Los
esclavos cristianos en la Berbería.
Luís
Mármol y Carvajal (1535-1557)
En 1579,
un viejo soldado elevó un memorial a Felipe II. En él exponía cómo, “después de
quarenta años de servicio en las guerras de África y de Italia, y últimamente
en la del allanamiento del rebelión de los Moriscos del Reyno de Granada y de
otros muchos servicios particulares que a Vuestra Majestad deven ser notorios”,
se había acogido “a una alcaría de la ciudad de Vélez”, cuyas rentas no le
bastaban para el sustento de su casa. Pedía, por ello, se le hiciese merced de
“un montezillo secano, realengo” que “es tan dañoso, que se meten en él los
cosarios de Berbería de noche, y quando pasan los atajadores de a cavallo los matan
o prenden”; él lo cuidaría y lo arrasaría, de manera que de ahí en adelante los
corsarios no tendrían “dónde se meter”. Un brusco “No ha lugar” escrito al
margen del documento por el secretario Juan Vázquez Salazar, es bien explícito
de la consideración que le mereció al rey la demanda de su viejo soldado.
Quien
había redactado el memorial era Luis del Mármol Carvajal, personaje singular
cuya figura se difumina a menudo en la oscuridad de un denso silencio
documental, que llega incluso a afectar a su obra; obra que, a pesar de
constituir un punto central de una tradición historiográfica destinada a
estructurar y codificar el conocimiento europeo sobre África por un largo
periodo, ha sufrido los curiosos avatares de un parcial pero significativo
olvido. En las páginas que siguen, hago uso de algunos trabajos sobre Mármol
que ya han explotado, de manera parcial, la escasa documentación existente:
citaré, sobre todo, a Agustín G. de Amezúa, a Darío Cabanelas y a Mercedes
García-Arenal.
Como personaje histórico, Mármol es una figura difusa, de
quien casi todo se ignora: las fechas de su nacimiento 1520 o 1524 y de su
muerte alrededor de 1600 son puramente conjeturales, penosamente deducidas de
algún comentario suelto hecho por el propio Mármol en alguna de sus obras. Su
origen es asimismo oscuro: algunos autores han llegado a afirmar que provenía
de una familia de moriscos, y otros, por el contrario, que su linaje era
castellano, descendiente de alguno de los conquistadores de Granada en 1492. El
primer documento fiable sobre su vida data de 1528, y en él se solicita
legitimar a Mármol para el acceso a honras y oficios. El demandante es su padre
Pedro del Mármol, escribano de la audiencia de Granada, “que le ovo […] syendo él soltero en mujer
soltera”; por este documento, Mármol era legitimado para
ocupar cargos que en principio le estaban vedados por su condición de hijo
natural.
Las
siguientes noticias sobre su vida nos las proporciona el propio Mármol en el
prólogo a su Descripción General de África, cuando dice de sí mismo:
Aviendo, pues, salido de la insigne ciudad de
Granada, donde es nuestra naturaleza, siendo aún moço de pequeña edad, para la
jornada que el Christianíssimo Emperador Don Carlos hizo sobre la famosa ciudad
de Túnez el año de nuestra salvación mil y quinientos y treynta y cinco, y
después de la felize expugnación della, seguido las vanderas Imperiales en
todas las empresas de Áffrica por espacio de veynte y dos años, y padescido
siete años y ocho meses de captiverio que estuvimos en poder de infieles de los
Reynos de Marruecos, Tarudante, Fez, Tremecén y Túnez, en el qual tiempo
atravessamos los arenales de Libia, hasta llegar a Acequia el Hamara, que es en
los confines de Guinea, con el Xerife Mahamete, quando traya las armas victoriosas
por Affrica, apoderándose de las Provincias Occidentales, y hecho otros viajes
por mar y por tierra, assí en captiverio como en libertad, por toda Berbería y
Egypto, donde notamos muchas cosas dignas de memoria y que nos paresció se
desseavan saber en estas partes. Con este principio, acompañado de la continua
meditación de hystorias escogidas Latinas, Griegas, Arabes y Vulgares destos
reynos y de fuera dellos, que con mucho trabajo pudimos saber, siendo inclinado
a este exercicio, y tomando dellas lo que nos paresció más al propósito para
este effecto, juntándolo con la esperiencia y mucha prática que de la lengua
Arabe y Affricana (que mucho diffieren) tenemos, hezimos esta hystoria y
general descripción de Affrica.
Sobre
este párrafo, algunos autores han intentado reconstruir el itinerario vital de
Mármol ante la ausencia de otras fuentes documentales. Parece confirmarse que
Mármol era natural de Granada y que, en una edad muy temprana, participó,
quizás como paje, en la jornada del Emperador Carlos V contra Túnez. El dato es
interesante, pues vincula directamente a Mármol con la expansión española por
el sur del Mediterráneo. La extraordinaria importancia que el Norte de África
tenía para España en el siglo XVI se refleja en la enorme cantidad de recursos
empleados en las empresas africanas y en el incalculable número de
transacciones económicas, políticas, personales y simbólicas que tuvieron lugar
en el Mediterráneo a partir de la Edad Moderna, en el marco de la enemistad con
el nuevo y formidable rival surgido en Oriente, el Imperio Otomano. Así, los
avatares de la milicia y la rapiña en tierra norteafricana, del cautiverio, del
temor a los corsarios musulmanes, formaban parte de la vida cotidiana de miles
de españoles, confrontados a la experiencia de un brusco cambio de dimensiones
y de escala del mundo conocido, obligados, incluso, a una redefinición del
concepto mismo de experiencia.
Luis de
Mármol fue protagonista, pues, como tantos otros, de la expansión militar
hispánica y sufrió también el cautiverio en tierras musulmanas. Nos es difícil,
sin embargo, establecer con exactitud los límites cronológicos y espaciales de
su jornada africana. Los “veynte y dos años” a los que Mármol alude, contados
desde 1535, podrían hacer suponer que el fin de los “siete años y ocho meses de
captiverio” se situaría alrededor de 1557, fecha de su hipotética liberación.
Ciertos detalles, sin embargo, contenidos en su Descripción General de África,
indican que ya en 1541 Mármol estaba cautivo en Marruecos. En esa época, una
nueva dinastía originaria del sur de Marruecos, la de los sa’díes, estaba a
punto de culminar su conquista del poder, acabando con los últimos sultanes
Wattasíes de Fez. Con los sa’díes se inauguraba una nueva época en la historia
marroquí, marcada por la llegada al poder de las dinastías de jerifes o
xarifes, es decir, de familias cuya legitimidad política se basaba en el hecho
de descender, real o pretendidamente, del profeta Muhammad. Con este capital
carismático, los dos hermanos fundadores de la dinastía sa’dí, Ahmad y
Muhammad, habían conducido una vigorosa ofensiva militar y política que
culminaría en 1554 con la segunda y definitiva conquista de Fez y la
destrucción de sus enemigos, convirtiendo a Marruecos, por cierto, en el único
territorio norteafricano que no estaba bajo el control de los otomanos.
Por sus
propias indicaciones, sabemos que Mármol acompañó como cautivo a los dos
jerifes en algunas de sus campañas y que adquirió, por ello, un razonable
conocimiento de buena parte del territorio marroquí. Él mismo asegura, como
hemos visto, haber formado parte del ejército del menor de los jerifes,
Muhammad al-Chaij, en una expedición transahariana que les llevó hasta la
legendaria Saguiat al-Hamrá, lugar que ocupa una posición privilegiada en la
geografía sagrada de Marruecos como uno de sus principales focos de santidad.
Además de esta noticia, otros datos nos permiten asegurar que Mármol estaba en
Marruecos en 1549, momento de la primera conquista de Fez por los sa’díes, e
incluso después de 1554, fecha en que un nuevo sultán, Muley Adbala, llegó al
poder tras el asesinato de su padre Muhammad al-Chaij.
Sabemos,
pues, que Mármol viajó como cautivo por Marruecos, y que como tal llegó a
atravesar el Sahara. Su afirmación de que viajó también por los reinos de
Tremecén y Túnez, en Berbería y Egipto, “assí en captiverio como en libertad”,
ha llevado a algunos historiadores a afirmar que, tras su liberación, Mármol
había recorrido todo el Norte de África, e incluso parte del África
subsahariana, hasta Etiopía. Su presencia, sin embargo, en Túnez y en Argelia
parece más bien limitada a las campañas a las que asistió como soldado, en
ciudades como Túnez o Bona. Por otra parte, es difícil establecer en qué
momento y cómo pudo haber viajado por Egipto, aunque sí se puede afirmar, a
partir de los testimonios originales que se encuentran en su obra, que su
actividad de viajero se limitó al Mágreb, y sobre todo a Marruecos.
Es
posible que durante su cautiverio Mármol conociese a otro ilustre viajero por
Marruecos, el célebre Diego de Torres, autor de la Relación del origen y suceso
de los xarifes y del estado de los reinos de Marruecos, Fez y Tarudante. Torres
permaneció durante algún tiempo en el Norte de África actuando como alfaqueque
o redentor de cautivos. En su propio libro, Torres copia pasajes de la obra de
Mármol, lo que podría abundar en la tesis de que quizás conociera al granadino.
Por lo demás, su vida y su vinculación con Marruecos nos proporcionan episodios
sumamente interesantes: en 1577, el año anterior a la desastrosa expedición
portuguesa que acabó con el ejército del rey Don Sebastián en la Batalla de los
Tres Reyes, Diego de Torres fue enviado por Felipe II como espía a Marruecos,
donde llegó camuflado de mercader judío para “reconocer las marinas y sus
fortalezas y enterarse de lo que más cumplía”. En este viaje le acompañaba,
igualmente disfrazado, el divino capitán y altísimo poeta Francisco de Aldana.
Ambos participarían, poco después, en la jornada de Alcazarquivir: Diego de
Torres sobrevivió al desastre, pero el capitán Aldana murió, “con la espada en
la mano tinta en sangre”, metido “entre los enemigos, haciendo el oficio de tan
buen soldado y capitán como él era”.
La
experiencia africana de Mármol está, desde luego, en el origen de su Descripción
General de África. La obra apareció en tres volúmenes: los dos primeros fueron
publicados en Granada en 1573 y el tercero en Málaga en 1599. El objetivo de la
obra está explicado por el propio Mármol en su prólogo:
“Siendo, pues, tan notorio el daño que por
tener cerca a estos pueblos Affricanos, nuestros vezinos y crueles enemigos, a
venido a estos reynos, y estando como están todas aquellas Provincias
consagradas con sangre de tantos mártyres, no avemos visto quién hasta oy aya
hecho en España hystoria particular por la qual se pueda tener enteramente
noticia dellas ni de sus poblaciones, como quiera que es cosa muy necessaria
tenerlas conoscidas para la contrata-ción de la paz, si la uviere, y para que
la guerra, quando sea menester, se haga con la ventaja que suele dar el tener
sabida y reconoscida la tierra del enemigo. Bien se dexa entender que no avrá
dado lugar a ello la diversidad de costumbres, religión y lenguas, en que tanto
diffieren de nosotros aquellas nasciones bárbaras con quien los escriptores
curiosos an tenido y tienen muy poca o ninguna comunicación”.
El
proyecto de Mármol se sitúa, pues, consciente y explícitamente, en el ámbito de
la confrontación, de forma que el conocimiento de África es, en realidad, el
conocimiento de un enemigo inmediato, en cuya cercanía se reconoce una
alteridad radical, especular, que se define, como no podía ser menos, en
términos de barbarie.
Tal
confrontación era para Mármol, desde luego, un dato de la experiencia. Como ya
he señalado, en el siglo XVI el enfrentamiento militar y político en el
Mediterráneo era total. La misma lógica que había conducido a la conquista de
Granada en 1492 se había resuelto para España en la consideración del Norte de
África como escenario natural de su expansión territorial. El surgimiento del
inmenso poderío del Imperio Otomano daba a este enfrentamiento una escala casi
cósmica. La amenaza para la cristiandad y para la propia supervivencia era un
sentimiento real e inmediato entre los españoles. El enfrentamiento adoptó,
pues, los rasgos de una extrema virulencia. Entre 1505 y 1511, Mazalquivir,
Orán, Argel, el Peñón de Vélez de la Gomera, Trípoli, Tremecén y Cherchel caían
en manos españolas o reconocían su soberanía por un periodo de tiempo más o
menos largo. En 1535, Carlos V conquistaba La Goleta de Túnez, en una
expedición en la que participó el propio Mármol. A partir de los años 20, sin
embargo, el enfrentamiento con los otomanos se hizo más intenso, y la aparición
de enemigos formidables como los hermanos Barbarroja había tornado incierta la
suerte del conflicto. Desde 1525, Argel, como regencia dependiente de la
Sublime Puerta, se convierte en el principal foco otomano en el Norte de
África. La expedición de Carlos V contra la ciudad en 1541 supuso uno de los
mayores desastres de su reinado. Su hijo Felipe II sufriría otro descalabro
semejante con la derrota del conde de Alcaudete ante Mostaganem en 1558. En ese
momento, la presión otomana desde las costas de Cádiz hasta la frontera europea
de los Habsburgo era difícilmente sostenible, y con ella, el miedo y la repulsa
secular hacia los musulmanes no hacían sino arraigarse en el imaginario de los
españoles. En este contexto, la victoria de Lepanto en 1571 produjo un enorme
sentimiento de alivio y satisfacción, aunque sus resultados en la práctica
fueron más bien escasos: pronto los otomanos reconstruyeron su flota, y sólo el
peligro en su frontera oriental logró que detuvieran su expansión occidental.
Hacia 1580, el equilibrio entre españoles y otomanos en el Mediterráneo era más
o menos estable.
Por lo
que respecta a Marruecos, había sido objeto desde muy temprano de la expansión
portuguesa. Ceuta había sido conquistada en 1415. Más tarde, hacia 1514, una
serie de puntos de la costa atlántica estaban bajo poder portugués: Arcila,
Safi, Azzammur, Mazagán, Agadir (o Santa Cruz do Cabo da Gué). La situación
sólo se invirtió cuando en 1541 esta última plaza fue conquistada por los
jerifes sa’díes y, como consecuencia, los portugueses evacuaron Safi y Azammur.
El último intento expansionista de Portugal en Marruecos, impulsado por Don
Sebastián, se resolvió en la ya evocada Batalla de los Tres Reyes, o de
Alcazarquivir (1578), que supuso un auténtico desastre para los portugueses,
cuyo ejército fue destruido por las tropas marroquíes del sultán marroquí ‘Abd
al-Malik. De resultas de la catástrofe, Portugal fue anexionado por la corona
española sólo dos años después.
Las
consecuencias de este enfrentamiento generalizado exceden con mucho el ámbito
militar o estrictamente político. Puede afirmarse, de hecho, que determinaron
en profundidad los caracteres culturales e identitarios de un mundo que, con la
expansión geográfica, entraba decididamente en una nueva época. El Mediterráneo
se había transformado en un espacio en el que la red de intercambios de todo
tipo había alcanzado una densidad desconocida hasta entoces. Algunos fenómenos
asombran por su extensión e importancia: el cautiverio, por ejemplo, que
implicó a millares de personas y que llegó a alcanzar una escala casi industrial
en el periodo de apogeo de las regencias otomanas del Magreb. El corso se
convirtió en una presencia constante en todo el Mediterráneo, y también en las
costas españolas, proporcionando una gran cantidad de mano de obra esclavizada
y material con el que llevar a cabo un fructífero intercambio a escala
internacional, mientras en España se multiplicaba la acción de las órdenes
dedicadas al rescate de cautivos, como también, paralelamente, el número de
esclavos africanos.
Otro
fenómeno importantísimo es el de los renegados, que constituyen un flujo enorme
del norte al sur del Mediterráneo, más que a la inversa. Fuera del hecho de que
algunos de los más señalados corsarios musulmanes eran renegados, éstos
formaban en su conjunto una auténtica sociedad intermedia cuyos miembros no
acababan nunca de integrarse en las sociedades musulmanas de destino,
establecían alianzas matrimoniales entre sí y se reproducían de una manera
cerrada, formando uno de los grupos sociales más característicos del mundo
norteafricano, exponente perfecto de todas sus ambigüedades y contradicciones.
Éste es,
pues, el entorno en que desarrolló la vida de Mármol y que explica, finalmente,
la redacción de su Descripción: se trataba de compilar los conocimientos
básicos sobre el enemigo que permitiesen gestionar adecuadamente los términos
del conflicto. Sin embargo, ésta no es la única razón que explica la ambiciosa
concepción de la obra. Ésta consta, como ya he señalado, de tres volúmenes. El
primero de ellos contiene una historia del Islam desde el profeta Muhammad
(llamado Mahoma por los cristianos) hasta la batalla de Lepanto. El segundo y
el tercero tratan, respectivamente, de una descripción del Norte de África y de
otra de Egipto y del África subsahariana. El tercer volumen fue publicado
dieciséis años después de los otros dos no sin grandes dificultades para su
autor, que hubo de encargarse él mismo de los gastos de impresión de la obra.
El plan de Mármol requiere, pues, por su exhaustividad, una explicación
complementaria de la que él mismo da y que se encuentra, parcialmente, en la
tradición historiográfica a la que la obra de Mármol pertenece.
Hay que
empezar por matizar el pasaje ya citado del prólogo de la obra, en el que
Mármol afirma que “los escriptores curiosos (…) an tenido y tienen muy poca o
ninguna comunicación” con aquellas “nasciones bárbaras”. Esto podía ser
relativamente cierto por lo que se refiere a España, pero lo era menos en otros
países. Hay que empezar por señalar que para Mármol, como hombre de su tiempo,
la influencia clásica es importantísima y se traduce en el recurso permanente a
la obra de Ptolomeo. Pero esa lejana referencia de autoridad no se traslada
como una simple copia, sino como una relectura a la que se superponen de forma
decisiva los conocimientos de la nueva época, los datos de las nuevas fuentes.
Así, si se analiza con cierto detalle el segundo volumen de la Descripción de
Mármol, es decir, el que se ocupa de la descripción del Norte de África, es
fácil descubrir que nuestro autor copia exhaustivamente tanto el contenido como
la estructura de la Descrizione dell’Africa, de León el Africano. León es un
personaje bien conocido: nacido en Granada, y llamado Hasan ben Muhammad
al-Wazzan, tuvo que emigrar con su familia a Marruecos huyendo de la presión
cristiana. Allí se convirtió en un intelectual, experto en ciencias islámicas y
llegó a desempeñar misiones de embajador. Hecho cautivo por los cristianos, en
1517 llegó a Italia y a la corte papal, donde destacó por su formación y
cualidades intelectuales. Allí escribió su Descrizione, que fue publicada por
vez primera en la magna recopilación de relatos de viaje que con el título de
Navigazioni e viaggi publicó el humanista veneciano Giovanni Batista Ramusio a
partir de 1550. El libro de León el Africano presenta, entre otras, dos
características esenciales: la primera es que se trata de una obra concebida
dentro de la más estricta e insigne tradición de la literatura geográfica
árabe. Ésta es muy larga y rica, y ha influido de diversas maneras en las culturas
occidentales (entre otras, a través de la conocidísima obra del geógrafo
al-Idrisi, que trabajó en el siglo XI para la corte de los reyes normandos de
Sicilia). Por una vía no exenta de ironía, una de las últimas grandes
aportaciones de esa tradición a las literaturas occidentales es la obra de León
el Africano, difundida desde la corte papal, copiada y en gran medida
codificada por Luis de Mármol en su propia Descripción, integrada así por
varios siglos al acervo de conocimientos que los europeos tenían sobre el
África.
La otra
característica importante de la obra de León el Africano es su misma inclusión
en las Navigazioni de Ramusio. Es ésta una recopilación de relatos de viajes
imponente tanto por su número cuanto por su concepción. La nómina de las obras
incluidas va desde la Descrizione de León el Africano hasta el Periplo de
Annón, desde el libro de Marco Polo hasta las Relaciones de Hernán Cortés,
desde la Verdadera informação das terras do Preste João das Índias del padre
Francisco Álvares hasta las Décadas de Pedro Mártir de Anglería, desde el Asia
de João de Barros hasta la Historia de los Tátaros de Hayton Armeno. Más de
sesenta obras en total que intentan abarcar relaciones de viajes por todas las
partes conocidas de la tierra. De hecho, el proyecto de Ramusio es más que una
simple colección de viajes; responde sobre todo a un intento sistemático de
descripción del mundo, de un nuevo mundo abierto nueva y vertiginosamente por
un cúmulo de maravillosos descubrimientos que inaugura la modernidad.
Los
impulsos de la nueva época eran políticos, económicos y militares, pero también
intelectuales. Una nueva forma de conocimiento se imponía, un saber que diese
cuenta del sentido de las transformaciones en marcha y que integrase las
últimas cuestiones pertinentes: ¿qué valor había que dar a la experiencia sobre
la autoridad, sabiendo que un simple marinero del siglo XVI conocía más de la
forma real del mundo que autores clásicos como Ptolomeo?; ¿cuál era el valor
práctico del conocimiento, puesto al servicio de una república que se
conformaba políticamente a partir de una nueva concepción del hombre?; ¿cómo se
constituía, precisamente, esa nueva comunidad política que daría lugar a lo que
llamamos “el estado moderno”? Todas estas cuestiones son fundamentales para
entender el impulso cultural que promovió la fundación de una nueva tradición
que aunaba en un mismo proyecto intelectual la transformación científica y
tecnológica, el descubrimiento y conquista de los nuevos mundos, la fundación
de las comunidades nacionales y la creación de nuevos aparatos conceptuales que
pudiesen dar cuenta de todo ello.
A través
de su relectura de diversas fuentes, adaptándolas a su propia experiencia de
cautivo en tierras africanas, la obra de Mármol se integra perfectamente en
todo este proyecto humanista, constituyéndose en uno de los más importantes
eslabones de una importantísima tradición libresca. No hay que olvidar que la
Descripción de Mármol conoció una considerable difusión gracias, entre otras
cosas, a la traducción francesa de Nicolas Perrot, señor de Ablancourt, que
incluía mapas diseñados por el geógrafo real M. Sansón, y que se publicó en
París en 1667. Pero la de León el Africano no era la única influencia de la que
Mármol bebió. Entre sus numerosas fuentes hay que contar también la de notables
autores portugueses. La descripción que Mármol hace de Marruecos, basada
mayoritariamente en la Descrizione de León el Africano y en su propio
testimonio, se ve enriquecida, entre otros, por los fragmentos que copia de la
Chronica do Felicissimo Rei dom Emanuel, de Damião de Gois. Gois era uno de los
más importantes humanistas portugueses, cercanísimo amigo de Erasmo de Roterdam
y que había tratado también a Lutero y Melanchton. En su crónica, Gois recogía
algunos episodios de la historia de las plazas marroquíes ocupadas por los
portugueses, episodios que el propio Mármol se aprestó a utilizar en su
Descripción. La Chronica de Gois forma parte de un empeño colectivo por
codificar en términos históricos, religiosos y poéticos, el devenir
“providencial” del reino de Portugal, devenir inextricablemente unido al de su
expansión imperial ultramarina. En este sentido, el empeño historiográfico de
Gois es inseparable del de su amigo João de Barros, que pretendió en sus Décadas
construir la historia de las exploraciones portuguesas por África y por Asia.
No es casual que Barros fuese una de las fuentes utilizadas por Mármol en su
descripción del África subsahariana. En realidad, el perfil del África de
Mármol se ajusta al que los viajeros y conquistadores portugueses habían ido
diseñando en su ruta oriental hacia las Indias, construyendo a la vez un
imperio y una identidad política.
De forma
que, a partir de las distintas tradiciones en las que se integra, la
Descripción General de África se vincula al humanismo y a una lectura humanista
de la geografía, disciplina que pretendía dar cuenta de una forma amplia del
sentido y las implicaciones de los extraordinarios descubrimientos de la época.
Cabe preguntarse, sin embargo, por el estricto valor documental de las
observaciones del Mármol viajero, observaciones que en su mayor parte se
concentran, como ya he señalado, en su descripción de Marruecos. Este valor es,
a menudo, muy alto. Así, por ejemplo, cuando al describir una de las sierras de
la región de Heha, escribe:
El año de mil y quinientos y treynta y nueve
descubrieron los Bárbaros desta sierra una mina de cobre, y de allí llevan
mucho en panes pequeños de que hazen artillería de bronze en Marruecos. Las
primeras que se fundieron de aquel metal fue por mano de un morisco natural de
la villa de Madrid, que renegó la fee y le llamaron Maestre Muça, el qual hizo
una culebrina de treynta y dos palmos y muchas pieças pequeñas. Y demás desto,
labrava arcos de ballestas y espadas y hierros de lanças y otras armas de muy
buen temple. Y en el mesmo tiempo, un moro de Sus, natural de la provincia de
Gezula, halló el secreto de fundir el hierro, y dello hazía pelotas para la
artillería, cosa que hasta entonces nadie lo alcançó a saber en Áffrica.
Esta
noticia es muy importante para situar el comienzo de la fabricación y
utilización a gran escala de la artillería en Marruecos, que se inicia con la
dinastía sa’dí gracias, fundamentalmente, a los conocimientos técnicos de
turcos y renegados. Para otros acontecimientos, como la expedición
transahariana del jerife Muhammad que ya ha sido citada, el texto de Mármol
constituye la fuente más importante, si no la única.
Otras
noticias, como las recién evocadas, van desgranándose a lo largo del texto de
Mármol, proporcionando aquí y allá datos precisos sobre la historia de
Marruecos, que el granadino va insertando en una estructura en general copiada
de León Africano. En algunos aspectos, en su comparación con el texto de este
último, Mármol aporta una perspectiva diacrónica de la historia marroquí, que
nos permite apreciar algunas de las transformaciones que tuvieron lugar con la
ascensión al poder de la dinastía sa’dí. Así, el autor granadino hace a menudo
afirmaciones como
toda esta provincia está muy poblada, y ay en
ella lugares abiertos muy grandes, y rezios pueblos de gente inquieta, que
solían guerrear cruelmente unos contra otros antes que los Xerifes se
apoderassen della, porque vivían en libertad y no avía entre ellos justicia ni
razón, ni quién los pusiesse en ella.
En esta
confrontación entre una anarquía original (léase: una estructura tribal) y el
orden impuesto por la nueva dinastía se adivinan las tesiones entre las formas
de vida y de ordenación políticas comunitarias, y los intentos dinásticos por
consolidar un tipo de poder centralizado y, podríamos decir, de tipo estatal.
En este sentido, las observaciones de Mármol que completan y corrigen el texto
de León el Africano son muy valiosas para entender el auténtico valor de la
acción política de la nueva dinastía. Así, por ejemplo, al describir la ciudad
de Tesegdelt, León el Africano escribía:
Poseen en medio de la ciudad una hermosa
mezquita cuidada por muchos sacerdotes y disponen asimismo de un juez, persona
de sabiduría en la ley, que entiende en todo tipo de litigios, salvo en los
maleficios.
Medio
siglo después, Luis de Mármol describe la misma ciudad en los siguientes
términos:
Los desta ciudad se deffendieron valerosamente
de los Alárabes y de los Christianos en tiempo de las guerras de los
Portugueses, por la aspereza de la sierra. Y el Xerife, so color de santimonia,
los truxo a su devoción; y no lo tuvo en poco, según es fuerte, y la gente
bellicosa. Estos Beréberes son muy afables y de buena conversación, y hazen
mucha cortesía a los forasteros y los hospedan amorosamente. En medio de la
ciudad tienen una hermosa mezquita con muchos alfaquís, y el principal dellos
es juez en las cosas espirituales y temporales. Y demás desto, reside allí un
alcayde puesto por el Xerife, que es como mayordomo y tiene cargo de embiar
personas que cobren las rentas reales por toda la provincia; el qual administra
también justicia en las causas que vienen ante él, y es a su cargo guardar la
ciudad como fortaleza, que mucho importa para subjectar aquellos bárbaros.
El juez
sabio que describe León el Africano se ha transformado, con la llegada de los
jerifes sa’díes, en un alcaide impuesto por los sultanes, encargado de mantener
la dominación militar sobre las poblaciones locales, e investido de los dos grandes
atributos que definen finalmente el poder de tipo estatal: la recaudación de
impuestos y el monopolio de la justicia. En la tensión entre ambas estructuras,
no sólo se adivinan los hitos de la evolución diacrónica en una época crucial
de la historia de Marruecos, sino que se perciben con claridad los modelos
antropológicos a los que dicha evolución responde. Desde este punto de vista,
la conjunción de los textos de Mármol y León el Africano nos proporciona un
cúmulo de informaciones etnográficas extraordinariamente valiosas: la
descripción de cada ciudad o cada sierra se completa con la de sus habitantes,
sus costumbres, sus caracteres físicos o morales. Encontramos, pues, numerosos
textos como éste, dedicado a la ciudad de Tedsi:
…los términos desta ciudad son muy grandes y
muy buenos, donde se coge mucho pan y se crían muchos ganados. Una legua della
passa el río Sus, y en las riberas de él ay grandes cañaverales de cañas de
açúcar y algunos ingenios donde se labra; y por esta causa ay de ordinario en
ella muchos mercaderes de las ciudades de Berbería y de las tierras de los
negros. Los moradores son gente affable y muy llana […]. Dentro tiene un barrio
grande de Judíos, mercaderes y officiales ricos, porque se haze allí un mercado
el lunes de cada semana, donde acuden los Alárabes y Beréberes de todas
aquellas comarcas con sus ganados, lana, cueros y manteca, y a comprar de los
mercaderes y officiales de la ciudad, paños, lienços, calçado, herramientas y
adereços de cavallos y otras muchas cosas.
Del
mismo modo, al hablar de la ciudad de Aguila o Agla:
…al derredor tiene hermosos términos poseydos
por los Alárabes y Beréberes que viven en aduares, y por todos aquellos campos
se crían muchos leones, tan covardes, que si un niño les da bozes, luego huyen,
y de esta causa traen un refrán en Fez, quando quieren dezir a uno que es
cobarde, le dizen que es tan valiente como león de Aguila, que la ternera le
roe la cola.
Otras
noticias de Mármol se refieren a los enfrentamientos entre portugueses y
marroquíes en las plazas de la costa atlántica, a algunos de cuyos
protagonistas llegó a conocer directamente. Es el caso de la trágica historia
de doña Mencía de Monroy, hija de don Gutierre de Monroy, el último gobernador
portugués de Santa Cruz de Cabo da Gué o Agadir, que Mármol relata de esta
manera:
En este lugar nos obliga tratar del successo
de Doña Mencía de Monrroy, hija de Don Gutierre, la qual, siendo captiva por el
alcayde Mumen, luego la embió al Xerife con su padre y con un su hermano que
fue también captivo aquel día; y el pagano se pagó tanto della, que le pidió su
amor, porque era muy apuesta y graciosa dama. Y como se le deffendiese con
muchas y justas razones y no quisiesse complazerle, fue tanto el enojo del
bárbaro que, por afrentarla más (aunque devió de ser por atemorizarla), mandó a
un negro Eunuco de los suyos que la encerrasse en el vaño con dos negros, los
más suzios y feos que uviesse en la ciudad, y que les hiziesse que la
forçassen. La pobre dueña, viéndose en este aprieto, después de averle dado el propio
Xerife muchos moxicones por su mano, uvo de hazer lo que le mandó con condición
que no le hiziesse renegar de la fee y que la tuviesse en lugar de ligítima
muger. Lo qual le concedió el amor del pagano, y se casó con ella y la tuvo
como a las otras mugeres muchos días, siendo ella Christiana y él Moro. En el
qual tiempo vimos que le hazía comer a usança de Christianos y traer sus
pañizuelos de narices en la cinta y otras cosas fuera de la costumbre de los
Moros, tanto, que se dezía que le tenía medio convertido, y murmuravan los
Moros de él. Mas quando fue a Tarudante con el triumpho de la victoria de
Mascarotán, llevando preso a Muley Hamete, su hermano mayor, dixo a Doña Mencia
que le hiziesse plazer de dezir que era Mora, porque le era tenido a mal que
estuviesse casado con una Christiana públicamente. Y como ella estuviesse ya
preñada, quiriéndole agradar, dio a entender que era Mora, y la llamaron Alia.
Después parió un hijo, mas fue fama que las otras mugeres del xerife la
atosigaron a ella y a la criatura, porque era tanto lo que la amava, que ya no
hazía vida con ellas. La qual, poco antes que muriesse, hizo llamar algunos
Christianos de los captivos del rey, y delante dellos hizo una protestación,
diziendo que ella avía sido siempre Christiana y moría Christiana en la sancta fee de Jesu Christo y pedía a Dios perdón de
sus pecados; y que no avía sido en su mano dexar de agradar y dar contento al
Xerife y publicar que era Mora, por algunos respectos que convenían al bien de
muchas gentes, y especialmente a la libertad de su padre, que estava captivo; y
les rogó que lo publicassen assí donde se hallassen.
De forma
que a la descripción africana de Mármol/León el Africano son invocados santos,
mercados y artesanos, arábes y beréberes, beduinos y sedentarios, guerras
dinásticas, episodios crueles y caballerescos; y también observaciones
políticas y militares, datos económicos y arquitectónicos, vías, ríos y
caminos: un tejido denso de gente, tierras y noticias que, por diversas
maneras, hicieron confluir la tradición geográfica árabe y el espíritu
humanístico, los discursos de la modernidad y sus grandes construcciones
culturales y políticas, las rivalidades imperiales y el vertiginoso asombro
ante un mundo nuevo y diverso.
Como ya
he dicho, es difícil establecer con certeza la fecha exacta en que Mármol
volvió a España después de su periplo africano. Es posible que la estancia
italiana a la que él mismo se refiere en algunas ocasiones (afirmando, incluso,
haber estado en Sicilia) tuviese lugar en este momento. Nuestra aproximación a
esta etapa de la vida de Mármol es, como casi siempre, una conjetura, al menos
hasta 1568, momento en que su figura aparece directamente involucrada en otro
de los acontecimientos más relevantes de la historia española del siglo XVI: la
guerra de las Alpujarras.
Muy poco
tiempo después de la conquista de Granada en 1492, y a pesar de unas
capitulaciones en las que los Reyes Católicos se habían comprometido a respetar
la religión y costumbres de los vencidos, éstos fueron obligados a convertirse.
De esta manera, en los primeros años del siglo XVI, los antiguos mudéjares, es
decir, los musulmanes que habitaban en territorio cristiano, se convirtieron en
moriscos (cristianos de origen musulmán). La población morisca era más o menos
numerosa según las regiones y su asimilación fue más o menos problemática según
las circunstancias. Como es obvio, entre los musulmanes del Reino de Granada la
memoria del pasado islámico era mucho más reciente que en otras partes de España,
y, por tanto, su resistencia a la conversión obligada era mucho mayor.
Se daban
así numerosos casos de falsas conversiones y de personas que seguían
manteniendo en secreto sus antiguas creencias religiosas. Más aún: la
asimilación forzosa había provocado que algunas prácticas culturales no
necesariamente vinculadas a lo religioso cobrasen una gran importancia como
indicios definidores de pertenencia a un grupo y de resistencia a la
integración: la celebración de zambras, el uso de determinados vestidos, las
visitas al baño, además de la resistencia a consumir carne de cerdo, se habían
convertido en indicios sospechosos que podían suscitar una delación, una
investigación o una condena. La mayor parte de estas prácticas acabaron por ser
prohibidas.
Esta
presión descomunal en pro de la integración forzosa no sólo no había conseguido
su propósito, sino que en muchos casos no había logrado más que acentuar
el valor de los caracteres identitarios de los distintos grupos, reforzados por
la creciente importancia del concepto de “limpieza de sangre” que, en puridad,
hacía imposible la pretendida asimilación. Esta situación era difícilmente
sostenible y, unida a factores económicos, como la crisis de la industria de la
seda, provocó en 1568 la sublevación de los moriscos de Granada, y la llamada
guerra de la Alpujarras. Aparte de los crueles episodios que se vivieron
durante esos años, el conflicto provocó una exacerbación de los temores de los
españoles de la época.
Durante
su sublevación, los moriscos habían intentado pedir la ayuda de sus
correligionarios del otro lado del Mediterráneo y, sobre todo, del Imperio
Otomano. La certeza de que esos contactos existían había confirmado la imagen
generalizada de que los moriscos no eran sino una quinta columna musulmana en España,
siempre trabajando y conspirando para que el Islam volviese a la Península
Ibérica. En realidad, el problema morisco y la expansión norteafricana no eran
sino dos aspectos de una misma cuestión, identificados en el imaginario español
como distintos episodios de un único y secular enfrentamiento contra el Islam,
en el curso del cual se habían forjado los más distintivos caracteres de la
identidad española.
Don Juan de Austria fue el encargado de sofocar la
rebelión de los moriscos. En su ejército marchaba Luis de Mármol como veedor de
las compras de bastimentos y municiones, responsable de la supervisión de todo
lo que tenía que ver con el avituallamiento del ejército. La corrupción y los
abusos cometidos por algunos personajes que participaron en la campaña fueron
notables, y nos consta por información documental que la actividad de Mármol
para denunciarlos y paliarlos fue muy intensa. Como él mismo escribió en un
memorial posterior elevado a Felipe II, el
señor don Juan, viendo el desorden que avía entre los comissarios y otros
ministros, a cuyo cargo era la compra de las provisiones, y teniendo confiança
en su fidelidad, solicitud y diligencia, le dio título de Veedor de las dichas
compras, para que se hiziessen con su yntervención. En lo qual fue la hazienda
de Vuestra Majestad aprovechada en más de cien mil ducados.
Sin embargo, el resultado más duradero del paso de
nuestro autor por los campos de batalla granadinos fue un libro, Historia del
rebelión y castigo de los moriscos del Reyno de Granada, publicado por primera
vez en Málaga en 1600. Esta obra es la principal fuente sobre este
acontecimiento, tanto o más importante que la Guerra de Granada de Diego
Hurtado de Mendoza y las Guerras civiles de Granada de Ginés Pérez de Hita,
dada la condición de Mármol de testigo directo de muchos de los hechos que
relata. El prólogo de la obra es una bella reflexión sobre el deber de los
historiadores de escribir “las cosas que […] hallaron ser provechosas a sus
repúblicas”. Así, considerando que todas
las cosas en su modo trabajan por perpetuarse (…) los hechos humanos, como no
tienen virtud animada para engendrar cosa semejante a sí, porque con la
brevedad de la vida del hombre no acabasen con su autor, fue necesario que el
mesmo hombre, para conservar su nombre en la memoria dellas, buscase este
divino artificio de las letras, que representase en futuro sus obras.
Se presenta, pues, Mármol a sí mismo, embarcado en “el
peligrosso trabajo de la historia”, dedicado a la elaboración de su Descripción
General de África y su Historia del rebelión y castigo de los morisco,
considerando que esta diligencia de
encomendar las cosas con fieldad al archivo de las letras, conservadoras de
todas las obras, es tan necesaria en nuestra España, quanto los Españoles son
prontos y diligentes en los hechos que competen por milicia, y descuidados en
escrebirlos.
Desde
esta reflexión esplendorosamente moderna, que se plantea la utilidad de las
letras en la república, Mármol da un sentido unitario a su labor
historiográfica y a sus dos grandes obras, cuya concepción global parte de un
sentido humanista del conocimiento histórico y geográfico. Unidad en la
concepción de la Descripción y la Historia, pero también unidad en el
contenido: para los españoles del siglo XVI, la cuestión africana era
inseparable del problema morisco, y ambos cobraban sentido en el seno de un
proceso global que, a partir de la guerra contra los musulmanes y la
desparición de al-Andalus, había desembocado naturalmente en la expansión
imperial y en la creación de una identidad hispánica.
Tras la
guerra de las Alpujarras, el nombre de Luis de Mármol aparece en documentos
esporádicos relacionados con distintos asuntos. Se conserva, por ejemplo, una
relación hecha por Luis de Mármol del estandarte que se tomó a los turcos en
Lepanto. Parece ser que, después de la batalla, le fue encargada a Mármol la
traducción del texto incluido en dicho estandarte. El texto de la relación es
más una descripción que una traducción. El trabajo fue realizado en 1572 por
Mármol con ayuda de dos esclavos, “uno turco y otro moro”, y su resultado le
debió parecer insuficiente al rey Felipe II, por lo que encargó realizar una
segunda versión de la traducción, esta vez a su intérprete Alonso del Castillo.
Alonso
del Castillo es un personaje singular cuyo nombre aparece vinculado muy a
menudo con el de su amigo Luis de Mármol. Morisco granadino, había realizado
diferentes actividades como traductor del árabe para el monarca español. Una de
las más significadas fue su participación en la guerra de las Alpujarras, donde
realizó diferentes misiones, algunas de las cuales son narradas por Mármol en
su Historia. En ella, Mármol reproduce, con algunas variantes, las traducciones
que el propio Alonso del Castillo había realizado de las lápidas sepulcrales de
cuatro sultanes nazaríes que habían aparecido al realizar las obras del Palacio
de Carlos V en el interior de la Alhambra. Este episodio, por cierto, y el de
la traducción del estandarte arrebatado a los turcos en Lepanto, deben hacer
interrogarnos sobre la auténtica competencia en árabe y turco de Mármol, a la
que algunos autores se han referido.
Es
bastante dudoso que nuestro autor tuviese demasiados conocimientos de turco.
Por otra parte, parece obvio que, después de su larga permanencia en Marruecos,
debió aprender bastante árabe, aunque quizás no el suficiente como para
interpretar fluidamente largos textos escritos o textos epigráficos. En todo
caso, su participación más o menos directa en algunos episodios relacionados
con la traducción al español de textos árabes nos informa sobre la gran
importancia material y simbólica que la labor interpretativa poseía en la
España del siglo XVI. Por un lado, estaba la cuestión evidente de recabar toda
la información posible sobre quien era considerado un enemigo. En este ambiente
de confrontación, las relaciones diplomáticas entre España y Marruecos o el
Imperio Otomano requerían del trabajo importantísimo de un grupo de traductores
que actuaban tanto en España como en las cortes norteafricanas (aunque conocemos
casos de algún sultán singularmente culto e instruido, como el marroquí Muley
Abd al-Malik, que era capaz de hablar y escribir en varias lenguas, entre ellas
el español). Por otro lado, en España quedaban suficientes vestigios materiales
andalusíes como para que los textos árabes fuesen parte integrante de la vida y
la cultura de los españoles, sin olvidar, desde luego, la importantísima
presencia de la población morisca, cuya peculiar relación con su pasado y con
la lengua árabe había dado lugar a fenómenos fascinantes como el de la
escritura aljamiada.
Es
significativo, en este sentido, otro episodio singular en el que Mármol tuvo
una actuación destacada. Se trata del descubrimiento, en 1588, del pergamino de
la Torre Turpiana de Granada. Esta torre era en realidad el antiguo alminar de
la mezquita aljama. Mientras se realizaban las obras de su demolición, se
encontró una caja que contenía unas reliquias y un pergamino escrito
mayoritariamente en árabe, con series diversas de números y letras. El texto del
pergamino contenía, al parecer, una profecía de san Juan y una inscripción
latina que informaba de que aquellas reliquias habían sido entregadas por el
arzobispo san Cecilio a un presbítero, quien debía guardarlas para protegerlas
de la futura invasión de los musulmanes. Este hallazgo era el primero de una
larga serie que iba a conmocionar la vida religiosa de la época.
En la
colina de Valparaíso, en las afueras de Granada, comenzaron a encontrarse
decenas de láminas de plomo grabadas, escritas en caracteres árabes angulosos
(llamados “salomónicos” por los moriscos), y que componían un total de
veintidós libros, cuya autoría era atribuida a dos discípulos del apóstol
Santiago que habrían estado en Granada en el siglo I d.C. El contenido de los
libros es diverso (hechos del apóstol Santiago y sus milagros, historia del
sello de Salomón, profecías realizadas por la Virgen María) y deja entrever los
caracteres de un singular sincretismo cristiano-musulmán. El impacto de la
aparición de las reliquias y los libros plúmbeos fue extraordinario, hasta el
punto de que la colina de Valparaíso fue rebautizada como Sacromonte por la
Iglesia granadina, que veía en el descubrimiento la prueba de la antiquísima
cristiandad de Granada y de su vinculación directa con el apóstol Santiago. La
historia de los libros plúmbeos es larga y compleja. Para resumir, diré
solamente que la falsificación ha sido atribuida plausiblemente a un grupo de
moriscos que querían crear un estado de ánimo más favorable para impedir la ya
previsible, y próxima, expulsión.
Como
puede imaginarse, el descubrimiento provocó la enorme excitación de quien se
siente en contacto con la profecía, parte de la historia sagrada y de la
providencia. Provocó también la acción de las autoridades que debían gestionar
los textos y reliquias, y determinar, entre otras cosas, su autenticidad. Luis
de Mármol fue una de las personas requeridas por el arzobispo de Granada don
Pedro de Castro para emitir su opinión acerca del pergamino hallado en la Torre
Turpiana. El informe redactado por Mármol es muy interesante. En él, expresa
sus dudas sobre la autenticidad del mismo por varias razones. Una de ellas es
que “el estilo, el frasis y las sentencias” de la supuesta profecía de San Juan
coincidían con las de otros jofores o pronósticos que circulaban entre los
moriscos y que profetizaban una inminente victoria del Islam sobre los
cristianos. Como explicaba el propio Mármol:
Sabido es que los alfaquíes, cuando esta
ciudad se rindió a los Reyes Católicos, procuraron estorbarlo con
amonestaciones y sermones, y, viendo que no les aprovechó nada, quisieron
mostrar espíritus de profecía y escribieron diversos jofores, a manera de
pronósticos, para consuelo de los moros rendidos, con que mantenerlos en
esperanza de que habían de volver a su properidad y serían victoriosos contra
los cristianos.
Mármol
había conocido varios de estos jofores en el curso de la guerra de las
Alpujarras, e incluso había incluido la traducción de tres de ellos en su
Historia de rebelión y castigo de los moriscos:
y que la isla de España y Málaga se tornará á
labrar y edificar con esta vuelta, y será dichosa con la ley de los Moros: y
que a Vélez y Almuñécar les será abaxada la soberbia que tienen en la heregía,
y a Córdoba sus vicios y pecados; y que harán callar a su campana los
Almuédanes de pura necesidad. Y por el consiguiente será expelida la heregía de
Sevilla (…) y se cumplirá la profecía del profeta Daniel, que dixo que se había
de libertar después de perdida por un rey tirano (…). Y será tan grande este
rompimiento que harán los Turcos sobre los Christianos, que entrarán y
conquistarán todos sus reynos y ciudades, desde el mar de Daylán hasta el de
Marcad, y no quedará más memoria de ellos, ni se oirán sino sus llantos.
La
derrota, la tremenda presión, la consciencia de la inminente expulsión y
desarraigo, habían creado entre los moriscos un clima de expectativas
mesiánicas que explica el tono de estos pronósticos y, finalmente, toda la
cuestión de los libros plúmbeos del Sacromonte. Mármol había intuido esta
relación, sobre todo porque durante la guerra de las Alpujarras, su amigo
Alonso del Castillo le había enterado de que, en ámbitos moriscos, se hablaba
desde hacía unos años sobre los pronósticos que iban a aparecer en la Torre
Turpiana. Por ello y por su competencia en lengua árabe, Mármol señalaba a
Castillo como el experto a quien deberían dirigirse las consultas (aunque
quizás sería necesario señalar aquí que, según la hipótesis de algún
historiador contemporáneo como Darío Cabanelas, el propio Alonso del Castillo
fue uno de los autores de la falsificación). Otro dato interesante es que,
además de la opinión de Mármol sobre la autenticidad del pergamino, se solicitó
la de otros expertos, como Benito Arias Montano, cuya crítica del documento asombra
por su modernidad, por su consideración de los aspectos materiales y
estilísticos, por la finura de su método de crítica histórica y filológica.
Los
documentos que vinculan a Mármol con la cuestión del pergamino de la Torre
Turpiana y los libros plúmbeos del Sacromonte nos sitúan ya hacia el fin del
siglo XVI; cerca, pues, de la muerte de nuestro cronista. En los años que
habían transcurrido desde el aplastamiento de la sublevación de los moriscos de
Granada, encontramos aquí y allá rastros documentales de Mármol y su vida.
Quizás se estableció en Granada tras el fin de la guerra y allí se casó con
Isabel Zapata. Su hijo Juan fue bautizado en 1572. Hacia 1579, sabemos que
estuvo a punto de acompañar una embajada dirigida al sultán marroquí Ahmad
al-Mansur (el vencedor de la batalla de los Tres Reyes), pero que al final fue
desestimado por la insuficiente calidad de su persona, que no alcanzaba la del
embajador portugués que formaba parte de la misma misión.
Sabemos
también que, hacia 1584, Mármol había redactado una nueva versión de los dos
volúmenes publicados hasta entonces de su Descripción de África, que él
pretendía editar junto con el tercer volumen. Pero en esa época, el interés por
África había decaído notablemente: la batalla de los Tres Reyes había
significado un durísimo revés para las ambiciones expansionistas ibéricas y,
por otro lado, la rivalidad con el Imperio Otomano había alcanzado una relativa
estabilidad. Estos hechos, unidos al excesivo tamaño de la obra, hicieron muy
arduo el esfuerzo de Mármol. Al final, en 1599, apareció en Málaga el tercer
volumen de la obra costeado por el propio autor. Entretanto, Mármol había
solicitado con poca fortuna el puesto de cronista real y también algunos
beneficios en Vélez Málaga, lugar donde, al parecer, se había establecido al
obtener un heredamiento en el término de Iznate. El documento cuya cita abre
este texto incluye una de esas peticiones desatendidas. En uno de los
memoriales que se nos conservan, escribe:
Luys del Mármol dize que él compuso un libro
yntitulado Descripción general de África con todas las guerras acaecidas entre
moros y cristianos y entre ellos mesmos hasta estos tiempos, en el qual gastó
mucho tiempo y passó mucho trabajo, y por ser historia tan provechosa ha sido
muy bien recebida en estos Reynos y fuera dellos, la qual dirigió a Vuestra
Majestad y Vuestra Majestad la mandó poner en su librería de S. Lorenço el
Real.
Aparece
en este texto un Mármol aspirante a cortesano, en cuya exposición se alude al
provecho que su libro podía tener para España. El lugar que define la posición
de la obra dentro del Reino es la Biblioteca de San Lorenzo, entendida como
parte de una gran empresa imperial. La labor intelectual quiere asimilarse así,
conscientemente, al espacio simbólico de una construcción política, integrando
finalmente las distintas figuras de Mármol (paje, soldado, cautivo, veedor,
geógrafo, crítico, traductor, historiador y cortesano) en un proyecto que es
propiamente moderno, que asume la relectura radical de una tradición de conocimiento
que revisa los fundamentos de la autoridad y la experiencia, y la
reorganización misma del orden social.
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