MÉDICOS
DEL ISLAM
Entre
los siglos VIII y XII, la medicina experimentó brillantes avances en el mundo
musulmán, gracias a la recuperación de la ciencia antigua y al amplio uso del
árabe como lengua de cultura.
BRIDGEMAN / INDEX
Una cura en
público
Un médico atiende a una persona herida en la espalda mientras lo
contempla una multitud. Miniatura pertenecienta a
las Maqamat de al-Hariri. Siglo XIII.
las Maqamat de al-Hariri. Siglo XIII.
DEA / ALBUM
Médicos y
boticarios
Preparación de medicinas para un paciente que sufre viruela
(derecha). Canon de Avicena. Miniatura del s. XVII.
BRIDGEMAN / INDEX
Avicena, el sabio
El grabado inferior, del siglo XIX, muestra un retrato idealizado
de Ibn Sina, Avicena. Fallecido en 1037, sus textos constituyen el armazón
teórico de la medicina árabe.
BRIDGEMAN / INDEX
Manual para
especialistas
Esta miniatura, en la que se aplica un cauterio para aliviar la migraña,
corresponde a la copia de Cirugía de los
ilkhanes, conservada en
la Biblioteca Nacional de París; en Estambul se guardan otras dos copias de
esta obra de Sharaf ed-Din.
AKG / ALBUM
Instrumental
quirúrgico
La cirugía conoció un notable desarrollo en el mundo islámico. Abajo,
instrumental dibujado en una copia manuscrita de al-Tasrif, del andalusí
Abulcasis, uno de los grandes cirujanos de todos los tiempos.
BRIDGEMAN / INDEX
Observación sobre
el terreno
Arriba, el médico visita a un paciente. Miniatura de un códice del siglo
XIV perteneciente a las Maqamat, de
al-Hariri. Escuela persa. Biblioteca Nacional, Viena.
al-Hariri. Escuela persa. Biblioteca Nacional, Viena.
En el año 958, Sancho
I de León fue depuesto por nobles rebeldes, que esgrimieron como excusa para su
actuación el hecho de que el monarca no podía cumplir con dignidad las
funciones regias debido a su extrema gordura. Su abuela, la reina “Toda de
Navarra”, buscó ayuda en la corte califal de Córdoba: pidió
a Abderramán III cura
para la obesidad mórbida de su nieto y apoyo militar para que pudiera recuperar
el trono. En la capital andalusí, el médico Hasday ibn
Shaprut, judío jiennense, sometió a un estricto régimen al monarca leonés y
logró rebajar su peso. De este modo el soberano pudo cabalgar como era debido,
y el auxilio de tropas cordobesas le permitió recuperar la corona perdida.
La anécdota ilustra el amplio y justificado reconocimiento de que gozaban los médicos de países islámicos en la Edad Media. Ibn Shaprut no era el único facultativo que sobresalía en la corte de Abderramán; en ella destacaba, por ejemplo, la sabiduría del cirujano Abul-Qasim al-Zahrawi, a quien los cristianos conocieron como Abulcasis. La excelente formación de todos estos personajes y la amplitud de los conocimientos que tenían a su disposición, y que compartían con sabios del norte de África o de los confines de Irán, se explica por la construcción de una vasta comunidad científica merced al empleo de un mismo idioma, el árabe, en los inmensos territorios unidos por la fulgurante expansión del Islam.
LAS RAÍCES MÁS ANTIGUAS
Antes de que el
mensaje de Mahoma se extendiera más allá de la península Arábiga, los árabes ya
contaban con una primera cultura médica, llamada «islámica o profética» por ser
su protagonista Mahoma, el Profeta. Arcaica y piadosa, abunda en exhortaciones
genéricas. Dice, por ejemplo: «Haced uso de tratamientos médicos, pues Dios no
ha creado enfermedad ninguna sin disponer un remedio para ella, con la
excepción de una sola enfermedad, la vejez». Muchos
de sus recursos, como el uso de la miel, del aceite de oliva o de la succión
con ventosas (hijama), forman parte de prácticas curativas o profilácticas
–preventivas– que se remontan a la Arabia antigua y poseen
rasgos babilónicos, de modo que sus raíces se extienden hasta el III milenio
a.C. Todavía hoy se recurre a ellas en muchos países islámicos.
En un campo paralelo se sitúa la «interpretación de los sueños» (tabir al-anam), a los que el mismo Profeta concedía gran importancia. Ya en el siglo VIII, Ibn Sirin compuso la primera gran obra árabe en esta materia, que tenía como fuente principal la Onirocrítica del autor griego Artemidoro de Éfeso, escrita ocho siglos antes. Sin duda, la extremada atención de los árabes por la vida psicológica nace ahí. Por otra parte, el socorro a la sanación espiritual es más común de lo que se piensa. Son muchas las medicinas paracientíficas y astrológicas: en los tratados de medicina aflora a veces todo un mundo de rituales, repleto de sellos y talismanes. El Islam no lo rechaza en bloque, y la magia «blanca» es lícita dentro de ciertas normas.
Pero los límites de la medicina árabe se ampliaron infinitamente después de que, en el año 622, Mahoma proclamara su mensaje a las tribus árabes. Los califas, sus sucesores, extendieron sus dominios desde la India hasta el sur de Francia en apenas dos siglos. Las élites del Islam pronto comprendieron la importancia de adoptar los rasgos más brillantes de la cultura grecorromana, preservada en Egipto y el Oriente Próximo, y quisieron para sí todos los saberes y tecnologías que llamaban «ciencias de los antiguos», entre las que se contaba la medicina.
LA CIENCIA DE LOS ANTIGUOS
Con la expansión
del Islam cayeron bajo dominio musulmán las ciudades donde se cultivaba la
ciencia griega que había irradiado desde el foco de Alejandría: Edesa y
Nisibis, en la Siria bizantina, y Gundishapur, en la Persia sasánida. A esta última ciudad se habían dirigido
los médicos griegos después de que, en el año 529, el emperador Justiniano
cerrase la academia de Atenas. Y también se instalaron allí médicos cristianos
de credo nestoriano, a quien los bizantinos habían expulsado de Edesa porque su
fe era contraria a la ortodoxia religiosa.
La ciencia griega preservada en esos territorios se convirtió en la base para el desarrollo de la medicina árabe, gracias a la labor de médicos políglotas que, entre los siglos IX y X, ejercieron como maestros y traductores. Entre ellos figuran Yuhanna ibn Masawaih, conocido en Occidente como Ioannis Mesuae, nacido en el seno de una cultivada familia de Gundishapur, y su discípulo Hunayn ibn Ishaq, llamado Iohannitius en latín, responsable de unas cincuenta traducciones de gran calidad. Ambos eran cristianos nestorianos, comunidad de habla siríaca cuya lengua era muy parecida al árabe, lo que facilitaba la traducción de textos griegos.
La ciencia griega preservada en esos territorios se convirtió en la base para el desarrollo de la medicina árabe, gracias a la labor de médicos políglotas que, entre los siglos IX y X, ejercieron como maestros y traductores. Entre ellos figuran Yuhanna ibn Masawaih, conocido en Occidente como Ioannis Mesuae, nacido en el seno de una cultivada familia de Gundishapur, y su discípulo Hunayn ibn Ishaq, llamado Iohannitius en latín, responsable de unas cincuenta traducciones de gran calidad. Ambos eran cristianos nestorianos, comunidad de habla siríaca cuya lengua era muy parecida al árabe, lo que facilitaba la traducción de textos griegos.
Esta labor gozó de
un amplio mecenazgo, que tuvo su máximo exponente en la fundación de la famosa
Casa de la Ciencia o Bayt al-Hikma en Bagdad por el califa al-Mamún; el
soberano puso a Ibn Ishaq al frente de los traductores. Con la
traducción de obras en griego, persa y sánscrito, la medicina árabe se
convirtió en la más informada y diversa del planeta en los albores del siglo X. Sabios
paganos, cristianos, judíos, hindúes y muchos otros adoptaron el árabe como
lengua científica. Es decir, médicos de distintas creencias trabajaron juntos,
discutiendo y estudiando en árabe, como hoy se hace en inglés. Por esta razón
hablamos aquí de «medicina árabe»: no nos referimos a una etnia «árabe», sino a
una comunidad intelectual que compartió el idioma del Corán, convertido en
lengua común de ciencia y cultura.
Este fenómeno también fructificó en al-Andalus, la España musulmana, durante el siglo X. Allí fue traducido un clásico, la Materia médica de Dioscórides, para el califa Abderramán III, en cuya corte figuró, como ya hemos dicho, Abulcasis, cirujano eminente cuyo Libro de la disposición (que bebía de la obra de un médico bizantino, Pablo de Egina) gozó de extraordinario prestigio. Córdoba, la capital de al-Andalus, rivalizaba con los nuevos centros de enseñanza islámicos del Mediterráneo: Cairuán, en Túnez; Fez, en Marruecos, y El Cairo, en Egipto. Conocemos más de un centenar de obras médicas árabes anteriores al año Mil; la transmisión del pasado era una realidad, y una ciencia propia empezaba a ver la luz.
LA ERA DE LAS ENCICLOPEDIAS
Gracias al
prestigio del saber y a cierta libertad intelectual, durante el período de
esplendor del califato abbasí de Bagdad –entre los siglos X y XI– la
compilación de grandes obras sistemáticas fue el distintivo de sabios de talla
universal, que ejercían la medicina junto a la filosofía, las ciencias y las
tareas políticas.
De entre todos ellos brillaron tres. Uno es al-Razi (Rhazes para los latinos), iraní polifacético y experto farmacólogo, que vivió en la corte, dirigió el gran hospital de Bagdad y escribió casi doscientas obras. El segundo es al-Majusi, cuya compilación, el Libro total sobre el arte de la medicina, es una obra maestra por su equilibrio entre teoría y práctica. Sin embargo, este texto quedó oscurecido por la obra del tercer gran nombre de la época: Ibn Sina, al que conocemos como Avicena.
De entre todos ellos brillaron tres. Uno es al-Razi (Rhazes para los latinos), iraní polifacético y experto farmacólogo, que vivió en la corte, dirigió el gran hospital de Bagdad y escribió casi doscientas obras. El segundo es al-Majusi, cuya compilación, el Libro total sobre el arte de la medicina, es una obra maestra por su equilibrio entre teoría y práctica. Sin embargo, este texto quedó oscurecido por la obra del tercer gran nombre de la época: Ibn Sina, al que conocemos como Avicena.
Este
extraordinario filósofo ya era médico a los dieciocho años. En aquel entonces, la curación de un
emir llevaba a dirigir un ministerio, como fue su caso. Escribió extensamente
sobre todas las ciencias, y su Canon (o «norma») de medicina es una de las
obras más célebres de la medicina de todos los tiempos. Su éxito se debe a su
fuerza teórica y su esfuerzo de racionalización; para Avicena, sistemático y
claro, la lógica es la base del diagnóstico.
En Occidente, la ciencia árabe brilló en la obra de dos famosos filósofos y médicos cordobeses del siglo XII: Averroes, ibn Rushd, cuya Kulliyat o Totalidad se convirtió en el Colliget de los latinos; y el judío Maimónides, Musa ibn Maimón, que llegó a ser médico personal del campeón musulmán de las cruzadas: Saladino, sultán de Egipto. Su caso no es único: la medicina judía brilló al implicarse con la dominación islámica; de hecho, el árabe fue la lengua de cultura judía durante toda la Edad Media.
TEORÍA Y PRÁCTICA
La base teórica de
la medicina árabe no difiere esencialmente de la griega y romana. En su
base se encuentra la medicina humoral, atribuida a Hipócrates –que vivió en el
siglo IV a.C.–, la cual divide en cuatro los fluidos humanos básicos: sangre,
flema, bilis amarilla y bilis negra; la salud y la enfermedad dependen del
equilibrio entre ellos. Así, quienes sufren exceso de
bilis negra son personas tristes, diciéndose que tienen «humor negro», pues eso
es lo que significa «melancólico» en griego. De igual modo, los temperamentos
«sanguíneos», «flemáticos» y «coléricos» padecen algún desequilibrio de los
otros humores. La salud se obtiene restableciendo el balance entre
ellos con dietas y purgas; de ahí la importancia que en la medicina árabe
tienen la higiene y la dieta.
Pese al predominio
de esta medicina «teórica» se desarrollaron terapias y observaciones anatómicas
nuevas. En especial, destaca la oftalmología. La utilización de una jeringuilla hueca
para succionar las «cataratas» constituye una notable innovación debida a Ammar ibn Alí, en el siglo X, quien
desarrolló, además, un método para diagnosticar las cataratas operables, basado
en la reacción de la pupila ante la luz. Con todo, el
mayor especialista en cirugía fue el andalusí Abulcasis, que empleó un instrumental variadísimo: tenazas, pinzas,
trépanos, bisturíes, sondas, cauterios, lancetas o espéculos,
cuyos dibujos ilustran su Libro de la disposición. Durante el siglo XVI, los
cirujanos de Occidente seguían estudiando esta auténtica enciclopedia del saber
médico, que otorga tanta importancia a las técnicas para combatir el dolor (con
frío o con esponjas soporíferas) como a las suturas y los vendajes.
Mención aparte merecen los cirujanos prácticos o médicos empíricos, expertos en el tratamiento de inflamaciones y tumores, así como en la extracción de flechas y curación de heridas, fracturas y luxaciones. Por su parte, la farmacología y la toxicología evolucionaron con la alquimia, a la cual debemos los alambiques, el amoníaco y el alcohol, entre otras aportaciones.
EL CUIDADO DE LOS ENFERMOS
Un trazo
distintivo de la cultura islámica fue la construcción de centros de estudio, las madrasas, y de hospitales públicos, los bimaristanes, mantenidos por medio
de donaciones, aunque no deben
ser vistos como una novedad respecto del mundo cristiano o budista. Cada gran
ciudad rivalizó para albergar ambas instituciones, entre las cuales hubo un
tránsito constante de profesores y libros. Los hospitales permitían a los más
pobres beneficiarse del saber de médicos tan notables como al-Razi, director
del hospital de Bagdad. El bimaristán más conocido es el que el sultán al-Qalaun edificó en El Cairo, en 1285:
podía atender a ocho mil enfermos en cuatro pabellones destinados a diferentes
patologías y dispuestos alrededor de un patio climatizado con fuentes. Algunos
de estos establecimientos siguen funcionando, como el bimaristán fundado por Nur al-Din en Damasco, en 1154. También
había hospitales que acogían a enfermos mentales, algo desconocido en
Occidente. En el siglo XII, el viajero judío Benjamín de Tudela describió el de Bagdad: «En él detienen a todos
los dementes que se encuentran en la ciudad durante el verano, que han perdido
la razón por el calor excesivo, sujetando a cado uno de ellos con cadenas de
hierro; todo el tiempo que permanecen allí son alimentados por la casa real y
cuando recobran la razón los despiden y cada cual vuelve a su casa y a su
hogar. [...] Cada mes los interrogan los oficiales del rey para observar si
algunos han recobrado la razón».
Aunque la medicina
árabe brilla por sí sola, en el Occidente cristiano sólo se supo de unos
cuarenta textos sobre un millar de escritos médicos censados. Los últimos autores conocidos fueron
los andalusíes Ibn Zuhr (Avenzoar),
que mejoró la traqueotomía y descubrió la causa de la sarna y la pericarditis,
y Averroes. Pero del gran botanista Ibn al-Baytar y del epidemiólogo Ibn al-Jatib (que dejó testimonio de la peste
negra) ya nada se supo, aunque también eran andalusíes y vivían en la frontera
misma de la Cristiandad. De ahí que sea exagerado pensar, como se había creído,
que la medicina islámica se estancó después del siglo XIII; aún desconocemos
muchísimos escritos tardíos.
PARA SABER MÁS
El Renacimiento
del Islam. Adam Mez.
Universidad de Granada, 2002.
Médicos de Al-Ándalus. Cristina de la Puente. Nivola, Madrid, 2003.
El médico. Noah Gordon. Roca Bolsillo, Barcelona, 2013.
Medicina árabe
Médicos de Al-Ándalus. Cristina de la Puente. Nivola, Madrid, 2003.
El médico. Noah Gordon. Roca Bolsillo, Barcelona, 2013.
Medicina árabe
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