LA RIOJA
ENTRE VIÑEDOS Y MONASTERIOS
Una ruta para disfrutar de la
cuna del castellano, de bodegas asombrosas, de pueblos delicados y de
monumentos religiosos notables.
Las dos primeras
afirmaciones se sustentan en su ubicación geográfica, situada entre los rigores
de la meseta castellana y la humedad de la cornisa cantábrica, con el río Ebro
como arteria y vía de comunicación desde la época romana. Estas circunstancias
ofrecen un clima sereno y suave, especialmente en otoño y primavera. En cuanto
a la Historia, durante más de mil años La Rioja ha sido tierra de frontera
entre musulmanes y cristianos, y entre los reinos de Navarra, Castilla y
Aragón, además de paso obligado del Camino de Santiago francés. Aquí se tiene
la oportunidad de pecar por los excesos de la buena comida y sus caldos de fama
mundial, para luego expiarlos recorriendo la Ruta del Románico o la Ruta
Jacobea.
A
PIE POR LOGROÑO
A
Logroño, la capital de la comunidad autónoma, se accede con un acto tan simple
como cruzar a la orilla derecha del río Ebro. Como si fuéramos peregrinos
provenientes de Navarra, nos adentramos en el casco histórico de la ciudad. A
los pies de la iglesia de Santiago nos encontramos con la Fuente del Peregrino
y, sobre el piso de la plaza, un Juego de la Oca, metáfora de lo sagrado y
variable del camino de la vida.
EPICENTRO
DE LA CIUDAD
A
escasos metros, la plaza del Mercado es el epicentro del casco antiguo. Rodeada
de edificios porticados, esta plaza fue antiguamente el centro vital de la
ciudad. Está presidida por la concatedral de Santa María de la Redonda, del
siglo XVI, que guarda en su interior una pequeña joya: la pintura de un
Calvario realizada por Miguel Ángel y que puede verse en el deambulatorio del
retablo mayor.
DE
PINTXOS Y DULCES
Hay
tres calles en Logroño que forman una constelación perfecta de gastronomía,
ambiente y vino. Se trata de las calles San Juan, San Agustín y la famosísima
Laurel –apodada cariñosamente «la senda de los elefantes»–, corazón del casco
viejo de la ciudad. Para circular por estas vías no se necesita más que buen
apetito y una considerable cantidad de sed. Cada bar –hay más bares que
adoquines– ofrece sus especialidades culinarias en forma de tapas en las que
prima la calidad por encima del artificio. Un simple pincho de champiñón a la
plancha, un huevo de codorniz con chorizo picante y pimiento, o los menos
conocidos embuchados, deliciosa tripa de cordero asada, justifican el viaje se
venga de donde se venga.
Las
confiterías son territorios abonados para el recuerdo y no hay nada tan
efectivo para transportarse a los olores y sabores de la infancia que pedirse
un fardelejo en alguna de las pastelerías de la calle Portales, semiescondidas
entre los arcos de los soportales como casas hechas de dulces en un bosque
encantado. Este postre originario de Arnedo contiene toda la influencia del
legado árabe en un hojaldre de forma rectangular, relleno con una mezcla de
almendra, huevo y ralladura de limón.
TERRITORIO
VINÍCOLA
A
tan solo 26 km de Logroño accedemos a la zona más septentrional de la región,
presidida por la señorial Haro, famosa por su producción de vino desde época
romana. Durante el siglo xix bodegueros franceses se establecieron en la región
con ánimo de criar vinos franceses, pero una plaga de filoxera les obligó a
utilizar variedades autóctonas con las que consiguieron vinos que alcanzaron
fama mundial. La prosperidad económica inundó Haro de palacios y casas
solariegas, y se convirtió en la primera ciudad española en tener alumbrado
público; así se recuerda en el acervo popular con la expresión: «Ya estamos en
Haro, ya se ven las luces». Hoy en día el auge del enoturismo ha llevado a
muchas bodegas centenarias del barrio de la Estación a ofrecer visitas guiadas,
catas y cursos.
ENTRE
VIÑAS Y CASTILLOS
Desde
Haro se puede seguir la Ruta de los Castillos: Cuzcurrita, Sajazarra o San
Vicente de la Sonsierra fueron poblaciones fronterizas entre antiguos reinos y
aún conservan un marcado sabor medieval. Antes de enlazar de nuevo con el
Camino de Santiago, es recomendable perderse por las callejuelas medievales de
Briones, declarado Conjunto Histórico-Artístico y considerado uno de los
pueblos más bonitos de España. Lo más recomendable es acercarse a la localidad
a través de la carretera que atraviesa Gimileo, en las cercanías del mirador
del cerro de San Pelayo.
UN
MONASTERIO MUY 'ROYAL'
Retomando
el Camino de Santiago hacia occidente, nos dirigimos a Nájera por la LR-208
bordeando las localidades de San Asensio y Hormilleja. Lo primero que sorprende
al visitante es la ubicación de su casco antiguo, resguardado bajo los
escarpados taludes de los cerros que rodean la ciudad. El Castillo de la Mota,
el Alcázar y el de Malpica, llamado «de los judíos», se encargaban de proteger
la villa. Y es que Nájera no era un enclave cualquiera, pues durante siglos fue
residencia real y capital del Reino de Pamplona-Nájera, que en el siglo XI
llegó a abarcar buena parte del tercio norte peninsular.
De
aquella época data el monasterio de Santa María la Real (en la imagen).
Construido a partir de una cueva del acantilado, parece más una fortaleza que
un recinto religioso, con sus contrafuertes circulares guardando una estructura
semejante a una muralla. En el interior, el Panteón Real custodia las
sepulturas de varios reyes de Navarra, Castilla y León, así como el sepulcro de
Diego López de Haro, señor de Vizcaya en el siglo XIII, que se encuentra en el
claustro.
LA
CATEDRAL CON GALLINERO INCORPORADO
Quienquiera
que se adentre en la catedral de Santo Domingo de la Calzada, consagrada el año
1106, podrá disfrutar de una joya del románico riojano. Pero lo que más le
sorprenderá no será el sepulcro de santo Domingo, sino la visión de un
gallinero. Sí, sí, un gallinero con una gallina y un gallo vivos. Cuenta la
leyenda que un joven peregrino francés fue falsamente acusado de robo y
condenado a la horca. Aún colgaba de la soga cuando sus padres le oyeron
susurrar que estaba vivo por intersección de Santo Domingo. Prestos acudieron a
avisar al corregidor, que a punto de almorzar dos aves asadas exclamó: «Vuestro
hijo está tan vivo como estas aves que voy a trinchar» y acto seguido, el gallo
y la gallina asada cobraron vida y comenzaron a cantar. Esta leyenda se
convirtió en una de las más populares de Europa y durante los últimos 900 años
no ha habido peregrino que no haya visitado la catedral para constatar la
veracidad del milagro.
EZCARAY Y SUS LITURGIAS
Tras
las fatigas del caminante espera un lugar idílico rodeado de montañas: Ezcaray.
Situado a los pies de la sierra de la Demanda y guardado por el pico de San
Lorenzo (2271 m), el más alto de la comunidad, es un encantador enclave de no
más de dos mil habitantes y un foco turístico durante todo el año. Cuenta entre
sus atractivos con la estación de esquí de Valdezcaray y el afamado Festival de
Jazz que se celebra en verano.
Es
menester, antes de nada, cumplir con la tradición y acercarse a tocar la
argolla del Fuero, en la primera columna de los soportales de la Oficina de
Turismo. Cuenta la tradición que al tocar la argolla uno se acoge al Fuero
otorgado por los reyes y no puede ser juzgado en otro lugar que no sea Ezcaray,
por muy luctuoso que sea su delito. Sea uno héroe o villano, hay un lugar de la
localidad que no podemos dejar de frecuentar: la popular plaza del Quiosco,
punto neurálgico y de reunión tanto para locales como para foráneos, donde se
admira la arquitectura tradicional riojana mejor conservada.
UN
ENTORNO IDÍLICO
La
ubicación entre montañas de Ezcaray hace de este lugar un campamento base
perfecto para hacer actividades al aire libre, como el senderismo. De aquí
parte una magnífica ruta que lleva hasta San Millán de la Cogolla, una de las
joyas culturales de La Rioja. Partiendo del ayuntamiento, cruzamos el puente
sobre el río Oja y nos encaminamos por una pista a la derecha que conduce entre
pastos y bosques por las aldeas de Turza y Pazuengos, hasta desembocar unas
horas después en San Millán.
UN
PUEBLO, DOS MONASTERIOS
Este
pequeño pueblo cuenta en su término municipal con dos monasterios que le han
dado fama universal. Por un lado el más grande y suntuoso, el monasterio de
Yuso, de estilo románico en su origen entre los siglos X y XI. En su interior
se puede ver el facsímil de las llamadas Glosas Emilianenses, comentarios que
un anónimo monje de Suso anotó en los márgenes de un texto en latín que estaba
traduciendo: se trata de las primeras frases en castellano y en euskera no
epigráfico de la historia. La vinculación de estos valles con la lengua no es
casual, muy cerca de San Milán se encuentra la aldea de Berceo, cuna del poeta
y monje Gonzalo de Berceo, uno de los grandes artífices del corpus literario
medieval conocido como Mester de Clerecía.
ROMÁNICO
ÍNTIMO
Desde
Yuso a Suso media un kilómetro escaso que serpentea a través de una pequeña
carretera entre un tupido bosque. Se accede tan solo con una visita guiada.
Después de asistir a la majestuosidad de Yuso, Suso (en latín «arriba») parece
poco más que una ermita en la ladera de la colina, pero no hay que dejarse
engañar por las apariencias. Surgió como refugio de ascetas en cuevas en el
siglo VI, siendo el primero y morador más famoso el eremita Aemilianus, san
Millán, que habitó el cenobio hasta la edad de 101 años, todo un «milagro» para
la época. En el interior del templo se conserva la cueva sepulcral con la lauda
del fundador labrada en alabastro negro.
UN
SORPRENDENTE PARAÍSO... NATURAL
Desde
San Millán orientamos nuestros pasos hacia otro paraíso, no religioso pero sí
natural: la sierra de Cebollera, a los pies del Sistema Ibérico. En este parque
natural abundan los bosques de hayas, robles, pinos y abedules, un paisaje
propio de alta montaña en el que podemos encontrar circos glaciares (hoyas) por
encima de los 2000 m. En Villoslada de Cameros se halla el Centro de
Interpretación del parque, una buena manera de conocer no solo el patrimonio
natural de la Sierra de Cebollera, sino también cómo las gentes han sobrevivido
en su seno durante siglos practicando la trashumancia y viviendo en armonía con
el entorno.
LOS
PRIMEROS MORADORES DE LA RIOJA
Dicen
los riojanos con sorna que sus primeros paisanos ya pisaban la uva y dejaron
así sus huellas sobre la piedra, pero lo cierto es que se trata de icnitas, es
decir, huellas fósiles de dinosaurios de diferentes especies y tamaños que
inundan el sur de La Rioja. El Centro Paleontológico de Enciso nos proporciona
toda la información necesaria para visitar los yacimientos y trasladarnos como
por arte de magia al Cretácico Inferior, hace la friolera de 130 millones de
años, cuando los grandes saurios dominaban la Tierra, campaban a sus anchas por
las costas del Mar de Tetis y en una llanura pantanosa cercana a Enciso dejaron
sus huellas petrificadas. Los 110 yacimientos repartidos entre 20 localidades
suponen un patrimonio paleontológico de referencia mundial.
RUMBO
A RIOJA BAJA
A
14 km de Enciso, el municipio de Santa Eulalia Somera alberga las Cuevas del
Ajedrezado, un enigmático conjunto de cavidades de época altomedieval del que
aún se discute si tuvo un uso eremítico o si servía para criar palomas. Tras la
visita bajo tierra, acudimos a la cercana Arnedillo para disfrutar de su
balneario o bien de las termas naturales de los márgenes del río Cidacos, una
serie de pozas de piedra que se mantienen entre los 35 y los 40 ºC. Son de
acceso público y están abiertas las 24 horas, lo que permite deslizarse en sus
cálidas y relajantes aguas mientras se contempla el cielo estrellado.
Nos
encontramos ya en plena Rioja Baja, la zona más oriental de la comunidad, y el
paisaje ha cambiado a un clima más seco. Para descubrirlo en toda su belleza
hay que detenerse en Cervera del Río Alhama. Esta localidad cuenta con una
magnífica ruta senderista, apta también para realizar con bicicleta de montaña,
que recorre las márgenes del río Alhama y discurre entre montañas
espectaculares hasta el yacimiento celtibérico de Contrebía Leucade y el
antiguo castillo árabe.
Alfaro
es la cabeza de la comarca y el municipio más extenso de La Rioja. Merece la
pena pasear por sus calles y visitar la Colegiata de San Miguel Arcángel (en la
imagen), del siglo XVII, el templo más grande de la comunidad. Su construcción
duró casi cien años y en su tejado alberga la mayor colonia urbana de cigüeñas
blancas del mundo. La presencia de aves migratorias es una constante ya que en
las inmediaciones se halla la Reserva Natural de los Sotos del Ebro, un oasis
para multitud de aves, reptiles y anfibios. Conviene no abandonar Alfaro sin
probar antes las afamadas chuletillas al sarmiento o el cordero lechal con
caracoles, dos de sus platos más típicos. Y como seguimos en La Rioja, el más
humilde vino de la casa que nos sirvan será de una calidad excepcional.
CALAHORRA
BIMILENARIA
Calahorra,
la Calagurris romana, una de las ciudades más importantes del norte de
Hispania, aparece tras conducir 30 minutos por la autopista. El río Ebro marca
aquí la frontera con la vecina Navarra y baña ambas orillas alimentando huertas
y cultivos. No en vano a Calahorra se la conoce como la Ciudad de la Verdura,
con un museo dedicado en exclusiva a la cultura de la huerta. En el casco
antiguo también es de visita obligada el Museo de la Romanización, una
magnífica muestra del legado e historia de una ciudad bimilenaria.
No
hay mejor lugar para terminar este recorrido por La Rioja que la pequeña
población de Aldeanueva de Ebro, conocida como «el pueblo de las tres
mentiras», puesto que no es una aldea, ni es nueva –data del siglo XI– y el
Ebro pasa a varios kilómetros de ella. Mientras paseo por el coqueto Museo del
Vino, ubicado en la antigua ermita del Portal, de 1536, no puedo evitar
recordar el aroma de la infancia, el de mi abuela cociendo peras del Rincón del
Soto –antes fruta humilde, hoy con denominación de origen– bañadas en vino
joven, con canela, clavo y pimienta, en el instante mágico en que las luces
ocres del otoño tiñen de oro el mar de viñas que rodea el pueblo.
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