CARLOMAGNO,
EL PADRE DE LA
EUROPA MEDIEVAL
Se ha llamado a Carlomagno "el padre de Europa"
y, si bien esta no tiene un único progenitor, sin duda él lo fue de la Europa
medieval. Con las reformas que aplicó en diversos terrenos, pero sobre todo en
el administrativo y el militar, consolidó un nuevo orden que hoy llamamos
feudalismo.
En el año 768 d.C. Pipino el Breve, hijo de
Carlos Martel y rey de los francos, murió dejando el reino a sus dos hijos:
al mayor, Carlomagno, legó los territorios occidentales de Aquitania, Neustria
y Austrasia; el menor, Carlomán, heredó la parte mediterránea con Septimania y
Provenza y los territorios interiores de Borgoña, Alsacia y Suabia. Ambos
hermanos no se llevaban bien y solo la fuerte autoridad de su madre Bertrada,
que a la muerte de Pipino siguió ejerciendo un gran ascendente sobre sus hijos,
evitó una guerra civil que hubiera podido desintegrar la frágil unidad del
reino franco.
Durante la Alta Edad Media los francos fueron
consolidando su poder en las actuales Francia, Suiza y Alemania. La dinasía
carolingia ascendió del rango de mayordomos de palacio al de emperadores.
Imagen: CC https://bit.ly/34B5FE6
Carlomán murió poco después de su padre,
en el año 771, permitiendo a su hermano gobernar toda la extensión del reino
franco. Pero este no se contentó con ello: a lo largo de sus cuarenta y siete
años de reinado Carlomagno sometió a los lombardos del norte de
Italia, a los sajones de Germania y creó la Marca Hispánica al sur de los
Pirineos. En el año 800 fue coronado Emperador de los Romanos por
el papa, convirtiéndose en el primer soberano europeo que asumía un título
imperial desde la caída del Imperio Romano de Occidente.
EL FIN DE LA ITALIA
LONGOBARDA
El ascenso de Carlomagno fue propiciado en parte por su aprovechamiento
de los conflictos ajenos. El rey franco estaba casado con Ermengarda, la hija de Desiderio, el rey
de los lombardos (o longobardos) que gobernaban el norte de Italia; se trataba de un
matrimonio político que debía servir para mantener la paz, pero su esposa tenía
una salud frágil y no pudo darle ningún hijo, por lo que acabó repudiándola.
Era el año 771, el mismo en el que su hermano Carlomán murió: los hijos de este
se dirigieron a Pavia, la capital del reino lombardo, para pedirle a Desiderio
que hiciera valer sus derechos como herederos frente a las pretensiones de su
tío.
El rey lombardo, ofendido con Carlomagno
por haber repudiado a su hija, no necesitó más para empezar la guerra. Pero fue
una decisión desastrosa para él: Carlomagno dividió su ejército en dos columnas
y una de estas consiguió llegar hasta Pavia y ponerla bajo asedio. La vigilia
de Pascua del 774, recibió la visita de una delegación de condes y obispos
romanos que le traían una invitación del papa Adriano I para visitar Roma, que
él aceptó gustosamente. En la antigua ciudad de los césares fue
recibido con todos los honores y forjó una alianza con el papa, tan
interesado como él en deshacerse de los lombardos.
Tras pasar la Pascua en Roma volvió a
Pavia que, agotada por el hambre y la epidemia, se rindió. Carlomagno
ciñó la corona de hierro de los reyes lombardos, terminando así la
historia de la Italia longobarda y ganando un poderoso aliado en el Vaticano.
Pero era solo el primer paso hacia una gloria mucho mayor.
La Corona de Hierro era el símbolo del Rey de
Italia. Su nombre procede de la leyenda según la cual la placa interior había
sido creada fundiendo uno de los clavos con los que fue crucificado Jesús.
Foto: CC https://bit.ly/3a1k5BI
CARLOMAGNO Y LOS
SARRACENOS
A su regreso al reino franco, Carlomagno recibió una inesperada visita:
una delegación andalusí formada por enviados de los gobernantes de Gerona,
Barcelona, Huesca y Zaragoza. Estos le ofrecieron un suculento trato: su
vasallaje a cambio de que el rey franco les ayudara en su rebelión contra el
emir de Córdoba y les mantuviera en su cargo. Carlomagno aceptó el trato pensando que sería
una campaña corta y que le permitiría extender su poder hasta la península
Ibérica, pero
esta vez fue él quien se equivocó.
El propósito del rey franco,
profundamente católico, era seguir los pasos de su abuelo Carlos Martel, que en
el año 732 había frenado el avance andalusí en Poitiers, y retomar Hispania
para la cristiandad. De su objetivo solo logró una mínima parte: la
creación de la Marca Hispánica, una zona colchón desde Barcelona hasta
Pamplona, ocupada por nobles vasallos. La guerra se prolongó de forma
intermitente hasta el año 811, cuando el rey ya estaba en sus últimos años de
vida. Seguramente el episodio más conocido sea la batalla de
Roncesvalles, acontecida durante la primera campaña, cuando el ejército
franco en retirada fue atacada por los vascones: en esa emboscada murió el
prefecto de la Marca de Bretaña, Roldán, cuya figura inspiró -exagerando la
épica- el famoso cantar de gesta Chanson de Roland.
A pesar de su devoción
religiosa, Carlomagno podía ignorar la fe en favor de la política cuando
convenía. Muestra de ello fue la buena relación que entabló con el
califa de Bagdad, el abasí Harún al-Rashid, interesado igual que él en
someter a los emires omeyas de Córdoba. Al-Rashid obsequió al rey de los
francos con numerosos presentes como un reloj, un juego de ajedrez de marfil
y un elefante llamado Abul-Abbas por el que Carlomagno desarrolló
un verdadero afecto: lo alojó en su palacio de Aquisgrán como un
huésped de honor, le hablaba, se ocupaba personalmente de lavarlo y comía con
él. En un exceso de amor paterno, lo alimentó demasiado y el animal murió de
una indigestión; o según otras versiones, de una pulmonía tras haber atravesado
el Rin a nado. El rey de media Europa lloró amargamente la pérdida de su
mascota preferida y decretó un luto nacional por él.
CRISTIANISMO O
MUERTE
Si con el califa podía hacer la vista gorda a las cuestiones de fe, no
sucedía lo mismo con los sajones paganos, que habitaban las tierras entre el
Rin y el Elba. Teóricamente
reconocían la autoridad del rey franco y le pagaban un pequeño tributo en forma de caballos para la
guerra, pero en el 772 se negaron a ello, dándole la oportunidad a Carlomagno
para conquistarlas.
La empresa resultó tan ardua como la de Hispania y le ocupó durante más
de veinte años. La
guerra seguía siempre un esquema parecido: un caudillo sajón lideraba una
revuelta, que los francos aplastaban; obligaban a los jefes sajones a
convertirse al cristianismo y abandonar el paganismo, pero apenas el ejército
franco se marchaba incendiaban las iglesias, mataban a los sacerdotes y volvían
a sus costumbres.
"La destrucción del Irminsul por
Carlomagno" (1882), por Heinrich Leutemann. El Irminsul era un
roble sagrado para los sajones, que creían que conectaba la tierra y el cielo.
Carlomagno obligó a los prisioneros sajones a cortar uno de ellos y abjurar de
sus creencias.
Imagen: Heinrich Leutemann
Finalmente, tras la enésima rebelión,
Carlomagno optó por una decisión drástica: deportar a miles de
familias sajonas a Francia y en su lugar enviar a colonos francos a Sajonia.
Impuso en el nuevo territorio un estado de ocupación que podría resumirse en
una alternativa: convertirse al cristianismo o morir. La táctica dio resultado
y a finales de su reinado Sajonia había sido integrada con bastante éxito en el
reino franco.
DE REY A EMPERADOR
Carlomagno había hecho del reino franco el más poderoso de Europa, pero
seguía siendo un rey igual que lo había sido antes su padre. Pero en el año 799
le llegó su gran oportunidad, cuando recibió en su residencia de verano de
Paderborn al papa fugitivo León III, sucesor de Adriano. Era un hombre muy impopular entre
la nobleza romana y había escapado por poco de una emboscada casi mortal y de
un encarcelamiento por parte de los sobrinos del antiguo pontífice, que lo
habían acusado de adulterio y de perjura.
En otoño del año siguiente, Carlomagno acompañó a León a Roma y puso en
marcha una comisión que, en pocos días, rechazó las acusaciones contra el papa
y le garantizó su protección. El pontífice le devolvió el favor coronándole como Emperador de los
Romanos durante la misa de Navidad. De lo oportuno de la situación surge
la sospecha de que existiera un acuerdo entre los dos, algo que resulta
probable aunque no ha sido demostrado al cien por cien: las fuentes
eclesiásticas así lo afirman, mientras que las imperiales sostienen que el
propio rey fue sorprendido por la coronación.
Una explicación que podría conciliar ambas versiones es que sí
deseaba el título de emperador, pero no que fuese el papa quien le coronase -en
lugar de hacerlo él mismo-, ya que de este modo reconocía implícitamente la
supremacía de la autoridad religiosa sobre la secular. Resulta natural pensar
que, habiendo acumulado un poder mayor que el de cualquier otro soberano
europeo en aquel momento, Carlomagno acariciase la idea de reclamar el título y
los derechos que su presunto titular, el emperador bizantino, no podía ejercer desde hacía siglos.
Revestido de la dignidad imperial, reorganizó el reino
franco según un modelo que hoy conocemos como vasallaje: aunque él era el soberano
absoluto, el territorio era dividido en feudos que asignaba a nobles vasallos
para que se ocuparan de gestionarlo y defenderlo. El emperador mantenía el
control sobre ellos a través de los missi dominici (en
latín, “mensajeros del señor”), enviados imperiales que tenían el poder de
destituir a los vasallos si estos se excedían en sus competencias o no cumplían
con sus obligaciones.
"Entonces el venerable y benévolo prelado le
coronó con sus propias manos con una magnífica corona. Entonces todos los
fieles viendo la protección tan grande y el amor que tenía a la santa madre
Iglesia romana y a su vicario unánimemente gritaron en alta voz, con el
beneplácito de Dios y del bienaventurado San Pedro, portero del reino
celestial: ¡A Carlomagno, piadoso augusto, por Dios coronado, grande y
pacífico emperador, vida y victoria!" (Liber Pontificalis, XCVIII-23-24)
Crédito: Rue des Archives /
Cordon Press
UN RETRATO DEL
SOBERANO
A pesar de sus éxitos militares y políticos, hubo una conquista que siempre se resistió a
Carlomagno: el alfabeto. El hombre que había sido coronado emperador era iletrado y pasaba
las noches intentando aprender a leer, algo que al parecer nunca llegó a hacer
con fluidez. A pesar de ello, o puede que precisamente a causa de ello, se
ocupó de promover la enseñanza y fundar escuelas en los monasterios y palacios,
movilizando para ello a una gran cantidad de clérigos, que eran prácticamente
los únicos que sabían leer.
Uno de estos, Eginardo, se convirtió en su
biógrafo de corte y escribió la mayor fuente de información que tenemos sobre
el emperador: la Vita Karoli Magni (Vida de Carlomagno),
una biografía rica en detalles personales para la que se inspiró en la obra de
Suetonio Vidas de los doce Césares. Su descripción dice que “fue de
cuerpo ancho y robusto, de estatura eminente, (…) rostro alegre y regocijado,
de suerte que estando de pie como sentado realizaba su figura con gran
autoridad y dignidad”.
Vidriera que representa al emperador con los
símbolos del poder imperial (la espada y la corona) y del poder de Cristo (el
orbe del mundo coronado por la cruz).
Foto: iStock
Gracias a él conocemos también la
personalidad del emperador, aunque tratándose de su biógrafo de corte es
probable que la embelleciera. Eginardo afirma que el emperador era un
hombre moderado en el comer y el beber, que raramente hacía banquetes porque
detestaba a los borrachos. Era devoto sin caer en el fanatismo (excepto tal vez
con los sajones), pero como no sabía leer se hacía recitar los Evangelios
y La ciudad de Dios por un sacerdote, memorizando sus
pasajes favoritos. Amaba la equitación y la caza y cada mañana salía a cabalgar
antes de dedicarse a sus obligaciones. A pesar de su rango no
vivía en la opulencia, se vestía de manera sencilla y para sostener
los gastos de la corte se dedicaba en sus ratos libres a la cría de gallinas
para vender los huevos; cuando viajaba, puesto que la corte era itinerante, se
alojaba en los conventos o en las casas de sus vasallos.
Cuenta también, y esto se puede corroborar fácilmente, que fue
el artífice de un renacer urbanístico, artístico e intelectual.
Contrató a arquitectos, constructores y carpinteros que restauraron los
antiguos monumentos del Imperio Romano y erigieron otros nuevos; tuvo una
especial atención hacia Aquisgrán, su preferida entre las capitales del reino.
También llamó a eruditos que conservaron y transmitieron el saber de la
Antigüedad, iniciando la tradición medieval de los monjes copistas.
Ciertamente fue un renacimiento modesto teniendo en cuenta que el
emperador tomaba como modelo la esplendorosa Constantinopla, pero muy notable considerando que el
reino franco apenas estaba saliendo de más de tres siglos de completo abandono
de las ciencias y las letras.
Catedral de Aquisgrán, lugar donde descansan los
huesos de Carlomagno. Es considerada la catedral más antigua del norte de
Europa. Su origen se remonta a la Capilla Palatina construida por el emperador
franco a finales del siglo VIII.
Foto: Daniel Kalker / Picture-alliance / Dpa /AP
EL LEGADO DEL
EMPERADOR
En el año 806 Carlomagno convocó una gran asamblea de nobles en la que
estipuló la división del imperio entre sus hijos tras su muerte. Las décadas de
guerra contra los andalusíes y los sajones lo habían agotado física y
mentalmente, a lo que había que añadir sus problemas de salud a causa de la gota. Su nuevo poder como emperador no
había conducido, a pesar de sus intentos, a la creación de un poder central
fuerte.
En aquella asamblea, llevó a cabo su último intento de mantener unido un
imperio que amenazaba romperse, a causa de la corrupción de los nobles y la independencia de los
eclesiásticos,
que eran y querían seguir siendo un verdadero estado dentro del estado. A ello
se añadían amenazas militares como la creciente presión de los normandos; los
nobles que en teoría estaban obligados al servicio militar, a proporcionar
soldados y a financiar las campañas se resistían a ello. No lo logró y tampoco
sus sucesores.
En noviembre del año 813 Carlomagno sufrió una intensa fiebre que lo
dejó extremadamente débil; se alimentaba exclusivamente de zumos de fruta y
pasó sus últimos días haciéndose recitar la Biblia y La ciudad de Dios, pero no tenía fuerzas ni siquiera
para hacer el signo de la cruz. Murió el 28 de enero del 814 en Aquisgrán, su capital favorita, que
había embellecido con una magnífica basílica en la que fue enterrado. Su hijo Luis hizo esculpir en su
sarcófago el siguiente epitafio: “Bajo esta losa reposa el cuerpo de Carlos,
emperador grande y ortodoxo que extendió noblemente el Reino de los Francos y
gobernó con fortuna durante cuarenta y siete años. Murió a los setenta y dos
años en el año del Señor 814, cinco días antes de las calendas de febrero”.
El ataúd de oro y plata que el emperador Federico II
Hohenstaufen ordenó elaborar para Carlomagno, el "Karlsschrein".
El imperio Carolingio duró apenas un
siglo; se extinguió oficialmente en el año 887 cuando el último heredero de
Carlomagno, Carlos el Gordo, fue depuesto por la Dieta imperial. Sin embargo,
la sombra del rey franco era larga y en el 962 un rey sajón, Otón el Grande,
fue coronado nuevamente Emperador de los Romanos. El soberano dio origen así
a un nuevo poder, el Sacro Imperio Romano (al que popularmente se
añade el epíteto de “Germánico”), que se inspiraba en el modelo del
que, no en vano, fue llamado “el padre de Europa”.
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