miércoles, 17 de marzo de 2021

 

Kronstadt, 1921. La represión contra el “orgullo y gloria de la Revolución”



http://www.anarkismo.net/article/32184

La Revolución rusa es uno de los episodios más importantes del siglo XX, pues determinó el desarrollo del mundo en base a sus parámetros a partir de 1917. Frente a un modelo político/económico como la democracia liberal, que entró en una crisis en el periodo de entreguerras, y el ascenso del fascismo, se situó la salida revolucionaria que tenía el ejemplo ruso como uno de sus principales referentes.

Sin embargo, el estudio de la Revolución rusa se ha realizado normalmente de una manera excesivamente somera y simplista, reduciendo a una lectura binaria un acontecimiento complejo donde su jugaron numerosos proyectos revolucionarios, algunos de los cuales salieron derrotados. La revolución rusa fue un proceso mucho más complejo que bolcheviques contra mencheviques o rojos contra blancos. Otras opciones revolucionarias, como el poderoso socialismo-revolucionario ruso o el anarquismo mostraron sus cartas y sus opciones en el proceso que se abrió en 1917.

Entre los acontecimientos mas importante que se dieron en aquel proceso estuvo la Comuna de Kronstadt, una ciudad ubicada en la isla de Kotlin, a pocos kilómetros de la revolucionaria Petrogrado (hoy San Petersburgo).

Desde el inicio de la revolución, Kronstadt y la flota del Báltico había tenido un papel protagonista en el proceso revolucionario. Allí, desde muy temprano, existió un soviet (consejo) diverso, compuesto por numerosas corrientes revolucionarias, que plantaron cara a las políticas que se desarrollaban desde la Rusia interior. Con el triunfo de la revolución de febrero de 1917, donde los marinos de Kronstadt tuvieron un papel protagonista, esta plaza del Báltico se convirtió casi en una república independiente, ya que consideró que las medidas adoptadas por los gobiernos provisionales eran insuficientes en las aspiraciones revolucionarias. Al frente de este soviet había personalidades como la de Efim Yarchuk, un anarquista natural de Bialystok (en la actual Polonia) que había tenido un papel protagonista en el desarrollo del anarquismo en su ciudad natal. En numerosas ocasiones los marinos de Kronstadt desembarcaban en Petrogrado y se unían a las movilizaciones de los trabajadores. Sin su participación, la revolución de octubre de 1917 no habría sido posible y ello le valió el calificativo por parte de Trotsky de “orgullo y gloria de la Revolución”.

Sin embargo, a pesar de la participación de los marinos de Kronstadt en la Guerra Civil o, incluso en los hechos revolucionario de 1918 como el cierre de la Asamblea Constituyente, que lo efectuó el marino anarquista Anatoly Zhelezniakov, pronto comenzó a surgir una crítica por parte del soviet de Kronstadt ante el gobierno bolchevique al que consideraba que estaba formando una estructura dictatorial.

A pesar del contexto de guerra civil en Rusia, donde los marinos de Kronstadt favorecieron la victoria frente a las fuerzas blancas, las críticas fueron dirigidas hacía la pérdida del espíritu que había marcado la revolución de 1917 y hacían un llamamiento hacía una superación de la fase iniciada en octubre, o lo que denominaban “Tercera Revolución” (tras las de febrero y octubre). Un contenido que enlazaba con los deseos de algunos grupos políticos del momento que, como los anarquistas, estaban canalizando y articulando una buena parte del descontento y que en algunos lugares como Ucrania venían desarrollando experiencias comunistas libertarias a partir de las zonas controladas por las fuerzas del Ejército Insurreccional de Néstor Majnó.

Cuando la Guerra Civil rusa tocaba a su fin, llegó el momento para que los marinos de Kronstadt pusieran encima de la mesa que el modelo defendido por los bolcheviques no coincidía con lo desarrollado en 1917. En aquel soviet a inicios de 1921 había un amplio abanico de tendencias políticas: desde anarquistas hasta socialistas revolucionarios pasando por bolcheviques descontentos con las políticas del gobierno.

Las medidas de restricción de libertades, que había llevado en los años de guerra a la persecución, encarcelamiento y ejecución de numerosos militantes revolucionarios, la suspensión de la libertad de prensa para las corrientes revolucionarias y el control que el Partido Bolchevique efectuaba sobre los soviets fueron las bases de las protestas en Kronstadt. A ello se unía la petición de acabar con el llamado “comunismo de guerra” que había generado un amplio descontento entre los trabajadores del campo.

Una resolución aprobada por los marinos en la Plaza del Ancla de Kronstadt el 2 de marzo de 1921 resumía las peticiones revolucionarias. Al mismo tiempo, la prensa oficial del gobierno apuntaba que en Kronstadt existía una conspiración de blancos y zaristas en conexión con potencias extranjeras. Esta cuestión fue la que llevó a los marinos a constituir un Comité Revolucionario el mismo 2 de marzo y mantener bajo arresto a los dirigentes bolcheviques de Kronstadt (Kuzmin y Vasiliev). A la cabeza del movimiento revolucionario estaban marinos de probada militancia revolucionaria como Stepan Petrichenko, antiguo militante bolchevique, o Perepelkin, simpatizante del anarquismo. Como órgano de prensa del Comité Revolucionario se editó Izvestia (Noticias) y el centro neurálgico de la rebelión estuvo en los acorazados Petropavloks y Sebastopol. Aunque se ha argumentado en numerosas ocasiones la existencia de grupos organizados detrás de la revuelta, en realidad fue una movilización de los marinos que contó con el apoyo de algunas fuerzas políticas de la izquierda opositora al gobierno de Lenin.

La reacción del gobierno, por su parte, fue apuntar a una conspiración contra el gobierno, donde se unían fuerzas diversas de la reacción contrarrevolucionaria. Sin embargo, Lenin supo leer a la perfección la revuelta de Kronstadt: una revuelta de la izquierda que ponían en tela de juicio el proceso iniciado por su gobierno. De ahí que fuese más peligrosa pues lo que volvía a poner encima de la mesa era el modelo revolucionario, algo que los bolcheviques no querían volver a tratar tras tres largo años de guerra civil. Para el gobierno, la única opción contra los marinos de Kronstadt era asaltar la fortaleza y acabar militarmente con la rebelión.

A pesar de los intentos de mediación que algunas personalidades de la época ofrecieron, como la de los anarquistas Alexander Berkman, Emma Goldman, Nikifor Perkus y G. Petrovsky, la decisión del asalto estaba tomada. Zinoviev y Trotsky eran partidarios de iniciar el asalto lo antes posible para evitar el deshielo de la fortaleza lo que habría hecho inexpugnable o más difícil su toma. El “orgullo y la gloria de la revolución” había pasado a ser “la canalla contrarrevolucionaria”.

Entre los días 16 y 18 de marzo de 1921 la fortaleza de Kronstadt fue asaltada por las unidades del Ejército Rojo a cuya cabeza estaban Tujachevsky y Kamenev. La desigualdad de fuerzas hizo que la plaza cayese muy rápido, huyendo algunos líderes de la revuelta y otros fueron detenidos.

Con el fin de la rebelión de Kronstadt acababa la posibilidad de abrir un nuevo proceso revolucionario. Pocas semanas después fue también derrotado Majnó al igual que meses después lo sería la más caótica revuelta de Tambov encabezada por el socialista revolucionario Alexander Stepanovich Antonov. Los debates ahora dejaban de estar en la calle y los soviets para estar en los órganos internos del Partido Comunista.

Sin embargo, la revuelta de Kronstadt quedó en la memoria indeleble de revolucionarios posteriores.

BIBLIOGRAFÍA

Avrich, Paul, Kronstadt, 1921, Anarrés, Buenos Aires, 2006

Kool, Frits y Obërlander, Erwin, Documentos de la revolución mundial: Kronstadt, ZYX, Madrid, 1971

Taibo, Carlos, Anarquismo y revolución en Rusia, 1917-1921, Los libros de La Catarata, Madrid, 2017

Vadillo Muñoz, Julián, Por el pan, la tierra y la libertad. El anarquismo en la Revolución rusa, Volapük ediciones, Guadalajara, 2017

https://elobrero.es/cultura/historia/43719-kronstadt-1921-la-represion-contra-el-orgullo-y-gloria-de-la-revolucion.html

 

EL TOTALITARISMO

COMENZÓ EN

KRONSTADT

Por Ariel González

(Periodista cultural; Twuitter: (arroba)ArielGonzlez)

“Cada generación radical tiene su Kronstadt”, escribió Daniel Bell. Y como quiera que se lo vea, Kronstadt es un episodio fundamental en el proceso de comprensión de la verdadera naturaleza de la Revolución Bolchevique. Incluso para un joven Borges –cuya familia en Ginebra, vivió en la Rue Malagnou, la misma calle donde en el número 29 vivió exiliado Lenin en 1895- la represión de este levantamiento apagó para siempre ciertas simpatías soviéticas que llegó a abrigar.

            El proyecto comunista ha sido hasta hoy –ahí donde icreíblemente aún se lo cultiva de una u otra forma- un penoso sobreviviente de la cadena de sucesos que dramáticamente encabeza Kronstadt. Todas las coartadas ideológicas o “morales”, las delaciones, las mentiras difundidas cínicamente, la intolerancia, los silencios cómplices, la supresión definitiva de las libertades, en fin,  todas las trampas para justificar el horror, fueron ensayadas hace 100 años en ese puerto de la pequeña isla de Kotlin al oeste de Petrogrado, hoy San Petersburgo.

“…sólo los muertos podían sonreír”

Al comenzar 1921 ya era más que evidente que la Revolución bolchevique, siguiendo puntualmente un famoso e inexorable dictum, estaba devorando como Saturno a sus propios hijos. Para ese entonces la Cheka, la infame policía política encabezada por Félix Dzerzhinski (del que Lenin dijo orgulloso: “conoce su oficio”) había ejecutado y encarcelado más socilaistas, anarquistas, liberales y demócratas que toda la autocracia zarista en los últimos 100 años. Igualmente, los bolcheviques enfrentaban más rebeliones campesinas que las que había generado el despotismo de los Tomanov en el último siglo.

            Ya desde marzo de 1919, las huelgas venían multiplicándose. ¿Huelgas en la patria del proletariado? La sola idea le resultaba extraña a Emma Goldman, la destacada anarquista y feminista que había sido deportada de Estados Unidos a Rusia (entre otras cosas por pugnar por el derecho de las mujeres al aborto) sólo para descubrir, paradójicamente, que el régimen bolchevique no era lo que ella pensaba.Intrigada, pregunto por este asunto y los bolcheviques siempre le respondían que eso era absurdo: ¿Cómo podrían los obreros ponerse en huelga contra el gobierno proletario? Los que saboteaban la producción eran parásitos o agentes del extranjero y por eso eran encarcelados. Emma Goldman no tardaría en descubrir, como lo relata con todo detalle en sus memorias (Viviendo mi vida, Capitán Swing, 2019), que las prisiones en realidad estaban repletas de obreros, anarquistas, socialistas y muchos otros que sólo eran culpables de haberse opuesto a las directivas bolcheviques.

            Al iniciar la segunda década del siglo XX, el infierno se había estacionado en Rusia. Haciendo un balance de por sí escalofriante, Donald Rayfield (Stalin y los verdugos, Taurus, 2005) calcula que “durante la Revolución de Octubre y la Guerra Civil, murieron cerca de dos millones de soldados del Ejército rojo y de la Cheka; más de medio millón del Ejército Blanco; 300 mil judíos ucranianos y bielorusos víctimas de los progromos que llevaron a cabo los ejércitos ucraniano, polaco y Blanco; cinco millones de personas víctimas del hambre en la región del Volga en 1921. Por otro lado, 2 millones de rusos emigraron (…) Las evidencias más plausibles nos dicen que el número de personas ejecutadas o enviadas a campos de exterminio -12 mil fusilados en 1918; 9 mil 701 fusilados y 21 mil 724 enviados a campos de concentración en 1921- Las represiones que siguieron a las revueltas de Kronstadt, por ejemplo, se saldaron sólo en el año 1921, con varias decenas de miles de muertos”.

            Faltaban por morir muchísimos más en circunstancias similares, tantos como para que la “época” de la que habla Ana Ajmátova en su poema “Réquiem” se extendiera por todo el siglo soviético:

“Era aquella una época en que sólo los muertos

Podían sonreír,

Liberados de las guerras (…)

Las estrella de la muerte pendían sobre nosotros”.

            Las enormes privaciones, el racionamiento, la confiscación de cosechas, la militarización de la producción industrial y otras medidas extremas eran explicadas como el costo, elevado pero necesario, que había que pagar para defender la revolución y terminar de una vez por todas con sus enemigos. El problema es que estos –Denikin, Kolchak o Wrangel, jefes de los ejércitos blancos- ya habían sido básicamente derrotados para ese entonces. ¿Quiénes eran entonces los “enemigos”? La Cheka lo sabía perfectamente: cualquiera que no deseara participar más del devastador experimento comunista.

 

El estallido

En la madrugada del 28 de febrero de 1921, Víctor Serge fue informado de que Kronstadt había caído “en manos de los blancos”, pero “antes de llegar al Comité del sector, encontré a unos camaradas, que venían con sus máuseres, y que me dijeron que era una abominable mentira, que los marinos se habían amotinado, que era una revuleta de la flota y dirigida por el sóviet”.

            El detonante que produjo la ola de huelgas fue el anuncio oficial, el 22 de enero, de que la ración de pan sería reducida para las grandes ciudades a un tercio. El 26 de febrero, las tripulaciones de los buques Petropavlovsk y Sebastopol enviaron una comisión para enterarse directamente de los reclamos de los trabajadores; examinaron la situación y decidieron solidarizarse con su movimiento, dando a conocer una proclama en la que exigían “celebrar inmediatamente nuevas elecciones mediante voto secreto”. Pedían además libertad de expresión y reunión, liberación de los prisioneros políticos, igualar las raciones, abolir las guardias comunistas en las fábricas, entre otras demandas básicamente políticas. El documento estaba firmado por Petrickenko (Presidente de la Asamblea de la Escuadra) y Perepelkin (Secretario).

            El desafío que percibieron los bolcheviques era formidable. Por esio, la respuesta de Lenin y Trotsky fue de una intransigencia que sólo anticipaba brutalidad: “ríndanse o serán ametrallados como conejos”. A sus ojos, la movilización de obreros y marinos no era otra cosa más que una connjura contrarrevolucionaria.

            En su carácter de comisario del Pueblo para Asuntos Militares, Trotsky abrió paso a la designación del general Tujachevsky (un militar formado en el zarismo) para que aplastara la rebelión de los marinos y obreros a los que él mismo había arengado en 1917 contra el gobierno provisional. En aquella ocasión no les supo mentir: “Os digo que las cabezas tienen que rodar, y la sangre tiene que correr… La fuerza de la Revolución francesa estaba en la máquina que rebajaba en una cabeza la altura de los enemigos del pueblo. Era una máquina estupenda. Debemos tener una en cada ciudad”.

            Jamás imaginaron que los “líderes del proletariado” dispondrían que también sus cabezas rodaran.

            En su obra Terrorismo y Comunismo, Trotsky aclara: “Quien concede importancia revolucionaria histórica a la existencia misma del poder soviético debe sancionar igualmente el terror rojo.” Hasta el día de su muerte –una siniestra y lamentable extensión del terror comunista que él mismo ayudó a forjar- Trotsky nunca reconoció que desde un principio la Revolución Bolchevique practicó el terrorismo no sólo ni principalmente contra los “grandes propietarios y capitalistas”, sino sobre todo contra los obreros, campesinos, intelectuales y clases medias que opusieron a su dictadura.

 

Para celebrar la Comuna de París

Trotsky intentaría –dice Robert Service, uno de sus pocos biógrafos que se resitió al papel de hagiógrafo- “esconder lo que había dicho y hecho alrededor de Kronstadt. No fue ninguna excepción: toda la dirección corrió un tupido velo sobre las deliberaciones y decisiones tomadas. Pero Trotsky tenía más por cubrir que los demás. Fue el artífice de la represión del motín, y eso después, cuando empezó a hablar de la necesidad de democracia, iba a convertirse en un baldón”.

            Stepan Maximovich Petrichenko, ucraniano de origen campesino, fue el marino que se convirtió en el líder de los rebeldes. El 7 de marzo el Ejército Rojo empezó a disparar su artillería contra Kronstadt. Al día siguiente, los bolcheviques perdieron a centenares de hombres en el hielo que cubría el Mar Báltico entre la zona continental y Kronstadt. Unos quedaron atrapados por una tormenta de nieve que zotó la zona, mientras que otros más cayeron a las aguas heladas al quebrarse la superficie helada por el impacto de los proyectiles de la artillería de Kronstadt. No podían retroceder: grupos de la Cheka, armados con ametralladoras, tenían órdenes de disparar a quienes intentaran volver a la retaguardia.

            De acuerdo con Paul Avrich, “el número total de tropas comunistas ha sido estimado en cifras que varían de 35 a 65 mil hombres, enfrentados contra unos 15 defensores bien atrincherados” (Kronstadt, 1921, Libros de Anarres, 2014). Con una ofensiva de gran escala que dejó –las cifras son inciertas- miles de muertos en ambos bandos, el 17 de marzo as tropas de Tujachevsky aplastaron la rebelión.. Victor Serge escribió: “Centenares de prisioneros fueron traídos a Petrogrado y entregados a la Cheka que, meses más tarde, los fusilaba todavía por pequeños paquetes, estúpidamente, criminalmente”. Pero Serge no conoció las cifras reales de la represión. Ahora sabemos que entre abril y junio, 2 mil 103 marinos de Kronstadt fueron condenados a morir y otros 6 mil 459 fueron enviados a prisión o a campos de concentración. Cinco mil fueron internados en uno de los sitios más duros del naciente Gulag, el campo de Jolmogory, cerca de Arcángel. Para la primavera de 1922, sólo sobrevivían menos de mil quinientos.

            Petrichenko y otros miembros del Comité Revolucionario consiguieron huir cruzando por el hielo hacia Finlandia. Perepelkyn sería fusilado. Un día después de la caída de Kronstadt, el 18 de marzo, Trotsky y Zinoviev protagonizaron un desfile celebrabndo a la s tropas victoriosas del Ejército Rojo al tiempo que conmemoraban, en vergonzoso contrapunto, los 50 años del inicio de la Comuna de París, aquella rebelión que igualmente fue aplastada a sangre y fuego.

 

La libertad, el peligro

Lenin y Trotsky coincidieron desde un principio en ver a la rebelión de Kronstadt como un peligro –mayor incluso que el de los Ejércitos Blancos- porque esta reprersentaba genuinamente a los obreros y campesinos en cuyo nombre ellos actuaban. Sabían de algún modo que habían traicionado las expectativas depositadas por el conjunto del pueblo ruso en la Revolución de Octubre, de la que ellos se habían apropiado para suprimir las libertades democráticas y aplastar los derechos humanos fundamentales en nombre de un idel “superior”. Un imperativo ideológico que los llevó a acribillar y mandar a campos de concentración a los principales testigos de su traición.

            El comunismo detectó en la libertad que ahí se defendía su más peligroso enemigo. Kronstadt evidenció la esencia del régimen comunista y anunció el porvenir totalitario que sufriría la Unión Soviética y sus países satélites durante décadas. Sin embargo, aun en su derrota, como escribió Alexander Berkman, “tocó la campana fúnebre del bolchevismo con su dictadura de partido, su centralización insensata, su terrorismo ckekista y sus castas burocráticas.”.

            Un siglo después de su brutal aplastamiento, cuando varias naciones padecen aún la persistencia trágica del proyecto comunista y otras más se aferran a los despojos ideológicos que dejó su paso –renombrándolos grotescamente desde el populismo autoritario o abiertamente divtatorial- esta rebelión es un recordatorio de cómo la lucha por la libertad prevalece justamente porque es consustancial al hombre, su dundamento mismo. Al final, la gran victoria de los marinos de Kronstadt es haber representado, en su momento y para la posteridad, esa verdad universal.

 

confabulario.eluniversal.com.mx  



No hay comentarios:

Publicar un comentario

https://www.flagsonline.it/es/asociacion-nacional-de-partisanos Nuestra Historia La ANPI, Asociación Nacional de Partisanos Italianos, ...