Kronstadt, 1921. La represión contra el “orgullo y gloria de la
Revolución”
http://www.anarkismo.net/article/32184
La Revolución rusa es uno de los episodios más importantes del siglo XX,
pues determinó el desarrollo del mundo en base a sus parámetros a partir de
1917. Frente a un modelo político/económico como la democracia liberal, que
entró en una crisis en el periodo de entreguerras, y el ascenso del fascismo,
se situó la salida revolucionaria que tenía el ejemplo ruso como uno de sus
principales referentes.
Sin embargo, el estudio de la Revolución rusa se ha realizado
normalmente de una manera excesivamente somera y simplista, reduciendo a una
lectura binaria un acontecimiento complejo donde su jugaron numerosos proyectos
revolucionarios, algunos de los cuales salieron derrotados. La revolución rusa
fue un proceso mucho más complejo que bolcheviques contra mencheviques o rojos
contra blancos. Otras opciones revolucionarias, como el poderoso
socialismo-revolucionario ruso o el anarquismo mostraron sus cartas y sus
opciones en el proceso que se abrió en 1917.
Entre los acontecimientos mas importante que se dieron en aquel proceso
estuvo la Comuna de Kronstadt, una ciudad ubicada en la isla de Kotlin, a pocos
kilómetros de la revolucionaria Petrogrado (hoy San Petersburgo).
Desde el inicio de la revolución, Kronstadt y la flota del Báltico había
tenido un papel protagonista en el proceso revolucionario. Allí, desde muy
temprano, existió un soviet (consejo) diverso, compuesto por numerosas
corrientes revolucionarias, que plantaron cara a las políticas que se
desarrollaban desde la Rusia interior. Con el triunfo de la revolución de
febrero de 1917, donde los marinos de Kronstadt tuvieron un papel protagonista,
esta plaza del Báltico se convirtió casi en una república independiente, ya que
consideró que las medidas adoptadas por los gobiernos provisionales eran
insuficientes en las aspiraciones revolucionarias. Al frente de este soviet
había personalidades como la de Efim Yarchuk, un anarquista natural de
Bialystok (en la actual Polonia) que había tenido un papel protagonista en el
desarrollo del anarquismo en su ciudad natal. En numerosas ocasiones los
marinos de Kronstadt desembarcaban en Petrogrado y se unían a las movilizaciones
de los trabajadores. Sin su participación, la revolución de octubre de 1917 no
habría sido posible y ello le valió el calificativo por parte de Trotsky de
“orgullo y gloria de la Revolución”.
Sin embargo, a pesar de la participación de los marinos de Kronstadt en
la Guerra Civil o, incluso en los hechos revolucionario de 1918 como el cierre
de la Asamblea Constituyente, que lo efectuó el marino anarquista Anatoly
Zhelezniakov, pronto comenzó a surgir una crítica por parte del soviet de
Kronstadt ante el gobierno bolchevique al que consideraba que estaba formando
una estructura dictatorial.
A pesar del contexto de guerra civil en Rusia, donde los marinos de
Kronstadt favorecieron la victoria frente a las fuerzas blancas, las críticas
fueron dirigidas hacía la pérdida del espíritu que había marcado la revolución
de 1917 y hacían un llamamiento hacía una superación de la fase iniciada en
octubre, o lo que denominaban “Tercera Revolución” (tras las de febrero y
octubre). Un contenido que enlazaba con los deseos de algunos grupos políticos
del momento que, como los anarquistas, estaban canalizando y articulando una
buena parte del descontento y que en algunos lugares como Ucrania venían
desarrollando experiencias comunistas libertarias a partir de las zonas
controladas por las fuerzas del Ejército Insurreccional de Néstor Majnó.
Cuando la Guerra Civil rusa tocaba a su fin, llegó el momento para que
los marinos de Kronstadt pusieran encima de la mesa que el modelo defendido por
los bolcheviques no coincidía con lo desarrollado en 1917. En aquel soviet a
inicios de 1921 había un amplio abanico de tendencias políticas: desde
anarquistas hasta socialistas revolucionarios pasando por bolcheviques
descontentos con las políticas del gobierno.
Las medidas de restricción de libertades, que había llevado en los años
de guerra a la persecución, encarcelamiento y ejecución de numerosos militantes
revolucionarios, la suspensión de la libertad de prensa para las corrientes
revolucionarias y el control que el Partido Bolchevique efectuaba sobre los
soviets fueron las bases de las protestas en Kronstadt. A ello se unía la
petición de acabar con el llamado “comunismo de guerra” que había generado un
amplio descontento entre los trabajadores del campo.
Una resolución aprobada por los marinos en la Plaza del Ancla de
Kronstadt el 2 de marzo de 1921 resumía las peticiones revolucionarias. Al
mismo tiempo, la prensa oficial del gobierno apuntaba que en Kronstadt existía
una conspiración de blancos y zaristas en conexión con potencias extranjeras.
Esta cuestión fue la que llevó a los marinos a constituir un Comité
Revolucionario el mismo 2 de marzo y mantener bajo arresto a los dirigentes
bolcheviques de Kronstadt (Kuzmin y Vasiliev). A la cabeza del movimiento
revolucionario estaban marinos de probada militancia revolucionaria como Stepan
Petrichenko, antiguo militante bolchevique, o Perepelkin, simpatizante del
anarquismo. Como órgano de prensa del Comité Revolucionario se editó Izvestia
(Noticias) y el centro neurálgico de la rebelión estuvo en los acorazados
Petropavloks y Sebastopol. Aunque se ha argumentado en numerosas ocasiones la
existencia de grupos organizados detrás de la revuelta, en realidad fue una
movilización de los marinos que contó con el apoyo de algunas fuerzas políticas
de la izquierda opositora al gobierno de Lenin.
La reacción del gobierno, por su parte, fue apuntar a una conspiración
contra el gobierno, donde se unían fuerzas diversas de la reacción
contrarrevolucionaria. Sin embargo, Lenin supo leer a la perfección la revuelta
de Kronstadt: una revuelta de la izquierda que ponían en tela de juicio el
proceso iniciado por su gobierno. De ahí que fuese más peligrosa pues lo que
volvía a poner encima de la mesa era el modelo revolucionario, algo que los
bolcheviques no querían volver a tratar tras tres largo años de guerra civil.
Para el gobierno, la única opción contra los marinos de Kronstadt era asaltar
la fortaleza y acabar militarmente con la rebelión.
A pesar de los intentos de mediación que algunas personalidades de la
época ofrecieron, como la de los anarquistas Alexander Berkman, Emma Goldman,
Nikifor Perkus y G. Petrovsky, la decisión del asalto estaba tomada. Zinoviev y
Trotsky eran partidarios de iniciar el asalto lo antes posible para evitar el
deshielo de la fortaleza lo que habría hecho inexpugnable o más difícil su
toma. El “orgullo y la gloria de la revolución” había pasado a ser “la canalla
contrarrevolucionaria”.
Entre los días 16 y 18 de marzo de 1921 la fortaleza de Kronstadt fue
asaltada por las unidades del Ejército Rojo a cuya cabeza estaban Tujachevsky y
Kamenev. La desigualdad de fuerzas hizo que la plaza cayese muy rápido, huyendo
algunos líderes de la revuelta y otros fueron detenidos.
Con el fin de la rebelión de Kronstadt acababa la posibilidad de abrir
un nuevo proceso revolucionario. Pocas semanas después fue también derrotado
Majnó al igual que meses después lo sería la más caótica revuelta de Tambov
encabezada por el socialista revolucionario Alexander Stepanovich Antonov. Los
debates ahora dejaban de estar en la calle y los soviets para estar en los
órganos internos del Partido Comunista.
Sin embargo, la revuelta de Kronstadt quedó en la memoria indeleble de
revolucionarios posteriores.
BIBLIOGRAFÍA
Avrich, Paul, Kronstadt, 1921, Anarrés, Buenos Aires, 2006
Kool, Frits y Obërlander, Erwin, Documentos de la revolución
mundial: Kronstadt, ZYX, Madrid, 1971
Taibo, Carlos, Anarquismo y revolución en Rusia, 1917-1921,
Los libros de La Catarata, Madrid, 2017
Vadillo Muñoz, Julián, Por el pan, la tierra y la libertad. El
anarquismo en la Revolución rusa, Volapük ediciones, Guadalajara, 2017
EL TOTALITARISMO
COMENZÓ EN
KRONSTADT
Por Ariel González
(Periodista
cultural; Twuitter: (arroba)ArielGonzlez)
“Cada
generación radical tiene su Kronstadt”, escribió Daniel Bell. Y como quiera que
se lo vea, Kronstadt es un episodio fundamental en el proceso de comprensión de
la verdadera naturaleza de la Revolución Bolchevique. Incluso para un joven
Borges –cuya familia en Ginebra, vivió en la Rue Malagnou, la misma calle donde
en el número 29 vivió exiliado Lenin en 1895- la represión de este
levantamiento apagó para siempre ciertas simpatías soviéticas que llegó a
abrigar.
El proyecto comunista ha sido hasta
hoy –ahí donde icreíblemente aún se lo cultiva de una u otra forma- un penoso
sobreviviente de la cadena de sucesos que dramáticamente encabeza Kronstadt.
Todas las coartadas ideológicas o “morales”, las delaciones, las mentiras
difundidas cínicamente, la intolerancia, los silencios cómplices, la supresión
definitiva de las libertades, en fin,
todas las trampas para justificar el horror, fueron ensayadas hace 100
años en ese puerto de la pequeña isla de Kotlin al oeste de Petrogrado, hoy San
Petersburgo.
“…sólo los muertos
podían sonreír”
Al
comenzar 1921 ya era más que evidente que la Revolución bolchevique, siguiendo
puntualmente un famoso e inexorable dictum, estaba devorando como Saturno a sus
propios hijos. Para ese entonces la Cheka, la infame policía política
encabezada por Félix Dzerzhinski (del que Lenin dijo orgulloso: “conoce su
oficio”) había ejecutado y encarcelado más socilaistas, anarquistas, liberales
y demócratas que toda la autocracia zarista en los últimos 100 años. Igualmente,
los bolcheviques enfrentaban más rebeliones campesinas que las que había
generado el despotismo de los Tomanov en el último siglo.
Ya desde marzo de 1919, las huelgas
venían multiplicándose. ¿Huelgas en la patria del proletariado? La sola
idea le resultaba extraña a Emma Goldman, la destacada anarquista y feminista
que había sido deportada de Estados Unidos a Rusia (entre otras cosas por
pugnar por el derecho de las mujeres al aborto) sólo para descubrir,
paradójicamente, que el régimen bolchevique no era lo que ella pensaba.Intrigada,
pregunto por este asunto y los bolcheviques siempre le respondían que eso era
absurdo: ¿Cómo podrían los obreros ponerse en huelga contra el gobierno
proletario? Los que saboteaban la producción eran parásitos o agentes del
extranjero y por eso eran encarcelados. Emma Goldman no tardaría en descubrir,
como lo relata con todo detalle en sus memorias (Viviendo mi vida, Capitán Swing, 2019), que las prisiones en
realidad estaban repletas de obreros, anarquistas, socialistas y muchos otros
que sólo eran culpables de haberse opuesto a las directivas bolcheviques.
Al iniciar la segunda década del
siglo XX, el infierno se había estacionado en Rusia. Haciendo un balance de por
sí escalofriante, Donald Rayfield (Stalin
y los verdugos, Taurus, 2005) calcula que “durante la Revolución de Octubre
y la Guerra Civil, murieron cerca de dos millones de soldados del Ejército rojo
y de la Cheka; más de medio millón del Ejército Blanco; 300 mil judíos
ucranianos y bielorusos víctimas de los progromos que llevaron a cabo los
ejércitos ucraniano, polaco y Blanco; cinco millones de personas víctimas del
hambre en la región del Volga en 1921. Por otro lado, 2 millones de rusos emigraron
(…) Las evidencias más plausibles nos dicen que el número de personas ejecutadas
o enviadas a campos de exterminio -12 mil fusilados en 1918; 9 mil 701
fusilados y 21 mil 724 enviados a campos de concentración en 1921- Las
represiones que siguieron a las revueltas de Kronstadt, por ejemplo, se
saldaron sólo en el año 1921, con varias decenas de miles de muertos”.
Faltaban por morir muchísimos más en
circunstancias similares, tantos como para que la “época” de la que habla Ana
Ajmátova en su poema “Réquiem” se extendiera por todo el siglo soviético:
“Era
aquella una época en que sólo los muertos
Podían
sonreír,
Liberados
de las guerras (…)
Las
estrella de la muerte pendían sobre nosotros”.
Las enormes privaciones, el
racionamiento, la confiscación de cosechas, la militarización de la producción
industrial y otras medidas extremas eran explicadas como el costo, elevado pero
necesario, que había que pagar para defender la revolución y terminar de una
vez por todas con sus enemigos. El problema es que estos –Denikin, Kolchak o
Wrangel, jefes de los ejércitos blancos- ya habían sido básicamente derrotados
para ese entonces. ¿Quiénes eran entonces los “enemigos”? La Cheka lo sabía
perfectamente: cualquiera que no deseara participar más del devastador
experimento comunista.
El estallido
En
la madrugada del 28 de febrero de 1921, Víctor Serge fue informado de que
Kronstadt había caído “en manos de los blancos”, pero “antes de llegar al
Comité del sector, encontré a unos camaradas, que venían con sus máuseres, y
que me dijeron que era una abominable mentira, que los marinos se habían amotinado,
que era una revuleta de la flota y dirigida por el sóviet”.
El detonante que produjo la ola de
huelgas fue el anuncio oficial, el 22 de enero, de que la ración de pan sería
reducida para las grandes ciudades a un tercio. El 26 de febrero, las tripulaciones
de los buques Petropavlovsk y Sebastopol enviaron una comisión para enterarse
directamente de los reclamos de los trabajadores; examinaron la situación y
decidieron solidarizarse con su movimiento, dando a conocer una proclama en la
que exigían “celebrar inmediatamente nuevas elecciones mediante voto secreto”.
Pedían además libertad de expresión y reunión, liberación de los prisioneros
políticos, igualar las raciones, abolir las guardias comunistas en las
fábricas, entre otras demandas básicamente políticas. El documento estaba
firmado por Petrickenko (Presidente de la Asamblea de la Escuadra) y Perepelkin
(Secretario).
El desafío que percibieron los
bolcheviques era formidable. Por esio, la respuesta de Lenin y Trotsky fue de
una intransigencia que sólo anticipaba brutalidad: “ríndanse o serán ametrallados como conejos”. A sus ojos, la
movilización de obreros y marinos no era otra cosa más que una connjura
contrarrevolucionaria.
En su carácter de comisario del
Pueblo para Asuntos Militares, Trotsky abrió paso a la designación del general
Tujachevsky (un militar formado en el zarismo) para que aplastara la rebelión
de los marinos y obreros a los que él mismo había arengado en 1917 contra el
gobierno provisional. En aquella ocasión no les supo mentir: “Os digo que las
cabezas tienen que rodar, y la sangre tiene que correr… La fuerza de la
Revolución francesa estaba en la máquina que rebajaba en una cabeza la altura
de los enemigos del pueblo. Era una máquina estupenda. Debemos tener una en
cada ciudad”.
Jamás imaginaron que los “líderes
del proletariado” dispondrían que también sus cabezas rodaran.
En su obra Terrorismo y Comunismo, Trotsky aclara: “Quien concede importancia
revolucionaria histórica a la existencia misma del poder soviético debe sancionar
igualmente el terror rojo.” Hasta el día de su muerte –una siniestra y
lamentable extensión del terror comunista que él mismo ayudó a forjar- Trotsky
nunca reconoció que desde un principio la Revolución Bolchevique practicó el
terrorismo no sólo ni principalmente contra los “grandes propietarios y
capitalistas”, sino sobre todo contra los obreros, campesinos, intelectuales y
clases medias que opusieron a su dictadura.
Para celebrar la
Comuna de París
Trotsky
intentaría –dice Robert Service, uno de sus pocos biógrafos que se resitió al
papel de hagiógrafo- “esconder lo que había dicho y hecho alrededor de
Kronstadt. No fue ninguna excepción: toda la dirección corrió un tupido velo
sobre las deliberaciones y decisiones tomadas. Pero Trotsky tenía más por
cubrir que los demás. Fue el artífice de la represión del motín, y eso después,
cuando empezó a hablar de la necesidad de democracia, iba a convertirse en un
baldón”.
Stepan Maximovich Petrichenko,
ucraniano de origen campesino, fue el marino que se convirtió en el líder de
los rebeldes. El 7 de marzo el Ejército Rojo empezó a disparar su artillería
contra Kronstadt. Al día siguiente, los bolcheviques perdieron a centenares de
hombres en el hielo que cubría el Mar Báltico entre la zona continental y Kronstadt.
Unos quedaron atrapados por una tormenta de nieve que zotó la zona, mientras
que otros más cayeron a las aguas heladas al quebrarse la superficie helada por
el impacto de los proyectiles de la artillería de Kronstadt. No podían
retroceder: grupos de la Cheka, armados con ametralladoras, tenían órdenes de
disparar a quienes intentaran volver a la retaguardia.
De acuerdo con Paul Avrich, “el
número total de tropas comunistas ha sido estimado en cifras que varían de 35 a
65 mil hombres, enfrentados contra unos 15 defensores bien atrincherados” (Kronstadt, 1921, Libros de Anarres,
2014). Con una ofensiva de gran escala que dejó –las cifras son inciertas-
miles de muertos en ambos bandos, el 17 de marzo as tropas de Tujachevsky
aplastaron la rebelión.. Victor Serge escribió: “Centenares de prisioneros
fueron traídos a Petrogrado y entregados a la Cheka que, meses más tarde, los
fusilaba todavía por pequeños paquetes, estúpidamente, criminalmente”. Pero
Serge no conoció las cifras reales de la represión. Ahora sabemos que entre
abril y junio, 2 mil 103 marinos de Kronstadt fueron condenados a morir y otros
6 mil 459 fueron enviados a prisión o a campos de concentración. Cinco mil
fueron internados en uno de los sitios más duros del naciente Gulag, el campo
de Jolmogory, cerca de Arcángel. Para la primavera de 1922, sólo sobrevivían
menos de mil quinientos.
Petrichenko y otros miembros del
Comité Revolucionario consiguieron huir cruzando por el hielo hacia Finlandia.
Perepelkyn sería fusilado. Un día después de la caída de Kronstadt, el 18 de
marzo, Trotsky y Zinoviev protagonizaron un desfile celebrabndo a la s tropas
victoriosas del Ejército Rojo al tiempo que conmemoraban, en vergonzoso
contrapunto, los 50 años del inicio de la Comuna de París, aquella rebelión que
igualmente fue aplastada a sangre y fuego.
La libertad, el peligro
Lenin
y Trotsky coincidieron desde un principio en ver a la rebelión de Kronstadt
como un peligro –mayor incluso que el de los Ejércitos Blancos- porque esta reprersentaba
genuinamente a los obreros y campesinos en cuyo nombre ellos actuaban. Sabían
de algún modo que habían traicionado las expectativas depositadas por el
conjunto del pueblo ruso en la Revolución de Octubre, de la que ellos se habían
apropiado para suprimir las libertades democráticas y aplastar los derechos
humanos fundamentales en nombre de un idel “superior”. Un imperativo ideológico
que los llevó a acribillar y mandar a campos de concentración a los principales
testigos de su traición.
El comunismo detectó en la libertad
que ahí se defendía su más peligroso enemigo. Kronstadt evidenció la esencia
del régimen comunista y anunció el porvenir totalitario que sufriría la Unión
Soviética y sus países satélites durante décadas. Sin embargo, aun en su
derrota, como escribió Alexander Berkman, “tocó la campana fúnebre del
bolchevismo con su dictadura de partido, su centralización insensata, su
terrorismo ckekista y sus castas burocráticas.”.
Un siglo después de su brutal
aplastamiento, cuando varias naciones padecen aún la persistencia trágica del
proyecto comunista y otras más se aferran a los despojos ideológicos que dejó
su paso –renombrándolos grotescamente desde el populismo autoritario o
abiertamente divtatorial- esta rebelión es un recordatorio de cómo la lucha por
la libertad prevalece justamente porque es consustancial al hombre, su
dundamento mismo. Al final, la gran victoria de los marinos de Kronstadt es
haber representado, en su momento y para la posteridad, esa verdad universal.
confabulario.eluniversal.com.mx
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