Las expediciones carlistas o cómo pasearse por territorio enemigo
Durante la Primera Guerra Carlista (1833-1840), se
produjo un hecho singular: los carlistas organizaron expediciones de ayuda a
simpatizantes que se encontraban en la España isabelina y que necesitaban un
refuerzo militar para sublevarse. Al penetrar en territorio enemigo, los
liberales tendrían que perseguir a las columnas carlistas que circularan por su
territorio si no querían descuidar su retaguardia, evitando un desastre no sólo
militar sino político. Ello beneficiaría al frente norte, que dejaría de ser
escenario bélico durante esa persecución.
Hubo numerosas expediciones carlistas pero, entre
las que fueron más importantes destacaron, en primer lugar, la expedición de
Guergué por tierras catalanas. En esas provincias, el desorden y el
fraccionamiento que exhibía la causa carlista hicieron que, el 8 de agosto de
1835, fuera enviada desde Navarra una expedición de unos 2.700 hombres, a las
órdenes de Juan Antonio Guergué. Su misión consistía en unificar, organizar y
aumentar las fuerzas catalanas e impulsar la guerra allí. La tarea no era
sencilla, pero las circunstancias le fueron favorables debido a la quema de
conventos y exclaustraciones por la radicalización liberal. Las tropas
carlistas entraron en Huesca y Barbastro, logrando formar un nuevo batallón de
voluntarios entre los presentados. Poco después, y tras batir a una columna de
urbanos, Guergué efectuó su entrada en Cataluña. De inmediato se le unieron 500
hombres al mando de Borges, y el 25 se le incorporó el coronel Orteu con otros
3.500. Pero pronto comenzaron a producirse intentos de rebelión, pues varios
batallones navarros quisieron retirarse a sus tierras. Eludiendo la persecución
de varias columnas isabelinas, Guergué continuó su incursión por el Principado,
al tiempo que se le unían varios de los más destacados jefes catalanes. Sus
marchas y contramarchas le permitieron ocupar diversas poblaciones,
aprovechando las armas de los milicianos para equipar sus batallones y nuevos
voluntarios.
Durante el bloqueo de Olot donde fueron hechos
prisioneros algunos de los jefes carlistas, pero el revés más importante fue el
ocurrido en Francia, pues las fuerzas de vigilancia de la frontera hicieron
presos a unos 120 carlistas, entre los que se encontraba la persona designada
por don Carlos para hacerse cargo de la comandancia general de Cataluña: el
conde de España. El 22 de octubre, Guergué llegó a Torá, donde permaneció cerca
de diez días, organizando los mandos y divisiones. Al amparo de sus tropas, las
fuerzas del Principado habían aumentado en cerca de 23.000 soldados con lo que
se ponían casi a la misma altura que el ejército del Norte, si bien con
instrucción y medios muy inferiores. Pero esa situación no duró mucho, pues las
tropas navarras volvieron a quejarse, amenazando la disciplina interna con sus
deseos de retorno a sus lares. El 21 de noviembre, el 7º de Navarra se declaró
en abierta rebeldía y sólo tras muchos esfuerzos pudo ser reducido por sus
oficiales, por lo que al día siguiente la expedición emprendió el camino de
regreso.
Ese mismo año partió la expedición del general
Gómez, cuyo objetivo fue impulsar la guerra en el noroeste peninsular. A fines
del mes de junio de 1836, cerca de 3.000 hombres partieron de Amurrio en
dirección a Asturias y Galicia. Gómez se encaminó hacia Oviedo, donde hizo su
entrada el 5 de julio, presentándose 520 voluntarios con los que formó el
primer batallón asturiano. El día 18 hizo su entrada en Santiago de Compostela,
ciudad que tuvo que abandonar dos días más tarde, debido a la proximidad de
15.000 soldados isabelinos. Ante la imposibilidad de mantenerse en tierras
gallegas, Gómez se dirigió a León, donde logró aumentar sus efectivos con
voluntarios mientras acumulaba enseres, llegando a salir la expedición
acompañada de un convoy de cerca de cien carros.
El 20 de agosto llegaron a Palencia, en el norte de
Castilla. Este hecho alertó a Madrid que destacó numerosas columnas en su
contra. Gómez cayó sobre ciertas fuerzas de la Guardia Real, en Matillas, a las
que derrotó e hizo prisioneras. La noticia de la victoria motivó que el propio
ministro de la Guerra, general Rodil, marchara en persecución de los carlistas,
los cuales huyeron hacia Albacete. Desde allí se emprendió el camino de la
capital si bien no llegaron muy lejos, pues el 20 de septiembre la expedición
fue sorprendida en Villarrobledo por el general Alaix y hubo de retirarse con
más de 1.000 bajas. La prensa liberal anunció la disolución de la expedición, pero
pronto llegaron nuevas sobre la caída de Córdoba, que trajo consigo la adhesión
inicial de Baena, Cabra, Lucena, Montilla y Castro del Río, amenazando el
control isabelino de Andalucía.
Sin embargo, el general Gómez abandonó Córdoba y se
dirigió hacia el Norte. El 22 de octubre los carlistas entraron en Santa
Eufemia, desde donde solicitaron alimentos a Almadén, pero el gobernador
militar de la plaza contestó “En Almadén no se dan raciones si no se conquistan
con plomo”. Al día siguiente, los soldados de Gómez se presentaron y, tras la
lucha, batieron a sus enemigos. El hecho impactó tanto en la España isabelina
que la prensa y las Cortes pidieron la destitución del general Rodil. La
expedición se dirigió a Extremadura, entrando en Guadalupe, Trujillo y Cáceres
pero, acosada por las tropas isabelinas se dirigió nuevamente hacia el sur,
llegando a Algeciras y Gibraltar, con la intención de contramarchar después
hacia el Norte. Y, ante el asombro de todos los españoles de ambos bandos, los
6.000 carlistas lograron evitar a los 25.000 liberales, entrando el 25 de
noviembre en Majaceite, donde se produjo una dura batalla. Circuló la leyenda
de que, en la lejana San Petersburgo, el zar Nicolás I se levantaba de la cama
y, mirando un mapa de España, preguntaba a su edecán "¿Dónde está Gómez
hoy?", porque toda Europa seguía las noticias de su increíble expedición.
A las nueva y media de la mañana del día 25, hizo
su entrada en la ciudad de Arcos la vanguardia isabelina al mando del general
Narváez, saliendo a mediodía hacia Alcalá de los Gazules al encuentro de los
carlistas, a los que hallaron a una legua de distancia de aquella población, en
el sitio llamado Angostura de Majaceite. Narváez les atacó hasta llegar a las
inmediaciones de la sierra de Aznar, impidiendo batirlos completamente lo
áspero del terreno y la llegada de la noche. En su retirada, los carlistas se
dirigieron a Villamartín, desde donde marcharon al Norte, entrando en su
territorio al mes siguiente, tras haber permanecido en el interior de la España
isabelina durante cerca de seis meses.
Pese a su espectacularidad, no tuvo esta expedición
excesivas repercusiones militares, pues si bien es cierto que regresó con un
número de hombres similar a la partida –y que distrajo a numerosos soldados
liberales del frente Norte- también lo es que no logró establecer un estado de
guerra permanente en ningún otro punto peninsular. Pero, infatigables al
desaliento, quince días después de la salida de la expedición de Gómez, comenzó
la del brigadier Basilio, cuyo objetivo fue distraer en su persecución al mayor
número de tropas enemigas, a fin de que Gómez pudiera operar con mayor
libertad. El 16 de julio de 1836 hizo su entrada en Soria, pasando a Segovia,
ocupando Riaza y acercándose a La Granja. El 26 de julio se batió en Arauzo de
Miel con la columna liberal del coronel Azpiroz. Tras deambular varios días por
esa zona, hizo una breve incursión en Aragón, para penetrar en Guadalajara,
donde en Maranchón tuvo un encuentro con los isabelinos, parte de cuyos efectivos
fueron incorporados a las filas de la expedición. Otros, sin embargo,
prefirieron quedar prisioneros, muchos de los cuales fueron fusilados al
intentar escapar. El 26 de agosto, don Basilio atravesó El Ebro, logrando pasar
a territorio carlista.
La expedición del general Sanz, planeada
inicialmente para sostener la causa carlista en el Maestrazgo, finalmente se
dirigió a Asturias el 25 de septiembre de 1836, con la intención de sublevar
esas tierras. Desistiendo de ocupar Oviedo, defendido por fuerte tropas, los
carlistas se mantuvieron cerca de un mes por el Principado, haciendo un nuevo
reconocimiento sobre la capital el 19 de octubre. El 22, Sanz ocupó Gijón y
Avilés, pero tras amagar sobre León inició la retirada, llegando a territorio
vasco en noviembre.
La gran oportunidad final del carlismo en la guerra
fue la Expedición Real de 1837, capitaneada por la élite militar carlista a
cuyo frente se situó el propio don Carlos, llegando a las puertas de Madrid.
Pero este singular hecho merece un artículo aparte.
El lector interesado puede acudir a:
A. Bullón, La Expedición del general Gómez,
Madrid, Editora Nacional, 1986.
C. Canales, La Primera Guerra Carlista,
1833-1840. Uniformes, armas y banderas, Grupo Medusa, Madrid, 2000.
A. Moral, Las guerras carlistas,
Madrid, Sílex, 2006.
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