domingo, 26 de septiembre de 2021

 

Los judíos del oriente

Benjamín de Tudela, a través de la geografía sagrada (1160-73)


Cuentan que Saladino, necesitando dinero para continuar la lucha contra los invasores cruzados,  llamó a un rico judío para confiscarle  parte de su fortuna y destinarla para emprender esa empresa. Pero, el indulgente soberano  musulmán quiso concederle una alternativa al comerciante y el propuso un acertijo. Le preguntó cuál era la mejor fe; si el judío contestaba: la judía, era menospreciar la fe del sultán; si  decía: la musulmana, era una apostasía; en uno y otro sentido, un pretexto de confiscación. Pero el judío respondió con una historia edificante:

“Excelencia, había un padre que tenía tres hijos y un anillo adornado con una  piedra preciosa, la mejor del mundo. Los tres hijos  rogaban al padre que les dejar a la sortija al morir, y el padre para contentar a todos, llamó  a un buen orfebre y le dijo: “Señor, hacedme dos anillos semejantes a este y colocadle a cada uno una piedra parecida a esta” El maestro hizo los anillos tan parecidos que nadie, además del padre, podría distinguir el verdadero. Llamó aparte a cada uno de sus hijos y le dijo el secreto a cada uno, y, cada uno creyó recibir el verdadero anillo, que solo el padre conocía bien. Es la historia de tres religiones, excelencia. El Padre que las ha dado sabe cuál es la mejor, y cada uno de los hijos, es decir, nosotros creemos que tenemos la buena.

El sultán quedó maravillado, y dejó que el judío se marchara sin pedirle nada”

 

A su paso por Palermo, la Perla de Sicilia, Benjamín de Tudela pudo  haber oído esta historia que recogería más tarde el ignoto compilador del Novellino. En el Cairo había él contado  no menos de siete mil judíos, muy ricos y estudiosos de la Tora. Y esta misma prosperidad de sus correligionarios asentados en Dar-al-Islam lo había llenado de júbilo a su paso por Bagdad y Damasco. A este intrépido viajero  lo encontré un día entre las notas de un viejo volumen, en Tadmor, en medio de las ruinas de Palmira, y luego otra vez en Irán, al visitar el zigurat arruinado de Borsippa, que Benjamín había descrito, confundiéndolo con la Torre de Babel, tal y como  hoy se la ve, “hendida por el fuego de Dios”. Pero,  ¿Quién era este Marco Polo judío que había de consumar una odisea extraordinaria, desde su Tudela natal hasta el Océano Indico y la China de  los tártaros? Poco sabemos de él, salvo que debió realizar su viaje entre 1165 y 1173 y morir hacia 1175, sin haber tenido tiempo de redactar ni ordenar sus numerosas observaciones. El anónimo prologuista, encargado de dar  forma definitiva al libro, nos lo presenta como hombre de singular discreción y muy instruido, buen conocedor de los textos sagrados y de la historia antigua. Escribió su Séfer Masa´ot(1) o Libro de Viajes en hebreo, sin duda lengua franca durante  su recorrido, pero debía entender el árabe e incluso el griego y el latín. En al-Ándalus  era mucha la  fama de estos judíos trilingües, inestimables como embajadores, consejeros y traductores. Admirable este siglo XII, al que perteneció nuestro viajero, nos muestra  un rostro plural: el de la Escuela de Traductores de Toledo, el del granadino  Moshé Ibn Ezra, quién escribió el más importante tratado de teoría poética judía en árabe, el de la Edad de Oro de la poesía hispano-hebrea; en fin, el de Maimónides el sefardí, quién redactó en lengua árabe la mayoría de sus tratados teológicos y fue médico en el califato de El Cairo. ¿Cómo no reconocer en el paso decidido de Benjamín de Tudela la imagen de ese judío universal, de talante más abierto, que propiciaron las cortes andalusíes? Sin abusar del estereotipo idealizado, en el contexto medieval, de una imagen impermeable a los conflictos, la convivencia de las tres culturas en suelo hispánico nos habla de un relativismo religioso, acaso más extendido de lo que se cree. Nuestras ciudades han conservado, en aljamas y juderías, las huellas de una segregación en el espacio urbano, acaso como fórmula que posibilitaba la admisión del otro. Es esa diversidad del mundo, a la que Benjamín se entrega con fruición, lo que me parece más rescatable de su relato.

El Séfer-Masa´ot, por lo demás, se parece mucho a un tratado de geografía, inspirado en los modelos árabes de la época. Su finalidad primordial era informar de la situación social y cultural de las comunidades judías  en todo el mundo conocido – y el libro se ha convertido en fuente esencial para conocer la economía, demografía y cultura judías de su tiempo. No obstante, si lo primero que Benjamín anota es la importancia de la población judía y el nombre de los letrados y responsables comunitarios, su interés está lejos de reducirse al mundo hebreo y los más relevantes acontecimientos históricos del momento- las cruzadas, el cisma en el papado y los conflictos de Oriente en el ocaso de la dinastía islámica fatimí- no escapan a su atención. Menciona la escuela de Salerno y el hecho de que en la ciudad de Sorrento se encuentra un aceite llamado petróleo que se utiliza como remedio.  Se interesa tanto por el cultivo de perlas en el golfo pérsico como por las técnicas de pesca que se empleaban en el Nilo. Estaba fascinado por las sectas, trátese de los drusos, de los samaritanos o los “al-hashishim” del Líbano, rama de los chiítas, que por sus crímenes dieran origen a la palabra “asesino” – a partir del vocablo original, “hashish” como  referencia a la planta narcótica que consumían su prosélitos. Benjamín de Tudela consideraba al Papa de Roma con el mismo interés que al Califa  de Bagdad, al Sultán del Cairo o al Exilarca de Mesopotamía. Y la Enciclopedia Judía lo cita como fuente primordial de nuestro conocimiento sobre la corriente mesiánica impulsada por David Alroi, surgido algunos años antes de su paso por la región.

Su itinerario ha conocido  numerosos impugnadores y también doctos apologistas. Los historiadores han utilizado su libro para la historia económica y política, no sin advertir al mismo tiempo sus elementos legendarios. Hay quienes han visto en él otro Mandeville que habría recorrido el mundo sin salir  de su aldea, mientras otros defienden como plausible todo su recorrido. Lo cierto  es que Benjamín de Tudela mezclaba las descripciones de los países que efectivamente  visitó – el área septentrional del Mediterráneo, el Medio Oriente, Irán y Egipto – con consideraciones sobre otros países que debió conocer de oídas, como Alemania, Rusia, Yemen, Etiopía, Ceilán y China.

 A propósito de estas últimas regiones el relato se toma más general y vago, propiciando la aparición de ese Lujo común de la cultura medieval que es lo maravilloso. Si el Mediterráneo constituye el mar de la racionalidad y la civilización, el océano Índico será interpretado como un contramediterráneo, espacio de todos los prodigios. La Razón medieval produce monstruos. No falta en la relación de Tudela la alusión al águila gigante de los mares helados de China, otra versión del Rujj, el legendario pájaro que puebla por igual los escritos del mundo árabe y del cristiano, de Abu Hamid a Marco Polo hasta encontrar lugar de honor en el Manual de zoología fantástica de Borges. Ni tampoco las riquezas fabulosas en oro, especias y pedrerías, ni los perfumes (esa mirra aromática del lejanoTíbet”) con que la imaginación occidental adornaba las tierras levantinas. El Oriente representaba la utopía del refinamiento y la abundancia y suscitaba en el imaginario popular la codicia de un lujo desconocido.

Situado en los confines de  la Europa medieval, Bizancio era un puente casi irreal hacia el mundo bárbaro del Asia misteriosa y exótica. Allí encuentra Benjamín las más grandes iglesias y los palacios más suntuosos, como el de Blanchernes, con un “trono de oro y piedra noble y una corona aúrea (…..); en la corona hay incontables piedras preciosas, tantas que, por la noches, es necesario poner allí lámparas, pues todos ven la luminaria que desprende luz de las piedras preciosas”.  Y si bien, “los griegos del país son muy ricos  en oro y piedras preciosas, visten trajes de seda, con encajes de oro tejidos y  bordados en sus vestiduras”, a nuestro viajero le parecen también afeminados, apuntando quizá los primero síntomas de decadencia del imperio. Con todo, entiendo que el juicio de mayor interés no reside en deslindar lo verdadero de lo falso, sino en indagar por qué estos dos ámbitos se mezclan con tal libertad. Y es que si esta preferencia por el registro de lo extraordinario resulta general en la época, si los mirabilia occidentales tienen su equivalente en los ´Aja´ib árabes, ello responde a que en ambas tradiciones lo maravilloso constituye un dispositivo de traducción de la diferencia, un modo de conocimiento de la alteridad.

El Séfer-Masa´ot es además una de las primeras obras en hacerse eco de la leyenda  del Preste Juan, el monarca cristiano que desde Oriente amenazaba al imperio de Saladino y debía salvar la Jerusalén cristiana. Se trataba de los feroces Kuffar al- Atrak, adoradores del viento que tenían  el desierto por morada, “no comen pan ni beben vino, sino carne como si estuviera viva y sin cocer. No tienen nariz y en lugar de nariz tienen dos pequeños orificios por donde sale el resuello” Benjamín nos cuenta la historia de la alianza entre estos infieles turcos y los israelitas, así como de la derrota que infringieron al rey de Persia, oída directamente de uno de los participantes en la contienda. En estos años circulaba incluso una carta que el Preste Juan habría  enviado al Emperador de Bizancio donde se decía propietario de río Ydonis que llegaba del paraíso colmado de esmeraldas, zafiros, rubíes y….!de pimienta!

Nuestras sensibilidad científica y positivista se extraña de ver consignados, junto a estas leyendas, descripciones precisas de otros fenómenos con los que nuestro viajero entró en contacto, como  en Nilómetro (“A doce codos sobre el nivel de las aguas”) y el Faro de Alejandría (visible a “una distancia  de cien millas”). En un relato en buena medida impersonal y parco en descripciones, resaltaba  la atención prestada a Bagdad, que tuvo la suerte de visitar antes de la invasión de los mongoles. Tierra de palmeras, huertas y vergeles, “a ella vienen de todos los países con mercadería y en ella hay hombres sabios, filósofos conocedores de todo tipo de encantamiento”. Si el viajero valenciano Ibn Yubayr, que pasó por allí unos diez años más tarde, hacía notar que la mayoría de los edificios habían desaparecido y que no  quedaba en la urbe musulmana sino el  prestigio de su nombre, Benjamín no encuentra  palabras para  traducir su admiración. El Califa es inmensamente rico y respetado por los príncipes de Arabia, Turkmenistán, Persia y el país del Tíbet. Mejor aún: es infinitamente sabio. “Viste ropajes regios hechos de oro, plata y lino, en la cabeza lleva un turbante con piedras preciosas de incalculable valor. Sobre el turbante, una  pañoleta negra para simbolizar su humildad antes las cosas del mundo, como diciendo: “Ved, todo este honor lo cubrirá una tiniebla el día de la muerte”. A la sombra de este  hombre piadoso, versado en la Torá de Israel, viven unos cuarenta mil judíos “en tranquilidad y honor”. No solo florecen las sinagogas. Hay también una “Casa de la sabiduría” e incluso hospitales para dementes, como el Dar al-maristán donde cuidan a los que enloquecen “por causa del calor” hasta que pueden partir, sanos y libres, en  el invierno. De su pintura surge una visión del mundo musulmán ponderada y hasta elogiosa, en las antípodas de las aberraciones denigratorias que la Doctrina de Mahoma había difundido  en occidente.

Frente  a los peregrinos occidentales, que no descubrirán el Islam hasta el siglo XIII, Benjamín de Tudela nos ha legado preciosas informaciones acerca del “otro mundo” bien  terrenal que descubría al hilo  de sus andanzas. Frente  a la vivencia  libresca del espacio por parte de los peregrinos cristianos, extranjeros a la realidad  que pisaban, el sentido práctico de nuestros caminantes abre sus ojos a sociedades diversas. Frente a la visión de universos infranqueables que propiciaron las cruzadas, nuestro avispado mercader nota sin sarcasmo la “interconfesionalidad” del comercio.

Los peligros del mar, los piratas de Berbería, la fiebre o las fatigas del camino, que humanizan tantos relatos de exploración, están sin embargo ausentes del Sáfer Masa´ot. Aunque no debieron faltarle ni la  paciencia, ni el dinero, ni la fe, nada sabemos de su itinerario íntimo y personal. Conocemos sólo las millas, las leguas medidas en distancia de carro, los puntos entre dos  desplazamientos. El caminante se desdibuja: es el camino. El nomadismo deviene movimiento  natural: nada hay definitivo. Benjamín apenas sobrevivió a su viaje: el ciclo de su  errancia se cierra  conjuntamente con el de su vida. Pero antes, la aventura del hombre coincide un momento con la aventura de su decir: el  exilio culmina en la escritura, el Libro: la única patria.

(1) La primera edición vio la luz en Contastinopla, en  1543. Un estudio de los avatares del libro y  sus traducciones se encontrará en la edición de José Ramón Magdalena Nom de Deus: Libro de viajes de Benjamín de Tudela, Barcelona,  Riopiedras, 1989.

https://sge.org/exploraciones-y-expediciones/galeria-de-exploradores/los-primeros-viajes/los-judios-del-oriente-benjamin-de-tudela-a-traves-de-la-geografia-sagrada/


Un judío andalusí recorre Europa

Ibrahim ibn. Yaqub (936-973)


Este mercader y diplomático judío nació en Tortosa en el segundo cuarto del siglo x, y apenas contamos con noticias acerca de su vida antes de emprender sus viajes por el norte de la Península Ibérica, Alemania, Italia, Francia y los países eslavos. En esta época la mayor parte de las relaciones del califato con los países cristianos fueron encomendadas a cristianos como Recemundo o a judíos, con Hasday. Sabrut o el mismo Ibrahim ibn. Yaqub, posiblemente porque la ayuda de la que podía disponer un cristiano o un judío para viajar por Europa en esta época, y para llevar a buen puerto su cometido, era mucho mayor que en el caso de los musulmanes. El interés de las relaciones entre el califato cordobés y los emperadores germanos aumentó durante unos años debido tanto al crecimiento del comercio, como el de los esclavos que los andalusíes compraban en el mercado de Verdun, como a los problemas surgidos alrededor de la fortaleza de Fraxinetum, nido de piratas musulmanes situado en Provenza, que se mantuvo activo hasta sus conquista en el año 975, y cuyo control atribuían los emperadores germanos al califa de Córdoba. Si bien en un principio los gobernantes del Sacro Imperio intentaron llegar a un acuerdo con el califato, el final de esta fortaleza llego tras un pacto de los señores de Provenza con parte de los piratas, que se integraron en la población de la zona y dejaron huellas de su paso que permanecen en la toponimia local hasta nuestros días.

Ibrahim ibn. Yaqub fue un mercader que recorrió toda Europa buscando oportunidades para sus negocios, aprovechando las relaciones que enlazaban a los comerciantes y a las comunidades judías, ocasionalmente llevando a cabo misiones diplomáticas que le encomendaban los soberanos cordobeses antes los príncipes cristianos. Junto a algunas narraciones fabulosas encontramos datos relevantes que destacan el interés de este viajero por las mercancías, las ciudades y las rutas comerciales que fue encontrando:

Y en cuanto al país de Bolesias, va desde la ciudad de Praga hasta la de Cracovia, que están separadas por una distancia de tres semanas, y atraviesa la región de los turcos. La ciudad de Praga está construida en pira y cal, y es el mayor centro comercial del país. Llegan para comerciar desde la ciudad de Cracovia hasta Praga los rusos y los eslavos, y también acuden los turcos, tanto los musulmanes como los judíos.

La mirada de Ibrahim es similar en muchos aspectos a la de todos los personajes testigos de los choques entre el Islam y occidente en distintos momentos de la historia, tras vivir largos periodos a espaldas el uno del otro: el egipcio Al-Gabarti ante la llegada de los franceses a Egipto a finales del siglo XVIII o el emir Usama ibn. Munqidh ante las costumbres de los cruzados en Jerusalén, tan deliciosamente descritas en “Las cruzadas vistas por los árabes” de Amin Maalouf. Ibrahim ibn. Yaqub, ante las costumbres de los cristianos de Galicia o Asturias, de los germanos o de los eslavos en la Europa del siglo X, no puede ocultar su desagrado o su asombro ante lo que resulta lo opuesto a todas las leyes y costumbres que conocía en países musulmanes. Todos ellos nos muestran la incomprensión, y el desasosiego que les produjo descubrir un mundo tan diferente al suyo.

Ibrahim ibn. Yaqub llevó a cabo misiones diplomáticas por cuenta de ‘Abd al-Rahman III ante Otón I (936-973) de Alemania en Magdeburgo y ante el Papa Juan XII (955-964) en Roma, además de recorrer de forma extensa otras zonas de Europa, dominadas en su mayor parte por pueblos eslavos. Cuando describe las grandes ciudades comerciales de su época podemos percibir la mezcla de pueblos que allí concurrían: rusos, eslavos del sur, germanos, italianos o turcos. De forma similar a la de los conquistadores españoles en América, mezclaba la realidad de sus observaciones con la ficción de las narraciones fantásticas, que encontraban su acomodo natural en aquellos países exóticos para un andalusí del s. X. Hacía la segunda mitad del s. X los viajeros andalusíes en esta zona acumularon unos conocimientos que fueron reflejados por los geógrafos árabes de Oriente Medio: Ibn al- Jurdadbih, Ibn al-Faqih, Ibn Rusteh, Ibn Fadlan, Al-Mas’udi o al-Muqaddasi. De todos los comerciantes y viajeros que transmitieron noticias acerca de las tierras de los cristianos, la narración que conoció una mayor fortuna fue la de Ibrahim ibn. Yaqub, e incluso en el s. XIII, cuando ya los contactos con Europa habían sido mucho más intensos, el geógrafo persa al-Qazwini utilizó su narración para descubrir el centro de Europa.

Ibrahim consideraba a los europeos como pueblos completamente opuestos a los andalusíes no sólo desde un punto de vista cultural o social, sino incluso en el físico, sobre todo en el caso de los eslavos (saqaliba). No solo destaca el importante papel que tenían las mujeres en las cortes de sus reyes, algo que le extrañaba mucho, sino también su afición al clima frío:

Y el frío es para ellos muy sano, aun cuando es intenso, pero el calor es fatal para ellos. No se atreven a viajar a Lombardía por el calor que hace allí, pues el calor les vence y mueren. Mantienen la salud cuando el tiempo es muy frío.

Mientras para Ibrahim el clima de la región del norte de Italia ya era frío en comparación con habitual al-Ándalus, para los eslavos era de un calor insoportable. Por otro lado no deja de ponderar la riqueza agrícola de las tierras alemanas y francesas, de las que destaca la gran cantidad de alimentos que producían, en algunos casos varias cosechas al año, y la abundancia del agua. En una época en que las sequías eran temibles en al-Ándalus y las crónicas nos hablan de algunos años de hambrunas debido a ellas, el comprobar que los problemas les llegaban a los europeos por los desbordamientos de los ríos y las lluvias torrenciales le inclinaba a considerar a Europa como “el otro, el opuesto en casi cualquier asunto de lo que se encontraba en Dar al-Islam.

Junto a las descripciones de las ciudades alemanas y de los países eslavos de alrededor, que nos muestran las excepcionales dotes de observación de ibrahim, aparecen narraciones fantásticas acerca de mitos, que este viajero, de forma similar a Marco Polo, sitúa en lugares poco más lejanos de lo que él pudo ver. Así sucede con la ciudad de las mujeres, que en el trasunto del reino mítico de las amazonas:

Y al oeste de los rusos se encuentra la ciudad de las mujeres: tienen territorios y reinos, que son trabajados por sus siervos, y cuando una de ellas pare a un varón, lo matan. Montan a caballo, se ejercitan en la guerra y tienen valor y bravura… La noticia de esta ciudad es cierta, y me la contó Otto (Otón I), el rey de Rum.

Las leyendas de la antigüedad clásica pasaban así a la cultura árabe-islámica, y eran incorporadas a las obras geográficas, continuando así una tradición milenaria. En algunas tumbas de Asía Central se han encontrado armas ene. Ajuar funerario de las mujeres, y es posible que el hecho de que algunas mujeres de la época en esa zona manejaran armas contribuyera a mantener vivo este mito.

LAS MISIONES DIPLOMÁTICAS DE IBRAHIM B. YAQUB

Los encuentros de este viajero andalusí con el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Otón I y con el Papa Juan XII son uno de los elementos más llamativos de sus viajes por Europa, pues las crónicas árabes no suelen ofrecer detalles de este tipo de misiones. El hecho de encontrarse con los dos personajes más destacados de la Europa cristiana nos indica la relevancia de este peculiar comerciante, que muy posiblemente tuviera en mente al iniciar sus viajes, como Benjamín de Tudela más tarde, el encontrar el reino judío de los jázaros, que se había convertido en un mito para los hebreos de al-Ándalus.

Acerca del encuentro de Ibrahim con el Papa Juan XII en Roma en el año 961, no nos han llegado más que unas breves indicaciones acerca de los temas que trataron, en especial el interés del pontífice romano por hacerse con las reliquias de algunos santos y de algunos mártires, que permanecían en territorio andalusí, como las de una iglesia de Lorca, cerca de la que florecía cada año, el día de Navidad, un olivo cuyo fruto maduraba al día siguiente. Esta narración del olivo maravilloso pervivió en la memoria de los cristianos, y en una obra compostelana del s. XII como Pseudo-Turpin también aparece.

El hecho de que Roma mantuviera algún contacto diplomático con los gobernantes musulmanes de al-Ándalus no es extraño, e incluso se conservan algunas cartas de otras épocas.

La misión de Ibrahim ante el emperador Otón I resulta hasta cierto punto más sencilla de comprender, pues los intercambios entre el Imperio y el Califato de Córdoba habían tenido ya hitos como la embajada de Juan de Gorce (949-950), de la que se conserva la narración y por la afluencia de otros viajeros europeos a la capital de al-Ándalus, como Hrosvita. La embajada de Ibrahim ib. Yaqub tuvo lugar en el año 965, en la ciudad de Magdeburgo, unos dos años antes de volver a Córdoba; de aquella visita contamos con la descripción que Ibrahim hizo de la embajada enviada por el rey de los búlgaros al emperador, que aprovecha para enfatizar la fuerza y la riqueza de este país, cuyos representantes llevaba ropajes cubiertos de oro y plata, además de mencionar hechos que conoció acerca de su historia, por ejemplo que la razón principal de la conversión de los búlgaros al cristianismo fue su contacto, tanto en las guerras como en la paz, con el Imperio Bizantino. También en este viaje pudo Ibrahim ibn. Yaqub tomar contacto con la realidad política de otros reinos, y así nos describe los cuatros grandes estados en que se dividían los eslavos, a los que se separa de los rusos (rus): el de los búlgaros, el de Boleslas, el rey de Praga, Bohemia y Cracovia, el de Mieszko, rey de Polonia y el de Nakun, en el oeste.

Si bien su misión diplomática no parece haber sido demasiado fructífera, su narración de las relaciones entre los pueblos centroeuropeos fue, durante mucho tiempo, la única referencia que de ellos tuvieron los andalusíes. En la figura de este viajero podemos advertir una serie de características que lo hacen particularmente interesante, como el cuidado por señalar de la forma más fiel posible la realidad de los países por lo que paso, sus conocimientos de otra tradiciones culturales, no solo de su época sino también de la antigüedad grecolatina, y su aspecto de embajador ocasional de los intereses del califato ante los más poderosos monarcas de Europa de aquella época.

Aunque no se conservan menciones a la vida de Ibrahim tras sus embajadas, algún autor ha señalado que muy posiblemente encontró una buena acogida a su vuelta a al-Ándalus y que el califa al-Hakam II patrocinó la redacción del relato de sus viajes, que no podían dejar de fascinar a unas gente acostumbradas a considerar como bárbaros a sus vecinos del norte.

https://sge.org/exploraciones-y-expediciones/galeria-de-exploradores/los-primeros-viajes/un-judio-andalusi-recorre-europa-ibrahim-b-yaqub-936-973/




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