JAÉN
CULTURA Y NATURALEZA
Esta provincia es una combinación perfecta entre las sierras de
Cazorla, Segura y Las Villas, los campos de olivos dibujados con tiralíneas y
las ciudades de Baeza y Úbeda, patrimonio mundial
ANOCHECE EN ¿ITALIA?
Un pedazo de Italia. De antesala, un
pavimento de cantos rodados y piedra calcárea que dibuja rombos en dos colores.
Sobre él, una iglesia robusta pero de aspecto delicado. Tres ventanas
desiguales cerca del coronamiento. Dos pilastras redondeadas en las esquinas
que se van afinando conforme suben y acaban adquiriendo el aspecto de un faro
marítimo. Recios contrafuertes que llegan hasta el frontón triangular. Y un
campanario cuadrado que adopta un aspecto exótico en su cúpula, con forma de
cebolla. Las luces de sodio bañan el edificio de naranja, contrastando
bellamente con el añil de la puesta de sol.
De pronto rasga el aire una frase en
andaluz oriental, ese dialecto que vuela ondulado como un treparriscos, y el
visitante advierte que se halla en Úbeda y en ningún otro sitio. Se acerca a la
piedra y al tocarla y comprobar que arde como una plancha, que está
desprendiéndose del calor acumulado por el feroz sol jiennense, reafirma su
localización.
UN MONUMENTO QUE BIEN VALE UN
VIAJE
A la luz del día, la Sacra Capilla del
Salvador es igual de bella, solo que ha mutado al color gris con tornasoles de
caramelo en su base. Es la pieza más hermosa de la plaza Vázquez de Molina, el
indudable foco de atención de la ciudad. Está en la portada la Transfiguración
de Jesús, sí. Pero también aparecen dioses paganos, y no pocos: Anteo, Diana,
Eolo, Febo, Júpiter, Marte, Mercurio, Neptuno o Vulcano. Y otra escena infiel
que resume los doce trabajos de Hércules. Se trata de un templo funerario muy
peculiar, en el que las figuras humanas tienen un papel predominante en la
construcción y en el ornamento, con la aparición de atlantes, cariátides en
incluso hermas.
Las sorpresas no terminan al traspasar
la portada plateresca. En el interior, el retablo de madera de Alonso
Berruguete, un delirio dorado, mezclado con la reja que lo cierra y el
pavimento escaqueado y de formas redondas provocan un ligero vahído en el
espectador. Todavía queda, para el asombro, el acceso a la sacristía, una
puerta que aprovecha el ángulo recto de dos paredes y se adorna con las efigies
del vicio y la virtud, completando una de las obras cumbres del Renacimiento
español.
La Sacra Capilla del Salvador vale por
sí misma un viaje. Pero lo bueno es que en la plaza Vázquez de Molina se
arremolinan otros de los edificios que le valieron a Úbeda la declaración de
Patrimonio de la Humanidad en el año 2003.
UNA EMINENCIA
Dicen los topógrafos que Úbeda se halla
sobre una eminencia, es decir, sobre una ligera elevación en un paisaje
mayoritariamente llano. El nombre le viene de perlas, aunque el ojo profano no
acabe de ver la planicie. El esplendor ubetense se remonta al periodo de
prosperidad que vivió en el siglo xvi. Durante esa época, aprovechando los
fundamentos de la ciudad mudéjar, se levantaron más de 250 casas señoriales,
además de palacios y otros edificios que hoy son los que sellan que aquí el
Siglo de Oro justifique su nombre.
El viajero está atareado en Úbeda. Si
puede, debe escurrirse en el casco viejo por la Puerta de Santa Lucía y, así,
ya se hará una idea de la muralla que casi al completo rodea el núcleo antiguo.
Algunas partes fueron desmontadas en el siglo xix, y otras, absorbidas por el
crecimiento urbano. A partir de ahí, a callejear hasta llegar a la capilla del
Salvador o la otra joya de la corona: la basílica de Santa María la Mayor. El
principal templo de la ciudad se alza sobre la antigua mezquita, y presenta una
mezcla de estilos gótico, mudéjar, renacentista, barroco y neogótico, pues
tardó siete centurias en completarse y las modas iban cambiando.
Dentro, en el
claustro, es famosa la llamada Ménsula del Chupón, en la que se representa en
piedra una escena de sexo oral entre… ¡un sireno y un mono!
POR LOS CERROS... HASTA BAEZA
Hay que tomar los cerros de Úbeda
aunque no se sea cobarde. Se dice que la famosa frase viene del capitán Álvar
Fáñez, que se escaqueó de una batalla decisiva por temor, y que alegó haberse
perdido entre ellos al aparecer tan campante cuando la sangría había acabado.
Baeza, cocapital de la comarca de La
Loma, se halla a tan solo una docena de kilómetros de Úbeda, por lo que no hay
excusa alguna para no acudir a esta ciudad que es de la mitad de tamaño
–también poblacional– que su «hermana mayor», pero que igualmente acoge tal
cantidad de edificios renacentistas que la declaración de Patrimonio Mundial
las abarcó a ambas.
Para los sentimentales y amantes de lo
bello, además, es el lugar donde Antonio Machado pasó ocho años de su vida y
compuso algunas de sus penetrantes poesías, sentado frecuentemente en el Café
Mercantil, que ya desapareció. Su huella, sin embargo, está por la ciudad. En
placas y monumentos –qué gozo sentarse en el banco donde se reproduce su figura
y dejar que te susurre unos versos–. Y su obra flota en el aire.
ÉXTASIS RENACENTISTA
En el primer peldaño de la escalinata
del Ayuntamiento se señala el centro geográfico del antiguo Reino de Jaén.
Enclavada sobre tres cerros, a Baeza la riqueza le vino por su producción
cerealística, por las harinas, la madera, el azafrán, el vino y el aceite.
Ahora el núcleo está cortado por el tajo de espada de la avenida de Andalucía.
Al sur de ella se agrupan los principales monumentos, encabezados por el
Palacio de Jabalquinto (en la imagen). Lo mandó construir un primo de Fernando
el Católico. Su fachada con puntas, clavos de piña, lazos y flores y una
hilerita de cinco ventanas alineadas hacen pensar más en la recia Castilla que
en la pizpireta Andalucía. Su patio es muy parecido al del Palacio de las
Cadenas de Úbeda, de dos alturas arcadas, con multitud de blasones y también un
pavimento de cantos rodados, pero con menor presencia en torno a la fuente
ornamental.
PASEOS, VISTAS Y PLAZAS
También aquí la catedral se ha
levantado sobre los restos de la antigua mezquita. La huella del arquitecto
Valdenvira en las capillas Dorada y de San José es espectacular, casi tanto
como la custodia procesional que se considera el tesoro más precioso de la
basílica. Es un templete de plata de tres alturas que sobrepasa los dos metros
y que encierra una escultura del arcángel Miguel. La estatuilla de la Fe corona
el conjunto. Por su parte, la Plaza del Pópulo sorprende con el conjunto
escultórico de la Fuente de los Leones, que procede de la ciudad romana de Cástulo,
en Linares.
Abrasada en verano –como casi toda
Andalucía–, Baeza tiene en el Paseo de la Constitución el lugar preferente para
deambular al final del día, cuando corre algo de brisa. Guarda la estructura de
una plaza porticada castellana. A pocos pasos al noreste está la calle San
Pablo, donde un Machado de bronce lee pensativo pegadito al sombrero que ha
dejado sobre el banco. Es el momento de acercarse a él: «Don Antonio, que me
voy a Cazorla. Usted ya sabe lo hermoso que es aquello».
El campo jiennense, hoy, es el paisaje
del olivo. Primer productor del planeta, este rincón de mundo ha conseguido
acumular hasta sesenta millones de estos árboles de hoja plateada que, cuando
sopla algo de viento, parecen pincelados con mercurio. Es un espectáculo de troncos
añosos que más que penetrar en la tierra parecen fundirse con ella. Lomas y
lomas, hasta el infinito, de hileras perfectas donde en invierno, y pese a los
tópicos, hace un frío del demonio justo en el pico de la temporada en que hay
que recoger las olivas.
LOS CASTILLOS QUE PRECEDEN
CAZORLA
En el interregno hasta Cazorla, las
fortalezas van moteando los lugares elevados, enviando la lección de que en
este territorio se libraron duras batallas entre musulmanes y cristianos. Aquí,
en 1232, dos décadas después de la batalla de las Navas de Tolosa, casi toda la
población fue pasada a cuchillo por los partidarios de la cruz.
Los castillos se hallan en diferentes
estados de conservación y tienen desigual potencia, pero coleccionar solo
algunos de ellos merece la pena. El de Sabiote es rústico y domina los olivares
desde un nido de águila; el de la Yedra está muy entero, con sus torres
redondas y cuadradas; el de Canena tiene casi el aspecto de una casa señorial;
el de La Iruela exhibe una torre que parece un cohete a punto de despegar; el
de Peñas Negras, en Tíscar, es el más fantasmagórico; y el de Segura de la
Sierra raya la perfección para rodar una película de capa y espada.
Antes de
abandonarse por completo al mundo de la naturaleza desatada, es preceptivo
detenerse en Iznatoraf por su medina islámica, una Fez jiennense de callejas
enrevesadas pobladas de macetas que son una explosión de flores. Los vehículos
no caben en el laberinto medieval, y la sombra fresca en calles encaladas es el
tributo a la cultura musulmana que tanto dejó aquí. Su fortaleza se erige como
la guinda que corona un emplazamiento idílico.
NATURALEZA PROFUNDA
El parque natural de las sierras de
Cazorla, Segura y las Villas tiene un nombre largo. Lo vale, constituye el
espacio protegido más grande de España, con más de 210.000 hectáreas, y Reserva
de la Biosfera declarado por la Unesco.
Un gemido ronco, como de cíclope
herido, inunda los valles a principios de otoño. No uno ni dos, sino una
sucesión de bramidos profundos, graves se solapan, parecen surgir de las
neblinas y hablar de algo ominoso. Sin embargo, es el amor. O el sexo y el
poder. Llámenle como quieran, en el mundo animal no cotizan los remilgos.
Dentro de los límites del parque vive
una numerosa población de ciervos cuyos machos, ya a principios de septiembre,
lanzan esos gritos para poner en alerta a los rivales y también a sus propios
harenes. Hay discusión sobre quién se queda con las hembras.
TERRITORIO CÉRVIDO
Los ciervos, en tan solo cinco meses,
han desarrollado una cornamenta que llega a alcanzar los ocho kilos de peso.
Tras un ataque de fiebre primaveral, se desprenden de la antigua y generan una
nueva que cada vez tendrá más puntas, será más majestuosa. Y con esa corona
como propaganda y sus bramidos, se plantan en la batalla. La berrea es el
nombre con el que se conoce esa actividad y esa temporada. Los naturalistas
acuden a los miradores estratégicamente instalados cerca de las orillas del
embalse del Tranco y siguen los movimientos de los ciervos, que mugen,
corretean en torno a su harén, le enseñan su cornamenta a los rivales… y solo
raramente se enzarzan en peleas, pues con las bravatas basta.
NATURALEZA SE MIRE POR DONDE SE
MIRE
En el parque de Cazorla, un terreno de
configuración calcárea, quebrado, los antiguos bosques de roble y encina dieron
paso al pino laricio, más interesante para el comercio. Se trata del territorio
español donde más abundante y fácilmente se puede ver grandes herbívoros. No es
extraño que en una jornada de pegar los prismáticos a los pómulos se tengan
bellas visiones de muflones, gamos, cabras montesas o jabalís. Además del
reintroducido quebrantahuesos –que se había extinguido y ahora cuenta ya con
más de 40 ejemplares residentes–, águilas culebreras, águilas reales y
multitudes de otras aves, muchas de las cuales levantan el vuelo justo en la
época de la berrea. Pero no asustadas por el ronquido del ciervo, sino porque
este indica que ya nos hallamos en el cambio de estación, tiempo de ir hacia
los cuarteles de invierno en tierras cálidas, más allá del desierto del Sáhara.
Los naturalistas empecinados, sin
embargo, más que levantar la vista al cielo suelen culebrear por las rocas,
buscando los endemismos de Cazorla, Segura y las Villas. Entre la fauna, la
lagartija de Valverde, un reptil único descubierto en el año 1958. Es
pequeñaja, escuálida y tiene el color del oro viejo. Y por si sus
características no fueran singulares, el nombre científico (Algyroidis marchi)
se le puso en honor de un banquero, contrabandista y financiador del golpe de
estado de 1936.
PARAÍSO BOTÁNICO
Aunque si por algo destaca este espacio
protegido es por la riqueza botánica, con más de 1300 especies de plantas
vasculares clasificadas, una quinta parte de todas las que crecen en la
Península Ibérica. Entre ellas, reliquias posglaciares como la violeta de
Cazorla o la carnívora Pinguicula vallisneriifolia, que con un pegamento
natural atrapa los insectos que rondan los acantilados calcáreos sobre los que
se afianza. Además, se dan el narciso más grande y el más pequeño (Narcissus
longisphatus y hedraeanthus, respectivamente) de toda la Península, dos
delicadas flores amarillas. Hay más plantas únicas de esta zona, que los
aficionados buscan como niños en pos de huevos de Pascua.
En el paseo diletante por Cazorla, sin
embargo, el viajero tiene escenarios menos específicos. Se fijará en la
rectitud y grandeza del pino laricio, introducido aquí para proporcionar madera
con la que levantar catedrales y armar barcos de guerra; hasta el punto de que
esta zona de Jaén fue declarada Provincia Marina entre 1748-1836.
No es del más antiguo, pero sí el más
llamativo: hay que buscar, entre los laricios, el Pino Galapán, un ejemplar de
600 años, espigado y buen mozo pese a su edad, que alcanza los 40 m de altura y
los 17 m de perímetro de tronco. Empequeñece a los senderistas que se adentran
por las cercanías del arroyo de Juan Fría.
Seguir el sendero GR-247, que lleva el
nombre de Bosques del Sur, es una manera exhaustiva de conocer todos los
hábitats del parque, desde las hondonadas del Tranco a los casi desérticos
Campos de Hernán Perea, del nacimiento del Guadalquivir al del Segura. Este
camino señalizado y habilitado con hasta once refugios ofrece una gran aventura
circular para caminantes inveterados que no teman enfrentarse a los 479 km de
itinerario (21 etapas) con el premio de transitar por la superficie arbolada
más extensa de España. ❚
https://www.verpueblos.com/andalucia/jaen/iznatoraf/foto/79742/
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