La realeza maya
buscó desplazar a los dioses con su sello personal, revela estudio
Para solidificar su
poder, los gobernantes de las tierras bajas mayas cambiarían estos complejos,
instalarían su marca en el paisaje y cambiarían la forma en que la gente los
recuerda, de acuerdo con una investigación de Dartmouth College publicado en Ancient
Mesoamerica.
Las primeras
ciudades mayas presentaban complejos monumentales, centrados en una forma
compartida de religión, pero se transformaron radicalmente una vez que surgió
la realeza en el 400 a. C.
Para solidificar
su poder, los gobernantes de las tierras bajas mayas cambiarían estos
complejos, instalarían su marca en el paisaje y cambiarían la forma en que la
gente los recuerda, de acuerdo con un estudio de Dartmouth College publicado en
Ancient Mesoamerica.
"Así como los
líderes políticos de hoy en día a menudo buscan marcarse a sí mismos, también
lo hicieron los primeros gobernantes mayas", dice Ryan H. Collins, becario
postdoctoral en antropología en el Instituto Neukom de Ciencias Computacionales
en Dartmouth. "Los gobernantes mayas parecían tener una angustia real por
el mundo pasado y pensaban que podría interferir con su autoridad, por lo que
intentaban modificarlo o incluso borrarlo por completo. Estos gobernantes se
veían a sí mismos como la encarnación del dios sol maya y querían para poner su
sello personal en la ciudad, por lo que los monumentos y la forma en que la
gente experimentaba la ciudad se modificaron para reflejar los deseos de un
gobernante durante su vida ".
Collins examinó
datos del sitio maya Yaxuná, ubicado en el centro de Yucatán, México, y otros
complejos de plazas piramidales o templos conocidos como grupos E en las
tierras bajas mayas, incluidos San Bartolo, Tikal, Ceibal en Guatemala y Cahal
Pech en Belice, que reflejaban alineaciones astronómicas con los equinoccios y
solsticios.
En el grupo E,
cada complejo monumental se construyó a lo largo de un eje este-oeste y se
caracterizó por una pirámide al oeste y una plataforma larga al este.
Investigaciones anteriores han encontrado que las alineaciones astronómicas de los
complejos mayas probablemente eran una referencia al dios sol y al dios del
maíz y los cambios anuales de la temporada agrícola.
Según datos
arqueológicos de Yaxuná y los otros sitios, Collins descubrió que para el año
400 a.C., muchos complejos mayas del Grupo E se construyeron sobre templos
existentes, se desmantelaron o se abandonaron por completo. En muchos casos, la
nueva arquitectura se construiría justo encima de todo lo que había antes,
donde podría haber cinco, seis o incluso siete pirámides conservadas en la
última fase de construcción.
"Con el
tiempo, estos templos se volvieron más sobre los gobernantes y menos sobre el
ritual y la religión que una vez unieron a las comunidades en primer
lugar", dice Collins. En Yaxuná, solo en el centro original de la ciudad,
hubo 11 fases de construcción entre el 900 a. C. y 100 a. C.
Si bien se crearon
nuevos monumentos dentro del Grupo E sobre los antiguos, algunos aspectos se
mantuvieron a lo largo del tiempo. Por ejemplo, la estructura oriental original
en Yaxuná contenía una base de piedra circular en el nivel ocho, que fue
preservada y enfatizada por generaciones posteriores a través de una línea
incisa circular en el piso del nivel seis. También se encontraron artículos
preciosos almacenados en caché en los niveles siete y cuatro, incluido un
fragmento de magnetita pulida y un recipiente de cerámica con cuentas verdes
que probablemente se obtuvieron a través del comercio a larga distancia.
"Los mayas retrocederían y marcarían espacios de importancia social
generaciones más tarde, no siglos después, ilustrando cómo la gente realmente
enfatizaba la memoria y la continuidad con cosas que pensaban que eran
importantes", dice Collins.
Sin embargo, otras
áreas del sitio de Yaxuná y otros sitios del Grupo E contenían evidencia de
rituales de terminación. Estos rituales se usaban para destruir la energía o el
alma asociada con un edificio, especialmente si era sagrado, como al esparcir
la ceniza del incienso quemado sobre un área. En la estructura oriental de Yaxuná,
se encontró ceniza cerca de una piedra de moler, lo que proporciona evidencia
de que un antiguo espacio para rituales se utilizó para preparar alimentos en
años posteriores.
"En
arqueología, se ha asumido que la realeza maya representaba una continuidad con
el pasado, pero a medida que los gobernantes mayas alteraron la experiencia de
los pueblos sobre el lugar donde vivían, estos gobernantes en realidad se
separaron de las tradiciones de construcción mesoamericanas y redefinieron la
ciudad maya", dice Collins. "El primer milenio de la cultura maya
para el Grupo E marca un período no solo para nuevos monumentos, sino también
para el desarrollo de una arquitectura cívica masiva, ya que se construyeron
carreteras a gran escala y comenzaron a surgir distritos. Estos cambios también
pueden haber impulsado el cambio de la civilización maya de una sociedad
igualitaria a una estructura más jerárquica”.
Hallazgo
arqueoastronómico: el regreso de Kukulkán
La antigua
civilización maya sí fue capaz de capturar en su arquitectura el fenómeno
astronómico que ocurre en las fechas en las cuales el día dura exactamente lo
mismo que la noche.
La controversia sobre el descenso de la
serpiente emplumada durante los equinoccios, en relación a las pirámides mayas,
parecía zanjada, tras el argumento de que no había intencionalidad. Pero ahora
el arqueólogo Florentino García Cruz vuelve a la carga con una prueba: su
descubrimiento en la zona de Santa Rosa Xtampac, Campeche, que le tomó seis
años de estudios, expuestos aquí.
Hasta que los investigadores
Pedro Francisco Sánchez Nava e Ivan Šprajc desmitificaron la teoría, se creía
que el “descenso de Kukulkán” por El Castillo, la pirámide emblema de Chichén
Itzá, en Yucatán, marcaba a los mayas los equinoccios.
Ahora, tras su
reciente descubrimiento de un espectáculo de luz y sombras similar en el Templo
de la Serpiente Ciempiés, de la zona arqueológica Santa Rosa Xtampac, en
Campeche, el arqueólogo Florentino García Cruz reformula la idea: esa antigua
civilización sí fue capaz de capturar en su arquitectura el fenómeno
astronómico que ocurre en las fechas en la cuales el día dura exactamente lo
mismo que la noche.
Santa Rosa Xtampac
se localiza aproximadamente a 173 kilómetros de la capital campechana, en el
ejido del mismo nombre, municipio de Hopelchén. Se trata de una ciudad-Estado
que floreció en la región de Los Chenes, en “las tierras bajas mayas del
norte”. Su ocupación data del período Clásico Tardío (600-900, d. C.) y se
prolongó hasta el Clásico Terminal (900-1000, d. C.) En la actualidad es un
sitio abierto al público.
En entrevista con
Proceso, García Cruz, arqueólogo independiente que tiene entre sus
descubrimientos previos las zonas arqueológicas de Nadzca’an y Balamkú, ambas
en el municipio de Calakmul, así como el fenómeno arqueoastronómico del
“descenso de Kinich Ahau” en las ruinas de Kankí, en Tenabo, los días 1, 2 y 3
de mayo, explica su reciente hallazgo en Santa Rosa Xtampac, el cual le tomó
seis años de estudios y comprobaciones y cuyos resultados dio a conocer el
pasado 10 de noviembre en el marco del 31 Encuentro Internacional de los
Investigadores de la Cultura Maya, organizado por la Universidad Autónoma de
Campeche (UAC).
El fenómeno que
descubrió se presenta en un edificio anexo a la estructura 12 de la zona
arqueológica. Es un templo dedicado a Kukulkán y uno de los cuatro que se
tienen documentados hasta ahora en las tierras mayas bajas del norte: Chichén
Itzá y Mayapán, en Yucatán; el tercero que según las crónicas de fray Diego de
Landa hubo alguna vez en el islote de Champotón, pero del cual no quedan
vestigios, y ahora éste de Xtampac, ambos en Campeche.
En su ensayo
Astronomía en la arquitectura de Chichén Itzá: una reevaluación, publicado en
Estudios de la Cultura Maya (vol. 41, marzo de 2013), Šprajc y Sánchez Nava se
refieren a que año tras año en El Castillo de Chichén Itzá se reúnen miles de
visitantes a observar el efecto de la luz y sombra que produce la puesta de Sol
sobre la balaustrada norte de la pirámide.
Y recuerdan que los
investigadores Anthony F. Aveni, Susan Milbrath y Carlos Peraza López destacan
la repetición del fenómeno en Mayapán en la pirámide también conocida como El
Castillo, pero alrededor del solsticio de invierno. Ellos “sugieren la
intencionalidad de ambos fenómenos”, sin embargo Šprajc y Sánchez Nava la
cuestionan, pues aunque hubiera existido “cuál era la fecha que los
constructores habrían querido conmemorar; incluso para ellos habría sido
imposible fijar cualquier fecha tan sólo mediante la observación de este
fenómeno”.
Aclara García Cruz
que en el caso de Santa Rosa el fenómeno ocurre en un edificio mucho más
pequeño que el de Chichén Itzá, de 30 metros de altura, pero no por ello tiene
menor relevancia. Por sus características arquitectónicas, la construcción de
esa estructura está fechada entre el 800 al 850 d.C., es decir de 200 a 400
años previos a la construcción de la parte norte de El Castillo de Chichén
Itzá.
Detalla que la
estructura en cuestión, registrada como Estructura 12 o Templo de la Serpiente
Ciempiés, es un basamento piramidal de estilo arquitectónico propio de la
región centro yucateca, en donde los estilos Río Bec y Chenes comparten rasgos.
Mide 9.50 m de este a oeste por 11.50 m de norte a sur, y aunque debido a su
destrucción tiene una altura actual de 8 m, “en el pasado pudo alcanzar los
11.50 con todo y su santuario”.
En su fachada
norte, el templo tiene al centro de su escalinata “restos de una serpiente
emplumada en posición de descenso y a los lados vestigios de cinco cuerpos similares
a las torres de la región de Río Bec, formados por cuerpos escalonados cuyo
tamaño se va reduciendo al ascender”. La escalinata central mide 6.20 m de
ancho y, de acuerdo con el arqueólogo, estuvo formada por 16 escalones de 25
centímetros de huella y 40 de peralte, de los que aún se conservan siete.
Dichos escalones conducían a un descanso donde terminaba la cola del reptil.
Describe que “la
Estructura 12 es un edificio con boca de serpiente y media bóveda, que el
arqueólogo Paul Gendrop fechó del 700 al 800, d. C. Su frente mira al sur y
consta de tres cuartos: uno central –cuya fachada está constituida por una
portada zoomorfa integral– y dos laterales. En su lado norte hay un edificio
anexo que fue excavado y restaurado por la arqueóloga Renée Zapata Peraza en
2002”.
Añade que ese
anexo “conserva, como elementos decorativos en la parte central de su
escalinata, restos de una monumental escultura zoomorfa de cuerpo alargado que
porta en sus costados bajorrelieves achaflanados en forma de ganchos”. La
arqueóloga Zapata Peraza los relacionó en su momento con la Serpiente Ciempiés,
o “sak b’aak naah chapat”, por ello denominó así a la escultura y al edificio.
No obstante,
explica el investigador, en su reciente estudio observó que los elementos de la
escultura no corresponden a la del ciempiés, sino a una serpiente de cascabel,
y los bajorrelieves de sus costados son plumas de quetzal. La figura zoomorfa,
parcialmente conservada, posiblemente tuvo 9 metros de longitud desde la
cabeza, situada en la base del edificio hasta la cola, que probablemente
llegaba hasta la parte superior, donde al parecer estuvo el santuario.
Detalla que la
posición del ofidio está en descenso, y sus fauces abiertas –en acción “de
morder o tragar”– muestran dos colmillos frontales y dos adjuntos, “propios del
sistema inoculador de veneno de las serpientes de cascabel”, y los
bajorrelieves simbolizan las plumas de quetzal, “Un templo dedicado a
Kukulkán”.
Destaca que es en
la alfarda de la escalinata de ese edificio donde cada año y sólo en las fechas
20 de marzo y 22 de septiembre se observa el evento arqueoastronómico: durante
el equinoccio, que es cuando el día dura exactamente lo mismo que la noche, y
el cenit, “momento en que el Sol pasa por lo más alto de la bóveda celeste y,
por su posición, sus rayos al caer no producen sombras”.
Explica que los
equinoccios de primavera y otoño están basados en el ecuador, la línea
imaginaria que divide al planeta en dos hemisferios, y las tierras bajas mayas
están en otras latitudes, arriba. En ese contexto, su hallazgo
arqueoastronómico es la ocurrencia de equinoccios regionales.
Sus estudios
duraron seis años y además del trabajo en campo incluyeron la observación –a
través de monitoreos en computadora de sistemas meteorológicos– de los horarios
exactos de las salidas y puestas de Sol en diferentes puntos de la región.
Basado en sus
resultados, el investigador concluye que los mayas sí conocieron el fenómeno y
fueron capaces de medirlo, pero que en esta zona, debido a la inclinación de la
Tierra, los equinoccios regionales ocurren en fechas diferentes a las de los
equinoccios ecuatoriales. Asegura que también conocieron el cenit.
“En términos
astronómicos, los equinoccios astronómicos son los momentos del año cuando el
Sol se sitúa en el plano del ecuador celeste y sus rayos caen perpendiculares
al eje de rotación de la Tierra formando un ángulo de 90 grados en el paralelo
cero también llamado ecuador”, abunda.
“La península de
Yucatán está alejada del ecuador, es por ello que, en las tierras mayas o zonas
intertropicales, los equinoccios regionales y el cenit no ocurren en las mismas
fechas ni a la misma hora que en el ecuador”, explica y aclara que estudió
ambos fenómenos por separado.
Serpiente de cascabel en descenso.
García Cruz recuerda
que “los mayas practicaban una astronomía basada en los aparentes movimientos
del Sol vistos desde la Tierra, a la que consideraban de forma cuadrangular y
con tres niveles y cuatro rumbos”, y argumenta que por eso ellos “observaron
las salidas y puestas del Sol en el horizonte este y el horizonte oeste, como
un péndulo, como uno de sus métodos para medir el tiempo.
Eso les fue
esencial para conocer el año trópico”, es decir, el tiempo que transcurre entre
dos pasos consecutivos y reales de la Tierra o aparentes del Sol por el mismo
equinoccio o el mismo solsticio. Consta de 365 días, 5 horas, 48 minutos y 48
segundos.
Señala que los
mayas “notaron que en el solsticio, en que el Sol sale y se oculta lo más al
sur (21 de diciembre), la duración de la noche es la mayor del año, y al irse
alejando de ese punto camino hacia el norte, los días van variando de manera
creciente hasta llegar al punto solsticial en que se da el día más largo del
año (21 de junio)”.
El investigador
señala que además de los triángulos de luz y sombras que se proyectan en la
escalinata de la Escultura 12 –a la que propuso renombrar como Templo de
Kukulkán–, durante el fenómeno aparece también en el piso, como saliendo de las
fauces de la serpiente emplumada, la sombra de una cabeza maya similar a la
iconografía de la deidad del maíz.
“Es como si la
serpiente al descender se transformara en hombre”, e interpreta el simbolismo:
“Es Kulkulkán descendiendo de la montaña sagrada a la tierra para transformarse
en hombre”.
Señala que, además,
esa escalinata mira hacia una aguada construida artificialmente en esos tiempos
y en cuya orilla sur hay una plataforma ceremonial de piedra.
“Kukulkán está
relacionado también con la tierra y el agua”, y recuerda que en Chichén Itzá
está el cenote.
“Kukulkán debió
ser para la región un símbolo sagrado vinculado a la creación, el aliento
vivificador, la fertilidad, la luz, la oscuridad, el agua, el jade, el maíz, la
vida, la muerte… el renacimiento”, concluye.
Descubren tercera
pirámide dentro del edificio monumental de Kukulkán
La pirámide de Kukulkán, en
Chichén Itzá, reveló otro de sus secretos: arqueólogos e ingenieros de la UNAM
y el INAH descubrieron una tercera pirámide de 10 metros de altura dentro del
edificio monumental, probablemente construida por los pobladores de la zona
hace más de mil 300 años. Al igual que las muñecas rusas, “El Castillo”
contiene en sus entrañas una pirámide de 20 metros de altura –descubierta en
los años 30--, la cual a su vez contiene la tercera pirámide, conformada por
una rampa, una escalinata y, probablemente un adoratorio. Su estudio a futuro
permitiría saber más acerca de los primeros periodos de población del sitio,
según un comunicado de la UNAM. El hallazgo reciente hace pensar que la
pirámide original fue erigida durante la época de los “mayas puros”,
comprendido entre los años 550 y 800. Durante el periodo de “transición”
–cuando pobladores del centro de México llegaron a la Península de Yucatán, del
año 800 al 1000-- se erigió una segunda pirámide encima de la primera. El
edificio que ahora se erige en medio del segundo sitio arqueológico más
visitado del país se construyó posteriormente, alrededor de la segunda
pirámide. El equipo de universitarios “iluminó” las entrañas de la pirámide
gracias a una tecnología “no invasiva y única en el mundo” llamada tomografía
eléctrica tridimensional, informó la UNAM. Este método consiste en colocar
detectores en distintos cuerpos de la pirámide y enviar corriente eléctrica al
subsuelo. Al atravesar obstáculos, la corriente eléctrica se modifica y
permite, mediante procesamiento de la información, reconstruir una imagen de
los obstáculos atravesados. Gracias a la misma tecnología, el equipo descubrió
que la pirámide de Kukulkán está construida sobre un cuerpo de agua.
Cenote debajo de
Kukulkán no es novedad, aclara investigador
En Yucatán hay
aproximadamente unos 10 mil cenotes, por lo cual al antropólogo e investigador
del Centro INAH-Yucatán, Iván Franco Cáceres, consideró que el anuncio del
hallazgo de uno de ellos debajo de la pirámide de Kukulkán, en Chichén Itza, no
es una novedad. El también doctor en ciencias políticas explicó, vía telefónica
desde Mérida: “Tengo entendido que antes del meteorito que chocó en la
península de Yucatán, hace unos 76 millones de años, ya existían muchos
cenotes, y a raíz de ese meteorito las ondas de ese choque crearon aún más, tan
sólo en este estado hay un aproximado de 10 mil. “De hecho hay un cinturón de
cenotes que es una franja delimitada por el impacto del meteoro y que de alguna
forma siguieron la onda del choque.” Y es que hoy científicos del Instituto de
Geofísica y de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de
México (UNAM), así como del mismo INAH, dieron a conocer el hallazgo de un
cenote debajo de la pirámide, mismo que se localizó a 20 metros de profundidad
aproximadamente mediante tecnología no convencional desarrollada en la
universidad. El agua, según destacaron, al no ser invasiva no daña el subsuelo
de la pirámide, pues se ubica a un costado; incluso, para dar seguimiento al
hallazgo, los científicos anunciaron para octubre una segunda fase --confirmada
por el Consejo de Arqueología del INAH—con el fin de reconstruir el interior
del edificio llamado también El Castillo. Sin embargo, según Franco, la
importancia del descubrimiento radica en que el cenote se puede asociar no sólo
a la población de Chichén Itza, sino a grupos de cazadores-recolectores que
pudieron habitar la zona incluso dos o tres mil años antes de aquélla. “El
principio fundamental para esas poblaciones, antes de construir ciudades en
piedra, era tener un referente de agua que les servía primordialmente para la
agricultura y sus diversos usos, y no es nada revelador que hubiera un
asentamiento cercano a un cenote, porque eran las fuentes de agua primarias.” Y
siguió: “Para que se dé una idea, en el área de Mérida existen alrededor de 200
cenotes, y estoy hablando del área urbana. Por ejemplo, a la vuelta de donde
viven mis padres hay un cenote, y dos cuadras adelante se encuentra otro más,
lo que pasa es que la creciente masa demográfica los ha minimizado.”
--Entonces, ¿no le causa novedad este hallazgo? --No, por supuesto que no es
novedoso, es más bien como noticia amarillista. “Incluso en Tamaulipas --y eso
es algo que casi no se sabe--, hay también muchos cenotes que están asociados
al impacto del meteorito.”
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