Historia y género en la novela La virgen de los cristeros,
de Fernando Robles
Este ensayo tiene como objetivo caracterizar el desempeño de
la mujer mexicana que participó en la primera rebelión de los cristeros
(1926-1929), a partir de la imagen y representación realizada por Fernando
Robles en su novela La virgen de los cristeros, publicada en 1934.
Se enfatiza en Carmen y su actitud como maestra católica y en su relación con
los hombres y la sociedad de los años 20 del siglo XX. Una perspectiva de
género dentro de una historia compleja y polémica, desde la percepción y
apreciación de un literato mexicano como testigo presencial de los
acontecimientos históricos. El trabajo se estructura con una introducción breve
y cuatro epígrafes que permiten cumplir el objetivo deseado. Se consultaron
fuentes diversas, bibliográficas, publicísticas y periodísticas.
INTRODUCCIÓN
En pocas
ocasiones la literatura carece de acontecimientos en su relación
espacio-temporal. En el extenso y variado cúmulo de obras de la literatura, por
lo general se encuentra la referencia a una época histórica concreta. Este
elemento posibilita a los historiadores el conocimiento de las vivencias de los
actores sociales, masculinos o femeninos, la ideología, la idiosincrasia y la
mentalidad prevalecientes en los diferentes grupos recreados por el autor en un
contexto específico.
Este trabajo
pretende caracterizar el desempeño de la mujer mexicana que participó en la
primera rebelión de los cristeros, a través de la imagen y la representación
realizadas en 1934 por Fernando Robles en su novela La virgen de los
cristeros. Al constituir una obra que fue escrita cuando habían
transcurrido cinco años del suceso, se tienen en cuenta para su análisis varios
elementos importantes como las motivaciones que llevaron al novelista a tomar
la complejidad de un hecho histórico entonces negado por la historia tradicional
del país, y el hecho de haber representado a la mujer como protagonista de su
novela en una época en la que aún no ocupaba socialmente un lugar de privilegio
y protagonismo, a excepción del marco reducido del hogar. También se toman los
disímiles criterios y valoraciones que han inspirado tanto la rebelión de los
cristeros como la obra escrita por Fernando Robles.
Para la
elección y el estudio de una de las novelas de tema cristero no se tuvo en
cuenta la calidad literaria del texto leído; en particular se enfatizó en el
tratamiento histórico del tema y en los datos o reflexiones que aporta, así
como en las prácticas, las costumbres y la vida cotidiana de la sociedad
mexicana. Un lugar especial lo ocuparon las mujeres en su relación social con
los hombres con los que interactuaban, sobre todo la maestra Carmen, en medio
de la complejidad de los años veinte del siglo XX. Aunque una opinión
autorizada como la del historiador francés Jean Meyer, en su estudio La
cristiada, haya asegurado que La virgen de los cristeros "es
una ficción muy alejada de la historia" (1990:403), se pretende
reconstruir a partir de sus páginas a este sujeto histórico de gran
importancia, "rescatarlo y hurgar en su desempeño activo", tomando la
premisa que refiere Paul Veyne: "cada sociedad considera su discurso algo
obvio. Es tarea del historiador restituir esta impresión, que vuelve la vida
cotidiana secretamente aplastante en todas las épocas: esa banalidad o lo que
es lo mismo, esa extrañeza que se ignora" (Ewal, 1986:7).
CONTRAPUNTEO HISTORIA-LITERATURA: EL CASO DE LA NOVELA DE TEMA
CRISTERO
En la década de
los setenta del siglo XX, algunos académicos se referían a la crisis de la
historia y a que su problema básico era la relación que se establecía entre el
discurso narrativo y la representación histórica. En este sentido, el
historiador estadounidense Hayden White planteaba: "esta relación se
convirtió en un problema para la teoría histórica al comprender que la
narrativa no es un recurso discursivo neutral que puede o no ser utilizado para
representar los eventos como procesos, sino que supone escogencias ontológicas
y epistemológicas con implicaciones políticas e ideológicas" (1987:ix).
En su libro
titulado Metahistoria, consideraba que la historia, lejos de ser
disciplina científica, era un género literario equivalente al cuento o la
novela, y que no existían diferencias entre los discursos de la historiografía
y la ficción. White cuestionaba la importancia de la disciplina de la historia
y su objetividad frente a los hechos reales, las interpretaciones a partir de
la intencionalidad, las narraciones y las explicaciones históricas a partir de
la búsqueda de material documental sobre el tema.
Para la
historia, tanto el giro lingüístico y su énfasis en el papel del lenguaje como
constructor de realidades y significados, así como la textualidad, fueron
determinantes y derivaron finalmente en un cambio metodológico. El historiador
francés Paul Veyne, en su libro Cómo se escribe la historia. Ensayo de
epistemología (1972), aseguraba que las fronteras entre la historia y
la ficción eran por demás inciertas.
Por otra parte,
ante el cuestionamiento del carácter científico de la disciplina de la historia
en relación con otro tipo de discursos como la literatura, el historiador
francés Roger Chartier aconsejaba estar vigilantes, y anotaba que el
historiador tiene por tarea específica ofrecer un conocimiento apropiado y
controlado de esta "población de muertos-personajes, mentalidades,
precios", que constituye su objeto (1998[1994]).
Una de las
funciones del historiador es conocer y descifrar el pasado, así como ser el
mediador entre el presente que vive y ese pasado que investiga. Siempre que el
historiador sea consciente de que su trabajo tiene que tener una dimensión
tanto ética como axiológica, será capaz de extraer de los géneros de la
literatura una selección de imágenes acerca de las relaciones que se establecen
en la sociedad. A partir del cuestionamiento y utilización de la literatura
como fuente de trabajo y, a la vez, de fuentes alternativas de conocimiento,
encontrará el testimonio vivo de una sociedad, la manifestación de unas
creencias determinadas y de la mentalidad que el autor refleja, frente a los
cuales toma partido, de un modo directo o a través de sus personajes.
Ante el evidente
contrapunteo que se ha establecido entre historia y literatura, en la
actualidad no hay duda de que esta última presenta una soltura interpretativa
que es muy valiosa para el historiador. La relación entre ambas disciplinas
como expresión de un proceso integrador del conocimiento es innegable. En las
últimas décadas del siglo XX se comenzó a desandar un camino con el objetivo
primordial de romper con las barreras existentes entre literatura e historia,
lo cual se logró a partir del surgimiento de los estudios culturales.
Es indudable el
hecho de que el creciente interés por la cultura y las mentalidades ha obligado
a los historiadores a buscar nuevas fuentes, nuevos métodos que puedan
introducirlos en una dimensión que les permita captar situaciones y personajes
más propensos a dejar huellas. Tal vez por ello, en los estudios cubanos,
"el valor de la literatura como documento histórico —cualquiera que sea su
factura— se ha incrementado en los últimos años, por el empleo de nuevas
técnicas de investigación en el campo historiográfico" (Portuondo,
2005:17).
Sobre este
particular, el novelista cubano Alejo Carpentier acotaba que la función cabal
de la novelística consistía en violar constantemente el principio ingenuo de
ser relato destinado a causar placer estético a los lectores para hacerse
instrumento de indagación, un modo de conocimiento de hombres y épocas, modo de
conocimiento que rebasaba, en muchas cosas, las intenciones de su autor.
También es válido retomar el criterio del historiador francés Roger Chartier,
quien en su libro La historia o la lectura del tiempo (2007)
planteaba que hay una proximidad seductora pero peligrosa entre la historia
como ejercicio del conocimiento y la ficción, sea literatura o mito.
A la literatura
se le ha caracterizado tradicionalmente como una fuente poco confiable, carente
de rigurosidad y objetividad al no tener como finalidad expedita una
representación fidedigna del pasado; sin embargo, múltiples ejemplos atestiguan
las posibilidades que ofrece como testimonio histórico-cultural en su intento
de reflejar el ambiente rural o urbano de un siglo, época o año específico,
además de servir en algunos casos como memorias de las experiencias vividas por
generaciones pretéritas.
En medio de la
polémica que se ha sostenido por varias generaciones en cuanto a la utilización
de la literatura como reflejo de la historia, se sugiere el estudio de una de
las novelas de tema cristero. Este tipo de novela, que ha sido objeto de
estudio de investigadores, historiadores y críticos, mexicanos y extranjeros,
contiene una temática que todavía en el actual siglo XXI tiene la capacidad de
inspirar a los novelistas, autores que para elaborar sus novelas acuden a las
fuentes documentales, periodísticas u orales con el objetivo de agrupar una copiosa
información que resulte atractiva en su escritura. Este propósito loable de
cautivar favorablemente a los lectores con un tema histórico muy interesante es
visto como la continuación de las obras que al inicio concibieron novelistas
como David G. Ramírez (Jorge Gram), Luis Rivero del Val, José Guadalupe de
Anda, Julio Monetti (Spectator), Fernando Robles, Jesús Goytortúa Santos y
Elena Garro, entre otros.
Es necesario
acotar una notable diferencia entre unos y otros; éstos últimos, que fueron los
primeros en proponer la recreación del suceso histórico, reflejaron en sus
novelas una visión autobiográfica o testimonial a partir de sus vivencias
personales. Fueron autores que "construyeron" sus obras a partir de
la secuencia de la historia que les tocó vivir en diferentes estados del país,
de la que fueron testigos, y de la que cada uno se apropió de un subtema entre
los disímiles que conformaron el suceso histórico desde 1926 hasta 1929. Sin
embargo, aunque cada uno se interesó por mostrar aristas diferentes, a favor,
en contra e incluso para mostrar su neutralidad ante el suceso, se puede
aseverar que todas las novelas escritas hasta 1953 tuvieron un elemento en
común: fueron capaces en cada caso de incorporar y representar a la mujer
mexicana en su accidentado y trastocado acontecer. Sin duda, se erigieron como
fuentes indispensables que enriquecieron la historiografía propia de este
periodo convulso de la historia de México.
UNA MIRADA A LA REBELIÓN CRISTERA (1926-1929): CRITERIOS,
INTERPRETACIONES Y VALORACIONES
La primera
rebelión de los cristeros, cuyo inicio puede enmarcarse en el segundo semestre
de 1926, se extendió hasta junio de 1929, cuando el Estado, representado
entonces por el licenciado Emilio Portes Gil, pactó con la alta jerarquía eclesiástica
católica. Fue un hecho sui géneris en la nación mexicana, en el que se
involucraron, directa e indirectamente, hombres y mujeres, en menor número,
niños. Extendida mayoritariamente por las regiones del centro-occidente del
país, se caracterizó por la lucha armada violenta entre los que no acataron las
disposiciones gubernamentales de hacer cumplir estrictamente los artículos 5,
7, 24, 123 y 130 ya preceptuados por la Constitución de 1917, frente a otros
que, conocidos como agraristas deseosos de obtener un "pedazo" de
tierra, o federales, tuvieron otro desempeño en los acontecimientos a favor de
la postura que exteriorizaba el Estado revolucionario.
Aunque también
hubo terratenientes y sacerdotes involucrados en las acciones militares, el
grueso de los enfrentamientos tuvo como protagonista al hombre campesino o
ranchero de las zonas rurales del país, el que, por una parte, mantenía una
indisoluble dependencia al patrón y hacendado propietario de tierras y, por
otra, también un estrecho vínculo emocional e ideológico con respecto de la
hegemonía e influencia de la Iglesia católica, su prédica y mentalidad
patriarcal.
Como movimiento
de gran complejidad y heterogeneidad no debe desconocerse la presencia de
mujeres de determinadas zonas del país, como los estados de Jalisco, Michoacán,
Querétaro, Colima, Guanajuato, Durango, Zacatecas, que se movilizaron en
oposición o a favor de la causa cristera, aunque también se constató la
indiferencia o el desacuerdo ante lo que sucedía de otro grupo de mexicanos que
no se involucraron con su acontecer, prefirieron estar al margen de lo que
sucedía y manifestar de ese modo su neutralidad ante el mismo hecho.
El suceso
histórico fue estudiado inicialmente por Alicia Olivera Sedano y Jean Meyer,
historiadores que precisaban detalles de un tema "silenciado" tanto
por el Gobierno como por la Iglesia católica. Con sus investigaciones a fines
de los 60 e inicios de los 70 del siglo XX develaban que, lejos de ser un tema
sencillo, por el contrario, merecía un acercamiento desde diferentes ángulos,
variadas fuentes y contraposiciones, aunque siempre bajo el imperativo
inviolable de reconocerlo en su específico contexto histórico. Debido a su
indiscutible importancia ha recibido diferentes interpretaciones y valoraciones
a partir de las décadas transcurridas; por ejemplo, ha sido denominado por la
historiografía como una guerra o guerrilla de carácter contrarrevolucionario,
con un punto de vista reaccionario por oponerse a los postulados que emanaban
del Estado posrevolucionario, criterio expresado por la mexicana Alicia Olivera
de Bonfill (1070:1-4) y Edgar Danés Rojas (2008:83). Los levantamientos que
conformaron el hecho en el periodo 1926-1929 han sido vistos históricamente
como el producto derivado de las deterioradas relaciones entre la Iglesia
católica mexicana y el Estado emanado de la Revolución a partir de 1917, pero
también a estos análisis se ha añadido como poderoso antecedente la política
que en materia religiosa llevó a cabo el presidente Benito Juárez en el siglo XIX,
quien dictaminó medidas que afectaban de manera directa la condición
privilegiada que la Iglesia católica mantenía en el país.
Por otra parte,
ha sido considerado como un fenómeno religioso tomando como base la respuesta
que dio el pueblo mexicano a las limitaciones y restricciones que impuso el
Estado en materia religiosa. Si para José Fuentes Mares se estaba en presencia
de un "conflicto religioso que exhibió de bulto que el Estado y la Iglesia
eran poderosos" (1982:258), y para Pablo Serrano Álvarez, la cristiada
tuvo como esencia la lucha por la libertad religiosa y el cambio social, para
María del Carmen Millán la rebelión de los cristeros fue una "sangrienta
lucha que se suscitó en tiempos del presidente Calles por cuestiones religiosas"
(1967:XXV).
Para Andrés
Antonio Fábregas Puig es insostenible la interpretación de Jean Meyer en su
obra La cristiada relativa a concebir el movimiento cristero
como una guerra religiosa en la que no interviene la Iglesia (1980:12). El
general revolucionario Cristóbal Rodríguez ha avalado una tesis que expresa que
la rebelión fue bendecida y estimulada por el episcopado mexicano, aunque
Lorenzo Meyer exprese lo contrario a partir de un estudio donde aseguraba que
"la llamada guerra cristera (1926-1929) tuvo un carácter fundamentalmente
rural, aunque la dirección de la Liga Nacional de la Defensa de La Libertad
religiosa fue urbana. Siguiendo las instrucciones del Vaticano, el episcopado
mexicano nunca se pronunció abiertamente en apoyo de la vía armada, pero varios
sacerdotes se incorporaron a ella como capellanes, o de plano como
líderes" (Meyer, 2000:830).
El propio
Fábregas Puig, en un estudio más reciente de 2003 en que "revisaba"
de nuevo la guerra cristera, ha manifestado que fue un movimiento armado en el
que, además de la reacción de la Iglesia católica en contra del
anticlericalismo del Gobierno revolucionario y la lucha del poder entre ambas
instituciones, se originó por la reacción regional o local contra el
centralismo y el contexto agrario por el problema de la tierra, conflicto que
se exteriorizó entre la colectivización de la tierra y el respeto a la
propiedad privada de la misma tierra (2003:11). Al referirse a este último
aspecto, Olivera de Bonfill refería como una hipótesis el hecho de que a las
huestes campesinas no sólo les preocupaba el factor religioso, sino también el
originado por la defectuosa, nula, aplicación de las cláusulas de la
Constitución en materia agraria, y que su actitud rebelde implicaba una
respuesta en contra de esa situación (1970:8).
En la historia
mexicana, la rebelión también es considerada como una insurrección
"enraizada en una serie de levantamientos rurales cuya consecuencia más
crítica para la autoridad eclesiástica fue la de querer convertir a las
iglesias en edificios públicos y a los sacerdotes en empleados civiles"
(Jrade, 1994:65), o como una guerra en la que pelearon algunos sectores de
campesinos y sus aliados en contra de un estado conformado por los grupos de
poder emergentes de la Revolución que, en su afán de limitar el poder político
de los grupos tradicionalistas católicos involucraron y se enfrentaron a una
gran diversidad de actores y grupos sociales (Avitia, 2006).
La conformación
y el desempeño del ejército cristero convidan a imaginar un cuerpo militar que
fue forjándose a medida que transcurrían los meses durante los cuales se
desarrolló la lucha. El general Joaquín Amaro, al referirse a los combates que
libró contra el ejército cristero, anota que utilizaban básicamente la guerra
de guerrillas y la movilidad constante. Aunque llegó a reclutar a miles de
hombres, se presentaron al combate como hombres inexpertos, improvisados y en
general carentes de provisiones. Este ejército, que contó a partir de 1927 con
la conducción de Enrique Gorostieta y, tras su muerte, de Jesús Degollado
Guízar, se enfrentó a uno que bajo el apelativo de federal se mostró más
cohesionado y con mayores y mejores posibilidades no sólo de aprovisionamiento,
sino de organización y conducción. Sin embargo, en cada uno de los bandos en pugna
irreconciliable se materializó una similitud que consistió en la utilización
desmedida de la defensa de una causa, expresada en la acentuada violencia y la
crueldad, las muertes, los ahorcamientos y las violaciones.
Servando Ortoll
recordaba lo difícil que le resultó al jefe cristero Degollado Guízar
enfrentarse al Estado mexicano, que contaba con un ejército superior en número,
tecnología y organización diferente al conformado por las huestes cristeras
compuestas por hombres con una gama infinita de intereses rivales (2005:40). A
partir de esta interpretación se está en presencia de otro elemento a la hora
de valorar la rebelión: no sólo lucharon los cristeros contra los federales o
agraristas y viceversa, sin que también dentro de estos tres grupos hubo
rivalidades, desavenencias y confrontaciones en cuanto al motivo por el que
luchaban. Mexicanos contra mexicanos que, en definitiva, muchas veces no sabían
contra quién o quiénes luchaban, cuál era el móvil definitorio para ello, ¿la
defensa de la Virgen de Guadalupe?, ¿el respeto y derecho a profesar la fe?,
¿la obtención de un pedazo de tierra?, ¿la apertura de las iglesias? Preguntas
que derivaban en respuestas más complejas aún. Tal vez baste recordar lo que
atesora la memoria colectiva, que ha dejado constancia de federales que, al
igual que los cristeros, llevaban bajo su camisa el escapulario. No se puede
perder de vista en estas disímiles interpretaciones la preeminencia en México
de la religión católica como credo mayoritario en los años 20 del siglo XX.
Dada la
complejidad de su análisis, la rebelión de los cristeros tuvo causas muy
diversas relacionadas con una situación inestable en el orden político-social.
No se debe olvidar que el país se encontraba, a fines de los años 20, en un
proceso de normalización luego de concluida la fase armada de la Revolución. A
este importante elemento se suman otros, como la latente cuestión de la tierra
en el predominante espacio rural, la polémica en torno a quien detentaba la
propiedad y la postura de los que la trabajaban; la influencia ideológica
siempre creciente de la Iglesia católica y las disposiciones e imposiciones del
Estado que la regularon a partir de 1926; la actitud de la jerarquía católica
mexicana ante las reglamentaciones oficiales que se pusieron en práctica. Las
medidas drásticas dictadas por el presidente Plutarco Elías Calles
desencadenaron finalmente una confrontación inusitada en la que combatieron con
extrema crueldad tanto los católicos cristeros como los católicos federales y
agraristas. Trágico suceso que bajo la égida de la conformación de un Estado
revolucionario laico desencadenó odios y carencias, éxodos y rencores,
devastación y miserias. En ese contexto social, las mujeres, en relación
indisoluble con los hombres, estuvieron presentes asumiendo y desempeñando
diferentes roles, en unos casos aparentemente pasivos, en otros con una
considerable proyección activa.
LA MUJER MEXICANA DE INICIOS DEL SIGLO XX: UNA MIRADA NECESARIA
En la historia
de México, la representación y la actuación de la mujer del siglo XX han sido
presentadas por la historiografía como un estudio sumamente complejo. Si bien
en las últimas décadas del siglo XX e inicios del siglo XXI han sido testigos
de un acercamiento mayor al estudio y significación de las familias y las
mujeres del periodo colonial y de inicios del siglo XX, se ha detectado y
constatado que aún quedan importantes espacios por tratar sobre el papel de la
mujer y su importante actuación desde diferentes escenarios donde se ha
desenvuelto, sea como empleada pública en oficinas, talleres y comercios, o
ejerciendo determinada profesión.
Diversos
estudios que han revelado los pormenores de la sociedad mexicana han
considerado mayoritariamente a la mujer de inicios del siglo XX como la ama de
casa, "la reina del hogar", siempre imprescindible en la conducción y
educación de sus hijos y en la comprensión e incondicionalidad a su esposo
dentro del recinto familiar. Además de la prevaleciente concepción patriarcal;
en otros casos ha sido vista sólo como elemento de apoyo a una causa
determinada o el proyecto social que defendía.
La reiterada
carencia de estudios históricos que la hayan analizado en su desempeño como
activo sujeto social de los diferentes periodos de la historia mexicana se debe
en parte a la representación de los hombres como genuinos hacedores y relatores
de la historia, sin tener en cuenta un componente decisivo en la sociedad como
es la mujer, cuyo poder ha sido generalmente "minimizado y hasta ignorado
debido a la fuerza de los estereotipos sexuados" (Chávez, 1998:310-311).
Hurgar en la mujer, indagar en su trayectoria, su condición social, su
desempeño o simplemente en su existencia en determinado espacio geográfico trae
a colación el intento de dar un giro reivindicatorio a su persistente
invisibilidad en los documentos o en las memorias escritas por los hombres de
la época en cuestión.
En 2002, Luis
Gachuz Meza, al estudiar la participación de las mujeres en el suceso armado,
reafirmaba que la rebelión (1926-1929) era quizá uno de los más oscuros e
inexplorados periodos de la historia mexicana, y en éste el desempeño que
tuvieron las mujeres, mientras que María Alicia Puente Lutteroh, en la
introducción de su libro Movimiento cristero. Una pluralidad
desconocida, advertía que debía tenerse en cuenta el papel de la mujer
cristera en los acontecimientos porque "hay hilos que llegan a mujeres de
todas las condiciones sociales, quienes con diferente intensidad en su forma de
hacerse presentes en la lucha, defendían la libertad de expresar su fe que para
ellas era un valor fundamental en su vida y por tanto en la sociedad"
(2002:7).
El antecedente
más inmediato de las mujeres cristeras fueron las mujeres que participaron en
la Revolución de 1910, conocidas como soldaderas o Adelitas. La mujer que se
involucró en la rebelión cristera, como continuadora de su predecesora,
desempeñó un papel activo, aunque no haya sido reconocido en la magnitud que
merece. Si las soldaderas habían acompañado incondicionalmente a sus
"Juanes" con el objetivo de servirles de cocineras, en la elaboración
de tortillas, pasteles y galletas, o como amantes y colaboradoras en las
acciones que se libraron para derrocar a la dictadura de Porfirio Díaz Morí,
las denominadas cristeras en las diferentes regiones del centro-occidente
mexicano habían reflejado una fuerza que no se circunscribió a las funciones de
recolectoras, acompañantes o cocineras. Estas últimas participaron como activas
contrabandistas: pasaron armas y municiones clandestinamente por diferentes
medios, entre ellos dentro de su propio cuerpo. Otras fueron maestras,
enfermeras o correos que trasladaron información de unas regiones a otras. En
las acciones, dígase el boicot contra el gobierno decretado por la Liga
Nacional de la Defensa de la Libertad Religiosa (LNDLR) o en la defensa a
ultranza de la religión católica ancestral, la mujer mexicana desplegó una
actividad importante como colaboradora, incitadora o auxiliadora de los que
combatían.
Una de las
áreas más importantes en la que colaboró activamente la mujer mexicana fue la
educación, en la zona citadina o en la rural. La segunda década del siglo XX se
había caracterizado por el acceso de la mujer mexicana de origen humilde y
provinciano a desempeñarse como maestra de las escuelas rurales emprendiendo
una cruzada a favor de la civilización. Aunque en los años posteriores "la
educación siguió estando abierta a la participación de las mujeres a todo lo
largo del periodo posrevolucionario, llegando a convertirse en uno de los
principales terrenos para el ejercicio del poder de la mujer y en un organismo
de la esfera pública" (Levinson, 2003:74), se constata un alto índice de
analfabetismo de hombres y mujeres en este periodo.
Asimismo, se
encontraban maestras cuyo desempeño consistió en educar dentro de las haciendas
rurales a los niños y niñas que pertenecían a éstas, además de incorporar a los
de las zonas aledañas. En el propio ejercicio de la profesión había una
diferencia: mientras los maestros y las maestras que respondían al proyecto del
Estado alertaban a sus educandos de lo pernicioso que resultaba la labor del
clero católico, las maestras de las haciendas rurales fomentaban en los niños
el amor a la religión católica, su defensa e incondicionalidad como baluarte de
la identidad mexicana. Ambos proyectos ocurrieron paralelamente cuando la
nación se debatía en la lucha armada de los cristeros.
Un balance
historiográfico revela que, aun cuando en la actualidad se han realizado
artículos, reseñas e investigaciones sobre la mujer desde diferentes ámbitos,
sea social o político, se ha tendido a no incluir su papel en la complejidad
que caracterizó a la primera rebelión de los cristeros. A diferencia de la
historiografía, la literatura, en particular la novela de tema cristero, sí
estuvo interesada en reflejar la representación e imagen femenina. En tal
sentido, hubo novelas que colaboraron en la comprensión de los modos en que se
crea y recrea la idea de nación, a partir de la inclusión de la mujer cristera.
Es importante el "rescate de la imagen" de un grupo tradicionalmente
preterido en los relatos de la nación: la mujer, incorporada como refuerzo
cultural decisivo en el periodo 1926-1929.
El estudio de
la participación de la mujer no se realiza tomando en cuenta sólo su desempeño,
sino también como centro en su relación con el medio social y con los hombres
con los cuales interactuó. Una construcción social, histórica y cultural que no
reduzca su importancia a su identidad biológica, lo doméstico y la maternidad,
sino que observe su papel relevante en los sucesos históricos en la nación
mexicana. Un estudio que tiene como prioridad "devolver la dimensión
histórica a este grupo específico pero diverso, sacándolo de la eternidad de
una supuesta naturaleza lindante con la biología" (Tuñón, 2001:10).
Ante la
historia tradicional que le negó su papel protagónico es necesario el
conocimiento y tratamiento que se dio a la mujer de parte de los literatos que
se inspiraron en su desempeño social. Entre las múltiples labores de la mujer
cristera durante la rebelión, existen algunas que la literatura, en tanto
reconstrucción de ambientes, mentalidades y personajes de la cotidianidad,
ofrece. Para ello se hace necesaria "la aplicación de la perspectiva de
género al análisis de las distintas formas literarias para paliar las carencias
que el tradicional tratamiento del elemento femenino presenta para una
comprensión global de los textos [...] la importancia de la mujer posee una
importancia fundamental [...] en lo que a contexto sociocultural se
refiere" (Calero y Alfaro, 2005:137).
Bajo este
enfoque de género merece comentarse y estudiarse la imagen y representación
femenina en la novela La virgen de los cristeros, a partir de la
carga subjetiva que le designó su autor, en un intento de reflejar lo que la
historia omitió a partir de una de sus aristas: la colaboración de una maestra
rural que con su actuación directa apoyó incondicionalmente la causa de los
cristeros católicos. La maestra Carmen, de La virgen de los cristeros,
es fiel ejemplo de esta actitud. ¿Cómo representó el novelista Fernando Robles
su movilidad social e influencia política en la rebelión durante el periodo
1926-1929?
LA VIRGEN DE LOS CRISTEROS, DE
FERNANDO ROBLES, SU REPRESENTACIÓN FEMENINA
No cabe duda de
que la novela de Robles (1982) presenta un asunto de carácter histórico porque
está basada en la primera rebelión de los cristeros. Un marco conformado en el
periodo "1926-1929, cuando fieles y sacerdotes empuñaron las armas [...]
la lucha entre la fe fanática y el raciocinio en un país donde la religión devino
como elemento ideológico de la conquista" (Rufinelli, 1977:63).
En un escenario
específico que se define desde el título de la novela, la trama de Robles se
sintetiza de la siguiente manera: en la hacienda del Nopal, donde viven don
Pedro y su hijo Carlos, quien ha llegado de estudiar en Europa, los peones y
caporales del lugar se oponen a los agraristas que se disponen a ocupar las
tierras, mientras que, paralelamente, la maestra Carmen se convierte en
promotora e instigadora de la lucha armada que libran los grupos cristeros
contra las fuerzas del gobierno. Esta maestra deviene finalmente en la virgen
de los cristeros y la figura simbólica de los sublevados cuando es asesinada en
un tren de pasajeros atacado por los grupos cristeros. La decepción ante este
hecho invade al joven Carlos y decide partir al exilio.
Visto de esta
manera, el lector podría imaginar que la mujer es sólo el pretexto perfecto
para relatar los pormenores que suceden por el polémico tema de la tierra y las
ventajas o desventajas del agrarismo; sin embargo, el novelista fue más lejos
en sus pretensiones, porque le confirió importancia de primer orden a Carmen,
mujer a través de la cual se tejen los acontecimientos de los cristeros y la
defensa de la religión católica. Al relatar su "historia" estableció
su intención de contrastar la belleza y fineza de una maestra rural con la
tragedia de un conflicto armado que tuvo consecuencias nefastas para la nación
mexicana, tal vez por ello es el único personaje que Robles caracteriza físicamente,
y lo hace de la siguiente manera:
[...] era más bien alta que baja, de silueta como las que aparecen en
las páginas dedicadas a los deportes femeninos en las revistas ilustradas. Toda
su figurilla antojábase maciza y ágil [...] Su traje era de percal,
sencillísimo, pero de un corte tan vistoso y lo llevaba con tanta gracia que
parecía la imagen de una nueva mujer en el paisaje mexicano. La cabellera
castaña [...] rostro blanco, ligeramente pálido y oval [...] y los labios,
suaves y ligeramente carnosos [...] de dientes diminutos y perfectos (1982:17).
Como maestra
rural de educación primaria, Carmen consideraba que al gobierno vigente
liderado por el general mexicano Plutarco Elías Calles le faltaba la moral al
fomentar la persecución religiosa y cometer toda clase de atropellos y
vejaciones contra los sacerdotes y los católicos. En recuerdo y homenaje a su
padre, exmaderista asesinado por los hombres del expresidente Victoriano
Huerta, manifestaba su odio hacia la falsedad de los gobiernos y sus gobernantes.
Por ello se había afiliado a la causa de los cristeros y le brindaba su ayuda
en todo momento, para ella su padre: "de estar vivo, no hubiera aprobado
la persecución religiosa que venía a poner una nueva barrera de odio entre los
mexicanos. México necesitaba salvarse y deshacerse de los hombres que ahogando
la revolución tiranizaban al pueblo. Si los católicos traían el factor moral
que era necesario para la reconstrucción de la patria, había que estar con
ellos" (1982:125).
La colaboración
de Carmen con el Comité de la Revolución Libertadora que apoyaba a los
sublevados cristeros era secreta. En la hacienda se había conocido que, en los
últimos combates, las tropas cristeras habían tenido muchos heridos y por ello
debían ayudar enviándoles vendas y armas. Además, junto a cinco jóvenes
católicas de lugares cercanos, había confeccionado blusas y pantalones con
urgencia para las fuerzas rebeldes que carecían de ellos. La filiación a una
causa que consideraban muy justa las había llevado a organizar importantes
envíos de provisiones y avituallamiento para los diferentes grupos que
integraban estas fuerzas con la ayuda de un emisario, refuerzo que se enviaba
en unión a "los pantalones azules de mezclilla y camisas de manta que han
sido enviados desde León para los que combaten en la sierra" (1982:23).
Las labores
manuales, unidas a la utilización de la máquina de coser, simbolizaban la
paciencia, eficiencia y elaboración hacendosa de las manos femeninas mexicanas
en una época en la que en el espacio rural se elaboraban las prendas a mano, a
pesar de la todavía incipiente propuesta de industrialización que desarrollaría
el país. Robles presenta a estas mujeres como las valiosas colaboradoras que
reforzaban con su trabajo otras actividades, tal es el caso de los correos que
enviaban en claves y ocultos, o de la ayuda que brindaron en lo relativo al
nombramiento de Felipe, uno de los rancheros de la hacienda del Nopal, quien se
alistaba a las filas cristeras de la región porque se le había considerado como
el líder que le faltaba a la región mexicana del Bajío. De las manos de un
agente de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana (ACJM) recibía Felipe
su importante designación, y de parte de las jóvenes miembros de las Brigadas
Femeninas Santa Juana de Arco, "una bandera de seda con los colores
nacionales, pero que lucía en el centro blanco un Sagrado Corazón y circundado
de una corona de espinas bordado con hilo de oro, con la leyenda Corazón de
Jesús, tú reinarás, también bordada [...] Con ella le comunicaban a Felipe la
lista de las haciendas amigas, neutrales, dudosas y francamente hostiles"
(1982:144).
Consciente
Felipe de la causa que los animaba, se manifestaba asimismo consciente de la
necesidad de su jefatura para las llanuras y los cerros contra el gobierno
revolucionario que impedía con sus acciones tener el derecho de profesar la
religión católica. En la lucha por mejorar las condiciones de vida de los
peones y restablecer la normalidad de los cultos del país, en materia religiosa
se mostraba orgulloso al ser elegido como cabecilla de las acciones combativas,
y planteaba que en la lucha que se estaba librando, las "valientes
mujeres" lo tenían todo muy bien arreglado. Se mostraba asombrado cuando
comentaba a los peones que varias jóvenes habían llegado de la capital del
estado a traer el parque y le sorprendía que "Ellas mesmas [sic] me
trujieron el parque [...] en el cerro, mientras sus acompañantes se echaban sus
tragos, ellas se jueron apartando y de debajo de los vestidos jueron soltando
los cartuchos nuevecitos [...] además con unos arrieros me han estado mandando
las pistolas metidas en unos botes de manteca y ya llegaron también las
carabinas que tenemos escondidas entre los yerbales del cerro" (1982:137).
Si Robles
insiste en la laboriosidad de las mujeres que constantemente trasladaban en sus
cuerpos el avituallamiento para los que permanecían en los campamentos
cristeros, contrapone la actitud y apacibilidad de don Pedro, el dueño de la
hacienda del Nopal, quien amante de lo auténticamente mexicano frente a la
música norteamericana que se escuchaba en l927, "alaba nuestra música
ranchera, es tan nuestra, expresa tan bien nuestra vida semibárbara"
(1982:51).
La visita y
luego permanencia de Carmen en la hacienda del Nopal es uno de los pretextos
para comunicarse secretamente con los sacerdotes, para relacionarse con los
hombres que bajo un nombre supuesto al recorrer los campos se ocultan del
gobierno (1982:63), pero además es un pretexto de parte del autor de la novela
para mostrar que pese a las restricciones impuestas por el gobierno en materia
religiosa se rezaba en la capilla de la hacienda, se realizaban misas
clandestinas y se mostraban en las paredes de las habitaciones las imágenes
propias del catolicismo, cuando en una de sus habitaciones aparecía colocada la
imagen de la Virgen de los Remedios (1982:48).
Durante la
cristiada [...] las prácticas religiosas (misas, bodas, bautizos, novenas)
dejaron de efectuarse públicamente porque los templos fueron cerrados. Pero las
mujeres no dejaron que se olvidaran sus creencias, por lo que muchos de sus
rituales seguían llevándose a cabo de manera clandestina en algunos lugares
adonde llegaban los sacerdotes en las noches a realizar los servicios
religiosos (Juárez, 2006:44).
Aunque el
gobierno había prohibido las imágenes públicas de los santos del catolicismo,
como bien lo reiteraba el periódico político El Yunque (1926:1), en la práctica
fue un precepto no respetado por las haciendas alejadas de las ciudades donde
se practicó el culto clandestinamente por los hombres, mujeres y niños del
lugar, y de esa manera lo reflejó la novela. La significación de las imágenes
del santoral católico en más de una ocasión había suscitado polémicas de parte
de los estudiantes de diferentes niveles de enseñanza. Ante la aplicación de la
medida, los directores de los planteles religiosos habían acudido al secretario
de Instrucción Pública, el doctor José Manuel Puig Causaranc, con el objetivo
de que intercediera ante esta nueva restricción. El permiso solicitado les había
sido negado y por ello los salones de estudio de la república, bajo los
preceptos de la ley, quedarían sin el tradicional culto a las imágenes del
cristianismo.1
En uno de los
diálogos de la novela, el joven hacendado Carlos considera que en el fondo el
gobierno está sinceramente inspirado en los ideales de una revolución realmente
renovadora, sólo que los dirigentes del gobierno no estaban preparados para la
obra que emprendían en materia educacional. Ante tal criterio que insistía en
la inexperiencia de un gobierno que debía afrontar con efectividad la materia
educativa, Carmen consideraba, por el contrario, que al gobierno mexicano en el
poder le faltaba la moral y el catolicismo, porque durante la persecución
religiosa los sacerdotes son cazados como perros rabiosos y los católicos
sufren atropellos y vejaciones (Robles, 1982:72).
Robles, a
través de Carmen, reafirma su crítica acerca de la actitud de los padres y el
gobierno en relación con la asistencia a las escuelas rurales de las niñas y
niños de diferentes edades. Si bien en aquellos años "se crearon escuelas
técnicas y agropecuarias para hombres, mujeres y niños, en las que se fabricaba
el material escolar, se perfeccionaban las artesanías y se enseñaba agricultura
y alimentación animal" (Pozas, 1983:52), no fue suficiente para
desarrollarla y perfeccionarla en las áreas rurales del país. Según aseveraba
la maestra rural de la novela:
Ni sus padres
ni el gobierno se preocupan porque aprendan [...] se llama a los padres y no
hacen caso, se advierte a las autoridades del distrito y tampoco atienden [...]
en verdad lo único que les interesa es que exista la escuela, para contarla en
la estadística y poder anunciar pomposamente: Tenemos miles de escuelas
rurales!, pero la instrucción, el que en realidad se eduquen los niños del
campo, los tiene sin cuidado [...] aquí en nuestro país todo es una comedia más
o menos bien representada (Robles, 1982:71).
La tan
expresada idea de la preocupación estatal por crear una educación rural que
expresara los valores de la revolución se enfrentaba constantemente a la
educación impartida por los católicos. El novelista Fernando Robles expresaba
su pesimismo en torno a la efectividad de los valores educativos que se
proponía el gobierno de Calles como una de las vías para la reconstrucción del
país.
Los niños y
niñas que asistían a la pequeña escuela ubicada en la hacienda del Nopal eran
los hijos de los peones que no se decidían a tomar partido en la rebelión
cristera, salvo pocas excepciones. Robles hizo énfasis en la imparcialidad de
algunos peones, igualmente católicos, que no mostraban la más mínima
disposición de colaborar con la causa de los cristeros. Ante los que
consideraban la defensa de la religión católica como el único camino, se
levantaban estos peones cuya preocupación sólo consistía en velar celosamente
por que los dejasen sembrar tranquilos. Robles expresaba que la peonada no
tomaba partido por nadie porque para ellos, "mande quen [sic] mande, todos
han de robar lo mesmo [...] Claro que ellos hubieran querido que les abrieran
los templos de las ciudades y sobre todo tener su misa muy temprano, todos los
domingos, en la hacienda para irse ya arreglados al pueblo [...] la suerte de
los padrecitos les afligía, pero no los enternecía al punto de arriesgar la
vida y abandonar sus huertas" (1982:91).
Carmen les
reprochaba a los hombres que no se mostraban partidarios de defender la causa
de los católicos cristeros, el poco ánimo de auxiliar a los que habían ido a la
guerra. Una visión del descontento campesino que mostraron algunos por la
repartición de tierras fue sugerido por el novelista. Robles, como escritor, no
quiso dejar de expresar el descontento y decepción ante lo que emprendía la
revolución en materia agraria, pero eso partía de su propia existencia como
hijo de un hacendado de Guanajuato, propietario de unas tierras que fueron
objeto de la repartición que se comenzó a realizar en la nación en los años 20
del siglo XX. Sobre el tema de la tierra y lo que arrastró a su paso como
perspectiva y posibilidades para los agraristas en detrimento de los peones que
desde antaño laboraban en las haciendas, Robles ofrecía su visión y su versión
a través de los diálogos.
Sobre todo
mediante la maestra Carmen, el novelista buscó incidir en la psicología social
del México posrevolucionario. La imagen de la mujer cristiana fue representada
por Robles como la legítima reivindicadora de los valores refrendados por la
Constitución de 1917, y las palabras de la maestra dejaban un sedimento de
amargura y desesperanza ante uno de los problemas cruciales en el país, aún no
resuelto a fines de los años 20, como fue la educación de los niños en los
cuatro grados de la enseñanza elemental obligatoria.
La preparación
y cultura que imprime Robles a la maestra Carmen contrasta sobremanera con las
de otras mujeres que desempeñaban las tareas "propias de su sexo",
las que iban en grupos al río a bañarse, "con sus papas a cuestas o
metidas en costales atravesados en el lomo de los borricos [...] aquellas
carnes campesinas olorosas a río [...] y las muchachas ruborizadas, que
escondían la cara bajo los rebozos haciendo reír a las más viejas"
(1982:76).
La revolución,
luego de su fase armada, había conducido a "la creatividad y la
autorrealización de cientos de mujeres mexicanas, de origen humilde y
provinciano que se convirtieron en maestras de escuelas rurales"
(Levinson, 2003:74). Sin embargo, con la maestra de La virgen de los
cristeros se develó un sentimiento de nostalgia por la despreocupación
estatal y familiar que aún persistía durante el gobierno de Calles, un terreno
por demás sensible como la educación. Transcurrían los años en que asistían a
la escuela en México la mitad de los niños en edad escolar (González Navarro,
2001:538-539), aun cuando la gestión de José Vasconcelos, bajo la presidencia
del general Álvaro Obregón, había pretendido extender la educación a las áreas
rurales, bajo el proyecto político de un país regido por la ideología liberal,
conducido por un estado laico, con una educación laica orientada hacia la
ciencia y con una sociedad abierta a todos los cultos (Fábregas, 2003:14).
Carmen fue
presentada por el novelista como la defensora de los católicos cristeros.
Resultó ser la protagonista femenina a través de la cual se entregó al lector
una visión neutral del tema de la rebelión de los cristeros. En un contrapunteo
evidente entre la necesidad de la tierra, religión y educación, Robles no
desaprovecha la posibilidad de dejar constancia de su neutralidad ante el
suceso histórico cuando a través de uno de los diálogos aseveraba que para el
hacendado Carlos la persecución a los católicos es simplemente salvaje, pero
prefiere vivir bajo la tiranía de bandidos con pantalón (en referencia al
gobierno) que bajo los bandidos con sotanas (Robles, 1982:58).
La
imparcialidad de la propuesta de Robles es singular y fue cuidadoso en el
tratamiento del tema histórico. Aunque no puede considerarse un cristero a
pesar de haberse enrolado en la rebelión por un breve tiempo, logró
caracterizar críticamente tanto a cristeros como a federales con un realismo
que en ocasiones se devela cruel, en otras, ilógico e idílico en las relaciones
patrones y peones, como lo sugiere Manuel Pedro González en su estudio
titulado Trayectoria de la novela en México (1951). Luis Ramón
Bustos ha afirmado que "la novela nos pinta un panorama descarnado del
fracaso de la revolución y describe con desgarrada objetividad las atrocidades
de ambos bandos" (s. f.), apreciación compartida por Antonio Avitia
Hernández (2006), quien la incluyó como una de las novelas neutrales, junto
con San Gabriel de Valdivias, de Mariano Azuela; Pensativa,
de Jesús Goytortúa Santos, y José Trigo, de Fernando del Paso. Estos
criterios difieren de los que décadas anteriores habían sustentado Luis Arturo
Castellanos, en 1968, y Alicia Olivera de Bonfill, en 1970; mientras
Castellanos la incorporaba entre las que pertenecían a la novela de la
Revolución mexicana, sin tener en cuenta su posible neutralidad, Olivera de
Bonfill la incluía entre las que hablaban a favor de la causa cristera
(Olivera, 1970:106).
Para Sara
Sefchovich (1987), la novela relata el valor y entrega de los cristeros.
Agustín Vaca, en su estudio Los silencios de la historia: Las cristeras (1998),
en el que la obra de Robles, junto a Héctor, de Jorge Gram, y Pensativa,
de Jesús Goytortúa Santos, es estudiada minuciosamente y revalorada como una de
las novelas que aluden a ambas facciones con crudeza, pero en la cual "la
presencia femenina invade todos los ámbitos narrativos" (Vaca, 1998:98).
Al igual que la
Consuelo de Jorge Gram en su novela Héctor, Carmen representó a la
mujer de clase media e instruida. A pesar de respetar la doctrina católica que
estipulaba la subordinación de la mujer al hombre, ambas emergen como
católicas, dotadas de criterio independiente al masculino. La diferencia entre
ambas radicaba en que la maestra rural de Robles fue capaz de formar a las
generaciones jóvenes e insistir en la necesidad de saber leer, escribir y
conocer de la historia patria para de este modo defender lo nacional con la
justeza debida. A la condición de mujer católica y abanderada de su defensa se
le sumaría ahora otra categoría: mujer-maestra.
No se
representó a Carmen como la encargada de recargar cartuchos, limpiar y manejar
las armas o llevarlas escondidas bajo sus vestidos o pantalones, como lo
hicieron las colaboradoras y brigadistas que en el periodo 1926-1929
desarrollaron labores excepcionales, como Marta Torres, la brigadista que nos
develó la novela Los cristeros, de José Guadalupe de Anda, aunque
tanto una en Jalisco (Marta) como la otra en Guanajuato (Carmen) fueron
brigadistas de las Bi-Bi que desempeñaron diferentes roles a partir de las
tareas encomendadas. Tampoco se destacó Carmen en calidad de líder con
excepcionales aptitudes para ello, ni tuvo que vestirse como hombre para
conducirlos en los combates, como la Pensativa de Jesús Goytortúa Santos, en la
novela del mismo nombre.
Carmen es la
mujer virgen capaz de imponer sus criterios y relacionarse con las mujeres y
hombres cristeros. Su identidad ideológica y social no sufre el sojuzgamiento
masculino; por el contrario, reacciona vigorosamente y se rebela ante el
conservadurismo hispanista subyacente en Carlos, con quien vive un idilio.
Envueltos en una relación romántica, Robles vuelve a sugerir una contradicción;
en este caso, mientras la proyección inicial del joven frente al gobierno de
Calles es de dudas y reservas, sin considerar inicialmente la posibilidad de
arremeter contra él, en el caso de la maestra sí se encuentra dispuesta a
colaborar con la causa armada de los cristeros, sin anular o minimizar los
intereses femeninos. Virtuosa, bondadosa y abnegada como la Virgen de
Guadalupe, reafirma ante los alumnos que la defensa de la religión católica era
la base y el origen de la educación de México (Arredondo, 2003:7).
Robles presentó
la obra de la maestra católica cristera como una alternativa al modelo
educacional propugnado por el gobierno de Calles. La convirtió en una imagen
narrativa que buscaba respaldar el ideal católico en la sociedad mexicana,
porque dentro de ella devenían como continuadoras de la labor educativa materna
en un país donde el Estado, desde hacía más de 100 años, había asumido la
educación con carácter oficial y público.
Como fuente de
gran importancia, La virgen de los cristeros aportó una
novedosa perspectiva al análisis histórico del conflicto, mostró aristas del
espacio rural y, desde una posición política, fue capaz de cuestionar y
criticar la política educacional que se desarrollaba en México en la
posrevolución, criterio avalado por el crítico peruano Luis Alberto Sánchez,
quien aseveraba que la novela de Robles estaba "bien escrita, su objetivo
es político" (1968:441).
La maestra
Carmen, a diferencia de las mujeres que en la historia tradicional se
encontraban marginadas, adquiere por el novelista una personalidad y una
profesión definidas y reconocidas en el espacio público rural. Con su reiterada
insistencia sobre la necesidad del conocimiento, la utilización correcta del
lenguaje y la instrucción, representaba a la mujer de clase media, instruida,
capaz de formar con dedicación a las generaciones más jóvenes. No fue la madre
abnegada, la esposa fiel, o la buena hija circunscrita a la familia o al ámbito
privado del hogar, no tuvo esta intencionalidad de parte de su autor, sino que
fue la mujer conocedora, tanto de las materias históricas de su país como de
las artes, quien al ofrecer clases de piano y guitarra a sus matriculados se
constataba su esfuerzo en educar y formar a las niñas y niños de la hacienda.
Las clases de música fue otro de los pretextos que utilizaba para sus reuniones
con los emisarios que llegaban con peticiones e informaciones desde otras regiones,
hombres que aparentaban el deseo de escuchar los ensayos musicales de los
alumnos y marchaban luego con sus objetivos cumplidos, a veces llevando consigo
mensajes escritos con zumo de limón, difíciles de descifrar en caso de ser
descubiertos por las fuerzas del gobierno federal.
La imagen
profesional e instruida de la maestra fue aportada a partir de la experiencia
personal de su autor. Robles, quien había desandado por Estados Unidos,
Inglaterra, Italia, África, Francia y España, poseía una gran cultura. Era, al
decir de Marcelino Domingo, un devoto de la lectura y el conocimiento, "un
amante de Méjico, conocedor de las costumbres y los hombres de Méjico [...]
Méjico es una cantera de sugestiones espirituales para quien sepa servirse de
ella. El campo, con la tragedia de sus hogares en esclavitud; el indígena
[...], el trastorno religioso producido en la conciencia por la pugna entre dos
creencias que más que dos líneas morales son el pugilato entre dos
fanatismos" (Domingo, 1926:4).
Aurora Maura
Ocampo de Gómez planteó que "todos los libros de Fernando Robles persiguen
una intención, retratan una realidad. Son todos históricos, en donde se puede
conocer nuestra evolución y revolución. Son, en realidad, documento, artículo
de fondo, crónica, reportaje" (1965:249). Lo cierto es que cuando la
cultura oficial pretendió borrar de los mexicanos su historia tradicional, los
acontecimientos dramáticos y violentos que muchos habían experimentado
personalmente en la primera rebelión de los cristeros acontecida en el periodo
1926-1929, Robles revalora el suceso como motivo principal en su novela, sin
dejar de utilizar a fondo el controvertido tema de la tierra, su reparto y el
sistema productivo de las haciendas. Al igual que otros novelistas de tema
cristero que escribieron antes y después de los años treinta del siglo XX,
Robles fue consciente de la importancia de un tema que todavía es considerado
tabú por algunos, y sujeto a variadas interpretaciones de otros, que no podía
borrarse de un día para otro, ni de una generación a otra; era necesario dejar
constancia escrita de su impronta, como también lo hicieron el testimonio, el
cuento, las memorias, el corrido.
Fue Robles de
"los ídolos de los letrados" que vivieron en la primera mitad del
siglo XX, al decir de Luis González y González (2004:26); el autor de La
virgen de los cristeros realizó una versión personalísima de lo que
vio, vivió y quiso reflejar. Si bien su obra propone perspectivas diferentes
que posibilitan su análisis desde diferentes ópticas, develó su perspectiva del
hecho, demostrando muchos rasgos autobiográficos, además de su ingeniosidad e
inteligencia como novelista.
Fue, sin dudas,
un testimonio devenido en "prisma", un texto literario que funge como
motivo de reflexión para los lectores de México y del mundo. No fue propiamente
historia porque no era su objetivo, sino su contribución valiosa como escritor
y literato en una novela que, no exenta de innumerables elementos de ficción,
fue capaz de tomar la historia de su país natal, para incidir en la mentalidad
e imaginario social de la nación mexicana. Todo ello a partir de la
representación e imagen de la mujer católica cristera, como el hilo conductor
de una historia convulsa, heterogénea y todavía polémica a la luz de la
contemporaneidad.
Notas
1 La protesta de la Confederación Nacional de Estudiantes Católicos
se suscitó en noviembre de 1926. En ella alegaban que tal determinación, además
de ser una intromisión de parte de las autoridades, atentaba contra los
principios básicos de la libertad, oponiéndose a la pedagogía cristiana y
ofendiendo la cultura y la moralidad. "Incesantemente repite la Secretaría
de Educación Pública que el problema máximo de Méjico es el educativo... por
tanto es antipatriótica la labor de esa misma Secretaría en contra de las
escuelas particulares, especialmente católicas [...] El secretario de Educación
da, para explicar semejante decisión, una razón que es a la verdad, fútil
pretexto. Dice que el crucifijo es el lábaro de cierta rebeldía. Un Cristo no
puede ser símbolo de rebeldía, puesto que lo es de paz y de redención [...]
además en un pueblo consciente, no se suprime la inconformidad... suprimiendo
símbolos y emblemas" (véase La controversia. Periódico
Independiente [México]. 1926:1).
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