Sevilla: siglo XVI, el Renacimiento en Sevilla
INTRODUCCIÓN
En esta página, la segunda que dedicamos al siglo
XVI en Sevilla, recorreremos los conventos construidos durante esta
centuria que aún se conservan en la ciudad. Pero antes de continuar, creemos
que debemos recordar cómo esta etapa, gracias a tener el monopolio del comercio
con América, fue la más gloriosa de la historia de Sevilla, con todo lo que
ello conlleva en cuanto a una mayor disponibilidad de recursos económicos. Unos
recursos que, dada la gran religiosidad del hombre de la época, en la que,
además, existía una gran armonización entre los intereses de la Iglesia y de la
Corona, ayudaron económicamente en el crecimiento del número de conventos,
iglesias, cofradías y diversas manifestaciones religiosas.
Todo ello hace que
la Iglesia –en un siglo caracterizado, desde el punto de vista religioso, por
el misticismo, la Reforma protestante y la Contrarreforma católica– no sólo
aumente su riqueza, sino también que se asegure su poder e influencia
institucional, algo a lo que no es ajena la existencia de la Inquisición.
El primer Tribunal de la Inquisición,
con carácter permanente, se estableció en Sevilla en 1480 (o 1482, según otras
fuentes), teniendo por sede desde 1481 el Castillo de San Jorge. Su
ubicación en esta ciudad se debió al gran número de judíos y moriscos1 conversos que aquí vivían; y es que no
debemos de olvidar que la Inquisición sólo podía juzgar a aquellos herejes
–además de, entre otros, a brujos, hechiceros, blasfemos– que habían sido
bautizados como católicos. A partir de 1492, a los judíos esto les afectaba en
su totalidad ya que, tras su expulsión de España en este año, sólo habían
quedado los conversos al cristianismo. Lo mismo que pasó tras conversión
forzosa de los moriscos españoles durante el primer cuarto del siglo XVI, tras
la que no había nadie en el país que no estuviera bautizado como cristiano.
Los Autos de Fe, en los que se
hacía proclamación pública de las acusaciones y sentencias, se desarrollaban en
la Plaza de San Francisco, mientras que los quemaderos, a donde eran conducidos
los condenados a la hoguera, se encontraban inicialmente en el campo de Tablada
y, posteriormente, en el Prado de San Sebastián. Este último quemadero,
construido de piedra y ladrillo, era como una mesa cuadrada con una estatua en
cada una de sus esquinas. Se derribó en 1809 y sus cimientos pueden encontrarse
cerca de la estatua del Cid.
Desde la llegada de
la Inquisición hasta el primer cuarto del siglo XVI, fueron quemados –muchos de
ellos sólo en efigie, al no haber podido ser detenidos– alrededor de un millar
de condenados, según algunas fuentes, o aproximadamente unos cuatro mil, según
otras. La mayoría de los condenados eran conversos judíos, aunque desde la
segunda mitad del siglo XVI, debido al mayor número de extranjeros que acudían
a Sevilla por las oportunidades comerciales que ofrecía la ciudad, hubo también
un gran número de acusados de protestantismo.
Como podemos leer
en el libro “Historia de Sevilla”, de José María de Mena, los Reyes Católicos, al solicitar del
Papa Sixto IV el establecimiento de un Tribunal de la Inquisición en España,
insistieron en que éste no estuviera sujeto jurisdiccionalmente a la Iglesia
española, con la que Sus Católicas Majestades habían tenido algunos
enfrentamientos. El problema resultante de la aprobación de dicha petición es
que, al no obedecer a la Iglesia en España, y siendo el objeto de su desempeño
asuntos religiosos, por lo que no tampoco dependía de la Jurisdicción Civil, se
conformó un estamento que sólo dependía de Roma, con lo que, dada la lejanía de
ésta, se creó un organismo en la práctica completamente independiente. Por
ello, no trató únicamente temas de su jurisdicción, sino que combatió a todo
aquel que pudiera hacer peligrar su poder.
En Sevilla, la
Inquisición enjuició, por luteranismo, al canónigo magistral de la Catedral, el doctor Juan
Gil, quien, tras estar preso durante dos años en el Castillo
de San Jorge, accedió
a confesar lo que sus acusadores quisieran para, a continuación, en base a esta
declaración, ser condenado a un año de prisión en el mismo castillo. Su
sucesor, el doctor Constantino Ponce de la Fuente, amigo del Papa Adriano y
antiguo confesor de Carlos I, fue detenido de noche y acusado de lo mismo que
su antecesor, muriendo a consecuencia de las torturas recibidas. Esta muerte se
intentó ocultar haciéndola pasar como un suicidio, una versión que nadie creyó.
A continuación, la Inquisición detuvo a todos sus amigos, sirvientes, etc.,
entre ellos, aristócratas y monjas.
Convento de Madre de Dios de la Piedad.
Zona judía del muro
http://leyendasdesevilla.blogspot.com/2012/04/convento-madre-de-dios-de-la-piedad-i.html
Entre los
detenidos, acusados todos ellos de luteranismo, se encontraban varias damas
sevillanas, de las que destacaba doña María Coronel, perteneciente a la misma
familia de doña María de Coronel, fundadora del Real
Monasterio de Santa Inés en el siglo XIV.
Todas ellas fueron condenadas a muerte.
Igualmente, y por
el mismo motivo, la Inquisición atacó el Monasterio de San Isidoro del Campo,
en Santiponce (Sevilla). Como resultado de las acusaciones, en un primer juicio
fueron condenados a muerte y quemados vivos el superior del convento y otros
seis religiosos para, a continuación, en un nuevo proceso, condenar a muerte a
otros varios religiosos. Hubo además quienes lograron huir y fueron condenados
en ausencia. Entre éstos, destacan Cipriano de Valera y Casiodoro de Reina,
quienes más adelante fueron señaladas figuras del luteranismo en Europa. Otro
convento víctima de la Inquisición fue el de Santa Isabel, de cual fue
condenada la monja doña Francisca de Chaves, perteneciente a una destacada
familia de Sevilla.
Además de los
anteriores, hubo otros condenados por su relación con el doctor Juan Gil o con
algunos de los anteriores conventos. Entre los acusados, había una mujer
absuelta, doña Juana Bohórquez, de quien podemos leer en “Historia de Sevilla”,
de José María de Mena, el siguiente texto, procedente, a su vez, de la
“Historia de los Heterodoxos Españoles”, de Marcelino Menéndez Pelayo: “la
cual desdichadamente había perecido en el tormento que se le dio cuando estaba
recién parida”.
Pero, y en esta
situación, con la Inquisición en la ciudad, ¿cómo era la religiosidad del
sevillano de entonces? Para él, todo suceso, sea éste bueno o malo, obedecía a
los designios de la Divina Providencia, por lo que las adversidades eran
tomadas como un castigo de Dios. Una creencia que no hacía sino aumentar su religiosidad,
sobre todo dadas las desgracias, como epidemias de peste y sequías, que afrontó
Sevilla en este siglo. Así, ante la llegada de alguna de ellas, se recurría a
procesiones rogatorias en la fe de que éstas hicieran desaparecer los
infortunios. Así, durante las sequías de 1540 y 1571, según podemos leer en
“Historia de Sevilla”, de Manuel Jesús Roldán, se procesionaron,
respectivamente, a la Virgen de los Reyes y a las Santas Justa y Rufina.
Es en este siglo,
en 1522, cuando surge el que para algunos autores es el origen de la Semana
Santa sevillana y que no es otro que el Vía Crucis que va de la Casa
de Pilatos a
la Cruz
del Campo. El
camino de este Vía Crucis lo señaló el Adelantado Mayor de Andalucía, don
Fadrique Henríquez de Ribera, siguiendo las medidas que había realizado durante
su peregrinación en 1519 a Jerusalén.
No obstante, para
entonces, ya existían varias procesiones en otros puntos de la ciudad y
diferentes hermandades con orígenes que se remontan a los siglos XIV o XV y
cuyo número no hizo sino crecer durante este siglo XVI. Según José María de
Mena, en “Historia de Sevilla”, la ciudad ya contaba para entonces con las
hermandades del Silencio y de la Vera Cruz, fundadas
respectivamente en 1340 y 1370. Mena menciona también la fundación durante el
siglo XVI, con la aprobación de sus reglas en 1588, de la Hermandad de Monte
Sión, cuyo nombre original fue Hermandad de la Oración en el Huerto y Virgen
del Rosario. Esta última tuvo bastante importancia, al estar formada por
patrones de barco que, a su regreso de América, traían ricas ofrendas a la
Hermandad.
Manuel Jesús
Roldán, en su libro de idéntico título al anterior, “Historia de Sevilla”, nos
señala la fundación en el siglo XVI, concretamente entre 1530 y 1550, de, entre
otras, las hermandades de Pasión, Sagrado Derecho (la Trinidad) o
Quinta Angustia. Otra señalada hermandad que, según podemos leer en
su página
web, presentó sus reglas en este siglo, en particular
el 23 de noviembre de 1595, fue la Hermandad de la Macarena.
Sin embargo,
entonces la fiesta más importante, en la que participaban todos los estamentos
de la ciudad, no era la de Semana Santa, sino la del Corpus. Durante su
trascurso, se representaban obras sacramentales, se procesionaba con figuras
alegóricas, como el dragón de nombre La Tarasca2, y había fuegos artificiales.
También es en este
siglo cuando llega la Compañía de Jesús a Sevilla, una orden religiosa de
reciente formación entonces, al haber sido fundada en 1534 por San Ignacio de
Loyola y aprobada en 1540 por el Papa Paulo III. En mayo de 1554, llegaron los
dos primeros jesuitas a la ciudad, una llegada desafortunada, al haber tenido
que pasar la primera noche en un banco de piedra por no haber encontrado
alojamiento. La primera casa la tuvieron en la entonces Calle Pajería (o
Pajerías, o Pajarería, según la fuente), hoy Zaragoza, y posteriormente, en 1557,
comenzaron la construcción de su Escuela y Casa Profesa en la Calle Laraña, de
la cual sólo queda hoy la Iglesia de la Anunciación. Más adelante, en 1580,
terminan las obras del Colegio de San Hermenegildo, al que trasladan la
anterior escuela y del que también hoy queda únicamente su iglesia, la de San
Hermenegildo.
Es, asimismo, de
interés mencionar la existencia en Sevilla, durante el reinado de Felipe
II, de seminarios religiosos para jóvenes procedentes
de Escocia, Inglaterra e Irlanda. El fin perseguido era formarlos como
sacerdotes para que pudieran volver a sus países y realizar allí labores de
evangelización que devolviera estas tierras a la obediencia de Roma. Sin
embargo, el empeño tuvo bastante poco éxito ya que cuando estos sacerdotes eran
detectados por los ingleses, pasaban automáticamente a estar acusados de
traición y condenados a muerte, no por su religiosidad, sino por haber tenido
relaciones con la entonces enemiga España. Uno de los colegios se encontraba
entonces en la Calle Alfonso XII, donde actualmente está el edificio de la
Escuela de Estudios Hispanoamericanos, mientras que otro se levantaba en la
Calle Jesús del Gran Poder. Del primero, se conserva la que fue su capilla, la
Iglesia de San Gregorio.
En cuanto a los conventos, tema del que trata esta página, llegaron a existir entonces en Sevilla casi cuarenta de ellos (treinta y ocho, según alguna de nuestras fuentes), muchos de los cuales fueron fundados inicialmente por la nobleza o por comerciantes adinerados y que, posteriormente, aumentaron su riqueza y extensión con diversas donaciones de los fieles, lo que les hizo ocupar, en ocasiones, grandes espacios del casco urbano de Sevilla.
* * *
Conventos del siglo
XVI
Monasterio de San Clemente. Portada en
la Calle Reposo, por la que se accede al compás grande de la iglesia.
Comenzaremos
nuestro recorrido por el Real Monasterio de San Clemente. Para
hallar su origen, nos tenemos que remontar al año 1248, concretamente al 23 de
noviembre, festividad de San Clemente, fecha en que, una vez conquistada
Sevilla, Fernando III “el Santo” hace su entrada en la ciudad, fundándose este
monasterio en conmemoración de este hecho y convirtiéndose en la primera
fundación conventual de religiosas una vez incorporada Sevilla al Reino de
Castilla. Y es que, además, el día de San Clemente fue muy significativo para
el monarca a lo largo de su vida, pues también un 23 de noviembre fue armado
caballero en el Real Monasterio de las Huelgas, en Burgos, y su hijo
primogénito, Alfonso X “el Sabio”, nacería en Toledo el 23 de noviembre de
1221.
Apenas han llegado
a nuestros días elementos del monasterio original desde su fundación hasta el
siglo XV, más allá de la portada de la antigua iglesia, hoy situada junto a la
sala capitular, o los pilares y pórticos de uno de los claustros. Será en los
siglos XVI y XVII, como veremos más adelante, cuando el conjunto monacal entre
en un intenso período de reformas, las cuales lo dotaron de la imagen que en la
actualidad tenemos de él. De hecho, la iglesia sería consagrada en el año 1588.
Por estos motivos, hemos decidido incluir el Monasterio de San Clemente en
esta página dedicada al siglo XVI y no antes.
Sin embargo,
parece que, arqueológicamente hablando, existió en el lugar de su fundación un
recinto anterior: un palacio musulmán situado cerca de la puerta de la muralla llamada Bib-Ragel, residencia de
verano de Almutamid I. Poco se ha conservado de esta primera edificación, cuya
extensión sería más pequeña que la actual.
En su fundación,
participarán los tres grandes poderes imperantes de la época: por un lado, la
realeza, con Fernando III y Alfonso X a la cabeza; por otro lado, la Iglesia,
con la figura del primer arzobispo electo de Sevilla, don Remondo; y
finalmente, el poder político local, es decir, el Concejo de Sevilla, órgano
creado por la Corona para el funcionamiento de la ciudad.
Asimismo, la
creación del monasterio pronto quedaría rodeada de su correspondiente leyenda.
Según ésta, Fernando III erigiría el cenobio3 como conmemoración de la conquista de la
ciudad, dedicándolo a San Clemente, como decimos, por haberse llevado a cabo la
rendición musulmana el día de su festividad. Además, parece que unas notas
manuscritas del siglo XVIII que se han conservado en el archivo del monasterio
indican que las primeras monjas en ocupar el recinto habrían venido del Real
Monasterio de las Huelgas, de Burgos, el mayor monasterio de la orden del
Císter, al cual pertenece también el de San Clemente. Algo que para la
catedrática de historia medieval Mercedes Borrero Fernández podría ser “una afirmación perfectamente asumible como cierta, dada la
estrecha relación que existía entre la Corona castellana y este monasterio
burgalés”. De ser esto cierto, con este grupo de religiosas llegaría
a Sevilla la primera abadesa de San Clemente, que no sería otra sino la infanta
doña Berenguela, hija de Fernando III, la cual, al morir, cuenta la tradición
que fue enterrada en el coro de la iglesia de este cenobio.
Partiendo de esta
leyenda, se puede establecer qué parte tiene de realidad y qué parte no queda
demostrada que sucediera así. Como indica Borrero Fernández, parece que la
fundación de Fernando III y la motivación es cierta, a lo que habría que añadir
que quiso que el monasterio fuese femenino y que perteneciera a la orden del
Císter y que él mismo delimitó la zona en la que se emplazaría. Sin embargo, no
está probado que las religiosas vinieran desde las Huelgas ni que la infanta
doña Berenguela, que profesó en dicho monasterio, llegase a Sevilla a comienzos
de los años 50 del siglo XIII; de hecho, el monarca, como dijimos, entró en la
ciudad en 1248 y falleció en 1252, por lo que es poco probable que, con una
ciudad entera por poner a funcionar, pudiera organizar una comunidad de monjas
en tan corto espacio de tiempo. Así, sería Alfonso X “el Sabio” quien echaría a
andar el monasterio, si bien, en la práctica, lo haría don Remondo de Losada,
arzobispo de Sevilla, como dijimos antes, y confesor de Fernando III “el
Santo”.
De este modo, las
primeras noticias que hay sobre una comunidad religiosa establecida en el lugar
elegido por Fernando III datan de 1284; se trata de una carta en la que Alfonso
X deja patente su protección al Monasterio de San Clemente,
contestando así a la rogativa de amparo que pedía el arzobispo; además de esta
protección, el rey dotaría el cenobio económicamente, todo ello por medio de un
privilegio rodado4. Teniendo esto en cuenta, Borrero Fernández se
plantea que “Si la realidad fue, como hemos dicho, que el
monasterio al que nos referimos no inicia su vida comunitaria hasta los años 80
del siglo XIII, ¿cómo se explica esa relación entre San Clemente de Sevilla y
su homónimo de Córdoba de la que nos habla la leyenda?”; ella misma
contesta a su pregunta: “Por lo que hemos podido saber,
gracias a la documentación cordobesa conservada en el Archivo del monasterio
sevillano, fue la comunidad Cisterciense de Córdoba –dotada por Alfonso X en
1260– la que se traslada a Sevilla en los primeros años de la década de los 80
del siglo XIII, dando así un empuje decisivo a la labor organizadora que don
Remondo llevaba a cabo en el monasterio de San Clemente”.
Queda por resolver
la cuestión de si quien está enterrada en el coro de la iglesia es o no doña
Berenguela. Para ello, debemos partir de la premisa de que San Clemente fue
convertido en panteón real a comienzos del siglo XIV y que, como tal, en él fue
enterrada una infanta de nombre Berenguela; sin embargo, ésta no sería la hija
de Fernando III, sino su nieta, es decir, la hija primogénita de Alfonso X, que
coincidiría en nombre; sevillana de nacimiento, no se tiene conocimiento de que
se casara o de que profesara en orden alguna, aunque sí de ser una mujer muy
religiosa.
A mediados del
siglo XIV, serán entregados al Monasterio de San Clemente los
restos de la reina doña María de Portugal, esposa de Alfonso XI “el Justiciero”
y madre de Pedro I “el Cruel” (o “el Justo”, según otros), conservándose en él
hasta el día de hoy, concretamente, en el lateral izquierdo del presbiterio6 del templo. También en este conjunto monacal
reposan los cuerpos de las infantas castellanas doña Leonor y doña Beatriz,
hijas ambas de Enrique II y que, a comienzos del siglo XV, fueron enterradas en
el coro de la iglesia; de ellas, sería la infanta doña Beatriz, I condesa de
Niebla, la que, tras enviudar de don Juan Alonso de Guzmán, ingresaría en el
monasterio como monja, falleciendo en la clausura y siendo enterrada, como
decimos, en el coro de la iglesia cuando ésta se levanta en el siglo XVI,
respetando así la voluntad que la infanta había establecido en su testamento.
Vista ya la
relación del monasterio con la Corona, recordemos que dijimos que en su
fundación también participó la Iglesia, con la figura del arzobispo don
Remondo. Sin embargo, éste actuaría más desde el ámbito personal, como amigo y
confesor que era de Fernando III, que desde el eclesiástico, pues la orden del
Císter, a la que pertenece el cenobio, está bajo la jurisdicción directa del
Papa y no de la de la diócesis en la que se enmarca. Y desde ese ámbito
personal será desde el que lleve a cabo una serie de donaciones a San Clemente
de casas y hornos que él mismo poseía en Sevilla.
Finalmente, la
tercera institución en participar en la primera etapa fundacional del
monasterio fue el Concejo de la ciudad, que haría entrega al convento, por
mandato del rey, de unos canales de pesca en la marisma7 del Guadalquivir, concretamente en Trebujena
(Cádiz). Asimismo, más adelante, y también por orden real, el Concejo concederá
una limosna anual de 1.000 maravedíes8.
Así pues, hemos
visto hasta aquí esa primera fase fundacional del monasterio durante el siglo
XIII.
A continuación,
vendrán las fases de desarrollo y consolidación del conjunto religioso, que
tendrán lugar a lo largo de los siglos XIV, XV y primer cuarto del XVI. Si en
el período anterior veíamos que eran los cofundadores y los patronos del
monasterio los que lo proveían de bienes que sustentasen la comunidad, a partir
de este momento serán las mujeres que ingresen en él quienes lo hagan; de
hecho, será frecuente, como en otras instituciones religiosas, que la obtención
de propiedades se efectúe por medio de herencias y de dotes de sus integrantes.
Así, a comienzos del siglo XVI, San Clemente tenía dentro del recinto
amurallado de Sevilla más de 200 casas, repartidas en una mayor proporción
alrededor del cenobio y en las collaciones9 próximas, como San Lorenzo o San Vicente, si
bien también tenía un buen número de inmuebles en los barrios que constituían
el centro vital sevillano, como el de Santa María. De este modo, el Monasterio de San Clemente poseía buenos recursos
rurales, pero también casas, tiendas, hornos, mesones, etc., convirtiéndose,
así, en el segundo gran propietario de inmuebles de Sevilla, solamente superado
por el Cabildo de la Catedral.
Por otro lado,
el Real Monasterio de San Clemente sería un centro
educativo para las hijas de las grandes familias hasta que éstas tuvieran la
edad de casarse, de manera que, si esto no llegaba a suceder, permanecían ya en
el monasterio. Igualmente, llegó a ser un retiro para viudas ilustres, para
separadas y para huérfanas de importantes linajes. Además, con el paso de los siglos,
el cenobio admitiría como miembros de su comunidad a mujeres pertenecientes a
familias de destacados mercaderes italianos que se habían asentado en Sevilla.
Los primeros años
del siglo XVI no serán fáciles para la comunidad de San Clemente y, por ejemplo,
a los problemas de falta de rentabilidad de las propiedades de cereales, se
sumaba que el número de religiosas no paraba de crecer, llegando a haber más de
120 monjas que, incluso, tendrían problemas para su propia subsistencia. Así,
se sabe por los libros de contabilidad que necesita para consumir casi lo mismo
que ingresa al año y que, tras descontarse de dichas cantidades los gastos
fijos, poco o nada quedaba para gastos de tipo extraordinario, como podían ser
obras de reparación, ampliaciones, etc. Su época de esplendor había pasado,
aunque, con todo y con eso, continuaba siendo uno de los monasterios más ricos
de la ciudad, tal y como se puede concluir al comparar sus patrimonio con el de
otros conjuntos conventuales.
A principios del
siglo XVII, el nivel de rentas parece mantenerse, pero pronto empezará a
descender, llegando a su punto más bajo entre los años 1716 y 1724. Las
epidemias de mediados de siglo vaciarían las casas sevillanas y, con ello,
caerían las rentas que ingresaban por los alquileres. Asimismo, descendería la
renta de la tierra, el precio del aceite, el de los cereales..., y habría una
quiebra en los juros10. Como consecuencia, los ingresos del monasterio
caerían notablemente, al igual que los de otros establecimientos religiosos.
La recuperación no
llegaría hasta mediados de la siguiente centuria. Y es que desde comienzos del
siglo XVIII, se habían empezado a introducir algunos cambios en el sistema de
administración económica, como la sustitución de los mayordomos11 por claveras12, monjas que custodiaban las llaves del arca de
caudales y que llevaban la contabilidad. También es en este momento cuando se
lleva a cabo un inventario de las propiedades y las rentas de las comunidades
religiosas, lo cual quedaría reflejado en San Clemente en sus Libros de
Protocolos.
Las nuevas
religiosas, con sus dotes, salvarían el monasterio de un gran endeudamiento,
pues los préstamos de particulares a San Clemente nunca fueron tan cuantiosos
como en otras instituciones religiosas. A mediados de siglo, el Catastro del
Marqués de la Ensenada13 reflejará que San Clemente es dueño de casi
200 casas en Sevilla, de 4.474 fanegas14 de tierra de cereales y que la rentabilidad
de sus propiedades territoriales alcanza los 261.251 reales, lo que lo mantenía
aún como el monasterio femenino más potente, económicamente hablando, de
Sevilla.
En el año
1734, Felipe V realiza una
confirmación general de todos los privilegios que ha recibido San Clemente
desde el momento de su fundación; además, incluiría el monasterio en el
Patronato Real, designando poco después para la comunidad un Juez Protector.
Con Carlos III, se autorizará al
cenobio a usar el papel sellado de los pobres, más barato, y se otorgará un
préstamo para que se concluyan las obras en el recinto, que había quedado
afectado por el terremoto de Lisboa de 1755. Sin embargo, entre los siglos XVI y
XVIII, el monasterio no gozaría del apoyo de la Corona que sí tuvo durante la
época medieval; aun así, conseguirá ir saliendo airoso de cada dificultad.
En agosto de 1702,
llegan al monasterio las monjas del Espíritu Santo procedentes de El Puerto de
Santa María (Cádiz), debido al ataque inglés que estaban sufriendo en la zona.
A mediados de siglo, concretamente en agosto de 1761, serán 34 capuchinas de la
propia ciudad hispalense las que sean acogidas en San Clemente, pues un
desafortunado incendio había destrozado su sede; poco tiempo permanecieron
aquí, pues en septiembre se trasladarían a unas casas que, en la Parroquia de
San Andrés, fueron preparadas para tal causa. En el siglo siguiente, llegarían,
también, las dominicas del Convento de Madre de Dios.
Sin embargo, San Clemente no sólo sería un lugar de acogida, sino que la
comunidad tuvo que abandonar igualmente su sede por un tiempo durante la
invasión francesa en el marco de la Guerra de la Independencia Española
(1808-1814). Así, en 1811, se ordena el cierre del monasterio, siendo utilizado
como cuartel por las tropas galas, yéndose las religiosas al cercano Monasterio
de Santa Clara y no regresando hasta el 7 de octubre de 1812,
según unas fuentes, y hasta 1813, según otras. A pesar de que, según los
informes, la orden indicaba que el desalojo sería temporal y que tras
restablecerse la paz las monjas volverían al monasterio, y de que la autoridad
militar manifestara su intención de sellar las celdas y la Iglesias para evitar
la entrada de las tropas en estos espacios, la realidad fue bien distinta: los
informes posteriores apuntan que los daños ascendieron a aproximadamente 800.000
reales, causándose destrozos en la iglesia y, sobre todo, en el panteón.
Tras la Guerra de
la Independencia, vendrán los procesos desamortizadores18. Aunque no ha quedado constancia de que San
Clemente los sufriera, pues no fue suprimido, se conoce que en 1882 se da
licencia a las monjas para que abran una escuela de niñas (que nunca se
llevaría a cabo), no sabemos si relacionado con dicho contexto. Además, se
perdería parte de sus posesiones, sobre todo las tierras de labor que tenía
fuera de la ciudad, mermarían las primitivas huertas y desaparecerían las
construcciones que llegaban hasta el arquillo de Santa Clara (lugar que llegó a
acoger hasta dieciséis casas y un hospital bajo el nombre, también, de San
Clemente).
A finales del
siglo XIX e inicios del XX, el Monasterio de San Clemente continua
pasando por momentos difíciles, encontrándose en ese momento a merced de la
caridad exterior y del trabajo propio que se hacía en servicios de lavandería.
A comienzos de los años 40, la abadesa se pone en contacto con el Monasterio de
San Isidro de Venta de Baños para pedirle novicias, pues la falta de vocaciones
se hace patente en el cenobio sevillano.
Por otro lado, San
Clemente se convertiría durante el siglo XX en lugar de inspiración para
artistas y escritores. Así, hacia el año 1914, el pintor Joaquín Sorolla
instala en el compás19 un estudio, mientras que los hermanos Álvarez
Quintero situaron aquí la ambientación de su obra “Las calumniadas”.
A partir del año
1971, el arquitecto Rafael Manzano restaura el claustro y algunas de las
cubiertas.
Durante el último cuarto
del siglo XX, se hizo necesario hallar nuevos mecenas que protegieran el
monasterio. De este modo, en los años 80, la Junta de Andalucía dio la
financiación que permitió ejecutar la primera fase de la organización del
archivo. Más adelante, la Exposición Universal de Sevilla de 1992 fue de gran
importancia para la institución religiosa, pues una parte del recinto del
monasterio se convertiría en pabellón de la ciudad, siguiendo para ello un
proyecto que correría a cargo del arquitecto Fernando Villanueva Sandino. Así,
se llevaron a cabo las restauraciones que tanto necesitaba el edificio, siendo
rehabilitado para continuar cumpliendo su utilidad: acoger una comunidad
religiosa de clausura. Tras esto, han sido varias las entidades que han
colaborado en su mantenimiento, como por ejemplo, la Fundación El Monte (que
usó durante un tiempo una de las salas del monasterio como sala de
exposiciones), gracias a la cual se acabó el Inventario del Archivo y la
organización de la Biblioteca monástica, mientras que la Obra Social de Cajasur
patrocinaría el inventariado y la restauración del patrimonio artístico de San
Clemente.
Al recinto actual
se accede por la Calle Reposo, donde se atraviesa una portada de principios del
siglo XVII que corona un azulejo de San Clemente del XVIII. Cuenta, además, con
otra entrada parecida en la Calle Santa Clara, rematada, en este caso, por un
azulejo de San Fernando de la misma centuria que el anterior. Las dos portadas
están relacionadas con la obra del arquitecto milanés Vermondo Resta, quien en
los inicios del siglo XVII trabajaría en varias edificaciones sevillanas, como
los Reales
Alcázares; en 1771, la parte superior de ambas sería reconstruida
por José Álvarez.
La iglesia
El 30 de
septiembre de 1588 se consagraría la iglesia, bendiciendo el templo el cardenal
don Rodrigo de Castro. El acceso se realiza por un pórtico construido en el año
1596 por el maestro carpintero Juan Martín y que presenta un friso20 que debió de ser añadido posteriormente, en
las obras llevadas a cabo tras el terremoto de Lisboa. Sin embargo, las
excavaciones arqueológicas realizadas por Miguel Ángel Tabales han constatado
que esta iglesia se levantó sobre la primitiva medieval, posiblemente de
finales del siglo XIII. Se baraja la posibilidad de que los trabajos fueran
dirigidos por Pedro Díaz Palacios, maestro mayor de obras de la Catedral, ya que hay
analogías constructivas entre este monasterio y los conventos de Santa María de Jesús y de Madre de Dios, donde sí intervino, si bien no hay
documentación que lo confirme.
En el interior, la
iglesia es de planta de cajón32, con una sola nave, la cual se cubre con un
artesonado33 de madera de cinco paños, quizás hecho por
Diego de Cerezo y Lucas de Cárdenas, quienes ya ejecutaran el refectorio36 de la Cartuja. El presbiterio,
separado de la nave por un arco toral37 sustentado por columnas dóricas, queda
cubierto por medio de una cúpula semiesférica. Tanto la bóveda como las
pechinas38, donde aparecen los Evangelistas, y los muros
cuentan con decoración a base de pinturas al temple que, imitando yeserías,
simulan motivos geométricos, figurativos y vegetales. La ornamentación
pictórica original corrió a cargo del pintor portugués Vasco Pereira, si bien
todas ellas fueron después renovadas por Juan Valdés Leal, su hijo, Lucas
Valdés, y Francisco Miguel Jiménez, siendo este último el encargado de las
correspondientes a los muros del templo.
El coro se sitúa a
los pies del edificio, estando cerrado por una sencilla reja sobre la que hay
una pintura mural enmarcada por una talla de madera y realizada por Valdés Leal
en 1682; en ella, se puede ver a San Fernando presidiendo la procesión de la
Virgen de los Reyes en una Sevilla recién reconquistada. Tras el fallecimiento
de Valdés Leal, será su hijo, Lucas Valdés, quien finalice las pinturas murales
del presbiterio. Los demás muros tienen una decoración de alrededor de 1770 que
representa una glorificación de la orden del Císter, con una técnica atribuible
a Francisco Miguel Jiménez.
En cuanto al
Retablo Mayor, para conocer su origen tenemos que remontarnos al año 1624,
cuando la comunidad de religiosas decide sustituir el anterior por uno nuevo.
Para ello, acudirán a Juan Martínez Montañés, pero unos problemas en los pagos
hicieron que éste, tras un difícil pleito, renunciara un año después, siendo el
contrato rescindido en septiembre de 1625. En 1639, Ana de Santillán, abadesa
del monasterio, y Juana de León, su priora, firman un documento en el que
solicitan autorización para retirar del Altar Mayor el antiguo retablo por el
peligro que conllevaba, debido a su mal estado. Serán, finalmente, Felipe de Ribas
y Gaspar de Ribas quienes, el 12 de marzo de 1639, firmen el contrato para
ejecutar la obra del nuevo retablo, que harían en borne y cedro, y finalizarían
a finales de la década de 1640. Tanto el dorado como la policromía fueron
hechas por Valdés Leal más tarde, hacia 1680. A él, se atribuye la iconografía
de Cristo como fuente de vida de la puerta del Sagrario. La estructura del
Retablo Mayor se organiza en banco, dos cuerpos con tres calles y ático,
utilizándose para la separación columnas pareadas, con decoración de cartones
recortados en los fustes y ángeles en los frontones39. Destacan especialmente las esculturas de la calle
central, que representan a San Clemente, a la Inmaculada y al Crucificado. En
los laterales del primer cuerpo, están San Benito de Nursia y San Bernardo,
mientras que en el segundo, están las tallas de San Hermenegildo y San
Fernando, símbolos de la relación del monasterio con la monarquía y Sevilla.
Retablo
Mayor del Monasterio de San Clemente
En la zona del
presbiterio, también podremos ver el enterramiento de doña María de Portugal y
restos de las pinturas originales de Vasco de Pereira.
En el muro
izquierdo, aparece el Retablo de la Virgen de los Reyes, obra de mediados del
siglo XVII cercana al taller de los Ribas. La figura de la Virgen es una imagen
fernandina de mediados del XIII, si bien la del Niño es del XVIII; a ambos
lados, hay sendas esculturas de la misma época que el retablo de San Francisco
de Asís y San Esteban Harding. Detrás del retablo, se han conservado unas
pinturas murales que muestran una alegoría de la Inmaculada que se aparece a
los Reyes de Israel, quizás también originales de Pereira. A continuación, se
halla el Retablo de la Virgen de los Dolores, posiblemente del siglo XVIII; en
los laterales, hay dos bustos relicarios de principios del XVII, quedando
coronado por un San Juan Evangelista que escribe el Apocalipsis, puede que
reaprovechado de un retablo anterior. A los pies de este muro está el Retablo
de San Fernando, atribuible al taller de Pedro Roldán y fechado en la década de
1670, misma datación que la de las pinturas y la escultura de su titular.
Pasamos, ahora, al
lado de la Epístola40, comenzando por la zona más cercana a la cabecera.
Aquí, tenemos el Retablo de San Juan Bautista, estructurado en torno a un arcosolio41 bajo el que hay una estructura de banco, piso
principal y ático, quedando dividido, a su vez, en tres calles; fue un encargo
realizado en 1605 a Gaspar Núñez Delgado, quien hizo los relieves en los que se
representaron, en el primer cuerpo, las escenas del Nacimiento del Bautista y
la Visitación, además de la escultura del titular del retablo; en el año 1610,
intervino Francisco de Ocampo, que completaría la ornamentación con un relieve
superior en el que se representó el Bautismo de Jesús, en el centro, y la
Predicación y la Degollación del Bautista, en los laterales; la policromía de
las tablas corrió a cargo de Francisco Pacheco en el año 1613, quien representó
a los Evangelistas y a los Padres de la Iglesia: San Agustín, San Jerónimo, San
Gregorio y San Ambrosio; en los lados, Pacheco representaría a los profetas del
Antiguo Testamento: Malaquías, David, Isaías y Elías. Junto a la puerta por la
que se accede al coro, está el Retablo de Santa Gertrudis, de finales del siglo
XVII; la pintura de su titular está atribuida a Lucas Valdés, quedando a los
pies una urna con la imagen de Cristo Yacente, también del XVII.
Esto es una panorámica de la pared izquierda del templo.
Como observaran toda la iglesia está decorada con pinturas murales con la vida
de santos de la orden cisterciense obra de Miguel Francisco Ximenez.
En primer lugar por proximidad
al altar tenemos el retablo de la Virgen de los Reyes de mediados del siglo
XVII . Ojo, la Virgen es gótica del siglo XIII , que se cree
donada por el propio rey San Fernando que fundara en el recién conquistada
ciudad .En los laterales San Francisco de Asís y San Francisco Solano.
En el centro, Retablo de 1780, dedicado a la Virgen de los Dolores.
A la izquierda,
Retablo de San Fernando fechable en 1670 donde aparece el Santo Rey en la
hornacina central y rodeado de pinturas con pasaje de su vida
http://lasevillaquenovemos.com/2008/clemen1.html
A los pies, a
ambos lados de la pintura mural que vimos de San Fernando, están las ya citadas
puertas de acceso al coro, las cuales quedan enmarcadas por yeserías de
principios del siglo XVII. La puerta lateral derecha se corresponde con el
antiguo comulgatorio, donde las monjas recibían la comunión. Decorada en exceso
en estilo rococó42, cuenta con una hornacina en la que se han
representado una Inmaculada y un Niño Jesús, obras anónimas del siglo XVIII. La
puerta derecha conduce al coro bajo, una dependencia rectangular provista de
unas vidrieras del siglo XVIII, obra de Antonio de la Fuente, y que acoge
numerosos retablos de estilo barroco. Entre ellos, destaca uno de mediados del
siglo XVII con pinturas sobre la Visitación, el Nacimiento de San Juan, el
Bautismo de Cristo y las cabezas cortadas de San Pablo y San Juan Bautista,
todas ellas atribuidas a Lucas Valdés. Completan la estancia un Retablo de la
Virgen de la Esperanza, de la primera mitad del siglo XVII; otro, de San José
con el Niño, del siglo XVIII, con pinturas alrededor de Santa Matilde, Santa
Umbelina, Santa Escolástica, Santa Lutgarda y Santa Ana enseñando a leer a la
Virgen; y otro, de San Fernando y Santiago Apóstol, del XVII, pero policromado
más adelante. El órgano es una obra neoclásica45 de principios del siglo XIX hecha por el
maestro Otín Calvete. También cabe mencionar la lámpara que aquí cuelga,
realizada en bronce y ornamentada con motivos vegetales y geométricos, además
de con los escudos de los Guzmán hechos en esmalte; esta lámpara se ha datado
hacia 1400, pudiendo ser una donación de doña Beatriz de Castilla, viuda del
conde de Niebla, monja del convento y enterrada en este coro en 1409.
Todo el templo queda decorado con un magnífico zócalo de azulejos del siglo XVI, apareciendo en algunos de ellos la fecha de 1588, año en que, como dijimos, se consagró la iglesia; en ellos, se representan grutescos46, santos, motivos florales, etc. Su realización se ha atribuido a Cristóbal de Augusta, quien ya hizo los azulejos del palacio cristiano de los Reales Alcázares, aunque se ha apuntado que, quizás, también pudo participar su suegro, Roque Hernández.
El monasterio
En cuanto al
monasterio, éste cuenta con hasta tres accesos. El primero de ellos, en la
Calle Reposo, da al compás grande de la iglesia y consta de un cuerpo central
que avanza con respecto a otros dos cuerpos laterales. El central es un arco de
medio punto que flanquean sendas pilastras almohadilladas47, mientras que los laterales son dos vanos52 adintelados. En el centro, en la parte
superior, sobresaliendo del frontón triangular partido, hay una hornacina con
un azulejo de San Clemente que queda rematado por otro frontón, en este caso,
curvo, igualmente partido. En cuanto a las portadas de la Calle Santa Clara, la
del número 91 es muy sencilla, habiéndose conservado sobre el dintel los restos
de un azulejo con la fecha de 1771, mientras que la del número 92, que da
acceso al jardín que precede al templo, es almohadillada y, como remate, cuenta
con una hornacina con un azulejo de San Fernando.
Éste queda organizado
en torno a un gran claustro principal, construido éste en 1615 siguiendo el
diseño de Diego López Bueno, maestro mayor de Fábricas del arzobispado, quien
también dirigió las obras, y de Miguel de Zumárraga, maestro mayor de las obras
de la Catedral; otras fuentes indican que las obras se iniciaron en 1617 y que
terminarían en 1632. Más adelante, intervendría igualmente Juan de Segarra como
maestro alarife53. Se trata un espacio de planta cuadrada, aunque no
simétrico en las medidas, de aproximadamente 25 metros de largo, que fue
levantado sobre el antiguo claustro mudéjar54. Sus frentes cuentan con dos pisos, presentando
éstos siete arcos en cada uno (carpaneles55, los del superior, y de medio punto56, los del inferior), sustentados por columnas
toscanas57 pareadas con cimacios58 con ménsulas59 gallonadas60. Una de las actuaciones más importantes llevadas a
cabo en este claustro tuvo lugar tras la inundación que sufrió el monasterio en
1626, año en que se desbordó el río Guadalquivir. En estas obras, se elevó el
jardín central, se colocó una fuente y se revistieron sus paredes con un zócalo
compuesto de más de 9.000 azulejos que fueron hechos por Benito de Valladares
entre los años 1627 y 1628; lamentablemente, este zócalo fue expoliado casi en
su totalidad por las tropas francesas durante la ocupación del monasterio. En
las esquinas del claustro, hay sendos retablos-hornacinas que se dedicaron al
Nacimiento, a la Dolorosa, a la Piedad y a los Desposorios Místicos de Santa
Catalina. Tal y como nos cuenta Manuel Jesús Roldán en su libro “Conventos de
Sevilla”, “Desde el claustro se puede contemplar una de
las mejores vistas de la espadaña manierista62 del monasterio, con una estructura de arcos y
dinteles inspirada en Sebastián Serlio y Andrea Palladio que se hizo muy
popular entre los conventos sevillanos del siglo XVII. Fue diseñada por Diego
López Bueno y por Miguel de Zumárraga”. Más adelante, en
la intervención llevada a cabo en el siglo XVIII por el arquitecto José
Álvarez, se cerraría una de las galerías altas.
Varias son las
dependencias que dan a este claustro. Entre ellas, podemos destacar el
refectorio, de planta rectangular y reformada a principios del siglo XVII,
momento a partir del cual estuvo presidida por el lienzo de Cristo servido por
los ángeles, obra de Francisco Pacheco que fue expoliada por los franceses y
que, en la actualidad, se halla en el museo Goya de Castres, en Francia.
Varias, también, fueron las reformas que se llevaron a cabo en esta estancia,
como por ejemplo la de 1729, año en que se abrirían unos óculos63 en uno de sus frentes con el fin de permitir
la entrada de luz en su interior. La imagen que nos ha llegado hasta hoy del
refectorio se puede corresponder con la intervención que entre 1730 y 1740 hizo
Diego Antonio Díaz. También por entonces, se harían los retablos que hoy hay,
dedicados al jesuita San Estanislao de Kostka y a San José con el Niño, los dos
atribuidos al pintor Domingo Martínez. En un lateral, se ha conservado el
púlpito desde el que una de las religiosas lee los textos sagrados durante las
comidas.
Junto al claustro
principal, se encuentra el patrio grande, o Claustro de la Abadesa, centro del
monasterio original, de planta trapezoidal y que ha llegado a nuestros días con
el aspecto de las numerosas reformas sucedidas entre los siglos XV y XVIII. Así,
del XVI son las columnas genovesas que presenta la planta baja, con capiteles
de castañuelas, mientras que la planta alta parece realizada en el siglo XVII,
siguiendo modelos de Diego López Bueno.
Aún hallaremos
otro patio más, conocido como Patio Angosto, principalmente del siglo XVI y
situado entre las galerías de los primitivos dormitorios y el ala Sur del
claustro principal; con él, comunicaba la antigua iglesia, cuya portada se
conserva aún, hecha de ladrillos bicromos. Las columnas son similares a las del
Claustro de la Abadesa, quedando el patio configurado por completo entre los
años 1627 y 1628, momento en que se realizarían arquerías nuevas y se pusieron
azulejos que representaban cabezas de querubines, obra de Benito de Valladares.
Por lo que se refiere al patrimonio que se ha conservado en el monasterio, se pueden destacar numerosas piezas, a pesar del expolio sufrido por las tropas francesas en el siglo XIX. Entre las esculturas, hay, por ejemplo, un San Juan y una Virgen con el Niño, que se atribuyen a Montañés, o una Virgen de Belén, hecha en alabastro a principios del siglo XVI. De los lienzos conservados, podemos mencionar el de los Desposorios místicos de Santa Catalina, San Fernando con los maceros, del siglo XVI, las Cabezas de San Pablo y San Juan, atribuidas a Sebastián Llanos de Valdés, del XVII, o la Piedad, atribuida a Meneses Osorio, entre otros. Así mismo, el monasterio posee una significativa colección de orfebrería, destacando de ella el conocido como Salero de San Fernando, un copón medieval con formas góticas en el que aparecen representadas diversas escenas relacionadas con la leyenda de San Jorge. Asimismo, el magnífico archivo cuenta con documentación que data desde la propia fundación del cenobio, en el siglo XIII.
El 19 de diciembre de 1969, con fecha de publicación en el BOE de 20 de enero de 1970, el Real Monasterio de San Clemente fue declarado Monumento Histórico-Artístico.
Localización: Calle
Reposo, 9. 41002 Sevilla.
Casa Grande del Carmen, o Cuartel del
Carmen. Antiguo Convento de Carmelitas Calzados.
https://conocemiciudad.com/murillos-velazquez-perdidos-convento/
Nuestra siguiente
parada será en la conocida como Casa Grande del Carmen, o Cuartel del Carmen, antiguo convento cuyo origen hay
que buscarlo en 1358, año en que fue fundado, perteneciendo entonces al llamado
Convento de Carmelitas Calzados. El edificio ante el que nos encontramos
comenzó a construirse en 1428, y si bien las obras principales se llevaron a
cabo en 1609, el uso conventual tuvo su máxima expresión entre los siglos XVI y
XVII, motivo por el cual hemos decidido incluirlo en esta página. Será durante
las dos centurias siguientes cuando su utilización pase a ser la de cuartel. En
la actualidad, y tras haber sido profundamente restaurado, es sede del
Conservatorio Superior de Música Manuel Castillo de Sevilla.
Tres son los
elementos que podríamos destacar de este imponente edificio: su fachada, su
iglesia y su claustro principal. Asimismo, merece igualmente la pena detenernos
a contemplar la crujía64 de la fachada, muy transformada durante el
siglo XIX, la escalera que parte desde el claustro y otro de sus patios, éste,
de menor tamaño que el claustro principal.
El inmueble tiene
planta fundamentalmente rectangular y la conforman dos aportaciones básicas:
por un lado, la del Convento de Carmelitas, de finales del siglo XVI y
comienzos del XVII, y por otro, la del cuartel, que reconvertirá el edificio en
las reformas llevadas a cabo en el siglo XVIII y, sobre todo, en el XIX, obras
que conllevarían la apertura de un eje longitudinal que atraviesa todo el
conjunto. Desde ese momento, la construcción se articula sobre la base de
varios elementos: la edificación de acceso y de paso, es decir, la fachada y la
portada que da a la Calle Baños, la antigua iglesia conventual, junto con su
torre, y el claustro, con sus dependencias anejas.
La fachada
principal fue construida durante las reformas que tuvieron lugar en el siglo
XIX, de ahí que nos llame la atención el poco parecido que tiene con una
construcción del siglo XVI, que es el que estamos tratando en esta página. Este
paramento sustituyó la antigua tapia conventual y el portalón del recinto
original. De aquí, destaca la portada, diseñada siguiendo los modelos
academicistas del momento. Sobre el portalón de acceso, sobresale un balcón
provisto de una baranda de fundición y dos vanos de forma rectangular entre
pilastras pareadas. El conjunto se halla rematado por medio de un entablamento
clásico que remata un frontón triangular.
La iglesia
Tras atravesar la
primera crujía, hallaremos la primitiva iglesia del convento. Su estructura,
como decimos, es de finales del siglo XVI y principios del XVII, articulándose
en una planta rectangular, con una cabecera cuadrangular muy destacada y una
gran cúpula cubriendo el presbiterio. El sistema de cubrición general del
templo es el de bóvedas de cañón65 , que se manifiestan al exterior en forma de
cubierta a dos aguas66, a excepción de la zona de la cúpula antes
mencionada, donde vemos cuatro. En el siglo XVIII, dicha cúpula sufrió una
serie de cambios en su decoración, siendo añadidas unas yeserías y varias
molduras. Sin embargo, la transformación más profunda que afectó al templo se
llevó a cabo en el siglo XIX, momento en que se demolería una importante parte
de la iglesia con el fin de instalar un conjunto de dependencias que, como
leemos en la Guía Digital del Patrimonio Cultural de
Andalucía, “tiene como elemento central el nuevo eje
establecido” del que hablábamos en el párrafo anterior. La
torre, datada por su tipología en el siglo XVII, se alza en la esquina Sureste,
entre el claustro principal y la iglesia; muy reformada, ornamentalmente
hablando, en el siglo XVIII, hoy se halla desmochada.
El convento
En cuanto al
claustro principal, éste se construyó, como la iglesia, entre el siglo XVI y
principios del XVII. De planta cuadrada, cuenta con dos alturas en cada lado.
El piso bajo se articula mediante pilares rectangulares decorados con pilastras
toscanas que sustentan un entablamento clásico; entre los pilares, hay una
serie de vanos de medio punto realizados con dovelas67 y jambas remarcadas. Por su parte, la planta
superior se estructura por medio de pilastras sobre pedestales y un pequeño
entablamento, todo ello enmarcando ventanales que se rematan con un frontón
partido manierista. Las galerías de este patio quedan cubiertas con bóvedas de
arista68 decoradas con yeserías de motivos geométricos.
Por lo que respecta a las dependencias de esta zona, éstas se adaptaron en su
momento al uso del edificio como cuartel.
La escalera
principal que mencionábamos antes se sitúa en el ángulo Sureste del este
claustro, aunque fue construida en época posterior a él. Su acceso se lleva a
cabo mediante dos arcos de medio punto que apoyan sobre cuatro columnas de
pedestal. De tipo imperial español, cuenta con un único arranque y “dos elementos de desembarco paralelos al mismo”, según
la Guía
Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía.
Seguidamente al
claustro principal, hay otro patio, éste, de tamaño menor. Aquí, los dos
primeros pisos cuentan con arcos de medio punto sobre columnas toscanas, con
las enjutas69 ornamentadas y con ménsulas en las claves73. Lamentablemente, ambos fueron ampliamente
transformados cuando el edificio del convento pasó a servir como cuartel,
período durante el cual se cegaron los intercolumnios y se añadió un tercer
piso, con un diseño poco significativo.
El 30 de noviembre
de 1993, con fecha de publicación en el BOE de 18 de febrero de 1994, la Casa Grande del Carmen, o Cuartel del Carmen, antiguo Convento de Carmelitas Calzados, fue declarado Bien de
Interés Cultural, con la categoría de Monumento.
Localización: Calle
Baños, 48. 41002 Sevilla.
Convento del Espíritu Santo. Acceso por
la Calle Dueñas.
Desde aquí,
atravesaremos la ciudad hasta llegar al Convento del Espíritu Santo,
cercano al Palacio
de las Dueñas. Su fundación se llevó a cabo el 5 de diciembre de
1538, día en que el general de la orden del Espíritu Santo concede una bula74 a tal efecto a doña María de Aguilar, quien,
según nos cuenta Manuel Jesús Roldán en su libro “Conventos de Sevilla”, “Para conocer el espíritu originario de la orden había marchado
unos años antes al Hospital del Espíritu Santo en Roma, donde vistió el hábito
de la misma y, tras el noviciado, hizo la profesión de manos del gran preceptor
general fray Francisco de Landis, hacia el año 1534”. El
establecimiento, en este caso, sólo tendría funciones de monasterio y no de
hospital.
Si bien al principio
la construcción del cenobio fue bien acogida tanto por las autoridades civiles
como las eclesiásticas, pronto habría una impugnación de dichas
autoridades “por el fundacional carácter de estricta
pobreza”; y es que, según alegaban, ya había otros conventos pobres
en Sevilla. Como consecuencia, la fundadora recurrió al nuncio del Papa y
volvió a Roma para visitar al Papa Paulo III, quien expediría una bula el 26 de
noviembre de 1545 refrendando la fundación y amenazando con excomulgar a
quienes se opusieran.
Además de doña
María de Aguilar, también fue importante en la creación del cenobio doña Inés
Méndez de Sotomayor, a la que en 1544 le fueron concedidos los títulos y el
derecho de fundadora, y con cuya aportación se compraron las casas que se llamaron
de las “Niñas de la Doctrina”. En sus últimos días, doña María la nombró su
sucesora bajo los títulos de cofundadora y abadesa perpetua. Doña Inés regiría
el convento durante cinco años, período durante el que la fundación se
trasladaría al lugar que ocupó hasta la actualidad. Por entonces, se trataba de
unas casas compradas a doña Guiomar Hernández de la Peña y que poseían unas
huertas en la calle del conocido en aquel momento como Horno de las Tortas.
Ahí, las monjas comenzarían a recibir a algunas niñas a las que educarían y
formarían en la fe católica. Tras superar las primeras dificultades, el
monasterio alcanzaría un gran esplendor a finales del siglo XVI, llegando su
historia hasta 1626.
El siglo XVII no
sería tampoco fácil para el convento, que pasaría por un nuevo período de
inestabilidad. Uno de los hechos más significativos sería el nombramiento como
abadesa de una niña de tan sólo doce años que había sido impuesta desde la
nobleza con el objetivo de controlar el convento, algo que casi lo hizo
desaparecer. Ante esta situación, la comunidad acudiría al gran maestro de la
orden, generándose un pleito que se prolongaría durante años. La solución
llegaría en el momento en que intervino fray Juan Calvo Segura, visitador
general, que terminaría por designar como abadesa a una de las religiosas más
queridas de la comunidad, la madre María de Mayorga.
A comienzos de
esta misma centuria, el monasterio pasaría a estar bajo la jurisdicción del
Arzobispado de Sevilla. Tras ello, en el año 1628, el arzobispo intentó imponer
una comunidad de dominicas que procedían del Convento de Santa María de los
Reyes, pero las religiosas del Espíritu Santo resistirían gracias a la negativa
de doña Inés Niño de Guevara, “una de las siete monjas que
años atrás había permanecido en el convento tras la escisión producida por la
perpetuación como abadesa de Inés Méndez”, según apunta Roldán.
A mediados del
siglo XVIII, el decreto de 11 de julio de 1711 y la escritura fundacional de
1715 del arzobispo Manuel Arias autorizaron que en el convento se estableciera
un seminario para niñas nobles cuyas familias habían acabado arruinadas. Tras
pedir al monasterio que se hiciera cargo de su dirección y ministerio, éste se
adosó a los muros de la edificación, comunicando interiormente con ella, y
recibiría el nombre de Colegio de Niñas Nobles del Espíritu Santo.
A finales de esta
centuria, siendo arzobispo Marcos Alonso Llanes, se llevan a cabo importantes
intervenciones en el monasterio que afectarían tanto a su estructura como a su
ornamentación. De entonces parecen ser la portada, la espadaña y los coros de
la iglesia.
En el siglo XIX,
el convento sobreviviría a la invasión francesa durante la Guerra de la
Independencia, así como a los diferentes procesos desamortizadores.
En la segunda
mitad del XX, concretamente en 1965, y siguiendo las orientaciones del cardenal
Bueno Monreal, el colegio se abriría a todo tipo de niñas, ampliando para ello
su capacidad y convirtiéndose en un centro de enseñanza general básica y de
preescolar, lo que implicaría que se efectuasen distintas reformas y añadidos,
si bien éstos no afectarían al edificio histórico. Asimismo, se crearía una
residencia de estudiantes tanto de bachillerato como universitarios con una
capacidad de hasta cien residentes. El colegio sería suprimido en 1997 y la
residencia, dos años después. Una nueva reorganización del inmueble se
realizaría en el año 2000 con el fin de crear la casa de ejercicios
espirituales llamada “Sancti Spiritus”.
El conjunto
conventual ante el que nos encontramos es, en buena parte del exterior, de
ladrillo visto, imagen que nos ha llegado tras la restauración que se llevó a
cabo en los años 70 del pasado siglo XX, en la cual se eliminaron los enlucidos
y encalados. Aquí, podemos destacar un Calvario de cerámica del siglo XVIII,
situado sobre la portada de acceso que se abre en la Calle Dueñas. En la puerta
del Colegio de las Niñas de la Doctrina, se puede leer la inscripción “Erigió a propias expensas y dotó con liberal mano el eminentísimo
y reverendísimo señor cardenal don Manuel Arias, arzobispo de esta ciudad de
Sevilla. Año de MDCCXIV”.
Portada de acceso a la Iglesia del
Convento del Espíritu Santo.
La iglesia
El templo de este
convento es un edificio barroco del siglo XVII, de una sola nave en su interior
dividida en cuatro tramos y cubierta de bóveda de cañón con arcos fajones75 y lunetos76; el coro, situado a los pies, separa la clausura.
El terremoto de Lisboa, de 1755, ocasionó en esta iglesia, como en tantos otros
edificios sevillanos, graves daños, siendo profundamente remodelada en el año
1790 bajo el mecenazgo del obispo Marcos Alonso Llanes. Más adelante, en 1866,
se sabe que se colocaría un nuevo zócalo de azulejos.
Cuenta con una
sola portada, abierta en el muro de la Epístola y datada de 1790; se trata de
un arco de medio punto que flanquean sendas pilastras y que corona un frontón
partido sobre el cual destaca el escudo de la institución , así como la
inscripción “Año de 1790”. La espadaña, que se
alza por entre las casas del barrio, se encuentra decorada con azulejos del
siglo XVIII.
Dentro, nos
dirigiremos a la cabecera de la iglesia, donde nos detendremos a contemplar el
Retablo Mayor, realizado durante la segunda mitad del siglo XVIII, quizás
alrededor de 1760. Se halla presidido por una Inmaculada, de autor anónimo y
del siglo XVII, probablemente vuelta a policromar más adelante. La estructura
es de madera tallada y dorada, ornamentada con estípites77 y rocalla79, que le dan un aire barroco, si bien se va
acercando al neoclasicismo, pues carece de una profusa decoración. Se organiza
por medio de un banco, un cuerpo dividido en tres calles y un ático, quedando
el cuerpo central articulado por cuatro grandes estípites y mostrando, a su
vez, también en el centro, un manifestador80 de estilo neoclásico, posiblemente realizado
en una intervención del siglo XIX. En las calles laterales, vemos, en la de la
izquierda, a San Juan Bautista y, sobre él, un relieve de San José con el Niño,
mientras que en la de la derecha, hay una talla de San Juan Bautista y, por
encima, un relieve de San Joaquín. En el ático, vemos una representación de la
venida del Espíritu Santo junto con otra de la Trinidad, flanqueado, todo ello,
por las tallas de San Agustín y Santa Tecla.
En el muro del
Evangelio de la nave, hay otro retablo del siglo XVIII, en este caso una obra
anónima dedicada al Sagrado Corazón de Jesús y que, antaño, posiblemente fue un
retablo-manifestador; en la actualidad, lo preside una imagen de Santa Orosia,
quizás añadida durante la restauración de 1790. Bajo un dosel y sobre un fondo
de nubles, hay varios santos, como San José, San Buenaventura, Santa María
Magdalena, San Francisco de Sales, el beato de la Colombière, San Bernardino y
Santa Rosa de Lima.
También en este
lateral, se halla la Capilla Sacramental, de planta cuadrada y cubierta con una
bóveda semiesférica decorada con óculos. En ella, tenemos un retablo neoclásico
formado por diferentes pinturas del siglo XIX en las que se han representado a
San José, San Marcos, San Pedro y San Antonio de Padua. En el sagrario, hay una
imagen del Niño Jesús con la cruz a cuestas. Durante algunos años, esta capilla
acogió una imagen de la Virgen de la Aurora, primitiva titular de la Hermadad
de la Resurrección, obra de Jesús Santos que hoy se encuentra en la Iglesia
de Santa Marina bajo la advocación del Amor.
Pasamos ahora al
muro de la Epístola, donde, en la zona más cercana al presbiterio, está el
Retablo de San Agustín de Hipona, obra datada hacia 1760 que se completa con
las imágenes de San Juan Nepomuceno, a la izquierda, y San Cayetano, a la
derecha, mientras que a los pies hay colocada una pequeña Virgen del Carmen.
El último retablo
de este paramento es del siglo XVII y está presidido por una pintura con el
tema de la Aparición de Cristo a Santa Teresa de Jesús, obra de Juan del
Castillo de alrededor de 1620; ésta se enmarca con otras pinturas, en este caso
posteriores, cuyo autor fue J. Oliva en 1889 y en las cuales se han
representado otros santos, como San Fernando, San Francisco de Asís o San
Francisco de Paula. Delante, hay una imagen de la Virgen del Valle con el Niño
en brazos.
Sobre la reja del
coro bajo, un lienzos nos muestran a la fundadora del convento, doña María de
Aguilar, presentándose ante el Papa Paulo III; se trata de una obra de
Francisco Miguel Jiménez de 1790.
Otro elemento a
destacar en el templo es el comulgatorio situado en el coro bajo, de estilo
dieciochesco y muy ornamentado, y que se ha relacionado con el retablo ya visto
del Sagrado Corazón. Cerca de la reja, se encuentra el órgano, pieza realizada
en 1760 por Francisco Pérez de Valladolid y que cuenta con una decoración
barroca en la que sobresalen sendas esculturas de pequeño tamaño de San Agustín
y Santa Orosia. Igualmente, podremos contemplar un variado conjunto de fanales81 y vitrinas del siglo XVIII que resguardan
distintas tallas, como un Cristo atado a la columna, un San Miguel, un San
Agustín, un San Juanito, una Dolorosa y una Virgen del Espíritu Santo.
Asimismo, de los muros cuelgan varios cuadros, con escenas como la Oración en
el huerto, el Camino al Calvario o a San Ignacio de Loyola. Pero si hay una
pieza en este espacio que genera gran devoción es una talla del Niño Jesús
Milagroso del siglo XVII y autoría anónima a la que se han atribuido varios
milagros relacionados con el convento. Este coro, posiblemente reconstruido durante
la reforma de 1790, se halla dividido en tres naves por medio de columnas que
sustentan arcos de medio punto rebajados82, formando un espacio que más pareciera una iglesia
dentro de otra iglesia.
Portada del convento en la Calle Dueñas.
El convento
Varias han sido
las reformas que se han sucedido en este Convento del Espíritu Santo,
sobre todo a lo largo del siglo XX, cuando se construyó el edificio que funcionaría
como colegio, del que hemos hablado antes. La clausura queda organizada en
torno a dos patios: el claustro principal y el claustro pequeño.
El claustro
principal, del siglo XVI y de planta irregular, consta de dos cuerpos, de los
que el superior se sustenta en columnas renacentistas84 de mármol blanco que sostienen arcos de medio
punto. Estos arcos son rebajados en el piso superior. En una de las esquinas
queda situada la escalera que une ambas plantas, exenta y de dos tramos. Entre
las dependencias que se abren a este claustro, está el refectorio, que preside
una pintura de la Última Cena de finales del XVII. En el locutorio85 pequeño, hay un lienzo de la Divina Pastora
cercano al estilo de Alonso Miguel de Tovar; asimismo, el espacio se completa
con varias tallas, como un San Antonio de Padua, un Cristo atado a la columna,
un Niño Jesús, una Santa Catalina de Siena o, sobre un cojín, la cabeza de un
Crucificado que parece haber seguido las formas del taller de Pedro Roldán y de
la que no se sabe el paradero del resto del cuerpo.
En cuanto al
claustro pequeño, a él da la sala capitular, donde cuelgan distintos lienzos de
estilo barroco, como los de Santa Tecla, doña María de Aguilar, Pentecostés o
el Papa Inocencio III. Desde el punto de vista escultórico, se expone un
Crucificado tardogótico, una Virgen de la Palma de mediados del siglo XVII,
vuelta a policromar posteriormente, y un Niño Jesús que duerme sobre una cruz,
del XVIII.
Localización: Calle
Dueñas, 1. 41003 Sevilla.
Monasterio de San Leandro. Portada de
acceso a su iglesia.
Desde aquí, encaminaremos
nuestros pasos hacia el Real Monasterio de San Leandro,
cuyos orígenes se remontan al año 1295, pero no aquí, donde lo hallamos en la
actualidad, sino en un lugar cerca de la Puerta
de Córdoba conocido como el Degolladero de los Cristianos y
que actualmente se corresponde con la Ronda de Capuchinos. Este primer
monasterio estaría bajo el patrocinio del rey Fernando IV, según consta
en “cartas plomadas fechables el 15 de agosto y 8 de noviembre de
1309”, tal y como podemos leer en la Guía Digital del Patrimonio Cultural de
Andalucía. La inseguridad de la zona hizo que las monjas
agustinas decidieran trasladarse, lo cual hicieron en 1367 a un nuevo
emplazamiento que se situaría en la Calle Melgarejos. Sin embargo, éste pronto
se les quedaría pequeño, por lo que, dos años después, se mudaron de manera definitiva
al lugar en el que se aún se encuentran. Se trataba de unas casa que el rey
Pedro I “el Cruel”, para unos, o “el Justo” o “el Justiciero”, para otros,
había incautado a Teresa Joffre por considerarla desleal, al haber apoyado ésta
a sus enemigos.
Tanto la iglesia
conventual como las primeras dependencias estarían construidas en pocos años,
si bien a finales del siglo XVI se construiría un nuevo templo, que algunos
autores han atribuido al arquitecto Juan de Oviedo, aunque en los documentos
sólo consta Asensio de Maeda, quien participó en los trabajos en 1584, y Juan
de los Reyes y Juan Miguel, ambos maestros albañiles. Durante los años
siguientes, los más famosos e importantes escultores de la época se dedicarían
a decorar esta nueva iglesia. En el siglo XVIII, se llevaría a cabo una serie
de profundas reformas, entre las cuales estuvo el cambio del Retablo Mayor del
templo. Conseguiría el monasterio, en cambio, sobrevivir a los conflictos del
siglo XIX y a la progresiva destrucción del patrimonio del XX.
La iglesia
https://www.pinterest.com.mx/pin/775322892092378725/
El templo de San
Leandro, comenzado a construir en 1369 y terminado en 1377 junto con la
adaptación del caserío a su uso como monasterio, sigue el modelo de las
iglesias con planta de cajón, contando con una única nave, y coros alto y bajo
a los pies. El acceso se abre en uno de sus laterales; se trata de una portada
de trazas sencillas y esquema manierista, decorada con pilastras rematadas con
esferas que flanquean el corazón ardiente, símbolo de la orden agustina. Al
exterior, el muro sólo se halla decorado con un retablo cerámico de Santa Rita
de Casia, obra de la fábrica de cerámicas Santa Ana de Triana; llama también la
atención el mirador que alza frente a la Iglesia de San Ildefonso.
Una vez dentro, la
nave se cubre con una bóveda de cañón con lunetos, dividida en cuatro tramos
por medio de arcos fajones, mientras que el presbiterio cuenta con una bóveda
semiesférica ornamentada con pinturas geométricas de reminiscencias
manieristas.
En la cabecera,
hallamos el Retablo Mayor, obra barroca (1748) que se ha atribuido usualmente a
Pedro Duque Cornejo y a Felipe Fernández del Castillo. El retablo primitivo,
que mencionamos antes, había sido contratado con Gerónimo Hernández y Diego de
Velasco, quienes construyeron una estructura de madera de borne, pino de segura
y cedro en la imaginería86, mientras que la policromía fue obra de Antonio de
Alfián, Vasco Pereira, Diego de Zamora y Juan de Saucedo. En el siglo XVIII, se
sustituyó por otro nuevo, como dijimos, si bien se mantuvo parte de los
relieves originales, estando, además, la talla que poseía de San Leandro
conservada en el refectorio.
El Retablo Mayor
actual está revestido en tonos claros y carece de dorado. Cuenta con un alto
banco con postigos laterales y un sagrario en el centro, dos cuerpos y un
ático, quedando estructurado en tres calles que, a su vez, se subdividen por
estípites, columnas abalaustradas y columnas retalladas. Se halla presidido, en
el primer cuerpo, por una talla moderna del Sagrado Corazón de Jesús, que
acompañan sendas imágenes del siglo XVIII de Santa Bárbara y Santa Teresa. El
segundo cuerpo tiene una talla del titular del monasterio, San Leandro, y entre
éste y el siguiente, se pueden contemplar varios relieves provenientes del
retablo antiguo y que representan el Bautismo de Cristo, la Flagelación, la
Epifanía, la Asunción de la Virgen, la Oración del Huerto y San Agustín. El
retablo queda coronado por un altorrelieve sobre la aparición de Cristo y la
Virgen a San Agustín y el Padre Eterno.
https://www.sevillaguia.com/sevillaguia/iglesias/ConventodeSanLeandro.htm
Comenzaremos el
recorrido de la iglesia por el muro de la Epístola, donde, cerca del
presbiterio, hay un Retablo de la Virgen con el Niño de estilo neoclásico
datado de comienzos del siglo XIX. A continuación, está el Retablo de San
Agustín, de Felipe de Ribas (1650), donde el titular aparece flanqueado por las
imágenes de Santo Tomás de Villanueva y San Nicolás de Tolentino, mientras que
en la parte superior se hallan Santa Clara de Montefalco y Santa Rita de Casia,
junto con dos relieves de la Virgen con el Niño y de San Agustín y Santa Mónica
en el puerto de Ostia; el conjunto se completa con las alegorías de la Fe y la
Esperanza. Seguimos y veremos el Retablo de San Juan Evangelista, donde el
santo aparece representado mediante un altorrelieve de Juan Martínez Montañés.
De su taller son, además, el resto de imágenes: Santiago el Mayor, María
Salomé, el martirio de San Juan ante Portam Latinam, Santiago el Menor, María
Cleofás y la Virgen con el Niño, siendo las tallas de Santiago el Mayor y el
relieve del martirio obra de Francisco de Ocampo. En el ático, aparece el
águila de San Juan, símbolo del titular del retablo. En el coro bajo, se ha conservado
un retablo igualmente dedicado a San Juan Evangelista y atribuido a Gerónimo
Hernández, quizás, como apunta Manuel Jesús Roldán en su libro “Conventos de
Sevilla”, “siendo probablemente el retablo primitivo que
fue posteriormente sustituido”. Junto al coro, está el Retablo de la
Virgen de la Consolación y Correa, con talla de 1932 de Sebastián Santos.
Pasamos, ahora, al
muro del Evangelio, donde, al lado del coro, vemos un retablo neoclásico que
mostraba una pintura de la Virgen dando el cíngulo87 a Santa Mónica, si bien ésta se ha sustituido
últimamente por una imagen de Santa Rita de Casia, obra del siglo XIX.
Seguidamente, está el Retablo de San Juan Bautista (enfrentado, recordemos, al
de San Juan Evangelista); se trata de un trabajo contratado con Juan Martínez
Montañés en 1621, quien haría el relieve del santo y la cabeza degollada que
alude a su martirio; el retablo se completa con las tallas de San José, de la
Virgen, de Santa Isabel, de Zacarías y un relieve del Bautismo de Cristo.
Pasando el cancel de la iglesia, fechado en 1729, hay un retablo del siglo
XVIII que enmarcan grandes estípites y que coronan fragmentos de frontón curvo
con el interior en forma de venera90; antaño, lo presidía una imagen de Santa Rita,
pero hoy cuenta con una talla barroca de la Virgen con el Niño; se ha atribuido
a José Maestre y cuenta, alrededor, con tallas de San Antonio de Padua con el
Niño, San Fernando y un Nazareno en el ático que flanquean sendos ángeles en
los extremos del frontón curvo.
Como decíamos
antes, a los pies del templo se hallan los coros. El coro bajo es un espacio
cubierto con bóveda de cañón con lunetos dividida en tres tramos con relieves
en las yeserías centrales de finales del siglo XVI. Aquí, se pueden contemplar
varias pinturas y esculturas, entre otras, las de algunos retablos que antaño
estuvieron en la nave de la iglesia y que fueron aquí guardados después de que
se sustituyeran por otros nuevos. En un lateral, está el comulgatorio, del
siglo XVIII, ornamentado con espejos, relicarios y una imagen de la Divina
Pastora. También aquí, en la parte inferior, hay una sillería de finales del
siglo XVII, con relieves del águila de San Juan y el escudo del monasterio en
el sillón de la priora. De la misma centuria es el facistol91 que aquí se halla y que remata un pelícano,
alegoría de la Eucaristía. En los muros, hay un retablo-hornacina de comienzos
del siglo XVII con la cabeza de San Juan Bautista portada por ángeles. Otro
retablo-vitrina, del siglo XVIII, nos muestra a la Virgen de la Granada, talla
del siglo XVI atribuida a Gerónimo Hernández, si bien la policromía parece
posterior. También a Hernández se ha adjudicado la imagen del Retablo de San
Juan Evangelista que aquí vemos, en cuyos laterales hay relieves con escenas
sobre el Apocalipsis. Pasando el sillón de la priora, está el Retablo de San
Agustín, de Francisco de Ribas, obra de entre 1650 y 1651 con la que se
sustituyó otro de la misma iconografía realizado por Blas Hernández y Antonio
Alfián en 1598; así, el nuevo retablo se colocaría en el espacio que habría de
ser un altar propiedad de Bartolomé de Dueñas y de sus herederos, comprado al
monasterio en 1584 y con el patronazgo de las propias monjas, que serían las
que encargaran la nueva obra. Para su ejecución, Francisco de Ribas hubo de
tener en cuenta la existencia de los otros dos retablos de los Santos Juanes.
En la calle central, está San Agustín, mientras que a su alrededor, vemos las
esculturas de San Patricio, San Paulino, Santo Tomás de Villanueva y San
Alipio; el ático lo presiden las imágenes de San Guillermo, San Nicolás de
Tolentino, Santa Rita y Santa Mónica. Forman parte de un retablo que había sido
concertado por Blas Hernández en el año 1598. En otro retablo-hornacina del
siglo XVIII, tenemos una imagen de la Virgen del Amor. El espacio del coro bajo
queda completa con distintas pinturas, un crucificado, varias vitrinas
neoclásicas y un órgano barroco de la segunda mitad del XVIII.
Monasterio de San Leandro. Portada de
acceso a la clausura.
El monasterio
A la clausura del
monasterio se accede por medio de una puerta que se abre frente a la Iglesia de
San Ildefonso. Una vez que se atraviesa un pequeño patio, encontramos el torno,
datado en 1743 y ornamentado con placas de cobre; aquí, se pueden comprar las
famosas yemas de San Leandro, que han dado fama a este monasterio.
La zona de
clausura queda organizada, como en otros conventos ya vistos, alrededor de un
gran claustro central. Con planta ligeramente rectangular, cuenta con dos pisos,
sustentado el superior mediante columnas de mármol blanco que sostienen arcos
de medio punto peraltados92. Con un marcado estilo de la segunda mitad del siglo
XVI, el patio se halla revestido con zócalos de azulejos de la misma época,
además de por otros en los que se han representado motivos vegetales y
paisajísticos, éstos propios del siglo XVIII; entre estos últimos, destacan dos
por su iconografía: uno, que representa a la Virgen de los Reyes, y otro, a San
Fernando. En el centro del claustro, hay una fuente de mármol cuya taza central
queda coronada con el corazón de la orden, mientras que la galería que linda
con la nave de la iglesia ha sido, tradicionalmente, lugar de enterramiento de
las religiosas del monasterio.
Entre las paredes
de este patio, se colocaron varias capillas y lienzos que merece la pena
conocer. Ejemplo de ello es una tabla de mediados del siglo XVI de la Virgen de
la Misericordia que ha llegado a nuestros días algo desfigurada por los
repintes que ha sufrido a lo largo de los siglos. Entre las capillas, hay una
pintura del Calvario, del siglo XVII, que posee una filacteria93 recorriendo la escena en latín. En otra, se
muestra, en la parte inferior, una pintura sobre el nacimiento de San Juan
Bautista, mientras que en la superior, se ve a dos ángeles portando la cabeza
del Bautista después de su martirio, siendo el conjunto de ambas del siglo
XVII. Es igualmente significativo el relieve del Bautismo de San Agustín, el
cual formaba parte de un retablo de 1598 de Blas Hernández que, más adelante,
sería sustituido por el que hay hoy, de Francisco de Ribas.
Una de las
estancias que se abren al claustro es, como en otros conventos, el refectorio.
De planta rectangular, cuenta con un llamativo zócalo de azulejos del siglo XVI
y algunos azulejos del XVII, estando presidido por una pintura de la Sagrada
Cena, obra anónima del XVII. En el frente contrario a donde se halla el cuadro,
hay una hornacina que acoge una escultura de San Leandro hecha por Gerónimo
Hernández y que, como dijimos más arriba, formó parte en su día del antiguo
Retablo Mayor de la iglesia conventual; a su alrededor, hay una inscripción que
nos relata dicho traslado. Varias son las pinturas que completan el espacio del
refectorio, de entre las cuales, se puede destacar una serie anónima sobre la
vida de Cristo y un lienzo de la Inmaculada, éste del siglo XVIII y con las
características de Domingo Martínez.
Otra de las
dependencias que nos encontramos aquí es la sala capitular, donde cuelga una
pintura de la Virgen de Guadalupe firmada por Juan Correa, otra Inmaculada,
parecida a la del refectorio, y un armario del siglo XVIII ornamentado con
imágenes de San Leandro, San Miguel, San Agustín y San Antonio de Padua.
El solar que ocupa
el monasterio cuenta con varias estancias más, como la zona del noviciado, que
linda con la Calle Caballerizas. A su lado, está la cocina y, muy cerca, la
lavandería, instalada en un patio columnado de pequeñas dimensiones. Asimismo,
destaca el Patio de la Cruz, un espacio de doble arcada junto a la Calle
Imperial. Aquí, se encuentra la enfermería de las religiosas, además de otros
espacios sin uso. El jardín monacal limita con la Casa de Pilatos; de tamaño
considerable, cuenta en su recinto con un pozo, una fuente y algunas
dependencias que, antaño, fueron útiles para la primitiva huerta.
El 29 de agosto de
1995, con fecha de publicación en el BOE de 5 de enero de 1996, el Real Monasterio de San Leandro fue declarado Bien
de Interés Cultural con la categoría de Monumento.
Localización: Plaza
de San Ildefonso, 1. 41003 Sevilla.
Monasterio de Santa María de Jesús.
https://sevilla.abc.es/pasionensevilla/actualidad/noticias/200808-convento-santa-marde-jes.html
Tres fueron los
conventos de franciscanas clarisas que coexistieron en Sevilla: el de
Santa Clara, el de
Santa Inés y el que ahora nos ocupa, el más modernos de los
tres, el Monasterio
de Santa María de Jesús. En el año 1498, el Papa
Alejandro VI dio el permiso a don Álvaro de Portugal, primo hermano de la reina
Isabel “la Católica”, para que fundara un monasterio bajo la regla de Santa
Clara, una bula que se ha conservado en el archivo del convento. En 1502, don
Álvaro recibiría la autorización del cardenal Cisneros para que fundase el
convento en unas casa compradas en la collación de San Esteban a la condesa de
Haro, viviendas que, anteriormente, habían pertenecido a don Sancho Díaz de Medina.
De este modo,
alrededor de 1520, se edificaría el Monasterio de Santa María de
Jesús, viniendo las primeras religiosas del Convento de Santa Isabel
de Córdoba y convirtiéndose en su primera abadesa Marina de Villaseca, quien
traería una comunidad de doce monjas.
Manuel Jesús
Roldán nos cuenta en su libro “Conventos de Sevilla” el desdichado incendio que
se produjo en el monasterio la noche del 31 de julio de 1765, noche tormentosa
en la que un rayo alcanzó el cenobio, prendiendo fuego a la parte alta de los
dormitorios, en una zona conocida como la camareta, lugar en el que las
religiosas guardaban ornamentos y donde hacían sus labores de flores
contrahechas. El incendio se expandiría rápidamente por el área Norte,
arrasando la armadura de la escalera principal, la techumbre de algunos
dormitorios y algunas otras dependencias. Las hermanas pudieron salvar algunos
muebles y objetos, pero acabaron teniendo que refugiarse en la parte del
claustro hasta que acudieron en su auxilio varias personas que intentaron
sofocar el fuego. Viendo el peligro, se decidió que las monjas fueran evacuadas
al Real
Monasterio de Santa Inés; en medio de la tormenta,
fueron atendidas por don Francisco Larumbe, hijo del asistente94, quien gestionaría que se refugiaran en el Monasterio de San Leandro, quedándose en él hasta el
día siguiente, cuando partieron en coches de caballos hasta de
Santa Inés. El incendio duraría, pese al esfuerzo de los vecinos,
hasta el 4 de agosto. Las obras de reparación fueron relativamente rápidas,
pues, a pesar del estado en que quedó el convento, las monjas volverían a él el
9 de julio del año siguiente.
Un nuevo incendio
tuvo lugar el 7 de junio de 1858 –si bien éste pudo ser sofocado–, tras una
restauración llevada a cabo en el inmueble después de que éste estuviera un
tiempo abandonado a causa de los sucesos acaecidos en el marco de la Guerra de
la Independencia Española y la presencia del ejército francés en la ciudad.
La comunidad
religiosa también sobreviviría a la desamortización de unos años antes y en
1866, se enriquecería gracias a la llegada de la Venerable Orden Tercera de San
Francisco, que se trasladaría a la iglesia de este monasterio por orden del
cardenal desde el Convento del Valle (hoy, templo de la hermandad de los
Gitanos).
En el siglo XX,
entre 1936 y 1943, el convento acogería a la comunidad del Monasterio de las
Salesas (vecinas, en realidad, pues sus muros son contiguos por el área de la
huerta, algo único en Sevilla), cuyo cenobio había sido incendiado en 1936, en
plena Guerra Civil Española (1936-1939). En 1996, llegarían al monasterio las
últimas cinco religiosas que todavía quedaban en el Monasterio de Santa Clara,
antes de que éste perdiera su carácter religioso, y, como bien apunta
Roldán, “Curiosamente, el más joven de los monasterios de clarisas acaba
acogiendo a la comunidad más antigua de la ciudad”.
Portada de la iglesia de Santa María de
Jesús.
https://www.archisevilla.org/portada-del-convento-de-santa-maria-de-jesus-sevilla/
La iglesia
Si hay algo que
los devotos conocen bien del templo de Santa María de Jesús es
el azulejo dedicado a San Pancracio que aparece en el muro exterior de la
iglesia, en lo que parece ser una antigua portada hoy cegada, santo al que,
especialmente los lunes, acuden los fieles a pedir salud y trabajo. La portada
de acceso, que sigue un esquema manierista, fue una obra de alrededor de 1590
del arquitecto Juan de Oviedo, el maestro cantero Juan de la Torre y Alonso de
Vandelvira, quien recibiría el traspaso de la obra. Se conoce que fue reformada
en el año 1695. Cuenta con una hornacina en la que se expone la imagen en
piedra de Santa María de Jesús, obra de Juan de Oviedo. Con respecto a este
acceso, cabe señalar aquí la importancia de lo que apunta Manuel Jesús Roldán,
al decir que “los conventos de Sevilla no mantienen el
esquema de doble puerta que solían tener los conventos franciscanos aunque la
restauración del muro ha permitido el descubrimiento de un arco de lo que
podría haber sido la segunda puerta del templo”.
Como las otras
iglesias ya vistas, ésta también tiene planta de cajón. De una única nave,
carece de capillas laterales y el testero de su cabecera es plano; los coros
alto y bajo se mantienen a los pies, separando así la zona de la clausura de la
pública –una reforma posterior llevó la liturgia a los pies del Retablo Mayor,
por lo que fue necesario añadir una reja que marcase el nuevo límite–. Una
bóveda de cañón dividida en tres tramos por arcos fajones cubre la nave,
estando decorado el centro de cada uno de esos tramos de macollas95 de hojarasca. El presbiterio, que se eleva
mediante seis escalones con respecto al resto del edificio, fue construido por
Juan de Oviedo, siguiendo un diseño de Pedro Díaz Palacios; queda cubierto por
un artesonado de madera de finales del siglo XVI ornamentado con lazos y piñas
de mocárabes96 doradas, algo no muy frecuente en los
conventos sevillanos. El conjunto del templo se reformaría a finales del siglo
XVII, trabajos en los que se añadiría en la nave la decoración de yeserías y se
ocultaría la armadura original de madera, la cual continúa de manera íntegra
conservada como techumbre en el coro alto.
https://es.wikipedia.org/wiki/Convento_de_Santa_Mar%C3%ADa_de_Jes%C3%BAs_(Sevilla)
El Retablo Mayor
data de 1690, siendo su ensamblador Cristóbal de Guadix; en él, se puede ver
una serie de esculturas realizadas por Pedro Roldán, a excepción de una de
ellas, cuya autoría se ha atribuido a su hija, Luisa Roldán, famosa escultora
del siglo XVII y más conocida como la Roldana,
considerada como la primera escultora española registrada; se trataría de una
imagen en la que se representa a la Virgen en el momento de cambiar los pañales
al Niño. El cuerpo del retablo fue construido en pino de Flandes, estando su
estructura compartimentada por medio de columnas salomónicas97 de seis espiras98 que se decoran con pámpanos100; el baldaquino101 central cumple una función de camarín102. En el banco, está el sagrario, realizado en 1967
en plata con incrustaciones de marfil por el orfebre Manuel Domínguez; éste
queda flanqueado por sendas pinturas de pequeño tamaño, una, de San
Buenaventura, y la otra, de San Antonio de Padua, además de por ángeles
tenantes103.
La iconografía del
retablo es claramente alusiva a la orden franciscana, exhibiendo las imágenes
de San Francisco de Asís y de Santa Clara; en la parte superior, están los
bustos de San Miguel y de Santa Catalina, ambos atribuidos a Luisa Roldán. En
los laterales del ático, están colocados San Juan Bautista y San Juan
Evangelista, mientras que en el centro hay un altorrelieve del Nacimiento de la
Virgen, obra de Pedro Roldán.
No abandonaremos
el presbiterio, pues en él contemplaremos el zócalo de azulejos con que están
recubiertos los laterales; datado en 1589, se ha atribuido generalmente al
ceramista Alonso García y, en él, se han representado motivos alternos de clavo
y punta de diamante superpuestos sobre guirnaldas y cenefas geométricas. En la
parte superior de los paramentos, hay unas pinturas murales sobre temas
monacales y con la representación de cuatro arcángeles, todo ello cercano al
estilo de Lucas Valdés y de alrededor de 1690. En cuanto al frontal del altar,
éste está realizado con paños de azulejos que fueron aquí trasladados desde uno
de los locutorios del Monasterio de Santa Clara;
en ellos, se representa a Santa Clara, San José con el Niño, San Juan Bautista,
la Inmaculada y San Francisco de Asís.
Seguimos en el
presbiterio y, en el muro lateral derecho, veremos el Retablo de Jesús
Nazareno, más conocido como Jesús del Perdón, obra recompuesta por Cipriano
Eugenio Ruiz a partir del primitivo retablo de la Virgen del Valle, de la Orden
Tercera; la imagen principal se ha relacionado con el escultor cordobés Juan de
Mesa.
Ya en la nave, en
este mismo lado de la Epístola, encontraremos varios retablos. Uno de ellos es
el Retablo de San Antonio de Padua, obra de finales del siglo XVII y cuya
imagen titular se ha atribuido al taller de Pedro Roldán. Otro es el Retablo de
la Inmaculada, del mismo período, si bien la imagen que lo preside es una talla
del siglo XVIII que algunos autores han relacionado con el taller de Pedro
Duque Cornejo; en el ático, cuenta con un altorrelieve de San José y el Niño
que guarda la estética usual del taller de Roldán. Al lado de una imagen de San
Pancracio, se halla el Retablo de las Ánimas, de Asensio de Maeda y Juan de
Oviedo, quienes firmarían el contrato con Lope de Tapia en 1587; en él, las
ánimas aparecen representadas en una pintura del siglo XVIII, mientras que en
el centro, hay un relieve de Cristo camino del Calvario; en la parte superior,
hay una representación del Padre Eterno. Sobre los muros, hay sendas pinturas
murales del siglo XVII de Santa Rosa de Viterbo y San Diego de Alcalá, mientras
que la imagen de San Pancracio es una obra moderna que llegó a la iglesia de la
mano de don Enrique de la Vega para sustituir a una anterior colocada en el
templo en 1954 y posteriormente donada a otro cenobio.
Pasamos ahora,
desde donde estamos, al lado izquierdo de la nave, donde tenemos el Retablo de San
Andrés, de finales del siglo XVII. Seguidamente, se halla el Retablo de Santa
Ana enseñando a leer a la Virgen, enmarcado por columnas salomónicas y con
ornamentación de motivos vegetales, quedando coronado por un relieve de Santa
Rita de Casia. Los muros altos de la nave presentan una serie de pinturas
traídas del Monasterio de Santa Clara.
Sobre la reja del coro bajo, hay un Crucificado de tamaño natural del siglo
XVII proveniente del mismo cenobio y rodeado por distintas pinturas, destacando
una en la que se ha representado a los Mártires franciscanos del Japón, lienzo
de autoría anónima del siglo XVII.
En este muro del
Evangelio, se abre la antigua capilla, y lugar de enterramiento, del
veinticuatro104 Felipe de Pinelo. Se trata de un espacio de
planta rectangular recrecido en el año 1850 y que queda cubierto, en su parte
más antigua, por medio de una techumbre de madera policromada de finales del
siglo XVI. Diferentes son los cuadros que aquí podremos contemplar, destacando,
entre las obras expuestas, un Calvario de plata; en el muro frontal, hay un
magnífico Nacimiento del siglo XVII traído, como otras piezas ya vista, de Santa Clara, y formado por el
Misterio y dos pastores de tamaño natural. Su autoría se ha atribuido a Luisa
Roldán y, al parecer, el conjunto había llegado a Santa Clara procedente
de otro convento actualmente desaparecido, la Casa Grande de San Francisco,
situado en lo que hoy es Plaza Nueva.
A los pies del
templo, como dijimos, se hallan los coros. El bajo fue ampliado en 1960,
restando para ello espacio a la iglesia. Se cubre con un artesonado de
casetones105 de principios del siglo XVII. Aquí, se acogen
varias piezas de destacado interés, comenzando por la que lo preside, una
imagen de la Virgen del Rosario, de finales del siglo XVII. En el muro lateral
derecho, sobresale el Niño Príncipe, talla que, según la tradición, fue un
regalo que don Álvaro de Portugal hizo al convento en tiempos de su fundación,
si bien su aspecto lo sitúan en el manierismo del último tercio del XVI; se
encuentra cobijado por una hornacina cuyas puertas se ornamentan con pinturas
de finales del siglo XVI. En el muro izquierdo, hay una talla de San Francisco
de Asís de finales del XVII y una Dolorosa cercana a la obra del escultor José
Montes de Oca.
En cuanto al coro
alto, éste es utilizado por las religiosas en invierno. Es de planta
rectangular, y ha conservado, como dijimos antes, la armadura de madera
original como techumbre, estando ésta dividida en cinco paños. Aquí, se halla
una sillería de sencillas trazas y estilo neoclásico. En la actualidad, este
coro lo preside una imagen de la Virgen de la Esperanza traída hasta aquí desde
el Monasterio de Santa Clara.
En sus muros, también cuelga un Crucificado barroco, un lienzo del siglo XVIII
en el que se ha representado el grupo de Santa Ana de la parroquia de Triana y
otro de la misma centuria con escenas de la vida de San Pascual Bailón.
El monasterio
En el mismo
paramento en que veíamos el azulejo de San Pancracio cuando hablábamos de la
iglesia, se halla el acceso al torno y a la tienda de recuerdos del monasterio,
y por medio de un patio de reducidas dimensiones, se llega a los locutorios y
al claustro principal. La estructura de la clausura gira en torno a dos patios:
el claustro principal, que discurre paralelo a la iglesia, y el conocido como
Patio Pequeño, a través del cual se llega al coro bajo.
El claustro
principal, del siglo XVI, guarda la misma longitud que la iglesia. El piso
inferior queda organizado por medio de columnas de mármol sobre las que apean
arcos de medio punto peraltados, siendo éstos rebajados en la planta de arriba.
Uno de los frentes quedó bastante afectado por el incendio acaecido en 1765,
por lo que, durante la restauración, se sustituirían las columnas de este
lateral por pilares de ladrillo. En un ángulo de acceso, hay un azulejo del
siglo XX del Nazareno de Pasión, llegado aquí a través de una donación de la
desaparecida clínica Virgen de los Reyes. Son llamativos, igualmente, los
zócalos de azulejería, habiéndose añadido en algunos de sus muros paneles en
los que se representan diferentes escenas de cacerías y de pesca, los cuales
provienen de los locutorios del Monasterio de Santa Clara.
En el centro, hay un pozo del que se extrae el agua para el riego.
A este claustro,
se abren diferentes estancias, como el refectorio, el despacho de la abadesa,
el taller de encuadernación o una sacristía interior en la que se guardan
algunas piezas destacables, como un escritorio hispano-filipino con incrustaciones
de nácar y marfil, o un bargueño106 castellano de los siglos XVII-XVIII. También
en la planta baja del monasterio, se halla la biblioteca y el archivo,
dependencia de planta rectangular en la que, además de numerosos documentos y
libros de gran interés histórico, se pueden contemplar diferentes miniaturas y
pequeñas tallas, sobresaliendo un busto relicario107 del siglo XVI que guarda la sangre de Santa
Úrsula.
En el piso alto,
se distribuyen la hospedería para las hermanas de la federación (antiguo
noviciado), las celdas, el acceso al coro alto y el conocido como santuario. En
los diversos pasillos y dependencias, es posible ver un buen número de
esculturas expuestas en muebles o vitrinas. Algunas de las tallas que se pueden
citar son, por ejemplo, un grupo de la Piedad, hecho en barro cocido
policromado en el siglo XV, una Virgen del Pilar, del XVI, o un Misterio del
Nacimiento que se ha atribuido a Pedro Roldán. Además, en la sala de labor, una
gran vitrina expone un formidable Belén compuesto por innumerables figuras del
siglo XVIII que queda presidido por un Misterio cercano al estilo de Luisa
Roldán.
Otra de las
estancias interesantes del piso superior, y que hemos mencionado de pasada en
el párrafo anterior, es el santuario, donde se han instalado cuantiosas
vitrinas en las que se exponen desde un Cristo Yacente de tamaño natural a
varias reliquias, distintas tallas relacionadas con la orden franciscana,
crucifijos hechos de distintos materiales, etc.
Localización: Calle
Águilas, 22. 41003 Sevilla.
Convento de Madre de Dios de la Piedad.
Cuando en el año
1492 los judíos son expulsados definitivamente, varios fueron los solares que
quedaron vacíos tras su marcha. Uno de estos solares, en concreto, uno que
había estado ocupado por una sinagoga, será el que reutilicen las monjas
dominicas del Convento
de Madre de Dios de la Piedad. Su fundación tuvo
lugar en 1472, siendo su impulsora doña Isabel Ruiz de Esquivel, viuda de don
Juan Sánchez de Huete, alcalde mayor de Sevilla; para ello, escogería un
edificio cuyo propietario era el Hospital de San Cristóbal y Santiago, donde
fundaría el beaterio; en 1476, las mujeres aquí recogidas recibirían el hábito
de la orden y la regla de Santo Domingo.
Varias fueron las
inundaciones que sufrió la comunidad en el año 1485, quedándose este
emplazamiento en un estado completamente ruinoso. Las monjas, entonces,
acudieron a la reina Isabel “la Católica” para
pedirle ayuda, petición que sería oída gracias al afecto que sentía por esta comunidad
con la que, incluso, había llegado a convivir alguna de las épocas que pasaba
en Sevilla. También intervendría el inquisidor general, fray Tomás de
Torquemada, quien pediría para ellas unas casas principales que habían sido
confiscadas a los judíos en la collación de San Nicolás. Así, la reina
concedería a las religiosas unas casas en la zona de la antigua judería en la
que, además, como dijimos, se había hallado una de las sinagogas principales de
Sevilla. El traslado se efectuaría en 1486, comenzando, entonces, las obras
gracias a las numerosas aportaciones de particulares y algunas contribuciones
generosas como la fray Diego de Deza, arzobispo de Sevilla. Los trabajos se
llevarían a cabo hasta el siglo XVI y, a mediados de esta centuria, se empezarían
a añadir dependencias nuevas. La mayor parte del templo se ejecutó entre 1551 y
1580, motivo por el cual hemos decidido incluir este convento en esta página.
La inversión fue
tan cara que, en 1598, la priora tuvo que pedir unas nuevas concesiones económicas
al rey Felipe
III. A su vez, se fueron acumulando donaciones,
tierras, explotaciones, etc., y, además, el cenobio comenzó a estar relacionado
con algunos de los linajes más importantes de la ciudad, como por ejemplo la
familia de Hernán Cortés –que llegaría a ser patrona de la Capilla Mayor, donde
sería enterrada–. Sobre esto, Manuel Jesús Roldán nos cuenta en su “Conventos
de Sevilla” que “Como curiosidad representativa de una época,
el convento acogió como monja a una hija de Bartolomé Esteban Murillo, sor
Francisca de Santa Rosa, que profesó en el convento en 1671, sin haber cumplido
los dieciocho años. Algunos años más tarde el pintor donaría al convento una esclava
berberisca para la atención de su hija, un dato que explica la elevada posición
social que podía alcanzar una monja en los siglos XVI y XVII”;
además, “en 1692 una real provisión concedía al convento la facultad de
colocar cadenas y armas reales en la puerta del edificio, toda una confirmación
de la condición de real que se otorgaba al monasterio”.
El número de
religiosas se mantendría más o menos estable hasta el siglo XVIII, momento a
partir del cual las vocaciones descenderían. El siglo siguiente no iría mucho
mejor, sino al contrario, con el acecho de las desamortizaciones y de la
Revolución “La Gloriosa” en 1868. Una buena muestra de esto es que, entre 1832
y 1854, y entre 1868 y 1881, no profesó ninguna religiosa. Cuando por la
desamortización de 1835 se suprimieron hasta nueve conventos de monjas en
Sevilla, dos de ellos de dominicas, el de Santa María de Gracia y el de Santa
María de la Pasión, las religiosas del segundo de ellos se trasladaron al Convento de Madre de Dios. Éste conseguiría sobrevivir
sin ser suprimido, pero sí que acabó perdiendo un amplio número de tierras y de
rentas que cobraba por los tributos, dotaciones, etc., lo que dañó la economía
de la comunidad de una manera tal, que nunca llegó a recuperarse.
Pero si grave
fueron las consecuencias de la desamortización, peores fueron las de la
Revolución de 1868: la junta revolucionaria decretaría la incautación del
convento, teniendo las monjas que trasladarse y llegando a planearse el derribo
del edificio, algo que, por suerte, se paralizó, gracias, entre otros motivos,
a la intervención de Francisco Mateos Gago, catedrático de teología en la
Universidad de Sevilla, decano de la Facultad y miembro de la comisión de
monumentos de la ciudad. Se llegaría incluso a plantear la construcción de un
mercado de abastos, para lo que se seguiría un proyecto del arquitecto
municipal Juan Talavera. Durante la incautación del edificio, las religiosas se
refugiaron en el Monasterio de San Clemente, donde
permanecerían nueve años. En ese tiempo, el edificio conventual fue ocupado por
la Escuela Libre de Medicina y Cirugía, derribándose algunas dependencias y
adaptándose, otras. Algunas piezas del patrimonio que atesoraba fueron a parar
al Museo de Bellas Artes de Sevilla, donde aún se pueden contemplar, pero
algunas cosas desaparecerían para siempre, empezando por parte del propio
monasterio, cuyo tamaño se redujo a una cuarta parte de la superficie que
ocupaba originalmente. Y es que además del sector que ocupó la Escuela, las
monjas también perderían otra parte del conjunto en lo que hoy es la Calle
Muñoz y Pabón, frente a la portada de la Iglesia de San Nicolás.
Asimismo, el
sector del antiguo claustro principal tuvo distintos usos: siendo Escuela de
Medicina, en el año 1931, sufrió un importante incendio que conllevaría una
necesaria restauración; posteriormente, lo ocuparía la Escuela de Comercio o la
Facultad de Ciencias del Trabajo. Actualmente, es sede del Centro de
Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla.
Cuando la
comunidad de monjas regresó a su convento, comenzó un largo y lento camino de
restauraciones que se prolongarían durante el siglo XX, apoyadas éstas por
benefactores particulares.
Portada de acceso a la iglesia del
Convento de Madre de Dios.
La iglesia
El templo
del Convento de Madre de Dios es uno de los elementos
patrimoniales que más destaca del conjunto monacal. Se trata de una iglesia
cuya construcción finalizaría en 1572, siendo, probablemente, uno de los
templos conventuales más altos y profundos de Sevilla. De trazas de autoría
desconocida, sí se sabe que las obras fueron dirigidas en algún momento por
Juan de Simancas, maestro de obras en el Alcázar, y Pedro Díaz
Palacios, sucesor de Hernán Ruiz II como maestro mayor de la Catedral de Sevilla.
La portada de
acceso se abre en el muro del Evangelio, pudiendo datarse alrededor de
1590-1600. Construida en piedra, cuenta con los escudos dominicos de la Casa
Real como símbolo del patronazgo de la monarquía. En la parte superior, una
hornacina acoge una imagen de la Virgen entregando el Rosario a Santo Domingo,
con el Padre Eterno en el ático y, a los pies, un perro con una antorcha en la
boca. El autor de dicho relieve es Juan de Oviedo.
Dentro, nos
encontraremos con un cancel barroco que cumple una función de transición al
templo entre el exterior y el interior; se trata de una obra realizada en
noviembre de 1775 por el tallista Manuel Barrera. Con planta de una sola nave,
los coros alto y bajo se hallan a los pies, como en los demás templos ya
vistos. El suelo del pavimento, de barro cocido y pintado en almagra109, se encuentra lleno de enterramientos, quedando el
edificio cubierto por un extraordinario artesonado dividido en cinco paños que
podría compararse al del Monasterio de San Clemente y
que fue contratado en 1564 por Francisco Ramírez, Alonso Ruiz y Alonso
Castillo; en el presbiterio, por su parte, forma una cúpula ochavada.
En cuanto a los
sepulcros, un total de 23 en toda la iglesia, podemos destacar los de doña
Juana de Zúñiga, viuda de Hernán Cortés, y los de sus hijas, Catalina y Juana,
situados en los muros laterales del presbiterio; las esculturas de piedra
originales parece que fueron hechas por Diego de Pesquera y serían las que hoy
se hallan conservadas en el Monasterio
de la Cartuja. El resto de enterramientos se corresponden con los
de religiosas y personajes importantes de la vida sevillana. A estos 23, habría
que sumar, además, los diez que se hallan en el coro bajo.
El Retablo Mayor,
realizado por Francisco de Barahona entre 1702 y 1704 siguiendo las órdenes del
capitán Andrés Bandorne, sustituye a otro anterior, de entre 1570 y 1573, de
Juan de Oviedo, con imaginería de Gerónimo Hernández, y dorado y policromado
por Antonio Alfián y Luis Fernández Valdivieso. De éste, se conservó la Virgen
del Rosario, también llamada Madre de Dios de la Piedad, el relieve de la
Última Cena y el Calvario del ático, existiendo algunas dudas sobre la autoría
de la figura de la Magdalena. En la parte de la clausura conventual, se ha
conservado, asimismo, una talla de un Resucitado que, antaño, coronaba el
antiguo retablo. El actual, dividido en calles por medio de columnas
salomónicas, cuenta, además, con una profusa decoración a base de motivos
vegetales. En las calles laterales, tenemos a San Andrés, San Pedro, Santo
Tomás de Aquino y San Vicente Ferrer; el conjunto se completa con distintos
santos dominicos, como la talla de Santo Domingo que hay en el tercer cuerpo;
las imágenes fueron obra de Barahona, con la ayuda de sus colaboradores; así,
el dorado y el estofado de dichas imágenes corrió a cargo de José López, siendo
contratado en 1705.
Comenzaremos el
recorrido del templo por el muro izquierdo, donde, al lado de la portada de
acceso, hay un retablo recompuesto en el año 1620; presenta una serie de
pinturas de Pedro Villegas Marmolejo fechables alrededor de 1575 y que
representan a San Andrés, Santiago y la Visitación; otras pinturas son del
siglo XVII. Así, la del centro es una tabla del XVI con la escena del entierro
de Cristo que algunos autores han atribuido a Miguel Adán. De sumo interés es
el frontal del altar, revestido con un zócalo de azulejos en los que se ha
representado a la Virgen con la luna a sus pies. Más adelante, encajado en un
arcosolio, se halla el Retablo de San Juan Evangelista, que presenta un esquema
similar al del trabajo de Miguel Adán y que podría ser de entre 1580 y 1582; en
él, se nos muestra al santo escribiendo el Apocalipsis en la isla de Patmos,
además de otras escenas suyas, de la Última Cena y del Apocalipsis; en el
ático, hay un Calvario que rodean los apóstoles, mientras que en el banco, los
paños de azulejos, del siglo XVI, exhiben temas apocalípticos, como a los
Cuatro Jinetes del Apocalipsis, entre otros; el conjunto se ha atribuido con
seguridad a Cristóbal de Augusta, quien ya había realizado un buen número de
piezas para los Reales Alcázares.
Atravesamos el
presbiterio y nos detenemos en el muro de la Epísola, donde, lo primero que
veamos, será el Retablo de San Juan Bautista (una vez más, enfrentado al del
Evangelista), de entre 1575 y 1585, igualmente de Miguel Adán y policromado por
Agustín Colmenares. Presidiéndolo, en el arco del centro, tenemos la escena del
Bautismo de Cristo; a su alrededor, hay varios relieves planos y policromados
en los que se representaron escenas de la vida del titular. Superamos, ahora,
el acceso al torno interior del monasterio hasta llegar a la altura del Retablo
de la Virgen del Rosario, trabajo anónimo de finales del siglo XVI que nos
muestra las figuras de Santo Domingo de Guzmán, la Virgen titular y Santo
Tomás; En los laterales y en el ático, hay sendos relieves con pasajes de la
vida de Cristo. Al final de la nave, está la Capilla de don Rodrigo Jerez,
correo mayor de Sevilla y patrocinada por él en 1570; su retablo no se halla en
las mejores condiciones, pues parece deteriorado y demasiado repintado; en él,
se ha representado el tema de la Sagrada Lanzada, siendo atribuido a Pedro de
Campaña, mientras que en los muros laterales hay paños de azulejos del siglo
XIV.
Cuenta la iglesia
con una rica decoración pictórica mural, de la cual destacan los frescos que se
hallan en la Capilla Mayor, en los cuales se mezclan la pintura al fresco con
retoques al óleo, técnica habitual en los trabajos de Lucas Valdés, a quien se
ha atribuido la autoría. Las inscripciones inferiores han facilitado, a pesar
de la mala conservación del conjunto, la identificación de los representados:
San Pío V, San Alberto Magno, San Antonio de Padua y San Agustín. El arco toral
y las columnas que lo sustentan cuentan con una profusa ornamentación de roleos110, ángeles, etc. Asimismo, de las paredes del templo
cuelgan algunos lienzos que merece la pena contemplar, como los barrocos de
Santo Domingo in Soriano, de Juan del Castillo, y de Santa Rosa de Lima, copia
de Murillo, en la Capilla Mayor; el de San Juan Bautista, del siglo XVII y
ubicado a los pies de la nave; o el que muestra el Martirio de San Lorenzo,
atribuido al flamenco Pieter van Lint e instalado sobre la puerta de acceso a
la sacristía.
A los pies del
templo, una doble reja separa el coro bajo del resto de la nave. Se trata de un
espacio de planta cuadrangular cubierto por un artesonado de principios del
siglo XVII provisto de grandes vigas de madera decoradas con rosetas. En el
muro de la reja, han llegado a nuestros días unas pinturas murales de comienzos
del siglo XVIII que parecen representar a San Joaquín y Santa Ana, padres de la
Virgen. La sillería, de trazas sencillas, está formada por ochenta asientos,
estando datada del siglo XVI, al igual que el facistol. Destacan aquí
principalmente dos tallas realizadas en madera: por un lado, un Santo Domingo
orante, y por otro lado, una Santa Catalina con el Rosario; las dos eran parte
del Retablo Mayor, por lo que son obras de Gerónimo Hernández y formaban un
conjunto con la Virgen del Rosario del camarín central. En el centro, está el
antiguo Crucificado de la Enfermería, talla datable de alrededor de 1500 y que
ha sido atribuida al círculo de Pedro Millán. También es digna de mención una
Virgen de Copacabana, imagen de principios del XVII de autoría atribuida al
escultor boliviano Acostopa Inca; se halla instalada en una vitrina de un altar
lateral que se ornamenta con una profusa decoración de yeserías barrocas y a
cuyos pies se halla la tumba de Sor Bárbara de Santo Domingo, más conocida como
la “Hija de la Giralda”, por ser la hija del campanero Casimiro Jurado y haber
nacido en dicha torre. En el antecoro, hay una Virgen con el Niño de estilo
gótico y atribuida a Lorenzo Mercadante de Bretaña; sin embargo, su policromía
es ya de época barroca.
El coro alto, de
menor interés, artísticamente hablando, lo preside una imagen de la Virgen del
Rosario, del siglo XVI, a la que acompaña otra de San José con el Niño, ésta de
principios del XVII. En una pequeña sala que hace la función de antecoro, hay
una imagen de un Resucitado realizada por Gerónimo Hernández y que formaba
parte del Retablo Mayor del templo, concretamente de su ático. En el acceso a
este coro, en una pequeña estancia, hay una Magdalena que, como la imagen
anterior, pertenecía al antiguo Retablo Mayor y que, como aquella, se situaba
en el ático.
Fachada del Convento de Madre de Dios,
de estilo neogótico.
El convento
De una extensión
modesta, en comparación con otros cenobios sevillanos ya vistos, motivado esto
por la pérdida de terrenos en el siglo XIX que ya vimos, el Convento de Madre de Dios de la Piedad se
estructura alrededor de un claustro de planta cuadrangular, de corte
adintelado, con columnas marmóreas sobre pedestales y con vigas de madera
presentes en los dos pisos. Se trata, como apunta Manuel Jesús Roldán, de “un ejemplo de patio doméstico del siglo XIX que no sigue los
habituales modelos monumentales de otros conventos y en cuyos frentes se sitúan
las celdas de las monjas, el refectorio y el acceso a los locutorios”.
Dentro de la clausura, hay también un patio ajardinado que data de la segunda
mitad del siglo XVI y que está dotado de varias galerías desiguales,
mezclándose en ellas los arcos de medio punto con los carpaneles y las galerías
adinteladas del piso superior.
El 8 de julio de
1971, con fecha de publicación en el BOE de 28 de julio de 1971, el Convento de Madre de Dios de la Piedad fue declarado
Monumento Histórico-Artístico.
Localización: Calle
San José, 4. 41004 Sevilla.
El
convento de las Carmelitas Descalzas tuvo su «segunda» etapa en el actual
número 60 de la calle Zaragoza / Raúl Doblado
Nuestro siguiente
punto será la conocida como Casa de Santa Teresa,
en el número 60 de la hoy Calle Zaragoza (antiguamente, Pajería, Pajerías o
Pajarería, según la fuente a consultar). El edificio fue comprado en el año
1576 por Lorenzo Cepeda (citado, a veces, como Lourencio), hermano de Santa
Teresa, que acababa de llegar de Indias, y el clérigo García Álvarez para
alojar en él a las seis monjas que acompañaban a la Santa y que, hasta
entonces, se hospedaban con ella en una pequeña casa de la Calle de las Armas
(actualmente, Alfonso XII), cerca del antiguo Convento de la Merced, hoy Museo
de Bellas Artes de Sevilla. Estas primeras religiosas eran María de San José,
Isabel de San Francisco, María del Espíritu Santo, Isabel de San Jerónimo,
Leonor de San Gabriel y Ana de San Alberto.
En su “Libro de
las Fundaciones”, según se cita en el artículo “La casa de Santa Teresa en
Sevilla. Residencia de D. Armando de Soto” (1927), de Vicente Traver
–arquitecto que reformaría el edificio para uno de sus posteriores dueños–,
Santa Teresa de Jesús deja dicho que en dos o tres días se hicieron las
escrituras, habiéndose pagado por el inmueble un precio de seis mil ducados, y
que “por la oposición que los vecinos frailes franciscanos ponían en
que a ella se trasladasen, tuvieron que hacerlo de noche y con harto miedo”.
De la casa, la Santa hablaba así en una carta dirigida a Fray Ambrosio Mariano
de San Benito:
“La casa es tal que no acaban las hermanas de dar
gracias a Dios. Todos dicen que fué de balde y ansi certifican que no se hiciera
ahora con veinte mil ducados. El puesto, dicen, es de los buenos de Sevilla. Ha
sido una dicha harto grande topar tal casa. Con el alcabala tenemos harta
contienda. Hácese la ilesia en el portal y quedará muy bonita. Todo viene como
pintado. Dice el teniente que no hay mejor casa en Sevilla ni en mejor puesto.
Paréceme no se ha de sentir en ella el calor. El patio parece hecho de alcorza.
Ahora todos entran en él, que en una sala se dice Misa hasta hacer la ilesia, y
ven toda la casa, que en el patio de más adentro hay buenos aposentos. El
huerto es muy gracioso, las vistas estremadas”.
Tras algo más de
un mes de obras, terminadas éstas, el 27 de mayo de 1576 se puso el Santísimo
Sacramento.
Las monjas
permanecerían en esta casa diez años, hasta junio de 1586, momento en que se
trasladarían al Convento de San José del Carmen,
o de las Teresas, –traslado que estuvo presidido por el
propio San Juan de la Cruz, llegado a Sevilla para la ocasión–, donde permanece
la actual comunidad de carmelitas descalzas. Desde ese momento, el antiguo
edificio es conocido como Casa de Santa Teresa.
En él, se
conservaron su primitiva fachada y su interior con algunas modificaciones hasta
que en el año 1882 se llevaron a cabo obras de reforma que lo transformaron en
una casa más acorde con el estilo imperante de la época, con balcones y
miradores de forja, molduras ornamentales hechas de yeso, techos rasos, etc.
Cuenta Vicente Traver en el artículo antes mencionado que “Nos quedó solamente un dibujo de la fachada que en 1882, al tener
noticia de que iba a reformarse, mandó hacer el entonces arzobispo de Sevilla y
monje carmelita, el cardenal Lluch, publicándose en la edición autografiada que
del Tratado de las Moradas se hizo en dicho año para conmemorar el tercer
centenario de la gloriosa muerte de la Santa”.
En el año 1924, la
casa fue comprada por don Armando de Soto, quien se mostró interesado en que
ésta recuperase su imagen original, trabajos que serían proyectados, como hemos
dicho, por Vicente Traver. Tras los primeros reconocimientos al dar comienzo
las obras, se comprobó que, a excepción de parte de la crujía de fachada, los
demás elementos arquitectónicos eran los de la primitiva construcción. En el
patio, se había levantado su nivel y se habían rebajado los arcos, si bien, al
eliminar uno de los cielos rasos112, se halló bajo él una buena parte de los techos
originales de la casa. La escalera parece que fue transformada por completo en
la reforma de 1882, dotándola de un nuevo trazado que Traver describe
como “incómodo y mezquino”. En la planta principal, en lo
que posteriormente fueron el salón y el comedor, se habían conservado “hermosos techos en armadura de barca”.
Entre las
principales obras ejecutadas por Traver, en el exterior, se reconstituyó la
fachada, y en el interior, la disposición del zaguán; asimismo, el patio se
dejó con galerías altas en tres de sus laterales, mientras que en el cuarto
frente, el orientado al Sur, se habilitó una azotea; se reconstruyó la
escalera, formando en su desembarque en el piso un gran zaguán; y se colocó una
colección de puertas antiguas.
Localización: Calle
Zaragoza, 60. 41001 Sevilla.
Portada principal de la iglesia del
Convento de San José del Carmen o de las Teresas.
https://es.wikipedia.org/wiki/Convento_de_las_Teresas_(Sevilla)
Nuestra última
parada será en el Convento de San José del Carmen, también
conocido como Convento
de las Teresas, de carmelitas descalzas, lugar al que llegaron las
religiosas en 1586, con Santa Teresa al frente, tras abandonar la casa de la
Calle Zaragoza que hemos visto anteriormente. En 1603, se agregaron nuevas
casas a este emplazamiento, las cuales fueron compradas al banquero sevillano
Pedro de Morga, para lo cual hubo que adaptar la estructura que solían seguir
los conventos carmelitas a la disposición de la judería de Sevilla y al
inmueble ya existente. Como nos cuenta Manuel Jesús Roldán, “El banquero Pedro de Morga se vio obligado a la venta de su casa
tras haber llegado a la quiebra económica; sus acreedores sacaron sus
posesiones en pública subasta, siendo adquirida la construcción por Alonso de
Paz, que vendió posteriormente el edificio a la comunidad carmelita”.
Fuente de nuevas
fundaciones por toda Andalucía, el Convento de las Teresas pasaría
por serias dificultades en el siglo XIX, con la aplicación de las
desamortizaciones. Uno de los decretos establecía que debían ser cerrados todos
aquellos monasterios que contasen con menos de 20 religiosas entre sus muros. Y
es que la orden carmelita tenía por norma que sus conventos no debían exceder
la cantidad de 21 monjas, por lo que se hallaban al límite. Para poder sortear
este problema, las carmelitas apelaron a la reina Isabel II (ENLACE), que
acabaría por permitir la entrada de novicias al cenobio. Roldán apunta, además,
que “La práctica desaparición de los carmelitas masculinos (Santo
Ángel y convento de los Remedios) supuso una inseguridad jurídica añadida, ya
que estaban bajo su jurisdicción, algo que acabó desembocando en el
sometimiento al Ordinario a partir de 1852”. Pero esto no sería
todo. A los problemas económicos, se juntaron otras dificultades para las monjas
durante el siglo XIX, como por ejemplo, la caída de un proyectil en el recinto
durante el bombardeo que sufrió Sevilla en el año 1843 por orden del general
Espartero (ENLACE) por haberse rebelado la ciudad en contra de su Regencia y en
favor de la Constitución, las libertades y la figura de Isabel II (ENLACE) como
reina. Asimismo, el 2 de junio de 1856, se produjo un terremoto que dañaría el
convento, lo que motivó que tuviera que someterse a posteriores reparaciones.
Dentro de los
numerosos trabajos de restauración y reformas por los que ha pasado el
monasterio, destacan los llevados a cabo en el siglo XX. Así, entre 1950 y
1952, el arquitecto municipal Aurelio Gómez Millán diseñó un proyecto de
restauración que, finalmente, fue llevado a la práctica sólo en parte,
construyéndose celdas nuevas y sus servicios. Poco después, en 1959, el
arquitecto Fernando Balbuena Cavallini sumaría alguna celda nueva más. Más
adelante, entre los años 70 y 80, el arquitecto Rafael Manzano sería el
encargado de restaurar y consolidar el conjunto conventual.
La iglesia
A la izquierda de
las dependencias del convento, se halla la iglesia. Su portada es de trazas muy
sencillas, estando compuesta por un vano adintelado que se inserta en un arco
de poca anchura sustentado por sendas ménsulas con rostros de apariencia
humana. Sobre la puerta, hay un tejaroz113 de madera y cubierta de tejas, sostenido en
el muro con tornapuntas114 de forja. Bajo él, se pueden ver unas
pinturas murales en las que se han representado temas que aluden al Carmelo y
que nos las describen en la Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía
(ENLACE): “La Inmaculada Concepción entre monjas de la
Orden, San José y Santa Teresa y dos tarjas115 con el símbolo de San Elías, la espada
flamígera y el libro abierto, el escudo de la Orden Carmelita y la figura del
Espíritu Santo en forma de paloma entre cabezas de querubes”.
Todas ellas pudieron ser realizadas alrededor del año 1635. Una puerta lateral
da paso al compás del monasterio, donde se hallan la portería, el torno, la
puerta del convento, un locutorio bajo y el acceso a la iglesia. Este acceso, a
la derecha del templo, es también muy sencillo; de forma adintelada, se decora
tan sólo con una pintura mural del escudo carmelita sobre el dintel, estando
incluida en una tarja que sujetan sendos ángeles.
El templo cuenta
con una disposición simple: una única nave cubierta por medio de una bóveda de
cañón, mientras que la Capilla Mayor lo hace con una bóveda semiesférica. En los
muros, se alternan pilastras con grandes hornacinas en las que se disponen los
diferentes retablos. Sería el arquitecto milanés Vermondo Resta, maestro mayor
de los Reales Alcázares (ENLACE), quien proyectara en el año 1603 la planta del
edificio, así como el pliego de condiciones para su ejecución. Al año
siguiente, la mala situación económica hizo que los trabajos tuvieran que ser
paralizados, retomándose nuevamente siendo priora del convento la madre María
de San José, entre los años 1613 y 1615. El templo sería consagrado, por fin,
en 1616.
La primitiva
iglesia debía de estar situada en uno de los laterales del claustro central, en
el área en que hoy se halla la enfermería. Varias fueron las intervenciones que
se llevaron a cabo en ella, destacando la obra que en 1736 realizó el
carpintero Fernando Rodríguez para arreglar la bóveda, la reforma de las
cubiertas que en 1821 ejecutó José Chamorro, la restauración que se hizo tras
el terremoto de 1856 o la instalación de la actual solería de mármol en el año
1866.
Llama también la
atención la disposición, poco habitual en los edificios religiosos sevillanos,
de los coros, abriéndose el bajo en ángulo recto a la iglesia en el área del
presbiterio y situado el alto a los pies de la nave.
El Retablo Mayor
que hoy preside el templo ha tenido varios cambios en lo que a la colocación de
sus imágenes se refiere, si bien, en los últimos años, éstas han sido colocadas
según su estructura original. Se concertó con el ensamblador Jerónimo Velázquez
el 15 de febrero de 1630, ascendiendo su precio a algo más de cuatro mil
ducados. Además, se contrataría un dibujo en el que quedarían perfiladas sus
trazas, un documento que, lamentablemente, no se ha conservado. Sus columnas
estriadas alternan con frontones rectos de estilo clásico, con pinturas y
esculturas, además de una sencilla decoración de formas geométricas. En el
banco, las tallas de Santa Inés con el cordero y de Santa Catalina flanquean el
sagrario. En el primer cuerpo, vemos el grupo de San José con el Niño, una iconografía
habitual en los conventos de la orden carmelita; se trata de una obra de Juan
de Mesa, aunque no se sabe con exactitud la fecha de su creación, si bien se
piensa que podría ser anterior al retablo. Hay, asimismo, dos imágenes
laterales de autor anónimo y que representan a Santa Teresa de Jesús y a San
Juan de la Cruz. La policromía de todas las tallas corrió a cargo, en 1632, del
pintor luxemburgués Pablo Legot. El retablo lo completan dos lienzos sobre el
profeta Elías y sobre San Juan de la Cruz, ambos de la primera mitad del siglo
XVII. En cuanto al cuerpo superior, éste lo preside, en el centro, un Calvario,
mientras que a los lados hay sendas pinturas anónimas en las que se han
representado dos apariciones milagrosas a Santa Teresa de Jesús: una, Cristo
atado a la columna, y la otra, la Virgen María.
https://es.wikipedia.org/wiki/Convento_de_las_Teresas_(Sevilla)
En nuestro
recorrido por el muro izquierdo, hallaremos, primero, el Retablo de la
Inmaculada, del último tercio del siglo XVII y cercano al estilo de Fernando de
Barahona, con la imagen principal, obra de Juan de Mesa, posiblemente de
alrededor de 1610; cuenta, además, con las esculturas de San Juan Bautista con
el cordero y del profeta Elías, completándose con una ornamentación hecha a
base de racimos de uvas, frutas y hojarasca; en el cuerpo superior, se ve un
altorrelieve sobre los Desposorios místicos de Santa Teresa que flanquean dos
ángeles mancebos; estas esculturas parecen salidas del taller de Pedro Roldán,
colaborador habitual de Simón de Pineda. Seguidamente, tenemos el Retablo del
Calvario, un encargo realizado por los herederos de Héctor Antúnez que fue
realizado en 1630 con formas manieristas para una capilla cuyo propietario
inicial fue el poeta Francisco de Rojas; en él, destacan las tablas de San
Agustín, Santa Catalina, San Juan Bautista, el Cordero Místico y San Juan de la
Cruz, todas ellas atribuidas a Francisco Varela; en origen, lo presidía una
pintura de la Virgen que se acompañaba de una talla de San Francisco. A
continuación, tenemos el Retablo de la Inmaculada, del último tercio del siglo
XVII y formado por pinturas anónimas de cronología anterior y autoría anónima;
originalmente, se dedicó a San Juan de la Cruz, como puede verse en la
inscripción del ático, por lo que pudo haber sido hecho con motivo de su
beatificación; en dicho ático, se halla un lienzo de la Virgen del Carmen,
mientras que la hornacina central acoge una Inmaculada del siglo XVIII que
flanquean pinturas de Santa Teresa inspirada por el Espíritu Santo y de Santa
María Magdalena de Pazzis; en el área interior del arco, hay escenas del
milagro de fray Jerónimo Gracián contemplando la Sagrada Forma y de la aparición
a San Juan de la Cruz de Cristo cargando la cruz. Seguimos por este muro
izquierdo hasta llegar al Retablo de la Encarnación, obra de Luis de Figueroa
con pinturas que se contrataron en 1627 con Francisco de Herrera, mientras que
el dorado y el encarnado fueron del pintor imaginero Baltasar Quintero; aquí,
se nos presenta el tema de la Anunciación, estando coronado en el ático por el
Padre Eterno y quedando completado el retablo con pinturas sobre San Juan
Bautista, San José, la Virgen con el Niño y Santa Teresa, todas ellas del siglo
XVIII y atribuidas al pintor sevillano Juan del Espinal. Por último, al lado de
la puerta principal, tenemos un retablo compuesto por bustos relicarios y otros
elementos recompuestos datados tanto del siglo XVII como del XIX; se ha
identificado como un encargo realizado por Antonio Cepeda en 1633 a Antonio de
la Puerta.
A los pies de la
nave del templo, se localiza el conocido como Retablo de las reliquias, formado
por piezas de distinta procedencia; así, en la parte inferior, se pueden
encontrar elementos varios, como un autógrafo de Santa Teresa, reliquias del
hábito de San Francisco de Asís o distintos relicarios con trozos de las ropas
de San Fernando; en el cuerpo superior, se hallan varias imágenes del Niño
Jesús, la Virgen de los Reyes y la Inmaculada, donadas por Pedro Muñoz
Barrientos en 1755; una urna contiene diversos huesos y, quizás, el cráneo de
San Vicente Mártir; finalmente, en la parte superior, se encuentran las que
podrían ser las reliquias de Santa Venaria y Santa Juliana.
Pasamos, ahora, al
muro de la Epístola. En primer lugar, nada más pasar el acceso principal del
templo, generalmente cerrado, se halla en Retablo de Santa Teresita del Niño
Jesús, trazado entre 1732 y 1733 por José Maestre; en él, se nos muestra a su
titular inserta en una hornacina con un medio baldaquino que flanquean sendas
estípites; esta escultura parece ser una transformación de una antigua Virgen
del Carmen del siglo XVIII; queda completado con las imágenes de Santa Inés,
San Antonio de Padua, la Inmaculada y un relieve con la cabeza de San Juan
Bautista. Le sigue el Retablo de San Carlos Borromeo, datado en 1627, presidido
por un busto-relicario de dicho santo y completado con distintas escenas sobre
su vida de autoría anónima. Por último, al lado de la sacristía, se halla el
Retablo de Santa María Magdalena de Pazzis, con una imagen del siglo XIX,
mientras que la estructura es una obra recompuesta con diferentes piezas, como
parte de un retablo hecho por Bartolomé de la Puerta en 1633 o algunos añadidos
del siglo XIX; el conjunto queda rematado en el ático con una pintura de la
Piedad fechada en el siglo XVI.
La sacristía de la
iglesia es una dependencia visitable, pues se ha convertido en un pequeño museo
sobre la historia tanto del convento como de la orden carmelita. En él, se
puede ver desde un original firmado del libro “Las Moradas”, hasta distintas
cartas particulares de Santa Teresa, o diferentes objetos suyos, como un
relicario o su báculo116, entre otras piezas; destaca también un Niño Jesús
que recibe el nombre de Quitito por haberlo traído desde Quito la sobrina de la
santa, Teresita de Cepeda, quien había sido novicia en la comunidad.
Igualmente, se expone en una vitrina una imagen de otro Niño Jesús, conocido
como El Peregrinito, obra del siglo XVIII. Incluso hay un magnífico retrato
original de Santa Teresa hecho por fray Juan de la Miseria en 1576, del cual se
dice que la santa, al verlo, exclamó: “Ay fray Juan, que me has
sacado fea y legañosa...”.
El convento
La clausura
conventual queda organizada como en otro cenobio ya vistos, alrededor de un
claustro central; en este caso, éste se corresponde con el patio de la antigua
casa del banquero Pedro de Morga. Pero antes de pasar a él, veamos otros
espacios de interés.
En primer lugar,
la portería. Se trata de una estancia sencilla del siglo XVII construida nada
más atravesar la portada principal, ya vista cuando hablamos de la portada de
la iglesia. El interior se cubre con una tablazón con vigas de madera. Queda
comunicada con el compás por medio de un arco de medio punto sustentado sobre
pares de columnas de mármol con capiteles de pencas117 en el muro izquierdo y dos pilastras toscanas
en el otro lado.
Por su parte, el
compás es un espacio abierto de planta rectangular que comunica la portería
externa con la iglesia y la clausura. Está conformado por, en el lado
izquierdo, el muro lateral de la iglesia, lugar en el que se abre una de las
portadas de acceso, de factura sencilla y elevada sobre cuatro escalones de
mármol hechos con lápidas funerarias reutilizadas; en la parte superior de este
muro, se abren sendas ventanas que permiten el paso de luz al templo, mientras
que sobre el tejado, hay una buhardilla con un vano rectangular, quedando
rematada por un frontón triangular sobre pilastras. En cuanto al muro derecho
del compás, aquí se halla la portería interior, lugar en el que se ubica el
torno de las monjas. Atravesándola, se llega al claustro.
Éste, en torno al
cual están las dependencias principales de la comunidad (refectorio, locutorio,
sacristía interior, sala capitular, cocina...), es de planta rectangular y
presenta galerías en los cuatro frentes. Las de la planta baja se forman con
columnas de mármol con capiteles en los que alternan caulículos118 con hojas de acanto, y con cimacios que
sustentan arcos de medio punto enmarcados por alfices. En la parte superior, el
esquema que se sigue es el mismo que en la planta baja, si bien cuenta con una
balaustrada de mármol, además de destacar las columnas de las esquinas, que se
hallan unidas y talladas de manera que forman una sola pieza. Las vigas
principales de la techumbre de las galerías están policromadas en las caras
laterales con motivos de candelieri123. El suelo y la fuente central del claustro son de
realización moderna, si bien para ello se han reutilizado azulejos del siglo
XVII. En cuanto a los muros, éstos se hallan encalados y recubiertos en parte
por zócalos de azulejos de distintas épocas y, por tanto, diferentes estilos,
algunos de ellos presentando motivos vegetales, habiendo empleado colores
ocres, verdes y azules sobre fondo blanco, y quedando enmarcados por una
composición con forma de rombos con plinto de modillones y crestería125 superior de cornucopias126 y flores. Las puertas que se abren a las
galerías se enmarcan con yeserías de motivos góticos y renacentistas.
Del locutorio, de
planta rectangular y dividido en dos por una reja, destaca su artesonado de
madera, ornamentado con escudos, grutescos, flora y fauna fantástica sobre
fondo rojo, el cual data de la época fundacional del convento; también son
dignos de mención dos lienzos del siglo XVII, uno, de San José con el Niño, y
otro, de San Pedro.
El refectorio, de
planta cuadrada, queda presidido por un zócalo de azulejos que rodea su
perímetro con representaciones carmelitas del siglo XVII, misma centuria de la
que datan algunas pinturas que cuelgan en sus muros, como un San Francisco de
Paula, la Sagrada Familia o un Milagro de Santa Teresa. La cubrición se realiza
mediante una techumbre plana con vigas de madera que apoyan sobre ménsulas.
Contigua al
refectorio, se halla la cocina, de planta cuadrada y cruzada por cuatro arcos
de medio punto que parten en ángulo recto desde los muros, juntándose en el
centro sobre una columna de mármol. Según algunos autores, antaño, pudo ser el
acceso al palacio original, así como al convento del siglo XVI, si bien las
reformas llevadas a cabo más adelante, quizás en el siglo XVIII, lo adaptaron a
esta otra función.
Seguida del
refectorio, hay una doble crujía de celdas que cierra el jardín y la zona
trasera de granja. En este pasillo, se puede contemplar un buen número de obras
de gran interés artístico, como un retablo barroco de la Virgen del Carmen
–llamada Virgen de la Pera– o una talla de San José con el Niño que podría
haber salido del taller de Pedro Roldán, además de varios grabados y
cornucopias tardobarrocas, y lienzos como los del Nazareno (finales del siglo
XVI), los profetas Elías y Eliseo (principios del XVII) y la Virgen de
Guadalupe (segunda mitad del XVII), de Andrés Mendoza.
También en la
planta baja, se halla la conocida con el nombre de Sala del Relicario, u
Oratorio, una pequeña dependencia presidida por un altar de la primera mitad
del siglo XVII decorado con pináculos127 y frontones que acoge una bella tabla de la
Piedad, cercana al estilo de Luis de Morales y flanqueada por sendas pinturas
de San Juan y de la Magdalena. El retablo queda recargado con un buen número de
reliquias, calaveras y pequeños huesos de distinta procedencia.
Una escalera une
los dos pisos. Construida en el año 1951, sustituye a la original del siglo
XVI, ésta de estrechas dimensiones, pero aún conservada. Esta zona de paso la
preside un cuadro de la Virgen de Guadalupe, datado en 1721 y firmado por el
pintor de origen mejicano Antonio de Torre, así como un retrato del padre
Jerónimo Gracián, primer Provincial de la Orden, obra de Cristóbal Gómez de
1583.
En primer lugar,
en la planta alta, accederemos al llamado Paso Dorado, una galería que comunica
las dependencias de esta zona con las del claustro principal y que recibe este
nombre por su artesonado, adintelado y con piñas de mocárabes.
A la derecha de la
puerta de la escalera, se halla el salón de la Recreación Alta, de planta
rectangular y con un artesonado de madera con forma ochavada sostenido en las
esquinas sobre cuatro trompas132 con forma de venera. Aquí, se encuentran los
restos de un retablo de finales del siglo XVII muy próximo al estilo de
Bernardo Simón de Pineda y que preside una talla de la Inmaculada del Noviciado
del siglo XVIII.
Frente a la
escalera, está la puerta del oratorio conocido como Celda de la Santa Madre,
nombre dado por la escultura sedente de Santa Teresa que en él se halla. Se
trata de una dependencia de planta rectangular que se cubre por medio de una
techumbre plana de vigas de madera en cuyo extremo hay un arco rebajado que
conforma una especie de presbiterio; en él, sobre una mesa de altar, hay un
retablo-relicario que se estructura en cuatro calles por pilastras y en cuyo
interior presenta una serie de huecos para albergar las reliquias, mientras que
en el ático tenemos una pintura del Ecce Homo, copia de Murillo. Además, en
esta habitación tenemos varias piezas más de diferente importancia, como un
Crucificado de marfil, una escultura de la Virgen con el Niño realizada en
barro cocido en 1699 por Luisa Roldán, una imagen de Santa Teresa de alrededor
de 1618 y sentada en un sillón isabelino que fue donado por la duquesa de
Montpensier o un cuadro de la Divina Pastora, obra del siglo XVIII de Alonso
Miguel de Tovar, entre otras.
La biblioteca, a
la izquierda de la escalera, es una dependencia de planta rectangular que se
cubre por un rico artesonado compuesto por ocho paños en los que se han
recreado estrellas de diez puntas que confluyen con una piña de mocárabes en un
paño central. En esta habitación, podemos ver una tabla en la que se ha
representado un retrato de María de San José, primera priora del convento,
siendo una obra datada en el primer tercio del siglo XVII.
Atravesando la
biblioteca, podemos llegar al lavadero, instalado en la tercera planta, en la
azotea del lateral Este.
Para acabar, en
esta planta alta, tenemos el salón, una gran estancia situada en toda la crujía
Noroeste del claustro que, colocada en una hornacina abierta en el muro,
preside una escultura de la Virgen del Carmen del siglo XVII. Su cubierta,
adintelada y de factura moderna, ha conservado los tirantes de madera del
artesonado original. A través de esta habitación, unas pequeñas escaleras
ubicadas en las esquinas nos permiten acceder al coro alto de la iglesia y al
locutorio alto.
De nuevo en la
planta baja y desde el coro bajo del templo, se accede al Oratorio de la Madre
Juana de la Santísima Trinidad, construido entre los años 1624 y 1627 gracias a
las donaciones recibidas por parte de la duquesa de Béjar, que le ha dado
nombre. Este oratorio está compuesto por dos pequeñas capillas: la primera es
de planta rectangular y se cubre con una bóveda, sirviendo de paso para la
capilla principal, ésta de planta cuadrada y cubierta con una cúpula de
yeserías planas ornamentada con motivos de cartones recortados.
El 6 de julio de
2010, con fecha de publicación en el BOJA de 27 de julio del mismo año,
el Convento de San José del Carmen fue inscrito en el
Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz como Bien de Interés
Cultural, con la tipología de Monumento.
Localización: Calle
de Santa Teresa, 5. 41004 Sevilla.
* *
*
Lourdes Morales Farfán es Licenciada en Periodismo por la
Universidad Rey Juan Carlos. ↑
GLOSARIO
- 1 Morisco: Dicho de una persona:
Musulmana, que, terminada la Reconquista, era bautizada y se quedaba en España. ↑
- 2 Tarasca: Figura de sierpe monstruosa,
con una boca muy grande, que en algunas partes se saca durante la procesión del
Corpus. ↑
- 3 Cenobio: Monasterio. ↑
- 4 Privilegio rodado: Privilegio que se expedía con
el signo rodado5. ↑
- 5 Signo rodado: Figura circular dibujada o
pintada al pie del privilegio rodado y que solía llevar en el centro una cruz y
las armas reales, alrededor el nombre del rey y a veces también los de los
confirmantes. ↑
- 6 Presbiterio: Área del altar mayor hasta el
pie de las gradas por donde se sube a él, que regularmente suele estar cercada
con una reja o barandilla. ↑
- 7 Marisma: Terreno bajo y pantanoso que
inundan las aguas del mar. ↑
- 8 Maravedí: Moneda antigua española,
efectiva unas veces y otras imaginaria, que tuvo diferentes valores y
calificativos. ↑
- 9 Collación: Colación. // Territorio o parte
de vecindario que pertenece a cada parroquia en particular. ↑
- 10 Juro: Derecho perpetuo de propiedad.
// Especie de pensión perpetua que se concedía sobre las rentas públicas, ya
por merced graciosa, ya por recompensa de servicios, o bien por vía de réditos
de un capital recibido. ↑
- 11 Mayordomo: Oficial que se nombra en las
congregaciones o cofradías para que atienda a los gastos y al cuidado y
gobierno de las funciones. ↑
- 12 Clavero: Llavero. // Persona que tiene a
su cargo la custodia de las llaves de una plaza, ciudad, iglesia, palacio,
cárcel, arca de caudales, etc., y por lo común el abrir y cerrar con ellas. ↑
- 13 Catastro del Marqués de la Ensenada: Con el nombre de Catastro del Marqués de la Ensenada se conoce un
censo de la población y de la riqueza de Castilla (con excepción de las
provincias vascas, que no pagaban impuestos) realizado con fines fiscales,
entre los años 1749 y 1756, por el ministro de Fernando VI don Zenón de Semovilla
y Bengoechea, Marqués de la Ensenada. ↑
- 14 Fanega: Medida agraria que, según el
marco de Castilla, contiene 576 estadales15 cuadrados y equivale a 64,596 áreas17, pero varía según las regiones. ↑
- 15 Estadal: Medida de longitud que tiene
cuatro varas16, equivalente a 3,334 metros. ↑
- 16 Vara: Medida de longitud que se usaba
en distintas regiones de España con valores diferentes, que oscilaban entre 768
y 912 mm. ↑
- 17 Área: Unidad de superficie
equivalente a 100 metros cuadrados. (Símbolo a). ↑
- 18 Desamortización: Desamortizar: Poner en estado de venta los bienes de manos
muertas, mediante disposiciones legales. Por medio de varias desamortizaciones,
se pusieron a la venta terrenos y otras propiedades de las llamadas “manos
muertas” (la Iglesia y las órdenes eclesiásticas), quienes mediante donaciones
y testamentos habían llegado a tener una extensión de terreno sólo inferior a
las del rey y la aristocracia. Por estas expropiaciones y ventas la Iglesia no
recibió nada a cambio. La Desamortización del ministro Mendizábal, llevada a
cabo en 1836, fue una de las mayores y obtuvo unos resultados muy alejados de
lo que se deseaba: la creación de una clase media en España. Sin embargo, sí
fue de gran importancia en la historia de España, al expropiar gran parte de
las posesiones eclesiásticas sin recibir la Iglesia, como decimos, nada a
cambio. Desgraciadamente, las comisiones municipales encargadas de gestionar
los trámites modificaron los lotes de terreno en venta, agrupándolos en grandes
partidas que alcanzaban unos precios sólo asumibles por la nobleza y la
burguesía adinerada. ↑
- 19 Compás: Territorio o distrito señalado
a un monasterio y casa de religión, en contorno o alrededor de la misma casa y
monasterio. // Atrio o lonja de una iglesia o convento. ↑
- 20 Friso: Parte del entablamento21 en los órdenes clásicos que media entre el
arquitrabe22 y la cornisa24, en ocasiones ornamentado de triglifos25, metopas31 u otros elementos. ↑
- 21 Entablamento: Conjunto de molduras que corona
un edificio o un orden de arquitectura y que ordinariamente se compone de
arquitrabe, friso y cornisa. ↑
- 22 Arquitrabe: Parte inferior del
entablamento, la cual descansa inmediatamente sobre el capitel23 de la columna. ↑
- 23 Capitel: Parte superior de una columna o
de una pilastra, que la corona con forma de moldura y ornamentación, según el
orden arquitectónico a que corresponde. ↑
- 24 Cornisa: Parte superior del entablamento
de un pedestal, edificio o habitación. ↑
- 25 Triglifo: Adorno del friso dórico26 que tiene forma de rectángulo saliente y está
surcado por dos glifos30 centrales y medio glifo a cada lado. ↑
- 26 Orden dórico: Orden que tiene la columna de
ocho módulos27 o diámetros a lo más de altura, el capitel
sencillo y el friso adornado con metopas y triglifos. ↑
- 27 Módulo: Medida que se usa para las
proporciones de los cuerpos arquitectónicos. En la antigua Roma, era el
semidiámetro del fuste28 en su parte inferior. ↑
- 28 Fuste: Parte de la columna que media
entre el capitel y la basa29. ↑
- 29 Basa: Asiento sobre el que se pone la
columna o la estatua. ↑
- 30 Glifo: Canal vertical poco profundo
que decora el frente de los triglifos en los órdenes clásicos. ↑
- 31 Metopa: En el friso dórico, espacio que
media entre triglifo y triglifo. ↑
- 32 Planta de cajón o de sala: Aquella en la que el templo presenta una sola nave y carece de
columnas y/o pilares que dividan el espacio. ↑
- 33 Artesonado: Techo, armadura o bóveda con
artesones34 de madera, piedra u otros materiales y con
forma de artesa35 invertida. ↑
- 34 Artesón: Elemento constructivo
poligonal, cóncavo, moldurado y con adornos, que dispuesto en serie constituye
el artesonado. ↑
- 35 Artesa: Cajón cuadrilongo, por lo común
de madera, que por sus cuatro lados va angostando hacia el fondo y sirve para
amasar el pan y para otros usos. ↑
- 36 Refectorio: En las comunidades y en algunos
colegios, habitación destinada para juntarse a comer. ↑
- 37 Arco toral: Cada uno de los cuatro en que
estriba la media naranja de un edificio. ↑
- 38 Pechina: Cada uno de los cuatro
triángulos curvilíneos que forman el anillo de la cúpula con los arcos torales
sobre los que estriba. ↑
- 39 Frontón: Remate triangular o curvo de
una fachada, un pórtico, una puerta o una ventana. ↑
- 40 Lado del Evangelio y Lado de la Epístola: En una Iglesia, se llama lado del Evangelio al situado en la parte
izquierda desde el punto de vista de los fieles, mirando éstos hacia el altar,
mientras que el de la Epístola es el de la parte derecha. Toman este nombre de
los lados del presbiterio desde donde se lee el Evangelio y la Epístola durante
la misa. ↑
- 41 Arcosolio: Arco que alberga un sepulcro
abierto en la pared. ↑
- 42 Rococó: Dicho de un estilo artístico:
Barroco43 surgido en Francia en el siglo XVIII y
caracterizado por una ornamentación abundante y refinada. ↑
- 43 Barroco: Dicho de un estilo
arquitectónico o de las artes plásticas: Que se desarrolló en Europa e
Iberoamérica durante los siglos XVII y XVIII, opuesto al clasicismo44 y caracterizado por la complejidad y el
dinamismo de las formas, la riqueza de la ornamentación y el efectismo. ↑
- 44 Clasicismo: Estilo artístico o literario
conforme a los ideales de la Antigüedad grecorromana. ↑
- 45 Neoclasicismo: Movimiento literario y artístico
dominante en Europa desde finales del siglo XVII y a lo largo del siglo XVIII,
que aspira a restaurar el gusto y las normas del clasicismo grecorromano. ↑
- 46 Grutesco: Dicho de un adorno: De bichos,
sabandijas, quimeras y follajes. ↑
- 47 Almohadilla: Parte del sillar48 que sobresale de la obra, con las aristas
achaflanadas o redondeadas. ↑
- 48 Sillar: Piedra labrada, por lo común en
forma de paralelepípedo49 rectángulo, que forma parte de un muro de
sillería51. ↑
- 49 Paralelepípedo: Sólido
limitado por seis paralelogramos50, cuyas caras opuestas son iguales y paralelas. ↑
- 50 Paralelogramo: Cuadrilátero cuyos lados
opuestos son paralelos entre sí. ↑
- 51 Sillería: Fábrica hecha de sillares
asentados unos sobre otros y en hileras. ↑
- 52 Vano: En una estructura de
construcción, distancia libre entre dos soportes y, en un puente, espacio libre
entre dos pilas o entre dos estribos consecutivos. ↑
- 53 Alarife: Arquitecto o maestro de obras.
// Albañil. ↑
- 54 Mudéjar: Dicho de un estilo
arquitectónico: Que floreció en España desde el siglo XIII hasta el XVI,
caracterizado por la conservación de elementos del arte cristiano y el empleo
de la ornamentación árabe. ↑
- 55 Arco carpanel: Arco que consta de varias
porciones de circunferencia tangentes entre sí y trazadas desde distintos
centros. ↑
- 56 Arco de medio punto: Arco que consta de una semicircunferencia. ↑
- 57 Orden toscano: Orden que se distingue por ser
más sólido y sencillo que el dórico. ↑
- 58 Cimacio: Elemento suelto que va sobre el
capitel y sirve para aumentar el plano superior de apoyo. ↑
- 59 Ménsula: Elemento perfilado con diversas
molduras, que sobresale de un plano vertical y sirve para recibir o sostener
algo. ↑
- 60 Gallonado: Motivo de ornamentación que
decora los boceles61 de algunos órdenes de arquitectura. // Cada
uno de los segmentos cóncavos de ciertas bóvedas, rematados en redondo por su
extremidad más ancha. ↑
- 61 Bocel: Moldura convexa lisa, de
sección semicircular y a veces elíptica. ↑
- 62 Manierismo: Estilo artístico y literario
del Renacimiento tardío, caracterizado por su refinamiento y artificiosidad. ↑
- 63 Óculo: Ventana pequeña redonda u
ovalada. ↑
- 64 Crujía: Espacio comprendido entre dos
muros de carga. ↑
- 65 Bóveda de cañón: Bóveda de
superficie generalmente semicilíndrica que cubre el espacio comprendido entre
dos muros paralelos. ↑
- 66 Agua: Vertiente de un tejado. ↑
- 67 Dovela: Piedra labrada en forma de
cuña, para formar arcos o bóvedas, el borde del suelo del alfarje, etc. ↑
- 68 Bóveda de arista o por arista: Bóveda de aljibe. // Bóveda cuyos dos cañones semicilíndricos se
cortan el uno al otro. ↑
- 69 Enjuta: Albanega. // Espacio triangular
comprendido entre la rosca70 de un arco y el alfiz71. ↑
- 70 Rosca: Faja de material que, sola o
con otras concéntricas, forma un arco o bóveda. ↑
- 71 Alfiz: Recuadro del arco árabe, que
envuelve las albanegas y arranca bien desde las impostas72, bien desde el suelo. ↑
- 72 Imposta: Hilada de sillares algo
voladiza, a veces con moldura, sobre la cual va sentado un arco. ↑
- 73 Clave: Piedra central y más elevada
con que se cierra el arco o la bóveda. ↑
- 74 Bula: Documento pontificio relativo a
materia de fe o de interés general, concesión de gracias o privilegios o
asuntos judiciales o administrativos, expedido por la Cancillería Apostólica y
autorizado por el sello de su nombre u otro parecido estampado con tinta roja. ↑
- 75 Arco fajón: Arco de refuerzo de una bóveda. ↑
- 76 Luneto: Bovedilla en forma de media
luna abierta en la bóveda principal para dar luz a esta. ↑
- 77 Estípite: Pilastra en forma de pirámide
truncada78 invertida, con un elemento figurativo en la
parte superior. ↑
- 78 Pirámide truncada: Parte de la pirámide
comprendida entre la base y otro plano que corta a todas las aristas laterales. ↑
- 79 Rocalla: Decoración disimétrica
inspirada en el arte chino, que imita contornos de piedras y de conchas y
caracteriza una modalidad del estilo dominante en el reinado de Luis XV de
Francia en la arquitectura, la cerámica y el moblaje. ↑
- 80 Manifestador: Dosel o templete donde se
expone el Santísimo Sacramento a la adoración de los fieles. ↑
- 81 Fanal: Campana transparente, por lo
común de cristal, que sirve para que el aire no apague la luz puesta dentro de
ella o para atenuar y matizar el resplandor. // Campana de cristal cerrada por
arriba, que sirve para resguardar del polvo lo que se cubre con ella. ↑
- 82 Arco rebajado: Arco cuya altura es menor que
la mitad de su luz83. ↑
- 83 Luz: Distancia horizontal entre los
apoyos de un arco, viga, etc. ↑
- 84 Renacimiento: Movimiento artístico europeo,
que comienza a mediados del siglo XV, caracterizado por un vivo entusiasmo por
el estudio de la Antigüedad clásica griega y latina. ↑
- 85 Locutorio: Habitación o departamento de
los conventos de clausura y de las cárceles, por lo común dividido por una
reja, en el que los visitantes pueden hablar con las monjas o con los presos. ↑
- 86 Imaginería: Talla o pintura de imágenes
sagradas. ↑
- 87 Cíngulo: Cordón o cinta de seda o de
lino, con una borla88 en cada extremo, que sirve para ceñirse el
sacerdote el alba89. ↑
- 88 Borla: Conjunto de hebras, hilos o
cordoncillos que, sujetos y reunidos por su mitad o por uno de sus cabos en una
especie de botón y sueltos por el otro o por ambos, penden en forma de cilindro
o se esparcen en forma de media bola. También se hacen de filamentos de pluma
para aplicar los polvos que se usan como cosmético. ↑
- 89 Alba: Vestidura o túnica de lienzo
blanco que los sacerdotes, diáconos y subdiáconos se ponen sobre el hábito y el
amito para celebrar los oficios. ↑
- 90 Venera: Concha de la vieira,
semicircular, formada por una valva plana y otra muy convexa, de diez a doce
centímetros de diámetro, rojizas por fuera y blancas por dentro, con dos
orejuelas laterales y catorce estrías radiales a modo de costillas gruesas. ↑
- 91 Facistol: Atril grande en que se ponen el
libro o libros para cantar en la iglesia y que, en el caso del que sirve para
el coro, suele tener cuatro caras que permiten colocar varios volúmenes. ↑
- 92 Peraltar: Levantar la curva de un arco,
bóveda o armadura más de lo que corresponde al semicírculo. ↑
- 93 Filacteria: Cinta con inscripciones que
aparece en pinturas, tapices, esculturas, escudos de armas, etc. ↑
- 94 Asistente: Funcionario público que en
ciertas villas y ciudades españolas, como Marchena, Santiago y Sevilla, tenía
las mismas atribuciones que el corregidor en otras partes. ↑
- 95 Macolla: Conjunto de vástagos, flores o
espigas que nacen de un mismo pie. ↑
- 96 Mocárabe: Labor formada por la
combinación geométrica de prismas acoplados, cuyo extremo inferior se corta en
forma de superficie cóncava, que se usa como adorno de bóvedas, cornisas, etc. ↑
- 97 Columna salomónica: Columna
que tiene el fuste contorneado en espiral. ↑
- 98 Espira: Parte de la basa de la columna,
que está encima del plinto99. ↑
- 99 Plinto: Parte cuadrada inferior de la
basa de una columna. ↑
- 100 Pámpano: Sarmiento verde, tierno y
delgado, o pimpollo de la vid. ↑
- 101 Baldaquino: Especie de dosel o palio hecho
de tela de seda o damasco. // Pabellón que cubre el altar. ↑
- 102 Camarín: En un templo, capilla pequeña,
generalmente exenta, donde se rinde culto a una imagen muy venerada. ↑
- 103 Tenante: Cada una de las figuras de
ángeles u hombres que sostienen el escudo. ↑
- 104 Veinticuatro: En algunas ciudades de
Andalucía, según el antiguo régimen municipal, regidor de ayuntamiento. ↑
- 105 Casetón: Artesón. // Elemento
constructivo poligonal, cóncavo, moldurado y con adornos, que dispuesto en
serie constituye el artesonado. ↑
- 106 Bargueño: Mueble de madera con muchos
cajones pequeños y gavetas, adornado con labores de talla o de taracea, en
parte dorados y en parte de colores vivos, al estilo de los que se construían
en Bargas. ↑
- 107 Relicario: Lugar donde están guardadas las
reliquias108. ↑
- 108 Reliquia: Parte del cuerpo de un santo.
// Aquello que, por haber tocado el cuerpo de un santo, es digno de veneración. ↑
- 109 Almagra: Almagre. // Óxido rojo de
hierro, más o menos arcilloso, abundante en la naturaleza, y que suele
emplearse en la pintura. // Dicho de un color: Semejante al del almagre. ↑
- 110 Roleo: Voluta111 de capitel. ↑
- 111 Voluta: Figura en forma de espiral. ↑
- 112 Cielo raso: En el interior de los
edificios, techo de superficie plana y lisa. ↑
- 113 Tejaroz: Alero del tejado. // Tejadillo
construido sobre una puerta o ventana. ↑
- 114 Tornapuntas: Madero ensamblado en uno
horizontal para servir de apoyo a otro vertical o inclinado. ↑
- 115 Tarja: Tarjeta. // Adorno plano y
oblongo sobrepuesto a un elemento arquitectónico, que por lo común lleva
inscripciones, empresas o emblemas. // Cartela. // Pedazo de cartón, madera u
otra materia, a modo de tarjeta, destinado para poner o escribir en él algo. ↑
- 116 Báculo: Palo o cayado que se usa para
sostenerse. ↑
- 117 Penca: Hoja, o tallo en forma de hoja,
craso o carnoso, de algunas plantas, como el nopal y la pita. // Nervio
principal y pecíolo de las hojas de ciertas plantas, como la acelga, el cardo,
la lechuga, etc. ↑
- 118 Caulículo: Cada uno de los vástagos o
tallos que nacen del interior de las hojas de acanto119 del capitel corintio120 y se vuelven en espiral bajo el ábaco122. ↑
- 119 Acanto: Planta de la familia de las
acantáceas, perenne, herbácea, con hojas anuales, largas, rizadas y espinosas.
// Ornato hecho a imitación de las hojas del acanto, característico del capitel
del orden corintio. ↑
- 120 Orden corintio: Orden que tiene la columna de
unos diez módulos o diámetros de altura, el capitel adornado con hojas de
acanto y caulículos, y la cornisa con modillones121. ↑
- 121 Modillón: Miembro voladizo sobre el que
se asienta una cornisa o alero, o los extremos de un dintel. ↑
- 122 Ábaco: Conjunto de molduras,
generalmente en forma de dado, que corona el capitel y tiene la función de recibir
directamente la carga del arquitrabe. ↑
- 123 Candelieri: Tipo de ornamentación surgido
en Italia durante el Renacimiento que recuerda el arte antiguo y que se da
tanto en pinturas como en relieves escultóricos de obras arquitectónicas. Es
una decoración vegetal en la que se nos muestran hojas de acanto, cintas, etc.
y que se da principalmente dentro de las pilastras y columnas, aunque también
podemos verlo en retablos dentro de capillas de iglesias y catedrales. En la
Península Ibérica, este tipo de ornato se prolongó durante los estilos
plateresco124 y barroco, conociéndose también como
“zarcillo de acanto”. Si bien el diseño es un tanto libre por parte del autor,
es usual verlo realizado en plafones rectangulares, con un centro hecho con una
copa o candelabro y con una decoración simétrica a los laterales. ↑
- 124 Plateresco: Dicho de un estilo
arquitectónico: Que se desarrolló en España en el siglo XVI y que se
caracteriza por una ornamentación que recuerda las filigranas de los plateros. ↑
- 125 Crestería: Línea continua de ornamentos
que coronan una fachada, tejado, sillería de coro o altar. ↑
-126 Cornucopia: Vaso en forma de cuerno que
representa la abundancia. ↑
- 127 Pináculo: Parte superior y más alta de un
edificio o templo. // Remate piramidal o cónico que en la arquitectura gótica128 cumple una doble función, estética y
estructural. ↑
- 128 Gótico: Dicho del arte: Desarrollado en
Europa desde finales del siglo XII hasta el Renacimiento y caracterizado, en
arquitectura, por el arco apuntado129, la bóveda de crucería130 y los pináculos. ↑
-129 Arco apuntado: Arco que consta de dos centros
situados en la línea de arranque. ↑
- 130 Crucería: Conjunto de nervios131 que refuerzan y ornamentan las intersecciones
de las bóvedas, típico del estilo gótico. ↑
- 131 Nervio: Arco que, cruzándose con otro u
otros, sirve para formar la bóveda de crucería. Es elemento característico del
estilo gótico. ↑
- 132 Trompa: Bóveda fuera del paramento de
un muro. ↑
DATOS
DE INTERES
HORARIOS
DE APERTURA/VISITA:
LOCALIZACIÓN
Y COMUNICACIONES:
CARRETERAS:
Autopistas:
- A-4, que la conecta con Córdoba y Madrid
- A-49, con Huelva y Portugal
- A-66, con Extremadura
- A-92 con Málaga
FERROCARRIL:
- Estación de Santa Justa
RENFE, Telf: 902 240 202
http://www.Renfe.es
AEROPUERTO: - Aeropuerto de San Pablo
PUERTO: - Por Sevilla pasa el Guadalquivir, el único río navegable de España,
por lo que es posible llegar a la ciudad desde el Océano Atlántico.
BIBLIOGRAFIA
Y ENLACES EXTERNOS:
- José María de Mena: “Historia de Sevilla”;
Plaza&Janés Editories, S.A.; ISBN: 84-01-37200-3; Depósito Legal:
B.37.692-1987.
- Manuel Jesús Roldán: “Conventos de Sevilla”;
Editorial Almuzara; ISBN: 978-84-15338-28-4; Depósito Legal: J-1798-2011.
- Manuel Jesús Roldán: “Historia de Sevilla”;
Editorial Almuzara; ISBN: 978-84-16100-18-7; Depósito Legal: CO-690-2014.
- Rafael Sánchez Mantero: “Historia Breve de Sevilla”;
Silex Ediciones; ISBN: 84-7737-038-9; Depósito Legal: M-26207-2000.
- Web oficial del Real Monasterio de San Clemente
de Sevilla
- Web oficial Jesuitas - Provincia de
España
- Siempre Adelante – Archidiócesis de Sevilla
- Guía Digital del Patrimonio Cultural
de Andalucía - Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico
- Web oficial del Ayuntamiento de
Sevilla
-
Plan General de Ordenación Urbana de Sevilla
https://unaventanadesdemadrid.com/otras-comunidades/sevilla-ix.html
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