EL ENCUENTRO RELIGIOSO DE DOS MUNDOS
Rodrigo
Martínez Baracs
Dirección
de Estudios Históricos. Instituto Nacional de Antropología e Historia
Academia Mexicana de la Historia
http://biocultura.prorural.org.bo/?p=535
Hablar aquí y hoy
ante ustedes sobre la evangelización de México es una gran responsabilidad, y me
parece difícil decir algo que ustedes no sepan…
Por ello quiero
intentar un experimento, el de tratar de reflexionar sobre la cristianización
de México en la perspectiva muy amplia del Encuentro de Dos Mundos, del Nuevo
Mundo (América) y el Viejo (África, Asia y Europa) que, por las peculiaridades
de sus desarrollos respectivos durante sus milenios de aislamiento interrumpido
en 1492, provocó un conjunto de cambios radicales y profundos en todos los
aspectos de la vida humana, entre ellos, los religiosos. La ocasión de este
ejercicio de reflexión la da la recién iniciada Conmemoración del Quinto
Centenario de la Conquista de México, que nos remonta a la anterior, celebrada
hace 25 años, del Quinto Centenario del Encuentro de Dos Mundos. Como es bien
sabido, en 1992 tocaba celebrar el Quinto Centenario del Descubrimiento de
América, y el coordinador de la comisión mexicana, nuestro historiador y
nahuatlato Miguel León-Portilla propuso que no se celebrara, sino que se
conmemorara (en el sentido de “hacer memoria juntos”), no el Descubrimiento de
América, sino el Encuentro de Dos Mundos. Ciertamente en 1492 no fue
descubierta América, pues Cristóbal Colón (1451-1506) nunca supo que había
llegado a un cuarto continente, que se sumaba a los canónicos tres ya
conocidos, y además la denominación “descubrimiento” da idea de un proceso en
el que Europa es activa y América pasiva. Pero la expresión Encuentro de Dos
Mundos tampoco gustó a todos y se produjeron vivas polémicas, pero se mantuvo.
Su principal virtud fue la de propiciar una apreciación amplia y multifacética
de todos los aspectos y consecuencias de este momento fundamental de la
historia humana y más particularmente de la americana.
El concepto de
Encuentro de Dos Mundos estaba retomando y compartiendo una investigación
amplia y multidisciplinaria, empezada años atrás, sobre el encuentro, el
contacto, la invasión. Menciono el artículo seminal de Woodrow Borah
(1912-1999), de 1962, “America as a model”, que plantea por vez primera la
importancia del aislamiento previo de América con respecto al conjunto de Europa-Asia-África
como causa fundamental de la incidencia terrible de las enfermedades
infecciosas que trajeron los españoles, contra las cuales los indios no habían
desarrollado defensas. Este artículo provocó una multiplicidad de
investigaciones que continuaron su investigación y reflexión, como Alfred W.
Crosby, Emmanuel Le Roy Ladurie, William H. McNeill (1917-2016), Pierre Chaunu
(1923-2009), James Lockhart (1933- 2014) y Stuart B. Schwartz, hasta llegar a
la gran síntesis de Jared Diamond (que como buen científico duro sólo cita los
trabajos más recientes, olvidando a sus precursores, como la mencionada
ponencia de Borah). Y hoy, con los avances de la biología y la genética, la
investigación ha permitido corroborar y cuestionar nuestras hipótesis.
De manera
particular James Lockhart y Stuart Schwartz, en Early Latin America, de 1986, dejaron claros los elementos básicos
del uso de los términos Viejo Mundo y Nuevo Mundo. El Viejo Mundo no es España
o Europa solamente, sino el conjunto hasta cierto punto unificado de
África-Asia-Europa, y se le puede llamar Viejo Mundo, porque allí nació el ser
humano. Siguiendo la gran línea del tiempo de la historia presentada por Juval
Noah Harari, los primeros Homo se registran hace 2.5 millones de años, los
primeros Homo sapiens hace 200 mil años, que se expandieron de África a Asia y
a Europa, con el lenguaje ficticio se dio la Revolución cognitiva hace 70 mil
años, se expandieron a Australia hace 45 mil años y a América hace unos 16 mil
años, y en ambos continentes hasta entonces aislados extinguieron la megafauna.
Y al Nuevo Mundo se le puede llamar Nuevo porque el ser humano llegó allí
tardíamente, y a partir de la Glaciación Wisconsin de hace 11 mil años que
cerró el estrecho de Bering, el Nuevo y el Viejo Mundo se desarrollaron de
manera aislada durante unos 10 mil años hasta 1492. Entonces, como lo
sintetizaron James Lockhart y Stuart B. Schwartz, es cuando se hicieron
patentes las dos grandes diferencias entre ambos mundos, la epidemiológica y la
tecnológica, que transformaron la Conquista de América en una inmensa
transformación, una verdadera y larga revolución, una revolución tecnológica,
ecológica, biológica, nutricional, económica, política, social, cultural,
lingüística y religiosa. Pero esta revolución se dio en medio de una gran
catástrofe, debido al derrumbe de la población indígena, de más del noventa por
ciento según Cook y Borah, debido a las enfermedades infecciosas desconocidas
en el Nuevo Mundo contra las que no tenían defensas. En este sentido y contexto
quisiera interrogar aquí el “encuentro religioso de Dos Mundos”. La diferencia
tecnológica entre los dos mundos se atribuye en primer lugar a factores tales
como al tamaño mayor del Viejo Mundo y a su mayor grado de intercomunicación, a
diferencia del más pequeño Nuevo Mundo, con menor intercomunicación, en parte
debido a su orientación Norte-Sur, que se reflejó en un casi nulo contacto
entre las dos grandes áreas de Mesoamérica y los Andes. (Los españoles llegaron
antes de que las dos grandes civilizaciones americanas se encontraran). Dos
elementos adicionales pudieron ser incorporados a la discusión: que, poblada
originalmente por cazadores recolectores siberianos, América desarrolló de
manera autónoma la agricultura, tanto en Mesoamérica como en los Andes, pero lo
hizo (4000 a. C.) tres o cuatro mil años después que en el Viejo Mundo. A lo
que debe agregarse que la agricultura se desarrolló en el Nuevo Mundo sin el
complemento de la ganadería, salvo los camélidos de los Andes.
El retraso de la
Revolución Agrícola americana se puede explicar de manera un tanto lógica
considerando a los cazadores recolectores de origen siberiano, con una cultura
de la cacería y la recolección bastante rigurosa, que fueron descubriendo al
paso de las generaciones y los siglos una serie de ambientes paradisíacos,
abundantes de plantas y animales, intocados –se intuye por qué la mitología del
Paraíso, el Tlalocan, “El lugar del Néctar de la Vida”, está tan arraigado en
Mesoamérica, reminiscente acaso de este Paraíso Perdido que fue la América
prehumana. Y estos expertos cazadores acabaron pronto con los animales mayores
americanos, porque se dejaron cazar con la mayor facilidad, pues no habían
desarrollado el instinto de huir de los depredadores cazadores humanos. Ya
vimos que la misma extinción se había sucedido en Australia con la llegada de
los humanos hace 45 mil años. De modo que la agricultura se desarrolló en
América sin el complemento de la ganadería. El resultado conjunto del retraso
del inicio de la agricultura en América y la ausencia de ganado fue el retraso
en el desarrollo tecnológico en América. No por ello nos olvidamos de que una
superioridad tecnológica no implica ningún tipo de superioridad humana,
cultural, intelectual, hedonística o la capacidad de disfrutar la vida, que es
lo que en última instancia cuenta, como lo han destacado el filósofo hedonista
Michel Onfray y el historiador del pasado, el presente y el futuro Yuval Noah
Harari.
Así pues,
una diferencia importante entre ambos mundos es que en el Viejo Mundo las
civilizaciones se basaron en la complementariedad de la agricultura y la
ganadería, y en el Nuevo Mundo las civilizaciones se basaron en la
complementariedad de la agricultura y la cacería, y de la pesca (como cacería
acuática). Los historiadores de las religiones han tendido a destacar sobre
todo los aspectos agrícolas de las religiones mesoamericanas (su mitología,
ritual y calendario, asociados con la fertilidad y el ciclo de la vida y la
muerte), y los aspectos ligados a la cacería han quedado en el olvido, hasta el
reciente libro de Guilhem Olivier, Cacería,
sacrificio y poder en Mesoamérica. Ausente la ganadería, la pesca, adquirió
una gran importancia, como lo muestran centros poblacionales y civilizacionales
tan importantes como las cuencas lacustres de México (“En el ombligo de la
luna”, la laguna) y de Mechuacan (“Lugar de los dueños del pescado”, de
pescadores). La cacería fue muy prevaleciente en el Nuevo Mundo en los últimos
diez mil años antes del Encuentro de 1492 porque la agricultura tardó más
tiempo en llegar, y porque cuando llegó, ya no había ganado que criar. Este
desfase en el desarrollo de la agricultura, la ausencia de ganadería y el
mantenimiento de la cacería tal vez nos ayude a entender el porqué de la
práctica del sacrificio humano a todo lo largo del continente americano, y
hasta en una época en la que los sacrificios se practicaban ya mucho menos en
el Viejo Mundo.
El Viejo y el
Nuevo Mundo ciertamente compartían un instinto guerrero muy sangriento, apoyado
por justificaciones religiosas doctrinales, en la que nos amamos a nosotros y
odiamos a los otros. Y la religión apoyó, dio legitimidad y le dio consistencia
a unidades políticas que crecieron en tamaño, población y poderío. En el Nuevo
Mundo, estas unidades políticas desarrollaron una religiosidad extremadamente
militarista y sacrificial. La guerra era una variedad de la cacería, y los
enemigos podían ser comidos, después de capturados, trasladados, torturados y
sacrificados en impresionantes ceremonias religiosas, con chorros de sangre y
gritos, largos bailes con cantos y música con percusiones y flautas,
autosacrificios de sangre, abstención sexual y ayuno, técnicas respiratorias y
drogas alucinógenas, estatuas y pirámides pintadas de colores, sobre las cuales
reyes, señores, nobles, sacerdotes, disfrazados con los atavíos de diferentes
dioses y diosas, representaban sus historias de dioses y reyes primigenios… Es
fácil entender que los dioses se apersonaran en las mentes de la gente, y les
ayudó a actuar de manera coordinada, en las grandes obras agrícolas e
hidráulicas y en la guerra (algo parecido a lo que describió el psicólogo
Julian Jaynes [1920-1997] en su libro de 1976 sobre la mente bicameral). Un
historiador de la guerra en Mesoamérica, Ross Hassig, mostró la lógica
económica del terrorismo azteca sacrificial, que practicaba sacrificios muy
grandes y espectaculares en sus templos, y realizaba castigos ejemplares de los
reinos rebeldes o enemigos para expandir el terror y evitar así futuras
rebeliones, que salía carísimo reprimir una por una, viajando tan lejos a pie
con armadas enormes en fila india, que debían ser alimentadas, con la gran
invención de la tortilla, tlaxcalli, que mantenía a la masa de maíz comestible
durante más tiempo. Y los descubrimientos de la iconografía, la epigrafía
y la arqueología mayas han mostrado que, antes considerados “los griegos de
Mesoamérica”, los mayas no eran menos militaristas y sacrificiales que los
aztecas, incluyendo la tortura y la autotortura. Se entiende que los habitantes
de Mesoamérica, particularmente los trabajadores macehuales, que eran gente
buena y pacífica, no debieron apreciar las tensiones y las miserias asociadas
con la guerra y el sacrificio permanente, un estado terrorista y una religión
justificatoria, y aceptaron fácilmente y pronto la religión cristiana católica
que trajeron los españoles, una religión que predicaba el amor de Dios y a Dios
y entre la gente, con la presencia de la compasiva Virgen María, que
representaba el aspecto femenino de la divinidad, el amparo y el perdón.
Y, de hecho, el dominio español y católico en México trajo lo que el
historiador José Miranda (1903-1967) llamó una Pax Hispanica, en la que las
guerras prehispánicas fueron sustituidas por pleitos y autos judiciales, que
ahora son las fuentes principales de los historiadores. Los españoles
introdujeron en el Nuevo Mundo la práctica de las “guerras de papel”, con la
feliz expresión de la historiadora María del Carmen Martínez Martínez.
A los mexicanos
nos gusta enorgullecernos porque supuestamente no nos cristianizaron tan
fácilmente, “resistimos”, nunca nos convertimos plenamente, conservamos muchos
elementos de la religión antigua, etcétera. Pero no nos damos cuenta de que el
cristianismo mexicano no es la única religión mezclada o sincrética del mundo,
porque todas las religiones son sincréticas, como lo vio el rumano Mircea
Eliade (1907-1986). Es cierto que la “conquista espiritual” de México no se
completó durante los primeros cincuenta años, como lo dejaría ver el gran libro
de Robert Ricard (1900-1984), y que la idolatría persistió en el siglo XVII y
después. Pero, como lo destacó Woodrow Borah, se puede decir que la conversión
religiosa de México fue muy rápida, uno o dos siglos, comparada con el ritmo
mucho más lento de la cristianización de muchas de las antiguas provincias
romanas. Varias aguerridas rebeliones indígenas contra abusos de los españoles
se organizaron dentro de la fe cristiana, después de la aparición de una Cruz o
una Virgen.
También debe
considerarse el alto grado de subordinación de los individuos a las unidades
colectivas más amplias, aunque este tema, la vida de la conciencia particular,
permanecerá para siempre en las sombras. Pero el hecho es que la
conquista española trajo dos elementos que aumentaron el grado de
individualización de los nativos americanos: el dinero, que nos hace a cada uno
libres de vender y comprar lo que queramos, y la religión cristiana, con su
creencia en la conciencia individual, que nos hace libres de elegir entre el
bien y el mal.
La religión
cristiana que trajeron los españoles vino de una secta monoteísta de origen
judío que se hizo poderosa al derrotar al politeísmo romano, lo cual le
permitió aprovechar el Imperio romano para extenderse de manera potencialmente
universal. En 1492 concluyó la guerra de Reconquista contra los musulmanes en
España y en ese mismo año los judíos fueron expulsados, por lo que se entiende
que los españoles no mostrarían ninguna condescendencia con las religiones
americanas, que consideraron idolátricas y demoniacas. Y, de hecho, como lo
destacó Harari, la religión cristiana, esta religión de paz y de amor, ha sido
de las más mortíferas que ha habido, no sólo contra los musulmanes en las
Cruzadas y los judíos en los campos nazis, sino entre los mismos cristianos.
Mucho más que los romanos, los mayores asesinos de cristianos han sido los
cristianos; debido a sutiles diferencias en sus creencias, como la cuestión de
si basta con la fe o son necesarias las buenas obras para llegar al Paraíso,
realizaron muy crueles y sangrientas guerras de religión entre católicos y
protestantes, en las que participó gente tan culta como el ensayista Michel de
Montaigne (1533-1592), y que nos hacen dudar de la viabilidad del proyecto
humano. Los españoles cristianos que vinieron a México no tuvieron ningún
problema con matar, esclavizar y someter a servidumbre a los nativos de las
islas antillanas, primero, y de Mesoamérica y los Andes, después. De cualquier
manera, como lo vimos, los españoles trajeron una Pax Hispanica, pero al mismo
tiempo sus epidemias fatales. En lugar de ser matados en guerras, los nativos
de América morían en epidemias. Este fue el triste contexto de la conversión de
los pueblos americanos al cristianismo.30 Ciertamente, los nativos de América
estuvieron dispuestos a aceptar el cristianismo, aceptando primero a sus
“dioses” (Jesucristo, la Virgen, santos y santas) como dioses adicionales en
sus panteones ya pletóricos, y finalmente aceptándolos como sus “dioses
principales”. Y, como bien lo expresó Harari, cada religión politeísta cree
también en un dios superior, y cada religión monoteísta acepta siempre la
veneración de deidades menores. La presencia de la religión católica en el
mundo indígena fue posible gracias al mantenimiento de las antiguas unidades
políticas, reinos o altépetl, llamados “pueblos de indios” por los españoles,
con su propia organización y jerarquía política y religiosa.31 Al igual que la
conquista militar y política procedió de la punta a la base de la pirámide de
Mesoamérica, comenzando con la derrota de la Ciudad de México Tenochtitlan de
tal manera que los reinos sometidos sigan, la “conquista espiritual” procedió
también a partir de la punta de la pirámide, con la cristianización de los
reyes o tlatoque (plural de tlatoani), y especialmente sus hijos, porque
ocuparían cargos de gobierno en sus pueblos al llegar a la edad adulta. Estos
muchachos recibían una educación excelente en los conventos de los frailes,
aprendían español, pero también latín, y a veces griego y hasta hebreo, y
teología, filosofía, música, escribanía… Y ayudaban a los frailes a escribir y
publicar libros sobre la gramática y el vocabulario de muchas lenguas
indígenas, y catecismos y doctrinas, para predicar a los indios en sus propias
lenguas. También les ayudaron a escribir historias, en español, o náhuatl, maya
o quiché, sobre sus historias antiguas y creencias, con el fin declarado de
combatir mejor la religión y creencias antiguas. Los frailes aprovecharon no
sólo la organización laboral de los pueblos para construir a lo largo del siglo
XVI los grandes conjuntos conventuales (iglesia, convento, atrio), que fueron
el centro de la vida en gran cantidad de pueblos de indios novohispanos, y fue
la vida cristiana vivida a lo largo de generaciones la que consolidó firmemente
la conversión. La iglesia, el convento y el hospital se volvieron el centro o
corazón de los pueblos, donde se reunían periódicamente sus cabildos, concejos
o ayuntamientos (con gobernador, alcaldes, regidores y otros oficiales indios),
se organizaban las fiestas religiosas, con música y alcohol, 32 y el sonido de
la campana del campanario de la iglesia reemplazó el sonido de los caracoles
para organizar el tiempo colectivo del pueblo. Las dos principales autoridades
españolas, el corregidor o alcalde mayor y el cura párroco, competían entre sí,
lo cual limitaba las medidas arbitrarias o despóticas de uno o el otro.33 Los
sermones en el púlpito eran una de las principales fuentes de información
exterior y de opinión, al igual que los mercados, y las hermandades y
celebraciones religiosas proveían diversión y socialización.
La alianza
política y económica temprana entre los frailes y la nobleza india local y la
élite política, y su lucha común contra la esclavitud de los indios, el tributo
excesivo, el despojo de sus tierras, y abusos administrativos por los
españoles, fortaleció el progreso de la conversión. Las élites indias y los
macehualtin, indios comunes, amaban sinceramente a sus frailes, a los que veían
como padres, pero no les gustaba tanto su monoteísmo extremo, su cristianismo
cristocéntrico, como lo vio Edmundo O’Gorman (1906-1995), en su libro de 1986
sobre los orígenes del culto guadalupano.34 El clero secular, compuesto por el
arzobispo, los obispos, los cabildos catedrales y los curas párrocos,
comenzaron a desmontar la influencia de los frailes en los pueblos indios,
aprovecharon el disgusto de los indios ante el monoteísmo de los frailes, y
promovieron una religiosidad cristiana más amable, con una fuerte presencia de
la Virgen María, y múltiples santos y santas, santuarios, peregrinaciones, más
amistosa con la religiosidad india dualista, politeísta, idolátrica (adoración
de las imágenes mismas y cosas) y altamente ceremonial. El resultado fue una
religiosidad “barroca” (como le llamó Serge Gruzinski), que prevaleció en los
siglos XVII y XVIII, hasta que los ilustrados funcionarios borbónicos trataron
infructuosamente de destruirla.35 Esta religiosidad barroca fue la religiosidad
que arraigó en la Nueva España y después en México, no la religión monoteísta
de los frailes, sino la religión más condescendiente del clero secular,
representada por el culto a Nuestra Señora de Guadalupe, que comenzó como un
culto indio y español local, que creció en el siglo XVII para ser un culto que
les dio identidad a los criollos, con su amor proto-nacionalista a la patria,36
y en el siglo XVIII y el siglo XIX, el culto a Guadalupe se extendió a todos
los grupos, se volvió la “idolatría nacional”, como le llamó el escritor
Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893), políticamente liberal, pero atento al
arraigo popular de las antiguas creencias y costumbres religiosas.37 Ningún rey
de España llegó a venir a América, pero la abdicación de Carlos IV (1748-1819)
en 1808 encendió una crisis de legitimidad que concluyó con la separación de
España. Pero tras la Independencia el catolicismo se volvió la religión
nacional (es el color blanco de la bandera mexicana tricolor), el primer
presidente mexicano se puso el nombre de Guadalupe Victoria (1786- 1843) y hoy
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Y. N. Harari, Homo
Deus. A Brief History of Tomorrow, Harper, Nueva York 2017.
Y. N. Harari, 21 Lessons for the 21st Century, Harper, Nueva York 2018.
https://cem.org.mx/Especialistas/3841-EL-ENCUENTRO-RELIGIOSO-DE-DOS-MUNDOS.html
https://revistas.icanh.gov.co/index.php/fh/issue/view/24 Fronteras de la historia Ins. Colombiano de
Antropologia e historia.
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