LA FUNDACIÓN DE CÁDIZ
POR LOS FENICIOS,
LA PRIMERA CIUDAD DE OCIDENTE
La búsqueda de metales llevó a los marinos
fenicios hasta el más lejano Occidente. Allí, en unas islas del Atlántico,
frente a la costa ibérica, levantaron su mayor base comercial en Europa: Gadir,
desde donde se lanzaron a la aventura en aguas del Atlántico
Manuel
Jesús Parodi Álvarez. Historiador
ORONOZ
/ ALBUM
Una mirada
oriental
Esta cabeza de un personaje fenicio, hecha en terracota a molde, se
halló en la zona de Punta de la Nao, en Cádiz, donde las fuentes clásicas
sitúan el templo de Astarté. Siglos VI-V a.C. Museo de Cádiz.
LUISA
RICCIARINI / PRISMA
Los marinos de
Levante
La presión asiria sobre las ciudades fenicias las indujo a buscar nuevos
mercados en Occidente. Arriba, relieve del palacio de Senaquerib, con una nave
de guerra fenicia. Siglo VII a.C.
AKG / ALBUM
Sacerdote o
divinidad
Estatuilla procedente de Cádiz. Siglos VIII-VII a.C. MAN, Madrid.
NEUKIRCHEN
/ AGE FOTOSTOCK
La ciudad madre
Tiro, la metrópoli de la que partieron los fundadores de Gadir, se
hallaba sobre una isla, que Alejandro Magno unió a tierra con un dique cuando
asedió la ciudad. En la imagen, ruinas de Tiro, en el actual Líbano.
BRIDGEMAN
Sarcófago fenicio
Sarcófago antropomórfico femenino hallado en Cádiz e inspirado en
modelos tirios. Por su factura es comparable a los sarcófagos reales de Tiro.
470 a.C. Museo de Cádiz.
ERICH
LESSING / ALBUM
Entre la guerra y
el comercio
Esta moneda de plata muestra, sobre el símbolo del hipocampo o caballo
de mar, una nave de guerra fenicia dotada de su característico espolón. Museo
Arqueológico Nacional, Beirut.
Hace
casi tres mil años, cuando las naves procedentes de Tiro y Sidón, en tierras
del actual Líbano, dejaban atrás el estrecho de Gibraltar, comenzaban una
peligrosa navegación por las aguas del Atlántico. A ellas se asomaba Gadir, la perla de Occidente, cuyo puerto
ofrecía un resguardo excepcional a los barcos que llegaban de Oriente y
a sus propios bajeles: los "caballitos" gaditanos, como se los conocía
por su mascarón de proa en forma de caballo.
Señora del océano,
Gadir era la cabecera de las rutas fenicias que unían los dos extremos del
Mediterráneo, y también el puente con los espacios desconocidos que se
extendían más allá del horizonte, por donde se aventuraban los intrépidos
navegantes fenicios.
Gadir era una
ciudad de geografía particular. En realidad, se trataba de un
archipiélago formado por tres islas: las Gadeirai, las
"gaditanas". Las dos más occidentales, a las que conocemos
por sus nombres griegos de Eritheia y Kothinoussa, estaban unidas por un
tómbolo, una barrera arenosa formada por los sedimentos que el río Guadalete
depositaba al verterse en el mar. La tercera isla, al este, era la de
Antípolis.
El largo tómbolo arenoso permitía a los navíos fondear en cualquiera de
sus lados, para protegerse
tanto de los fuertes vientos que procedían del mar como de los que soplaban
desde tierra. Este puerto privilegiado y la estratégica posición de
Gadir, donde se anudaban los caminos que unían la Europa atlántica y el
Próximo Oriente, el norte de África y el sur de Europa, explican la
importancia de la ciudad y su temprana fundación.
Desde la
Antigüedad, la tradición afirmaba que Gadir había sido fundada el año
1104 a.C., "ochenta años después de la caída de Troya", de
acuerdo con un famoso texto del historiador romano Veleyo Patérculo. Pero este
dato quizá trasluce la voluntad de agradar a unos insignes gaditanos de origen
fenicio, los Cornelio Balbo, personajes de capital importancia en la Roma de
tiempos de Veleyo.
En efecto, los
Balbo formaron parte del núcleo de poder en torno a Julio César y su hijo
adoptivo y heredero Octavio Augusto, el primer emperador de Roma. Esta
referencia de Veleyo a la fundación de Gadir ha sido muy discutida, pero cobra
cierta veracidad a tenor de recientes hallazgos arqueológicos en Cádiz,
donde han
aparecido estructuras urbanas datadas al menos en el siglo IX a.C.,
frente a los descubrimientos anteriores, fechados entre los siglos VII y VI
a.C.
EL NACIMIENTO DE GADIR
El geógrafo griego
Estrabón recoge un relato del nacimiento de Gadir procedente de un historiador
griego más antiguo, Posidonio. Según refiere Estrabón, la ciudad
la fundaron fenicios procedentes de Tiro, siguiendo las indicaciones de un oráculo. Tras dos intentos
fallidos, uno al este y otro al oeste del estrecho de Gibraltar, en los que los
sacrificios ofrecidos a la divinidad no resultaron favorables, la tercera
intentona se saldó con éxito. La nueva colonia recibió su nombre de la muralla
que la rodeó, pues gadir era el nombre que los fenicios daban a un
"recinto cerrado".
Los
tirios habían llegado a aquel lugar remoto de Occidente en busca de metales, de
los que en el desarrollado Próximo Oriente había una demanda insaciable: de
plata sobre todo, pero también de oro y estaño. Y en el Bajo Guadalquivir contaban
con un proveedor excepcional de plata: el
mundo tartésico,
envuelto en un aura de riqueza fabulosa, manifiesta en relatos como éste:
"Se dice que los primeros fenicios que navegaron hacia Tartessos
obtuvieron en sus intercambios comerciales a cambio de aceite y pacotilla una cantidad de plata tal, que ya
no pudieron guardarla ni darle cabida [en su barco], sino que se vieron obligados cuando
partieron de aquellas regiones a componer de plata todos los utensilios de los
que se servían e incluso las anclas" (Pseudo Aristóteles, Relatos
maravillosos 135).
UNA CIUDAD VOLCADA AL MAR
Gadir seguía el viejo patrón de los asentamientos
fenicios, para los que se
buscaban lugares que reunieran unas condiciones de defensa relativamente fácil:
islas cercanas a la costa (como la propia Tiro), promontorios rodeados de un
entorno acuático (como la poderosa colonia tiria de Cartago), penínsulas,
lugares elevados en el interior pero cerca de la costa (como la Asido fenicia,
hoy Medina Sidonia, en la provincia de Cádiz), o pequeños conjuntos de islas
muy próximas entre sí y estratégicamente situadas en relación con la tierra
firme, con acceso inmediato a ríos navegables por pequeñas embarcaciones. Gadir,
próxima a ríos como el Guadalete o el Iro, seguía este último modelo.
Poco sabemos sobre
el aspecto de la ciudad, aparte de la presencia de los templos dedicados a la
diosa Astarté y a Melkart, el principal dios de Tiro. Los exvotos de este
último santuario, en forma de figurillas de bronce, nos hablan
de la religiosidad de los marinos fenicios y de su
agradecimiento al dios por permitirles navegar en el Extremo Occidente.
Con el paso del
tiempo, el fenicio Melkart, señor de Tiro y de Gadir, se fundió con el griego
Heracles (el Hércules de los romanos) y siguió reinando con este nombre en el
estrecho de Gibraltar, un paisaje que creó con sus
propias manos al separar las dos grandes rocas o columnas que llevan su nombre: las
Columnas de Hércules. El geógrafo romano Pomponio Mela,
nacido muy cerca de Cádiz, escribía en el siglo I d.C. que el templo de Melkart
"era célebre por sus fundadores, por su veneración, por su antiguedad y
por sus riquezas", y añadía que "su santidad estriba en que guarda
las cenizas de Hércules"; el santuario contaba con un oráculo que fue
visitado por Aníbal y Julio César, a quien predijo su grandeza.
La importancia del
templo iba más allá del ámbito estrictamente religioso, ya que desempeñaba un
papel económico de primer orden. El
dios, patrono de marinos y comerciantes, garantizaba la calidad de las
mercancías, la corrección de pesos y medidas empleados en las
transacciones y el valor de los acuerdos comerciales que se cerraban en su
recinto sagrado.
Junto a los
templos, el otro rasgo distintivo de la
ciudad era su espléndido fondeadero, el doble puerto natural entre las islas de Eritheia y
Kothinoussa. Otras posibles señas de identidad del urbanismo de Gadir han de
buscarse por analogía, quizás, en emplazamientos fenicios de la zona, como son
Doña Blanca o (ya en el lado oriental del Estrecho) Carteia y su antecedente,
el Cerro del Prado.
Como en el caso de
estos núcleos de la bahía de Cádiz, Gadir
habría contado con murallas, torres y puertas monumentales, lo que le habría
permitido guarecerse tras las mismas a la hora, por
ejemplo, de cambiar de bando durante la segunda guerra púnica, en el año 206
a.C., cuando expulsó a la guarnición cartaginesa y se declaró a favor de Roma.
De este modo, la Gadir tiria mudaba la piel y se aseguraba su propia supervivencia,
desgajándose de un mundo en su ocaso, el del antaño poderoso y ahora declinante
Imperio cartaginés.
LOS VIVOS Y LOS MUERTOS
La economía de
esta bulliciosa ciudad se sustentaba en el comercio con los mundos atlántico y
mediterráneo, en la pesca del atún y en la exportación de la
salsa de vísceras de pescado llamada gáron, el garum de los romanos.
Tanta o mayor fama que el gáron tenían las bailarinas gaditanas (las puellae de
Gades) y los arrojados marinos que desde la ciudad exploraron el Atlántico
hasta el mar del Norte o el golfo de Guinea.
De ellos dice
Estrabón: "Sus habitantes son los que envían la flota más numerosa y
compuesta de barcos más grandes hacia nuestro mar y hacia el del exterior;
aunque no habitan una isla grande ni ejercen dominio sobre una parte
considerable del continente de enfrente ni poseen otras islas, sino que pasan
la mayor parte de su vida en el mar" (Geografía III 5). Incluso se ha
pensado que llegaron a circunnavegar África y que pudieron alcanzar Brasil.
La ciudad de los
muertos, la necrópolis púnica, ha permitido conocer diferentes aspectos de la
vida cotidiana, ya que los ajuares funerarios de los gaditanos incluyen desde
cerámicas domésticas hasta objetos de lujo. Entre estos últimos se cuentan
piezas de origen egipcio, como los alabastros (recipientes destinados a
contener ungüentos y perfumes) y los escarabeos (piezas en forma de escarabajo,
animal sagrado para los egipcios), así como joyas, pendientes, anillos y
cuentas de collar de pasta de vidrio.
Pero las estrellas
del mundo funerario gaditano son los dos sarcófagos antropomórficos conservados
en el Museo de Cádiz, únicos en el Occidente mediterráneo. El primero de ellos,
masculino, apareció en la zona conocida como Punta de la Vaca durante las obras
emprendidas para la celebración de la Exposición Marítima Internacional de
1887. A comienzos del siglo XX llegó a la ciudad el arqueólogo manchego Pelayo
Quintero Atauri, quien excavó la necrópolis púnica, que él identificó como
fenicia, atribuyéndole una mayor antigüedad.
A él se debe el
verdadero "descubrimiento" de la Cádiz fenicia; no en vano le dedicó
un artículo en 1924 el magazine National Geographic. Curiosamente, en 1980,
durante unas excavaciones en el solar de la casa de Pelayo Quintero, se halló
un sarcófago antropomórfico femenino, casi cien años después de descubrir su
pareja masculina.
Fueron dos
hallazgos muy afortunados, si se tiene en cuenta la hipoteca que para la
investigación arqueológica han supuesto la erosión de la costa por el mar, el
crecimiento urbano de la ciudad y la gran explosión de 1947, año en que el
estallido de un depósito de armamento de la Marina causó enormes daños y
destruyó la necrópolis púnica excavada por Quintero. Con todo, yacimientos como
los de la Calle Ancha, el espacio Entre Catedrales o el sitio arqueológico del
Teatro Cómico han hecho retroceder la cronología gaditana y han confirmado que
la Gadir de las fuentes antiguas es la Cádiz de hoy.
PARA SABER MÁS
Tiro y las
colonias fenicias de Occidente. María Eugenia
Aubet. Eds. Bellaterra, Barcelona, 2009.
Allende las
columnas. La presencia cartaginesa en el Atlántico entre los siglos VI y III
a.C. Víctor M. Bello Jiménez. Anroart,
Las Palmas, 2005.
El empeño de
Heracles. La exploración del Atlántico en la Antigüedad. Fernando López Pardo. Arco Libros, Madrid,
2000.
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