iba descargar ya. Entonces saliu o renubeiro e acenoulle así:
–Adelante, Pedro, con las mulas.
La nube ya non podía andar más porque iba muy cargada de piedra. Dice:
–No puede, que revienta.
–Se arreventa que arrevente, to tira palante!
Ie non descargou alí, descargó mas alante, en Como Maldito, que é un pico que hay ahí por riba de Campo del Agua, muy alto (Fonteboa, 1992).
Otro cuento de Villar de Acero nos presenta al reñubeiro como sufridor de las condiciones metereológicas: “Otra vez era outro renubeiro que baixó da riba ie meteuse nunha casa onde lle deron pousada.
Claro, todos os días quentaba o sol, is maná preguntabálle ó amo cuando se levantaba:
–¿Qué día tenemos, amo?
–Hoy hay un día de sol muy bueno.
–Bueno para ustedes y malo para mí.
Pero chegou un día que taba chovendo:
–¿Qué día tenemos, amo?
–Hoy esta un día malo, esta lloviendo.
–Bueno para mí y malo para ustedes.
Ie entonces aquel día subiu pa riba, pras nubes, porque como taba chovendo pudo escapar”.
Contra la tormenta y el rayo existían muchos remedios. Lo mas frecuente era tocar las campanas por alguien que supiera el toque de “tente trona”. En Dragonte contra la truena se tocan las campanas con un ritmo especial, diciendo “Tente trona, tente trona, que Dios pode mais que tu”. También se tocaban las campanas a las doce de la noche del primer viernes de marzo con el fin de ahuyentar las tormentas en la época de la recogida de la hierba o la de los cereales. En Lombillo aún existe una persona encargada de espantar la truena por medio de una campana que tiene grabada la imagen de santa Bárbara. En Ancares también se tocaban las campanas, pero en Villasumil se “revolvían”, es decir, se ponían boca arriba. Lo mismo hacian en Villaverde de la Abadía, Rimor y Peñalba. En Villasumil y Peñalba también la ahuyentan sacando a la calle los palos de meter el pan al horno, haciendo con ellos una cruz de san Andrés. En Montes de Valdueza surtía el mismo efecto colocando un hacha con el filo hacia arriba. Con la cristianización, santa Bárbara se convirtió en protectora contra las tormentas, a la que se invoca en estos términos: “Santa Bárbara bendita, que en el cielo estas escrita, quita trono, quita rayos e quita esa pedra maldita”, o “Santa Bárbara Bendita que en el cielo estos escrita, guarda pan, guarda vino, guarda gente en el camino”. En Vilarinos (Balboa) a Nª Sª de las Nieves “se tiene por costumbre sacarla al atrio de la iglesia cuando hay tormenta con el fin de ahuyentarla”. Losada Carracedo decía, en 1908, que a la Virgen de la Estrella, de San Juan de Paluezas, “el pueblo la tiene por especial abogada contra los truenos, y tan pronto amenaza tempestad, toca su campana y al son de su toque, no cree invocar en vano su intercesión contra el rayo y el granizo”.

culto a los árboles y plantas

El culto a los árboles estaba muy extendido entre los celtas y germanos, siendo los robles, encinas y tejos árboles a los que se les rendía culto. También los griegos y romanos rendían culto a diosas relacionadas con la vegetación y la fecundidad, como Deméter, Ceres, Flora, etc.. Algunos árboles, además, se relacionaban con dioses: así Júpiter con el roble y Apolo con el laurel. En realidad se trata de vestigios de antiguos cultos agrarios o de la fecundidad de procedencia muy diversa y de épocas que se remontan al Paleolítico y que perviven hasta bien entrada la Edad Media. Como tantos otros, estos cultos fueron prohibidos por el cristianismo o asimilados. Así es frecuente encontrar leyendas que relatan el hallazgo de imágenes de la Virgen o de algún santo en el hueco de una encina o roble, como ocurre con las varias vírgenes de la Encina bercianas (Ponferrada, Ozuela, Campo y Finolledo). Una clásica tríada es la de encontrar una fuente, una ermita y un árbol, como vemos en numerosos lugares del Bierzo, como en Fombasalla o Castañoso, cuya ermita se halla “a la sombra de un milenario tejo”, al igual que la de San Cristóbal de Valdueza.
Restos del antiguo culto de la fecundidad y materialización del espíritu de la vegetación son los mayos, festejados el primer día de mayo. En el Bierzo hay varios tipos diferentes: humanos, como el que se celebra en Villafranca, en que unos jóvenes se visten de mayos, cubierto su cuerpo de cañaveiras y flores. De tal guisa recorren el pueblo cantando ante cada casa estrofas en gallego, con las que solicitan a los vecinos asomados a los balcones, castañas, nueces, almendras o dinero; y figurativos, cuando el mayo no es mas que una figura o muñeco hecha con palos y recubierta con musgo, ramas y flores (González,1994). También hay auténticos “árboles de mayo”, en los que a veces se colgaban muñecos. En Bembibre se colocaban dos árboles, uno con ropas de hombre y otro de mujer, llamados el mayo y la maya, a cuyo pie bailaba la juventud todos los días del mes. En Palacios de Compludo se descolgaba el muñeco el último día del mes y los mozos lo paseaban pidiendo de casa en casa para hacer una merienda. En Ferradillo, el mayo que salía a pedir por las casas era una representación exacta del muñeco colgado del árbol (Alonso y Diéguez,1984).
Ciertas plantas también eran objeto de culto; y en la mayoría de los ritos para proteger las casas, conjurar el mal de ojo, expulsar los malos espíritus o curar determinadas enfermedades, intervienen siempre algunas plantas, con las que se hacen vahos o fumazos. Sobre los fumazos, que se encendían en muchas casas la víspera de san Juan, quemando plantas olorosas, se saltaba haciendo cruces, pronunciando al mismo tiempo el conjuro: “si eres bruja, te arreniego,/ si eres demo, vaite al inferno”. En Galicia se cree que el roble cura las hernias de los niños. En el Bierzo, el laurel, especialmente el que crece en los atrios de las iglesias y es bendecido el Domingo de Ramos, evita el rayo. El sabugueiro se aplicaba a los “aojados” y a los enfermos de “cuxillo” y erisipela; por ejemplo untando una rama de sabugueiro con agua y aceite de oliva y pasándosela por la parte afectada, sin alentar tres veces. También el acebo se utilizaba para la curación de animales dañados con el mal de ojo, diciendo, al tiempo que se pasaba la rama por el lomo, patas, etc: “logramento che corro/ de sete estados en fondo,/ esta vara d´acebo che poño” (García, 1984).
En los trabajos agrarios, el encontrar una “monforadiña”, especie de albahaca, por un trabajador de la cuadrilla en la labranza del viñedo se acogía con gran regocijo, cantando la canción: “Mi monforadiña,/ mi monforadina/, el que te encontrare/ y no cantare,/ cántaro y medio de vino pagare”. Seguidamente se bebía por la calabaza y se proseguía la faena. Semejante a esto era –la costumbre de cantar el “piñeiro”, planta semejante al “ajo de lobo”. Esta planta se cría en los campos incultos, pero cuando aparecía en la viva, al hacer la cava, celebraban con triunfo su extracción completa, cantando: “Miu piñeiro, miu pineiru/ mio piñeiritu delgado,/ te he de cortar miu piñeiro/ para el eje de mi carro/”, desde el puesto que ocupaba hasta llegar a la altura del ultimo hombre de la cuadrilla. Este le seguía recorriendo el frente ocupado por la cuadrilla, bailando, cantado y tocando con una piedra en su azada, hasta llegar a la altura de otro obrero, que hacía otro tanto, y así hasta realizarlo todos. Luego bebían vino y continuaba la faena (Bouza-Brey, 1982). La sombra de ciertos árboles tiene también sus virtudes. La del castaño y nogal es mala; la del roble, buena.

mitología de la serpiente

Las creencias, leyendas y ritos relacionados con el culto a la serpiente son muy numerosas en todo el Noroeste. En León y Asturias se la suele denominar cuélebre, culebrón, sierpe o dragón; en el Bierzo fundamentalmente sierpe, culebrón, cobra, culobra, quilobra, etc. El origen de este culto es bastante confuso. Algunos autores gallegos, como Cuevillas y Bouza Brey, creen descubrir en el restos de viejos mitos que relacionan con el relato de los ofidios que invaden el país de los Oestrymnios, del que nos informa Avieno en su periplo, y que tendría que ver con la invasión de los Saefes, un pueblo indoeuropeo, que tendría a la serpiente como totem o dios. M. Eliade, cree que los relatos de héroes que se enfrentan con monstruos son pruebas típicamente iniciáticas, que con variantes aparecen en la historia de muchas religiones: “a veces los dragones montan la guardia alrededor de un “tesoro”, imagen sensible de lo sagrado, de la realidad absoluta; la victoria ritual (iniciática) contra el monstruo-guardián equivale a la conquista de la inmortalidad” (Eliade, 1981). En otros casos, el dragon o la sierpe se identifica con el demonio. Los primeros cristianos pintaron a Satanás con forma de dragón, león, lobo.., pero mas frecuentemente con forma de serpiente (Cabal, 1943).


El cuélebre o sierpe es, según M. Alonso, una serpiente alada que custodia tesoros y personajes encantados. Vive en bosques, cuevas y fuentes subterráneas, a veces en las angostas gargantas de los ríos, alojándose en covachas cercanas a recodos fluviales. Atacan a las personas y animales. Sus escamas son tan duras que resisten las armas arrojadizas por lo que su muerte solo es posible hiriéndole en los ojos o en la garganta. Cuando el cuélebre es viejo y ya no puede seguir viviendo en las cuevas tiene que ir volando a la “mar cuajada”, donde viven los cuélebres viejos expulsados de sus viviendas. En el fondo de este mar hay montones de riquezas, pero los hombres no pueden apoderarse de ellas por su estrecha vigilancia. Este mito, probablemente de origen griego, aunque también en la mitología germánica encontramos dragones custodiando tesoros, es semejante al del dragón que custodiaba las manzanas de oro del Huerto de las Hespérides, y al que Hércules mató robándoles las naranjas (Alonso, 1994).
La serpiente, además de con tesoros escondidos, aparece en historias, hagiografías, en leyendas recogidas en los nobiliarios, en relación con los castros, y con seres encantados. En hagiografías, como la de santo Domingo de Corullón, los demonios adoptan forma de serpientes: “alguna vez ocurrió, cuenta san Herberto, que sentado en su guarida de ermitaño, levantando la mirada en contra de los rayos del sol, observaba atentamente su brillo. Y he aquí que se le aparecía un tortuoso Leviatán que se mostraba bajo la apariencia de un dragón ardiente y descendía por los propios rayos precipitándose en un súbito deslizamiento hacia su rostro como si fuera a devorarlo vivo. Y cuando aquel, estremecido, lo vela, como si de una amarillenta serpiente se tratase, se aterrorizaba por completo y casi exánime clamaba con votes anhelantes y oponía a la bestia feroz la insignia de la cruz” (P. Flórez). También en esa forma lo vemos en relación con el descubrimiento de imágenes sagradas. Por ejemplo en Cacabelos se cuenta la leyenda de que persiguiendo a una gran serpiente (otros dicen un gran lagarto)  –materialización del demonio– “que amedrentaba a toda la comarca”, los vecinos consiguieron matarla en su cueva, en cuyo interior se halló la imagen de la Virgen de la Quinta Angustia.


Pero sin duda la más importante leyenda de este tipo es la de la sierpe de Rupiana, muerta por san Fructuoso. En dicho lugar este monje visigodo había fundado uno de sus tres monasterios bercianos, lugar por cierto que san Valerio, autor de una vida de san Fructuoso, describiría como los jardines de Dafne. Muy cerca del monasterio de Montes se halla la ermita de la Santa Cruz, en cuyo retablo se representa la celebre sierpe. Desde la ermita se contempla el abismo y allá abajo se abre la boca de una cueva legendaria. Es la cueva donde vivía la famosa sierpe, representada en lo alto del retablo de la ermita, y donde se aprecia el ojo del terrible cuélebre. Este vivía en una covacha a orillas del Oza, debajo del castro de Rupiana, y era tal su magnitud que su cola aún estaba en la cueva cuando su cabezota subía hasta las proximidades de la ermita, comiéndose hombres y animales. San Fructuoso libró para siempre a sus monjes y vasallos de este demonio de Rupiana. Se las arregló para ello emborrachando a la sierpe con un gran pan de harina de castañas amasado con jugo de tejo y de apio hasta dormirla. Luego le metió por un ojo, como se aprecia en el retablo de la ermita, un gran madero de castaño aguzado y requemado en fuego hasta abrasarle el cerebro (Alonso, 1994). Con un pan caliente, que por el contrario ha de tomar el joven convertido en león, se vence a la serpiente que guarda a la muchacha encantada en varios cuentos recogidos en la Somoza, como los del “O Mouro” (Poncelas, 1992) y la “Peñas del Nuncio" (Camerana, 1991). Este tipo de leyendas en que aparece una serpiente monstruosa o dragón que extermina a una comunidad hasta que un héroe la mata, lo tenemos también en el cuento de la “Cobra de sete cabezas” (Poncelas, 1992), y como señala Eliade, parece una prueba típicamente iniciática.
En algunos nobiliarios hallamos igualmente el mito de la serpiente o dragón; por ejemplo al hablar del origen legendario de los Balboa, naturales del Bierzo, el licenciado Molina, en el siglo XVI, en su Descripción del Reyno de Galicia recoge esta leyenda:
Aquella pelea–de mucha mención/ entre el león–y la sierpe reñida/ que fue por un fuerte–varón despartida/ por quien de muy grato–se ahoga el león/ dio causa aqueste–sabido blasón/ de caso esforzado–por cierto y de loa/ de donde procede–el solar de balboa/ que en cabo del reyno–vereys su nación”; que luego amplía más pormenorizadamente: “Exemplo de gran gratitud nos dio el hecho de aquel leon que sucedio a este cauallero deste solar; el qual yendo un dia por una montaña deste reyno uio una gran pelea que trayan una sierpe y un leon, al qual la sierpe traya a mal parar, y el cauallero con esfuerzo que tuuo se fue para la sierpe, y la mato”. Esta leyenda se refleja en su escudo nobiliario, del que podernos ver ejemplos en Villafranca, Cacabelos o San Esteban de Valdueza, y que J. S. Crespo, en Blasones y Linajes de Galicia describe así: “En campo de plata un león rampante, de gules, luchando con una sierpe alada o dragón de su color en su flanco diestro, y en el siniestro un caballero armado, que introduce una espada de plata en las fauces de dicha sierpe”.
La función principal de los culebrones o sierpes es la de ser guardiana de tesoros y encantamientos; de ahí su relación con las xanas como ya veremos. Otras veces la sierpe aparece como mujer encantada, compartiendo con los moros el espacio mítico del encantamiento. Para desencantarla es necesario realizar un rito, que la mayoría de las veces consiste en comer un bolo de pan caliente que proporciona una fuerza mágica con la que poder vencer al dragón, como hemos dicho anteriormente, o bien atreverse a besar la serpiente, como se recoge en la leyenda de “As serpentes y la ola de ouro”, en el que un matrimonio del Bierzo, que había hecho una gran fortuna, dispuso conservarla incluso mas allá de la muerte, enterrándola en una olla protegida por un encantamiento y dos terribles serpientes. Pasado el tiempo, un joven del pueblo encontró el libro del encantamiento en el que aparecía el lugar donde se encontraba el tesoro con la fórmula para su desencantamiento, que decía “quen deiquí te quiera sacar, tres bicos che ten que dar”. A la vista de las serpientes, por repugnancia, nadie se atrevía a besarlas hasta que el muchacho, venciendo el asco y el miedo, cerró los ojos y besó a aquellas serpientes. De este modo consiguió el caldero con las monedas de oro (Poncelas, 1992).
De algunos culebrones se dicen que sienten la siniestra pasión de comer cadáveres, como el del cementerio de Cacabelos. Es por ello un animal al que se le tiene mucho asco y miedo. Florinda Álvarez cuenta que su abuela le decía que cuando ya nadie vivía en el pueblo de Herrerías de Marciel había una culebra de tal tamaño que parecía una serpiente, con cabeza como la de un gato, y que se metía en los homos de las casas abandonadas, asustando a la gente que no se atrevía a pasar por allí. También es muy frecuente la creencia de que a las culebras les gusta la leche y que a veces se la chupan a las vacas, que la ceden gustosamente pues alivian sus mamas. Sobre su origen, en algunas zonas del Bierzo se piensa que cuando cae un pelo de mujer en agua remansada este se convierte en culebra.

creencias relativas al lobo y el lobishome

Se trata igualmente de un animal mítico –en la mitología romana estaba consagrado a Marte–, cuyas leyendas superan con mucho a las de la serpiente. Se le tiene por animal totémico, también por un animal diabólico al se le relaciona con el espíritu de la vegetación. En la tradición popular gallega y berciana, el lobo es el enemigo principal del hombre, al que este ha perseguido durante siglos hasta su casi total extinción. El lobo es un ser maléfico y endiablado, nocturno y dotado de poderes mágicos e incluso satánicos, como recuerda el dicho berciano: “Ten tres pelos do demo no corpo”. De ahí le vienen sus efectos perniciosos, como poner nerviosa a la gente, erizar los pelos (“poner los pelos de punta”) aun sin verlo, o creer que las armas de fuego no disparan si el lobo la esta mirando. Es de noche cuando puede atacar, tiempo de espíritus y fantasmas. En Aira da Pedra se cuenta que “Enfermou o lobo e llamóu a un médico. E después, claro, doille unas medeciñas y resultó que eran buenas. Y un día, después, avantaron xuntos: se encontraron os dos, ó medico y o lobo; (...) y que le preguntara o medico ao lobo a ver que tal le fueran as mediciñas. Entonces, que le contestara que le fueran muy buenas. Díxole o médico: –Y ahora?, no me comerás... Dice: no, pero, por si acaso anda de día, que la noche es mía” (Camerana, 1991).
El lobo ataca en grupo y produce en el hombre extraños efectos fisiológicos, como la afonía (no puede hablar) o el que se le pongan los pelos de punta aun sin verlo, cuando está cerca. Tampoco es bueno mentar al lobo, su nombre es tabú, pues aparece cuando menos se piensa, por lo que en el Bierzo Oeste, dice M. Rodríguez, se le denomina como “el outro”, “el Perillán”. Cuentan en Carracedelo, que “había una mujer llamada la tía Olaya y tenía por costumbre decir “malos lobos te coman”. Y durante la época de la recolección del grano los vecinos se unían y hacían la maja juntos, en una era comunal. Por la noche se quedaba cada día una persona a cuidar el grano. Y una noche le tocó quedarse a la tía Olaya y vinieron los lobos y se la comieron” (Fonteboa). Su carácter diabólico, según algunos, se manifiesta en que cuando comen a alguien, dejan siempre como resto el brazo derecho.
En relación con los lobos, en siglos pasados estuvo muy en boga la creencia en la licantropía, es decir la existencia de hombres lobos o lobishomes. Vicente Risco define al lobishome como “el hombre que por una causa mas o menos preternatural o mágica, se convierte en lobo y vive como tal durante un tiempo mas o menos largo, señalándose, por lo común, por su ensañamiento y crueldad, especialmente con los seres de la especie humana”. Según este autor se llega a tal condición bien por ser el séptimo –en algunos casos el noveno– hijo varón de los mismos padres que hayan tenido otros seis hijos varones anteriormente en serie no interrumpida por ninguna hija; bien por sufrir una maldición –fada–, ya de sus padres ya de alguien que le quiera mal. Se trata, pues, de una especie de mal de ojo (Risco, 1994).
En el Bierzo se menciona uno de los primeros casos documentados de licantropía de nuestro país, como recoge Pedro Calatayud en su libro Del comercio de las brujas, publicado en 1754: “En ese siglo acia el año de 20, un hombre transformado en lobo, en cuya figura le vieron muchos, despedazó y mató en los montes, prados y cercanías de Villafranca del Vierzo más de veinte personas, y perdonó a veces a los becerros, bacas y ovejas, se tiraba con una furia infernal a los muchachos, y muchachas, que los cuydaban y oí decir, que saliendo uno armado, y a caballo contra él, huía el cuerpo y declinaba los golpes con destreza propia del hombre, el que era lobo figurado” (cit. en Blanco, 1992).
Según Miguel J. García todas las épocas de crisis producen monstruos, fruto del terror colectivo; monstruos que aunque imaginarios responden a necesidades muy reales y concretas. Uno de esos monstruos es el lobo. En 1868 fue un año funesto: malas cosechas, un invierno terrible, hambre. En Corullón el lobo devoró a tres niños: Dionisio Amigo, de 14 años, el 29 de abril en San Antonio; Manuel Rodríguez Abella, de 9 años, el 30 de mayo en monte Oscuro; y Encamación González de Alba, de 10 años, el 13 de noviembre en la Fócara. Un anuncio del BOPL de 9 de abril de 1869 se hace eco del miedo de la gente: “Esta corporación (Diputación), afectada por las muchas víctimas que ha causado una fiera en el ayuntamiento de Corullón y en vista de las cuatro criaturas que ha devorado esta vez en los días 23 y 24 de marzo ahora en Sobredo y Cabeza de Campo, hace un llamamiento a todos los cazadores del Bierzo. El que consiga presentarla muerta a esta Diputación recibirá 8.000 reales a los 14 meses siguientes para evitar estar seguros que es esa misma fiera. Según dicho autor no se conocen informes médicos, ni del ayuntamiento, ni del desenlace por lo que “mucho nos tememos que ese “lobo” era de los de dos patas” (García, 1983). Se trataría, pues, no de un caso de licantropía sino de simple antropofagia provocada por el hambre.
En ese contexto de hambre y miedo puede situarse el cuento del “lobo da xente” narrado por Floripes Díaz Morcelle: “En unha familia pobre de Corullón a madre fixo, un día, a comida pra todos seus fillos. Unha filla comeu toda a carne da pota nun deixando nada pra os demás. Ao enterarse a madre, enfadouse muito con ela e botoulle “o mal de ollo” dicindolle: ¡Ojalá te convertas en lobo! Y así foi.
Antes secábanse as castañas no monte, en unha cabana, e turnábanse as xentes pra guardarlas. Esta familia tamen tina castañas eilí e un día estaba guardándoas o fillo pequeno cando apareceu “o lobo” eo comeu.
O día siguiente veu outro irmau pra o relevo e viú os restos desfeitos do pequeno. Trepou ao canizo pra poder cazar a animal. Pronto apareceu “o lobo” ieste saltoulle encima e arrancolle dún tirón a pel viendo que era a sua irmá que dixolle: “quiema toda a pel, toda; si deixas un solo pelo, volverei a convertirme en lobo”.
Tiroua ao lume pra desfacer o hechizo pero a piel rebotaba da lume. Despois de muitos esfuerzos, consiguiu queimala toda e levo a asustada irmá pra casa acabando así con as mortes qu´este “lobo” había feito en Corullón: una nina na Fócara, seu irmau, etc (A Curuxa, nº 22).
Convertirse en lobishome no es algo voluntario ni deseado para el que le ocurre tal desgracia, sino consecuencia de una “fada” o de un mal hado; por ejemplo, como hemos dicho, ser el séptimo hijo de unos padres que no tuvieron mas que varones, por tener la osadía de haber nacido el 24 de diciembre o por una maldición, que casi, siempre suele ser temporal. Esto último suele ser el motivo mas frecuente, como reflejan algunos cuentos populares. En Candín se cuenta que “una madre tenía muchos hijos, y entre ellos uno muy goloso, muy zampón. Un día la mujer echó carne para cocer en la olla y aquel rapaz fue y le cogió un trozo de carne. Lo vió la madre y le dijo: parece mentira, que zampón. Dios quiera que te vuelvas lobo siete años, a ver si te hartas de carne”. Y así fue. Pasado el tiempo, ya curado, contaba que en en forma de lobo había bajado muchas veces al pueblo. “Y una vez dijo que estuvo en Peña Tallada, que es un camino que va para la braña. Y decía: muchas veces nos juntábamos muchos lobos y arrollábamos una res que era de un pobre y yo quería dejarlo marchar, pero los otros reñían conmigo y pegábanme. Y decía que vagaba por los montes de por aquí y que cogía a la gente (Fonteboa).
En Burbia se recogió este otro cuento, en el que igualmente el lobishome es consecuencia de una maldición paterna: “Era una muchacha que la echaron sus padres fuera de casa con una maldición: que la comieran los lobos. Y luego la chica pues se echó al monte, con los lobos; pero con la maldición que la echaron los padres, los lobos no la comieron. Y se hizo ella de lobo; cogió la piel y todo de lobo.
Y luego, pues en un pueblo había una casa que secaban las castañas todos los del pueblo, en la casa aquella. Había, así, un desván por arriba...; yo no se - cómo lo harían, pero que secaban muchas castañas. Y luego, pues iban a darle vuelta. Y aquél que iba, la muchacha lo comía; ya no salía más. Y ella, de que los comía, pues se peinaba y se preparaba en la casa aquella, a la lumbre. Y cuando se preparaba, pues tiraba la piel; luego la volvía a poner y era lobo.
Y cuando vino un chico del servicio y le dijeron lo que pasaba en el pueblo, dijo:
–Pues voy a ir yo.
Y la familia no quería que fuera, porque lo comía. Y é dice:
–Pues voy.
Pues voy, pues voy..., pues fue. Fue, hizo la lumbre y se subió a las castañas; y tapó la boca y todo, que ella no oliera nada. Y ella, luego, se puso a peinarse y a prepararse; tiró la piel y era una chica..., ¡bueno! ¡estupenda! Y el bajó despacio, despacio, con todo tapado, que no oliera nada. Como ella tenía pelo largo, se estaba peinando así: cara para abajo. Y el baja, coge la piel y se la tira; había un fuego grande, grande grande grande, y se la metió en el medio del fuego. Y la abrazo bien: así, bien abrazada; porque, si no, la saca. Y dijo ella:
–Mira; si un pelo me quedara de la piel, lo más grande que lo iba a quedar a ti era una oreja.
Y luego, pues como la piel la quemó toda, pues se caso con ella” (Camerana,1991).


3

La mitología berciana, además de la pervivencia de ritos paganos, conserva el recuerdo de algunos seres fabulosos cuyos orígenes son muy diversos: unos son restos de antiguas creencias, como las señoras, xanas u ondinas; otros consecuencia de una visión animista del mundo, en las que determinados fenómenos sólo pueden explicarse por la existencia de seres extraordinarios que los producen; así la tormenta no es sólo la tormenta, sino que detrás y provocándola está el rañubeiro; las cosas se desordenan no por azar sino por el trasgo. Estos personajes pertenecen al mundo espiritual, pues no se pueden conocer y percibir como el resto de las cosas sensibles, pero al mismo tiempo han sido antropomorfizados, presentan rasgos humanos, tanto físicos como en su manera de ser. Como diosecillos no responden al paradigma de divinidad en sentido estricto: seres transcendentes y autónomos con capacidad de decidir de forma determinante sobre el decurso de los acontecimientos mundanos, es decir, plenamente sobrenaturales. En realidad, estos seres se parecen más a las entidades “divinas” de las religiones antiguas, que jugaban un papel social como intermediarias entre la divinidad suprema y lo mundano, dotadas de virtualidades extraordinarias de carácter ambivalente. Aunque las actuaciones de las distintas divinidades o fuerzas supranaturales se parezcan a las humanas, carecen de naturaleza personal propiamente dicha. Corresponden a un estrato poco evolucionado de la cultura popular; en el que los hombres trataban de explicar con tales creencias la dimensión misteriosa de ciertas fuerzas o fenómenos naturales –el agua, el viento, el fuego, las catástrofes cósmicas–, recurriendo a la deificación de la energía que los anima, lo cual nos hace pensar en la existencia de una mentalidad colectiva que concebía el universo animado por una fuerza misteriosa, sin ninguna configuración precisa y, consiguientemente, de contornos muy indefinidos y difusos (Fernández Conde, 1981).
Carlos Canales y Jesús Callejo han señalado algunas características de estos personajes míticos, a los que llaman “elementales”, término que los define muy bien, ya que son seres relacionados con los cuatro elementos básicos y primarios de la naturaleza, el agua, el fuego, el aire y la tierra. A pesar de sus diferencias, presentan algunas similitudes. Son seres interdimensionales y atemporales que, aunque viven como nosotros en la tierra, normalmente en comunidades y organizados jerárquicamente, no se rigen por las leyes físicas ordinarias; son invisibles aunque pueden materializarse y hacerse visibles, bajo la forma de determinados animales o antropomorfizados; pueden cambiar de forma y de tamaño, adoptando aspectos grotescos o hermosos; son juguetones y caprichosos; cuando se hacen amigos de los humanos les hacen grandes regalos materiales o psíquicos, pero pueden ser rencorosos y vengativos; éticamente son neutros, no distinguiendo entre el bien y el mal, aunque suelen ayudar a la gente bondadosa y perjudicar a los malvados; están interesados en determinados aspectos sexuales de los humanos, con los que mantienen relaciones y hasta llegan a casarse; y viven mas años que los hombres, pero no son inmortales (Canales y Callejo, 1994).

las señoras

Este personaje mítico, que en Galicia suele denominarse como donas, doncellas o señoritas, tiene un cierto parecido con el que en la mitología nórdica y centroeuropea se conoce como “hadas”. Se las puede definir como espíritus de naturaleza femenina, vinculados a las más bellas manifestaciones de la vida, en especial a las flores, a los ríos, a las fuentes, a los bosques y a los niños. Se trata de seres de características sobrenaturales, que no pertenecen a nuestra especie, y que suelen vivir en los castros, montes y preferentemente en las aguas. En muchas leyendas se las describe como hermosas mujeres de ojos verdes y cabellos de oro, que se peinan con un peine del mismo metal; algunas van desnudas y otras llevan lujosos vestidos. Habitan en suntuosos palacios custodiando sus tesoros. Se enamoran de los humanos y a veces se casan con ellos, con los que suelen tener hijos. Se las ve, sobre todo en determinadas fechas, como la noche de San Juan, bien a la entrada de una cueva, al lado de una fuente o a la orilla de un lago (Risco, 1995; Callejo, 1995).
Las que viven en montes y en antiguos castros parecen tener una cierta relación con los moras de las que hablaremos mas adelante, hasta el punto de que se cree que muchas de las moras que citan las leyendas fueron anteriormente señoras encantadas (Risco, 1995). Una de las leyendas mas frecuente es la que relata algún infructuoso intento por desencantar a una de estas señoras. En el cuento “Las Penas del Nuncio”, recogido en Teixeira, se narra como un joven entra en un bosque en el que hay una casa con siete camas, en las que cada noche duerme en una de ellas, pues siempre tiene frío. De regreso a su casa, su madre, al que le cuenta el suceso, le aconseja que otra noche, cuando tenga frío, encienda una cerilla. Así lo hace, apareciéndosele una mujer muy hermosa que le dice: ¡Que ladrona fue tu madre!, si no fuera por ella, me dejabas desencantada (Camerana, 1991).


Son frecuentes los relatos en que una de estas señoras se le aparece a algún humano al que le ofrecen un regalo con la condición de no mirarlo hasta llegar a casa. La curiosidad, sin embargo, les impide cumplir la promesa, encontrándose con que tal regalo son trozos de carbón o boñigas, que aquel suele tirar aunque siempre se le queda alguna brizna prendida en los bordes del vestido, que al llegar a casa se converira en oro. Echando pestes por su incredulidad, desanda el camino en busca de los trozos de carbón, pero lo más frecuente es que hayan desaparecido, al igual que la señora. Cuentan en Candín (Ancares) que en el camino que va hacia la braña, en medio de la cuesta, hay un campo grande llamado la Aire de Ribón, en el que se descubren restos de yacimientos auríferos. Dicen que por allí antiguamente habitaban los moros. Una vez iba una mujer a la braña cuando en medio del camino se encontró con una señora que le dijo: “ Mire, tome, leve esto para casa”. La mujer depositó en el mandil el regalo, que era “una regazada de carbón”. La señora le ordenó no mirarlo hasta llegar a casa, pero al poco rato miró el regalo, y viendo que era carbón lo arrojo al camino. “Pero le quedaron unos cachines en los pliegues del mandil y resulto que el carbón era una moneda de oro. ¡Santo pobre de min! Entonces volvió por los carbones pero cuando llego no había carbón ninguno. Los carbones habían desaparecido. Y la mujer se ponía loca de rabia porque perdiera aquellos carbones” (Fonteboa).
Otras veces, el cuento tiene un final terrible, en el que la señora, convertida en una mora sanguinaria, mata a la persona humana que vuelve con la intención de pedirle nuevamente carbones o boñigas, probablemente como castigo a su infidelidad y avaricia.
En Cadafresnas refieren que “había una madre que tenía una hija y eran muy pobres. Un día, la madre le mandó con los cerdos al monte. La niña salió llevando un mantel para acucharse. Caminando por el monte encontró a una señora que le dió unos cagallos, y metiéndoselos en el mantel le dijo que no los abriera hasta llegar a casa. La niña respondió que no los abriría, pero cuando había andado un poco y ya estaba cerca del pueblo, abrió el mantel, y viendo que lo que le había dado la señora eran cagallos los tiro, pero sin darse cuenta todavía le quedaron algunos en los pelgos del mantel. Cuando llegó a casa, sacudió el mantel y las pocas que habían quedado en el mantelo, tres o cuatro, se convirtieron en monedas. La madre, al ver esto, toda extrañada le preguntó que quién se las había dado. Ella respondió que una señora, que le dijo que no abriera el mantelo hasta llegar a casa. La madre, viendo esto, le dijo que volviera a mirar por donde había tirado las otras. Fue, pero no encontró nada. De regreso a casa, la madre le ordeno que volviera a pedir a la señora unas pocas más. La niña volvió a pedírselas a la señora y se la encontró convertida en mora. Esta mora mato a la niña. La madre, como ya era tarde y la niña no volvía a casa, fue a buscarla, llamándola de esta manera: “Mariquiña, Mariquiña” A lo que una voz respondía: “Mariquiña, Mariquela, está fritida en la cazuela” (Fernández,1986).

las xanas u ondinas

Estas señoras, cuando viven en el agua, en una fuente, rió o lago, se las denomina en el Bierzo xanas u ondinas. Algunos, a semejanza de la toponimia asturiana en la que son frecuentes los términos relacionados con las xanas, quieren ver en toponimos bercianos, como Fuente de la Chana, La Chana, Las Chanas, etc. una pervivencia de este ser mitológico. Otros topónimos, como Fontoria (fonte áurea), Fonte da Moura (Barjas), Fuente de la Mora (Lillo) parecen tener también una estrecha relación con el. Las xanas u ondinas suelen ser mujeres muy hermosas, de largas cabelleras, que se hacen visibles en la noche de San Juan, cuando salen a la orilla de fuentes y lagos a peinar, con peines de oro, sus largos cabellos dorados. Unos creen que este mito recuerda a las antiguas ninfas grecorromanas (Cabal, 1943; Castañón,1971); para otros, las xanas son una sublimación del importante papel que juega la mujer en el mundo astur (Fernández Conde,1981).
Una de las primeras menciones a las xanas se debe a la pluma del escritor berciano E. Gil y Carrasco, en el articulo “Los asturianos”, publicado en 1838 en el Semanario Pintoresco Español: “La otra creación de su fantasía, aunque más limpia y risueña al parecer, no por eso les infunde menos interés y pavor. Dicen que hay una especie de lindas mujercitas de plata que salen por el agujero de las fuentes, que hacen coladas más blancas que la nieve y secan sus delicadas ropas a la luna, retirándose con ellas apenas se acerca algún importuno que las estorba en tan inocentes ocupaciones. A estas mujercitas, de un codo de estatura, misteriosas y llenas de poder en la mente de estos montañeses, señalaban con con el nombre de janas” (Gil y Carrasco, 1954).
En el Bierzo la leyenda más conocida sobre xanas u ondinas es la que se las relaciona con el origen del lago de Carucedo, de la que existen numerosas variantes (Caceres,1883; De Llano, 1896; Roso de Luna, 1916). Una de ellas cuenta que Borenia, hija de Médulo, un caudillo astur, vivía con su padre en el valle hoy ocupado por el lago, dedicada al cuidado de sus rebaños. Un día la paz de aquella tierra se vió turbada por la presencia de las armas romanas. La defensa de Médulo y los suyos fue endiablada, mientras Borenia buscaba refugio en una cueva cercana. La batalla termina indecisa. Médulo y Carisio, el general romano al mando de las tropas invasoras, negocian la paz. Borenia, creyendo haber pasado el peligro, regresa al lado de su padre. Su belleza encandilará al romano, pero el fracaso de las negociaciones enciende de nuevo la guerra, en la que los romanos derrotan a los valientes astures. Carisio piensa entonces en cobrar en Borenia el precio de la victoria. Va a buscarla a la orilla de la fuente en la que ella espera el resultado de la batalla. Pero apenas Carisio trata de apoderarse por la fuerza de la joven, aquella fuente, en la que hasta entonces sólo manaba un tenue hilillo de agua, empieza a vomitar un torrente de agua que anega el valle convirtiéndolo en un lago. Dice la leyenda que Carisio logro ponerse a salvo mientras Borenia era arrastrada por las aguas hacia el fondo del lago, en el que desde entonces yace su cuerpo mientras su espíritu pervive convertido en una ninfa, en la Ondina Caricea, a la que algunos dicen haber visto en la noche de San Juan, sentada a la orilla del lago, peinando sus cabellos dorados.

el trasgo

El mito del duende o trasgo es común a todos los países del oeste y norte de Europa, pues al parecer tiene origen celta; otros, por el contrario, lo asimilan a los lares romanos, especie de espíritus protectores del hogar y de los campos, e incluso a los larvae y lemures considerados como almas perversas de ciertos difuntos, que errabundean por los campos y casas molestando a sus moradores. Covarrubias, en 1611, lo define como “espíritu malo que toma alguna figura, o humana o la de algún bruto, como es el carbón”. En realidad se trata de un ser de pequeño tamaño, travieso y juguetón que se introduce en las casas, especialmente en la cocina o en las cuadras, y lo revuelven todo, aunque también tiene la manía de dejarlo luego ordenado. Del Llano Ovalle, en 1896, recuerda que los niños bercianos cantan en corro esta canción: “¿Quién será el duende/ que anda por ahí?/ que ni de día ni de noche/ nos deja dormir...?”. Algunos visten un gorro colorado –en Asturias se le llama “el del gorru colorau”– y suelen tener la mano izquierda agujereada, por lo que para echarlo de casa se le ponen granos de maíz, linaza o mijo desparrados por el suelo, pues como es un amante del orden los quiere recoger, pero se le caen, se aburre y se va. También si se le manda la tarea de contarlos le ocurre lo mismo pues no sabe contar mas que hasta cien, diez o dos, y cuando llega a esas cifras deben empezar de nuevo por lo que se aburre y también se va (Callejo y Canales, 1994; Cabal, 1945; Castañón,1976; Poncelas, 1993).
Al trasgo se le confunde muchas veces con el diablo burlón y a este con aquel. El trasgo o diablo hace muchas travesuras. Alicia Fonteboa recogió en Ancares esta narración de labios de una señora: “Estábamos en la cama. Viu un ancarés y en esto andaban con los palos arrastro. Y el marido mío, dice: ¿pero quen é este que anda por eiqui?, quen é? Pasó un ratadín y al ratadín volviu outra vez a enredar ailí. Era el diablo. Dice el home: ¡como me levante engánchote por las orellas y amátote! Y en esto marchou el diablo pateando por la habitación y aplantouse en una ventana y desde ailí saltó pra abaixo y ya non vimos mas nada” (Fonteboa). Otra de sus trastadas consiste en enredar con los animales. En Viñales el trasgo solía entretenerse al estilo de los follets catalanes, es decir, trenzando las crines de las caballerías y provocando estruendos de lo más variado con el único propósito de no pasar desapercibido (Canales y Callejo, 1994).
Una de las anécdotas mas frecuentes del trasgo –trasno se dice en Ancares– es la de mudarse de casa con los vecinos cuando estos, aburridos de sus trastadas, deciden abandonar su casa. “Andar de casa mudada” suele ser la fórmula con la que terminan muchos cuentos, como ste recogido en Ancares: “Un día que no estaba la ama fue (el trasgo) a la corte de las vacas. Antes se comía en unas cazolas de barro. Llegó el demonio a casa, fue a la corte y llenó las cazolas de boñigas de las vacas. Fue arriba y dijo: hoy fixemos papas, hoy hay que comer papas, que hoy fixemos papas. Y cuando llegaron los otros a casa vieran las cazolas llenas de basura de las vacas, y él muerto de risa. Hacía muchas tonterías. Entonces decidieron cambiar de casa. Ir para otra casa para ver silos dejaba en paz el demonio y cogieron las cosas que había antes, que eran muy pocas; antes no había nada. Marcharon con todo a otra casa y les quedaba un rastrelo de lino y o que ven detrás dixo: andamos de casa mudada, pero inda nos quedo el rastrelo y voy a ir a por él, decía el demonio (el trasgo) (Fonteboa).
A veces esas trastadas y burlas las hace también fuera de casa, con lo que se confunde con el diablo burlón: “Una mujer que venía para Candín y la llamaron detrás: comadre, comadre. ¿Pero, quién me llama? ¡Dios mío pero si no esta nadie!, ¿Quén e? ¡Vuelve, vuelve! ¿Quén é, quén e? ¡Comadre, comadre, vuelve aquí! Era el diablo, pero ella no vio a nadie. Era el diablo”.
El trasgo es un duende doméstico, aunque en los Ancares, según Canales y Callejo, existe la tradición de colocar cruces en los árboles que bordean los pueblos para impedir que este penetre en ellos y se quede en los alrededores. En el supuesto de que sea visto en el interior de una casa, desaparece de allí cuando se pronuncian palabras tales como ¡Jesús!, ¡Dios mío!, o simplemente se reniega de el diciendo: ¡Arrenégote, cochino! (Canales y Callejo, 1994). Me parece que en este caso no se trata de un trasgo sino del diablo burlón, como luego veremos.

los xanines

Una variante del trago es el xanin. En el Bierzo se cuentan varias leyendas de xanines, personajes que si bien parecen trasgos, no habitan en las casas sino en el bosque, especialmente en las laderas boscosas del Carballal de Folgoso de la Ribera. Aquilino Poncelas cuenta que los “Xainines tiñan como lugar de apouse as mentas ladeiras do Carballal, monte cheo de rebolos ie eili entregábanse a vida de folga e viaubadeira, mui concorde co caracter galvaneiro e tranquilo da súa raza, e a acexar durante as súas eternas caminatas a presencia de calquera hóspede de fóra. En muitas ocasiois aplicábanse a importunar e a facer unha a mil mugangas as persoas que avantaban nos suos dominios (...).
Polas longas e frías noites invernais, nas que os do lugar asaban patacas nas cuciñas baixas e alegraban os fiandois con contos ie estorias, que ó ax do lume arriscadeiro tomaban un aire misterioso ie pantasmal, estes seres baixaban hasta o barrio de Santa Euxenia a quentarse no braseiro e a saboreala comida e as patacas que os veciños deixaban desque se iban á cama.
Cuntan que nunha das casas, na que vivía un matrimonio sen fillos, solían os Xainines aparecer mentes a muller se quedaba noite arriba fiando, e as patacas asadas desaparecían como se andaran as bruxas. Fui estoncias que, despois das amentas que a muller lle sacou ó home polo xeito raro en que certa comida voaba da casa, lle dixo él a muller:
–Mañá voume quedar na cuciña. Veremos se aparecen diante de min.
E así sucedeu; colleu un fuso e unha roca, puxo un pano na cabeza e aguardou expectante a chegada dos visitantes.
Noite arriba, e sen poder endilgar a naide, escutiou que alguén langrexaba:
–Felique, felique, nada pavique; oite sen babas e hoi con babas.
Que invertido á nosa fala, se ben pouco se deferenciaría dela na actualidá, e cuntando que o texto orixinal pudera sufrir modificaiois durante a transmisión oral, viría dicir un parecido a:
– Fiaba, fiaba, pero nada se notaba; oite sen barbas e hoi con barbas.
O certo é que a imaxen daquela muller barbuda, facendo como que fiaba, asustou tanto ós Xainines, que consiguíu escorrentalos pra sempre” (Poncelas, 1992).


Estos xanines parecen tener poderes mágicos. Mar Llinares recogió también en Folgoso una versión del cuento de Blancaflor, en la que su protagonista masculino, Juanillo, para poder casarse con la hija del rey, tenía que cortar todos los carballos del monte, sacar las raíces, sembrar trigo, segarlo, moler el grano, amasar la harina, y todo esto en una sola noche, porque a la mañana siguiente tenía que llevar una hogaza de pan caliente al rey. Blancaflor, ante el desconsuelo de Juanillo, le dio la solución mágica: en el Carballal vivían los Xainines, amigos suyos, que eran unos hombrecillos de dos cuartas de tamaño que podían hacer autenticas maravillas. Ellos fueron capaces de realizar el difícil trabajo con lo que los dos enamorados pudieron casarse. (Llinares,1990).

el diablo burlón o el cochino-puerco

La frontera entre el trasgo y el diablo burlón es difusa, por lo que es no es raro confundirlos. Como aquél, también tiene un carácter bromista y no es un diablo maligno. Canales y Callejo dicen que el “trasno do choco” de los Ancares actúa básicamente en los caminos como cualquier “diaño burlón”, haciendo que la gente forastera se extravíe con algún sagaz procedimiento, tendente a que pierda así toda orientación”; pero en mi opinión, pese a la identidad de nombre, no se trata de un trasno o trasgo sino de un diablo burlón. Esta confusión se puede ver en este cuento recogido en Balouta, en el que por cierto aparece una de sus aficiones más corriente, ver desnudas a las mujeres: “Era una señora a la que le faltaban las ovellas y fue a buscarlas por ahí abajo, a un camín, y estaba el trasgo allí. Y el trasgo hacía que era un carneiro. Y el carneiro la agarró por el corno y tira, tira por el para casa (...) y después que estaba quente xa, el trasgo levantouse y la muller púsose desnuda, que antes había pulgas, fue a mirar las pulgas, y el trasgo sube por la pregancia arriba y cuando estaba en el pico, dixole ¡Cucurucu, que to vin as tetas y o cu!” (Fonteboa).

El diablo burlón se le conoce en Ancares con el nombre de cochino-puerco, al que le gusta transformarse en diferentes animales, como vemos en el cuento “Cazcarran ou cochino-puerco”, recogido en Pereda de Ancares, en el que también vemos sus aficiones sexuales: “Nos tempos dos meus antepasados, fai xa muitos anos, o cochino-puerco –que era o demo– vagaba con muita frecuencia polo Valle de Ancares. Gustáballe de transformarse, e con preferencia en toda clase de animais: unhas veces tomaba forma de burro, outras de vaca, de ovella... ou de calquera animal con tal de engañar a xente.
En todos os pueblos había veceiras que rotando de veciño en veciño, sacaban as ovellas ó monte.
Ie habia unha muller neste pueblo que non creía nesas cousas do cochino-puerco. Chegou o día en que lle tocaba a ela saír ó monte ca veceira. E cuando estaba aló arriba no pico da montaña, desatouse unha gran tormenta. Non tuvo máis remedio que afalar ás ovellas pra casa a toda prisa e metelas na corte. Cuando se puxo a cuntalas, deuse cuenta que lle faltaba un carneiro.
Foran caían chuzos de auga, pero ela chovendo e todo botou polo monte arriba en busca do carneiro perdido, e despois dunhas horas, deu con él entre unhas xestas. O carneiro taba tan aterecido que a muller, como pudo, colleuo ó carrelo e levouo pra casa.
O chegar ó curral, chamou polo marido pra que encendera unha boa llamarada de lume na lareira e así poder enxugarse ela io carneiro. Estuvo quentando o animal por un lado e por outro, e cuando xa iba enxuito, empezó ela a quitar a roupa que tamén traía muy mollada, e colgouana garmalleira e nus paus que había por baxo do cañizo.
Cuando a muller taba eilí desnuda xunto o lume esperando a que lle enxugara a roupa, oiu un estampido, e dun brico escapou o carneiro decindo:
Juju-ru-jú.
que che vin as tetas io cu.
A muller, dándose cuenta que era o cochino-puerco, dixo:
–¡Ay, de min; ay, de min
agora que o vin,
xa o crin! (Fonteboa, 1992).
Una de las travesuras de este diablo, que actúa casi siempre de noche, es la de convertirse en un animal que se encoge o estira permitiendo que se vayan subiendo en el más y más personas. Solo al decir !Jesús! desaparece echando a la gente por el suelo. En Ancares se cuenta que “habían ido de Filandón, como de costumbre, un grupo de mozos y mozas muy jaraneros a una casa a hicieron baile en el astrago y cuando danzaban al son de una pandereta, apareció una mocita muy hermosa que se convirtió en la seducción de todos los jóvenes que allí estaban. Y al decir uno “¡Jesús qué mocita tan bonita!”, desapareció por la puerta y los mozos y tras ella hasta que en un lugar llamado el Portelo desapareció.
Anduvieron buscándola pero no vieron sino una yegua de lustroso pelaje negro, salpicado de manchas blancas, paciendo en un prado. Se montaron a horcajadas dos en ella, luego otro, y cuantos más se subían más cabían, hasta que a uno se le ocurrió manifestar: “¡Jesús, hombre, nunca había visto otro tanto!”. Y no bien terminara de decirlo, explotó la yegua y cuentan que fueron todos diseminados por diferentes puntos del pueblo” (Poncelas,1987).
La creencia en el diablo o cochino-puerco estaba tan arraigada en la gente, que algunos de los relatos recogidos por A. Fonteboa refieren sucesos acaecidos a personas muy concretas, por ejemplo en el cuento titulado “O diabro no monte de Pinareira”, Rosa Abella, mujer de 85 años vecina de Tejedo de Ancares, lo refiere como sucedido a sus suegros: “Unha vez, esto oínllo eu am mía sogra, que lle faltaba unha vaca dun monte que lle chamaban o monte de Pinareira. Ie paseron así nuhas tierras que habia, ie el diabro aparecífuselles:
–¡Subide arriba, ho, subide arriba, quea vaca ta eiquí!
Ielos iban subindo, subindo –meu sogro ie mía sogra– buscar a vaca al monte. Ie chegaban elí, iel diabro andaba un cacho máis arriba:
–¡Subide hasta eiquí, ho, subide hasta eiquí, que a vaca to no chozo, ho!
Elos foron subindo, subindo; ie, despois de muto subir, dícelle mía sogra a meu sogro:
–¡Oi, Grabiel, oi Grabiel!, ¿ie non será el diabro, porque tanto cacho que subimos... ia a vaca non aparece...? ¡Leve el diabro se non é el diabro! Voun arrenegalo: ¡Juasús, María y José; arrenegado sea el diabro!
Ie nesto marchoule el cochino-puerco. Volveron para casa e, cuando viñan, viron a vaca eilí cerca delos, eilí nuns leiros que había. Ie trougueron a vaca pra casa” (A. Fonteboa).
la raza mítica de los moros
La creencia en moros y tesoros ocultos está extendida por todo el Bierzo, como lo refleja la abundancia de lugares donde hay referencias a moros o a cuevas de moros. Una relación no exhaustiva señala la existencia de cuevas en Barjas “A Cova” y a “Cova das Gallas”, Moldes “La Pena”, Salas de los Barrios “Matocalero”, Ocero “El Reguerón”, Villar de Acero “La Bramuda”, Villar de las Traviesas “Cimadevilla”, Castropodame “La cueva del Morel”, Salientes “La cueva de la Mora”, Paradela de Muces “Castillo da Cova da Moura”, Ponferrada “la cueva de la Mora” ; en la Cancela se habla de una “mora" que muchos aseguran haber visto. Raro es el lugar del Bierzo en el que no se mencionan moros o tesoros de moros, hasta el punto que pueden señalarse más de treinta lugares con menciones a moros o cuevas de moros.
Esta creencia es muy antigua. Munárriz, hacia 1807, dice, hablando de las explotaciones auríferas romanas, que “la gente común y aldeana cree ver en ellas otras tantas ciudades y habitaciones de moros, en las que cuando se verificó su expulsión dejaron escondidos tesoros inmensos. Esta patraña se halla tan radicada aún entre sujetos que debieran tener algún discernimiento, que con mucha frecuencia gastan su tiempo y caudales buscando esos tesoros imaginados, y algunas personas chistosas queriendo divertirse a su cuenta y para mas alucinarlos, han formado desde tiempo muy antiguo unos manuscritos ridículos con el titulo de Tumbo de San Ciprián o cédula de tesoros, que pueden muy bien compararse a las cédulas de lotería, en las que con algunas señales exteriores del terreno pasan a describir lo que se irá hallando hasta cierta profundidad y hasta dar con el moro encantado y tesoro imaginado, que unos dicen es un carro y bueyes de oro, otros una arquilla y vasija llena de tantas y tales monedas, y otros cuentos tan absurdos, que era imposible creerlos si no lo hubiéramos palpado” (Balboa, 1992). Del libro de San Ciprián y su relación con estos tesoros nos habla también Castaño Pose, describiendo con gracia toda la ceremonia que unos valdeorreses llevan a cabo en las Médulas para con ayuda del libro y el lector, que invoca al demonio, poder sacar un tesoro (Castaño, 1904). También del Llano y Ovalle, en 1896, menciona la gruta de la Cancela, descubierta por unos paisanos, que era “algo así, parecido a aquellos palacios subterraneos, que solo los moros, ayudados de genios invisibles del encantamiento, pudieron realizar, in illo tempore, para pasmo y asombro de las actuales generaciones; entre los cuales y muy especialmente las que viven esparcidas por toda la región berciana, nunca faltan fantasías privilegiadas, que lleguen a ver por el intersticio de alguna enorme peña, correr entre prados de esmeralda, fuentes de perlas, cascadas de oro, ríos de sangre, en cuyo ignoto fondo, gimen prisioneros, centenares de cristianos; todos ellos, inocentes víctimas sacrificadas, sin duda alguna, por la reina y señora de aquellas encantadas mansiones, la imprescindible y enamoradiza reina mora” (Llano, 1896).
Para la mentalidad popular, los moros son seres imaginarios, misteriosos y terribles, con facultades sobrenaturales y poderes especiales para encantar a la gente y realizar hazañas prodigiosas. De las distintas leyendas que sobre ellos se cuentan podemos extraer algunos caracteres comunes: son pobladores antiguos, normalmente se les sitúa en relación con yacimientos o castros; son una raza distinta a la del campesino; no son cristianos pero tampoco son los moros históricos, pues a veces se dice que tienen iglesias, bautizan a sus hijos y se organizan en parroquias; su habitación, casi siempre en zonas despobladas y montañosas, es debajo de tierra, en cuevas, que a veces se comunican con otras por decenas de kilómetros; también habitan en fuentes: en Lillo y en Barjas existe una “Fuente de la Mora”, de aguas buenas y abundantes (Risco, 1995; Llinares, 1990).
A veces en estas leyendas se confunden o entremezclan los moros míticos con los moros históricos, como relata el siguiente cuento berciano en el que los moros que habitaban el Bierzo se convirtieron, tras su expulsión, en Moragatos. Dice así: “Os mouros ocupaban daquela fortificados bastiois da Veiga e Balboa, impoñendo á población aborigen toda sorte de foros, mentras eles vivían arrodeados de incarculables riquezas.
Sucedeu que un día na Treita, porriba das Ferrerias, unha madre presentouse chorosa co xentar onde os seus fillos, que se atopaban escadabando unha seara no monte.
–¿Qué teis, madre?– manifestaron preocupados o ve-la aparecer así.
–¡Qué ma de pasar, qué ma de pasar! –queixábase–. Fai ben pouco que lles tuvemos que dar unha xata, e hoi veinnos por la traseira cabeza de gado.
Os cinco irmaos desmangaron as aixadas de sou e, cheos de furia, saliron tras dos galafrais recaudadores. Desafiaron os mouros pra que deixasen as terras que non lles pertenecían e, ante a negativa deles, emprenderon unha encarnizada contenda.
A estes irmaos fóronse xuntando outros lugareños que, providos de rudimentais armas, consiguiron escorrentalos daqueles asentamentos e facerlles froxar cara o chancelo berciano.
Asegun fuxian en obligada escascabullada, ibanse axuntando os primeiros insurrectos xente nova, de xeito que lograron empuxalos hasta as proximidades de Astorga.
Ellí os mouros, xunto autros, repoñénrose, obligando ós bercianos a regresar ás suas casas.
Os mouros, que se dedicaban á roubar e a desplumar a todo caminante (de ahí o nome de moregatos), sábese que, nalgunhas ocasiois, regresaban ó Bierzo en busca de tesouros que polas presas tuveran que deixar. Muitos deles continúan aínda hoxe acubullados nun lugar calquera, aguardando que alguén os atope” (Poncelas, 1992).
En Igüena, según Benito Suárez, hubo varios parajes que fueron posesiones de los moros, como la Era de los Moros y la Fuente de Moriscal, que se halla en el límite con Colinas. En este último lugar se cree que hubo un destacamento de moros que, al parecer, dejaron allí en gran número sus huesos. Cuando los moros se iban ya de retirada allá por tierras granadinas, se dice que cantaban: “Allá en Igüena, en la Cuca y el Pontón de mal pasar, queda una liga de oro para siete reinas reinar”. A causa de este relato, un poco por aventura y ambición, hubo quien se dedicó a revolterar la tierra por si llegara a tocar el burro la flauta. Aun existe hoy la poza del tesouro, que fue una más de esas excavaciones (Suárez,1990).
Las actividades de los moros y moras son muy diversas. A veces parecen llevar una vida normal: en Villar de las Traviesas iban a lavar la ropa al “arroyo de san Lázaro”; en Salientes lo hacían en una cascada que hay debajo de la cueva; en el castro de Cerunales (Noceda) se oye tejer a las moras. Éstas cocinan, crían gallinas y otros animales, van al mercado o a la feria, como relata la leyenda que transcribe Roso de Luna del castro de Altamira, en Villasumil (Roso de Luna, 1916)). Los moros suelen ser muy trabajadores haciendo obras para el servicio de los pueblos. En Santibañez se conoce un “canal del morel” (en realidad es un canal romano); en Ocero, en el “carballo” se dice que tenían una fundición de hierro. Otras veces sus obras rayan en lo maravilloso, como la leyenda recogida en Cabarcos, según la cual la llamada “Peña del reloj”, una gran roca en la cumbre de una montaña, la subió hasta allí una mora (Mañanes y Alonso,1983).
La mayoría de sus útiles de trabajo son de oro, metal del que guardan inmensas cantidades, con el que a veces pagan favores a los cristianos o simplemente se lo dan, con alguna condición, que los humanos siempre incumplen convirtiéndose en carbón o excrementos, como hemos visto al hablar de las señoras. Los moros viven en cuevas subterráneas guardando fabulosos tesoros. En algunos lugares ese tesoro consiste en algún animal de oro. En el castro de Ceruñales hay una cabra escondida, en Pieros una corza de oro lo mismo que en el Corón de Quilós, en Páramo del Sil unas mulas de oro junto a una bola tan bien de oro, en Castañeiras y Villanueva (Balboa) un yugo. A veces las leyendas encierran un carácter moralizador, pues el tesoro, escondido en un arca, se acompaña con otra arca llena de un gas venenoso. Si aciertas, lo conviertes en rico, pero si te equivocas mueres o envenenas a todo el país, como ocurre con las leyendas recogidas en Villar de las Traviesas, El Valle Tedejo o Turienzo Castañedo (Mañanes y Alonso, 1982).
 



LA BRUJERIA EN TIERRAS BERCIANAS

MANUEL E. RUBIO GAGO

FRANCISCO J. RÚA ALLER

Si tuviésemos que definir el significado de la palabra bruja o meiga en un sentido puramente sencillo, tal vez dijésemos que se trata de un nexo o eslabón entre dos mundos: el racional, real y cotidiano, y el mundo sobrenatural y mágico. Ahora bien, para que nuestra definición se adaptase más a las brujas leonesas, tal vez seria conveniente matizar algo más la respuesta.
La bruxa o meiga leonesa no pasaría, en muchos casos, de ser una pobre mujeruca poco agraciada físicamente, ya entrada en años y que suele vivir sola en un lugar apartado del pueblo o de la aldea; que por razones de salud “se olvida” de acudir cada domingo a los oficios religiosos y que no se relaciona habitualmente con sus convecinos. Las gentes en estos casos, deseosas de buscar una causa supersticiosa a determinados desastres cotidianos, no dudara en afirmar que vio a la tía fulana convertirse en gato negro para arrebatarle las gallinas de su gallinero, o saber que “miro mal” a alguien que repentinamente acaba de enfermar sin causa aparente.
A caballo entre la realidad y la magia, en las paginas que siguen trataremos de acercamos con cautela al mundo supersticioso de la brujería berciana, con sus características concretas, las artes maléficas de las bruxas y sus modos de obrar entre sus convecinos, sin olvidarnos, en cualquier caso, de los diversos procedimientos que la sabiduría popular logró diseñar para preservarse de las hechicerías o contrarrestar el mal de ojo y otros oficios de las siervas del Diablo.

las artes de las brujas

Sin entrar en profundidades en tomo a la historia de la brujería y su evolución en León y otras provincias, podríamos afirmar que el objetivo principal de las brujas es hacer el mal a todo y a todos los que les rodean, a fin de complacer a su Señor de las Tinieblas, el Diablo. Su acción maléfica se extiende no solo a las personas sino también sobre animales, plantas y propiedades. Acerca de los hechizos de las brujas dice Caro Baroja que “es la más clara expresión de la magia. Y pocas regiones debe de haber en las que esta no haya sido ejercida por sus habitantes en mayor o menor escala”.

La metamorfosis

Apuleyo afirmaba que “las brujas de Tesalia ejercían su poder sobre la Naturaleza inanimada y, para llevar a cabo sus maldades, podían transformarse en perros, aves y moscas y entrar en las casas de modos extraños, quitando las entrañas a los cadáveres, que luego emplearían en sus hechizos”.
En los pueblos del Bierzo la forma o “disfraz” más frecuente que adoptan es la de gatos negros, aunque también en carneros, lobos, aves e incluso en moscas, guardando, en este ultimo caso, relación con las meigas chuchonas gallegas.
En Albares de la Ribera cuentan que la tía Pardala, una conocida bruja del lugar, convertida en gato negro, entraba por la gatera de las casas para hacer sus fechorías durante la noche. El relato que nos contaron dice así:
“Un día, después de hacer tío Barrigas el caldo para su mujer, que estaba enferma, observó que inexplicablemente había desaparecido la carne del puchero. El pobre hombre andaba todo preocupado y no se le ocurría nada que justificase aquella desaparición.
Los hechos se repitieron varios días más y el anciano decidió investigar el caso.
Cada noche recorría los alrededores de la casa tratando de dar con el ladronzuelo. Una de esas noches escucho un misterioso ruido dentro de la vivienda que le puso en alerta. Se situó al lado de la gatera y esperó a que saliera el causante de aquel ruido. De repente un bulto negro atravesó el agujero de la puerta y el hombre lo atrapó ágilmente con un saco. Golpeó una y otra vez el fardel contra el suelo pensado que se trataba de alguna alimaña, pero quedo sorprendido al oír una voz que salía del saco y gritaba: “¡No me golpees más, tío Barrigas, que no lo volveré a hacer nunca!”. Por lo visto era la tía Pardala, que siendo bruja hacía incursiones por ]a noche en las casas del vecindario, bajo la forma de gato negro, para practicar en ellas alguna barrabasada”.
En otros casos como el siguiente, las bruxas, como se las denomina en el Bierzo, optan por convertirse en otro tipo de animales, como es el caso del carnero. Este tipo de metamorfosis también abunda en otros muchos puntos de la provincia leonesa, así como en Galicia:
“Yendo un hombre con su ganado hacia Valdelouro –cuenta Manuel Rodríguez– se le apareció una guapa mujer que, tras preguntarle hacia donde se dirigía con sus reses y aquél responderle, la mujer, que era bruxa, le advirtió que cambiase su itinerario pues le auguraba una desgracia. Haciendo caso omiso el ganadero fue por donde no tenía que ir y le salió un carnero negro que comenzó a espantarle las vacas. Cuando el hombre quiso aproximársele para golpearle con un palo, el carnero desapareció dejando una gran humareda.

El hechizo del “mal de ojo”

Una de las antes mas peculiares de las bruxas es el poder de echar el mal de ollo a sus victimas.
Se entiende por tal la acción dañosa que las brujas ejercen por medio de su “mal mirar” a las personas que envidian o les han causado algún daño. A este respecto afirma fray Martín de Castañeda en el siglo XVI que el “mal de ojo” no es precisamente una hechicería sino más bien el producto de una disposición corporal del que mira a otra persona. Esto sucede porque cuando, particularmente los niños, reciben el aojamiento es porque muchas personas lanzan con sus miradas las impurezas y suciedades mas fútiles del cuerpo, que tienen efectos venenosos.
Por ello las madres procuraban guardar a sus hijos de las miradas y trato con viejas solteronas, pues, al parecer, son las que mayormente producen tales impurezas. Por su parte el marques de Villena definía este fenómeno como “vileza del espíritu visible, inexpresión de más lejos y difusión”.
Muchas veces el efecto negativo que causa el “mal de ojo” en la víctima es más bien su predisposición aprensiva o sugestiva sobre quien se sospecha es bruja. Algunos autores explican el “mal de ojo” desde el aspecto puramente parapsicológico como una especie de vampirismo psíquico que ciertas personas de avanzada edad practican sobre otras más jóvenes; tal vez en el deseo de autosupervivencia aprovechando el aura que envuelve a los cuerpos jóvenes.
Sobre este particular cuenta Alonso Ponga que en Ponferrada había una mujer, la tía Jesusona, que tenía fama de echar el “mal de ojo”. Vivía sola y su pasado era misterioso. Mientras los niños la observaban con recelo, los mayores la miraban con descaro, pues decían que “cuando una persona te mira con malos ojos, si la aguantas la mirada, entonces todo el mal que te manda vuelve hacia ella, vuelve a donde salió, causando el daño a quien produce el mal.
En una ocasión, nos relata Manuel Rodríguez, “venía la tía Maria de ordeñar la única vaca que daba leche. Al mismo salir de la cuadra con el puchero se le acercó una mujer diciéndole que le tenía que vender la leche. Ella se negó porque lo necesitaba para la cena. Al llegar a la cocina comprobaron todos los de la casa cómo en el puchero de ordeñar no había leche sino sangre”.
La relación de las brujas con la leche, ya sea apoderándose de ella o estropeándola, explican algunos autores, como es el caso de Marino Ferro, es porque la leche es blanca, color asociado con la pureza y con el Bien, siendo además un elemento nutritivo de primera necesidad. Por tal motivo dejar sin leche a personas o animales significaría matarlas. De esta forma las crías muertas estarían a disposición plena de las brujas.
Otra de las habilidades mas comunes que se les atribuye, además de las ya descritas, es la del vuelo que hacen para acudir a los aquelarres o reuniones brujeriles. Para poder acudir a estas reuniones habrán de embadurnarse ciertas partes del cuerpo –muñecas, axilas y cuello– con unos ungüentos o electuarios elaborados con sustancias todas ellas alucinógenas: acónito, belladona, cicuta, ruda, fumaria, jusquiama, eneldo, opio, etc. Estos ingredientes se mezclaban con enjundia (grasa) de gallina o de gato negro y en ocasiones humana, concretamente de niño, a fin de dar al preparado consistencia de bálsamo. No obstante, este tipo de vuelo se entendía más como extracorpóreo o astral que físico.

aquelarres o conventículos y misas negras

Otro de los oficios brujeriles consiste, como hemos visto, en reuniones que en ciertas fechas clave celebraban las brujas: son los aquelarres, palabra de origen vasco que se compone de “aker” (macho cabrío) y “larre” (prado). Es decir, alude dicho significado al campo, como lugar donde se lleva a cabo la reunión y macho cabrío, que suele ser la forma que adopta el Diablo para presidir dicho acto.
A través de la historia y en cada cultura se han venido denominando a este tipo de rituales con claro matiz sexual de otras muchas formas. Así Fray Lope Barrientos en el siglo XVI las denomina conventículos; frecuentemente se les cita como sabbats, aludiendo a la famosa fiesta judía que se celebra los viernes por la noche. En nuestros pueblos es muy frecuente encontrar testimonios donde se denominan arenales.
Para hacer la reunión o arenal se suele elegir un lugar apartado de la aldea. Las fechas proclives para estas celebraciones de tipo orgiástico suelen ser los viernes a media noche, prolongándose hasta el amanecer del sábado. También se celebran la noche de San Juan, festividad pagana del solsticio de verano. A tales reuniones acudía el Maligno que adoptaba determinadas formas, siendo la más frecuente la ya descrita de macho cabrío.
El acto, en sí trata de reflejar por todos los medios una ceremonia totalmente opuesta a la misa cristiana. Suele comenzar besando el diablo en su orificio posterior a todas las concurrentes. Los tratados antiguos, como es el caso del Malleus maleficarum, nos muestran como las brujas van relatando a su Señor de las Tinieblas las maldades que han comedido entre las gentes piadosas desde la última reunión celebrada. El Diablo, orgulloso de tales hazañas, manda degollar un animal, generalmente un cordero o gallina negros, mientras las asistentes beben su sangre caliente en unos cuencos destinados al efecto. Seguidamente comienza una danza desenfrenada que desemboca en una verdadera orgía sexual entre todos los asistentes ya que frecuentemente acuden también meigos a estas reuniones. Actualmente han desembocado este tipo de aquelarres en las misas negras.
En Albares de la Ribera se contaba en los antiguos filandones que las brujas solían hacer el aquelarre en un pago situado a las afueras del pueblo que se conocía como fuente del Cubillo, por lo que las gentes de bien se cuidaban mucho de pasar por aquel lugar durante la noche.
En Caboalles de Arriba existe un valle denominado Veiga del palo. Hacia la mitad de dicho valle se encuentra una fuente llamada “de las brujas” que ya en el siglo XVIII cita el Conde de Toreno en sus discursos pronunciados en la Real Sociedad de Oviedo.
Pues bien, dicho lugar antaño era frecuentado por las brujas que realizaban allí sus conventículos o aquelarres. Se reunían, en este caso, los días 30 de abril de cada año, festividad de San Felipe, a las doce de la noche. Para acudir a su cita se embadurnaban el cuerpo con sus electuarios diabólicos y pronunciaban el siguiente conjuro antes de salir volando:
“A la Veiga`l Palo
a la ofrenda`l diablo
por encima de cádavas
y por debajo de artos”.
Los lugareños, sabedores de tales reuniones, jamás pasaban cerca de esta fuente en la noche del 30 de abril, pues creían que serian mordidos o arañados por las brujas que luego chuparían su sangre. En otras ocasiones la victima sería arrastrada por entre los zarzales y matojos hasta quedar medio muerta. A la mañana siguiente los pastores acostumbraban a acercarse a la fuente a ver si quedaban restos del festín de la noche anterior, pues se dice que las brujas son muy dadas a comer excelentes manjares.

El arenal de Ponferrada

En muchas ocasiones durante el aquelarre se profanaban objetos religiosos, especialmente las Sagradas Formas consagradas que previamente habían sido sustraídas de las iglesias.
A este fenómeno se refiere el siguiente caso, documentado en la ciudad de Ponferrada a principios de siglo XVII que desencadenó un proceso judicial por robo sacrílego.
Los hechos giran en torno al robo de un cáliz con Sagradas Formas consagradas y de una arquilla de la iglesia parroquial de San Pedro, de Ponferrada, junto al puente del río Sil. El sacrilegio dio lugar al referido proceso que se saldó con la condena de un vecino de dicha ciudad, tras quedar fehacientemente probados los hechos que se le imputaban.
El autor del robo era un tal Juan de Benavente que, si bien no era natural de Ponferrada, habitaba en la calle del Rañedero, junto a la puerta de acceso a la entonces villa, siendo por tanto parroquiano de dicha iglesia. Sabemos que estaba casado con una tal Leonor Fernández, de oficio mostacera. También sabemos que dicho encausado tenía por oficio criar y adiestrar perros de caza. Uno de los testigos del proceso afirmaría ante el Juez: “Determinado de hacer este delito, por muchas noches antes, se entraba a rezar en la iglesia parroquial del Señor San Pedro de esta villa, junto al puente del Sil, y se estaba rezando de noche por muy grande espacio de tiempo: tanto, que el sacristán se enfadaba con él porque se tardaba tanto en salir, para cenar las puertas de la iglesia y tener cuidado con ella”. Otro testigo afirmó que con los objetos sagrados salió Juan de Benavente hacia un campo cercano a la villa conocido como El arenal. Se afirma que allí ocultó los bienes sustraídos entre unas zarzas y matorrales. Durante las noches siguientes a la del robo parece que se veían muchas luces y resplandores extraños en aquel lugar. Uno de los testigos llego a manifestar que los resplandores eran tan vivos, que parecía que ardía el zarzal. Una serie de acontecimientos misteriosos harán que el cáliz sea retornado a la iglesia parroquial portándolo los fieles devotos en una multitudinaria procesión religiosa.
Ahora bien, analizando todos y cada uno de los elementos que configuran el relato nos lleva a la conclusión de que las Sagradas Formas fueron robadas de la iglesia con el fin de celebrar el aquelarre o arenal, como indica el propio nombre del pago donde aparecieron. Las extrañas luces observadas no habrían de ser sino las hogueras de: conventículo. Por lo demás el documento que habla de este hecho está redactado bajo la influencia eclesiástica e intenta mitigar o disimular el trasfondo real del fenómeno, reconvirtiéndolo en un hecho puramente milagroso que culmino con el encuentro de las Sagradas Formas que incluso, fueron, como ya apuntamos, restauradas al templo en una procesión piadosa.
Con el fin de evitar hechos similares y muy frecuentes en aquella época, la Iglesia hubo de promulgar diferentes sínodos a fin de poner sub fideli clavi los Santos Sacramentos, como es el caso del de Pedro Manuel, de 1526, donde en el título XXVII viene a decir:
“...et asimismo mandamos que se guarde las aras et corporales, cálices y vestimentas tras llave et en lugar decente y honesto, porque algunas personas malas desean aver la Eucharistía et olio et crisma et parte de las aras et corporales y de las otras cosas sobredichas para hazer maleficios y echicerías”.

El Campo de las Danzas

Se conoce con este nombre a una zona situada en las cercanías de Ponferrada. El nombre proviene de una antigua costumbre religiosa desaparecida ya que se celebraba todos los años con motivo de la festividad de la Virgen de la Guiana, imagen que perteneció al monasterio de San Pedro de Montes. Dicha costumbre, nos dice Julián Sanz Martínez, consistía en subir a la Virgen desde el pueblo hasta la cumbre de la Guiana para depositarla en una ermita que hay en el monte. Terminada la procesión y la fiesta religiosa que se celebraba en dicha ermita, los vecinos de los pueblos del contorno –San Pedro de Montes, San Adrián de Valdueza y Ferradillo bajaban al Campo de las Danzas “para dedicarse a cosas profanas”. Allí, tras la comida, regada con abundancia de vino, se comenzaba a danzar al son de pitos y panderos hasta bien entrada la noche que se iluminaba con hogueras. Este fenómeno lo interpreta Sanz Martínez como un vestigio de las viejas danzas ancestrales relacionadas con alguna deidad pagana que mas tarde sería cristianizada por la Iglesia, tal como sucede en otros muchos casos. También se cuenta que este lugar era elegido por las bruxas bercianas para celebrar el aquelarre.

defensa y remedios contra las brujas

La sabiduría popular siempre ha tratado de valerse de ciertos objetos y procedimientos para preservarse o, en el peor de los casos, contrarrestar el efecto negativo y perjudicial de las brujas. También se han valido de la palabra, mediante el conjuro, o de determinados objetos religiosos, entre los que aparecen las reliquias de determinados santos, a modo de profiláctico, para paliar los aojamientos y hechizos brujeriles.
Pero antes que nada había que saber quienes eran brujas y quienes no lo eran. Por ello se diseñaron una serie de procedimientos a fin de poder identificarlas claramente y sin ningún género de duda.
La creencia generalizada afirma que cuando al final de la misma el cura se le olvida cerrar el misal, las brujas que se encuentren en el interior de la iglesia no podrán salir de ella hasta que alguien lo cierre.
Algo parecido a lo anterior sucede en los pueblos bercianos –afirma Manuel Rodríguez– cuando durante la misa alguien echa en la pila del agua bendita una piedra, ya que hasta que el propio sacerdote no la retire de dicho lugar, todas las brujas que en ese momento se encuentren en el interior del templo no lo podrán abandonar. El mismo efecto se producía si el cura al final del oficio religioso dejaba el misal al lado izquierdo.

Las defensas con objetos sagrados

Se basan en que los ataques de las brujas, siervas del Diablo, pueden ser contrarrestados por la omnipotente fuerza de Dios transmitida o reflejada en los objetos sagrados.
Costumbre muy arraigada en los pueblos del Bierzo y, en general, en toda la provincia leonesa, era el pintar cruces en las puertas de las viviendas y establos. Pero tal vez la cruz con mayor poder contra las brujas, según la sabiduría popular, sea la Cruz de Caravaca, como hemos visto anteriormente.
Otra de las defensas sagradas consiste en colocar ramos de loureiro (laurel) bendecidos en la misa del Domingo de Ramos en los establos, a fin de preservar al ganado de la acción dañosa de las brujas. Además están los amuletos, ya vistos en otro capitulo anterior: figa de azabache, cuernos de coral rojo, piedra de la leche, cédulas benditas o nóminas, etc., etc.

Los fumazos y sahumerios

Otra de las formas de combatir las artes maléficas de las brujas era el fumazo o sahumerio, basado en la antigua creencia de que el humo de ciertas substancias purifica o limpia de impurezas. Los elementos que se utilizan en los fumazos, casi todas ellas de olor repugnante y nauseabundo, pretendían contrarrestar el efecto negativo del mal de ojo en la arcaica creencia de que “el mal se combate con el mal”. De esta forma dichas substancias pestilentes se quemaban antaño a la puerta de las casas y de las cuadras del ganado en caldero de cobre, a fin de que el humo que desprendía ahuyentase el efecto negativo de las brujas.
En Villar de las Traviesas se afumaba a las gentes para evitarles los efectos del aojamiento quemando ramos de laurel bendecidos en la iglesia el Domingo de Ramos.
Los pastores bercianos salían a recoger cada mañana de San Juan ciertas hierbas aromáticas empapadas aún de rocío. Al atardecer de ese mismo día quemaban dichas plantas mezcladas con azufre o cuernos de cabra, mientras que lanzaban el siguiente conjuro:
“Si eres bruxa te arreniego,
si eres demo vaite al infernu”.
En otros lugares del Bierzo, como es el caso de Pereda de Ancares, el fumazo se hacía con los siguientes ingredientes:
Herbas del aíre, bieito (saúco), incienso, un pollo sin plumas, los excrementos de una gallina, un ramo bendecido el Domingo de Ramos, que era guardado durante todo el año en las casas y unos palitos de madera de la iglesia. Dichos ingredientes, una vez prendidos fuego en el caldero y aspirado su humo, de fuerte olor desagradable y fétido, se dejaban a la vista a fin de que si alguna bruja se hallaba cerca se alejase inmediatamente de aquel lugar.
Por fin otro tipo de defensa consistía en aspersar cada una de las estancias de las viviendas y de los establos con agua bendita que muchas veces proporcionaba a los vecinos el cura párroco en unos frasquitos, cuando cada semana renovaba el agua de la pila de la iglesia. También era frecuente aspersar agua salada en la misma forma anterior cuando no se disponía de agua bendita, ya que la sal, al ser uno de los elementos que se emplean en el Bautismo, siempre poseyó, en la mentalidad supersticiosa de las gentes, propiedades contra el mal producido tanto por los malos espíritus como por las brujas.

la transmisión de poderes de las brujas

Se cuenta que cuando una bruja muere todos los poderes que posee se los traspasa a una mujer joven de su familia que, automáticamente, quedaría convertida en bruja. La transmisión de estos poderes se produce en el preciso instante en que fallece la bruja, estrechando fuertemente la mano de la elegida como su sucesora. No obstante había una forma de evitar esta transmisión de poderes y consistía en que en vez de estrechar la mano, la joven pusiese en su lugar los ramajes de una escoba. De esta forma los poderes pasarían a la escoba que inmediatamente habrá de ser lanzada al fuego. Dicen que cuando esto sucede la escoba emite unos fuertes chillidos y se retuerce revolviéndose entre las llamas.

los conjuros contra el mal

El remedio mas empleado, muy a menudo contra las artes brujeriles y espíritus malignos, amén de plagas y otros muchos eventos negativos, eran los conjuros. El conjuro no era sino una forma de magia canalizada mediante la palabra. Son muchos los tipos que podemos encontrar, como muchas son también las aplicaciones que prescribe la mentalidad popular. No obstante debemos distinguir dos aspectos:
Como contraposición a la brujería negra siempre hubo una brujería blanca o “buena”. Así ciertas meigas benéficas emplearían la magia para hacer el bien, siendo las poseedoras de procedimientos para poder diagnosticar a las gentes su posible aojamiento o hechizo.
Personajes peculiares estas meigas entremezclaban a menudo sus conocimientos curanderiles a base de plantas curativas y pócimas con los conjuros y otros remedios supersticiosos contra la enfermedad. El mal de ojo lo diagnosticaban pasando el agua por el cuerno de alicor que ya hemos visto en un capitulo anterior: si salían burbujas del agua era porque la persona en cuestión había sido hechizada por una bruja. En ese caso era conveniente utilizar un talismán confeccionado al efecto y recitar al paciente una serie de conjuros específicos. En muchas zonas del Bierzo era frecuente emplear los siguientes:
“Tres te han ojado,
cuatro te desojarán:
Jesús, José, María
y la Santísima Trinidad”.
O también se solía emplear el siguiente conjuro, dependiendo, en todo caso, de quien lo utilizase y, por supuesto, del tipo de hechizo que se le hubiese practicado al paciente. En ciertos casos, como el siguiente, se empleaban plantas curativas, en este caso los ajos, que siempre tuvieron fama de combatir los efectos de las brujas, debido a so fuerte olor y sabor picante:
“Estás mal
de una mirada,
te la voy a cortar
de una manada.
Por la gracia de Dios
y santa Ana
que todo lo cura
y todo lo sana.
Con este ajo ajero
que corta lo malo
y deja lo bueno”.

El conjuro de la queimada

Finalmente haremos mención a otro tipo de conjuro empleado contra las bruxas. En este caso, aunque el origen es más bien gallego, tanto por proximidad geográfica como por afinidad etnográfica, es posible localizarlo en distintos puntos del Bierzo. He aquí una de las muchas versiones existentes, en este caso recogida en Villafranca:
“Mouros, coruxas, sapos e bruxas.
Demos, trasgos e diaños, espritos das nevoadas veigas.
Corvos, pintigas e meigas, feitizos das menciñeiras.
Proves cañotas furadas, fogar dos vermes e alimañas.
Lume das santas companas, mal de ollo, negros meigallos.
Cheiro dos mortos, trueno e raios.
Cubeo do can, pregón da morte, fuciño de sátiro e pe do coello.
Pecadora lingua da mala muller casada cun home vello.
Avemo de Satán e Belcebú,
lumes dos cadáveres ardentes,
coros mutilados dos indecentes,
peidos dos infernales cus,
muxidos da mar embravecida.
Barriga inútil da muller solteira
falar dos gatos que andan a xaneira,
quede lla porca da cabra mal parida.
Con este fol levantarei as chamas desde lume
que asemella ao do inferno, e fuxiran as bruxas
a cabalo das susas escobas,
índose bañar no praia das areas gordas.
¡Oíde, oíde! os ruxidos que dan as que non poden
deixar de queimarse no agordente quedando así purificadas.
E cando este brebaxe baixe po las nosas gorxas,
quedaremos libres dos males das nosas ialmas
e de todo enbruxamiento.
Forzas do aire, terra, mar e lume,
a vos hago esta chamada:
 Si e verdade que tendes mais poder ca humana xente, eiquí e agora, facede cos espritus dos amigos que están fora, participen con nos de esta queimada”.

la actitud de la iglesia ante la brujería

Se puede afirmar que la mayor parte de las prácticas heterodoxas, entre las que destaca la brujería, poseen en muchos casos un claro antecedente pagano. En el caso que nos ocupa no habría de ser sino una serie de practicas paganas relacionadas en muchos casos con la fertilidad que, con el devenir de los siglos y con la influencia claramente cristianizadora de la Iglesia, fue derivando en sus formas y usos hacia un aspecto puramente folklórico, tal como hoy lo conocemos. Este tipo de creencias y ritos paganos a que hacemos alusión, perseguidas y reprimidas con contundencia por papas y reyes, no pudiendo, en muchos casos, ser “reconvertidas”, irán degenerando a lo largo de los siglos hasta la época actual.
Recordemos que ya en el siglo VI el discurso de San Martín de Dumio, arzobispo de Braga (Portugal), con jurisdicción en toda la Gallaecia, titulado De correctione rusticorum, arremete contra este tipo de prácticas paganas aun presentes en la idiosincrasia popular. Prueba del binomio poder eclesiástico-poder político existente en la Alta Edad Media es el Chronicon alberdense o emilianense, en que el rey asturiano Ramiro I impone pena de fuego a todos aquellos que practiquen la magia.
En 1478 el papa Sixto V dictara la bula que permitirá a los Reyes Católicos la creación del Santo Oficio que hasta su definitiva abolición en España, en 1834, sembrara de procesos inquisitoriales y, por supuesto, de victimas inocentes de tales barbaries toda la geografía hispana, con personajes tan famosos como los inquisodores Tomás de Torquemada, Torralba o Avellaneda. Las Constituciones Sinodales de los obispados de León, Astorga y Santiago nos muestran testimonio fiel de ese afán de la Iglesia por condenar las prácticas mágicas y supersticiosas tanto del clero como de los propios feligreses.
En la actualidad aun se conservan como vestigios de un pasado no muy lejano en el tiempo ciertos tipos de leyendas y relatos en tomo a las brujas, pasados, eso si, por un tamiz de lo imaginario y de la religiosidad popular. Atrás quedan los terroríficos procesos inquisitoriales y los Autos de Fe, los ritos de fertilidad paganos, relacionados con el ciclo agrario, herederos de un pasado tan remoto como el hombre mismo y los rituales mágicos contra el mal. Todo pertenece ya a un pasado que las generaciones futuras jamás deberían olvidar. Solo la mentalidad de los mas ancianos aun conserva indeleble al paso de los años, en la más pura tradición oral, todo el entramado mágico y supersticioso que no deja de ser un aspecto mas de la cultura de los pueblos, algo que debe quedar siempre imborrable a fin de no dejar perder nuestras señas de identidad y nuestra herencia antropológica.

 



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