HISTORIA URBANA DE MADRID
BENITO PÉREZ GALDÓS EN EL DÍA MUNDIAL DE LA MÚSICA

Durante su etapa como periodista y, tiempo después, como columnista para La Prensa, de Buenos Aires (Argentina), escribirá exquisitas críticas en las que se evidencian sus conocimientos sobre la música y su condición de cronista de cuanto acontecía en el panorama musical del Madrid decimonónico.
Una crítica a La marcha del Tannhäuser, de Wagner
La Nación, domingo 22 de junio de 1865
Conciertos en Madrid
La Prensa, miércoles 3 de
marzo de 1886
Habían pasado casi 21 años desde la crítica a
Wagner y la música del porvenir. Una nueva primavera estaba a punto de llegar y
con ella los espectáculos al aire libre y los alegres carteles de circos y
teatros de verano.
Madrid vivía bajo la regencia de María Cristina
de Habsburgo; a un mes de la celebración de Elecciones generales, y a escasos
dos meses y medio del nacimiento de Alfonso XIII. A esto sumemos la elección de
Galdós como diputado por el distrito de Guayama (Puerto Rico) el 5 de mayo de
1886. Jurará o prometerá su cargo el 11 de junio.
En aquel ambiente de Restauración daba conciertos el violinista Pablo Sarasate. Lo hacía en el Circo de Rivas, acompañado por la orquesta de la Sociedad de Conciertos.
El violín no es ya
para Sarasate un instrumento, es un órgano, un sentido, algo que tiene su
propia carne y sus propios nervios, y puede traducir al exterior su propia
alma; lo que más sorprende y cautiva en él es cómo saca de aquellas cuerdas los
sonidos, más dulces, claros y transparentes, digámoslo así, que se pueden oír.
La pureza de su estilo es tal que no hay palabras, con que ponderarla. La
misma voz humana en su expresión más perfecta, resulta bronca y desapacible
comparada con aquellos acentos verdaderamente celestiales. Juntamente con este
don, posee el de una ejecución que parece imposible.
Añadía Galdós:
El domingo último dio su primer concierto de los tres anunciados, en el Circo de Rivas, acompañado por la magnífica orquesta de la «Sociedad de Conciertos», que hace veinte años viene ejecutando allí todas las primaveras la música sinfónica del repertorio clásico. Las apreturas eran tan grandes en el teatro, que el público sobrante se situaba en las escaleras y se estacionaba en las puertas. Era uno de esos llenos que espantan; pero que hacen estremecerse de satisfacción a los empresarios. Sarasate tocó un gran concierto de Beethoven y otro de Mendelsohn.
Antes de comenzar la transcripción de la segunda
parte de su columna para la prensa argentina, damos unas breves pinceladas
históricas sobre la Sociedad de Conciertos y el Teatro de Rivas.
Sociedad de Conciertos
Galdós indica que la orquesta llevaba veinte
años realizando conciertos. No se equivoca; sin embargo, hay que puntualizar
que la Sociedad fue fundada aquel año de 1886, tal como se hace referencia en
el libro Benito Pérez Galdós. La figura del realismo español:
«… en 1886, los
compositores Barbieri, Gaztambide y Chueca fundarán la Sociedad de Conciertos
de Madrid, renovada orquesta que absorberá a la antigua Sociedad Artístico
Musical de Socorros Mutuos (1860-1866). La nueva Sociedad, de régimen
cooperativo, será la primera orquesta sinfónica de España. En 1903, muchos de
sus integrantes fundarán la Orquesta Sinfónica de Madrid». [1]
Circo de Rivas
Era el circo de los varios nombres. Había sido construido por el empresario Simón Rivas, de ahí su primitivo nombre. Estaba situado en el Paseo de Recoletos, entre la calle de Bárbara de Braganza y la plaza de Colón, muy cerca del de Price.
Se le bautizó como del Príncipe Alfonso en honor del que sería Alfonso XII y en 1870 pasará a llamarse Teatro Circo de Madrid, pero muchos lo seguirán llamando del Príncipe Alfonso.
Decía Pedro de Répide
«Era el Príncipe Alfonso, que empezó siendo circo, construido por don Simón de las Rivas, y con cuyo apellido hubo de ser conocido primitivamente. El Teatro del Príncipe Alfonso tuvo la importancia musical de las audiciones de la Sociedad de Conciertos, bajo la dirección de Mancinelli, de Bretón y de Jiménez, y era otro escenario de ópera, en el cual hubo estrenos considerables, como el de La Bohéme, de Puccini, que por cierto no gustó al ser oída como novedad».
De la recopilación de artículos para La
Prensa realizados por Alberto Ghiraldo, ofrecemos un fragmento del
titulado La Música. Corresponde a Arte y crítica, segundo volumen
de Benito Pérez Galdós. Obras inéditas (1923).
LA
MÚSICA
II
Esta es la época de los grandes
conciertos. Ya la ópera, al comenzar marzo, principia a decaer. Es diversión de
invierno, y le dan abrigo y vida las condiciones arquitectónicas del teatro
Real, que tiene algo de estufa.
En cambio, los conciertos clásicos respectivos, celebrados en local ancho,
ventilado y sin gas, son flor y fruta de primavera. Atraen mucha gente, y los
melómanos, que aquí abundan tanto, hallan en ellos inefables goces. Veinte o
más años lleva de existencia la «Sociedad de Conciertos», y cada vez es más
robusta su existencia. Compónese de músicos de primer orden, de lo más granado
en el arte, y está constituida como una sociedad industrial, de modo que los
grandes beneficios que obtiene se distribuyen a prorata entre los socios y no
van a pasar al profano bolsillo de un empresario. Admirable muestra del
espíritu de asociación, la «Sociedad de Conciertos» rinde culto al Arte en la
forma más propia. Allí el trabajo y la destreza artística tienen galardón cumplido.
Gracias a ella nos hemos ido familiarizando con todo el repertorio clásico
de música sinfónica hasta tal punto, que bien podemos jactarnos de conocer a
Beethoven casi lo mismo que se le conoce en Viena.
La ejecución es admirable, cuidadosa, perfecta. Desde que la «Sociedad»
inició sus trabajos dando a conocer la gran «Sinfonía Pastoral» hasta el año
último, en que se tocó por primera vez la «Novena Sinfonía» con casi toda la
vasta creación del más insigne de los compositores orquestales, todo lo ha interpretado
de un modo magistral. No sólo hemos conocido las grandes obras sinfónicas, sino
las sinfonías de óperas que no se cantan y los trozos más notables del «Egmont»
y el «Prometeo».
El maestro Barbieri fue el iniciador de esta Sociedad y el que
dirigió los primeros conciertos clásicos. A él se debe sin duda la introducción
en España de este arte admirable, no igualado por nadie ni en ninguna parte
desde que feneció el más moderno de los maestros alemanes: Mendelsohn. A los
pocos años púsose al frente de la Sociedad el célebre Monasterio, después la
dirigió el maestro Vázquez, y en la actualidad, la batuta está en manos del
maestro Bretón, compositor joven y de mucho aliento, recientemente pensionado
por nuestro Gobierno en Roma y Viena.
El repertorio de estas escogidas solemnidades es puramente clásico. Lo
constituyen, en primer lugar, la trinidad que podríamos llamar «santísima», de
la religión musical: Haydn, Mozart y Beethoven. Siguen tras estos dioses los
insignes patriarcas y ángeles mayores: Weber, Mendelsohn, Schumann, Schubert, y
los profesores Cherubini, Glucks y Handel.
Se admiten también obras de compositores modernos, del género sinfónico, y
en tal concepto Meyerbeer, Wagner, Litz, Berlioz, Joumod, David y aún el mismo
Souppé suelen sentarse a la mesa sagrada.
Me recuerdo como si fuese ayer del primer concierto dado por
la «Sociedad», el cual fue como una revelación para nosotros; mostrábanos un
mundo nuevo, lleno de encantos y de purísimos deleites.
Oímos entonces por vez primera la «Sinfonía Pastoral», la del «Canto Magio»,
de Mozart, un andante con variaciones de Haydn, el allegretto scherzando de
Beethoven, la marcha de «Tananhausser», de Wagner.
Algunas de estas extraordinarias piezas se han hecho después casi populares
entre nosotros. Tras la «Pastoral» conocimos la «Heroica», y todas las que
componen la inmortal corona de aquel músico sin par.
El «Septeto», que siempre se toca entre tempestades de entusiasmo, se nos
reveló bastante más tarde.
De Mendelsohn hemos oído hasta la saciedad «El sueño de una noche de verano»
y las tres magistrales oberturas de Weber, a saber: «Freychutz», «Oberon» y
«Euriavthe» han llegado a sernos familiares.
Las «Siete Palabras» y algunos trozos de los «Oratorios», de Haydn, han sido
engarzados en estas coronas de admirables joyas. Mozart ha llevado a ellos sus
andantes dulcísimos; Listz, su impetuosa inspiración; Gluks, su severa poesía,
descollando siempre, a juicio mío, Beethoven, conjunto asombroso de todas las
cualidades, el numen más robusto, más original, más vario, más atrevido, más
patético que Euterpe ha echado al mundo. Lo tengo por el más grande de todos
los músicos, y sus obras me parecen la cantera de donde manos hábiles han
extraído todas las óperas que se han compuesto en lo que va de siglo. Él trabajó
para los demás y creó el arte de sus sucesores. Elevando la sinfonía a un mayor
esplendor y dándole todo el desarrollo posible, dejó en ella los gérmenes de la
composición dramática en todos sus matices. Su gran «Septeto», adaptado a
orquesta por Monasterio, es, a mi parecer, la cúspide de la inspiración musical
y el punto más alto a que puede llegar entre los humanos la interpretación o la
adivinación de lo divino.
En estos conciertos hemos conocido también las piezas
sinfónicas de Meyerbeer, escritas en ese estilo vigoroso, dramático que le
caracteriza. La obertura de «Strnensés», que algunos llaman «La reina de las
Sinfonías», y además la «Polonesa» y los «Intermedios» apenas se tocan ya,
porque se han oído demasiado, si bien estas cosas no envejecen nunca. Lo mismo
pasa en las marchas de «Schiller» y «De las Antorchas».
La «Rapsodia húngara», de Listz, arrebató hace años. Ya se toca rara vez. No
pasa esto con la sinfonía «Pastoral» y el «Septeto», de Beethoven, que se han
de ejecutar todos los años, so pena de que la «Sociedad» incurra en las iras
del público. El tan discutido Wagner ha dado muchos triunfos a nuestros
concertistas. «Tannhausser», «Lohengrin» y los «Nibelungos» han tenido ecos
grandiosos. Es un lindo atleta que sorprende con su esfuerzo muscular.
Se le ve levantando montañas y venciendo dificultades que
anonadan. De tiempo en tiempo, para refrescar los ánimos, «La Sociedad» vuelve
los ojos a las puertas del Arte y pone sobre los atriles al paternal, bondadoso
y afabilísimo Haydn.
Es éste un señor muy bueno, tranquilo, discreto cual ninguno; que jamás se
propasa, que dice las cosas claras, limpias, ingeniosas y sin malicia. Se está
viendo, al oirle, la peluca con rizos que no se descompone nunca. Su estilo es
cortesano, natural, gracioso y lleno de urbanidades. Parece que está saludando
siempre. En Mozart se halla inspiración más alta y no menos elegancia que en el
viejo Haydn.
Es patético, de una variedad inagotable, de infinitos
recursos, dulce y apasionado, reformador y castizo a la vez. Luego viene el
gigante, el que con su inspiración indómita trastorna todo el edificio musical
y vuelve lo de arriba abajo, el gran reformador, el que contraviene las reglas
viejas y las hace a su gusto cuando quiere, el que sabe sacar de los
instrumentos todos, absolutamente todos, los acentos de las pasiones humanas,
desde la alegría loca al furor demente, el que interpreta el cielo y la tierra,
imitando ayes de dolor humano y de éxtasis que apenas tienen una cláusula con
que expresarse. Tal es Beethoven, temperamento rudo y despótico, el más grande
de los músicos y el primero de los sordos célebres, pues sin oído oyó cuanto se
puede oír y supo transmitir al pentagrama todo ideal que es posible concebir
por medio del sonido.
«La Sociedad de Conciertos», deseando alentar a los músicos españoles que no
han tenido miedo a las numerosas dificultades del arte sinfónico, nos ha dado a
conocer felices ensayos de los maestros Marqués, Chapí, Espadeso, Monasterio,
Bretón, Valle y de otros, obras estimables que merecen sinceros elogios. «La
Sinfonía Ménica», de Chapí, es digna de una corona. Esta y alguna pieza del
maestro Marqués ha sido aplaudida en Munich y Viena.
Este año los conciertos están, como siempre, concurridísimos.
Los afortunados empresarios, que son los mismos músicos, no tienen que
caldearse la cabeza por discurrir la manera de atraer gente. El público se
disputa siempre las localidades, y hay que andar a veces a tropezones para
adquirirlas. La ejecución de las piezas es perfecta hoy como el año pasado y
todos los años. He aquí un modelo de empresas.
Los músicos hacen maravillas por la cuenta que les tiene. El público los
favorece, los acaricia, y la única majadería que se permite ante ellos es
hacerles repetir las piezas que más le agradan.
Feliz arte, felices empresarios y felices dilettantis, de cuya
concordia y armonía resulta una serie de festividades que tengo por la mejor
prueba de cultura del Madrid moderno y que deben perpetuarse por los años de
los años, sin que el tedio las enfríe ni las revoluciones las interrumpan.
Benito Pérez
Galdós. Madrid, 3 de marzo de 1886
Finalizamos este homenaje al Día Mundial de la
Música, y en memoria de Benito Pérez Galdós, con el cortometraje «José
Fraguas interpreta a Pablo Sarasate» (Arantxa Aguirre, 2017).
[1] VALERO GARCÍA, Eduardo,
2019. Benito Pérez Galdós. La figura del realismo español.
Valencia: Editorial Sargantana, p. 223. ISBN: 978-84-17731-36-6 https://www.benitopérezgaldós.com/
Todo el contenido de Historia
urbana de Madrid está protegido por:
Valero García, E. (2020) "Benito
Pérez Galdós en el Día Mundial de la Música", en http://historia-urbana-madrid.blogspot.com.es/ ISSN
2444-1325
Galdós,
el joven periodista. La Gran Pastelería Nacional de la Puerta del Sol y el
convento de las Vallecas. Madrid, 17 de junio de 1866.
Tal
día como hoy, 17 de junio, pero del año 1866, se publicaba en el diario
progresista La Nación la columna Revista de la Semana, del
joven periodista Benito Pérez Galdós.
Los temas tratados aquella semana iban desde la visita a una exposición en el
Jardín Botánico hasta los conciertos de los Campos Elíseos, pasando por las
comparaciones entre las proezas navales de Méndez Nuñez en Sudamérica con las
mayorías absolutas y pactadas del Congreso de los diputados. Y entre otros
temas, los dos que transcribimos en esta efemérides. El primero, cargado de la
ironía y humor propios del escritor, trata del Ministerio de la Gobernación; en
el segundo, Galdós nos habla del convento de las Vallecas y un teatro que allí
se iba a construir.
La
"Gran Pastelería Nacional" de la Puerta del Sol
Desde tan histórico edificio se dan las campanadas para recibir un año nuevo y, en ocasiones, también se daba y se da la nota.
El
convento de las Vallecas y el Teatro del Museo
En 1552 se
instalaba en la calle de Alcalá el convento de Nuestra Señora de la Piedad, de
monjas bernardas; más conocido como de las Vallecas.
Ricardo Sepulveda, en su libro Madrid Viejo (1887), nos
cuenta:
Mediado el siglo
XVI, se pensó en el ensanche por el lado oriental, se trazó la calle, paralela
a la Carrera de San Gerónimo, con el nombre de calle de los Olivares y de los
caños de Alcalá. Al principio no hubo en ella más que tordos matuteros de
aceitunas, y asaltadores de alforjas; pero Dª. Isabel I mandó tirar la rasante
hasta más allá de los caños, para complacer a las monjas Bernardas de Vallecas,
que pedían con muchas ansias trasladar a esta nueva calle su convento, y luego
para servir a las Comendadoras de la orden de Calatrava, que vinieron a
situarse cerca de las Vallecas, desde Almonacid de Zurita, y en seguida a las
Baronesas, Carmelitas Recoletas, y últimamente a los padres Carmelitas
descalzos de San Hermenegildo, y no quedó un olivo para un remedio en toda la
zona del ensanche, circunvecino al prado de San Fermín.
Acompaña al texto
una ilustración de Comba que muestra el aspecto que tenía el convento antes de
ser afectado por la desamortización de Mendizábal.
Estaba ubicado en
la esquina de la calle Alcalá con Virgen de los Peligros y sus terrenos
llegaban por la trasera hasta la calle de Aduanas (antigua calle de San
Bernardo). Figura en el plano de Teixeira con el número XXXVIII.
El Museo de Historia de Madrid, a través de Memoria
de Madrid, sobrevuela por la maqueta de León Gil Palacio y nos muestra la calle
de Alcalá y sus conventos.
Galdós cita el solar de las Vallecas y habla
de las obras de construcción de un nuevo coliseo que, según llega a sus oídos,
se llamará Teatro Principal.
En el solar de las Vallecas se está poniendo la empalizada
para dar principio a las obras del teatro que se construirá allí, dirigido por
el Sr. Gándara. Nos complace en extremo la idea. Hace falta un teatro bueno,
que sustituía al estrecho del Príncipe, al destartalado Circo y al tabernario
Variedades. El que en las Vallecas se construya llenará un vacío y prestará
inmenso servicio al arte. Aplaudimos de todo corazón la idea, y deseamos que en
su realización no hallen los dueños obstáculo de ninguna clase, que la fortuna
secunde su plan, y que una vez concluido, obtengan el resultado que apetecen.
Solo una cosa nos disgusta del tal teatro: su título.
¿Qué quiere decir Teatro principal? Nada. ¿Para qué queremos los nombres
ilustres de los grandes dramáticos del siglo XVII? Ya que los actuales teatros
tienen nombres tan poco significativos como del Príncipe, de Variedades, de
Novedades, del Circo, ¿por qué el nuevo no ha de llamarse Teatro de Lope de
Vega, Teatro de Calderón?
Lo cierto es que desde 1842 existía en las Vallecas un teatro de la Sociedad
Lírico-Dramática y Literaria fundada por Félix López. Se trataba del Teatro del
Museo. Según Carlos Cambronero, la primitiva iglesia del convento había sido
transformada en teatro y allí se estrenó El motín contra Squilache, de Ceferino
Suarez Bravo.
En su Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico Madrid (1848),
Pascual Madoz nos cuenta:
El salón tiene 66 pies de luz y 32 de ancho y
el escenario 27 de luz y 42 de largo. Este teatro, en el cual trabaja hoy una
compañía lírica bajo la dirección del maestro Don Juan Schoczdopole, contiene
unas 600 localidades repartidas en 21 palcos, 96 butacas y 420 lunetas. Las
decoraciones en número de 30 casi todas son nuevas. Por circunstancia ajena a este
lugar, la Sociedad Lírico-Dramática formada por el señor López ha ido decayendo
de su primitivo esplendor, y en el día el local del teatro está ocupado por una
compañía pública que da en él diferentes funciones líricas, que atraen mucha
concurrencia.
Es en esos tiempos (1847) cuando se
reorganiza la Sociedad con el nombre de Teatro Matritense, pero durará poco
tiempo. A finales de esa década el teatro perderá todo su esplendor.
En 1853 el edificio estaba muy deteriorado; de hecho, hacia 1851 se había derrumbado
la cúpula y el techo había quedado bastante maltrecho. Además, el estado de la
fachada era casi ruinoso.
Según el joven Galdós, allí se construiría otro teatro; sin embargo, desde la
década de los cincuenta, las noticias hablaban de la edificación de un hotel
con cuatrocientas habitaciones (1854). También de ese año era la propuesta de
Mustafá-Muza Almorroens, el famoso comerciante marroquí que vendía dátiles en
su comercio de la calle de Alcalá, de construir allí una mezquita. Más tarde,
en 1856, se decía que en aquel solar se levantaría una gran Casa de Correos y
que la Casa de Postas se vendería para edificar casas sobre sus terrenos.
En mayo de 1866 se había conocido la noticia sobre la venta del solar de las
Vallecas al señor Miguel Vicente Roca, director del que sería Teatro Principal
de Madrid. En julio del mismo año, La Nación publicaba la
siguiente noticia:
«Que no se alce mano. Ayer se empezó a
colocar en el extenso solar de las Vallecas, calle de Alcalá, la empalizada o
cerramiento para dar principio a las obras de explanación y cimentación necesaria
para la edificación del gran teatro principal, que, bajo la dirección del Sr.
Gándara y a expensas del actual empresario del coliseo del Príncipe, debe
construirse.
Lo celebramos, no solo por lo mucho que ha de embellecer el nuevo edificio un
sitio tan importante, y porque viene a satisfacer una necesidad reconocida,
cual es la construcción de un teatro capaz para más de tres mil personas, sino
porque durante un año van a encontrar trabajo y sustento muchos obreros
agobiados hoy por la necesidad».
No hubo teatro. Los terrenos fueron sometidos
a un largo pleito promovido por los descendientes de Diego Ramírez de Vargas y
Leonarda Valeriola y Covarrubias, fundadores en 1668 de la capellanía que allí
hubo y cuyos restos habían sido enterrados en el convento. Los familiares
reclamaban los bienes de la capellanía.
La historia de aquel lugar merece un capítulo aparte. Lo que podemos añadir
como colofón es que allí estuvo el café de Fornos.
Instaláronse
por el pronto en Fornos, y allí esperaron. A la segunda noche fue Leopoldo
Montes, y a la tercera D. Basilio, que les encontró discutiendo de qué café se
posesionarían definitivamente.
[Fortunata y Jacinta. Parte tercera. Cap.I,
Costumbres Turcas. V - pp. 37]
Todo el contenido de Historia urbana de Madrid está protegido por:
Valero García, E. (2020) "Galdós, el joven periodista. La Gran
Pastelería Nacional de la Puerta del Sol y el convento de las Vallecas. Madrid,
17 de junio de 1866", en http://historia-urbana-madrid.blogspot.com.es/ ISSN
2444-1325
No hay comentarios:
Publicar un comentario