EL OFICIO DE DIFUNTOS EN LA EDAD MEDIA. LA
LITURGIA FUNERARIA EN DOS CÓDICES MONÁSTICOS DEL ARCHIVO GENERAL DE NAVARRA
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Uno
de los aspectos de la historia e historiografía de la muerte que menos eco ha
tenido en este ámbito de investigación es la liturgia funeraria durante la Edad
Media. Por ello, este artículo propone el estudio de la estructura y
composición del modelo canónico del Oficio de difuntos, a partir de dos códices
de procedencia navarra, con el objeto de comprender la cobertura eclesiástica
desplegada durante y después de los funerales. De esta forma, podremos
acercarnos a la parte canónica del ritual de acompañamiento a los muertos, en
la que la comunidad cristiana de los vivos evocaba, a través de las oraciones,
el más importante de sus dogmas: la esperanza de la resurrección.
Desde época muy temprana, la Iglesia
se preocupó por establecer una cobertura ceremonial respecto al momento de la
muerte.1 De hecho, con anterioridad al deceso y a la intervención específica de
la memoria funeraria de patronaje litúrgico, se fueron formalizando un conjunto
de ritos que trascendieron la dimensión familiar y doméstica.2 Los vivos, de
esta forma, se volcaban en sus muertos, continuando diferentes costumbres,
tanto paganas —asimiladas ya desde los primeros tiempos del cristianismo— como
otras surgidas de la propia doctrina de la iglesia, que fueron evolucionando a
lo largo de las centurias y se integraron en la ortodoxia oficial.3 Así, los
difuntos pasaron a ser el centro de atención de las actitudes y gestos de la
comunidad de vivos ante esta realidad trascendental.4
Hasta la fecha, y dentro del panorama
historiográfico de la historia de la muerte, resulta escasa la atención que se
ha prestado a una fuente litúrgica concreta de gran valor, como es el Oficio de difuntos.5 No obstante,
existen estudios significativos sobre el ordo defunctorum, esto es el ritual
completo de acompañamiento al difunto en los momentos anteriores y posteriores
al deceso, así como su proceso evolutivo a lo largo del medievo. Destacan los
trabajos, por ejemplo, de M. Righetti. D. Sicard o F. S. Paxton, que han puesto
de relieve la gestación del ritual y de la liturgia eclesiástica en torno a los
muertos. Incluso, este último autor ha realizado una edición crítica de un
texto De obitu fratris, et sepultura del Ordo Cluniacensis (finales
del s. XI).6
Si bien el ritual funerario presenta
una unidad protocolaria e ideológica de atención, cuidado y protección
secuencial del enfermo, agonizante y fallecido con actuaciones y oraciones, el
oficio de difuntos representa el conjunto de plegarias que pasaron a rezar las
comunidades religiosas en memoria de sus difuntos durante determinados momentos
del año.7 De modo que, independientemente de si hubiera habido o no un
fallecimiento, se conformó un corpus de preces orientado a rogar por los
muertos, que sería incorporado, a partir del siglo VII a la liturgia canónica.8
El Archivo Real y General de Navarra,
situado en Pamplona, alberga una sección de Códices y Cartularios, cuyos
volúmenes proceden de los diferentes archivos monásticos navarros
desamortizados a raíz de las leyes de 1835 del ministro de Hacienda Juan
Álvarez Mendizábal. Los fondos eclesiásticos son muy desiguales y variados, si
bien mantienen cierta homogeneidad ya que se corresponden, mayoritariamente,
con los lotes archivísticos de los monasterios de tradición benedictina y
cisterciense de San Salvador de Leire, Santa María de Irache, Santa María de la
Oliva, Santa María de Fitero, Santa María de Iranzu, San Salvador de Urdax y
Santa María de la Caridad de Tulebras, y a una parte de la colección de Santa
María de Roncesvalles.
Dentro de ese legado documental y
codicológico, cabe subrayar el conjunto de volúmenes litúrgicos y bíblicos,
compuesto por leccionarios, misales, calendarios litúrgicos y libros de
oraciones.9 En el marco de este estudio, destacan dos manuscritos litúrgicos,
los números 9 y 10, en cuyos folios finales figura —aunque incompleto—, el officium
defunctorum, seguido y recitado en una comunidad de monjes,
probablemente benedictinos.10 El texto, sin lugar a dudas, ilustra la cobertura
desplegada para la atención espiritual, primero del moribundo y después del
difunto, tanto intra claustro como para la asistencia de cualquier fiel.
El compendio de oraciones y plegarias
escritas, transmitidas al calor de estas instituciones regulares, estaban
concebidas para ser recitadas por los miembros de las comunidades religiosas.
Debe recordarse que, a partir del siglo VIII, la oración por los difuntos entró
a formar parte del oficio monástico o la disciplina de las Horas. De igual
manera, el Oficio de difuntos reglamentado y compuesto por diferentes
oraciones, salmos y textos bíblicos, recitado regularmente en las
congregaciones, pasó a difundirse, a lo largo del siglo IX, por todos los
cenobios benedictinos del Occidente Europeo.11
Las preces ante Dios —como ya advirtió
San Agustín—12 ofrecían, en síntesis, los puntos de apoyo para la esperanza
cristiana en el más allá y manifestaban el valor de la fe ante la caducidad de
la vida y la fragilidad humana. De manera que esta pieza, el Oficio
de difuntos, inserta en la liturgia de la Iglesia, codificó la plegaria
de los vivos por la salvación de las almas, por lo que su estudio se convierte
en un elemento de gran interés.
En esta ocasión, partiendo del modelo
canónico de Oficio de difuntos, se pretende dar a conocer los corpora textuales
de dos códices bajomedievales de procedencia navarra con la intención de
desentrañar cómo era su estructura y su composición. Además de que se señalarán
también las singularidades propias de los textos que, curiosamente, vienen
acompañados de otras prácticas asociadas a la muerte como la administración de
los últimos sacramentos y la relación de oraciones para la recomendación del
alma.13
La
intercesión por los difuntos: cura animarum
La oración por los muertos fue la raíz
del Oficio de difuntos. Las Sagradas Escrituras revelan el origen y la causa de
la muerte además de su dramatismo, aunque contraponen la esperanza de la
resurrección con la victoria definitiva de Jesucristo, transformando la muerte
en un principio de la vida nueva.
La Iglesia, ya desde la enfermedad y,
sobre todo, momentos antes de la muerte, salía al encuentro del hombre con los
sacramentos preparatorios, como así revelan los rituales funerarios.14 La
piedad con los difuntos se convertía en algo más que una mera atención
caritativa en el momento de la agonía y el deceso. De este modo, y dentro de un
contexto religioso, la asistencia desplegada ante los fallecidos se encauzó a
través de las oraciones que recitaban los vivos en tres momentos.15 El primero
de ellos, tenía lugar en la casa o comunidad religiosa, durante y después de la
administración de los sacramentos preparatorios;16 el segundo, quedaba
formalizado en el templo, a través de las celebraciones eucarísticas;17 y el
tercero, en la sepultura en el momento del sepelio.18
El consuelo y dolor de los vivos,
expresión temporal de una realidad divina como era la Comunión de los Santos
quedaban satisfechos a través de esta relación con los muertos, quienes a su
vez desde el más allá se preocupaban de los asuntos terrenos.19 San Agustín de
Hipona, ante las consultas realizadas por el obispo Paulino de Nola, acabó por
escribir De cura pro mortuis gerenda, obra en la que afirmaba esa
relación a dos bandas así como el socorro concreto de los mártires,
intercesores directos ante la justicia divina.20 Los escritos apostólicos y la
tradición eclesiástica y litúrgica de la primitiva Iglesia atestiguan la
oración de los vivos por los muertos, siendo en el siglo IV cuando la oración
por los difuntos aparece en el cuadro litúrgico de la Misa.21 Igualmente se
documenta la práctica de vigilias la noche anterior al enterramiento, durante
las cuales se recitaban lecturas bíblicas y salmos.22
De entre todos los libros de las
Sagradas Escrituras, el Salterio tuvo desde la antigüedad
una importancia especial. La Iglesia y sus primeros Santos Padres consideraron
que las oraciones de este compendio no sólo estaban inspiradas por el Creador,
sino que también tenían un contenido cristológico, ya que eran la expresión más
fiel de la oración del hijo de Dios. Además, los salmos, por la universalidad
de los sentimientos que expresaban, eran aptos para encontrar y acoger
diferentes interpretaciones a la hora de adorar y alabar al Señor.23 Se explica
así la costumbre de estudiar y recitarlos entre las primeras comunidades
cristianas.
La práctica de pronunciar todo el
Salterio durante la vigilia de los muertos fue característica de los
monasterios benedictinos ya desde el siglo VI, a tenor de los testimonios de
Fulda o San Gall. Pero, dado que su lectura completa presentaba inconvenientes,
fue sustituida paulatinamente por las letanías de los santos o los siete salmos
penitenciales que formarían el núcleo de la Commendatio animae,
fórmula litúrgica de sufragio por los difuntos24 y que se rezaba al volver del
cementerio, habitualmente arrodillados en el oratorio:
Postea dicantur. VII.
specialis psalmi a fratribus in oratorio prostratis.25
Requiem eternam dona
eis/ei, Domine. [Et lux perpetua luceat eis].
Pater noster. Et ne nos
[inducas in tentacionem. Sed libera nos a malo].
Non intres in iudicum
cum seruo/seruis tuo/tuis, Domine.
A porta inferi. [Erue,
Domine, animam/animas eius/ eorum/earum]. Domine exaudi oracionem meam. [Et
clamor meus ad te veniat].
Dominus uobiscum. [Et
cum spiritu tuo].
Oratio. Oremus.
Satisffaciat tibi, quesumus, Domine Deus noster, pro animabus fratris/fratrum
nostri/nostrorum [al margen: sororis nostre], beatissime Dei genitricis Marie
et sanctissimi confessoris tui Benedicti et beati Bernardi, omniumque sanctorum
tuorum oratio, et presentis familie humilis supplicatio; et peccatorum omnium
ueniam quam precamur obtineat/obtineant nec eum/eos paciaris cruciari
gehennalibus flammis, quem/quos filii tui Domini nostri Ihesu Christi precioso
sanguine redemisti. Qui tecum et cum Spiritu Sancto uiuit et regnat Deus per
omnia secula seculorum. Amen.
Dominus uobiscum. [Et
cum spiritu tuo]. Requiescat/requiescant
in pace. Amen.
El conjunto de lecturas y salmos que
se recitaban ante los muertos, en las vigilias previas a la sepultura, durante
los primeros tiempos del cristianismo y, poco después en el ordo romano,
acabaron por formar en los núcleos monásticos, en torno al siglo VIII, el
Oficio de difuntos; un compendio perfectamente estructurado en vísperas,
maitines y laudes.26 Más tarde, y a partir del siglo XI, acabaría
convirtiéndose en la oración oficial de la Iglesia a favor de los difuntos,
siendo recitada como preámbulo de la misa funeral y el sepelio en todos los
ámbitos de la comunidad de fieles cristianos.
La doctrina de la Iglesia preveía, por
tanto, una cobertura litúrgica, divina officia, para el hombre que se
enfrentaba al fin de sus días.27 Así, se encadenó el Oficio de difuntos con los
habituales sacramentos de la confesión, eucaristía —acto salvífico por
excelencia— y unción —inicialmente restringido sólo a los clérigos— con la
finalidad de preparar material y espiritualmente al hombre para su definitivo y
último viaje. De esta forma y en su conjunto, se revivía, a la luz de las
oraciones por los difuntos, la simbología del Hijo de Dios antes y en el
momento de su muerte; una muerte, por otro lado, gloriosa.28
Las
preces de la Iglesia por sus muertos: el oficio de difuntos
El
Oficio de difuntos se cantaba, independientemente del oficio canónico del día,
siempre que se producía un fallecimiento en la comunidad monástica, y junto al
cadáver, es decir, de cuerpo presente. Pero a partir del siglo VIII su
recitación se amplió, igualmente, a la liturgia canónica siendo de obligada
celebración el primer día libre del mes, o bien cada lunes de la semana; además
del dos de noviembre, que era la jornada dedicada a la conmemoración solemne de
todos los fieles difuntos. Su origen puede rastrearse en San Isidoro de
Sevilla, que en su Regula monachorum determinaba cómo el lunes posterior a
Pentecostés debería oficiarse el santo sacrificio pro spiritibus mortuorum,
a semejanza de lo que se venía celebrando desde hacía tiempo en Occidente,
inspirándose en la liturgia oriental que conmemoraba a los muertos el domingo
siguiente a Pentecostés. También en otros establecimientos monásticos se
escogían otras fechas señaladas, como la Epifanía o el aniversario del santo
fundador de una iglesia, por ejemplo.29
Según se desprende de la antigua
liturgia medieval, el Oficio de difuntos, que recogía una serie de oraciones
por el alma de los muertos, estaba comprendido por una serie de salmos y
fragmentos bíblicos, que fueron variando hasta su fijación, ya en la plena Edad
Media.30 Asimismo estas plegarias se organizaban en vísperas, maitines y
laudes; estructura que se encuentra recogida en los dos códices navarros que se
han estudiado. Aunque únicamente aparezca de forma íntegra en el manuscrito K 9,
mientras que en el K 10 faltan algunas de sus secuencias intermedias.
El
rezo de las vísperas
A
continuación, en las líneas siguientes, se pretende desglosar la composición de
las distintas partes que componen esta plegaria a través del manejo conjunto de
sendos textos. El Oficio de difuntos comenzaría, por tanto, por el rezo de las
vísperas —que se recitaban por la tarde, justo antes del anochecer—,
organizadas mediante cinco salmos antifonados31 seguidos por un versículo, el
Magnificat con antífona.32 Asimismo, esta estructura conformada por las
salmodias 114, 119, 120, 129 y 137 se fijó ya, al parecer, según ha constatado
Damien Sicard, a finales del siglo IX o comienzos del siglo X.33
Una parte de los salmos que se
recitaban, y más en concreto: Dilexit quoniam (Ps. 114), Dominus
regit me (Ps. 22), formaban parte también del ordo defunctorum, ya que
se invocaban en el momento en que el alma abandonaba el cuerpo, y tras preparar
el cadáver del fallecido, respectivamente.34 No obstante, cabe destacar que
todas estas oraciones estaban encauzadas a motivar la esperanza ante un Dios
que tendía la mano ante las miserias (Ps. 114), propias de un hombre desvalido
y peregrino (Ps. 119), pero esperanzado (Ps. 120 y 129), pues el Señor se
fijaba en el humilde (Ps. 137) y en el justo (Ps. 137). De ahí también la
alusión al verso del Apoc. 14, 13: Bienaventurados de aquí en adelante los
muertos que mueren en el Señor.
[f. 90v°] Incipit officium defunctorum.35
A[ntiphona] ad v[espera]s s[uper] p[salmos] Placebo Domino in regione
uiuorum.36
P[salmus]. Dilexi, quoniam exaud[iet].37
A[ntiphona]. Heu me quia
incolatus meus prolongatus est.38
P[salmus]. Ad Dominum
cum tribula[uer].39
A[ntiphona]. Dominus
custodit te ab omni malo; custodiat animam tuam Dominus.40
P[salmus]. Leuaui occulos.41
A[ntiphona]. Si
iniquitates obseruaueris, Domine, Domine, quis sustinebit?.42
P[salmus]. De
profundis.43
A[ntiphona]. Opera
manuum tuarum, Domine, ne despicias.44
P[salmus]. Confitebor.45
*Ad Magnificat
antiphona: Audiui uocem de celo dicentem: Beati mortui qui in Domino
moriuntur.46
Magnificat anima.47
Pater noster.
R[esponsum]. Lauda, anima mea Dominum.48
Así como el Kirie:
Dicto:
“Credo in unum” bis uel ter, si adhuc
superuiuerit dicatur letania.49
Kirie eleison.
Christe eleison.
Christe audi nos.
Pater de celis Deus,
miserere ei.
Fili redemptor mundi
Deus, miserere ei.
Spiritus Sancte Deus,
miserere ei.
Sancta Trinitas unus
Deus, miserere ei.
Sacta Maria, ora pro eo.
Sancta Dei genitrix, ora
pro eo.
Sancta Uirgo uirginum,
ora pro eo.
Sancte Michael, ora pro
eo.
Este
ramillete de preces, envueltas por los cinco salmos principales, manifestaba
las expectativas del pueblo de Dios, colocando al hombre en una situación de
inferioridad con respecto a su creador, pero también bajo su eterna
misericordia.50 De ahí que esta salmodia represente con especial intensidad la
visión, por parte de los mortales, del acontecimiento más importante de su
existencia: el fin de sus días terrenos y el paso hacia una nueva vida. Los
testamentos medievales —uno de los testimonios más elocuentes del momento—,51
así lo reflejan y recogen, pues mujeres y hombres de distinta naturaleza
desplegaron sus creencias ante dicha realidad, consignándolas por escrito. De
un lado se sabían de la mano de Dios, pero al mismo tiempo fomentaban todo tipo
de actuaciones para unirse al sacrificio de Cristo, único acto redentor y
camino de salvación. Por ello encargaban oraciones, misas y se volcaban en la
atención con los más necesitados en sus últimas mandas protocolarias.52
Los maitines
Por otro lado, y volviendo al corpus
analizado, la ordenación de estos manuscritos presenta una singularidad, ya que
entre el Magnificat de las vísperas y el Kirie, el último texto que se recoge,
se inserta el Oficio divino de maitines, que es la primera de las horas
canónicas, rezada al amanecer. Esta parte está formada, asimismo, por tres
nocturnos, que son cada una de las partes del oficio, y a su vez se componen de
antífonas, salmos y lecciones.
Los
tres nocturnos, o vigilias, comenzaban directamente, sin invitatorio, siendo
cantados en cada uno de ellos, primero tres salmos antifonados —esto es, salmo
seguido de su correspondiente antífona—, después tres lecciones tomadas del
libro de Job —componiendo un total de nueve— y finalmente, tras cada una de
ellas, era recitado un responsorio, también tomado del mismo libro.53 Al igual
que las vísperas, la ordenación de los salmos y la introducción de los
fragmentos de las lecciones de los nocturnos siguen los modelos de los ordines
romanos, presentes en distintos manuscritos altomedievales (fines s.
IX-comienzos s. x).54
In primo nocturno.55
Antiphona. Dirige, Domine Deus meus in conspectu tuo uiam meam.56
Psalmus. Uerba mea.57
Antiphona. Conuertere, Domine, et eripe animam meam quoniam non est in
morte qui memor sit tui.58
Psalmus. Domine, ne in furore tuo.59
Antiphona. Nequando rapiat ut leo animam meam, dum non est qui redimat
neque qui saluum faciat.60
Psalmus. Domine Deus meus.61
Versus. Anima mea turbata est ualde, [sed tu, Domine, succurre ei].
Lectio prima. [f. 142rº]
Parce mihi, Domine, nichil enim
sunt dies mei. Quid
est homo quia magnificas eum, aut quid apponis erga eum cor tuum? Uisitas eum
diluculo, et subito probas illum, usque quo non parcis mihi. nec dimittis me ut
gluciam saliuam meam? Peccaui. Quid faciam tibi, o custos hominum?
Quare posuisti me contrarium tibi, et factus sum mihi metipsi grauis? Cur non
tollis peccatum meum, et quare non aufers iniquitatem mea? Ecce nunc in puluere
dormiam. et si mane me quesieris non subsistam.62
Responsum. Credo quod redemptor
meus uiuit et in nouissimo die de terra surrecturus sum et in carne mea uidebo
Deum saluatorem meum, versus Quem uisurus sum ego ipse et non alius et occuli
mei conspecturi [sunt] Et in car[ne...].
Lectio secunda
Tedet animam meam uite mee,
dimittam aduersum me eloquium meum. Loquar in amaritudine anime mee, dicam Deo:
Noli me condempnare. Indica mihi, cur me iudices. Numquid bonum tibi uidetur,
si calumpnieris et opprimas me, opus manuum tuarum, et consilium impiorum
adiuues? Numquid occuli carnei tibi sunt, aut sicut uidet homo et tu uides?
Numquid sicut dies hominis dies tui, et animi tui sicut humana sunt tempora, ut
queras iniquitatem meam et peccatum meum scruteris, et scias [f. 142vº] quia
nichil impium fecerim cum sit nemo qui de manu tua possit eruere?.63
Responsum. Qui Lazarum resuscitasti a monumento fetidum, tu eis, Domine
dona requiem Et locum indulgentie. Versus Requiem eternam dona eis Domine, et
locum. [...]
Lectio tercia.
Manus tue fecerunt me et
plasmauerunt me totum in circuitu. et sic repente precipias me? Memento, queso,
quod sicut lutum feceris me, et in puluerem reduces me. Nonne sicut lac
mulsisti me. et sicut caseum me coagulasti? Pelle et carnibus uestisti me,
ossibus et neruis compegisti me. Uitam et misericordiam tribuisti michi, et
uisitacio tua custodiuit spiritum meum.64
Responsum. Memento mei, Deus, quia uentus est uita mea. Nec aspiciet me uisus
hominis. Versus. Et non reuertetur occulus meus ut uideat bona Nec aspici[et]. I
n II nocturno.
A[ntiphona]. In loco Paschue ibi me collocauit.65
Psalmus. Dominus regit me.
66 A[ntiphona]. Delicta iuuentutis me et ignorancias meas ne memineris,
Domine.67
Psalmus. Ad te, Domine leua[ui].68
Antiphona. Credo uidere bona Domini in terra uiuentium.69
Psalmus. Dominus illuminatio.70
Versus. Conuertere, Domine, et eripe animam meam.71
Lectio Quarta
Responde mihi. Quantas habeo iniquitates et peccata; scelera mea et
delicta ostende mihi. Cur faciem tuam abscondis; et arbitraris me inimicum
tuum? Contra folium quod uento rapitur ostendis potenciam tuam; et stipulam
siccam prosequeris. Scribis enim [f. 143rº en el margen superior del manuscrito
y con otra letra: benedicite omnia opera Domini Domino] contra me amaritudines;
et consummere me uis peccatis adolescentie mee. Potuisti in neruo pedem meum;
et obseruasti omnes semitas meas et uestigia pedum meorum considerasti. Qui
quasi putredo consumendus sum. et quasi uestimentum quod comeditur a tinea.72
Responsum. Heu mihi, Domine, quia peccaui nimis in uita mea; quid faciam
miser, ubi fugiam, nisi ad te, Deus meus? miserere mei dum ueneris in nouissimo
die. Versus. Anima mea turbata est ualde, sed tu, Domine, sucurre ei. In
nouis[simo].
Lectio quinta
Homo natus de muliere, breui uiuens tempore, repletur multis miseriis.
Qui qui quasi flos egreditur et conteritur et fugit uelut umbra; et nunquam in
eodem statu permanet. Et dignum ducis super huiuscemodi aperire occulos tuos;
et aducere eum tecum in iudicium? Quis potest facere mundum de in mundo
conceptum semine? Nonne tu qui solus es? Breues dies hominis sunt; numerus
mensium eius apud te est. Constituisti terminos eius qui preteriri non
poterunt. Recede paululum ab eo, ut quiescat donec optata ueniat, sicut
mercennarii, dies eius.73
Responsum. Ne recorderis peccata mea, Domine, Dum ueneris iudicare
secundum per ignem. Versus. Non intres in iudicium cum seruis tuis, Domine.
Dum.
Lectio sexta
Quis mihi hoc tribuat ut in inferno protegas me. et abscondas me donec
pertranseat furor tuus; et constituas mihi tempus in quo recorderis mei?
Putasne [f. 143vº] mortuus homo rursum uiuat? Cunctis diebus quibus nunc
milito, expecto donec ueniam inmutacio mea. Uocabis me, et ego respondebo tibi;
operi manuum tuarum porriges dexteram. Tu quidem gressus meos dinumerasti; sed
parce peccatis meis.74
Responsum. Libera me, Domine, de uiis inferni. Qui portas ereas
confregisti et uisitasti infernum et dedisti eis lumen ut uiderent te qui erant
in penis tenebrarum. Versus Clamantes et dicentes: aduenisti, redemptor noster.
Qui portas.
In III nocturno
Antiphona. Complaceat tibi, Domine, ut eruas me, ad adiuuandum me
respice.75
Psalmus. Expectans [exspecatui Dominum].76
Antiphona. Sana, Domine, animam meam quia peccaui tibi.77
Psalmus. Beatus qui intelligit.78
Antiphona. Sitibit anima mea ad Deum uiuum; quando ueniam et apparebo
ante faciem Domini.79
Psalmus. Quemadmodum [desiderat cervus ad fontes].80
Versus. In memoria eterna erit
iustus.81
Lectio Septima
Spiritus meus attenuabitur; dies
mei breuiabuntur; et solum mihi superest sepulcrum. Non peccavi; et in
amaritudinibus moratur occulus meus. Libera me et pone me iuxta te; et cuiusuis
manus pugnet contra me. […]
Dies mei transierunt; cogitaciones [m]ee dissipate sunt, torquentes cor meum. Noctem uerterunt in
diem; et rursum post tenebras spero lucem. Si sustinuero, infernus domus mea
est; et in tenebris straui lectulum meum. Putredini dixi: Pater meus es; mater
mea, et soror mea, uermibus. Ubi
est ergo nunc prestolacio [f. 144rº] mea? et pacientia mea? Tu es, Domine Deus
meus.82
Responsum. Peccante83 me cotidie et non me penitente,84 timor mortis
conturbat me. Quia in inferno nulla est redemptio. Miserere mei, Deus, et salua
me. Versus. Deus, in nomine tuo saluum me fac et in uirtute tua libera me.
Quia.
Lectio octaua
Pelli mee, consumptis carnibus, adhesit os meum; et derelicta sunt
tantummodo labia circa dentes meos.
Miseremini mei, miseremini mei, saltem uos, amici mei; quia manus Domini
tetigit me. Quare persequimini me sicut Deus, et carnibus meis saturamini? Quis
mihi tribuat ut scribantur sermones mei? Quis michi det ut exarentur in libro
stilo ferreo, et plumbi lamina; uel celte sculpantur in silice? Scio enim quod
redemptor meus uiuit, et in nouissimo die de terra surrecturus sum; et rursum
circundabor pelle mea; et in carne mea uidebo Deum, saluatorem meum. Quem
uisurus sum ego ipse; et occuli mei conspecturi sunt; et non alius. Reposita
est hec spes mea in sinu meo.85
Responsum Domine, secundum actum
meum noli me iudicare; nichil dignum in conspectu tuo egi. Ideo deprecor maiestatem tuam ut tu Deus
deleas iniquitates meas. Versus. Amplius laua me, Domine, ab iniusticia mea et
a delicto meo munda me; tibi soli peccaui. Ideo.
Lectio nouena
Uir fortissimus Judas, […] collatione facta [f. 144vº] duodecim milia
dragmas argenti, misit Iherosolimam offerri ea ibi pro peccatis mortuorum,
iuste et religiose de resurreccione cogitans. Nisi enim eos qui ceciderant
resurrecturos speraret, superfluum uideretur et uanum orare pro mortuis. Et quia considerabat, quod hii qui cum
pietate dormicionem acceperant, optimam haberent repositam gratiam. Sancta ergo
et salubris est cogitacio pro defunctis exorare, ut a peccatis soluantur.
Responsum. Libera me, Domine, de morte eterna in die illa tremenda
Quando celi mouendi sunt et terra. Dum ueneris iudicare seculum per ignem.
Versus. Dies illa, dies ire, calamitatis et miserie, dies magna et amara ualde.
Quando ce[li]. Versus. Tremens factus sum ego et timeo, dum discussio uenerit
atque uentura ira. Dum ue[neris]. Versus. Quid ego miserrimus, quid dicam uel
quid faciam, dum nihil boni proferam ante tantum iudicem? Responsum. Libera me,
Domine.86
El noveno responsorio se correspondía
durante el siglo XI, con Ne recorderis peccata mea pero, posteriormente, fue
sustituido por Libera me, Domine que es el que aparece en los manuscritos
estudiados —y está reproducido en el párrafo anterior, como ya se ha visto—. R.
Rutherford señala que este responsorio, comenzado a aplicarse a partir del
siglo XII, está en relación con la acentuación de la solicitud, en las
comunidades monásticas, del perdón divino.87
Los nocturnos, como las vísperas,
alentaban la confianza de aquellas comunidades monásticas medievales que
rezaban, en cierta manera representando las creencias de una buena parte de los
hombres de aquella época. Sus oraciones, sus salmos, volvían sobre la idea de
un Dios todopoderoso que acudía a la llamada de los justos (Ps. 5, 6, 7, 111) a
quienes conducía por el buen camino y protegía (Ps. 22, 24, 26), saciándoles y
preservándolos de todo mal (Ps. 39, 40, 41). Además las plegarias estaban
acompañadas por fragmentos del libro de Job (Job 7, 10, 13, 14 y 17), capítulo
bíblico que contiene el más hondo y desgarrado de los cantos de la humanidad a
la esperanza divina. Su ejemplo gestó un modelo cultural de paciencia,
perseverancia y, finalmente, de clemencia de un Padre que no se olvidaba nunca
de su pueblo.
Laudes
Tras el oficio de maitines se insertó en el
códice la denominada primera víspera, que según D. Sicard, formaba parte de las
plegarias de laudes, a tenor de los salmos elegidos, así como el canto de
Ezequías.88
In I vesperis89
A[ntiphona]. Exultabunt Domino ossa humilitata.90
Psalmus. Miserere mei, Deus.91
Antiphona. Exaudi, Domine, oracionem meam; ad te omnis caro ueniet.92
Psalmus. Te decet.93
Antiphona. Me suscepit dextra tua, Domine.94
Psalmus. Deus, Deus meus.95
Antiphona. Eruisti, Domine, animam meam ne periret.96
Psalmus. Ego dixi. Antiphona.
Omnis spiritus laudet Dominum.97
Psalmus. Laud[ate] Dominum de celis.98
Ad Benedictus. Antifona. Ego sum
resurrectio et uita qui credit in me etiam si mortuus fuerit uiuet, et omnis
qui credit in me, non morietur in eternum. Psalmus. Benedictus Dominus.99 [145 rº.]
Pater noster. [Et ne nos inducas in tentationem. Sed libera nos a malo]
Psalmus. De profundis.100
Requiem eternam [dona ei/eis, Domine. Et lux perpetua luceat ei/eis].
A porta inferi. [Erue, Domine, animam/animas eius/ eorum/earum].
Dominus uobiscum. [Et cum spiritu tuo].
Oremus.
Al
igual que en el resto de las horas canónicas, los laudes trasmiten esperanza a
pesar de la poquedad de un hombre débil por su naturaleza caída (Ps. 50
Miserere), ante un Dios que escucha las plegarias de quien le busca,
tendiéndole su mano (Ps. 64,3 y 62,9). Por ello merece la alabanza de todas las
criaturas (Ps. 148 y 150), pues ha cargado sobre sus espaldas el peso del pecado
(Isaías 38,17).
Otras
plegarias funerarias
El oficio de difuntos, fijó, en última
instancia, una serie de oraciones diversas en favor de diferentes grupos de
difuntos y aplicadas a distintas celebraciones religiosas.
Incipiunt collecte in
anniuersariis defunctorum101
Presta, Domine, quesumus, ut
anime famulorum tuorum quorum anniuersarium depositionis diem conmemoramus;
indulgentiam pariter et requiem
capiant sempiternam. P[er
Dominum…]
La
oración dominical actuaba como remate y conclusión del Oficio, aunque en el
caso del manuscrito K 9 dicha oración ha sido, tal y como se ha comentado
anteriormente, un Credo103 y el Kirie. Mientras que en el códice K 10 la
oración que culminaba el Oficio de difuntos era el rezo de los siete salmos
penitenciales.
Para
finalizar, es necesario señalar que, en ambos casos, fueron agregados —se
interpolaron en el caso del manuscrito K10 o se añadieron al final del ejemplar
K 9— otros textos de carácter litúrgico. En concreto, un breve ordo
defunctorum, que tenía por objeto la preparación previa a la muerte de los
miembros de la comunidad. Dichos añadidos recogían la forma de acompañar al
moribundo y de aplicar los sacramentos en el momento de la agonía (confesión,
unción de enfermos o extremaunción, comunión o eucaristía y recomendación del
alma).104 Asimismo, y sólo en el manuscrito K 10, se incluyen las ceremonias y
oraciones de la comunidad tras el fallecimiento consistentes en la bendición
del cadáver y del sepulcro y en la recitación de plegarias, tanto por el muerto
como por el resto de difuntos, que serían celebradas primero en el cementerio y
posteriormente en el templo.
Reflexiones
finales
El lenguaje de los signos y símbolos de la
Edad Media estaba constituido por un complejo y completo universo de elementos
capaces de recrear y recoger las imágenes, creencias y vivencias también,
lógicamente, en relación a la muerte. La dimensión antropológica y cultural de
aquellas centurias estuvo sostenida principalmente por el teocentrismo. El
mundo se concebía como una imagen de Dios, creador de la realidad articulada
simbólicamente mediante signos materializados en el orden gestual, litúrgico,
ritual y artístico de cualquier plano de la existencia. Dichos signos, además,
lograban no sólo evocar una realidad trascendente, sino acercar el mundo
terrestre y el celeste.
La
sociedad medieval otorgó una gran importancia al conjunto de los ritos
litúrgicos que acompañaban los últimos y postreros momentos del fin de la vida.
El conjunto de intenciones, anhelos y necesidades del hombre quedaban cubiertos
y respaldados por la Iglesia que, constituida en mediadora entre Dios y los
hombres, supo recoger y modelar, a través de los sacramentos y oficios
religiosos, un conjunto de símbolos cercanos y muy representativos para el
despliegue de la liturgia, esto es, el lenguaje divino para con los hombres.
Por tanto, la liturgia, en su acepción de ecclesiastica officia, codificó las
imágenes alegóricas del hombre medieval dando lugar a signos desplegados en el
conjunto de la sociedad. De una manera general, se articuló una gran variedad
tipológica de símbolos, eficaces en tanto que lograban transmitir conocimientos
y programas morales para la vida material y espiritual de la comunidad humana.
Las
experiencias, conocimientos y consideraciones de la muerte que, por ejemplo,
transmiten las plegarias del Oficio de difuntos, se integraban simbólicamente
en un código de representaciones, como el temor de Dios, la necesidad de purgar
el pecado y la fugacidad de la vida. Estas imágenes, propias del paradigma
cultural del aquella etapa histórica, compusieron un entramado de analogías
capaz de propiciar la adecuación de una serie de mensajes religiosos sobre un
variado panorama social. Y, asimismo, se convirtieron en el vehículo idóneo
para expresar todo aquello que conformaba las disquisiciones espirituales y
vivencias religiosas en torno a la muerte.
El
Oficio de difuntos, que acompañaba y daba sentido a la liturgia específicamente
sacramental (unción, comunión, misas) se identificaba, en suma, con la
cobertura litúrgica preparada en la tradición de la Iglesia en forma de
rogativas. Estas preces, asimismo, revelaban la concepción cristiana de la
muerte latente en la sociedad medieval, tanto en forma de propuesta
eclesiástica como de instrumento idóneo que recogía las creencias de la
comunidad de fieles. La difusión de este repertorio a partir del siglo VIII,
con oraciones variadas, e inicialmente inscrito en las comunidades religiosas,
formalizó el dolor ante la muerte y la confianza cristiana por alcanzar la casa
de Dios.105 Y dio lugar a la elaboración de una serie de textos rituales,
muchos de los cuales conforman hoy el legado de la cultura medieval.
NOTAS
1 Paxton, F. S. 1990. Christianizing Death: The Creation
of a Ritual Process in Early Medieval Europe: 3-5, 19-27, 47-91. Ithaca and London:
Cornell University Press. Mattoso, J. 1996. “Os rituais da morte na liturgia
hispânica (séculos iv a ix)”, en J. Mattoso (dir.), O Reino dos mortos na
Idade Média peninsular: 55-74. Lisboa: Edições João Sá da Costa.
2
Baldó Alcoz, J., García de la Borbolla, A. y Pavón Benito, J. 2005.
“Registrar la muerte (1381-1512). Un análisis de testamentos y mandas pías
contenidos en los Protocolos Notariales Navarros”. Hispania, LXV/1: 155-226,
espec. 166-175. Y Baldó Alcoz, J. 2005. Requiem aeternam. Ritos, actitudes y
espacios en torno a la muerte en la Navarra bajomendieval (1234-1512):
204-225. Pamplona: tesis doctoral inédita.
3
Bastos, M. do R. 1996. “Prescrições sinodais sobre o culto dos mortos nos
séculos xiii a xvi”, en J. Mattoso (dir.), O Reino dos mortos na Idade Média
peninsular: 109-124. Lisboa: Edições João Sá da Costa. Guiance, A. 1998. Los
discursos sobre la muerte en la Castilla medieval (siglos VII-XV): 37-48.
Valladolid: Junta de Castilla y León. Consejería de Cultura.
4
Mattoso, J. 1996. “O culto dos mortos no fim do século xi”, en J. Mattoso
(dir.), O Reino dos mortos na Idade Média peninsular: 75-85. Lisboa: Edições
João Sá da Costa. Lauwers, M. 1997. La Mémoire des ancêtres le souci des
morts. Morts, rites et société au Moyen Âge: 88. Paris:
Beauchesne.
5 Ottosen, K. 1993. The Responsories and Versicles of
the Latin Office of the Dead. Aarhus: Aarhus Universitet Press. El
primero de los capítulos analiza un desarrollo histórico del tema “History of
the office of the Dead”: 31-49.
6 Paxton, F. S. 2013. The Death ritual at Cluny in
the Central Middle Ages. Le rituel de la mort à Cluny au Moyen Âge central,
Turnhout: Brepols.
7
Avril, J. 1986. “La paroisse médiévale et la priere pour les morts”, en J.-L.
Lemaitre (coord.), L’Église et la mémoire des morts dans la France médiévale.
Communications présentées à la table Ronde du C.N.R.S. le 14 juin 1982:
53-68. Paris: Études Augustinennes.
8
Ottosen, K. 1993: 31-49.
9
Martinena, J. J. 1997. Guía del Archivo General de Navarra: 351- 352.
Pamplona: Gobierno de Navarra.
10
AGN, Sección Códices y Cartularios, K. Códices litúrgicos y bíblicos, 9.
Libro de oraciones (siglo xiv-xv), f. 141vº-148vº y 10 Libro de oraciones
(siglo xv), f. 90vº-103vº. En adelante, K 9 y K 10.
11
Leclercq, J. 1942. “Un ancien recueil de leçons pour les vigiles des
défunts”. Révue bénédictine 58: 22-24. 12 Hipona, A. de. 1995. “La piedad
con los difuntos”, en T. C. Martín (versión, introducción y notas), Obras
completas de San Agustín. XL. Escritos varios (2º): 415-475. Madrid:
Biblioteca de Autores Cristianos.
13
Queremos expresar nuestro más sincero agradecimiento al Dr. Ildefonso Adeva,
canónigo de la Catedral de Pamplona y profesor de Teología de la Universidad
de Navarra, por ofrecernos su inestimable ayuda y extenso conocimiento sobre
la materia a la hora de analizar los textos de los dos códices litúrgicos del
Archivo Real y General de Navarra.
14
Paxton, F. S. 1990: 38-39.
15
Baldó, J. 2013. “Ceremonias y espacios funerarios”, en J. Pavón Benito, J.
Baldó Alcoz, A. García de la Borbolla, Pamplona y la muerte en el medievo:
74-109. Murcia: Sociedad Española de Estudios Medievales. Y Baldó Alcoz, J.
2014. “La tradición cristiana del culto a los difuntos: sufragios, misas e
indulgencias”, en XXIV Semana de Estudios Medievales. Ubi sunt qui ante nos
in hoc mundo fuere? De la tierra al cielo: 141-187, espec. 143-146. Nájera:
Instituto de Estudios Riojanos.
16
Baldó Alcoz, J., García de la Borbolla, A. y Pavón Benito, J. 2005: 173-177.
Baldó Alcoz, J. 2005: 209-225, 256-294. Y Baldó, J. 2013: 74-84, 91-96.
17
Baldó Alcoz, J., García de la Borbolla, A. y Pavón Benito, J. 2005: 205-212.
Baldó Alcoz, J. 2005: 294-300. Pavón Benito, J. y García de la Borbolla, A.
2007. Morir en la Edad Media. La muerte en la Navarra medieval: 182-190.
Valencia: Universidad de Valencia. Y Baldó, J. 2013:105-108.
18
Baldó Alcoz, J. 2005: 300-306. Y Baldó, J. 2013: 108.
19
Alexandre-Bidon, D. 1998. La Mort au Moyen Âge (XIIIe -XVIe siècle): 109-133.
Paris: Hachette.
20
De Hipona, A. 1995: 415-475.
21
Righetti, M. 1955. Historia de la Liturgia. I. Introducción General. El año
litúrgico. El breviario, C. Urtasun Irisarri (edic. española): 975-977.
Madrid: Editorial Católica.
22
Baldó, J. 2005: 256-265. Baldó, J. 2013: 91-96.
23
Llopis Sarrió, J. 1964. “La Sagrada Escritura. Fuente de inspiración de la
liturgia de difuntos del antiguo rito hispánico”. Hispania Sacra 17: 361-380.
24
Righetti, M. 1956. Historia de la Liturgia. II. La Eucaristía. Los
sacramentos. Los sacramentales. Índices, C. Urtasun Irisarri (edic.
española): 900-904. Madrid: Editorial Católica.
25
AGN, Sección Códices y Cartularios, K. Códices Litúrgicos y Bíblicos, 10.
Libro de Oraciones (siglo xv), f. 99vº. 26 Martimort, A. G., 1983. L´Église
en prière: Introduction à la liturgie: 624. Paris: Desclée.
27 Lauwers, M. 1997: 90-100.
28 Baldó, J. 2005: 204-225.
29 Righetti, M. 1955: 982 y 1004-1008.
30 Paxton, F. S. 1990: 201-209.
31 Righetti, M. 1956: 71-76.
32
Righetti, M. 1955: 981.
33
Sicard D. 1978. La liturgie de la mort dans l´église latine des origins à la
réforme carolingienne: 154-156. Münster Westfalen: Aschendorff.
34
Paxton, F. S. 1990: 39.
35
AGN, Sección Códices y Cartularios, K. Códices Litúrgicos y Bíblicos, 10.
Libro de Oraciones (siglo xv), f. 90vº. 36 Psalmus (en adelante Ps.) 114,9.
37 Ps. 114.
38 Ps. 119,5.
39 Ps. 119.
40 Ps. 120,7.
41 Ps. 120,1.
42 Ps. 129,3.
43 Ps. 129,1.
44 Ps. 137,8.
45
Ps. 137.
46
Apoc. 14,13.
47
Luc. 1,16.
48
Ps. 145,2.
49
AGN, Sección Códices y Cartularios, K. Códices Litúrgicos y Bíblicos, 9.
Leccionario (siglos xiv-xv), f. 148vº.
50
Paxton, F. S. 1990: 42.
51
Pavón Benito, J. 2014. “La última escritura. La aparición y el desarrollo de
la práctica testamental”, en XXIV Semana de Estudios medievales. Ubi sunt qui
ante nos in hoc mundo fuere? De la tierra al cielo: 217-237. Nájera:
Instituto de Estudios Riojanos.
52
Baldó, J. 2005: 203-209, 256-320, 665-676, 693-729. Baldó Alcoz, J. 2006.
“Segunt a mi estado fazer pertenesce. Imagen y memoria de los grupos sociales
privilegiados en la Navarra bajomedieval: el cortejo funerario”, en VI
Congreso de Historia de Navarra, 19-22 de Septiembre de 2006. Pamplona.
Navarra: Memoria e Imagen II: 391-394, Pamplona: Sociedad de Estudios
Históricos de Navarra (SEHN). Pavón Benito, J. y García de la Borbolla, A.
2007: 138-150. Baldó, J. 2013: 96-100, 109-116. Y Baldó, J. 2014: 145-147, 155-156.
53
Righetti, M. 1955: 981. Y Righetti, M. 1956: 245-249.
54
Sicard D. 1978: 156-162.
55
AGN, Sección Códices y Cartularios, K. Códices Litúrgicos y Bíblicos, 9.
Leccionario (siglos xiv-xv), f. 141vº-144vº.
56
Ps. 5,9.
57
Ps. 5.
58
Ps. 6,6.
59
Ps. 6.
60 Ps. 7,3.
61 Ps. 7,4.
62 Job 7,16-21.
63 Job 10, 1-7.
64 Job 10, 8-12.
65 Ps. 22, 1.
66 Ps. 22.
67 Ps. 24,7.
68 Ps. 24.
69 Ps. 26,13.
70 Ps. 26.
71 Ps. 6,5.
72 Job 13, 22-28.
73 Job 14, 1-6.
74 Job 14, 13-16.
75 Ps. 39, 14.
76 Ps. 39.
77 Ps. 40, 5.
78 Ps. 40.
79 Ps. 41, 3.
80 Ps. 41.
81
Ps. 111, 7.
83
Peccante] peccantem.
84
Lo mismo que en la nota anterior.
85
Job 19, 20-27.
86
Se repite hasta el versus.
87 Rutherford, R. 1980. The Death of a Christian: The
rite of funerals: 61-62. New York: Pueblo Pub. Co.
88
Sicard D. 1978: 163-164.
89
AGN, Sección Códices y Cartularios, K. Códices Litúrgicos y Bíblicos, 9.
Leccionario (siglos xiv-xv), f. 144vº-145rº.
90
Ps. 50, 10.
91
Ps. 50.
92
Ps. 64,3.
93 Ps. 64.
94 Ps. 62, 9.
95 Ps. 62.
96 Isaias 38, 17.
97 Ps. 150, 6.
98
Ps. 148.
99
Ps. 143.
100
Ps. 129.
101
AGN, Sección Códices y Cartularios, K. Códi ces Litúrgicos y Bíblicos,
9.Leccionario (siglos xiv-xv), f. 145rº-vº.
102
Erultas] sic.
103
Righetti, M. 1956: 256-260.
104
Righetti, M. 1956: 898-899 (asistencia a enfermos); 824-831 (confesión) y
837-838; 879-898 (unción de enfermos, extremaunción); 740 (Eucaristía);
900-904 (recomendación del alma). Adeva Martín, A. 1992. “Cómo se preparaban
para la muerte los españoles a finales del siglo xv”. Anuario de Historia de
la Iglesia 1: 118-120. Guiance, A. 1998: 48-60. Y Adeva Martín, A. 2002. “Ars
bene moriendi. La muerte amiga”, en J. Aurell y J. Pavón (eds.), Ante la muerte.
Actitudes, espacios y formas en la España medieval: 295-360. Pamplona: EUNSA.
105
Sicard D. 1978: 414-418.
|
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