En el bicentenario de la muerte de Joseph de
Maistre (1821-2021)
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Este 26 de febrero
de 2021 se cumplieron doscientos años del fallecimiento del conde Joseph de
Maistre (1753-1821), uno de los grandes maestros del pensamiento
contrarrevolucionario del siglo XIX.
Joesph-Marie de
Maistre nació en Chambéry (Saboya) el 1º de abril de 1753. Primogénito de diez
hermanos, pertenecía a una familia de fieles servidores de la dinastía
saboyana, y sucedió a su padre François-Xavier como magistrado y senador del
reino de Cerdeña. Estudió jurisprudencia en Turín, y finalizó sus estudios en
1772, dedicándose en su ciudad natal a la profesión de magistrado. La invasión
napoleónica en 1796 dio lugar a un periodo de desventura y exilio para la
dinastía saboyana que duró hasta que en 1802 el rey Víctor Manuel I lo envió a
San Petersburgo como ministro plenipotenciario ante la corte del zar Alejandro
I.
La observación del
Alphonse de Lamartine de que «sería imposible encontrarse con el conde Joseph
de Maistre sin imaginar que se pasaba ante alguien grande» se entiende bien si
se echa una ojeada a los despachos enviados por el representante del rey de
Cerdeña a la corte del zar envió a su soberano (cf. Joseph de
Maistre, Napoleone, la Russia, l’Europa, Donzelli, Roma 1994). Los
despachos enviados desde San Petersburgo nos permiten seguir etapa a etapa las
incursiones de Napoleón en una partida en la que, decía, «está en juego el
mundo». Más que despachos, se trata de extensas relaciones ricas de
observaciones eruditas y profundos aforismos que no entendía Víctor Manuel, hombre
honrado pero de inteligencia mediocre, que a través de su principal dignatario
hizo llegar a su ministro en San Petersburgo el siguiente mensaje: «Por el amor
de Dios, díganle al conde De Maistre que mande despachos en vez de
disertaciones».
En los catorce
largos años que permaneció en Rusia, el gran pensador redactó obras
fundamentales como las Veladas de San Petersburgo y Essai
sur le principe générateur des constitutions politiques, polémico tratado
contra las ideologías revolucionarias que despreciando las enseñanzas de la
historia y de la experiencia pretendían elaborar un modelo puramente abstracto
de las instituciones sociales y políticas. En dicho libro, relanzado hace unos
días en italiano por la editorial Fiducia, Maistre nos recuerda que la soberanía
es un sello distintivo natural y necesario de la sociedad humana. La soberanía
constituye la sociedad, porque una sociedad no puede subsistir sin
autoridad, poder y leyes. Una sociedad despojada de su soberanía está destinada
a descomponerse y morir como un cuerpo separado del alma.
Tras la caída de
Napoleón, Víctor Manuel I no pensó en él para representarlo en el Congreso de
Viena que se inauguró en 1814. Los resultados del histórico congreso
decepcionaron a De Maistre, para el cual una restauración puramente exterior no
podría resistir por mucho tiempo la influencia revolucionaria. «La
contrarrevolución –afirmó lapidariamente– no será una revolución de signo
contrario, sino lo contrario de la Revolución».
El 27 de marzo de
1817, De Maistre abandonó definitivamente Rusia, que había llegado a ser su
segunda patria, y regresó a Turín, donde fue recibido con tardíos honores;
entre ellos, fue nombrado regente de la Cancillería del Reino de Cerdeña. Hasta
su muerte fue un ardoroso miembro de las Amistades Católicas del P. Bruno
Lanteri, asociación católica antiiluminista que tenía ramificaciones en
Francia, Austria y el Piamonte. «Nuestro objetivo –escribía en diciembre de
1817 al conde Friedrich Stolberg, que había abjurado del protestantismo– es precisamente
hacer contrapeso a la funesta propaganda del siglo pasado. Estamos plenamente
seguros de que no fallaremos si hacemos en pro del bien lo mismo que ha hecho
dicha propaganda con tan deplorable éxito».
Una de las sombras
que envuelven la figura de De Maistre es su participación juvenil en la
Masonería. En 1774 ingresó en la logia de rito inglés Troi Mortieres, y en 1778
se pasó a la de rito escocés rectificado Parfaite Sincérité. Acabada la
Revolución Francesa, y sobre todo después de su llegada a Rusia en 1803,
abandonó la Masonería, si bien pareció establecer una distinción entre los
iluminados, que conspiraban contra el trono y el altar, y una suerte de
masonería espiritual partidaria de la religión y la monarquía. Pero es preciso
rechazar sin ambigüedades esa distinción. Las condenas pontificias abarcan toda
expresión masónica, no sólo algunos sectores, como recalca la Sagrada
Congregación para la Doctrina de la Fe en su documento del 26 de noviembre de
1983, que establece que «no ha cambiado el juicio negativo de la Iglesia
respecto de las asociaciones masónicas, porque sus principios siempre han sido
considerados inconciliables con la doctrina de la Iglesia».
Los más rigurosos
estudiosos del pensador saboyano, como Marc Froidefont (Théologie de
Joseph de Maistre, Garnier, París 2010) han desmontado no obstante los
intentos por parte de algunos ambientes esotéricos de apoderarse de un escritor
auténticamente católico como Joseph de Maistre. Junto con Luis Gabriel de
Bonald (1754-1840), Juan Donoso Cortés (1809-1853), Ludwig Haller (1768-1854) y
muchos otros, De Maistre se cuenta entre aquellos autores que dieron la cara
para denunciar valerosamente y con claridad las nefastas consecuencias de la
Revolución Francesa. Monseñor Henri Delassus (1836-1921), cuya obra sintetiza
el pensamiento de la contrarrevolución católica del siglo XIX, dice que De
Maistre lo supo ver (La conjuración anticristiana, Desclée de
Brower, Lila 1910, p.42), y lo califica de profeta de los tiempos
actuales (L’américanisme et la conjuration antichrétienne, Lila 1899, p.
235), y lo señala como uno de sus principales puntos de referencia.
Joseph de Maistre
siempre estuvo íntimamente ligado a Saboya, como su paisano San Francisco de
Sales (1567-1622), obispo de Annecy. En el aspecto espiritual, pertenecía a una
escuela que se originaba en San Francisco de Sales y que tras el injerto
ignaciano de las Amistades Católicas culminó en San Juan Bosco (1815-1888),
fundador de los Salesianos. En su Historia de Italia, Don
Bosco dedica todo un capítulo a Joseph de Maistre, y estuvo muy vinculado a su
familia. El conde Rodolfo de Maistre, hijo de Joseph, alojó a Don Bosco en
su palacio, situado en el Quirinal, durante su primera estancia en Roma del 21
de febrero al 16 de abril de 1958. Los hijos de Rodolfo –Francesco, Carlo y
Eugenio– trataron a Don Bosco con la misma dedicación y amistad. Cuando
falleció Don Bosco, el conde Carlo de Maistre escribió al beato padre Michele
Rua (1837-1910), que sucedió al fundador en la dirección de la orden salesiana:
«La amistad de aquel santo varón era un valiosísimo tesoro que todos los de la
casa disfrutábamos enormemente. En medio de las pruebas que la Divina
Providencia disponía para nosotros, una palabra o una frase de Don Bosco
infundía siempre mucho consuelo a nuestros atribulados corazones».
El conde Joseph de
Maistre murió en Turín el 26 de febrero de 1821 y fue sepultado en la iglesia
de los Santos Mártires, de aquellos padres jesuitas a los que, sobre todo en
Rusia, siempre había defendido a capa y espada. A su vez, San Juan Bosco reposa
en la iglesia de María Auxiliadora, a pocos centenares de metros en línea recta
del lugar donde el conde saboyano espera la resurrección eterna. En las paredes
de la primera capilla del lado del Evangelio de la mencionada iglesia se
encuentra la lápida sepulcral de Joseph de Maistre, todavía objeto de visita
para quienes veneran su memoria.
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