LOS
PILARES DE LA EUROPA CRISTIANA
SANTA GENOVEVA, PATRONA DE PARÍS
LA TRADICIÓN NOS PRESENTA LA FIGURA DE ESTA
MUJER FUERTE A LA QUE DEBEN SU FE LOS PARISINOS
https://ar.pinterest.com/pin/304133781062014573/
Mezclando un poco de tradición histórica y un poco de
leyenda, la figura de esta gran santa destaca, poderosa, en medio del
florecimiento cristiano primitivo, que venía a sustituir a los antiguos ídolos
griegos, latinos o celtas. Su nombre está asociado a la vida de los habitantes
antigua Lutecia. La montaña donde Clovis había levantado una iglesia en honor
de San Pedro y San Pablo se llamaría en lo sucesivo montaña de Santa Genoveva.
Al lado del rey merovingio será enterrada y sucesivas vicisitudes llevarán sus
cenizas hasta el lugar que hoy ocupa la iglesia de Saint Etienne du Mont,
rodeados de una hermosa reja de hierro forjado, entre cirios y exvotos de sus
fieles agradecidos.
Lutecia era una ciudad sin importancia, inferior a Sens o
a Lillebonne. Los textos antiguos parecen ignorarla. Cesar, en su Guerra de las
Galias, hace mención escasa del oppidum de los parisii, cuando tuvo necesidad
de cruzar por él en el año 53 antes de J. C. Lo cita como un territorio
tranquilo en los imites de la ‘Céltica y del país de los belgas, encerrado en
una isla formada por 1os brazos del río Sena. En la época romana, las grandes
vías de comunicación trazadas por los vencedores van a dar importancia a la
ciudad recién nacida, al paso de las tropas romanas, que llegarán hasta la
península Ibérica, jalonando todo el territorio español de construcciones
imperecederas.
Más adelante, de la isla, la pequeña ciudad irá subiendo
hasta la montaña de Santa Genoveva. Los edificios que pudiéramos llamar oficiales
la embellecían y, aunque sus habitantes siguen siendo escasos, ya se vislumbra
a través de la vida pública que comienza, un auge incesante, que las dinastías
reinantes se encargaran de acrecer.
Las invasiones de los francos y germanos dejarán la traza
de su afán destructivo. Los tesoros desaparecen a su paso. Las tribus bárbaras
tienen predilección por sembrar de hogueras su camino. Las ciudades romanas
empiezan a fortificar sus reductos. Lutecia será un Castellum con lo que la
vemos cercada de murallas y en las murallas las puertas que permiten su
comunicación con exterior.
En el siglo IV la isla estaba rodeada de murallas y, si
añadimos que su extensión no sobrepasaba las diez hectáreas, tendremos una idea
aproximada del escenario en que se desarrolló la vida de la Santa de los
parisinos, cuyos datos históricos nos ha proporcionado casi en exclusividad
Gregorio de Tours.
Antes de la expansión del cristianismo, los dioses de los
parisinos eran los de la Galia galorromana: Júpiter, Marte, Apolo, Baco, Minerva,
Venus, Diana. El culto de la diosa - madre y el de Isis eran igualmente
populares. Pero fue Mercurio el más popular de todos y sus estatuas se
prodigaban hasta por los últimos rincones del país. En Montmartre existió un
Templo dedicado a esta divinidad y de ahí le vino el nombre que ostenta: Mons -
Mercurii.
Ya en el siglo V la fe cristiana ha prendido en el alma
de los parisinos. Los primeros mártires y los primeros santos van a dar
testimonio de la verdad de la nueva doctrina en lucha abierta con el paganismo
y, lo que es peor, con las herejías nacidas en su mismo seno. San Germán obispo
de Auxerre y el bienaventurado Lobo, obispo Treves, a su paso por París para
combatir a los herejes de Gran Bretaña, encontraron a una joven de
extraordinaria virtud, de gran fuerza persuasiva, vehemente en su deseo de
hacer el bien, dispuesta al sacrificio en favor de los pobres y necesitados.
Una llama ardiendo en fe capaz de conmover a los más forzudos guerreros, de
convencer al propio rey de los francos, incapaz de hacer frente a sus demandas
de liberar a los prisioneros. Teodoredo, obispo de Tyro, asegura que cuando
Simeón el estilita, desde lo alto de su columna, reconocía entre las multitudes
que venían a consultarle, a algún mercader galo enseguida le encargaba que
llevase sus saludos a Genoveva. Tal era la fama de sus virtudes, que traspasó
las más lejanas fronteras.
Se sabe que Genoveva había nacido en Nanterre, cerca de
París, en los primeros años del siglo V (409?, 422?) y que debió de morir a
edad muy avanzada hacia el 502.
En Nanterre se puede encontrar el parque que lleva su
nombre. Uno de sus biógrafos escribe: “En otro tiempo rodeada de murallas y
adornada con un oratorio, este parque apenas es reconocible sí no es por unas
excavaciones y por una sencilla cruz de madera clavada en la tierra por una
mano piadosa". Una fuente lleva también su nombre, así como un recinto, en
el monte Valero, donde la tradición asegura que la Santa cuidaba los rebaños de
su padre. Hay un pozo y una gruta donde parece que se retiraba a orar, en
aquella actitud en que se nos la describe con los brazos en cruz, la mirada
fija en lo alto, pronta a las lágrimas para recibir las inspiraciones de Dios
todopoderoso. Genoveva se hallaba dotada con los dones del Espíritu Santo.
Su padre se llamaba Severo y Geroncia su madre, nombres
ambos latinos así como el suyo era típicamente galo. Si sus padres fueron o no
personas de buena posición nada se opone a que la joven cuidase sus ganados en
la pradera y para todos será la Santa aquella pastorcita de Nanterre,
predestinada por Dios para realizar actos maravillosos y extraordinarios. Sus
hagiógrafos cuentan de éstos y no acaban. Cuando San Germán hablaba con ella,
arrebatado por el fuego de aquella alma que deseaba consagrarse a Dios, dicen que
cayó del cielo una medalla que el santo obispo se apresuró a colocar en el
cuello de la Santa. El imprudente que se atrevió a insultarla quedará muerto en
el acto. Su propia madre, en cierta ocasión, arrebatada por la ira, llegó a
ponerle la mano en el rostro y quedó cegada. Genoveva consiguió su curación. Es
muy difícil controlar la verdad histórica de todos estos acontecimientos.
Pero no serán estos hechos. Con ser abundantes, los que
arranquen la devoción de los parisinos, sino los importantes de haber salvado
la ciudad de calamidades espantosas.
Atila, el “azote de Dios", se dirige a marchas
forzadas, hacia la Galia. No hay barbarie que aquel poder ejercito no se atreva
a cometer. Metz, Reims, Camb Besançon, Langres, Auxerre, se han convertido en
un montón de ruinas, ¿por qué no habría de sufrir París, es decir, Lutecia,
idéntica suerte? Las hordas amarillas se complacen en sembrar el terror. Una
gran multitud de gente empavorecida llega hasta Santa Genoveva, que ya ha
adquirido fama de santa entre sus conciudadanos. Ella aconseja que vuelvan a
sus moradas, que no se abandonen a la desesperación, porque sería inútil. De
píe, sobre una eminencia del terreno, la tradición la recuerda dirigiendo al
pueblo una arenga: “Gente de París, amigos míos, hermanos míos, os engañan. Los
que se pretenden vuestros defensores empuñando las armas no deben asustaros.
Atila avanza, es cierto, pero no atacará vuestra ciudad. Os lo aseguro en
nombre de Dios". La profecía cumple, con lo que Genoveva gana en prestigio
ante la opinión de los parisinos. Atila ha torcido su camino y se dirige hacia
Orleáns. París respira, aliviada. La salvación se atribuye a las oraciones de
la doncella.
Otro hecho aún más famoso vive en la memoria de todos.
Childerico acaba de morir y Clovis, su hijo, pretende sucederle. A ello se
opone Syagrio hijo de Egidio el antecesor de Childerico. Clovis, al frente de
un pequeño ejército de francos, pone sitio a la ciudad de París, reducida, por
aquel entonces, a una isla. El hambre comienza a diezmar sus habitantes, sin
salvación posible. Las puertas están vigiladas, y sólo un milagro explica
Genoveva, ya de edad muy avanzada, pueda salir sin vista por el enemigo. Ha
prometido que habrá víveres todos. Encendida de patriotismo, se lanza al río en
barca de pescadores. A su paso, se suceden hechos extraordinarios: desaparecen
obstáculos infranqueables, los graneros se abren para volcarse sobre su barca;
otras barcas se unen a la suya, en un total de once regresan a la ciudad entre
las aclamaciones de la multitud.
Murió Genoveva con más de ochenta años, hacia la primera
década del siglo VI. Fue enterrada junto a Clovis, como ya se ha dicho, en la
iglesia de San Pedro y San Pablo, sobre la montaña que lleva el nombre de Santa
Genoveva.
Las cenizas de la Santa siguieron atrayendo la devoción
de los parisinos y no había solemnidad ni temida catástrofe que no se
recurriese a la urna que contenía los restos, enriquecida con donaciones de
monarcas y príncipes, siendo de gran fama el manojo de diamantes ofrecido por
María de Médicis. Más adelante, verdad o mentira se aseguró que los diamantes
eran falsos.
La revolución, con sus bandadas de cretinos, no respeto
estas cenizas, acusadas de ser un símbolo más del obscurantismo del antiguo
régimen. Lo que pudo recogerse tras la turbonada, junto con la tumba, hallada
en la abadía merovingia, fue trasladado a la iglesia de Saint - Etíenne – du –
Mont donde aún acuden sus fieles devotos en demanda de favores.
LA FASCINANTE MATILDE DE CANOSA, CONDESA DE
TOSCANA, DEFENSORA DE LA LIBERTAD DE LA IGLESIA
Muy probablemente una de las mujeres más extraordinarias
de todos tiempos, Matilde de Canosa, que se vio metida de lleno en la lucha de
la Iglesia y el Imperio, supo llevar a cabo su misión sin pensar en sí misma ni
en sus intereses particulares, sino más bien al contrario mostrando haber
comprendido muy bien el sentido profundo de la vida que debería tener todo
verdadero cristiano.
Miniatura de Matilde de Toscana del frontispicio de la Vita Mathildis de
Donizo (Codex Vat. Lat. 4922, fol. 7v.). Matilda aparece sentada. A
su derecha, Donizo le presenta una copia de su trabajo, a su izquierda está un
hombre con una espada (posiblemente su hombre de armas).
https://en.wikipedia.org/wiki/Donizo
Como indómita y orgullosa guerrera la presenta el
monumento de Lorenzo Bernini, colocado sobre su tumba, que se halla en la
Basílica de San Pedro del Vaticano. No hay que olvidar por otro lado que el
nombre, Matilde, de origen germánico, significa, precisamente, “potente en la
batalla", y se puede decir que, en su caso, el nombre fue auténticamente
profético. Efectivamente la importancia de esta mujer fue determinante en la
historia de Italia, de la Iglesia y de Europa, aunque para valorar
adecuadamente su papel en la historia hay que separar la realidad de las
leyendas que rodean su figura, lo que no siempre es fácil.
Pero, ¿Quién era Matilde de Canosa?
Matilde de Canosa nació en el seno de una poderosa
familia cristiana. Su padre, el marqués Bonifacio, era señor de un territorio
de grandes dimensiones que se extendía en Italia desde la precordillera de los
Alpes brescianos hasta el Lacio septentrional, por abajo. Siendo ella una niña,
en el año 1052, el marqués fue asesinado, cuando estaba cazando en una de sus
tantas florestas próximas al Po. Corrieron diferentes conjeturas sobre el
motivo de su muerte, pero nunca se logró conocer la verdad. El hecho es que
dejó el gobierno de sus tierras en manos de las dos mujeres de su casa, Beatriz
y Matilde.
Asesinado Bonifacio, las dos mujeres se
sintieron muy solas, en apuros con su vasto dominio, que reunía gran diversidad
de lenguas, costumbres, formas de gobierno y sociedades, que contribuían a
formar un verdadero mosaico, que se había mantenido unido hasta entonces casi
exclusivamente debido a la férrea voluntad del padre de Matilde. La esposa del
marqués era de sangre alemana, prima del rey emperador, y regresó con su hija a
Lorena, su patria de origen, donde permanecieron un tiempo, mientras la pequeña
crecía. De vuelta en Italia, hubo muchos problemas que enfrentar. En lo
personal, Matilde deseaba convertirse en esposa de Cristo. Muchos nobles y
reyes medievales compartieron su mismo deseo de relación de la vida activa y la
contemplativa, una anticipación del Paraíso en la tierra, un deseo de terminar
la propia existencia en los claustros monacales iluminados desde lo alto,
circundados de bellas columnas en su espacio cuadrangular, resonantes de
cantos, atravesados por religiosos absortos en Dios. Durante siglos este fue un
gran deseo de los gobernantes piadosos. Muchos terminaron efectivamente así sus
días.
Aunque el deseo de Matilde era este ante que ningún otro,
las cosas se encaminaron de forma muy distinta: Gregorio VII la había disuadido
de entrar en el convento, en los mismos años en los cuales reprochaba al abate
de Cluny haber acogido como monje al rico duque Hugo de Borgoña. “La caridad no
va en busca de la satisfacción personal"; ésta fue la frase lapidaria que
Gregorio opuso a quienes, entre los poderosos, daban la espalda al mundo en que
tenían grandes deberes pendientes, para refugiarse en el sosiego monástico. A
cambio, pues, ella que se había convertido en una bella joven, debía contraer
matrimonio con Godofredo el Jorobado, un hombre feo y deforme que la hizo
sumamente infeliz. Esta solución había sido inducida por razones políticas,
como sucedió más tarde con el segundo marido, Güelfo de Baviera. También esta
experiencia fue triste para Matilde, que se encontró desposada con un joven de
16 años cuando ella ya rondaba los 40. Ambos matrimonios fracasaron.
Pero esta situación pareció ser nada en comparación de los
problemas que surgían en sus territorios, fruto de la caída del sistema feudal,
que generaría lo que hoy conocemos como el cambio de la baja hacia la alta edad
media, y a la guerra de las investiduras que luego explicaremos. Desde que
Bonifacio se había convertido también en duque de Toscana, el territorio de los
Canossa estaba apretado como en una gran prensa, entre el norte germánico y
Roma, peligroso cojín que podía desempeñar funciones de intermediario, o bien
ser empujado a pronunciarse por una de las partes, en caso de conflicto. Y este
conflicto acababa de comenzar… Por lo que Matilde se puso de parte de Roma,
convirtiéndose en la única noble de importancia que prestó apoyo al papado en
la difícil situación que se iba a desarrollar.
Cuando accedió al trono de San Pedro el Papa Gregorio
VII, quiso ordenar dos graves problemas que estaban decayendo cada vez más y
arrastrando a la Iglesia consigo: la inmoralidad, y la simonía (pecado mortal
en que incurre quien compra o vende favores religiosos como sacramentos o
cargos eclesiásticos). En los años 1074 y 1075 San Gregorio renovó los edictos
contra la incontinencia de los clérigos y la simonía que ya los papas
anteriores habían establecido, y condenó también la investidura laica,
deponiendo al clérigo que la recibía, y excomulgando al príncipe que la
impartía. Pero por lo pronto, el emperador Enrique IV, no estaba dispuesto a
renunciar a lo que consideraba un derecho de la corona, y desafiando el Papa,
en 1075 confirió el arzobispado de Milán al clérigo Tedaldo. Esto provocó el
largo conflicto entre el monarca y el Papa que concluyó con el arrepentimiento
del primero y el perdón del segundo, ocurrido en enero de 1077, precisamente en
el castillo de Matilde, en Canossa.
En los años siguientes, el rey derrotó a los rebeldes
alemanes y preparó sus defensas de tal forma que cuando reanudó las
hostilidades hacia el Pontífice, y éste hubo de excomulgarle y deponerle de
nuevo, nadie se movió contra él y pudo reunir una asamblea eclesiástica en
Alemania, donde se destituyó a Gregorio VII y se nombró un antipapa, Clemente
III, a quien Enrique IV instaló por la fuerza de las armas en Roma el año 1084,
siendo coronado emperador por él a continuación. Mientras tanto el Papa se
recluía en Castel Sant’Angelo. Con los simoníacos y el poder temporal en
contra, el Santo Padre encontró muy pocos fieles poderosos que le apoyaran, y
Matilde fue una de ellos.
Un sabio del círculo de Matilde, Bonizone di Sutri, la
pone a ella como ejemplo para los otros guerreros nobles alineados en el bando
del pontífice: “Ved a Matilde, excelsa condesa, verdadera hija de San Pedro.
Ella, no menos que un hombre, y sin preocuparse por todo lo que la rodea, está
dispuesta incluso a morir antes que traicionar su compromiso de observar la ley
de Dios". Aunque se comprometió en tantas acciones militares, nada
demuestra sin embargo que las haya afrontado con encarnizamiento. Los propios
autores del bando opuesto no se refieren a ella como a una mujer feroz,
dedicada a la guerra, y lo habrían hecho si hubieran tenido un pretexto para
ello, porque no escatimaron insultos dirigidos a su persona. Es, sin embargo,
hermosa la dedicación y sacrificio que puso en esto: “Matilde misma organiza a
sus tropas en la guerra y permanece al frente de ellas. No la amedrentan las
noches ni el frío, no le hacen abandonar a sus hombres", escribía
Rangerio, autor de la Vita de Sanselmo da Lucca.
Al culminar la guerra en el año 1092, Matilde estaba en
los montes, trasladándose de una fortaleza a otra, donde se encontraba más segura,
reforzando sus defensas, mientras en la vasta llanura del norte el emperador la
desarmaba con sus tropas y trataba de vencerla en batallas campales. En medio
de tantas adversidades le quedaron pocos amigos, como Anselmo de Aosta y otros
de su estatura, para sostenerla. Con las principales ciudades toscanas en
rebeldía, Florencia, ferviente sostenedora de la necesaria reforma
eclesiástica, le fue fiel. Y he aquí que todo, casi de repente e
inesperadamente, se tornó a su favor. Los clarines que tocaban la retirada
resonaron en ese mes de octubre de 1092 en la vasta llanura bajo la fortaleza
de Monteveglio. Enrique abandonó el campo de batalla.
En el año 1111, Matilde ya se aproximaba a la muerte y la
guerra todavía no había terminado del todo. En Roma se derramó sangre
nuevamente, y no se llegó a una solución. El tratado de Worms, de 1122, en que
se llegaría a un acuerdo entre las partes, todavía estaba lejano. Aun cuando,
probablemente, ya no se esperaba un encuentro armado, parecido al de otro
tiempo, Matilde ya veía transcurrir sus últimos años de vida sin que todo ese
conjunto desgastante de disturbios, de guerras, de violencia de toda índole,
prometiera un cambio. Por lo tanto, la proximidad de la muerte y una turbadora
sensación de no haber podido hacer lo suficiente debían de entristecerla, quizá
más aún que las derrotas y las injurias sufridas en el pasado.
Al culminar la guerra contra el emperador, Matilde se
encontró privada del apoyo de muchas personas autorizadas que antes habían
estado junto a ella: esas personas ya no vivían. A esto debemos agregar los dos
matrimonios que duraron unos pocos años, y su condición de mujer no casada. Los
simpatizantes del emperador le echaban en cara que, siendo mujer, se
inmiscuyera en cosas más grandes que ella. No escatimaban insultos, reiterados
e hirientes. Incluso entre los sostenedores de su causa no faltaban quienes no
aceptaban el gobierno y el alto protagonismo de una mujer sola, no unida a un
hombre con el vínculo matrimonial. Este mismo hecho la expuso a sospechas y
acusaciones difamatorias sobre sus relaciones con el Papa Gregorio y con
Anselmo, el obispo de Lucca, expulsado de su ciudad y refugiado junto a ella;
hasta el punto de que Anselmo sintió la necesidad de defender su buena
reputación. En el Libro contra Viberto (el antipapa), llega a expresarse de
este modo: “no busco en ella (Matilde) nada terrenal ni carnal, sino que día y
noche sirvo a mi Dios manteniéndola fiel a Él y a mi santa madre Iglesia, que
me la ha confiado".
Matilde se retiró a vivir sus últimos días a un pequeño y
perdido pueblo del cual era su señora, lejos del poder y las cortes, pero
próximo al monasterio más grande construido por su familia, San Benedetto di
Polidore, donde una multitud de religiosos rezarían incesantemente por ella. Le
otorgó concesiones, beneficios y favores al célebre monasterio; en el que se
abandonó y apoyó por completo, temiendo por la salvación de su alma. En este
monasterio benedictino cincuenta monjes, incluido el abate, habían hecho la
solemne promesa de celebrar hasta el fin de este mundo el aniversario de la
muerte de Matilde. Poco tiempo después, la enfermedad (gota) la inmovilizaría
definitivamente, aliviada sólo por las plegarias de los numerosos cofrades del
vecino monasterio paduano y de aquellas iglesias a las cuales no cesó de hacer
donaciones. Encontró fuerzas sin embargo para resistir por siete meses,
mientras se preparaba para comparecer ante el tribunal de Dios. Había dado
órdenes de que se le construyese, justo frente a la habitación donde estaba su
lecho, una pequeña capilla dedicada al apóstol Santiago. Allí, tendida en su
lecho de dolor, podía escuchar y ver al religioso que celebraba los oficios
divinos.
En esos últimos meses, Matilde había honrado al Apóstol
Santiago y a muchos otros santos, para serenarse en el último trecho que le
quedaba por recorrer, con la mente fija en la muerte, en el recuerdo de los
pecados, en la fragilidad del ser humano que la atroz enfermedad había puesto a
prueba. Noche y día – continúa – se dedicaba a los salmos y a toda la liturgia,
con un amor creciente; era una experta en eso, rebosante de espíritu religioso.
En esto la asistían los clérigos más sabios; no había obispo que se preocupara
tanto por los hábitos y los vasos destinados al culto. Había combatido mucho
por Dios; ahora, finalmente, después de la victoria, vivía la paz. Hasta que,
en julio de 1115, el obispo de Regio le hizo besar el crucifijo, y ella,
tendida sobre su lecho de sufrimiento, entregó su alma al Señor.
LA
CONVERSIÓN DE RUSIA
SANTA OLGA PUSO EN SU NIETO VLADIMIR LA
SEMILLA QUE LLEVÓ A LA CONVERSIÓN DE RUSIA
Santa Olga de Kiev
https://lapiedradesisifo.com/2014/02/04/la-santa-que-enterr%C3%B3-viva-a-gente-y-prendi%C3%B3-fuego-a-una-ciudad/
En el año 862, los eslavos de Novgorod llamaron a Riurik
para que los gobernara. Dos de sus compañeros Ascold y Dir, buscando fortuna se
fueron de Novgorod al sur del país. A orillas del río Dnieper vieron la ciudad
de Kiev y la conquistaron. Desde aquí, en el año 866, realizaron una incursión
a Constantinopla. El emperador Miguel III y el patriarca Fotios elevaron sus
oraciones a Dios, y, después del oficio de Vísperas realizado en el templo de
Vlajern, salieron en procesión a las orillas del Bósforo. Durante la procesión
sumergieron la vestimenta de la Virgen en las aguas del golfo. El mar, hasta
ese momento tranquilo, repentinamente se agitó y destruyó las naves de los
rusos. Muchos de ellos perecieron y los que pudieron volver a casa lo hicieron
quedando muy impresionados por el hecho y este acontecimiento posteriormente
originó la festividad del Manto de la Madre de Dios.
Al poco tiempo, llegó de Grecia a Kiev, un obispo quien
comenzó a predicar a los rusos el Evangelio y a hablar de los milagros de Dios
relatados en el Antiguo y Nuevo Testamento. Los rusos, al oír decir que los
tres niños no se quemaron en el horno encendido de Babilonia (Dan. 3)
interrumpieron al predicador y dijeron: “Si no vemos algo parecido, no
creeremos en tu historia.” El obispo, después de rezar a Dios, se atrevió a
poner el Evangelio en el fuego. El Evangelio permaneció intacto, hasta las
cintas que marcaban las hojas preparadas para la lectura, no se quemaron.
Debido al impacto de este milagro, muchos de ellos se bautizaron.
Posteriormente sobre la tumba de uno de estos cristianos fue erigida la iglesia
San Nicolás Milagroso.
Después de Riurik, su pariente Oleg gobernó el país. Oleg
conquistó Kiev y realizó una campaña bastante exitosa contra Constantinopla
(906) concertando un tratado muy ventajoso para Rusia, un contrato comercial
con los griegos. El hijo de Riurik, Igor en el año 945, después de otra guerra,
nuevamente concertó un tratado comercial en Constantinopla. Al relatar este
hecho, el cronista recuerda que la guardia del príncipe juró en Kiev la
observancia de este tratado: los paganos delante del ídolo Perún, y los
cristianos — en la catedral de San Ilías. Esto indica que en Kiev, durante el
gobierno de Igor hasta en su guardia había cristianos. La esposa de Igor, la
princesa Olga se destacaba por su belleza, su castidad y su mente clara. Al
enviudar, debido a la corta edad de su hijo Sviatoslav, gobernó la tierra rusa.
Cuenta la crónica que para los enemigos de su patria era temible y terrible. El
pueblo la amaba y la estimaba como a su propia madre por su misericordia, su
sabiduría y su sentido de justicia. Santa Olga a nadie ofendía, juzgaba con la
verdad, imponía los castigos con clemencia, amaba a los indigentes, a los
ancianos y a los lisiados. Escuchaba, pacientemente toda petición que se le
dirigía y complacía, gustosamente, las peticiones justas.
Cuando Sviatoslav se hizo hombre, la
princesa Olga pudo dedicarse más al altruismo. Predispuesta hacia el
cristianismo por sus pláticas con los sacerdotes de Kiev, conoció la
superioridad de la santa fe sobre el paganismo y resolvió, en el año 957,
bautizarse. La antigua historia cuenta que para ello viajó a Constantinopla y
que el sacramento lo realizó el patriarca Poliecto. El emperador Constantino
fue su padrino. A Santa Olga si fue dado el nombre de Elena. El Emperador,
viendo su belleza exterior y la grandeza interior, le pidió que se casara con
él. Ella dijo que ella no podía hacerlo antes de que ella fuera bautizada; ella
le pidió además que fuera su Padrino. Después de que ella fue bautizada
(recibiendo el nombre de Elena), el Emperador repitió su propuesta de
matrimonio. Ella contestó que ahora él era su padre, a través del Bautismo, y
que incluso entre paganos ella nunca oyó hablar de un hombre que se casara a su
hija. Aceptando ser burlado por ella airosamente, él la envió a su tierra con
sacerdotes y sagrados textos e iconos.
Una vez cristiana, Santa Olga trató de convencer a su
hijo a hacerse cristiano, pero el guerrero Sviatoslav, no cedió a sus
persuasiones. “La guardia se reirá de mi” — decía él, sin embargo no prohibía a
sus súbditos a bautizarse. De regreso a su patria, Santa Olga se dedicó
plenamente a la devoción cristiana y a la difusión de la fe de Cristo entre sus
súbditos, plantando la semilla de la fe en el corazón de su nieto Vladimir, el
que con el tiempo convertir a Rusia a Cristo. Según la crónica del antiguo
escritor, Santa Olga, “al conocer al verdadero Dios, Creador del cielo y de la
tierra, y al recibir al bautismo, destruyó los lugares demoníacos (los ídolos
de los templos paganos) y comenzó a vivir, según los preceptos de Jesucristo,
amando a Dios con todo su corazón, con toda su alma; siguió a nuestro Señor
Dios en todas sus obras bondadosas iluminándose con ellos, vistiendo a los
desnudos, saciando a los sedientos y calmando a los peregrinos, a los
indigentes, a las viudas y a los huérfanos, compadeciéndose de todos y
entregando a todos lo que les era necesario, con serenidad y con amor en su corazón.”
Falleció Santa Olga en el año 969. Su cuerpo fue
encontrado imperecedero durante el gobierno de Vladimiro quien los depositó en
la iglesia de Desiatina. En Rusia esta fue la primera ocasión de apertura de
las reliquias. Posteriormente, Dios mediante los milagros glorificó las
reliquias de la princesa Olga que fue canonizada como la primera santa rusa.
Sviatoslav tuvo dos hijos legítimos, Yaropolk y Oleg, y un tercer hijo,
Vladimir, nacido de su favorita de la corte
Olga Malusha. Poco antes de su muerte (972), el padre otorgó a Yaropolk el Gran
Ducado de Kiev y dio a Oleg la tierra del Drevlani (ahora Galitzia).
La antigua capital Rusa de Novgorod amenazó rebelión y,
como ambos príncipes se negaron a ir allá, Sviatoslav confirió su soberanía
sobre el joven Vladimir. Mientras tanto estalló la guerra entre Yaropolk y
Oleg, y el primero conquistó el territorio de Drevlanian y destronó a Oleg.
Cuando llegaron estas nuevas a Vladimir temió una suerte similar y huyó hacia
los Varangianos (Variags) de Escandinavia en busca de ayuda, mientras Yaropolk
conquistaba Novgorod y unía Rusia bajo su cetro. Pocos años más tarde Vladimir
regresó con una gran fuerza y retomó Novgorod. Llegando a ser más atrevido,
hizo la guerra contra su hermano hacia el sur, tomó la ciudad de Polotzk, mató
a su príncipe, Ragvald, y se casó con su hija Ragnilda, la novia prometida de
Yaropolk. Luego presionó sobre Kiev y la sitió. Yaropolk huyó a Rodno, pero no
pudo permanecer allí, y finalmente murió a su rendición al victorioso Vladimir;
el último, por consiguiente, se hizo soberano de Kiev y toda Rusia en 980.
Como un príncipe pagano Vladimir tuvo cuatro esposas,
además de Ragnilda, y por ellas tuvo diez hijos y dos hijas. Desde los días de
Santa Olga, la Cristiandad, que originalmente fue establecida entre los Eslavos
del este por Santos Cirilo y Metodio, había estado haciendo progreso silencioso
en todas partes del suelo de Rusia (ahora Austria oriental y Rusia) y había
comenzado a cambiar considerablemente las ideas paganas. Fue un período similar
a la era de la conversión de Constantino. No obstante este trasfondo de ideas
Cristianas, Vladimir erigió en Kiev muchas estatuas y santuarios (trebishcha) a
los dioses paganos Eslavos, Perun, Dazhdbog, Simorgl, Mokosh, Striborg, y
otros. En 981 sometió las ciudades de Chervensk (ahora Galitzia), en 983 venció
a los indómitos Yatviags en la costas del Mar Báltico, en 985 peleó con los
Búlgaros en el bajo Volga, y en 987 planeó una campaña contra el imperio
Greco-Romano, en el curso de la cual llegó a interesarse en la Cristiandad. La
Crónica de Néstor relata que él mandó enviados a los países vecinos por
información concerniente a sus religiones. Los enviados informaron
desfavorablemente con respecto a las que seguían los Búlgaros (Mahometanos),
los Judíos de Kazar, y los Alemanes con sus sencillas iglesias Latinas
misioneras, pero estaban encantados con el solemne ritual Griego de la Iglesia
Griega (Santa Sofía) de Constantinopla, y recordaron a Vladimir que su abuela
Olga había abrazado esa Fe.
El año siguiente (988) sitió Kherson en la Crimea, una
ciudad dentro de las fronteras del Imperio Romano oriental, y finalmente la
tomó cortando su suministro de agua. Entonces mandó enviados al Emperador
Basilio II en Constantinopla para pedir a su hermana Ana en matrimonio,
agregando una amenaza de marchar sobre Constantinopla en caso de rechazo. El
emperador contestó que una Cristiana no se podría casar con un pagano, pero que
si Vladimir fuese un príncipe Cristiano, él aprobaría la alianza. A esto Vladimir
contestó que él ya había examinado las doctrinas de los cristianos, estaba
inclinado hacia ellas, y estaba listo para ser bautizado. Basilio II envió a su
hermana con un séquito de oficiales y clérigos a Kherson, y allí Vladimir fue
bautizado, en el mismo año, por el Metropolitano Miguel y tomó también el
nombre bautismal de Basilio. Una leyenda común cuenta que Vladimir había sido
atacado de ceguera antes de la llegada de Ana y su séquito y había recuperado
su vista al ser bautizado. Entonces se casó con la Princesa Ana, y de allí en
adelante apartó a sus esposas paganas. Cedió la ciudad de Kherson a los Griegos
y regresó a Kiev con su novia. El historiador Ruso Karamsin sugiere que
Vladimir pudo haber sido bautizado mucho antes en Kiev, puesto que los
Cristianos y sus sacerdotes ya estaban allí; pero tal acto habría humillado al
orgulloso jefe a los ojos de su pueblo, pues él habría aceptado humildemente un
rito poco llamativo de manos de una secta secreta y despreciada. Por lo tanto,
él prefirió hacerlo venir de los enviados del Emperador Romano de
Constantinopla, como medio de impresionar a su pueblo.
Cuando Vladimir regresó a Kiev se hizo cargo de la
conversión de sus súbditos. Ordenó que las estatuas de los dioses fueran
derribadas, cortadas en pedazos y algunas de ellas quemadas; el dios principal,
Perun, fue arrastrado a través del fango y arrojado en el Río Dnieper. Estos
actos impresionaron al pueblo con la impotencia de sus dioses, y cuando se les
pidió que siguieran el ejemplo de Vladimir y se convirtieran en cristianos
fueron voluntariamente bautizados, aun chapoteando en el río para ser los
primeros en ser bautizados por el sacerdote. Zubrycki piensa que esta buena
disposición muestra que las doctrinas del Cristianismo ya habían sido secretamente
difundidas en Kiev y que el pueblo solamente esperaba por una oportunidad para
confesarlas públicamente. Vladimir exhortó a todos sus súbditos a convertirse
en cristianos, estableció iglesias y monasterios no solo en Kiev, sino en
Pereyaslav, Chernigoff, Bielegorod, Vladimir en Volhynia, y muchas otras
ciudades. En 989 erigió la gran Iglesia de Santa María siempre Virgen
(usualmente llamada Desiatinny Sobor, la Catedral de los Diezmos), y en 906 la
Iglesia de la Transfiguración, ambas en la ciudad de Kiev. Abandonó su carrera
como guerrero y se dedicó principalmente al gobierno de su pueblo; estableció
escuelas, introdujo tribunales de justicia eclesiásticos, y llegó a ser
conocido por su mansedumbre y su celo en la difusión de la fe Cristiana. Su esposa
murió en 1011, habiéndole dado dos hijos, Boris y Glib (también conocidos como
Santos Roman y David, por sus nombres de bautizo). Después de esto su vida
llegó a perturbarse por la conducta de sus hijos mayores. Siguiendo la
costumbre de sus abuelos, él había repartido su reino entre sus hijos, dando la
ciudad de Novgorod en feudo a su hijo mayor Yaroslav; éste se rebeló contra él
y se negó a dar servicio o tributo. En 1014 Vladimir se preparaba para marchar
hacia el norte a Novgorod y quitársela a su desobediente hijo, mientras
Yaroslav invocaba la ayuda de los Varangianos contra su padre. Vladimir cayó
enfermo y murió en el camino. Su fiesta se celebra el 15 de julio en los
calendarios Católicos Ortodoxo Ruso y Griego Ruteniano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario