EL MISTERIO DE UNA ANTIGUA LENGUA:
LA ESCRITURA DE LOS IBEROS
Los antiguos iberos dejaron miles de
inscripciones escritas en un original alfabeto que fue un enigma durante
siglos. En la década de 1920, un estudioso granadino, Manuel Gómez-Moreno,
logró descifrar la pronunciación de esos extraños signos
Foto:
Museo de Prehistoria, Valencia
Escritura en un vaso
Fragmento de un kálatos de Sant Miquel de Llíria. Museo de Prehistoria,
Valencia.
Foto:
Ramon Manent
Plomo ibérico de Ullastret
En esta ciudad ibera próxima a Girona apareció esta placa de plomo del
siglo IV a.C. con seis líneas de escritura por una cara y una línea en la otra.
Foto:
Oronoz / álbum
La gran dama oferente
Esta estatua de una mujer elegantemente ataviada y portando un vaso de
ofrendas se halló en el santuario ibero del Cerro de los Santos (Albacete).
MAN, Madrid.
Foto:
Fototecacat
Moneda ibérica
Denario de plata de Kese (Cese, Tarragona), con representación de
jinete. 180-130 a.C.
Foto:
Christian Goubi / Age Fotostock
La difusión de la escritura ibera
La escritura de los iberos se difundió debido al contacto con fenicios y
griegos. En la imagen, ruinas de la ciudad griega de Ampurias.
Foto:
Museo de Prehistoria, Valencia
Estela de Sinarcas
Estela ibera en piedra calcárea, del siglo I. Museo de Prehistora de
Valencia.
Una
escritura sin descifrar es siempre un misterio que supone un reto para la
ciencia y la inteligencia. Por eso, la historia de cada desciframiento nos
resulta tan fascinante, y quienes han conseguido un logro así despiertan
nuestra admiración y nos hacen soñar con el conocimiento de antiguas civilizaciones que, tras haber
permanecido mudas durante siglos, vuelven a hablarnos de forma directa a través
de sus textos.
Son bien conocidos los nombres de Jean-François Champollion, que a principios del
siglo XIX logró descifrar la escritura jeroglífica egipcia, y
de Michael Ventris, a quien se debe la interpretación del
llamado lineal B, la escritura de las
tablillas en griego micénico, realizada en la década de 1950.
Un reconocimiento
similar merece el arqueólogo e historiador español Manuel
Gómez-Moreno, artífice del desciframiento de otra escritura de
la Antigüedad que durante largo tiempo fue un misterio para los estudiosos: la
escritura ibérica. En la década de 1940, Gómez-Moreno
estableció los valores fonéticos del conjunto de los signos de la escritura, de
manera que ahora sabemos que términos como o deben pronunciarse ekusu y karkoskar. Desgraciadamente,
nuestra ignorancia de la lengua ibérica nos impide comprender el significado de
estas palabras y de los numerosos textos ibéricos que se han localizado,
inscritos en láminas de plomo, cerámicas, monedas o lápidas.
PRIMEROS ENSAYOS
La propuesta de
Gómez-Moreno culminó una larga historia de intentos de desciframiento de la
escritura ibérica, que se inicia al menos cuatrocientos años atrás, durante
el Renacimiento. Entonces los estudiosos de la Antigüedad
empezaron a interesarse por las monedas antiguas de Hispania, un buen número de las cuales llevaban
leyendas escritas en unos signos que, a diferencia de las griegas y latinas, no
les eran comprensibles: lo que hoy
llamamos escritura ibérica y que ellos denominaron «caracteres primitivos hispánicos».
Algunos eruditos,
sin embargo, vieron que ciertos signos de esta escritura ibérica presentaban
semejanzas formales con las escrituras griega y fenicia, y eso dio pie a
algunos intentos de desciframiento. Quizás el primero en intentarlo fue Antonio
Agustín, quien en 1587 sugirió que la leyenda de una moneda
hallada en Ampurias, que hoy leemos untikesken,
significaba enporon, Ampurias en griego; Agustín lo adivinó a
partir del parecido de los signos para la «n», aunque no podía interpretar los
demás. Con ese mismo método también identificó las letras s y ś. Él mismo era
consciente de lo hipotético de su propuesta y confesaba: «Pero
lo más cierto es que no las entendemos».
En cualquier caso,
el interés que él y otros estudiosos de la época mostraron por las monedas
anticipó el papel fundamental que éstas tendrían en el desciframiento final de
la escritura ibérica. En el siglo siguiente, el erudito aragonés Vicencio
Juan de Lastanosa realizó una importante recopilación
numismática, el Museo de las medallas desconocidas españolas
(1645), en la que, en un alarde de sinceridad, decía de las
monedas ibéricas: «Las notas y los
caracteres de las medallas españolas son tan extraños y exquisitos que,
habiendo hecho diligencias no vulgares para averiguarlos por ver si podría
formar un alfabeto y rastrear con él sus misteriosos secretos, me hallo
imposibilitado de alcanzarlos».
UN ÍMPROBO TRABAJO
El período de
la Ilustración habría de traer nuevos aires a la
investigación de las inscripciones de la Antigüedad. A lo largo del siglo XVIII
fueron varios los autores que se ocuparon de estos temas, haciendo aportaciones
muy significativas. Luis José Velázquez, en un
ensayo de 1752, defendió el origen griego y fenicio de las antiguas
escrituras hispánicas. Aunque su propuesta de
desciframiento no era adecuada, al menos la vinculación con la escritura
fenicia era correcta, pues hoy sabemos que en ella está el origen último de las
antiguas escrituras hispánicas. Además, la semejanza
formal con el griego y el fenicio le permitió identificar correctamente los
signos ibéricos para los valores a, e, r y l.
Algunos eruditos
creyeron por entonces que el desciframiento estaba al alcance de la mano. Por
ejemplo, el valenciano Gregorio Mayans y Siscar, uno de
los estudiosos más importantes de la epigrafía antigua de España, alardeaba en una carta que escribió a un amigo suyo en 1759: «Vuestra
merced no se canse de interpretar las monedas antiguas españolas, porque esa gloria la tiene
Dios reservada para mí, cuando quiera emplear en ese estudio tres o cuatro
meses». Sin embargo, en
vez de tres o cuatro meses, habría que esperar más de 150 años para que la
interpretación de las leyendas de esas monedas se hiciese realidad. También
hubo autores que formularon hipótesis fantasiosas, como Juan
Bautista de Erro, que en 1806 rechazaba el origen griego y
fenicio de la escritura ibérica y defendía lo contrario, que era la escritura
griega la que procedía de la española antigua.
En el siglo XIX se
llevaron a cabo avances notables en el estudio de la escritura ibérica, hasta
el punto de que algún autor estuvo a punto de conseguir descifrarla. El
estudioso francés Aloïss Heiss, en una obra de
1870, incluía una tabla de leyendas de monedas en la que prácticamente todos
los signos ibéricos estaban correctamente transcritos, pero fallaba una cosa:
Heiss no se percató de que la escritura ibérica era una combinación de signos
alfabéticos y silábicos, algo inesperado.
Otro estudioso, el
español Jacobo Zóbel, en un libro publicado en 1880 descifró
correctamente las vocales, varias consonantes (l, n, m, s y ś) e incluso
algunos signos silábicos (ka, ke, ko y du). Por su parte, el alemán Emil Hübner, en la gran recopilación de inscripciones ibéricas que publicó en 1893,
afirmó sin ambages que la escritura ibérica procedía de la fenicia y no de la
griega, pero no tuvo en cuenta las propuestas de interpretación en clave
silábica que ya habían puesto en circulación otros autores.
Todo este trabajo
previo sirvió de base a los estudios de Manuel Gómez-Moreno. El
gran estudioso granadino se basó esencialmente en dos tipos de materiales. Por
un lado, analizó las «inscripciones greco-ibéricas», es decir,
inscripciones en escritura griega, pero en lengua ibérica, como las que aparecían
en el plomo de Alcoy, al que en 1922, poco después de su hallazgo, dedicó un
importante artículo.
Por
otro lado, estudió las leyendas de las monedas siguiendo la estela de un autor
anterior, Antonio Delgado. En su Nuevo
método de clasificación de las medallas autónomas de España,
publicado en tres tomos entre 1871 y 1879, Delgado había desarrollado la idea
de que en muchos casos las monedas con leyendas ibéricas procedían de la misma
ceca o lugar de emisión que otras monedas con leyendas latinas, puesto que
presentaban el mismo tipo de imágenes y tenían un área de dispersión
similar. Esto significaba que el nombre de la localidad que
figuraba en las monedas debía ser el mismo tanto si estaba escrito en latín
como si lo estaba en ibérico.
LETRAS Y SÍLABAS
Manuel
Gómez-Moreno comprendió que este hecho podía constituir la clave para progresar
en la interpretación de la escritura ibérica. Comparando las leyendas de monedas
ibéricas y latinas producidas en una misma ceca, elaboró un cuadro de
equivalencias fonéticas entre los signos de las leyendas monetales ibéricas y
los valores que, de acuerdo con las leyendas latinas correspondientes, era
esperable que tuvieran. En un artículo publicado en 1943 realizó una
comparación de la escritura ibérica con otras escrituras del Mediterráneo.
Gómez-Moreno
demostró así que la escritura ibérica era un tipo muy especial en el conjunto
de los sistemas de escritura de la Antigüedad. Su característica más singular
es que se trata de una escritura semisilábica o, si se quiere, semialfabética.
Esto significa que, del conjunto de signos de que consta la escritura, una
parte son silábicos, es decir, representan sílabas (ba, ta, ka, be,
te, ke…), mientras que otra parte son alfabéticos, es decir,
representan un solo sonido: las vocales (a, e, i, o, u) y las
diversas consonantes (n, m, , s, ś, l, r, ŕ).
Por otro lado,
Gómez-Moreno vio bien claro que existían al menos dos variedades de escritura
diferentes: la que él denominaba «tartésica» y la que propiamente
llamamos ibérica. En efecto,
hoy en día sabemos que no hubo un solo sistema de escritura en la Hispania
antigua, es decir, no hubo una única «escritura ibérica». La que
descifró Gómez Moreno es la llamada escritura ibérica levantina, empleada para
escribir tanto la lengua ibérica como la celtibérica; en ella están escritas la
mayor parte de las inscripciones paleohispánicas que conocemos hoy en día. Podemos,
por tanto, leer fonéticamente estas inscripciones, a pesar de que la gramática
y el vocabulario de la lengua ibérica sigan siendo en su mayor parte un enigma.
En el caso de las
otras variedades de antiguas escrituras hispánicas, la hoy denominada «meridional»
y la llamada «escritura de las estelas del suroeste»
–o «tartésica» para otros autores–, subsisten todavía
dudas considerables en cuanto a la interpretación de varios de sus signos. Hay,
por tanto, un campo de trabajo interesante, a pesar de que las propias
limitaciones de los materiales de que disponemos para llevar a cabo esa tarea
hagan muy difícil y laborioso el progreso en el desciframiento de la escritura
ibérica.
PARA SABER MÁS
Historia
lingüística de la península Ibérica en la Antigüedad. Javier de Hoz. CSIC, Madrid, 2010.
Epigrafía y lengua ibéricas. Javier Velaza. Arco Libros, Madrid, 1996.
Los íberos y su mundo. B. Collado Hinarejos. Akal, Madrid, 2014.
Epigrafía y lengua ibéricas. Javier Velaza. Arco Libros, Madrid, 1996.
Los íberos y su mundo. B. Collado Hinarejos. Akal, Madrid, 2014.
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