El
infatigable Hernán Cortés
De las
portentosas generaciones de españoles (y algunos extranjeros) que en el siglo
XVI dibujaron el mundo entero y conquistaron una buena parte de él, llama la
atención que no concibieran, no ya la vagancia, ese pecado capital, sino
siquiera el descanso. Lejos del modelo burgués de las novelas de aventuras en
que el protagonista disfruta hasta la vejez de sus riquezas obtenidas en la
juventud en la corte, en un palacio o en una finca de sus antepasados, muchos
de esos españoles se levantaban de su salón o abandonaban su celda monástica a
la llamada del deber, de la curiosidad, de su rey o de la fama.
Españoles de otra pasta
A
petición del emperador Carlos V, Juan Sebastián Elcano aceptó
en 1525 participar en una segunda expedición a las Molucas (bajo el mando
de García Jofre de Loaysa) sólo tres años después de
haber circunnavegado el mundo. Y en ella murió mientras atravesaba de nuevo el
inmenso Pacífico. Y por solicitud de Felipe II, el
navegante Andrés de Urdaneta, miembro
superviviente de esa segunda expedición, aceptó dejar su celda de monje
agustino para hallar el tornaviaje, la ruta para regresar de las Filipinas a la
Nueva España. Y en cuanto cumplió su misión, volvió a su convento, en México.
El duque de Alba, el mejor general del Imperio
español del siglo XVI, sufrió destierro de la corte ordenada por Felipe II a
causa de una falta cometida por su hijo, pero en 1580 acudió a la llamada de su
rey para conquistar en una campaña relámpago y sin apenas bajas el reino de
Portugal. En el siglo XVII, el militar y diplomático Esteban de Gamarra y Contreras, que nació en
Bruselas en 1593 y falleció en La Haya en 1671, nunca estuvo en la España de la
que provenía su linaje. Como esos militares y colonos de las novelas de ciencia
ficción que viajan por la galaxia sin haber pisado jamás la Tierra, que sólo
conocen por películas o relatos.
Entre
su llegada a La Española en 1504 y su marcha de Cuba al continente, en
1519, Hernán Cortés se convirtió en un hombre rico,
con dinero, fincas, ganado e indios. Carecía de experiencia militar y de
caudillaje, pues sólo había desempeñado empleos como escribano y tesorero, y su
trabajo como hacendado. Además de un patrimonio respetable, Cortés (nacido en
1485 en Medellín), tenía en torno a treinta y cuatro años, una edad ya madura
para la época, cuando aceptó el mando de la expedición organizada por el
gobernador Diego Velázquez.
Es decir, se lanzó a una aventura
llena de riesgos y peligros cuando podía haberse quedado en Cuba aumentando su
fortuna. Aparte de la resistencia de los nativos, las rencillas con otros
españoles y las denuncias falsas podían acabar no sólo con la carrera de un
conquistador, sino con su vida, como les ocurrió a Vasco Núñez de Balboa,
acusado de traidor a la Corona y ejecutado, y a los Pizarro y Almagro en Perú.
Constructor, explorador y marqués
Después
de la victoria sobre los mexicas, Cortés se volcó en la reorganización del
territorio con el respaldo de la Corona, pues ésta le nombró por una cédula de
octubre de 1522 gobernador y capitán general: reconstrucción de la ciudad de
México (donde se reservó varios solares), petición al emperador del envío misioneros franciscanos, apertura de caminos, construcción
de puertos, reparto de encomiendas entre sus capitanes,
asentamiento de ganado y nuevos cultivos, fundación del primer hospital del
país, erección de un palacete, dibujo de mapas, escritura de cartas a Carlos
V...
Ruinas aztecas
Si esto
habría sido suficiente para ocupar durante años a cualquier gobernador del
minúsculo imperio colonial francés, al extremeño no le agotó. Organizó en 1524
la expedición a Las Hibueras (Honduras), para perseguir a Cristóbal de Olid, camarada suyo al que Diego
Velázquez había persuadido para declararse independiente de la autoridad de
Cortés. Tan innecesaria fue que a punto estuvo de costarle la vida y su
prestigio, pues en ella hizo matar a Cuauhtemoc, el último ‘huey
tatlonai’ de los
mexicas, al que había derrotado en Tenochtitlán.
Dos
años permaneció Cortés fuera de México. La ausencia de noticias suyas provocó
que circulara el rumor de que había muerto. Indios y españoles estaban a punto
de rebelarse. Bastó su presencia para que la calma retornase. Pero entonces,
tuvo que enfrentarse a la primera Audiencia, enviada para gobernar la Nueva
España, pero formada por canallas. Los oidores le confiscaron su
patrimonio, le acusaron de envenenar a su primera esposa,
Catalina Suárez, le espiaron y controlaron su
correspondencia. Al final, la Corona intervino.
En 1526, el emperador le escribió para
que mandara un par de barcos desde la costa occidental de la Nueva España en
dirección al Maluco en busca de la expedición de Jofre de Loaysa, orden que
cumplió.
En 1528,
viajó a España con permiso de César Carlos, quien le concedió el marquesado del Valle de Oaxaca y 23.000 vasallos.
Durante su estancia, el conquistador cayó enfermo y Carlos V le visitó en su
cámara, gesto que hizo enrojecer de envidia a más de un linajudo. Sin embargo,
su soberano no le otorgó el gobierno de la Nueva España, seguramente por miedo
a que Cortés formase un reino separado. En 1535, la Corona instituyó el
virreinato y nombró al primer virrey, Antonio de
Mendoza (1535-1550), al que tuvo que someterse Cortés.
Si Mendoza ató cortó al conquistador,
luego el aristócrata castellano también sufrió la desconfianza del emperador.
Trató de que su hijo Francisco le sucediese en el virreinato de la Nueva España
o del Perú, que también desempeñó (1551-1552), pero el Consejo de Indias
rechazó semejante petición. Si la Corona no había permitido a Cortés erigir un
poder personal al otro lado del Atlántico, menos iba a consentir una dinastía
de virreyes, a la manera de la familia Enríquez, que desempeñaba el
almirantazgo de Castilla.
Cortés
se arruinó dos veces, después de la expedición a Las Hibueras y de su primer viaje a España,
pero rehizo su fortuna. Fue un magnífico hombre de
negocios, que unió a
sus empresas agrícolas y rentas inmobiliarias la construcción de astilleros y
la explotación de minas. Entre 1533 y 1540, envió cuatro expediciones al
noreste, que descubrieron la California y su golfo, llamado en tiempos más
honrados el mar de Cortés. Participó personalmente en una de ellas, en 1535.
Su cuerpo no descansó
Buscando
más reconocimiento y fama que privilegios y fortuna, Cortés volvió a cruzar el Atlántico en 1541 cumplidos
ya los cincuenta y cinco años de edad, junto con sus dos hijos legítimos,
Martín y Luis. Incluso participó en el ataque al nido de piratas de Argel, que
fue un desastre, anticipado por él al enjuiciar el plan de ataque. Sin embargo,
en esta ocasión el emperador le esquivó y ni le recibió en audiencia ni
contestó a los tres memoriales que le dirigió (en 1542, 5143 y 1544) en los que
exponía consejos para el buen gobierno de la Nueva España.
Para
coronar su mito, Cortés abandonó desencantado la corte del monarca al que había
dado más tierra que la que éste había recibido en Europa de sus mayores. En
1545 se retiró a Sevilla y falleció en el pueblo de
Castilleja de la Cuesta en 1547. Su espíritu inició el otro
viaje, pero su cuerpo tampoco alcanzó entonces el descanso: fue trasladado a
México. Más tarde, en el siglo XIX, la urna con sus restos, depositada en la
iglesia del hospital de Jesús Nazareno (que había hecho fundar en 1524, el
hospital más antiguo de América), la escondió un patriota mexicano, el
historiador Lucas Alamán, para evitar que los ‘patrioteros’ la profanasen.
La obra
política de Hernán Cortés, el reino de la Nueva
España, tan extenso a su muerte como la Europa comprendida
desde Lisboa a Viena, duró 300 años. Concluyó cuando el general Agustín Iturbide se proclamó emperador de
México en 1821. Sin embargo, la nación que el extremeño fundó, basada en la religión católica, en
el mestizaje de nativos y españoles y en el idioma español, todavía perdura, a
pesar de las mutilaciones cometidas por Estados Unidos y los ataques a la
esencia mexicana perpetrados por los desastrosos gobiernos nacionales.
Hospital de Jesús: la historia del primer hospital en
América, fundado por Hernán Cortés
El Hospital de Jesús está ubicado en el lugar
en el que se encontraron Cortés y Moctezuma, y funciona desde 1524. En él se
llevó a cabo la primera autopsia que se hizo en el continente.
En la Ciudad de México existen edificaciones muy
antiguas, que se remontan, incluso, a la época en la que los españoles,
comandados por el conquistador Hernán Cortés, llegaron a nuestro país. Una de
estas edificaciones, de gran importancia por su labor e historia, es el Hospital
de Jesús, ubicado en la manzana conformada por las calles República del
Salvador, 20 de Noviembre, Mesones y Pino Suarez, a unos cuantos pasos de
Zócalo capitalino.
El Hospital de Jesús fue mandado a construir justamente por Hernán
Cortés, y se ubica en el lugar exacto en donde se encontraron el conquistador
español con Moctezuma.
Originalmente el hospital fue bautizado como Hospital de la
Purísima Concepción, y empezó a funcionar desde el siglo XVI, en 1524,
pocos años después de la llegada de los españoles y la culminación de la
conquista, que se dio en 1521. En esa época, el hospital mexica, conocido
como Tihuicán, quedó rebasado, pues las “tícitl”, que era el
nombre que recibían las médicas prehispánicas, se enfrentaban a nuevas
enfermedades traídas por los españoles, como la viruela.
No se sabe con exactitud si el hospital en un inicio atendía a españoles
e indígenas por igual, pero el concepto se complementó bien con la herbolaria y
otras técnicas del mundo prehispánico. El responsable del diseño del inmueble
fue Pedro Vásquez, quien se inspiró en un hospital de Sevilla, en
España.
Desde su creación hasta la fecha opera, y a lo largo de su historia ha
recibido otros nombres como Hospital del Marqués y Hospital del
Nazareno.
Origen del nombre Hospital de Jesús
Sin embargo, el nombre con el que se le conoce ahora, Hospital
de Jesús, se le dio gracias a una mujer llamada Petronila,
quien al permanecer internada en el recinto de salud, soñó un Cristo y decidió
mandar a hacer una escultura de la imagen que vio en sus sueños, sin embargo,
ningún artesano era capaz de hacer una imagen exacta a la que ella había visto
en sus sueños.
Una ocasión, unos indígenas llegaron con ella y tallaron la imagen
exactamente igual a la que ella había visto mientras estaba internada en el
hospital, y desaparecieron de repente, por lo que se consideró como un milagro.
Cuando Petronila murió, la imagen que habían tallado los misteriosos
indígenas, que había permanecido en su casa, se sorteó entre varios templos,
resultando ganador este famoso hospital, pero como no tenían muchos recursos
para obtener la imagen, pidió que se volviera a sortear, resultando ganador de
nuevo. La leyenda cuenta que la rifa se hizo en varias ocasiones, y que en
todas, resultaba ganador el hospital ubicado sobre la avenida 20 de Noviembre.
Debido a ello, se decidió nombrarlo Hospital de Jesús.
La importancia de este hospital es tanta, que en él se realizó la primera
autopsia en el continente. Fue en 1646 cuando se llevó a cabo esta práctica,
durante una clase de anatomía a estudiantes de medicina de la Real y Pontificia
Universidad de México.
Restos de Hernán Cortés
Al estilo de los hospitales que se construían en esa época, el Hospital
de Jesús cuenta con un templo, el de Jesús Nazareno, el cual tiene una fachada
barroca en su exterior y al interior, en el techo, tiene un mural pintado
de José Clemente Orozco.
Sin embargo, ninguna de estas es su posesión más valiosa, pues en el
lugar hay una placa que asegura que ahí se encuentran los restos del
conquistador español Hernán Cortés, y aunque a mediados del
siglo XX se confirmó que ahí se encontraban, y hasta se exhumaron, hoy hay
quienes dudan que hasta la fecha continúen ahí. Por mucho tiempo se desconoció
en donde se encontraban los restos del conquistador, antes de saberse que
estaban en el Hospital de Jesús.
En el testamento de Cortés se ordenó que el gobierno de la Nueva España
debía hacerse cargo del hospital, y tras la independencia, la familia del
conquistador se encargó de los gastos. De esta manera, el recinto, a diferencia
de los demás de su tipo, nunca pasó por manos religiosas, por lo que siempre se
apegó a la ciencia médica.
Otra de las ventajas del recinto histórico, es que es una institución
laica, y gracias a ello, no fue demolido ante las Leyes de Reforma.
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