SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS
BARCELONA
Parroquia Santa Teresa del Niño Jesús
Dirección: Via Augusta, 68
C.P. 08006
Barcelona,España
Teléfono:+34 932 37 31 53
España
«Quiero pasar mi cielo
haciendo el bien en la tierra», decía Santa Teresa del Niño Jesús o también conocida como
Santa Teresa de Lisieux, cuya fiesta se celebra cada 1 de octubre. Es patrona
de las misiones y Doctora de la Iglesia.
El 20 de noviembre
de 1887, a la edad de 15 años, santa Teresa del Niño Jesús habló con el papa
León XIII (1878-1903) durante una peregrinación a Roma organizada por la
diócesis de Lisieux. La joven, con ingenua audacia, le pidió permiso para
entrar en el Carmelo antes de la edad prescrita. El Papa le respondió sencillamente:
«Entrarás, si esa es la voluntad de Dios». El anciano Pontífice no podía
imaginar entonces que la historia de esa niña iba a marcar el pontificado de
sus sucesores. Todos los papas del siglo XX fueron tocados de algún modo por el
“paso” de Teresa. El primero fue Pío XI, que la beatificó en 1923, la canonizó
dos años después, y en 1927 la proclamó patrona de las misiones. La historia de
Teresa se enlaza especialmente con la del papa Montini, que fue bautizado el
mismo día de la muerte de la pequeña hermana de Lisieux. Pero la primera
intuición de lo extraordinario de Teresa se debe a Pío X (1903-1914), de quien
el próximo 4 de agosto se celebra el centenario de su elección.
Pío X: «La santa
más grande de los tiempos modernos»
Habían pasado sólo
diez años desde la muerte de Teresa cuando Pío X recibió el regalo de la
edición francesa de la Histoire d’une âme y, tres años después, en 1910, la
traducción italiana de la autobiografía de la santa. Traducción que había
llegado ya a su segunda edición. Pío X no tuvo ninguna duda respecto a Teresa y
por ello aceleró la incoación de la causa de beatificación, que se fecha en
1914 y que fue uno de los últimos actos de su pontificado. Pero, ya unos años
antes, hablando con un obispo misionero que le había regalado un retrato de
Teresa, el Papa había dicho: «Esta es la santa más grande de los tiempos
modernos». Una opinión que podía parecer atrevida, porque Teresa no tenía
entonces, al igual que hoy, sólo estimadores. La sencillez de su doctrina
espiritual, centrada en la absoluta necesidad de la gracia, hacía arrugar el
entrecejo a muchos eclesiásticos.
En los tiempos de un catolicismo embebido de jansenismo, su espiritualidad
centrada en la confianza y en el abandono dócil a la misericordia de Dios
parecía en contraposición con el rigor de una ascesis basada en la renuncia y
en el sacrificio. El eco de esta “sospecha” sobre la doctrina de Teresa llegó a
los oídos del Papa, que una vez respondió con decisión a uno de estos
detractores: «Su extrema sencillez es lo más extraordinario y digno de atención
en este alma. Vuelva a estudiar su teología».
A Pío X le había
impresionado, entre otras cosas, una carta que Teresa había escrito el 30 de
mayo de 1889 a su prima María Guérin, la cual, por escrúpulos de conciencia, no
comulgaba : «Jesús está en el tabernáculo expresamente para ti, para ti sola, y
arde en deseos de entrar en tu corazón […] Comulga a menudo, muy a menudo. Este
es el único remedio si te quieres curar». Entonces era una actitud muy
difundida el escrúpulo excesivo a comulgar frecuentemente, y la respuesta de
Teresa le pareció al Papa una exhortación a combatir esta actitud. Es posible
que la lectura de los escritos teresianos influyeran en los dos decretos de Pío
X, Sacra Tridentina Synodus, sobre la comunión frecuente y Quam singulari,
sobre la primera comunión de los niños.
Benedicto XV: «Contra la presunción de alcanzar con medios humanos un fin
sobrenatural»
Pío X no tuvo
tiempo de seguir el camino de la causa de beatificación. Su sucesor, Benedicto
XV (1914-1922), la aceleró. El 14 de agosto de 1921 publicó el Decreto sobre
las virtudes heroicas de la pequeña Teresa y, por primera vez, un papa usó la
expresión “infancia espiritual” para referirse a la “doctrina” de la santa de
Lisieux: «La infancia espiritual», dijo el Papa, «está constituida por la
confianza en Dios y por el ciego abandono en sus manos […]. No es difícil notar
los méritos de esta infancia espiritual tanto por lo que excluye como por lo
que supone. Excluye, en efecto, la soberbia; excluye la presunción de alcanzar
con medios humanos un fin sobrenatural; excluye la falacia de bastarse a sí
mismo en la hora del peligro y de la tentación. Y, por otra parte, supone fe
viva en la existencia de Dios; supone homenaje práctico a la potencia y misericordia
de Él; supone confiada invocación a la providencia de Aquel, del que podemos
obtener la gracia y evitar todo mal y conseguir todo bien […] Deseamos que el
secreto de la santidad de sor Teresa del Niño Jesús sea conocido por todos».
Pío XI: «La estrella
de mi pontificado»
Pío XI
(1922-1939), más que cualquier otro papa, sintió durante toda su vida, incluso
antes de su elección al trono de Pedro, una profunda devoción por Teresa.
Cuando era nuncio apostólico en Varsovia, tenía siempre sobre la mesa de su
despacho la Historia de un alma; y lo mismo hizo como arzobispo de Milán.
Durante su pontificado, Teresa fue elevada a los altares con gran rapidez. Fue
beatificada el 29 de abril de 1923; canonizada el 17 de mayo de 1925, durante
el Año Santo; el 14 de diciembre de 1927 fue proclamada, junto con san
Francisco Javier, patrona universal de las misiones católicas. Tanto la
beatificación como la canonización fueron las primeras del pontificado de
Achille Ratti. El 11 de febrero de 1923, durante su discurso con motivo de la
aprobación de los milagros necesarios para la beatificación el Papa dijo:
«Milagro de virtud en esta gran alma, que nos hace repetir con el Divino Poeta:
“venida del cielo a la tierra para mostrar el milagro” […]. La pequeña Teresa se
ha hecho también ella una palabra de Dios […]. La pequeña Teresa del Niño Jesús
quiere decirnos que es fácil para nosotros participar en todas las más grandes
y heroicas obras del celo apostólico mediante la oración». A los peregrinos
franceses presentes en Roma para la beatificación de Teresa les dijo: «Aquí
estáis a la luz de esta Estrella –como nos gusta llamarla– que la mano de Dios
quiso que resplandeciera al comienzo de nuestro pontificado, presagio y promesa
de una protección, que nosotros estamos experimentando felizmente».
Y la intercesión
de Teresa el papa Ratti atribuyó después una protección especial en momentos
cruciales de su pontificado. En 1927, en uno de los momentos más duros de la
persecución contra la Iglesia católica en México, consagró el país a la
protección de Teresa: «Cuando la práctica religiosa quede restablecida en
México», escribía a los obispos, «deseo que santa Teresa del Niño Jesús sea
reconocida como la mediadora de la paz religiosa en vuestro país». A ella
imploró la solución de la dura contraposición entre la Santa Sede y el gobierno
fascista italiano en 1931, que llevó a la Acción católica italiana a un paso de
la supresión: «Mi pequeña santa, haz que para la fiesta de la Virgen todo se
arregle». La controversia se resolvió el 15 de agosto de ese mismo año. Ya a
finales del Año Santo de 1925 el papa Ratti había enviado a Lisieux una
fotografía suya en la que había escrito esta elocuente leyenda: «Per
intercessionem S. Theresiae ab Infante Iesu protrectricis nostrae singularis
benedicat vos omnipotens et misericors Deus». Y en 1937, al final de la larga
enfermedad que padeció en los últimos años de pontificado, dio las gracias
públicamente a aquella «que tan válidamente y de modo tan evidente ha venido en
ayuda del sumo Pontífice y aún parece dispuesta a ayudarlo: Santa Teresa de
Lisieux». No pudo coronar su deseo de ir personalmente a Lisieux en los últimos
meses de su vida. En vísperas de la Segunda Guerra Mundial el pontificado
pasaba a Pío XII (1939-1958), que bien conocía y estimaba a la pequeña santa.
Pío XII: «Hacer
valer ante Dios la pobreza espiritual de una criatura pecadora»
«Hija de un
cristiano admirable, Teresa aprendió sobre las rodillas de su padre los tesoros
de indulgencia y de compasión que se esconden en el corazón del Señor. […] Dios
es un Padre cuyos brazos están constantemente abiertos para sus hijos. ¿Por qué
no responder a este gesto? ¿Por qué no gritarle sin descanso nuestra inmensa
angustia? Hay que fiarse de las palabras de Teresa, cuando invita, tanto al más
miserable como al más perfecto, a hacer valer ante Dios sólo la debilidad
radical y la pobreza espiritual de una criatura pecadora». Palabras del
radiomensaje del 11 de julio de 1954, con motivo de la consagración de la
Basílica de Lisieux, con las que el papa Pacelli expresaba el núcleo del
“camino de la infancia espiritual” indicado por Teresa. El Papa mantuvo durante
toda su vida relaciones epistolares con el Carmelo de Lisieux. El comienzo de
esta correspondencia se remonta a 1929, durante su nunciatura apostólica en
Berlín, cuando envió a Lisieux una carta de agradecimiento por haber recibido
la primera edición alemana de la Historia de un alma. Luego Pío XI le encargó
que fuera como su enviado al Carmelo de Teresa para presidir algunas funciones
especiales. Cuando fue a Buenos Aires, en 1934, como legado pontificio en el
Congreso eucarístico internacional, llevó consigo una reliquia de santa Teresa
a la que había confiado su misión. Durante todo su pontificado se mantuvo en
contacto por carta con sor Inés y sor Celina, las hermanas de Teresa que aún
vivían en el Carmelo de Lisieux.
Juan XXIII:
«Teresita nos conduce a la orilla»
«A santa Teresa la
Grande (Teresa de Jesús, n. de la r.), la quiero mucho… pero la Pequeña: ella
nos conduce a la orilla […] Hay que predicar su doctrina, tan necesaria». Dijo
Juan XXIII (1958-1963) a un sacerdote que le había ofrecido una colección de
retratos de Teresita. Angelo Roncalli estuvo en Lisieux cinco veces, sobre todo
en el periodo de su nunciatura en París, pero también cuando era delegado
apostólico en Bulgaria. Como pontífice habló largo sobre Teresa durante la
audiencia general del 16 de octubre de 1960. Dijo en esta ocasión: «Grande fue
Teresa de Lisieux por haber sabido, en la humildad, en la sencillez, en la
abnegación constante, cooperar en las empresas y en el trabajo de la gracia por
el bien de innumerables fieles». Al respecto, el Santo Padre, queriendo dar una
similitud apropiada, se complacía en recordar lo que muchas veces había visto
en el puerto de Constantinopla. «Allí llegaban grandes naves de carga, que no
lograban acercarse a los muelles por las características del fondo del mar. Así
que, al lado de cada gran nave, se veía una pequeña barca que iba hacia los
muelles. Su presencia podía parecer superflua, a primera vista, pero en cambio
era muy útil porque transbordaba las mercancías a tierra».
Pablo VI: «Nací
para la Iglesia el día en que la santa nació para el cielo»
Durante una vista ad límina del obispo de Sées, la diócesis en la que nació Teresa,
el papa Montini (1963-1978) dijo: «Nací para la Iglesia el día en que la santa
nació para el cielo. Esto le puede explicar los vínculos especiales que me unen
a ella. Mi madre, que la quería mucho, me hizo conocer a santa Teresa del Niño
Jesús. He leído muchas veces la Histoire d’une âme, la primera vez cuando era
joven». En 1938 escribía a las monjas del Carmelo de Lisieux confesando que
«seguía desde hacía mucho tiempo y con vivo interés el desarrollo del Carmelo
de Lisieux». Y añadía «tengo gran devoción a santa Teresa, de la que conservo
una pequeña reliquia sobre mi mesa de trabajo».
Bastan estas
menciones para comprender el profundo vínculo entre Pablo VI y Teresita. Varias
veces, como papa, intervino sobre la figura y la doctrina de la santa de
Lisieux. En 1973, con motivo del centenario del nacimiento de la santa,
escribió una carta a monseñor Badré, entonces obispo de Bayeaux y Lisieux,
resumiendo en pocas páginas su pensamiento sobre Teresa. Realismo y humildad
son los dos conceptos sobre Teresa que el papa Montini subraya expresamente:
«Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz nos enseña a no contar sólo con
nuestras fuerzas, ya se trate de la virtud o de la limitación, sino con el amor
misericordioso de Cristo, que es más grande que nuestro corazón y nos une a la
ofrenda de su pasión, al dinamismo de su vida». En lo tocante a la vida de
Teresa, que aceptó el límite humano y cultural del claustro, ella nos enseña,
según Pablo VI, que «el ingreso realista en la comunidad cristiana, donde estamos
llamados a vivir el instante presente, nos parece una gracia sumamente deseable
para nuestro tiempo». Teresa vivió su camino personal a la santidad en un
ambiente lleno de límites. Sin embargo, «no esperó, para comenzar a actuar, un
modo de vida ideal, un ambiente de convivencia más perfecto, digamos más bien
que contribuyó a cambiarlos desde dentro. La humildad es el espacio del amor.
Su búsqueda del Absoluto y la transcendencia de su caridad le permitieron
vencer los obstáculos, o mejor, dicho, transfigurar sus límites».
Pablo VI había
subrayado también el tema de la humildad de Teresa en una audiencia celebrada
el 29 de diciembre de 1971: «Humildad tanto más poderosa cuanto más la criatura
es algo, porque todo depende de Dios y porque la comparación entre todas
nuestras medidas y el Infinito nos obliga a agachar la frente». En Teresa la
humildad no está separada de una «infancia llena de confianza y abandono».
En un discurso
pronunciado el 16 de febrero de 1964, en la parroquia de San Pío X, el Papa
subraya con claridad lo que había practicado y enseñado santa Teresa del Niño
Jesús sobre la confianza que hemos de tener en la bondad de Dios,
abandonándonos plenamente a su Providencia misericordiosa: «Un escritor moderno
muy conocido termina un libro suyo afirmando: todo es gracia. Pero ¿de quién es
esta frase? No del mencionado escritor porque la ha sacado –y lo dice– de otra
fuente. Es de santa Teresa del Niño Jesús. La ha escrito en una página de sus
diarios: “Tout est grâce”. Todo puede resolverse en gracia. Por lo demás,
también la santa carmelita no hacía más que recordar una espléndida frase de
san Pablo: «Diligentibus Deum omnia cooperantur in bonum”. Toda nuestra vida
puede resolverse en bien, si amamos al Señor. Y esto es lo que el Pastor
Supremo desea a todos los que le escuchan».
Juan Pablo I: «Con
suma sencillez y yendo a lo esencial»
El papa Luciani no tuvo tiempo, en los 33 días de su pontificado, de hablar de
Teresa. Pero lo había hecho en dos importantes ocasiones cuando era patriarca
de Venecia: el 10 de octubre de 1973 dio una conferencia con motivo del
centenario del nacimiento de Teresa, y sobre todo en la carta dirigida a la
santa y contenida en su libro Ilustrísimos. Aquí, Albino Luciani narra que
había leído por primera vez la Historia de un alma cuando tenía diecisiete
años: «Para mi fue una fulguración», escribe. Y revela la ayuda que Teresa le
dio cuando, siendo un joven sacerdote, había enfermado de tuberculosis y había
sido ingresado en un sanatorio: «Me dio vergüenza sentir algo de miedo»,
recuerda Luciani, «Teresa veinteañera, hasta entonces sana y llena de vitalidad
–me decía para mis adentros–, fue inundada de alegría y esperanza cuando sintió
subir a su boca la primera hemoptisis. No sólo, sino que, atenuando su mal,
consiguió terminar el ayuno con régimen de pan seco y agua, ¿y tú te pones a
temblar? Eres sacerdote, despiértate, no hagas el tonto». En la conferencia de
1973, el futuro Juan Pablo I subrayaba la profundidad de la enseñanza de
Teresa: «Ella, al poseer una inteligencia aguda y dones especiales, vio
claramente en las cosas de Dios y se expresó también clarísimamente, es decir,
con suma sencillez y yendo a lo esencial». Teresa no buscó experiencias
distintas de las que le ofrecía el cristianismo de su tiempo. Como escribe el
padre Mario Caprioli, no buscó experiencias extraordinarias: «Confesión a los
seis años, la preparación para la primera comunión la hizo en familia, la
peregrinación –que para Teresa fueron muy instructivos–, el monasterio, es
decir, la vida religiosa con los votos, la regla, la austeridad» (M. Caprioli,
I papi del XX secolo e Teresa de Lisieux, p. 349). «Hoy», comentaba al respeto
Luciani, «con la excusa de la renovación, se tiende a veces a vaciar todas
estas cosas de su valor. Teresa no estaría de acuerdo, creo yo».
Juan Pablo II:
Teresa del Niño Jesús doctora de la Iglesia universal
Al proclamar en
1997 a Teresa de Lisieux doctora de la Iglesia universal, la tercera mujer que
obtiene este título después de Teresa de Jesús y Catalina de Siena, Juan Pablo
II recogió de hecho la herencia de sus predecesores. La actualidad de este
gesto puede expresarse con las palabras que monseñor Luigi Giussani dirigió al
Papa en la plaza de San Pedro durante el encuentro de los movimientos
eclesiales que tuvo lugar el 30 de mayo de 1988: «Al grito desesperado del
pastor Brand en el homónimo drama de Ibsen (“Oh Dios, respóndeme en esta hora
en que la muerte me traga: ¿no es suficiente, pues, toda la voluntad de un
hombre para conseguir una sola parte de salvación”) le corresponde la humilde
positividad de santa Teresa del Niño Jesús que escribe “Cuando soy caritativa,
sólo es Jesús quien actúa en mí” ».
«Santa Teresa de Lisieux, hija de padres santos y
familia cristiana de fuertes valores y piedad sincera. Sin salir del monasterio
te convertiste en patrona de las misiones al consolar con tus cartas a dos
misioneros ayudándoles en su fidelidad a su vocación. Doctora de la Iglesia,
maestra jovencísima en tus escritos, abandonaste este mundo con apenas
veinticuatro años. Tu fama de santidad, tu ejemplo de virtudes, tu entrega por
la conversión de los que más pecamos nos llena de esperanza sabiendo que tu
intercesión puede arrancar al buen Dios tantas bendiciones para nosotros. Santa
Teresita del niño Jesús, ruega por nosotros y por tu Carmelo querido»
https://www.infocatolica.com/blog/historiaiglesia.php/0912120626-title
No hay comentarios:
Publicar un comentario