Cantar de cantares de Salomón
Fray Luis de León
Javier San José Lera (Ed. lit.)
https://una.edu.ar/cursos/el-cantar-de-los-cantares_31950
Prólogo
Ninguna cosa es más propia a Dios que el
amor, ni al amor hay cosa más natural que volver al que ama en las condiciones
e ingenio del que es amado. De lo uno y de lo otro tenemos clara experiencia.
Cierto es que Dios ama, y cada uno que no esté muy ciego lo puede conocer en sí
por los señalados beneficios que de su mano continuamente recibe: el ser, la
vida, el gobierno della y el amparo de su favor, que en ningún tiempo ni lugar
nos desampara. Que Dios se precie más de esto que de otra cosa, y que le sea
propio el amor entre todas sus virtudes, vese en sus obras, que todas se
ordenan a solo este fin, que es hacer repartimiento y poner en posesión de sus
grandes bienes a las criaturas, haciendo que su semejanza de Él resplandezca en
todas, y midiéndose a sí a la medida de cada una de ellas para ser gozado de
ellas: que, como dijimos, es obra propia y natural del amor.
Señaladamente se descubre este beneficio y
amor de Dios en el hombre, al cual crio al principio a su imagen y semejanza,
como otro Dios, y a la postre se hizo Dios a la figura y usanza suya,
volviéndose hombre últimamente por naturaleza, y mucho antes por trato y
conversación, como se ve claramente por todo el discurso y proceso de las
Sagradas Letras; en las cuales, por esta causa, es cosa maravillosa el cuidado
que pone el Espíritu Santo, a fin de que no nos extrañemos de Él que nos ama
infinitamente, en conformarse con nuestro estilo, remedando nuestro lenguaje e
imitando en sí toda la variedad de nuestro ingenio y condiciones: hace del
alegre y del triste, muéstrase airado, y muéstrase arrepentido, amenaza a veces
y a veces se vence por mil blanduras; no hay afición ni cualidad tan propia a
nosotros y tan extraña a él en que no se transforme; y todo esto a fin de que
no nos extrañemos de Él y que, o por agradecimiento, o por afición o por
vergüenza, hagamos lo que nos manda, que es aquello en que consiste toda
nuestra felicidad y buena andanza. De semejantes argumentos y muestras están
llenas las historias sagradas, los sermones y oraciones proféticas, los versos
y canciones del salmista, y así mismo los consejos de la Sabiduría; y finalmente toda la vida y doctrina de
Jesucristo, luz y verdad y todo el bien y esperanza nuestra.
Pues entre las otras obras y tratados
divinos, uno es la Canción suavísima que Salomón, profeta y rey, compuso, en
la cual, debajo de una égloga pastoril más que en ninguna otra escritura, se
muestra Dios herido de nuestros amores con todas aquellas pasiones y
sentimientos que este afecto suele y puede hacer en los corazones humanos más
blandos y más tiernos: ruega y llora, y pide celos; vase como desesperado, y
vuelve luego, y variando entre esperanza y temor, alegría y tristeza, ya canta
de contento, ya publica sus quejas, haciendo testigos a los montes y a los
árboles de ellos, a los animales y a las fuentes, de la pena grande que padece.
Aquí se ven pintados al vivo los amorosos fuegos de los demás amantes, los
encendidos deseos, los perpetuos cuidados, las recias congojas que el ausencia
y el temor en ellos causan, juntamente en los celos y sospechas que entre ellos
se mueven. Aquí se oye el sonido de los ardientes suspiros, mensajeros del
corazón, y de las amorosas quejas y dulces razonamientos, que unas veces van
vestidos de esperanza, otras de temor, otras de tristeza o alegría; y, en
breve, todos aquellos sentimientos que los apasionados amantes probar suelen,
aquí se ven tanto más agudos y delicados, cuanto más vivo y acendrado es el
divino amor que el mundano, y dichos con el mayor primor de palabras, blandura
de requiebros, extrañeza de bellas comparaciones que jamás se escribió ni oyó.
A cuya causa la lección deste libro es dificultosa a todos y peligrosa a los
mancebos, y a los que aún no están muy adelantados y muy firmes en la virtud;
porque en ninguna escritura se exprimió la pasión del amor con más fuerza y
sentido que en ésta; y así, acerca de los hebreos no tienen licencia para leer
este libro y otros algunos de la ley los que fueren menores de cuarenta años.
Del peligro no hay que tratar: la virtud y valor de Vuestra Merced nos hace
bien seguros; la dificultad, que es mucha, trabajaré yo de quitar cuanto
alcanzaren mis fuerzas, que son bien pequeñas.
Cosa sabida y confesada por todos es que en
estos Cantares,
como en persona de Salomón y de su esposa, la hija del rey de Egipto, debajo de
amorosos requiebros, explica el Espíritu Santo la Encarnación de Cristo y el
entrañable amor que siempre tuvo a su Iglesia, con otros misterios de gran
secreto y de gran peso. En este sentido que es espiritual no tengo que tocar,
que de él hay escritos grandes libros por personas santísimas y muy doctas que,
ricas del mismo espíritu que habló en este libro, entendieron gran parte de su
secreto, y como lo entendieron lo pusieron en sus escrituras, que están llenas
de espíritu y de regalo. Así que en esta parte no hay que decir, o porque está
ya dicho, o porque es negocio prolijo y de grande espacio. Solamente trabajaré
en declarar la corteza de la letra, así llanamente, como si en este libro no
hubiera otro mayor secreto del que muestran aquellas palabras desnudas, al
parecer, dichas y respondidas entre Salomón y su esposa. Que será solamente
declarar el sonido de ellas, y aquello en que está la fuerza de la comparación
y del requiebro; que, aunque es trabajo de menos quilates que el primero, no
por eso carece de grandes dificultades, como luego veremos.
Porque se ha de entender que este libro en su
primera origen se escribió en metro, y es todo él una égloga pastoril, adonde
con palabras y lenguaje de pastores, hablan Salomón y su esposa, y algunas
veces sus compañeros, como si todos fuesen gente de aldea. Hace dificultoso su
entendimiento, primeramente, lo que suele poner dificultad en todos los
escritos adonde se explican algunas grandes pasiones o afectos, mayormente de
amor, que, al parecer, van las razones cortadas y desconcertadas; aunque, a la verdad,
entendido una vez el hilo de la pasión que mueve, responden maravillosamente a
los afectos que exprimen, los cuales nacen unos de otros por natural concierto.
Y la causa de parecer así cortadas, es que en el ánimo enseñoreado de alguna
vehemente afición, no alcanza la lengua al corazón, ni se puede decir tanto
como se siente, y aun eso que se puede no lo dice todo, sino a partes y
cortadamente, una vez el principio de la razón, y otras el fin sin el
principio; que así como el que ama siente mucho lo que dice, así le parece que,
en apuntándolo, está por los demás entendido; y la pasión con su fuerza y con
increíble presteza le arrebata la lengua y corazón de un afecto en otro; y de
aquí son sus razones cortadas y llenas de oscuridad. Parecen también desconcertadas
entre sí, porque responden al movimiento que hace la pasión en el ánimo del que
las dice, la cual quien no la siente o ve, juzga mal de ellas; como juzgaría
por cosa de desvarío y de mal seso los meneos y movimientos de los que bailan
el que viéndolos de lejos no oyese ni entendiese el son a quien siguen; lo cual
es mucho de advertir en este libro y en todos los semejantes.
Lo segundo que pone oscuridad es ser la
lengua hebrea en que se escribió, de su propiedad y condición lengua de pocas
palabras y de cortas razones, y esas llenas de diversidad de sentidos; y
juntamente con esto por ser el estilo y juicio de las cosas en aquel tiempo y
en aquella gente tan diferente de lo que se platica agora; de do nace
parecernos nuevas y extrañas, y fuera de todo buen primor las comparaciones de
que usa este libro, cuando el Esposo o la Esposa quiere más loar la belleza y
gentileza de las facciones del otro, como cuando compara el cuello a una torre,
y los dientes a un rebaño de ovejas, y así otras semejantes. Como a la verdad
cada lengua y cada gente tenga sus propiedades de hablar, adonde la costumbre
usada y recibida hace que sea primor y gentileza, lo que en otra lengua y a
otras gentes pareciera muy tosco, y así es de creer que todo esto que agora, por
su novedad y por ser ajeno de nuestro uso tanto nos ofende y desagrada, era
todo el buen hablar y toda la cortesanía de aquel tiempo entre aquella gente.
Que claro es que Salomón era no solamente muy sabio, sino rey e hijo de rey, y
que cuando no lo alcanzara por letras y por doctrina, por la crianza sola y por
el trato de su corte y casa supiera hablar su lengua mejor y más cortésmente
que otro ninguno.
Lo que yo hago en esto son dos cosas: la una
es volver en nuestra lengua palabra por palabra el texto de este libro; en la
segunda, declaro con brevedad no cada palabra por sí, sino los pasos donde se
ofrece alguna oscuridad en la letra, a fin que quede claro su sentido así en la
corteza y sobrehaz, poniendo al principio el capítulo todo entero, y después de
él su declaración.
Acerca de lo primero procuré conformarme
cuanto pude con el original hebreo, cotejando juntamente todas las traducciones
griegas y latinas que hay, que son muchas, y pretendí que respondiese esta
interpretación con el original, no sólo en las sentencias y palabras, sino aun
en el concierto y aire de ellas, imitando sus figuras y maneras de hablar
cuanto es posible a nuestra lengua, que, a la verdad, responde con la hebrea en
muchas cosas. De donde podrá ser que algunos no se contenten tanto, y les
parezca que en algunas partes la razón queda corta y dicha muy a la vizcaína y
muy a lo viejo, y que no hace correa el hilo del decir, pudiéndola hacer
fácilmente con mudar algunas palabras y añadir algunas otras. Lo cual yo no
hice por lo que he dicho, y porque entiendo ser diferente el oficio del que
traslada, mayormente escrituras de tanto peso, del que las explica y declara.
El que traslada ha de ser fiel y cabal y, si fuere posible, contar las palabras
para dar otras tantas, y no más ni menos, de la misma cualidad y condición y
variedad de significaciones que son y tienen las originales, sin limitallas a
su propio sentido y parecer, para que los que leyeren la traslación puedan
entender toda la variedad de sentidos a que da ocasión el original si se
leyese, y queden libres para escoger de ellos el que mejor les pareciere. Que
el extenderse diciendo, y el declarar copiosamente la razón que se entiende, y
con guardar la sentencia que más agrada, jugar con las palabras añadiendo y
quitando a nuestra voluntad, eso quédese para el que declara, cuyo propio
oficio es; y nosotros usamos de él después de puesto cada un capítulo en la
declaración que se sigue. Bien es verdad que trasladando el texto, no pudimos
tan puntualmente ir con el original; y la cualidad de la sentencia y propiedad
de nuestra lengua nos forzó a que añadiésemos alguna palabrilla, que sin ella
quedara oscurísimo el sentido; pero éstas son pocas, y las que son van
encerradas entre dos rayas de esta manera [ ].
Vuestra Merced recibirá en todo esto mi
voluntad, que lo demás a mí no me satisface mucho, ni curo que satisfaga a
otros; bástame haber cumplido con lo que se me mandó, que es lo que en todas
las cosas más pretendo y deseo.
Cantar
de cantares
Propiedad es de la lengua hebrea doblar así
una misma palabra, cuando quiere encarecer alguna cosa o en bien o en mal. Así
que decir Cantar de Cantares es lo mismo que solemos decir en castellano cantar
entre cantares, es hombre entre hombres, esto es, señalado y eminente entre
todos, y más excelente que otros muchos. Entendemos de esto, que mostró la
riqueza de su amor y regalos el Espíritu Santo más en este Cantar que en otro alguno.
Capítulo
primero
1. (ESPOSA:) Béseme de besos de su boca; que
buenos [son] tus amores más que el vino.
2. Al olor de tus ungüentos buenos, [que es]
ungüento derramado tu nombre; por eso las doncellas te amaron.
3. Llévame en pos de ti, correremos. Metiome
el rey en sus retretes: regocijarnos hemos y alegrarnos hemos en ti, acordarnos
hemos; membrársenos han tus amores más que el vino. Las dulzuras te aman.
4. Morena yo, pero amable, hijas de
Jerusalén, como las tiendas de Cedar, como las cortinas de Salomón.
5. No me miréis que soy algo morena, que
mirome el sol; los hijos de mi madre porfiaron y forcejaron contra mí;
pusiéronme [por] guarda de viñas. La mi viña no guardé.
6. ¡Enséñame, Amado de mi alma, dónde
apacientas!, dónde sesteas al mediodía; porque seré yo como descarriada entre
los ganados de tus compañeros.
7. (ESPOSO:) Si no te lo sabes, ¡oh hermosa
entre las mujeres!, salte [y sigue] por las pisadas del ganado, y apacentarás
tus cabritos junto a las cabañas de los pastores.
8. A la yegua mía en el carro de Faraón te
comparo, amiga mía.
9. Lindas [están] tus mejillas en las perlas,
tu cuello en los collares.
10. Cercillos de oro te haremos esmaltados de
plata.
11. (ESPOSA:) Cuando estaba el rey en su
reposo, mi nardo dio su olor.
12. Manojuelo de mirra el mi amado a mí;
morará entre mis pechos.
13. Racimo de Cofer mi amado a mí, de las
viñas de Engedon.
14. (ESPOSO:) ¡Ay, cuán hermosa, amiga mía,
cuán hermosa! Tus ojos de paloma.
15. (ESPOSA:) ¡Ay, cuán hermoso, amado mío y
[también] dulce! Nuestro lecho florido.
16. Las vigas de nuestra casa de cedro, el
techo de ciprés.
Declaración
1. Béseme de besos de su boca.
Ya dije que todo este
libro es una égloga pastoril, en que dos enamorados, Esposo y Esposa, a manera
de pastores se hablan y se responden a veces. Pues entenderemos que en este
primer capítulo comienza a hablar la Esposa, que habemos de fingir que tenía a
su amado ausente, y estaba de ello tan penada, que la congoja y deseo la traía
muchas veces a desfallecer y desmayarse. Como parece claro por aquello que
después, en el proceso de su razonamiento, dice, cuando ruega a sus compañeras
que avisen al Esposo, de la enfermedad y desmayo en que está por sus amores, y
por el ardiente deseo que de velle tiene. Que es efecto naturalísimo del amor,
y nace de lo que se suele decir comúnmente, que el ánima del amante vive más en
aquel a quien ama que en sí mismo. Por donde, cuanto el amado más se aparta y
ausenta, ella, que vive en él por continuo pensamiento y afición, y le va
siguiendo, tanto menos comunica con su cuerpo, y, olvidándose de él, le deja
desfallecer y desampara y forceja por desatársele totalmente si le fuese
posible; y no puede tan poco que, ya que no rompa las ataduras, no las
enflaquezca sensiblemente; de lo cual dan muestra la amarillez del rostro, y la
flaqueza del cuerpo, y desmayos del corazón, que proceden de este enajenamiento
del alma. Que es también todo el fundamento de aquellas quejas de que siempre
usan los aficionados, y los poetas las encarecen y suben hasta el cielo, cuando
llaman a lo que aman «alma suya», y publican haberles sido robado el corazón,
tiranizada su libertad, puestas a saco-mano sus entrañas. Que no es
encarecimiento o manera de bien decir, sino verdad que pasa así, por la manera
que tengo dicha; y así la propia medicina de esta afición, y lo que más en ella
se pretende y desea es cobrar cada uno que ama su alma, que siente serle
robada; la cual, porque parece tener su asiento en el aliento que se coge por
la boca, de aquí es el desear tanto y deleitarse los que se aman en juntar las
bocas y mezclar los alientos, como guiados por esta imaginación y deseo de
restituirse en lo que les falta de su corazón, o acabar de entregarlo del todo.
Queda entendido de esto
con cuánta razón la Esposa, para reparo de su alma y corazón, que le faltaba
por la ausencia de su Esposo, pide para remedio sus besos, diciendo: Béseme de besos de su boca. Que es decir, «vivido he hasta agora y sustentádome con
vanas esperanzas; visto he muchas promesas de su venida, y muchos mensajes
recibido; mas ya el ánimo desfallece y el deseo vence; sola su presencia y el
regalo de sus dulces besos es lo que me puede guarecer. Mi alma está con él y
yo estoy sin ella hasta que la cobre de su graciosa boca, donde está recogida».
Y no hay que pedille vergüenza en este caso, que el mirar en estos achaques es
de flaqueza de aflicción: que el amor grande y verdadero rompe con todo y
muéstrase tan razonable y conforme al entendimiento del que ama, que no le da lugar
para imaginar que a nadie le pueda parecer otra cosa.
Dice, pues: Béseme de besos de su boca; que, atenta la propiedad de su original, se diría bien
en castellano: Béseme con cualesque besos; en que da a entender lo mucho que desea la presencia de
su Esposo y lo mucho en que la precia, pues para la salud de su desmayo, que es
tan grande, no pide besos sin cuenta, sino cualesque besos.
Que
buenos son tus amores más que el vino. Viene esto
bien a propósito de su desmayo, cuyo remedio suele ser el vino. Como si
imaginásemos que sus compañeras se lo ofrecían, y ella lo desecha y responde:
«El verdadero y mejor vino para mi remedio, sería ver a mi Esposo». Así que,
conforme a lo que se trata, la comparación hecha del vino al amor es buena;
demás de que en cualquier otro caso es gentil y propia comparación, por los
muchos efectos en que el uno y el otro se conforman. Natural es al vino, como
se dice en los Salmos y
en los Proverbios, el
alegrar el corazón, el desterrar de él todo cuidado penoso, y el henchille de
ricas y grandes esperanzas; hace osados, seguros, lozanos, descuidados de mirar
en muchos puntos y respetos a aquellos a quien manda; que todas ellas son
también propiedades del amor, como se ve por la experiencia de cada día, y se
podría probar con muchos ejemplos y dichos de hombres sabios, si para ello nos
diera lugar la brevedad que tenemos prometida.
2. Al olor de tus ungüentos buenos.
Conviene a saber, volveré en mí y sanaré, que está falta o queda corta esta sentencia, como dicha
de persona apasionada, enferma y que le falta el aliento.
Ungüentos
buenos llama lo que en nuestra lengua decimos
«aguas de olor o confecciones olorosas», que todo viene bien en el desmayo que
hemos dicho, para cuyo remedio se suele usar de cosas semejantes. Así que todo
es demostración y encarecimiento de lo mucho que ama y puede con ella su
Esposo, porque es como si dijese: «Si yo viese a quien amo, con la fragancia de
sus olores tornaría en mí». Declara cuán grande sea ésta, y por eso añade:
Que es
ungüento derramado tu nombre. Derramado quiere decir, según la propiedad de la
palabra hebrea a quien responde, «repartido en vasos» o «mudado de unas bujetas
en otras», porque entonces se esparce más su buen olor. Tu nombre no quiere decir tu fama, como algunos
entienden y como se suele entender en otros lugares, porque eso viene fuera de
lo que se trata; quiere decir el nombre con que es llamado cada uno. Así que
dice: «llámaste "olor esparcido"», que es decir, «es tal y trasciende
tanto tu buen olor que podemos justamente llamarte, no oloroso, sino el mismo
olor esparcido». Que es manera usada en la Sagrada Escritura y en otras
lenguas, en la cosa de que uno es loado o vituperado ponelle nombre de ella,
para mostrar que la posee en sumo grado, y no así como quiera, como parece
claro acerca de San Mateo, adonde Cristo a Simón, el principal apóstol, para
demostración de su firmeza y constancia le puso por nombre Cefas, que quiere decir «piedra».
Más porque no parezca
que la afición engaña a la Esposa y que no es ella sola a quien parece esto,
añade luego:
Por
tanto las doncellicas te aman, las cuales
propiamente se pierden por todo lo que es hermoso, oloroso y gentil.
3. Llévame en pos de ti; correremos.
Puédese entender esto
como cosa que está junta con la razón ya dicha, de arte que de todo ello
resulte esta sentencia de la Esposa al Esposo: «Ven, y
llévame en pos de ti con el olor de tus olores, que es tan grande que aficiona
a todos, que seguirte he corriendo». O decir que es razón por sí distinta de
todo lo arriba dicho; en la cual explica con nuevo encarecimiento el deseo que
tiene de verse con su Esposo; pues estando enferma y sin fuerzas, dice que le
seguirá corriendo si la quisiese llevar consigo.
Metiome
el rey en sus retretes. ¡Cuán natural es esto
del amor, imaginar que pasa ya lo que se desea, y tratar como de cosa hecha de
lo que pide la afición! Porque dijo que si el Esposo la llamase, así se iría
corriendo en pos de él, ya imagina que la lleva y la mete en su casa, donde le
hace grandes regalos. Y así dice metiome, que según el uso de la lengua hebrea, aunque muestra
tiempo pasado, se pone por lo que está por venir, para mostrar la certidumbre y
firme esperanza que se tiene de que será. Así que meterme ha el rey. Olvidose de la persona
de pastora en que hablaba, y así llámale por su nombre, que siempre el amor
trae consigo estos descuidos; o por ventura, es propiedad de aquella lengua,
como lo es de la nuestra, todo lo que se ama con extremado y tierno amor
llamarlo así: mi Rey, mi Bien, y semejantemente.
En sus
retretes, esto es, en todos sus secretos, dándome
parte de todas sus cosas, que es prenda certísima del amor. Declárase esto en
lo que se sigue:
Regocijarnos
hemos, alegrarnos hemos en ti. En ti, esto es,
juntamente contigo.
Membrársenos
han tus amores, más que el vino: las dulzuras te aman. Muestra por el efecto el exceso de los regalos y
placeres que ha de recibir en el retrete de su Esposo, porque dice le quedarán
impresas en la memoria más que ningún otro placer ni contento. En este lugar hay
diferencia entre los que escriben, así en la traslación como en la declaración
de él. Y nace todo el pleito de la palabra hebrea semanéja, que yo trasladé dulzuras, lo cual propiamente suena derechezas; y aunque suena así, dicen algunos hombres
doctos en aquella lengua, que cuando está junta con esta palabra yáin que significa «el vino», le da título
de bueno y preciado, como si dijésemos tal que justamente y con derecho se
bebe. Y tienen algunos lugares de la Escritura que ayudan a este parecer, y de
aquí son diferentes los pareceres. San Jerónimo sigue el sonido de la voz, y
así traslada: las
derechezas o los derechos, esto es, los justos y
buenos, te aman. Siguiendo esta letra quiere decir: «acordareme de tus
amores, esto es, el que tú me tienes y yo te tengo, de tu trato y conversación
blanda, regalada, amorosa, más que de ningún otro placer o alegría»; que todas
ellas se entienden por el vino, por el alegría y placer grande que pone en los
corazones de los que usan de él. Y da luego la razón que tiene de preciar en
tanto los amores de su Esposo y de acordarse de ellos diciendo: «Las dulzuras o
derechezas te aman, que es decir, todo lo que es bueno, dulce y apacible te
cerca y te abraza; estás cercado de dulzuras y eres acabado y perfecto en todas
tus cosas». La traslación de otros dice así: membrársenos han tus amores más que al vino. Más que al [vino] preciado
te aman [las
doncellicas]. De arte que, según esto, en diciendo membrarsenos han tus amores, se hace punto, y lo que se sigue todo es mostrar la
Esposa que no es ella sola de este parecer, en querer y preciar tanto a su
Esposo, pues que aficiona a todas las doncellas generalmente.
Puédese a mi juicio leer
aún de otra manera, y no menos acertada, que es ésta: Membrarémonos, y poner luego punto, como se ve en su
lengua original; y seguir luego: Tus amores, mejores que el vino dulce o preciado, te aman; esto es, te hacen amable; y la causa es porque son más
dulces y deleitosos que la misma dulzura y deleite que, como he dicho, se
declara en el vino. Y según esta manera, en la primera palabra, membrarémonos, o acordarémonos, que, al parecer, queda así
desacompañada, se encierra un accidente muy dulce y muy natural en los que bien
se quieren, cuando acontece verse después de alguna larga ausencia; que se
cuentan el uno al otro con todo el mayor encarecimiento que saben la pena y
dolor en que por esta causa han vivido. Así que la Esposa, como había dicho que
se vería en el secreto de su Esposo, se alegraría y regocijaría juntamente con
él, añade convenientemente lo que por orden natural de afición se sigue después
del regocijo de la primera vista: Acordarnos hemos, esto es, contaremos tú
a mí y yo a ti lo mucho que en esta ausencia habemos padecido; traeremos a la
memoria nuestras ansias, nuestros deseos, nuestros recelos y temores.
Pues quede de aquí que
esta razón, por cualquier manera que se entienda, va llena de ingenio y de
gentileza y de una afición blandísima.
4. Morena yo, pero amable, hijas de Jerusalén,
como las tiendas de Cedar, como las cortinas de Salomón.
Bien se entiende del
salmo 44, adonde a la letra se celebran las bodas de Salomón con la hija del
rey Faraón, que es, como he dicho, la que habla aquí en persona de pastora, y
en figura de la Iglesia, que era no tan hermosa en el parecer de fuera, cuanto
en lo que encubría de dentro: porque allí se dice: «La hermosura de la hija del
rey está en lo escondido». Pues responde agora a lo que le pudieran oponer los
que la veían tan confiada del amor que le tenía su Esposo, siendo al parecer
morena y no tan hermosa; que siempre en esto tiene gran recato el amor. Dice,
pues: «Yo confieso que soy morena, pero en todo el resto soy hermosa y bella y
digna de ser amada, porque debajo de este mi color moreno está gran belleza
escondida». Lo cual cómo sea, decláralo luego por dos comparaciones:
Soy, dice, como las tiendas de Cedar, y como los tendejones de Salomón. Cedar llama a los alárabes, porque descienden de Cedar,
el hijo segundo de Ismael. Que es gente movediza que no vive en ciudades, sino
en el campo, mudándose en cada un año donde mejor les parece; y por eso vive
siempre en tiendas hechas de cuero o de lienzo, que se pueden mudar
ligeramente. Así que es la Esposa en hermosura muy otra de lo que parece, como
las tiendas de los alárabes, que por defuera las tiene negras el aire y el sol
a que están puestas, mas dentro de sí encierran todas las alhajas y joyas de
sus dueños, que son muchas y ricas. Y como los tendejones de que suele usar en
la guerra Salomón; que lo de fuera es de cuero para defensa de las aguas, mas
lo de dentro es de oro y seda y hermosas bordaduras, como suelen ser los de los
otros reyes.
Esto es cuanto a la
letra; que según el sentido que principalmente pretende el Espíritu Santo,
clara está la razón, porque la Iglesia, esto es, la compañía de los justos, y
cualquiera de ellos tiene el parecer de fuera moreno y feo, por el poco caso y
poca cuenta, o por mejor decir, por el grande mal tratamiento que el mundo les
hace; que, al parecer, no hay cosa más desamparada, ni más pobre y abatida, que
son los que tratan de bondad y virtud, como a la verdad estén queridos y
favorecidos de Dios y llenos en el alma de incomparable belleza.
5. No me desdeñéis si soy morena, que mirome el
sol.
Responde esto bien al
natural de las mujeres, que no saben poner a paciencia todo lo que les toca en
esto de la hermosura. Que según parece, bien pagada quedaba esta pequeña falta
de color con las demás gracias que de sí dice la Esposa, aunque en ello no
hablara más; pero como le escuece, añade diciendo y muestra que esa falta no le
es así natural que no tenga remedio, sino venida acaso, por haber andado al
sol, y aun eso no por culpa suya, sino forzada contra su voluntad por la porfía
de sus hermanos. Y así dice:
Los
hijos de mi madre porfiaron [encendidos] contra mí; pusiéronme por guarda de viñas; la mi viña no guardé. Donde dice mi viña, en
el hebreo tiene doblada la fuerza, que dice [mía, remía], dando a entender cuán
suya propia es, y cuanto cuidado debe tener de ella, como si dijera: «la mi querida viña o la viña de mi alma», que por tal es en la
estima de las mujeres todo lo que toca a su buen parecer y gentileza. Dice que
no guardó su viña porque se olvidó de sí, y de lo que tocaba a su rostro, por
entender en guardar las viñas ajenas en que sus hermanos la habían ocupado por
fuerza. Y no se ha de entender que esto pasó así por la hija de Faraón que
habla aquí, que siendo hija de rey no es cosa verosímil ni de creer, sino
presupuesta la persona que representa y a quien imita hablando, que es de
pastora, la más propia y más gentil disculpa y color que podía dar a su mal
color, decir que había andado en el campo al sol, forzada de sus hermanos, que,
como pastores, eran gente tosca y de mal aviso.
En el sentido del
espíritu es grande verdad decir que sus hermanos le hicieron esta fuerza,
porque ningún género de gente es más contrario y perseguidor de la verdadera
virtud que los que la profesan en solos los títulos y apariencias de fuera; y
los que nos son en mayor deuda y obligación, esos las más veces experimentamos
por mayores y más capitales enemigos.
6. Enséñame, ¡oh Amado de mi alma!, dónde
apacientas, dónde sesteas al mediodía.
Disculpada su color,
torna a hablar con su Esposo, y no pudiendo sufrir más dilación, desea saber
dónde está con su ganado, porque se determina de buscarle, que el verdadero
amor no mira en puntillos de crianza, ni en pundonores, ni espera a ser
convidado primero, antes él se convida y él se ofrece. Y aunque había llamado
la Esposa al Esposo para su remedio, y no le responde, no por eso se entibia o
le desdeña y hace caso de honra, antes crece de nuevo más, y pues él no viene,
ella determina de ir en su busca. Y puédese entender esto en dos maneras: o que
sea un mostrar al Esposo lo mucho que quisiera saber de él para seguirle, y
excusarse que, si no lo hace, es por no andar vagueando perdida de monte en
monte, como si dijese: «¡Ojalá yo supiera, amor mío, o tú
me lo hubieras dicho, dónde estás con tu ganado, que fuera luego allá!; mas, si
no lo hago, es por no andar de cabaña en cabaña preguntando por ti a los
pastores». O entendamos, y esto es lo más natural, que pide al Esposo le haga
saber, o por sí o por otro alguno, dónde ha de sestear al mediodía, que luego
se ira allá.
Y no estorba a esto que,
estando el Esposo, como presuponemos que está, ausente, ni podía oír sus ruegos
de la Esposa, ni satisfacer a su voluntad; porque en el verdadero y vivo amor
pasan siempre mil imposibilidades semejantes: que con la ardiente afición se
ocupan así y se ciegan los sentidos, que engañándose juzgan como por posible y
hacedero todo lo que se desea. Y así por una parte habla la Esposa a su Esposo
como si le tuviese presente y la viese y oyese; y por otra, no sabe dónde está
y ruégale que se lo diga, porque si no ella está determinada, como quiera que sea,
de buscarle, en lo cual podría haber inconveniente de perderse.
Y por eso añade
que porque andaré yo descarriada
entre los ganados de tus compañeros. Donde
decimos descarriada o descaminada, otros trasladan arrebozada, porque la palabra hebrea a quien responde, sufre lo uno
y lo otro. Y decir arrebozada, es decir, mujer ramera, o deshonesta y perdida, porque
éste era el traje de las tales entre aquella gente, como se entiende del
capítulo 38 del Génesis, cuando Thamar, puesta en semejante hábito, hizo creer
a Judá, su suegro, que era ramera.
De la una manera y de la
otra hace buen sentido, porque dice: «Yo me determino de buscarte; pero no es
justo que ande descaminada, y como si fuese alguna desvergonzada o deshonesta;
y por tanto conviene que sepa yo dónde tú estás».
Hasta aquí ha dicho la
Esposa. Agora habla el Esposo, y responde a esto postrero diciendo:
7. Si no te lo sabes, hermosa entre las mujeres,
salte y sigue las pisadas del ganado, y apacentarás tus cabritos junto a las
cabañas de los pastores.
No puede sufrir un
corazón generoso que, quien le ama pene mucho tiempo por él; y por eso le dice,
entendiendo que su Esposa lo desea, que siga las huellas del ganado, que por
ellas le hallará.
Si no te
lo sabes: el te abunda y está de sobra. Propiedad es de la lengua
hebrea, como en la nuestra decimos no sabes
lo que te dices, y otras tales; y de no advertir a esto,
vino que algunos trasladaron en este lugar si no te sabes o te conoces, etc., como si la Esposa no supiera de sí y preguntara por sí,
lo cual, como se ve, va muy ajeno del propósito que se trata. Porque la Esposa
no se desconoce a sí misma, antes se reconoce muy bien, como habemos visto,
conoce ser morena y tostadilla del sol. Lo que siente es tener ausente a su
Esposo, y lo que desea es saber de él, y así le ruega que se lo diga. Y a esta
pregunta y ruego responde el Esposo, y dice: Si no te lo sabes, esto es, si no sabes
dónde estoy.
Hermosa
entre las mujeres, es decir, más hermosa que todas.
El hebreo dice otiah que es la postrera parte del pie, que
en español llamamos carcañal; y, poniendo el nombre de la causa a su efecto, en
este lugar valdría tanto como decir la huella, lo cual puede tener dos
entendimientos: que siga el Esposo a su Esposa, o que siga la huella que
hallará del ganado, que pasó ya; o que vaya en pos de sus cabritos de ella, los
cuales, por la costumbre de otras veces o por el amor o instinto natural que
los guía a sus madres, (habemos de entender que, como se suele hacer, habían
quedado encerrados en casa y el Esposo traía las madres paciendo por el campo)
la pondrían do su Esposo.
Y así añade: Y apacentarás tus cabritos junto a las
cabañas de los pastores; que es decir te
llevarán donde les lleva a ellos su amor y adonde tienen su pasto, que es lugar
donde yo estoy con los demás pastores. Apacientas tus cabritos. Gentil
decoro es decir cabritos, porque ordinariamente las mujeres, por ser más
delicadas, no las ponen en recios trabajos: si el marido cava, ella quita las
piedras; si poda, ella sarmienta; si siega, ella hacina; y así si el marido
trae el ganado mayor, ella suele trae el menudo.
El sentido espiritual es
decir el Esposo que siga, para hallarle, la huella del ganado, para avisar a
las almas de los justos que le desean de dos cosas muy importantes: la una, que
para hallar a Dios, aun en las cosas brutas y sin razón, tenemos bastante guía,
que, como lo dice en el salmo 18, la grandeza y lindeza del cielo, las
estrellas con sus movimientos en tal diversidad, tan concertadas y con tanta
orden; los días y las noches con las mudanzas y sazones de los tiempos que
siempre vienen tan a tiempo, nos dicen a voces quién sea Dios, para que no
quede disculpa ninguna a nuestro descuido. La otra, que el camino para hallar a
Dios y la virtud no es el que cada uno por los rincones quisiere imaginar y
trazar para sí, sino el trillado ya y usado por el bienaventurado ejemplo de
infinitas personas santísimas y doctísimas que nos han precedido.
8. A la yegua mía en el carro de Faraón te
comparo yo, amiga mía.
Con la gentil presencia
de su Esposa, concibe el Esposo nuevas llenas de amor, que le hacen dar
muestra, por galanas comparaciones, de lo bien que le parece. Hermosa cosa es y
llena de gentil brío una yegua blanca y bien enjaezada, cuales son las que hoy
día los señores usan en los coches; pues muestra el Esposo en esto la lozanía y
gallardía de ver a su Esposa. Y dice en carro de Faraón, significando por él al
rey, la tierra y reino de Egipto, cuyos reyes se llaman así, que quiere decir
tanto como vengadores y restauradores, que los antiguos ponían nombre a los
ministros de la república, a cada uno conforme a la obra de su oficio. Pues
hase de entender que en aquel tiempo eran muy preciados los carros que se
hacían en Egipto, y las yeguas para ellos traídas de allá, como parece del libro
tercer libro de los Reyes; y Salomón, que es el que habla aquí, como rey
riquísimo, tenía en abundancia grande las mejores de todas estas cosas, porque
él enviaba por ellas y el rey de Egipto se las enviaba y presentaba.
Ya otra vez he comenzado
a decir (y quedará de aquí dicho para otros muchos lugares donde es menester
adelante) que aunque toda esta plática que pasa entre Salomón y su Esposa, es
como si pasase entre pastor y pastora, pero algunas veces se olvidan de lo que
representan y hablan como quien son, como en este lugar, do dice ser suya la
yegua, muestra tener coches traídos de Egipto, con gentiles yeguas que los
guíen, lo cual no cabe en persona de pastor; como, al revés, otras veces digan
cosas ajenas por el cabo ajenas de sus personas, y muy conformes con la afición
y pasión que explican y el estilo pastoril que siguen.
9. Lindas tus mejillas en las perlas; tu cuello
en los collares.
En las
perlas; la palabra hebrea, que es torim, es de varia y dudosa significación. Unos
dicen que significa perlas o aljófar enhilado; otros, cadenas de oro delgadas;
otros, tortolicas hechas de bulto; y otros dicen que son hilos o torzales que
cuelgan. Paréceme que he visto en pinturas y figuras antiguas, en el tocado de
las mujeres, en el remate de la toca, si no es lo que cae sobre las orillas
desde el principio de las sienes para atrás, cuelgan unos como rapacejos largos
hasta la mitad algo más del carrillo. Y, según esto, podemos concertar toda
esta diferencia, diciendo que éstos, las personas ricas y principales, las
usaban de aljófar o perlas menudas, puestas en hilos o cadenillas delgadas de
oro; y que los cabos, así de los unos como de los otros, se remataban en
algunos brinquiños o piñas de oro pequeñas, hechas en forma de tortolillas o de
otras cosillas semejantes; de arte que torim sea propiamente rapacejos.
Pues como si
imaginásemos que la Esposa estaba tocada así, dice el Esposo: «¡Cuán
lindas se descubren tus mejillas entre las perlas, y tu cuello entre los
collares!»; esto es, estáte bien y hermoséate maravillosamente este traje, que
es, como dijo uno en una poesía: «Un bello manto una
beldad adorne». Y es esto propio de las que son hermosas, que todo cuanto se
ponen les está bien, les dice como cosa nacida y hecha para su ornamento y
servicio; como, al revés, las feas, mientras más se aderezan y atavían, parecen
peor.
Aunque es verdad que
decir en las perlas o entre las perlas da ocasión a otro
sentido que, a mi juicio, viene bien a propósito, diciendo, no que la Esposa
tenía algunos de estos arreos que añadiesen a su hermosura, sino que, al revés,
estaba desnuda de ellos, y con todo esto, al parecer y dicho del Esposo, sin
comparación estaba muy más hermosa que otra que los tuviese. Porque así, como
ya dijimos, en la propiedad de la lengua original, hermosa entre las mujeres es
tanto como decir más hermosa que todas las mujeres; así decir lindas tus mejillas entre las perlas, sea como si dijese «más linda que todas las perlas y
aljófares que a otras hermosean, y tu cuello, sin joyeles, es más bello que todas
las joyas que suelen hermosear y adornar los de las demás mujeres, esto es, tu
belleza vence a otra cualquier belleza, o sea natural o ayudada con artificio».
10. Zarcillos de oro te haremos con remates de
plata.
A lo que decimos
responde en el original la misma palabra ya dicha; y así otros trasladan tortolillas, otros cadenillas, es lo que hemos dicho. Y promete el Esposo
de mandar hacer las dichas tórtolas y dárselas a la Esposa, o porque le estaban
bien, si decimos que usaba de ellas; o, si no las usaba ni tenía, por que las
usase y con ellas pareciese mejor. Y viene bien en este lugar significar tórtolas esta palabra, porque es muy usado entre
enamorados, en los servicios que hacen a sus amados, darles algunas cosas que
tengan sombra y significación de sus afectos; unos de amor, otros de desamor y
desesperación, otros de desvíos, y algunos otros de celos. Esto hácenlo
escribiendo en los tales dones algunos motetes o letras que tengan el nombre de
lo que ellos quieren dar a entender, o poniendo figuras o color alguno que dé a
conocer lo que ellos sienten.
Pues así promete el
Esposo de dar a la Esposa de aquellos torzalejos de oro en figura de tórtolas,
y que tengan los remates, que es el pico y las uñas, de plata; porque demás de
ser el presente hermoso con en esta hechura, da a entender el afecto del
Esposo, que es un amor perfecto, puesto para siempre en una persona, como lo es
el que dos tórtolas, macho y hembra, se tienen entre sí, que, como se escribe,
es tan fiel que, muerto el uno, el otro se condena a perpetua viudez.
11. Cuando estaba el rey en su recostamiento, mi
nardo dio su olor.
Responde la Esposa, y en
caso de querer bien a su Esposo y demostrarle la afición de su corazón con
todas las buenas palabras que el amor puede y sabe, no le quiere dar la
ventaja; y así, al principio del amor tierno, cuenta un gran regalo que hizo a
su Esposo, cuando
estaba, dice, el rey en su reposo.
Cuando
estaba, dice, esto es, cuando estuviere, según la
propiedad hebrea que hemos dicho, el rey en su reposo. La palabra hebrea, que
es mesab, quiere
decir recostamiento o en
derredor, que, según los doctores hebreos, en este
lugar es lo mismo que convite, porque, conforme al uso antiguo, comían recostados y
puestos a la redonda porque era así la forma de las mesas.
Nardo es una raíz bien olorosa que ahora se trae de la
India de Portugal, de la cual escribe Plinio y Dioscórides, que es conocida y
usada en las boticas. Y de ésta principalmente y de otras cosas aromáticas se
solía hacer una suave y gentil confección de suave olor con que se rociaban la
cabeza y manos los antiguos, que los griegos llaman nardina, y los hebreos, por el mismo nombre de la
raíz, la dicen néred. Galeno
hace mención de ella; y en el Evangelio de San Juan se dice que la Magdalena
derramó un bote de nardo preciosísimo sobre la cabeza y cara de Jesucristo.
Juntamente con esto se
ha de advertir que entre la gente hebrea se usaba rociar con este licor a los
convidados, cuando eran personas ricas y principales, o a quien se deseaba y
debía hacer todo regalo y servicio, por ser cosa de grande precio y estima,
demás de ser muy suave y apacible. Como parece claramente en el capítulo
séptimo de San Mateo, donde, defendiendo Cristo a la mujer pecadora que, puesta
a sus pies, los lavó con lágrimas y los roció con este ungüento, dice al
fariseo que le había convidado a comer: «Esta ha hecho lo que tú debías de
hacer en ley de buena razón y costumbre, y no lo hiciste. Convidásteme, dice, y
no rociaste mi cabeza con ungüento oloroso, y ésta roció mis pies». Con esto
quedan claras las palabras de la Esposa, que hacen significación del gran gozo
y contento que tiene en sí, por el servicio que ha de hacer a su Esposo: hizo
«cuando estaba, dice, el mi rey en su banquete, yo le rocié todo con los mis
olores». Y por esto dice que el nardo dio su olor, el cual
entonces se siente más cuando el licor se esparce.
12. Manojuelo de mirra el mi Amado a mí, morará
entre mis pechos.
Como es cosa hermosa y
amada de las doncellas un ramillete de flores, o de otras cosas semejantes
olorosas, que lo traen siempre en las manos y lo llegan a las narices, y por la
mayor parte le esconden entre sus pechos, lugar querido y hermoso, tal dice que
es para ella su Esposo, que por el grande amor que le tiene le trae siempre
delante de sus ojos, puesto en sus pechos y asentado en su corazón.
Mirra es un árbol pequeño que nace en Arabia, en Egipto y
Judea, el cual, hiriendo su corteza a ciertos tiempos, destila la que llamamos
mirra; las hojas y flor de este árbol huelen muy bien, y de éstas habla la
Esposa.
13. Racimo de Cofer mi Amado a mí.
Gran diferencia hay en
averiguar qué árbol sea este que aquí se llama cofer, el cual unos trasladan cipro, como es San Jerónimo, y entiende por él un
árbol llamado así, y no a la isla de Chipre, como algunos incongruentemente
declaran. Otros trasladan alcanfor o alheña; otros dicen que es un cierto linaje de palma. Cierto es
ser especie aromática y muy preciosa, y entre tanta diversidad, lo más probable
es ser hoy el cipro árbol de olorosísimo olor, de quien hacen mención Plinio y
Dioscórides, el cual crece en Palestina, en Engaddi, que es lugar junto al mar
Muerto, como se lee en Josefo, donde hay las vides que llaman el bálsamo, y por
esto añade en las
viñas de Engaddi.
14. ¡Ay, cuán hermosa, Amiga mía! Tus ojos de
paloma.
Todo esto es como una
amorosa contienda en la cual cada uno procura de aventajarse al otro en decirle
amores y requiebros. Loa, pues, la hermosura de la Esposa, que, a su parecer,
era sumamente bella, y declara ser grande su belleza, usando de esta repetición
de palabras, que es común en la Escritura, diciendo: Hermosa eres, Amiga mía, hermosa eres;
como si dijera: Hermosa, hermosísima eres.
Y porque una gran parte
de la hermosura está en los ojos, que son espejo del alma y el más noble de sus
sentidos, y que ellos solos, si son feos, bastan para afear el rostro de una
persona por más gentiles facciones que tenga, por eso particularmente, después
de haber loado la belleza de su Esposa en general, dice de sus ojos que son
como de paloma. Las que vemos por acá no los tienen muy hermosos, pero sonlo de
hermosísimos las de tierra de Palestina, que, como se sabe por relaciones de
mercaderes y por unas que traen de Levante, que llaman tripolinas, son muy
diferentes de las nuestras, señaladamente en los ojos, porque los tienen
grandes y llenos de resplandor y de un movimiento bellísimo, y de un color
extraño que parece fuego vivo.
15. ¡Ay, qué hermoso, Amado mío!
Responde la Esposa y
págale en la misma moneda a su Esposo, conociendo y publicando la hermosura que
hay en él; y porque la belleza está asentada no solamente en la exterior
muestra de la buena proporción de los miembros y escogida pintura de naturales
colores, mas también y principalmente tiene su silla en el alma, y porque esta
parte de la hermosura del alma se llama gracia, y se muestra de fuera y se da a entender en los
movimientos de la misma ánima, como son andar, mirar, hablar, reír, cantar, y
los demás, los cuales todos en lengua toscana generalmente se llaman belleza, de tal manera que sin esta la otra del
cuerpo es una frialdad sin sal y sin gracia, y menos digna de ser amada que lo
es una imagen, como se ve cada día; y así por esta causa la Esposa para loar
perfectamente a su Esposo le dice: Y tú, hermoso.
En el hebreo está una
palabra en estos dos lugares del Esposo y de la Esposa, que en latín se
interpreta ecce, y es voz
que en esta parte da muestra de grande afecto y regocijo del que habla; como
uno que, estando contemplando la beldad de su amada, no cabe en sí ni puede
detener el ímpetu de la alegría que le bulle dentro, y dice: «¡Ay,
cómo eres hermosa!» u otra tal razón del impetuoso afecto; la cual no se
puede pintar al vivo con la escritura, porque el dibujo de la pluma sólo llega
a lo que puede trazar la lengua, la cual es casi muda cuando se pone a declarar
alguna gran pasión. Y es como si dijera: «Amado mío, no eres hermoso solamente,
sino también dulce, y tú no solo, sino todas tus cosas: la casa rica y
hermosamente edificada, la cama florida; al fin, todo es lindo y tú más que
ello».
Y en decir también nuestro lecho florido, como encubiertamente le convida a que se venga a estar
con ella, que es deseo que se sigue ordenadamente después del bien que concibió
de su Esposo, en decir aquellas palabras: ¡Ay, qué hermoso eres, Amado mío! El teco de ciprés las tablas o artesones que cargan sobre las vigas,
que eran, según dicen, de cedro.
En el espíritu de la
letra se declara el deseo de las ánimas que aman a Dios, pero son imperfectas
en la virtud, porque desean traerle y gozarle en su casa y en su lecho, esto
es, donde tienen su descanso y sus riquezas y su contento; mas llámalas Dios y
procura sacallas de este regalo, como adelante veremos.
Capítulo segundo
1. (ESPOSA:) Yo rosa del
campo y azucena de los valles.
2. (ESPOSO:) Como
azucena entre espinas, así mi Amiga entre las hijas.
3. (ESPOSA:) Cual el
manzano entre los árboles silvestres, así mi Amado entre los hijos; a la sombra
del que deseé; senteme, y su fruta dulce a mi garganta.
4. Metiome en la cámara
del vino; la bandera suya en mí [es] amor.
5. Esforzadme, rodeadme
de vasos de vino; cercadme de manzanas, que enferma estoy de amor.
6. La izquierda suya
debajo de mi cabeza, y su derecha me abrace.
7. (ESPOSO:) Conjúroos,
hijas de Jerusalén, por las cabras, o por los ciervos monteses del campo, si
despertáredes o velar hiciéredes a la Amada hasta que quiera.
8. (ESPOSA:) Voz de mi
Amado [se oye]. Helo, veisle, viene atravancando por los montes y saltando por
los collados.
9. Semejante es mi Amado
a la cabra montés, o ciervecito. Helo [ya está], tras nuestra pared, acechando
por las ventanas, mirando por los resquicios.
10. Habló mi Amado, y
díjome: Levántate, Amiga mía, galana mía, y vente.
11. Ya ves; pasó la
lluvia y el invierno fuese.
12. Los capullos de las
flores se muestran en nuestra tierra; el tiempo del cantar es venido; oída es
la voz de la tórtola en nuestro campo.
13. La higuera brota sus
higos, y las pequeñas uvas dan olor. Por ende, levántate, Amiga mía, hermosa
mía, y ven.
14. Paloma mía, puesta
en las quiebras de la piedra, en las vueltas del caracol, descubre tu vista,
hazme oír la tu voz; que la tu voz dulce y la tu vista amable.
15. (ESPOSO:) Prendedme
las raposas pequeñas, destruidoras de viñas, que la nuestra viña está en
cierne.
16. (ESPOSA:) El Amado
mío para mí, yo para él que se apacienta entre las azucenas.
17. Hasta que sople el
día y las sombras huigan; tórnate, semejante, Amado mío, a la cabra, o al corzo
sobre los montes de Bethel.
Declaración
Prosiguen en el
principio de este capítulo el Esposo y la Esposa en su amorosa porfía de loarse
el uno al otro cuanto más pueden, y después en el proceso refiere algunas cosas
la Esposa, que ya en los pasados días le habían acontecido con su Esposo.
Estas palabras están así
que se pueden entender indiferentemente del uno de los dos; pero más a
propósito es que las diga la Esposa, que, por ser mujer, tiene más licencia
para loarse, y que vengan dependientes y hagan una sentencia con lo que acaba
de decir en el fin del primer capítulo: Nuestro lecho florido y nuestra casa
de ciprés. Añade: Yo rosa del campo, por que todo ello convide
y persuada más a que el Esposo la ame más y acompañe y en ningún tiempo la
deje.
Yo
rosa del campo: la palabra hebrea es jabachélet, que, según los
más doctos en aquella lengua, no es cualquiera rosa, sino una cierta especie de
ellas en la color negra, pero muy hermosa y de gentil olor. Y viene bien que se
compare a ésta, porque, como parece en lo que habemos dicho, la Esposa confiesa
de sí que, aunque es hermosa, es morena.
Azucena
de los valles. Esto dice la Esposa del Esposo, como si más
claro dijese: «Yo soy rosa del campo, y tú, Esposo mío, lilio del valle». En lo
cual muestra cuán bien diga la hermosura del uno con la belleza del otro, y
que, como se dice de los desposados, son para en uno; como lo son la rosa y el
lilio, que juntos crece la gentileza de entrambos y agradan a la vista y dan
olor más que cada uno por sí. Demás que siendo entrambas rústicas flores,
cuadra bien la una con la otra, que la una es rosa del campo y la otra lilio de
los valles, donde la naturaleza es la hortelana, que por estar el lugar más
húmedo, está más fresco y de mejor parecer.
Lo que traducimos azucena o lilio, en el hebreo
está sosanot,
que quiere decir flor de seis hojas. Cuál sea o cómo se llama acá no está bien
averiguado, ni va mucho en ello, y de aquí es que a las veces la llamamos
azucena, a las veces alhelí, o violeta.
2. Como azucena entre espinas.
Lo que dice entre las hijas,
es como decir entre todas las doncellas, por propiedad de aquella lengua, que,
cuando pone esta palabra así a solas, habla de las doncellas solas, y que
cuando le añade otra, como hijas de Jerusalén, significa todas las
mujeres de aquella tierra, siquiera sean casadas, siquiera sean doncellas. Pues
es doncella la Esposa; y de las mujeres las doncellas tienen su hermosura más
entera y más hermosa, y entre todas ellas la Esposa es la que vence.
En el espíritu de esta
letra digno es de considerar que la Iglesia es rosa entre espinas, y no rosa
cultivada y regalada, porque no es obra de los hortelanos del mundo, sino flor
que crece y se sustenta por sola la influencia del cielo, como dice San Pablo:
«Yo planté y Apolo fue el que regó; pero sólo Dios fue el que os sacó a luz y a
crecimiento». Y está cercada de espinas esta rosa por la muchedumbre de las
diversas sectas de infidelidad y herejías y supersticiosas creencias que en
derredor de ella están, las cuales procuran ahogalla. Pero firme y segura es la
promesa del Señor, y entre esos golpes, mientras mayores fueren, tanto más
centelleará la luz de la verdad.
3. Como el manzano entre los árboles
silvestres y campesinos.
Tan grande ventaja haces
tú a los demás hombres. Hermoso árbol es un manzano lleno de hoja y cargado de
fruta; y en esto la Esposa da mayor loor al Esposo del que ella había recibido;
que él la comparó a la azucena, que es cosa hermosa, pero de poco o ningún
fruto; y el manzano, a que ella le comparó, tiene lo uno y lo otro.
Lleva adelante esta
comparación, y como suele un árbol grande y verde, con la hermosura de su fruta
y frescura de sus hojas, convidar a los que le ven a reposar debajo de su
sombra, deseé,
dice, conviene a saber, reposar. Senteme, esto es, conseguí
el fin de mi deseo.
Y su
fruta dulce a mi garganta, en que se declara una
posesión entera y perfecta.
Y, como en decir esto
tornase a la memoria el tiempo pasado de aquellos sus primeros y más dulces
amores, sigue el hilo del pensamiento y cuenta con grandes gracias y blanduras
de afectos mucha parte de sus accidentes: la posesión de sí, que le dio el
Esposo; cómo ella se le desmayó entre los brazos; los regalos que recibió de
él, estando así desmayada, con otras cosas de grande afición, terneza y
blandura. Y así dice:
4. Metiome en la cámara del vino.
Ya dijimos que en el
vino se declara en la Escritura todo lo que es deleite y alegría. Así que
entrar en la cámara del vino es aposentarse y gozar, no por partes, sino
enteramente, de toda el alegría mayor; que, cuanto toca a la Esposa, consistía
en los grandes regalos y muestras de entrañable amor que recibía de su Esposo.
Y, por tanto,
añade: la
bandera suya en mí, amor. Que se puede sentir en dos maneras: traer bandera,
en la propiedad hebrea, como después veremos, es señalarse alguno y aventajarse
en aquello de que se trata; como es señalado el alférez que la lleva entre
todos los de aquel escuadrón. Y según esto quiere decir: «enriqueció al Esposo
mi alma de alegría, hízola señora de un invencible contento, y esto porque en
ninguna cosa quiso señalarse y aventajarse tanto como en amarme».
O digamos, y es lo
mejor, que la Esposa diga o dice: «metiome en la bodega del vino y yo le seguí;
que como los soldados siguen su bandera, así la bandera que a mí me lleva tras
sí y a quien yo sigo es el su amor. De donde se sigue que cualquiera que no está
fuera de seso de hombre, ame a quien sabe que le ama, y amándole, que se fíe de
él, y fiándose, que se deje llevar sin sospecha y sin recelo por donde el otro
quisiere; porque el amor siempre es puerto de la confianza, y el que es amado
entiende bien que el que le ama no le lleva sino adonde le cumple para su
provecho. Y eso es lo que dice la Esposa, que, sabiendo ella cómo su Esposo la
amaba se dejó llevar y guiar de este amor segura; y su Rey y Esposo que la
llevaba la metió en la bodega, donde le hizo particulares mercedes y
beneficios, que fueron una nueva yesca para acrecentalle el amor; que cierto es
que los dones y beneficios, aunque no son causa del nacimiento del verdadero
amor todas las veces, a lo menos son parte de su crecimiento, y son como el
mantenimiento con que se sustenta y conserva.
La flaqueza del corazón
humano no tiene fuerzas para sufrir ningún extremo de alegría o de dolor,
ninguna extremada afición, siquiera esta sea de tristeza, siquiera de dolor o alegría.
Pues así con el sobrado gozo que recibió con los favores de su Esposo, se
desfalleció la Esposa. Y por estas palabras pidió el remedio a su
desfallecimiento; en que declaró su mal con mayor gracia que si por claras
palabras explicara el gozo de esta manera: «Vencido de gozo el corazón y el
deseo, hállome desmayada. Esforzadme con buenos vinos y cosas olorosas para que
revoque el corazón en su fuerza y torne en sí el enfermo con tales socorros». Y
así, en decir esforzadme se
da a entender el desfallecimiento de su fuerza, que se iba a caer, y lo que
dice que está enferma, no es la enfermedad propia del cuerpo, sino una grave
aflicción del ánima, que la aflige de alguna cosa y de aquí se sigue el
desfallecer el cuerpo. Así declaran la palabra hebrea asisot los más doctos
en aquella lengua, aunque el texto vulgar traslada flores.
Lo uno y lo otro es cosa
de recreación para el que está enfermo; aunque los vasos de vidrio aquí hanse
de entender llenos de vino, como lo advierten los escritores, para que con su
olor y sabor tornase en sí el corazón desmayado.
Prosigue la enamorada
Esposa demandando socorros para su desmayo. El natural remedio para los que se
desmayan de amores es verse juntos y asidos a los que aman y que les muestren
favor y señal de amor; porque de allí les viene su trabajo, y de lo mismo les
ha de venir su remedio y descanso. Y así la Esposa, estando ya caída en el
desmayo, pide a su Esposo que se llegue a ella, y la sustente y ciña con sus
brazos. Y no fue en esto negligente el Esposo en lo que dice la Esposa, que el
Esposo, visto su desmayo, acudió luego y la tomó en sus brazos; que se hace,
conforme ella pide, poniendo el brazo izquierdo debajo de la cabeza, y
abrazando con el brazo derecho. Porque es natural después del desmayo seguirse
el sueño, con que torna en sí y se repara la virtud cansada con la pasada lucha
Hemos de entender que se
le adurmió en los brazos la Esposa; y él, poniéndola en el lecho mansamente
guárdale el sueño, como es propio del amor; y dice que se volvió a los
circunstantes, y los conjuró por lo que más quieren, que le guarden el sueño y
la dejen reposar.
Estas personas a quien
conjura eran las compañeras que se finge aquí traía consigo la Esposa, y éstas
eran cazadoras, según parece en la conjuración que el Esposo les hace; y es muy
conforme a la imaginación que se prosigue en este libro, porque de la Esposa,
pastorica, las compañeras han de ser rústicas y que tengan ejercicio en el
campo, como es ser pastoras y cazar. Este era uso de la tierra de Asia,
principalmente hacia Tiro y en aquellas comarcas de Judea, que las vírgenes se
ejercitasen en la caza; y así las requiere y juramenta el Esposo, diciendo:
«Ruégoos hijas de Jerusalén, así os vaya bien en la caza, así gocéis de las ciervas
y hermosas cabras monteses, que no despertéis a mi Amada, hasta que ella de
suyo despierte».
Esta es comunísima
costumbre de todos los buenos autores, y aun de todas las gentes, loar la
felicidad o desgracia del estudio o ejercicio del otro, cuando le quieren rogar
algo o le desean mal; como a uno que estudia le decimos: «Así os haga Dios un
gran letrado»; y a uno que pretende dignidad: «Así os veáis un gran señor»; y
al marinero: «Así os dé Dios buenos viajes»; y en esta manera en todos los
demás.
Es el cuidado del amor
tan grande y está también tan en vela en lo que desea, que de mil pasos lo
siente, entre sueños lo oye y tras los muros lo ve. Finalmente, es de tal
naturaleza el amor, que hace obras en quien reina, diversas mucho de la común
experiencia de los hombres; y por esto los que no sienten tal efecto en sí no
creen, o les parecen milagros o, por mejor decir, locuras, ver y oír las tales
cosas en los enamorados. Y de aquí resulta que los autores que tratan de amor
son mal entendidos y juzgados por algunos autores de devaneos y disparates. Por
lo cual un antiguo poeta de nuestra nación, muy enamorada y muy honesta, hizo
el principio de sus canciones diciendo en su lengua esta misma sentencia:
No vea mis escritos
quien no es triste,
O quien no ha estado
triste en tiemp0 alguno.
Así que las extrañas cosas que sienten, dicen
y hacen los que aman, no se pueden entender de los libros de amor; de donde
será forzoso que muchas cosas de este libro sean oscuras, así al expositor de
él como a los demás que en el divino amor están fríos y tibios; y, por el
contrario, será muy claro todo al que tuviere en sí la sentencia de esta obra,
y ninguna cosa le parecerá imposible ni disparatada.
Vemos aquí que la
Esposa, cansada del trabajo pasado, está durmiendo, y con todo eso, en el punto
que su Esposo habla, siente su voz y la conoce sin errarla, y se avisa de su
venida, diciendo: Voz
de mi Amado se oye. Bien muestra en la manera de las palabras así
cortadas el alboroto de su corazón. Esto pasó así, y la Esposa lo relata agora
que el Esposo, con el cuidado de su enfermedad, volvió luego a ver si reposaba
y hacerle compañía y, si quisiese esforzarse, a convidalla se saliese al campo,
que por ser el principio de la primavera, ya está fresco y muy florido y le
sería gran remedio para su tristeza y enfermedad. O digamos que fue como sueño
o imaginación, que, a causa de grande amor, la Esposa se fingió a sí misma,
pareciéndole que veía ya a su Esposo y le hablaba; como es cosa natural a los
que aman o tratan de algún negocio avisadamente, traerles los sueños
imaginaciones semejantes; pues agora, como he dicho, va refiriendo lo que
entonces vio y habló medio entre sueños por las mismas palabras que he dicho.
Pues dice: veisle,
viene atravesando por los montes y saltando por los collados.
9. Semejante es mi Amado a la cabra
montesa, o ciervecico. Helo ya está tras nuestra pared, acechando por las
ventanas, mirando por los resquicios.
Propio es de los que
sueñan o imaginan con desatino alguna cosa, antojárseles que ven así lo ausente
y que está lejos, como lo cercano y presente, juntando cosas diferentes y de
diversos tiempos, como si todo fuese un mismo negocio. Está en su lecho
desmayada la Esposa, y parécele que ve a su Esposo venir volando por los montes
y por los collados, como si fuese una cabra o un corzo, animales ligerísimos.
Es prestísimo Dios en
dar favor a los suyos.
Veisle,
ya está tras la pared, acechando por las ventanas, descubriéndose por las
celosías: Todo este mostrarse, esconderse, no entrar
de rondón, sino andar acechando ora por una parte, ora por otra, es natural de
los muy requebrados; y son unos regalos y juegos graciosísimos del amor, que es
como una prueba del mutuo amor que se tienen los amantes, lo cual se pone aquí
con gran propiedad y hermosura de palabras. Así que, cuando ella lo ve por
entre las puertas, él de presto se quita de allí y corre a mostrarse por las
saeteras de la casa; y de allí, siendo visto, se muda a las rejas y se asoma un
poco, y así de un lugar en otro, y en todos ella le sigue y alcanza con la
vista. Y esto es muy común acá, cuando uno se esconde, burlando, decirle el
otro: «¡Ah! Bien te veo la cabeza; veo agora los ojos por entre las puertas.
¡Oh!, que ya se ha quitado. Helo, helo allí, por la ventana asoma». Y, como
hemos visto, estas cosas, aunque parecen niñerías, no lo son en los amantes,
porque ellos estiman unas cosas de que los otros hacen poco caso; y las cosas
en que otro se recrea o precia, a ellos dan fastidio.
Mostrándose
por las ventanas. En la propiedad de su lengua se toca en
estas palabras una gentil comparación, que en nuestra lengua no se siente.
Donde decimos mostrándose,
la palabra hebrea es mechich,
que viene de chich,
que es propiamente el mostrarse la flor cuando brota, o de otra manera se
descubre. Pues como suelen los claveles asomar por los agujeros pequeños de los
encañados que los cercan, así imagina y dice que el Esposo, más que el clavel y
que la rosa bella se descubría, ya por una parte, ya por otra.
10. Hablado ha mi Amado, y díjome.
Cuenta lo que le dijo, o
por mejor decir, soñó que le decía su Esposo: Levántate, Amiga mía, galana mía y
vente [11.] Ya ves; pasó el invierno, cesó la lluvia, fuese. [12.] Descubre flores
la tierra. Los capullos de las flores se muestran; el tiempo del cantar es
venido; oída es la voz de la tórtola en nuestro campo. [13.] La higuera
brota sus higos, y las uvas pequeñas dan olor. Por ende, levántate, Amiga mía,
hermosa mía, y vente. Y haciendo de todo una sentencia
seguida, convida en este lugar a la Esposa al gozo de sus amores; y porque él
anda en el campo, que es lugar para el amor mejor que otro, pídele que se salga
a él, poniéndole para movella el amor que la tiene en regaladas palabras
de Amiga y
de galana;
y la sazón del verano, que es tiempo fresco y apacible, y muy aparejado para
tratar amores, y así dice: Levántate, amiga mía, galana mía, y vente. En
decir levántate,
se entiende que estaba acostada y indispuesta; y así le dice que se esfuerce y
se salga con él para su salud a gozar de la hermosura y frescor del campo, a
que tienen natural afición los corazones enamorados; que con la nueva venida
del verano, estaba deleitosísimo, lo cual pinta poéticamente por apacibles
rodeos y deseos.
Dice pues: Ya ves, pasó el
invierno, pasó la lluvia, fuese, etc. Todas son condiciones de
la primavera. El
tiempo de cantar (que es el mes de marzo o abril) es venido; La voz de la
tortolilla, (que es ave que suele venir con el verano, como las
golondrinas) es
oída en nuestro campo.
Las
uvas pequeñas dan olor; esto es, están, como
decimos en español, en cierne. Y haciendo de todo una sentencia seguida, será
como si dijese: «Levántate, amor mío, de ahí donde estás en tu cama acostada, y
vente; no tengas temor a la salida, porque el tiempo está muy gracioso; el invierno
con sus vientos y sus fríos, que te pudiera fatigar, ya se fue; el verano, como
se ve por todas sus señales, es ya venido; los árboles se visten de flores, las
aves entonan sus músicas con nueva y más suave melodía; y la tortolica, ave
peregrina, que no invierna en nuestra tierra, es venida a ella y la hemos oído
cantar; la higuera brota ya sus higos, las vides tienen pámpanos y huelen a su
flor; de manera que por todas las señas se descubre ya el verano; la sazón es
fresca y el campo está hermoso; todas las cosas favorecen a tu venida y ayudan
a nuestro amor, y parece que la naturaleza nos adereza y adorna el aposento.
Por eso, levántate, Amiga mía, y vente».
14. Paloma mía, puesta en las quiebras de
la piedra, en las vueltas del caracol, etc.
Todas son palabras de
amor y de requiebro, que, continuando su cuento, dice la Esposa haber dicho el
Esposo. Declara, pues, en esto el Esposo a la Esposa la condición de su amor, y
cómo se ha de haber con él en este oficio de amarlo, y trae para ello una gentil
semejanza de las palomas, cuya propiedad sabida, quedará claro este lugar.
Hanse de tal manera las
palomas en su compañía que, desque una vez se hermanan dos, macho y hembra,
para vivir juntas, jamás deshacen la compañía, hasta que el uno de ellos falta;
y tal, que no la basta el amor y lealtad que de naturaleza le tiene, sino que
también sufre muchas riñas e importunos celos del marido. Porque esta ave es la
que mayores muestras de celos da, y así, en viniendo de fuera, luego hiere con
el pico a su compañera, luego la riñe, y con la voz áspera da grandes indicios
de su sospecha, cercándola muy azorado y arrastrando la cola por el suelo; y a
todo esto ella está muy paciente, sin se mostrar áspera. Y estas aves, entre
todos los animales brutos, muestran más claro el amor que se tienen ser de
grande fuerza, así por el andar siempre juntos y guardarse la lealtad el uno al
otro y con gran simplicidad, como por los besos que se dan y los regalos que se
hacen después de pasadas aquellas iras.
Pues de esta manera misma
notifica el Esposo a la Esposa que se han de haber entrambos en el amor; y así
le dice: «Ven acá, compañera mía, que ya es tiempo que juntemos este dulce
desposorio; sabed que yo soy palomo, y vos habéis de ser paloma; y paloma no de
otro palomo, sino paloma mía y Amada mía, y yo Amado y compañero vuestro. Este
amor ha de ser firme para siempre, sin que cosa alguna jamás lo disminuya; y
con todo eso yo os tengo de pedir celos. Y porque, aunque haya muchas palomas
en un lugar, cada par vive por sí, ni ella sabe el nido ajeno ni el palomo
extraño le quita el suyo, es razón que nosotros nos apartemos a nuestra
posadilla aparte. Por eso, veníos al campo, paloma mía; aquí en esta peña hay
unos agujeros muy aparejados para nuestra habitación; aquí hay unas cuevas en
esta barranca alta; aquí me mostraron los palominos vuestra vista, aquí os oiga
yo cantar, que aquí me agradáis y en esta soledad vuestra vista me es muy
bella, y vuestra voz suavísima».
Dice: Paloma en las quiebras de la piedra,
porque en semejantes lugares las palomas bravas suelen hacer su asiento. Aunque
en lo que dice, en
los escondrijos del paredón, hay deferencia, que algunos
trasladan en
las vueltas del caracol. Por lo uno y por lo otro se entiende un
edificio antiguo y caído, como suele haber por los campos, donde las palomas y
otras aves acostumbran hacer nido.
15. Prendedme las raposas pequeñas
destruidoras de las viñas; que la nuestra viña está en flor, pequeñas uvas.
Estas palabras se pueden
entender, o que las diga el Esposo o que las diga la Esposa. Declarémoslas
primero en persona de la Esposa, y después seguiremos el otro sentido.
Ufana, pues, la Esposa y
muy regalada con los favores y dulces palabras que le acaba de decir su
querido, viene en este lugar a ser movida de un afecto que es muy común a los
regalados, en teniendo delante de sí a quien les ama y regala. Declararlo hemos
por este ejemplo: cuando una madre estando ausente de su niño, y en viniendo
luego pide por él y le llama y abraza, mostrándole aquella ternura de regalo que
le tiene, lo primero que él hace es quejarse de quien le ofendió en su
ausencia, y con unos graciosos puchericos relata, como puede, su injuria y pide
a la madre que le vengue. Lo mismo hace una esposa o mujer casada, que mucho
ama a su marido y le ha tenido ausente, que luego se regala quejándose de las
desgracias que en su ausencia le han sucedido. Este afecto muestra aquí la
Esposa, luego que se ve acariciada y regalada con el llamar de su Esposo, y en
lo demás que le dijo. Quéjase de la cosa que más le ofende, y es que como ella
tenía una viña, que arriba hemos visto, la cual preciaba mucho y veía que las
viñas estaban en cierne y comenzaba a quedar limpio el agraz, tiene gran temor
que las raposas se la echen a perder; y quejándose de la mala casta dañadora,
demanda socorro al Esposo y a los pastores, sus compañeros, diciendo: Cazadme las
raposas pequeñas.
Y en decir pequeñas,
guarda bien la propiedad de la naturaleza; porque cuando las viñas están en
agraz, y antes que comiencen a madurar, entonces las raposillas de las camadas
se crían, y éstas hacen después muchos daños a las viñas, porque son muchas y
van juntas, y como por su poca fuerza no se atreven a hacer mal y salto en los
ganados pequeños, ni en las gallinas, ni en las otras cosas que los raposos
viejos cazan y destruyen, vanse a las viñas, donde hay menos concurso de
hombres y de perros, y ellas son menos vistas por la espesura de las hojas y
pámpanos, y hacen mucho daño; y por eso pide la Esposa que las prendan y maten
y esto ahora que son aún pequeñas, que será más fácil que después. Y así
dice las
raposas; y declarándose más, añade: las raposas pequeñas.
Porque dijo que su viña
estaba en cierne, y con esto se acordó del daño y mal que, estando en tal
sazón, podrían hacer en ellas las raposas; o porque como se imagina, en este
intermedio, alguna corriendo le pasó por delante, parécele a la Esposa que deja
el Esposo su plática y va tras la raposa diciendo a voces a sus compañeros: «¡A
la raposa, a la raposa!, que son destrucción de las viñas, y la nuestra está en
flor»; y como le ve ir, ruégale que se vuelva luego, diciendo
16. El Amado mío es mío, y yo soy suya,
que apacienta entre las azucenas.
El
Amado mío y yo a él. Es manera de llamar, como si dijese.
«Amador y Amado mío, tú que apacientas entre las azucenas tu ganado hasta la
tarde, vuélvete luego volando como un corzo».
Algunas palabras de
éstas no carecen de oscuridad.
17. Hasta que sople el día y las sombras
huyan.
Algunos entienden por
esto el tiempo de la mañana, otros el mediodía; y los unos y los otros se
engañan, porque así la verdad de las palabras como el propósito a que se dicen
declaran el tiempo de la tarde; porque siempre, al caer del sol, se levanta un
aire blando, y las sombras que al mediodía estaban como quedas, al declinar de
él crecen con tan sensible movimiento, que parece que huyen. Por donde los
Setenta Intérpretes dijeron bien en este lugar: Hasta que se muevan las sombras.
Como también dijo el poeta, significando la misma sazón de tiempo: «Maioresque cadunt altis de montibus umbrae» (Virgilio, Égloga I).
Y las sombras caen de
las montañas
más largas, y convidan
al sosiego.
Sobre los montes de
Bether. Bether,
es nombre propio de monte así llamado, o el epíteto general de todos los
montes; porque Bether quiere
decir división, y por la mayor parte los montes dividen entre unas y otras
tierras; así que decir montes
de Bether es como decir montes divididores.
Y con estas palabras
tornó en sí la Esposa, y viéndose sola y conociendo su engaño, hace lo que en
el capítulo siguiente prosigue, diciendo:
Capítulo tercero
1. (ESPOSA:) En el mi
lecho en las noches busqué al que ama mi alma; busquele y no le hallé.
2. Levantarme he agora,
y cercaré por la ciudad, por las plazas y lugares anchos, buscaré al que ama mi
alma; busquele, y no le hallé.
3. Encontráronme las
rondas que guardaban la ciudad. Pregunteles: ¿Visteis, por ventura, al que ama
mi alma?
4. A poco que me aparté
de ellas [anduve] hasta hallar al que ama mi alma. Asile, y no le dejaré hasta
que le meta en la casa de la mi madre, y en la cámara del que me engendró.
5. Ruégoos, hijas de
Jerusalén, por las cabras o por los ciervos del campo, que no despertéis ni
hagáis velar el Amor hasta que quiera.
6. (CORO DE PASTORES:)
¿Quién es esta que sube del desierto como columna de humo, de oloroso perfume
de mirra e incienso, y todos los polvos olorosos del maestro de olores?
7. Veis, el lecho de
Salomón; sesenta de los más valientes de Israel están en su cerco.
8. Todos ellos tienen
espadas y son guerreadores sabios, la espada de cada uno sobre su muslo por el
temor de las noches.
9. Litera hizo para sí
Salomón de los árboles del Líbano.
10. Las columnas hizo de
plata, su recodadero de oro, la silla de púrpura y, por el entremedio, amor por
las hijas de Jerusalén.
11. Salid y ved, hijas
de Sión, al rey Salomón con corona con que le coronó su madre en el día de su
desposorio, y en el día de la alegría de su corazón.
Declaración
1. En el mi lecho en las noches.
Natural conocida cosa es
a las mujeres desposadas que bien aman a sus esposos, que en faltándoles de
noche de su casa, les viene mala sospecha, o que no les aman o que aman a
otras; y algunas hay que les da tanto atrevimiento esta pasión, que les hace
querer tener en todo tiempo presente al que aman, y en las noches mucho más;
parte, porque como el sosiego de la noche de su natural desembaraza los
sentidos de otras cosas que los distraen, ocúpase el ánima toda en el
pensamiento del que ama y enciéndese más el amor; y parte porque crecen los
celos pensando que se ayuda de la noche para alguna travesura; y los recelos de
temer no le acontezca algún peligro de los muchos que suelen acaecer y acarrean
las tinieblas. Esta pena que es mezclada de amor y celos escarba el corazón y
le abrasa tanto que llega algunas veces a sacar a una pobre, flaca y temerosa
mujer de su casa, que olvidando su temor y condición, de noche y a solas, ronda
las calles y plazas, y no se satisface con menor diligencia. La cual pasión
vehemente se declara en esta letra, además de los ejemplos que cada día se ven
de esto.
Y porque, como hemos
dicho, el amor bueno ni teme peligro ni para en ningún inconveniente, dice:
Levantarme
he agora, y cercaré por la ciudad y plazas y por los lugares anchos buscaré
al que ama mi alma. Búsquele, y no le hallé. |
Lugares anchos llama a los públicos, que por
el mayor concurso de gentes se edifican siempre más anchos y espaciosos que los
otros. Cuenta en esto Salomón no lo que en hecho pasó por su Esposa, que no es
cosa que pudo pasar, sino lo que podía acontecer, y está bien que acontezca a
una persona común como una pastora perdida de amores por su pastor, cuyas
palabras imita; que es una ficción muy usada entre poetas decir, como he dicho,
no lo que se hace, sino lo que el afecto de que hablan pide que se haga,
fingiendo para ello personas que con más encarecimiento y más al natural lo
podían hacer. Y así lo hace aquí Salomón.
Levantarme
he. Gran fuerza de amor es ésta, que ni la
noche, ni la soledad, ni los atrevimientos de hombres perdidos, que en tales
tiempos y lugares suelen tomar licencia pudo estorbar a la Esposa de que no
buscase a su deseo.
Según el espíritu, se
entiende de aquí el engaño de los que piensan hallar a Dios, descansando, y lo
mucho a que se ha de arriesgar el que de veras le busca.
2. Encontráronme los guardas, los guardas
que rondan la ciudad.
No se espanta ni se
enflaquece el amor por ningún poder humano; y el que es verdadero no trata de
encubrirse de nadie, ni de buscar colores para que los otros no lo entiendan; y
así la Esposa, en viendo a las rondas, les pregunta: ¿Visteis por ventura al que ama mi
alma? Vense aquí dos muy grandes efectos de amor: el uno, que
ya queda dicho, que no se recata de nadie ni se avergüenza de mostrar su
pasión. El otro es una graciosa ceguedad que trae consigo, y es general en todo
grande afecto, en pensar que con decir «¿visteis a quien amo?», estaba ya
entendido por todos como por ella quién era aquel por quien preguntaba.
No dice lo que
respondieron, de donde se entiende no le haber dado buen recaudo a su pregunta;
porque las gentes, divertidas en varios y diversos pensamientos, como son los
públicos, saben poco de esto que es amor con verdad; y porque, según la verdad
del espíritu que aquí se pretende, toda la alteza del saber y prudencia humana,
en cuya guarda y conservación viven los hombres, jamás alcanzaron a dar ciertas
nuevas de Jesucristo.
3. A poco que me aparté de ellas anduve
hasta que hallé al Amado de mi alma.
No pierde la esperanza
el amor, aunque no halle nuevas de lo que busca y desea, entonces se enciende
más; y así la Esposa anduvo, y halló por sí lo que no supieron mostrarle las
otras gentes. Y dice que le halló a poco tiempo que se apartó de las rondas de
la ciudad; que, según el espiritual sentido, es cosa de grande admiración y de
considerar, que antes le había buscado mucho y no le halló, y en apartándose de
las guardas y de la ciudad luego le halló. En que se entienden que en las cosas
más desesperadas y cuando todo el saber e industria humana se confiesa por más
rendida, está Dios más presto aparejado para nuestro favor. Y juntamente con
esto se ve la razón por qué muchos buscan a Cristo muy luengamente por muchos
días y con grandes trabajos no lo hallan, hallándolo otros con más brevedad;
que es porque le buscan, no donde Él está y no le hallan los ostros ni quiere,
sino donde ellos gustan de hallarle, sirviéndole en aquellas cosas de que ellos
más gustan y les coge más en gracia, por ser conformes a sus inclinaciones y
particulares juicios.
Asile,
y no le dejaré hasta que le meta en casa de la mi madre, y en la cámara del que
me engendró. No es amor el que viendo al fin de su
deseo, en alcanzando la voluntad del que ama se entibia y desfallece, que el
bueno y verdadero de allí crece hasta venir a su más alto y perfecto grado; lo
cual se declara en la casa de la Esposa, y en la cámara de su
nacimiento, esto es, reposo y perfecta posesión que trae consigo el acabado y
perfecto y encendido amor. Llama a su casa,
no suya, sino de su madre, y cámara de la que la engendró, imitando en
esto la común manera de hablar de las doncellas, que se usa también en nuestra
lengua castellana, como se ve en diversos cantares.
4. Conjúroos, hijas de Jerusalén.
Esto dice aquí la Esposa
con palabras semejantes a las que el Esposo antes había dicho. Hablando de
ellas entendemos que era de noche, y le traía, después de muy buscado, para que
reposase en su casa, y así ruega a la gente de ella que no le quiebren el
sueño.
Desde aquí hasta el fin
del capítulo hablan los compañeros del Esposo, festejando con voz de admiración
y de loor a los nuevos casados; que es declarar el alegría de los ciudadanos de
Jerusalén, y las palabras que conforme a ello se pudieron decir, cuando la hija
de Faraón entró la primera vez en la ciudad y se casó con Salomón.
Así que esto no trae
mucha dependencia con lo de arriba, antes parece que Salomón aquí, respondiendo
al cuento que llevaba enhilado, se pone a relatar cosas diferentes de aquellas,
o ya muy pasadas, que suelen dar mucha gracia a las escrituras semejantes de
ésta. Si no queremos decir que todo lo que se ha dicho hasta aquí responde al
tiempo que medió entre los conciertos hasta que se celebraron las bodas de los
reyes; en el cual, como suele acaecer, es de creer que hubo muchas demandas y
respuestas de la una parte a la otra, muchos deseos, nuevos afectos y nuevos
sentimientos, los cuales se han declarado hasta aquí por la figura y rodeos que
habemos dicho y visto.
Pues dice: ¿Quién es esta
que sube del desierto? Porque los había muy grandes entre
Egipto, de donde venía la Esposa, y la tierra de Judea; porque se finge, como
dicho es, que ella vido a su Esposo en el campo, y de allí vienen juntos, que,
como después diremos, muchas veces el campo es llamado desierto.
Como
columna de humo: cosa sabida es, así en la Escritura Sagrada
como por las profanas, que la gente de Palestina y de sus provincias
comarcanas, por la calidad de la tierra, usaban de muchos y preciosos olores.
Pues compara a la Esposa a la columna de humo, que llama al humo así por la
semejanza que tiene con ellas, cuando de algún perfume o de otra cosa que se
queme, sube en alto seguido y derecho. Con la cual comparación no la loa tanto
de bien dispuesta y de gentil cuerpo, que esto más adelante se hace
copiosamente, cuanto de la fragancia y excelencia de olor que trae consigo, y
que iguala al más preciado y mejor perfume. Y así dice: Como columnas de humo oloroso y
oloroso perfume de mirra.
6. ¿Veis, el lecho suyo, que es el de
Salomón?
Deja de decir de la
Esposa, y vuelve a loar el palacio y atavíos de cama y doseles de Salomón, que
es desconcierto que da mucha gracia en semejantes poesías; porque responde a la
verdad de lo que acontece a los miradores de semejantes fiestas, que pasan la
vista y los ojos de unas en otras cosas muy diversas, sin guardar en esto
ninguna orden ni concierto; y como el gusto y sabor de mirar les desconcierta
los ojos, así el alboroto del corazón alegre, cuando declara por palabras su
regocijo y trae sin orden ninguna a la boca mil diferencias de cosas, por eso
dice: Veis
el lecho de Salomón, que es decir riquísimo y hermosísimo. Y que
para muestra de grandeza y para mayor seguridad de los que en él descansan,
velan junto a él mucha gente de armas, como es costumbre de reyes, y así dice:
7. Sesenta poderosos en su cerco; de los
más poderosos de Israel; todos ellos tienen espadas y son guerreadores sabios;
esto es, saben de guerra, que es decir son escogidos en fuerzas y saben de
armas, y son bien proveídos de ellas y diestros en ellas para defenderse.
La
espada de cada uno sobre su muslo, que es el
asiento de la espada, por
el temor de las noches, esto es, por los peligros que entonces
suelen acontecer y se temen; para que se entiendan la mucha guarda que pone
Dios en que nadie rompa el reposo de los que en él descansan.
8. Litera hizo para sí Salomón de maderas
de Líbano.
9. Las columnas hizo de plata, su
recodadero de oro, la silla de púrpura y, por el entremedio, amor por las hijas
de Jerusalén.
Pensaba decir del trono
real con palabras de regocijo y admiración. Como diciendo: pues ¿qué me diréis
del trono que ha edificado para sí, en quien la hermosura compite con la
riqueza, que todo él es hecho de plata y oro y de púrpura, por extraña labor y
manera?
Lo que dice, y en medio cubierto
con amor, la palabra, rachup,
quiere también decir encendido;
que es decir, todo él con hermosura y riqueza encendía en amor y codiciosa
afición a las hijas de Jerusalén, esto es, a todos los ciudadanos de aquel
lugar, que, mirando tan rica y excelente obra, la codiciaban.
Pero toda esta belleza
era menos, a la que mostraba el señor de todas estas obras en sus vestidos y
disposición. Y así dice:
10. Salid y ved, hijas de Sión, al rey
Salomón con la corona con que le corona.
Corona significa «gracia»; en la Escritura Sagrada «reino
y mando», por ser tal la insignia de los reyes. Dice que se la dio su madre,
porque Bersabé, madre de Salomón, como parece en el segundo Libro de los Reyes, por su
discreción y buena industria, alcanzó de David que, entre otros muchos hijos
que tuvo, señalase por sucesor a Salomón en todos sus reinos y señoríos.
O corona es (y esto no
me parece menos bien) todo género de atavío y traje galano y de buen parecer, y
que agracia al que lo trae, como la guirnalda, que hace al que la trae en la
cabeza agraciado. Como el mismo Salomón en el capítulo primero de los Proverbios, amonestando al
mozo bozal a que diese atención y creyese a sus palabras, le dice que el
hacello así le será «corona de gracias», conviene a saber, agraciada y hermosa
para su cabeza; esto es, le estará tan bien al alma cuanto cualquiera otro
traje hermoso al cuerpo, por galán y gentil que fuese. Pues cosa sabida es que
el día de las bodas es el día de las galas.
Capítulo cuarto
1. (ESPOSO:) ¡Ay, qué
hermosa eres, Amiga mía; ay, cuán hermosa! Tus ojos de paloma entre tus
guedejas; tu cabello, como un rebaño de cabras que suben del monte Galaad.
2. Tus dientes como
rebaño de ovejas trasquiladas que salen de bañarse, todas ellas con sus crías,
[que] no hay machorra entre ellas.
3. Como un hilo de
carmesí tus labios, y el tu hablar pulido; como cacho de granada tus sienes
entre tus guedejas.
4. Como torre de David
es tu cuello, fundada en los collados; mil escudos cuelgan de ella, todos
escudos de poderosos.
5. Tus dos tetas como
dos cabritos mellizos, que [están] paciendo entre azucenas.
6. Hasta que sople el
día y las sombras huyan, voyme al monte de la mirra y al collado del incienso.
7. Toda eres, Amiga mía,
hermosa, falta no hay en ti.
8. Conmigo del Líbano,
Esposa, conmigo del Líbano te vendrás; y serás coronada desde la cumbre de
Amaná, de la cumbre de Sanir y Hermón, de las cuevas de los leones y de los
montes de las onzas.
9. Robaste mi corazón,
hermana mía, Esposa; robaste mi corazón con uno de los tus ojos, en un sartal
de tu cuello.
10. ¡Cuán lindos son tus
amores! Más que el vino; olor de tus amores sobre todas las cosas aromáticas.
11. Panal que destila
tus labios, Esposa; miel y leche está en tu lengua, y el olor de tus arreos,
como el olor del incienso.
12. Huerto cercado,
hermana mía, Esposa; huerto cercado, fuente sellada.
13. Tus plantas [son
como] jardín de granadas con fruta de dulzuras; juncia de olor y nardo.
14. Nardo y azafrán,
canela, con los demás árboles del Líbano; mirra y sándalo, con los demás
preciados olores.
15. Fuente de huertos,
pozo de aguas vivas y que corren del monte Líbano.
16. ¡Sus!, vuela,
cierzo, y ven tú, ábrego y orea el mi huerto; y espárzanse sus olores.
Declaración
1. ¡Ay, qué hermosa te eres, Amiga mía,
ay, qué hermosa!
Este capítulo no trae
dependencia alguna de lo que arriba se ha dicho, porque todo él es un loor
lleno de requiebro y gracia que da el Esposo a su Esposa, particularizando
todas sus facciones, encareciendo la hermosura de ellas por comparaciones
diversas. En que hay gran dificultad, no tanto por ser la mayor parte ajena y
extraña de nuestro común uso y estilo, y algunas de ellas contrarias, al
parecer, de todo lo que quieren declarar. Si no es, como ya dije, que en aquel
tiempo y en aquella lengua todas estas cosas tenían gran primor; como en cada
tiempo y en cada lengua vemos mil cosas recibidas y usadas por buenas, que en
otra lengua o en otro tiempo no las tuvieran por buenas. O decir, lo que tengo
por más cierto, que, como todo este canto sea espiritual, y los miembros de la
Esposa que en él se loan sean varias y diferentes virtudes que hay en los
hombres justos, explicadas por miembros y partes corporales, la comparación,
aunque desdiga de aquello de quien se hace al parecer, dice muy bien y cuadra
mucho con la hermosura del ánimo que debajo de aquellas palabras se significa.
Pues comienza el Esposo
como maravillándose de la excesiva hermosura de la Esposa, y diciendo una vez y
repitiendo otra, por mayor confirmación y demostración de lo que siente: ¡Ay, qué
hermosa eres, Amiga mía! ¡Ay, qué hermosa! Y porque no se
pueda sospechar que la afición lo ciega, ni se satisface con decillo así a
bulto, desciende en particular por cada cosa, y comienza por los ojos, que son,
como dicen los sabios, donde más se descubre la belleza o torpeza del ánima
interior, y por donde entre las personas más se comunica y enciende la afición.
Son, dice, como de paloma tus ojos. Ya dijimos la
ventaja grande que hacen las palomas de aquella tierra a las de ésta,
señaladamente en esto de los ojos, y como se ve en las que llamamos tripolinas,
parece que les centellean como un vivo fuego y echan de sí sensiblemente unos
rayos de resplandor; y ser así los de la Esposa, es decille lo que los
enamorados a las que aman dicen comúnmente: que tienen llamas en los ojos y que
con su vista les abrasan el corazón.
Entre
tus guedejas. En la traslación y exposición de esto hay
alguna diferencia entre los intérpretes. La voz hebrea chamah, que quiere decir
«cabellos o cabellera», es propiamente la parte de los cabellos que cae sobre
la frente y ojos, que algunas los suelen traer postizos, y en castellano se
llaman lados.
San Jerónimo, no sé por qué fin, entendió por esta voz «la hermosura
encubierta», y así traduce: Tus ojos de paloma, demás de lo que está encubierto;
en que no solamente va diferente del común sentido de los más doctos de esta
lengua, pero también en alguna manera contradice a sí mismo, que en el capítulo
47 de Isaías, donde está la misma palabra, entiende por ella «torpeza y
fealdad», y así la traduce.
Como quiera que sea, lo
que he dicho es lo más cierto, y ayuda a declarar con mejor gracia el bien
parecer de los ojos de la Esposa mostrándose entre los cabellos (algunos de los
cuales desmandados de su orden los cubrían a veces) y con su temblor, les
hacían parecer que echaban centellas de sí como dos estrellas. Y siendo, como
se dice ser, los hermosos ojos, matadores y alevosos, dice graciosamente el
Esposo que de entre los cabellos, como si estuvieran puestos en celada, le
herían con mayor fuerza y más a su salvo hacían más ciertos sus golpes.
Dice más: Tus cabellos
como un rebaño de cabras. San Pablo confiesa que el cabello en
la mujer es una cosa muy decente y hermosa; cierto, es una gran parte de la que
el mundo llama hermosura. Y por esto el Esposo, después de los ojos, ninguna
cosa trata primero que del cabello, que cuando es largo y espeso y bien rubio,
es lazo y gran red para los que se ceban de semejantes cosas. Lo que es de
maravillar aquí es la comparación, que al parecer es grosera y muy apartada de
aquello a que se hace. Fuera acertada si dijera ser como una madeja de oro, o
que competían con los rayos del sol en muchedumbre y color, como suelen hacer
nuestros poetas. En esto ya he dicho lo que siento y particularmente aquí digo
que si se considera, como es razón, no carece esta comparación de gracia y
propiedad, habido respeto a la persona que habla y a lo que especialmente quiere
loar en los cabellos de esta Esposa. El que habla es pastor, y para haber de
hablar como tal no puede ser cosa más a propósito que decir de los cabellos de
su amada que eran como un gran hato de cabras, puestas en la cumbre de un monte
alto; mostrando en esto la muchedumbre y color de ellos, que eran negros y
relucientes como lo son las cabras que pacen en aquel monte. Señaladamente digo
negros, porque de aquella color eran muy preciados entre las gentes de aquella
tierra y provincia, como lo son ahora en muchas partes, según que diremos
después. Pues dice así: como las cabras esparcidas por la cumbre del monte
Galaad le adornan y hace que parezca bien, el cual sin ellas parece un peñasco
seco y pelado, así los cabellos componen y hermosean su cabeza con gentil color
y muchedumbre.
Semejante es la
comparación que se sigue:
2. Tus dientes, como un hato de ovejas
trasquiladas, que salen de bañarse.
Esta comparación, demás
de ser pastoril, y por la misma causa muy conveniente a la persona que la dice,
es galana y digna, de gran significación y propiedad al propósito a que se
dice. La bondad y gentileza de los dientes está en que sean debidamente
menudos, blancos, iguales y bien juntos, lo cual todo se pone en esta
comparación como delante de los ojos: el estar juntos y ser menudos, en decir
que son como un hato de ovejas, que van así, siempre apiñadas; la blancura,
porque salen de bañarse; y la igualdad, en decir que no hay enfermiza ni
estéril en ellas. Basta la fealdad sola de la boca para hacer fea a una mujer,
aunque todo el rostro sea hermoso y la boca fea; ninguna cosa le afea más que
los malos dientes. Así que en esta parte la Esposa queda bien loada.
Donde decimos trasquiladas la
palabra hebrea es kechubot,
que viene de kachab,
que es cortar por regla y a la iguala, y así quiere decir trasquiladas a una
misma medida y regla, y del todo iguales, que declara la igualdad de los
dientes que he dicho, a que se compara el estar juntos y ser menudos, en decir
que son como un hato de ovejas, que van así siempre juntas y apiñadas.
De los dientes sale a
los labios, que para ser hermosos han de ser delgados, y que viertan sangre, lo
cual así lo uno como lo otro declaró maravillosamente diciendo:
3. Como hilo de carmesí tus labios;
añade luego, y
el tu hablar polido.
Lo cual viene muy
natural con los labios delgados, como cosa que se sigue una de otra. Porque,
según dice Aristóteles, en las reglas de conocer calidades de un hombre por sus
facciones, los labios delgados son señal de hombre discreto y bien hablado, y
de dulce y graciosa conversación.
Compara las sienes, que en una mujer hermosa
lo suelen ser mucho, a cacho de granada, o por mejor decir, a granada partida,
por la color de sus granos, que es mezclada de un blanco y de un colorado o
encarnado muy sutil, cual es la color que se ve en las sienes delicadas y
hermosas, que por la sutileza de la carne y cuero que hay en aquella parte y
por las venas que a esta causa se juntan, se descubren más allí que en otra
parte, se tiñe lo blanco y da gran contentamiento a los que la miran.
Las sienes en hebreo se
llaman rakah,
que es como decir flacas y delgadas, porque lo son más que ninguna otra parte
del cuerpo.
Entre
sus guedejas, esto es, que se descubren y echan de ver
entre los cabellos.
Compara el cuello de la
Esposa a una torre mostrando en esto que es largo y derecho y de buen aire, que
es en lo que consiste ser hermoso.
Pero hay gran diferencia
en lo que se le añade, puesta
en el cerro o collado, que la palabra hebrea se declara
diversamente por diversos autores. Unos dicen que es «collado o lugar alto»;
otros, «cosa que enseña el camino a los que pasan»; y otros dicen ser lo mismo
que «cerca o barbacana», y todo aquello con que se fortalece alguna cosa. Y
cierto es que se halla en esta significación en el libro de Josué, en el capítulo
once, adonde se dice que Josué dejó en pie no solo las ciudades que había
conquistado por fuerza de armas, pero todas aquellas que estaban bien cercadas
y fortalecidas, las cuales dicen por la palabra hebrea ya dicha.
Lo que a mí me parece
más acertado en este lugar, para abrazar todas estas diferencias ya dichas, es
trasladar así: Tu
cuello como torre de David puesta en atalaya; que es decir en lugar
alto y fuerte, y que sirve de descubrir los enemigos, si vienen, y mostrar el
camino a los que pasan; y por el oficio de que sirve y el sitio que tiene, de
necesidad ha de ser cosa fuerte. Dice de David, que es decir de
las que edificó David. Y no hace la comparación en torre edificada en llano,
sino en la que está puesta en atalaya y lugar alto, porque lo está así el
cuello sobre los hombros.
Mil
escudos cuelgan de ella, esto es, de la torre.
Todos
escudos de valientes. Que es de gente de armas que está allí de guarnición.
En esto de los escudos no es menester decir que se hace comparación al cuello o
alguna parte de él, sino como hizo mención de la torre, es un divertirse a
contar algunas condiciones de ella, aunque no venga mucho con el propósito que
espiritualmente se trata; lo que es una cosa muy usada y muy graciosa en los
poetas. Si no queremos decir que los escudos colgados de la torre responden a
las cadenas y collares que hermoseaban el cuello de la Esposa, así como a la
torre de los escudos.
5. Tus dos pechos, como dos cabritos
mellizos, [que están] paciendo entre las azucenas.
No se puede decir cosa
más bella ni más a propósito que comparar las tetas hermosas de la Esposa a dos
cabritos mellizos, los cuales, demás de la ternura que tienen por ser cabritos
y de la igualdad por ser mellizos, y demás de ser cosa linda y apacible, llena
de regocijo y alegría, tienen consigo un no sé qué de travesura y buen donaire,
con que llevan tras sí y roban los ojos de los que los miran, poniéndoles
afición de llegarse a ellos y de tratarlos entre las manos; que todas son cosas
muy convenientes y que se hallan así en los pechos hermosos a quien se
comparan.
Dice que pacen entre las
azucenas, porque con ser ellos lindos, así lo parecen más; y queda
así más encarecida y más loada la belleza de la Esposa en esta parte.
6. Hasta que sople el día y huyan las
tinieblas voyme.
Soplar
el día y huir las sombras ya he dicho ser
rodeo con que se declara la tarde. Pues dice ahora el Esposo que se va a tener
la siesta y a pasar el día hasta la tarde entre los árboles de la mirra y del
incienso, que es algún collado donde se crían semejantes plantas, que las hay
muchas en aquella tierra. Y el decirle esto agora después de tantos y tan
soberanos loores con que le ha loado, es convidalla abiertamente a que se vaya
con él. Mas vuelve luego la afición y torna a loar las perfecciones de su
Esposa, que son mudanzas muy propias de amor; y dice como en una palabra todo
lo que antes había dicho por tantas y por en tan particular de toda su hermosura.
Que aunque no lo dice
por palabras, porque las de los muy aficionados siempre son cortas, dícelo con
el afecto, y es como si dijese: ¿Mas cómo me apartaré de ti, Amiga mía, o cómo
podré estar un punto sin tu presencia, que eres la misma belleza, y toda tú
convidas y fuerzas a los que te ven a que se pierdan por ti? Por tanto, dice,
vamos juntos, y si es grande atrevimiento y pido mucho en pedirte esto, tu
extremada y jamás vista belleza, que basta a sacar de su seso a los hombres, me
disculpa.
Demás de esto dice que
nos volveremos juntos por tal y tal monte, donde verás cosas de gran contento y
recreación para ti; que es aficionarla más a lo que pide con las buenas
calidades del lugar, diciendo:
8. Conmigo del Líbano, Esposa, te vendrás.
Líbano aquí no es el monte así llamado, de donde se trajo
la madera para el templo y casa de Salomón, de que se hace mención en los Libros de los Reyes, que
este no estaba en Judea; sino es lo que en los mismos libros se llama saltus Libani, «el bosque del Líbano», llamado así por los reyes de
Jerusalén, por alguna semejanza que tenía en árboles, o con alguna otra cosa,
con aquel monte.
9. Robaste mi corazón, hermana mía.
También esto es a
propósito de persuadille lo mismo: que se vaya con él por el amor que le tiene;
y porque le es a él imposible hacer otra cosa, como aquel que está preso, y
encadenado de sus amores. Que es como si dijese: «Pues yo soy tuyo más que mío,
no es justo que te desdeñes de mi compañía; y si el campo y recreación con que
te he convidado, no basta para que te quieras venir tras mí, sabe que yo no me
puedo apartar de ti ni un solo punto, no más que de mi misma alma; la cual
tienes en tu poder, porque con los ojos robaste mi corazón, y con la menor
cadena de las que te adornan tu cuello, me tienes preso».
Y de aquí torna a
relatar, loando y usando de comparaciones nuevas, las gracias y la hermosura de
la Esposa; por el fin, ya dicho, que es demostrar que no puede ir sin ella, y
obligarla así que le siga. Si no queremos imaginar y decir que salió ya y se
fue con él, y así juntos y a solas y cogiendo el fruto de sus amores, encendido
el Esposo, como es natural, con un nuevo y encendido y más vivo amor, y lleno
de un increíble gozo, habla con mayor y más particular dulzura y regalo. Que
esto experimentan cada día las almas aficionadas a Dios, que cuando por secreto
e invisible amor les comunica su gracia, derretidas sus almas de amor, se
requiebran con Él y se desentrañan, diciendole mil regalos y dulzuras de
palabras.
Y esto viene muy bien
con lo que se sigue:
10. ¡Cuán lindos son tus amores!
Que es como si junto con
ellos y enterneciéndose en su amor, le dijese: «¡Hermana mía, querida y
dulcísima Esposa!, más alegría me pone amarte, que es la que pone el vino a los
que con más gusto le beben. Tus ungüentos y aceites, que son las algalias y los
demás olores que traes contigo, vencen a todos los del mundo; en ti, y por ser
tuyos, tienen un particular y aventajado olor. Tus palabras son todas miel, y
tu lengua parece que anda bañada toda en leche y miel; y no es sino dulzura,
gracia y suavidad todo lo que sale de tus labios. Hasta tus vestidos, demás que
te están bien y adornan maravillosamente tu gentil persona, huelen tan bien y
tanto, que pareces con ellos al bello monte Líbano, donde tanta frescura hay,
así en la vista de las verdes y floridas plantas como en los suaves olores que
el aire mezcla»; porque en aquel bosque, como hemos dicho, había plantas de
grande y excelente olor. Que todo lo demás ya está declarado por lo que se ha dicho
en otros lugares antes de éste.
Huerto
cercado. Prosigue en su requiebro el rústico y
gracioso Esposo, y aunque pastor, muestra bien la elocuencia que aprendió en
las escuelas del amor. Así, con una semejanza y otra alaba la belleza extremada
de su Esposa, y declara agora así enteramente y a bulto, toda su gracia,
frescura y perfección, lo cual había hecho antes de agora, particularizando
cada cosa por sí. Que dice que toda ella es como un jardín cerrado y guardado,
lleno de mil variedades de frescas y preciosas plantas y yerbas, parte
olorosas, parte sabrosas a la vista y a los demás sentidos; que es la cosa más
cabal y más significante que se pudo decir en este caso, para declarar del todo
el extremo de una hermosura llena de frescor y gentileza.
Y añade luego otra
semejanza, diciendo que es así agradable y linda, como lo es y parece una
fuente de agua pura y serena, rodeada de hermosas yerbas y guardada con todo
cuidado, porque ni los animales ni otra alguna cosa la enturbie. Las cuales dos
comparaciones propónelas desde el principio como en suma, y luego prosigue cada
una de ellas por sí más extendidamente, diciendo:
Huerto
cercado, esto es, guardado de los animales, que no
le dañen, y tratado con curioso cuidado; que donde no hay cerca, no se puede
guardar jardín; ni menos al amor que vive sin aviso y sin recato no hay que
pedille planta alguna ni raíz de virtud.
Hermana
mía, Esposa, eres tú huerto cercado. Repítelo
segunda vez para encarecer más la significación de lo que dice. Y fuente sellada, que es
cercada con diligencia, para que nadie enturbie su claridad.
Tus
plantas, esto es, las lindezas y grandezas
innumerables que hay, Amiga mía, en este tu huerto que eres tú, son como jardín
de granadas con frutos de dulzuras, que es decir dulces y sabrosas cuales son
las granadas. Adonde también hay cipro y nardo con los demás
árboles olorosos. Y pone un gran número de ellos, de arte que viene a ser un
deleitoso jardín el cual pinta. Y tal dice que es su Esposa; tal su belleza y
gracia; toda ella y por todas partes y en todas sus cosas, graciosa, amable y
alindada, como es el jardín a que la compara; que ni hay en él parte
desaprovechada ni por cultivar que no lleve algún árbol o yerba que la
hermosee; ni de los árboles o yerbas que tiene, hay alguna que no sea de grande
deleite y provecho, como diremos de cada una.
Que, según la verdad del
espíritu, es mucho de advertir que en el justo y en la virtud están juntos
provecho y deleite y alegría con todos los demás bienes, sin haber cosa que no
sea de utilidad y valor; y que no sólo tiene y produce fruto que deleite el
gusto y con que deleite su vista, sino también posee de hojas y olor de la
buena fama con que recree y sirva al bien de su prójimo. Como lo declara
maravillosamente el real profeta David en el primer salmo, adonde dice del
justo que es como el árbol plantado en las corrientes de las aguas, que da
fruto a su tiempo, que está siempre verde y fresco, sin secarse jamás la hoja.
Y señaladamente es de advertir que todos estos árboles de que hace mención son
de hermosa vista y excelente olor; por lo cual queda confundido el desatino de
los que dicen que las ceremonias y obras exteriores no son necesarias con la
fe, porque lo son mucho para la salud del alma del justo, con la fe que está escondida
en ella y es gran disparate no hacer mucho caso de las buenas y loables obras y
muestras de fuera, que son las hojas y el olor que edifica a los circunstantes.
Cipro. Dioscórides en el capítulo 41 del libro primero pone
dos maneras de él: uno que se trae de la India oriental, es una raíz y
semejante al jengibre, y de esto no se habla aquí. El otro, que es de quien
aquí se hace mención, es un género de junco de alto dos codos, cuadrado o
triangulado, que a la raíz tiene unas hojas largas y delgadas, y en lo alto
hace una mazorca llena de menuda flor, y es aromático y de grandes provechos;
críase junto a lagunas y lugares húmedos, y señaladamente se crían en Siria y
en Cilicia, y en español llaman «juncia de olor» o «avellanado», y en
latín iuncus odoratus.
Nardo; yerba es por el semejante olorosa y provechosa, de ella
hay algunas diferencias; y una de ellas se da muy bien en Siria y Palestina,
según dice Dioscórides. En España en algunas partes se llaman azúmbar.
Canela y cinamomo. Canela es
lo que los griegos llaman casia.
Galeno dice que el cinamomo tiene
una suavidad de olor que no se puede explicar; y es cosa cierta que el cinamomo es una cosa
más delicada en sabor y olor, y de más precio que la casia, aunque se parecen
en muchas cosas; y lo uno y lo otro se trae hoy día de la India de Portugal, y
según parece son diferencias de canela, mejor y más buena.
En el original hebreo,
donde yo volví canela dice kaneh, que algunos
trasladan calamus aromaticus, que es otra yerba diferente de la casia y del cinamomo,
como parece por Dioscórides y por Plinio, que se da en Siria, semejante algo a
la juncia de olor; que es más olorosa que ella, y, quebrada, no se troza, sino
levanta astillas. El cinamomo que
puse está en hebreo kinamón,
que los doctores de la lengua dicen que es cinamomo.
Mirra tómase aquí por el árbol de donde se saca, del cual
dice Plinio, es alto de cinco codos y algo espinoso, y herida su corteza
destila de él una gota a quien se da el nombre del mismo árbol. Sándalo está en
hebreo jalot,
por donde algunos traducen áloe o acíbar, llevados del
sonido de la voz; en lo cual se engañan grandísimamente, porque el acíbar no se
cuenta entre los árboles, sino entre las plantas, y es una planta pequeña de un
tronco y de una raíz y de las hojas gruesas, por lo cual otros traducen sándalo, que es un árbol
hermoso y de buen olor y viene mejor con el intento de la Esposa que es hacer
mención de todas las plantas olorosas y preciadas que suelen más hermosear un
jardín muy gentil. Y así dice: Con todos los demás preciados olores.
Fuente de huertos. Había comparado el Esposo a su querida Esposa, no sólo
a un lindo huerto, sino también a una pura y guardada fuente. Declara agora más
esto segundo, especificando más las calidades de aquella fuente, y dice fuente de
huertos; esto es, tan abundante y copiosa que de ella se saca por
acequia agua para regar los huertos. Pozo de aguas vivas, esto
es, no encharcado, sino que perpetuamente manan sin faltar jamás. Que corren del
monte Líbano, que, como habemos dicho, es monte de grandes y lindas
arboledas frescas, y muy nombrado en la Escritura; para que de esto se entienda
que es muy dulce y muy delgada el agua de esta fuente de que habla, pues nace y
corre por tales mineros.
Con lo cual queda
pintada una fuente con todas sus buenas cualidades, de mucha agua, muy pura,
muy sosegada, muy fresca y muy sabrosa, que jamás desfallece; para que de la
lindeza de la fuente del jardín entendamos la extremada gentileza de la Esposa,
que es como un jardín y una fuente.
16. ¡Sus, cierzo, y ven, ábrego!
Esto es un apóstrofe y
vuelta poética muy graciosa, en la cual el Esposo, habiendo hecho mención y
pintura de un tan hermoso jardín, como habemos visto, prosiguiendo en el mismo
calor de decir, vuelve su plática a los vientos, cierzo y ábrego, pidiéndoles
al uno que se vaya y no dañe y en este su lindo huerto; y al otro que venga y
con su soplo templado y apacible lo recree y le mejore, y ayude a que broten
las plantas que hay en él; que es bendecir a su Esposa y desear su felicidad y
prosperidad. Lo cual es muy natural cuando se ve o se pinta con afición y
palabras una cosa.
Según el espíritu,
significa hacer Dios que cesen los tiempos ásperos y de tribulación, que
encogen y como que marchitan la virtud, y enviar el temporal templado y blando
de su gracia, en que las virtudes, que tienen raíces en el alma, suelen brotar
en público para olor y buen ejemplo y provecho de sus próximos. Y así el
Esposo, en diciendo que su Esposa es un jardín, añade y dice luego: «¡Ay! Dios me guarde el mi lindo jardín de malos vientos; y el
amparo del cielo me lo favorezca, y no vea yo el rigor y el aspereza del
cierzo»; que, como se ve, es un viento dañosísimo, y que por esta causa y por
su demasiado rigor abrasa y quema los jardines y huertos. «Venga
el ábrego, y sople en este huerto mío con airecito templado y suave, para que
con el calor despierte el olor, y con el movimiento se lleve y derrame por mil
partes, por manera que gocen todos de su suavidad y deleite». Y esta bendición
es dicha así y muy graciosamente, por irse conforme a la naturaleza del huerto,
de que se habla. Porque es regla que, cuando bendecimos o maldecimos, o
aborrecemos alguna persona o cosa, la tal maldición o bendición ha de ser
conforme a su oficio o naturaleza de la cosa. Conforme lo hizo David en aquella
lamentación sobre la muerte de Saúl diciendo: «¡Oh montes
de Gelboé!, estériles seáis sin ningún fruto ni planta; privados del beneficio
del cielo, que ni rocío ni agua descienda sobre vosotros».
Capítulo quinto
1. (ESPOSA:) Venga el mi
Amado a su huerto, y coma las frutas de sus manzanas delicadas.
2. (ESPOSO:) Vine a mi
huerto, hermana mía, Esposa; cogí mi mirra y mis olores; comí mi panal con la
miel mía; bebí el vino y la mi leche: comed, compañeros, bebed y embriagaos.
3. (ESPOSA:) Yo duermo,
y el mi corazón vela. La voz de mi querido llama: Abre, hermana mía, compañera
mía, paloma mía, perfecta mía, porque mi cabeza está llena de rocío, y mis
cabellos de las gotas de la noche.
4. Desnúdeme mi
vestidura; ¿cómo me la vestiré? Lavé mis pies; ¿cómo me los ensuciare?
5. Mi Amado metió la
mano por el resquicio [de las puertas], y mis entrañas se estremecieron en mí.
6. Levanteme para abrir
a mi Amado, y mis manos gotearon mirra, y mis dedos mirra que corre, sobre los
goznes del aldaba.
7. Yo abrí a mi Amado, y
mi Amado se había ido, y se había pasado, y mi ánima se me salió en el hablar
de él. Busquele, y no le hallé; llamele, y no respondió.
8. Halláronme las
guardas que rondan la ciudad; hiriéronme; tomáronme el mi manto, que sobre mí
tenía, las guardas de los muros.
9. Yo os conjuro, hijas
de Jerusalén, que si halláredes a mi querido me lo hagáis saber. Que soy
enferma de amor.
10. (COMPAÑERAS:) ¿Qué
tiene el tu Amado más que otro amado, porque así nos conjuraste?
11. (ESPOSA:) El mi Amado,
blanco y colorado; [trae bandera] entre los millares.
12. Su cabeza, oro de
Tibar; sus cabellos, crespos, negros como cuervo.
13. Sus ojos, como los
de paloma junto a los arroyos de las aguas, bañadas en leche junto a la
llanura.
14. Sus mejillas, como
eras de plantas olorosas de los olores de confección. Sus labios, violetas que
destilan mirra que corre.
15. Sus manos, rollos de
oro que viene de Tarsis; su vientre, blanco de Ebur cercado de zafiros.
16. Sus piernas,
columnas de mármol, fundadas sobre basas de oro fino. El su semblante, como el
del Líbano, erguido como los cedros.
17. Su paladar, dulzura;
y todo él, deseo. Tal es mi Amado, y tal es mi querido, hijas de Jerusalén.
18. (COMPAÑERAS:)
¿Adónde se fue el tu Amado, hermosa entre las mujeres? ¿Dónde se volvió el tu
querido, y buscarle hemos contigo?
Declaración
1. Venga el mi Amado a su huerto.
Como acabó de hablar en
huertos el Esposo, la Esposa, avisada de ello, acuérdase de uno que tenía su
Amado, que por ventura es el mismo de que hizo la comparación arriba dicha; y
ruégale que se deje ir donde van, y que se vayan allá juntos a comer de las
manzanas. O, por mejor decir, porque le había hecho semejante a un hermoso
huerto y deleitoso, y ella agora por estas palabras, encubiertas y
honestamente, se le ofrece así y le convida a que goce de sus amores. Como si
más claro dijera: «Pues vos me hicisteis semejante a un jardín bello, ¡oh amado
Esposo!, y dijisteis que yo era vuestro huerto ¡Vos, venid, Esposo mío, coged,
y comeréis de los buenos frutos, que en este vuestro huerto tanto os han
contentado!».
A lo cual responde el
Esposo, diciendo:
2. Vendré a mi huerto, Esposa mía,
hermana mía.
En lo cual dice que,
pues ella le convida con la posesión y con la fruta de su huerto, a él place de
venir a él y hacelle suyo, que por tal le tiene, siendo él y su Esposa, una
misma cosa. Y porque la nombra debajo de figura de huerto, y dice que vendrá a
solazarse en ella, prosiguiendo por las mismas figuras, dice, no por las mismas
palabras sencillas, sino por rodeo y señas, explicando con gentiles palabras
todo lo que suele hacerse en cualquier deleitoso huerto, cuando algunas gentes
se juntan en él para vacarse y tomar solaz; que no solamente cogen olorosas
flores y yerbas, pero también suelen comer o merendar en él o llevan viandas y
vino, y allá cogen de las frutas que hay. Por eso dice el Esposo: Comí mi panal
con mi miel, como si dijera: «Yo verné prestísimo a este mi huerto,
y cogeré la mirra mía con las demás flores que en él se crían; comeremos en él
frutas dulcísimas, a las cuales mi Esposa me ha convidado, y panales de miel,
que allá en el huerto hay, y mucha leche y mucho vino, de manea que os
regocijemos mucho».
Y, como si estuviese ya
en él, convida a sus compañeros los pastores que beban y se regocijen, como
suelen decir los amigos que conciertan de ir a algún jardín: «Iremos
allá, comeremos y regocijarnos hemos hasta embeodarnos». No porque ha de ser
así, sino por un encarecimiento de lo mucho que se desean solazar. Y así
dice: «Comed, compañeros, y bebed hasta que os embeodéis»,
como se suele decir en los convites alegres, cuando con regocijo se convidan
unos a otros. Y esto para declarar el Esposo la determinación y deseo que tenía
de regocijarse y deleitarse con su Esposa, que es aquí la que es señalada huerto, de quien se habla.
La palabra vine, que es del tiempo
pasado, declaramos del tiempo venidero, diciendo yo vendré, y así mismo las
otras comí, cogí, bebí;
cogeré, comeré, beberé, porque es cosa muy usada y recibida en la
Sagrada Escritura poner pasado por futuro, y futuro por pasado. Y esto se ve en
todas las demás promesas que la divina palabra hace por sus profetas, para
demostrar que son tan ciertas como si fuesen ya pasadas y cumplidas; y así en los
Salmos las cosas que se esperan, muchas veces se dicen por tiempo pasado, como
es aquello: «Mi ojo despreció a mis enemigos», por decir que los despreciará.
Ytem, diciendo leche y vino, y panales de miel, a la
letra se guarda el decoro y conveniencia de la persona que habla; porque una
pastora semejantes comidas usa, con el abundancia de ellas se deleita mucho,
como los delicados con las soberbias comidas.
Hase de entender aquí
que, dicho esto, se fue el Esposo, y vino la tarde y se pasó aquel día, y amaneció
otro, y la Esposa cuenta lo que en aquella noche le había acontecido con su
Esposo, que la vino a ver y llamó a su puerta y por poco que se detuvo en
abrirle, se tornó a ir; que fue causa que ella saliese de su casa perdida de
noche y se fuese a buscalle, lo cual todo cuenta y cada cosa en particular con
extraña gracia y sentimiento.
3. Yo duermo, y mi corazón vela.
Dícese del que ama que
no vive consigo más de la mitad, y que la otra mitad, que es la mejor parte de
él, vive y está en la cosa amada. Porque como nuestra alma tenga dos oficios,
uno de criar y conservar el cuerpo, y el otro, que es el pensar e imaginar
ejercitándose en el conocimiento y contemplación de las cosas, que es el mayor
y más particular o principal, cuando este oficio que es de pensar e imaginar,
nunca lo emplea en sí, sino en aquella cosa a quien ama, contemplando en ella y
tratando siempre de ella; solamente obra consigo las obras de su cuerpo aquello
primero, que es un poco de su presencia y cuidado, cuanto es menester para tenerle
en vida y sustentarle, y aun esto no todas veces enteramente. Esto así parece
supuesto y simplemente, sin más filosofar en ello más, nos declara la grandeza
del amor, que en este lugar muestra la Esposa diciendo: Yo duermo, y mi corazón vela.
Porque dice que, aunque duerme, no duerme del todo ni toda ella reposa, porque
su corazón no está en ella, sino en su Amado está siempre; que como se ha
entregado al amor y servicio de su Esposo, no tiene que ver con ella en su
provecho, que el uno querría huir los trabajos del amor; mas el corazón dice:
yo los quiero sufrir. Dice el que ama: grave carga es ésta. Responde el
corazón: llevarla tenemos. Quéjase el amante que pierde el tiempo, la vida y la
esperanza; halo el corazón por bien empleado todo. Y así, cuando el cuerpo
duerme y reposa, entonces está el corazón velando y negociando con las
fantasmas del amor, y recibiendo y enviando mensajes. Y por eso dice: Yo duermo, y mi
corazón vela; que es decir, aunque yo duerma, pero el amor de mi
Esposo y el cuidado de su ausencia me tiene sobresaltada y medio despierta, y
así oí fácilmente su voz.
O podemos decir que
llama al Esposo su corazón,
por requiebro, conforme a lo que se suele decir comúnmente. Y según esto, dice
que, cuando ella reposaba, su corazón, esto es, su Esposo, estaba velando; que
es un lastimarse de su trabajo y mostrar lo mucho que de él es querida. Lo cual
es muy propio a Dios, cuyo amor sumo y ardientísimo con los hombres se va
declarando debajo de estas figuras; que muchas veces, cuando los suyos están
más olvidados de Él, entonces por su grande amor los vela y los rodea con mayor
cuidado.
Voz de mi Esposo. Dice que al punto que ella despide el sueño, (el cual,
por causa de traer alborotado y desasosegado el corazón, tenía ligero), llega
el Esposo y llama a la puerta, cuya voz ella bien conoce, el cual decía
así: Ábreme,
hermana mía..., que todas son palabras llenas de regalo, y que
muestran bien el amor que le traía vencido. Y en este repetir cada palabra y
tantas veces, muestra bien el afecto con que la llama, para moverla a abrir
aquel de quien tanto es amada.
Acabada mía. El amor no halla falta en lo que ama; así lo dice
Salomón: «El amor y caridad encubre mucho la muchedumbre
de los pecados»; esto es, hace que no se echen de ver los defectos del que es
amado, por muchos que sean. Y a la verdad, la Esposa, de quien se habla aquí,
que es la Iglesia de los justos, es en todas sus cosas acabada y perfecta, por el
beneficio y gracia de la sangre de Cristo, como dice el Apóstol. Y por eso
dice acabada mía;
como si dijese: «por mí y por mis manos y trabajo hermoseada y perfeccionada, y
vuelta así linda y hermosa como la paloma».
Y porque no puede sufrir
quien ama de ver padecer a su amado, dice: Que mi cabeza llena es de rocío.
Que es decir, «cata que no puedo estar fuera, que hace gran sereno, y cae grave
rocío del cual traigo llena mi cabeza y cabellos». En que muestra la grande
necesidad que tenía de tomar reposo, y obligar a que abra con mayor brevedad y
voluntad.
Esto decía el Esposo.
Mas ella, así que lo oyó y comenzó a decir entre sí con una tierna y regalada
pereza:
Que es decir: «¡Ay
cuitada! Yo estaba ya desnuda, ¿y tengo de tornarme a vestir? Y los mis pies
que ahora me acabo de lavar, ¿téngalos de ensuciar luego?». En lo cual se pinta
un melindre muy al vivo, que es común a las mujeres, haciéndose esquivas donde
no es menester; y aun muchas veces, deseando mucho una cosa, cuando la tienen a
la mano fingen enfadarse de ella y que no la quieren. Había la Esposa deseado
que su Esposo viniese, y dicho que no podía vivir sin él ni una hora, y
rogándole que venga, y despertando con alegría a la primera voz del Esposo y al
primer golpe que dio a la puerta; y agora que lo ve venido, ensoberbécese y
empereza en abrirle, y hace de la delicada por hacerle penar y ganar aquella
victoria más de él. Y dice, poniendo otras excusas: «Desnudeme
en mi cama mi vestidura, ¿cómo me la tornaré a vestir, que estará fría? Lavéme
mis pies poco ha para acostarme, ¿téngalos ahora de ensuciar poniéndolos en el
suelo?». Que es gentil trueco éste; que viene el Esposo cansado y mojado,
habiendo pasado por el sereno y mal rato de la noche, y ella rehúsa de sufrir
por él la camisa fría. En que, como digo, muestra bien la condición y natural
ingenio de su linaje, que, en lo que más aman y desean, cuando lo ven presente,
cualquiera cosilla que tienen hace que lo estorbe, y hacen mil melindres y
niñerías. Aunque decir esto la Esposa, no entiende que no quiere abrir a su
Esposo, que esto no se sufría en un amor tan verdadero y encendido, sino,
presupuesto que lo quiere y ha de hacer, muestra pesarle que no hubiese venido
un poco antes, que ella estaba vestida y por lavar, para no tener agora que
vestirse y desnudarse tantas veces.
5. El mi Amado metió la mano por entre el
resquicio de las puertas, y mis entrañas se estremecieron en mí.
Dice agora que, como se
detuviese un poco, a lo que se entiende, en tomar sus vestidos, no sufriendo
dilación su Esposo, tanteó de abrir la puerta, metió la mano por entre los
resquicios de ella, procurando de alcanzar el aldaba; y que ella, sintiéndola,
y toda muy turbada en ver su prisa, y como causándole dolor en las entrañas de
la pereza que había mostrado y de su tardanza, así como estaba, medio vestida y
revuelta, acudió a abrir. Y así dice:
6. Levanteme a abrir a mi Amado, las mis
manos destilaron mirra, que corre, sobre los goznes del aldaba.
Presupónese que,
levantándose, tomó cualquiera botecillo de mirra, esto es, de algún precioso
licor confeccionado en ella, para, en entrando recibir y recrear al Esposo con
ella, que venía cansado y fatigado, como se suele hacer entre los enamorados.
Que en todo, aun hasta en esto, guarda Salomón con maravilloso aviso e ingenio
todas las propiedades que hay, así en palabras como en los hechos, entre dos
que se quieren bien, cuales son los que en este su Cantar introduce.
Dice, pues, que con la
prisa que llevaba a abrir a su Esposo, estuvo a punto de caérsele el botecillo;
pero al fin se le volvió en las manos y derramó entre las manos, y sobre los
goznes del aldaba que estaba abriendo.
Mirra
que corre no quiere decir que corrió y se derramó
sobre la aldaba, aunque fue así, como he dicho, sino es decir mirra líquida, a
diferencia de la que ya está cuajada en granos, como es la que comúnmente
vemos. O lo que tengo por más cierto, y más conforme al parecer de San Jerónimo
y de los hebreos, es dicha excelentísima; porque la palabra hebrea hhober quiere
decir corriente,
y que pasa por buena por todas partes; según la propiedad de aquella lengua, es
decir que es muy buena y perfecta y aprobada de todos los que la ven, conforme
a lo que en nuestra lengua solemos decir de la moneda de ley, que es moneda que
corre.
7. Yo abrí al mi Amado, y el mi Amado
etc.
Y dice que por presto
que abrió, ya el Esposo, enojado de la tardanza, se había pasado de largo.
A muy buen tiempo usa el
Esposo del tanto por tanto con su Esposa, porque viendo que ella al principio
no le quiso abrir, dándole casi a entender que no le había menester, él prueba
a abrir la puerta; mas cuando sintió que se levantaba a abrir la puerta y que
venía, quiérele pagar la burla, como si dijese: «Vos quereisme dar a entender
que podéis estar sin mí; pues yo os daré a entender cómo yo puedo más sufrir
sin vos que vos sin mí». Y así se ausenta, no aborreciéndola, sino castigándola
y haciéndola penar un rato entre esperanzas y temores, para que esté más pronta
después y para que juntamente escarmiente.
Dice, pues: Yo abrí a mi
Amado, y no le hallé a la puerta, como pensaba, porque se era ya ido y pasado
de largo. Bien se entiende la tristeza con que la Esposa dice
estas palabras, como aquella que juntamente se halla corrida y triste de su
descuido; y así parecen las palabras como de asombrada y medio fuera de sí, que
la repetición de su decir que se era ido y que se había pasado denota
esto.
Mi
alma se me salió en el su hablar. Esto es,
derritiose el alma en amor y pena, en verle ido; mas yo iré y le buscaré y le
daré voces; henchiré el aire del sonido de su nombre porque me responda y venga
a mí. Mas ¡ay de mí!, que procurándolo no le hallo y llamándole no me responde.
Y así dice: Búsquele
y no le hallé; llamele, y no me respondió. De donde se entiende la
ansia con que quedaba. Y cuenta juntamente las desgracias que tras ello le
acontecieron, buscando a su Esposo, que encontraron con ella las guardas que de
noche guardan y rondan la ciudad; y como entre tales siempre hay capeadores y
ladrones, gente traviesa y descomedida, dice que la hirieron dándole algunos
golpes, como a mujer sola, y que la quitaron el manto o mantellina con que se
cubría, y socorrieron a su pasión con esta buena obra. Y así dice:
8. Topáronme las rondas que rondan la
ciudad, y quitáronme el manto de sobre mí (esto es, con que me cubría) las
guardas de los muros.
Esto ya va dicho así, no
porque aconteciese de esta manera a la hija de Faraón por esta manera que aquí
habla, sino porque a la persona enamorada que aquí representa le es natural
buscar con tanta ansia en todos y en semejantes tiempos a sus amores; y con el
andar de noche, siempre andan juntos tales acontecimientos.
Según el espíritu, es
gran verdad que todos los que con ansia buscan a Cristo y a la virtud
estropiezan siempre en grandes estorbos y contradicciones; y es cosa de grande
admiración que los que tienen de oficio la guarda y vela y celo del bien
público, y en quien de razón había de tener todo su amparo la virtud, estos por
la mayor parte la persiguen y maltratan.
9. Conjúroos, hijas de Jerusalén.
Con la mayor pena que
sentía de no hallar a su Esposo, que le duele más que todo el resto, no echa
mucho de ver ni se agravia del mal tratamiento que de las guardas recibía; y
así, en lugar de quejarse de su mal comedimiento, o de recogerse a su casa y
huir de sus manos, ruega a las vecinas de Jerusalén que la den nuevas de su
amor, si le han visto, y si no que le ayuden a buscarle. Que es propio del
verdadero amor crecer más y encenderse cuando más dificultades se le ofrecen y
peligros se le ponen delante.
Dice más: Y le contaréis
que estoy enferma de amor, conforme a lo que se suele decir
comúnmente en nuestra lengua: «que parece, que me fino de amor». Y es de
considerar que, aunque estaba fatigada de buscarle, y maltratada y despojada
por el descomedimiento de los que la toparon, no les manda decir su congoja, ni
su cansancio, ni el trabajo que ha puesto en su busca, ni los desastres
sucedidos, sino lo que padece por su amor por dos causas: la una, porque esta
pasión, como la mayor de todas, vencía el sentimiento de las demás y las
borraba de la memoria; la otra, porque ninguna cosa podía ni era justo que
pudiese con el Esposo para inducille a que volviese tanto como saber el
ardiente y vivo amor de su Esposa como representalle lo que le amaba y su
enfermedad. Porque no hay cosa tan eficaz, ni que pueda tanto con quien ama
como saber que es amado; que siempre fue el verdadero cebo y piedra imán del
amor.
Este mismo amor induce a
que algunas mujeres de Jerusalén, que la oyeron, parte maravilladas de que una
doncella tan bella, a tal hora, anduviese con tanta ansia buscando a su Amado,
parte movidas a lástima y compasión de su ardiente deseo, le preguntan cuál sea
este su Amado, por quien tanto se queja; y en qué se aventaja a los demás, que
merezca el extremo que hace, buscándole a tal hora, lo cual otra no haría; creyendo,
que esto nacía de grandeza de amor, o de alguna locura, o por ventura por ser
el Amado merecedor de todo esto. Y así dicen:
10. ¿Qué tiene tu Amado más que otro
amado, oh hermosa entre las mujeres? ¿Qué tiene tu Amado sobre otro amado,
porque así nos preguntas?
Que es decir: ¿En qué se
aventaja este que tú amas entre los demás mancebos y personas que pueden ser
queridas? Y esto pregúntanlo por dos causas: la una como pidiéndola razón del
grande y excesivo amor que se le mostraba, que era justo fuese así por alguna
señal de ventaja que hiciese su Esposo entre todos a los demás hombres; lo
otro, para, por las señas que diese, poderlo conocer cuando le viesen. A lo
cual responde:
11. Mi amado, blanco y colorado, trae la
bandera sobre los millares.
Da al principio la
Esposa señas de su Esposo generalmente diciendo que es blanco y colorado; después
va señalando las partes de su belleza cada una en su lugar. Dice, pues: «Sabed, hermanas mías, que el mi Amado es blanco y rojo, porque de
lejos le conozcáis con la luz de estos colores, que son tan perfectos en él,
que entre mil hombres se diferencia y hace raya y lleva la bandera, y por ser
el primero de todos ellos la lleva».
La palabra hebrea
es dagul,
que significa el que lleva la bandera, y así aquí quiere decir el alférez; y con ella por
semejanza puede significar todo lo que se señala en cualquiera cosa, como es
señalado el alférez entre los de su escuadrón, lo cual, por la misma forma se
dice en nuestra lengua. Y así San Jerónimo, atendiendo más al sentido que a la
palabra, tradujo escogido
entre mil. En las cuales palabras se entiende una como encubierta
reprensión a las que la piden señas de su Esposo. Como si dijese: «No hay para
qué os diga quién y cuál es mi Esposo, que, entre mil que esté, se echa de ver
y descubre».
Pero prosigue relatando
sus propiedades, porque es natural del amor deleitarse y como saborearse de
traer siempre en la memoria y en la boca al que ama, por cualquiera ocasión que
sea. Pues dice:
12. Su cabeza como oro de Tibar.
Esto es, su cabeza es
muy gentil, redonda y bien proporcionada, como hecha de oro acendrado, sin
ninguna falta ni tacha. Porque cosa es usada entre todas las lenguas para decir
que cualquiera cosa es perfecta y agraciada, decir que es hecha de oro; y por
esto lo dice la Esposa aquí, y no por ser rubios los cabellos, como luego
veremos ser negros. Porque, en las tierras orientales y en todas las tierras
calientes, tienen por galano el cabello negro, como aún hasta hoy se precian
los moros. Y así añade: Sus
cabellos negros, crespos como cuervo. Y, cierto, al rostro de un
hombre muy blanco mejor le están los cabellos y la barba negros que los rubios,
por ser colores contrarios, que el uno da luz al otro. Dice más:
13. Sus ojos como los de paloma en los
arroyos de las aguas, bañadas en leche.
Ya he dicho que las
palomas de aquella tierra, que agora llaman tripolinas, son de bellísimos ojos;
y parécenlo mucho más con las calidades que añade luego, diciendo en los arroyos; porque,
señaladamente cuando salen de bañarse, les relucen y centellean en gran manera,
y los que las compran suelen con la mano mojada mojalles los ojos, y en aquel
relucir y relampaguear de ellos conocen su firmeza. Y así dice la Esposa que
los ojos de su Esposo son tan hermosos como los ojos de las tales palomas
cuando más hermosos se les ponen, que es cuando se lavan juntos las corrientes
de las aguas donde se bañan y refrescan, y cobran una particular gracia.
Bañadas
en leche, esto es, blancas como la leche, que es la
color que más agrada en la paloma. Reposan sobre la llenura,
quise traducir así por dar lugar a todas las diferencias de sentidos, que los
expositores e intérpretes imaginan aquí, cuan libre está en la lengua original,
donde puntualmente se dice por las mismas palabras. Algunos entienden que llenura debe ser
agua, cuales son los ríos grandes y estanques. Y de este parecer es San
Jerónimo, y traslada que
reposan junto a los ríos grandes y muy llenos; que es repetir sin
necesidad lo mismo que acaba de decir, junto a las corrientes de las aguas.
A otros les parece entender que este lleno,
que se dice aquí, son vasos grandes llenos de leche. Pero es cosa muy ajena y
muy torcida.
Podríase decir que, por
aquella palabra mileot,
que, en lo que suena, significa «llenura o henchimiento» en algunos lugares de
la Escritura, por ella se explica lo que es acabado y perfecto, porque todo lo
tal es lleno en su género, así que se podría decir que estar en la llenura las
palomas, bañadas en leche, es decir que están del todo y perfectamente bañadas,
esto es, que son perfectamente blancas, sin tener mancilla de otro color.
Conforme a esto dirá la letra: Sus ojos como palomas junto a las corrientes de las
aguas, que se bañan en leche, y quedan enteramente bañadas.
El sentido cierto es que
la palabra hebrea que hemos dicho, significa todo aquello que, teniendo algún
asiento o lugar vacío o señalado para su asiento, hinche bien tal lugar que
viene medido con él, como un diamante que iguala bien en su engaste, o una
paloma que hinche bien el agujero de la piedra donde hace su nido. Pues porque
las palomas parecen bien en uno o en dos lugares, o junto a los arroyos donde
se bañan, o puestas en el nido (como se vio arriba, donde, por mayor
encarecimiento o requiebro, el Esposo llama a la Esposa paloma puesta en el agujero del
paredón, esto es, en su nido), por esta causa aquí la Esposa, para
encarecer los hermosos ojos del Esposo, compáralos a los de la paloma, en
aquellos lugares en que están más hermosas y parecen mejor. Así dice: «Son como de palomas junto a las corrientes de las aguas, como de
palomas blanquísimas, que con su gentil grandeza hinchen bien y ocupan y hacen
llenos sus nidos donde reposan».
14. Las sus mejillas como hileras de
yerbas aromáticas y plantas olorosas.
Por las mejillas se
entiende todo el rostro, y todo lo que en español llamamos faces, el cual dice que es
tan hermoso y tan bien asentado, de gentil parecer y gracia, cuanto son y
parecen unas eras de yerbas y plantas aromáticas, puestas por gentil orden y
criadas con cuidado y regalo; como se crían y ponen en Palestina y Oriente,
donde la Esposa habla, y donde se da esta yerba más que en otra parte. Pues
como son hermosas estas yerbas en igualdad y parecer, así lo es, y no menos, el
agraciado rostro del Esposo; y así añade de plantas olorosas.
Dice más: Los labios como
azucenas. Dioscórides, en el capítulo que trata de ellas, confiesa
que hay un género de ellas coloradas como carmesí, y las cuales se entienden en
este lugar ser semejantes a los labios del Esposo, que no sólo eran colorados,
sino olorosos también; y por eso añade: De los cuales destila mirra que corre,
esto es, fina y preciada, como habemos dicho.
Es muy digno de
considerar aquí el grande artificio con que la rústica Esposa loa a su Esposo;
porque los que mucho quieren encarecer una cosa alabándola y declarando sus
propiedades, dejan de decir los vocablos llenos y propios, y dicen los nombres
de las cosas en que más perfectamente se halla aquella calidad de lo que loan,
lo cual da mayor encarecimiento y mayor gracia a lo que se dice. Como lo hace
aquel gran poeta toscano que, habiendo de loar los cabellos, los llama oro, a
los labios rosas o grana, a los dientes perlas, a los ojos luces, lumbres o
estrellas; el cual artificio se guarda en la Escritura Sagrada más que en otra
del mundo. Y así vemos que aquí la Esposa procede de esta manera; porque
diciendo de los ojos que son de paloma, dice más que si dijera que eran
hermosos; y las mejillas como las hileras de las plantas, las loa más que si
dijera parejas e iguales y graciosas.
Y por el mismo tenor
alaba las manos diciendo:
15. Las tus manos como rollos de oro,
llenos de Tarsis.
En lo cual alaba la
gracia y composición de ellas, por ser largas, y los dedos rollizos, tan lindos
como si fuesen torneados de oro; y la piedra tarsis, que se llama así de la provincia
donde se halla, es un poco entre roja y blanca, según la pinta un hebreo
antiguo llamado Abenezra. Y según esto da a entender la Esposa las uñas, en que
se rematan los dedos de las manos, que son un poco rojas y relucientes, como
piedras preciosas de Tarsis. Y, por tanto, las manos en su hechura y con sus
uñas son como rollos de oro rematados en tarsis; que diciendo aquí de las manos
que son como rollos de oro, solamente habla de la hechura y gracia de ellas;
que del color ya ha dicho que son blancas y coloradas cuando arriba dijo mi Esposo es
blanco y colorado.
Luego dice por el mismo
estilo y semejanza de hablar:
El su
vientre, blanco diente adornado de zafiros. Su vientre,
esto es, su pecho y sus carnes, blanco diente, esto es, marfil,
que se hace de los dientes de los elefantes, que son blanquísimos; adornado de
zafiros, que son piedras de gran valor, bermejas algo al parecer;
que es decir, todo él es polido y así lucido y resplandeciente, como una piedra
de marfil blanquísima cercada de piedras preciosas.
16. Las sus piernas, columnas de mármol,
fundadas sobre basas de oro fino.
En que se muestra la
firmeza y gentil postura y proporción de ellas. Y habiendo loado a su Esposo
tan en particular, como habemos dicho y visto, señalando su belleza por sus
partes desde la cabeza hasta los pies, torna, como no bien satisfecha de lo
dicho, ni de las señas dadas, a comprender en breves palabras lo que ha
publicado, y ahora mucho más, diciendo:
El su
semblante como el del Líbano. En que
se muestra con harta significación la majestad, hermosura y gentil postura del
Esposo; como lo es cosa bellísima y de grande demostración de majestad un monte
grande y alto cual es el Líbano, de espesos y deleitosos árboles, al parecer de
los que le miran de lejos. Dice más:
Erguido
como cedro. En nuestro castellano, loando a uno de bien
dispuesto, suelen decir dispuesto
como un pino; que así el cedro como el pino son árboles altos
y bien salidos. Donde decimos erguido,
la palabra hebrea es bajur,
que quiere decir escogido;
y es propiedad de aquella lengua llamar así a los hombres altos y de buen
cuerpo; porque, a la verdad, la disposición los diferencia y hace como
escogidos entre los demás. Así se dice en el primero de los Reyes, el capítulo 9, del
padre de Saúl, que tenía un hijo llamado Saúl que era escogido y bueno, esto
es, hermoso y bien dispuesto, como de hecho lo era Saúl. Como parece en el
capítulo 22, que dice: «Encontraron tus escogidos cedros
entre los más altos y levantados». Así mismo, en el capítulo último del Eclesiastés, donde dice la
letra vulgar: «Huélgate, date al placer, ándate a la flor
del berro, mancebo, en la juventud, que presto se te pedirá cuenta estrecha»,
está la misma palabra bejur
otéja, que es decir: huélgate,
erguidillo.
En lo cual, como se ve
claro, el Espíritu Santo usa de un donaire por el cabo bellísimo; que siendo su
intención en aquellas palabras, usando de una artificiosa y fingida simulación
y como permitiéndoles y debajo de alargarles la vanidad a los mancebos, escarnecer
de su liviandad, que se andan siempre al buen tiempo y cogiendo, como dicen, la
flor del berro, descordándose de lo que está por venir y les puede suceder; así
que, siendo su intento del Señor reprender, mofando el desacuerdo de los
mancebos y amenazallos con pena, no les llama con el nombre propio de su edad,
sino llamándolos erguidos usando
del nombre que declarase al natural el brío, altivez y lozanía; que es la
fuente de donde nace no mirar ni curar de lo que está por venir, y aquel coger,
sin rienda el fruto del deleite y el pasatiempo presente, que tanto reprende.
Pues, tornando a nuestro
propósito, concluye la Esposa, finalmente diciendo:
17. El su paladar, esto es, su
habla, dulzuras;
esto es dulcísima y suavísima. Y todo él deseo, esto es, amable y tal que
convida por todas partes a que le deseen y se pierden por él los que le ven.
Tal
es mi Amado y tal es mi querido, hijas de Jerusalén; como si añadiendo dijese: por que veáis si tengo razón
de buscarle y de estar ansiada en no hallarle.
Sabidas las facciones y
señas por aquellas dueñas de la Esposa, y conociendo con cuán justa razón la
tenía el Esposo enamorada y se atormentaba y acuitaba por su ausencia, y
moviéndolas agora a compasión su tormento, con el deseo de remedialle piden de
nuevo a la Esposa que, si lo sabe, les diga hacia dónde cree o imagina haberse
declinado su Amado, porque se lo ayudarán a buscar.
18. ¿Adónde fue el tu Amado, bellísima
entre las mujeres? ¿Hacia dónde se volvió tu Amado, y buscarle hemos contigo?
A lo cual parece que
responde en lo primero del capítulo que sigue, diciendo:
Capítulo sexto
1. (ESPOSA:) El mi Amado
descendió a los huertos suyos, a la tierra de los aromas, a apacentar entre los
huertos y coger las flores.
2. Yo al mi Amado, y el
mi Amado a mí, que apacienta entre las flores.
3. (ESPOSO:) Hermosa
eres, Amiga mía, como Thirsá; bella como Jerusalén, terrible como los
escuadrones, sus banderas tendidas.
4. Vuelve los ojos
tuyos, que me hacen fuerza; el tu cabello como las manadas de cabras que se parecen
en el Galaad.
5. Tus dientes como
hatajo de ovejas, que suben del lavadero, las cuales todas paren de dos en dos,
y no hay estéril en ellas.
6. Tus sienes, como un
casco de granada entre tu cabello.
7. Sesenta son las
reinas, ochenta las concubinas, y las doncellas sin cuento.
8. Una es la mi paloma,
la mi perfecta, única es a su madre: es la escogida a la que la parió. Viéronla
las hijas, y llamáronla bienaventurada, y las reinas y las concubinas la
loaron.
9. (COMPAÑERAS:) ¿Quién
es esta que se descubre como el alba, hermosa como la luna, escogida como el
sol, terrible como los escuadrones?
10. (ESPOSO:) Al huerto
del nogal descendí por ver los frutos de los valles, y ver si está en ciernes
la vid, y si florecen los granados.
11. (ESPOSA:) No sé; mi
ánima me puso como carros de aminadab.
12. (CORO:) Torna,
torna, Sunamita; torna y verte hemos.
13. ¿Qué miráis en la
Sunamita, como en los coros de los ejércitos?
Declaración
1. El mi Amado descendió al su huerto.
Si de cierto sabía que
estaba en el huerto su Esposo, por demás era el haberle andado a buscarle por
la ciudad y en otras partes. Por lo cual estas palabras, que en el sentido
parecen ciertas, se han de entender con alguna duda de haber sido dichas, como
si la Esposa, respondiendo a aquellas dueñas de Jerusalén, dijese: «Buscado le
he por mil partes, y pues no le hallo, sin falta debió de ir a ver su huerto,
adonde suele apacentar». O digamos que ésta no es respuesta de la Esposa a la
pregunta que hicieron aquellas dueñas, sino que, luego que acabó de hablarlas,
se dio a buscar a su Esposo, y saliendo de la ciudad a buscalle al campo hacia
el huerto suyo, que estaba en lo bajo, sintió la voz u otras señales
manifiestas de su Esposo; y arrebatada de alegría, de improviso comenzó a
decir: «¡Ay!, veisle aquí al mi Amado y al que me trae perdida buscándole, que
al su huerto descendió». Porque ella lo buscaba en Jerusalén, que era ciudad
puesta en lo alto de un monte, y en los arrabales o aldeas, que están al pie,
se finge estar el huerto de esta rústica Esposa y otros de sus vecinos, como es
uso. Y dice que anda entre las eras de las plantas olorosas, y que es venido a
holgarse y recrearse entre los lilios y violetas. Dice:
2. Yo al mi Amado, y el mi Amado a mí.
Lo cual, como ya he
dicho, es forma de llamar a voces como si dijese: «¡Hola, Amado mío! ¿Oísme?
¿entendeisme?»; De donde se entiende que salió a buscallo al campo hacia el
lugar a do estaba el huerto, y sintiéndole estar en él llámale como he dicho,
para que le responda. A la cual voz sale el Esposo, y viendo a su Esposa, y la
aflicción grande con que le busca, enciéndese en un nuevo y vivo amor, y
recíbele con mayores y más encendidos regalos que antes y más encarecidos
requiebros, diciendole:
3. Hermosa, hermosa eres, así como Tirsá.
Encarece grandemente los
loores de su Esposa, porque en los capítulos de arriba, para loar la variedad
de su gentileza y hermosura, la apoda a un huerto; y agora la hace semejante a
dos ciudades, la más hermosas que había en aquella tierra, Tirsá y Jerusalén. Tirsá es nombrada una
ciudad de Israel noble y populosa, donde los reyes tenían su asiento antes que
se edificase Samaria. San Jerónimo, donde dice Tirsá, traslada cosa suave; y los Setenta
Intérpretes ponen contento,
sosiego, diciendo: Hermosa eres como el contento y deleite; y es
porque miraron a la derivación y etimología del vocablo, y no lo que de hecho
significa, que es aquella ciudad así dicha por el contento y descanso que daba
al que la moraba, por ser su asiento y habitación de ella descansado y
apacible.
Jerusalén era la más principal ciudad y la más hermosa que
había en toda Palestina, y aún en toda Palestina, y aún en todo el Oriente,
según sabemos por las escrituras hebreas y gentiles, tanto que David hizo un
salmo loando a la letra la grandeza, beldad y fortaleza de Jerusalén.
Pues a estas dos dice el
Esposo que es semejante el parecer bello y hermoso, lleno de majestad y
grandeza, de la Esposa, diciendo: «Tan grande maravilla es
verte cuán hermosa eres en todo y por todo, cuanto lo es ver estas dos
ciudades, en las cuales la fortaleza de sus sitios, la magnificencia de sus
edificios y la grandeza y hermosura de sus riquezas, la variedad de sus artes y
oficios, pone gran admiración». A la verdad es muy a propósito para declarar el
mucho espanto que pone al amor del Esposo la vista de su Esposa, y cuán grande
y cuán incomparable y fuera de toda medida le parece su hermosura; pues, para
explicar lo que sentía, no le venían a la boca menores cosas que ciudades, y
ciudades tan populosas, esto es, cosas cuya hermosura consiste en ser de mucha
variedad y grandeza.
Dice más: Espantable como
ejército, con banderas tendidas. No espanta menos un extremo de
bien, que lo que hace un extremado mal; y así para mayor encarecimiento dice a
la Esposa que le pone espanto, y que así le saca de sí el excesivo extremo de
su belleza que está ya a punto de romper. Que también es decir que de la misma
manera que un ejército así bien ordenado lo vence todo y lo allana, sin ponérsele
cosa delante que no la rinda y sujete, así ni más ni menos, no había poder, ni
resistencia alguna contra la fuerza y hermosura extremada de la Esposa.
4. Vuelve los ojos tuyos, que me hacen
fuerza.
Como si levantando la
mano en alto y poniéndola delante del rostro, y torciendo los ojos a otra
parte, dijese: «Esposa mía; no me mires, que me robas con tus ojos y me
traspasas el corazón». En lo cual habiendo el Esposo loado en suma la belleza
de la Esposa, y queriendo agora loalla otra vez por sus partes, comienza lo
primero de los ojos, y para loallos usa de una manera elegantísima, que no dice
la hermosura de ellos, sino ruega que los aparte y los vuelva a otra parte
mirando, porque le hacen fuerza. En lo cual la loa más encarecidamente que si
los antepusiera a las dos más claras y relucientes estrellas del cielo.
Donde dice que me hacen
fuerza, o me
vencieron, hay diferencia entre los intérpretes; porque los
Setenta, y San Jerónimo con ellos, traducen: Aparta tus ojos, que me hicieron volar.
Otros ponen: Aparta
tus ojos, que me ensoberbecieron. Y los unos y los otros traducen,
no lo que hallaron en la lengua hebrea, sino lo que le pareció a cada uno que
quería decir, porque daba ocasión al uno y al otro sentido el sonido y propia
significación de ella, que es ésta al pie de la letra: Aparta tus ojos, que hicieron
sobrepujarme. Porque la palabra hirjibuni, de que usa aquí el original,
propiamente quiere decir sobrepujar.
Esto a San Jerónimo le parece que sería volar,
porque los que vuelan se levantan así en alto y como que se sobrepujan en
cierta manera. Conforme a lo cual quiere decir el Esposo que aparte la Esposa
sus ojos y no le mire, porque, viéndolos, no está en su mano no irse a ella;
que arrebata y lleva tras sí el corazón, como volando, sin poder hacer otra
cosa; que es requiebro usado.
Los que traducen que me hicieron
ensoberbecer, tuvieron el mismo motivo de parecerles, que el ser
soberbio era un sobrepujarse en alto; que conforme a esto pedía el Esposo a su
Esposa que no le hiciese aquel favor de mirarle, por no desvanecerse con él.
Lo uno y lo otro fuera
bien excusado, pues está claro que decir hicieron sobrepujarme es
rodeo de hablar poético, que vale lo mismo que si dijera sobrepujáronme o venciéronme; y el
propósito e hilo de lo que va diciendo pedía que dijese esto. Porque en esto
dice: «Deseo contar otra vez de tus ojos; mas ellos son
tan bellos y tan resplandecientes, y tienes en ellos tanta fuerza, que al
tiempo que los miro para alaballos, contemplándolos y queriendo recoger una a
una sus propiedades y sus gracias, ellos me arrebatan el sentido, y con su luz
me encandilan de tal manera que, por la fuerza que el amor me hace en esto,
estoy como excusado; por tanto, Esposa dulcísima, vuélvelos, no me miréis, que
no puedo resistirles».
Y demandando esto el
Esposo, demanda lo que no quiere, que es que su Esposa no le mire, porque es
gran placer el que siente en su vista; mas con tal demanda dice más en su loor
que si dijera muy por extenso todas las partes de belleza que en ellos se
encierran. Y éstas son cosas que mejor se entienden que se pueden declarar.
Habiendo loado los ojos
el Esposo tan altamente por este delicado artificio, enhila tras esto las otras
partes del rostro, dientes, labios y mejillas, diciendo las mismas palabras que
arriba dijo, porque aquellas semejanzas son tan excelentes, que no se pueden
aventajar. Dice:
5. Tus dientes como hatajo de ovejas.
Esto dice por la
blancura, por la igualdad de los dientes, y por el color y gracia y buen
asiento de las mejillas, como vimos en el capítulo 4, donde se declara esto muy
a la larga.
7. Sesenta son las reinas, ochenta las
concubinas, e innumerables las doncellas.
8. Mas única es la mi paloma, la mi
alindada; única es a su madre; ella escogida es a la que la parió.
Muestra el Esposo cuán
excesivamente y con cuánta razón ame a su Esposa, diciendo en persona suya,
como si declarase que es Salomón, rey, este pastor que aquí se
representa: Sesenta
son las reinas. No está la fuerza ni la prueba del amor en amar a
una persona a solas sin compañía de otras; antes el verdadero amor y mayor
punto de él es cuando, extendiéndose y abrazándose con muchos entre todos se
señala, y se diferencia, y aventaja claramente con uno; lo cual declara bien el
Esposo en estas palabras, en las cuales, queriendo bien y teniendo afición a
otras mujeres, confiesa amar a su Esposa más que a todas, con un amor así
particular y diferente de todas las demás, que las demás en su comparación no
merecen este nombre de amor; y, aunque quiere a muchas, empero la su Esposa es
de él querida por una singular manera.
Sábese del Libro de los Reyes que
Salomón usó de muchas mujeres, que, según la diferencia del estado y
tratamiento que tuvieron en la casa de Salomón, la Escritura les pone
diferentes nombres. Las unas nombraban reinas,
porque su servicio y casa era como de tales, éstas eran sesenta. Otras de ellas,
que no eran tratadas con tanta ceremonia, se llamaban concubinas. Y no se ha de
entender que eran mancebas, como algunos engañándose creen y piensan; antes,
cerca de los hebreos, eran también mujeres legítimas, pero mujeres de esta
manera, que habían sido antes y primero esclavas o criadas, y su amo las tomó
por mujeres; mas no se celebraban en el casamiento las bodas por escrito, ni
con las ceremonias legítimas que se usaban en el casamiento de las otras, que
eran libres. Y éstas se añadían a las mujeres principales, y los hijos que de
éstas concubinas nacían, no sucedían en los mayorazgos ni herencias capitales,
pero podía bien el padre hacelles algunas mandas y donaciones para su
sustentamiento, como parece claramente en el Génesis 25 y 35, de Cetura y Agar,
mujeres de Abraham, que la Escritura llamaba allí concubinas. Pues de éstas
tenía ochenta Salomón,
entendiendo por este número muchas y muchas más, según el uso hebreo.
Las demás y bien
queridas de Salomón hacían el tercero orden, y de éstas no había numero. Pues
dice agora que, entre tanto número de mujeres, la que en amor y servicio y
preeminencia se aventaja a todas es la una, que es la hija de Faraón, de quien
se habla en este Cantar en persona de pastora.
Y es así, que el amor,
como es unidad y no apetece otras cosas sino unidad, y así no es firme ni
verdadero cuando se pone en igual grado por muchas y diferentes cosas. El que
bien ama, a sola una cosa tiene particular amor. Y por esta causa, y el que
quiere juntamente amar de veras y no limitar su amor a una sola cosa, debe
emplear en Dios su voluntad, que es bien general que lo abraza y comprende
todo; como, por el contrario, todas las criaturas son limitadas y diferentes
entre sí, y a las veces unas son contrarias de otras, de arte que el querer
bien a una es querer mal y aborrecer a otras.
Dice mi paloma y mi alindada, y
no mi Esposa, para hacer mostrar en la manera de nombrarla, la razón que tenía
de amarla con tan particular amor, y de hacelle tan grandes ventajas.
Única
es a la su madre, y escogida a la que la engendró. Remeda en esto la común y vulgar manera de hablar, que
es decir: «Como la hija amada es todo el regalo y amor de su madre, así es
probada y querida mi Esposa, con la misma singularidad y diferencia de amor».
Viéronla
las reinas. Grande y nueva cosa es reconocer y no
envidiar tanto bien las demás mujeres de Salomón a la Esposa, porque lo son de
su natural envidiosas todas las mujeres entre sí extremadamente; mas en las
cosas muy aventajadas la envidia desfallece la envidia. Y muestra en esto el
Esposo que no es afición ciega la que le mueve a querella, sino razón tan clara
y de tanta fuerza, que las otras mujeres, que de su natural la habían de tener
envidia, confiesan llanamente que es así, reconociéndola por tal la loan a boca
llena. Y así, refiriendo las palabras de las otras mujeres, dice:
9. ¿Quién es esta que se descubre de
arriba como el alba, hermosa como la luna, escogida como el sol?
Que, aunque son breves,
son de gran loor, porque juntan tres cosas: la mañana, la luna y el sol, que
son toda la alegría, y la belleza del mundo. Pues es como si dijese: «¿Quién es
ésta que viene por allí mirando hacia nosotros, que no parece sino al alba
cuando asoma rosada y hermosa, y es tan hermosa entre las mujeres como la luna
entre las menores estrellas; antes, por mejor decir, es resplandeciente y
escogida entre todas las luces, como el sol entre todas las lumbres del
cielo?».
Que así como el sol es
el príncipe entre todas las luces soberanas, y escogido de tal manera que todos
se aprovechan y participan de su lumbre, así ésta es todo dechado de toda
beldad, y la que a ella pareciere, más bella será; y, juntamente con su
hermosura, tiene una majestad y gravedad que no parece sino un escuadrón que a
todos pone reverencia y temor.
Y en decir escogida como
el sol, alude a la gran belleza de ella y a la gran estimación en
que su Esposo la tiene más que a las otras. Y es muy gentil manera de loar
ésta, diciendo primero alba,
que es hermosa y resplandeciente; y luego luna, que es más; y luego sol, que es lo sumo en
este género. Y los artífices del bien hablar loan mucho este modo de decir, y
lo llaman encarecimiento acrecentado.
10. Al huerto de los nogales descendí a
ver los frutos de los valles, y si florecía la vid, y si florecían los
granados.
11. No sé: la mi alma se puso como los
carros de los príncipes del mi pueblo.
Estas palabras los más
atribuyen a la Esposa, en que respondiendo al Esposo da cuenta de cómo vino a
aquel huerto donde él estaba, que llama del
nogal por alguno que en él había, a ver los frutales si
brotaban; y que esto lo dice por uno de dos fines: el uno, que sea como una
excusa y un color de ser venida por aquella parte; que aunque en realidad de
verdad la traía el amor y deseo que tenía de verse con su Esposo, pero es muy
propio al natural ingenio de las mujeres dar muestras muy diferentes de sus
deseos y fingirse como olvidadas de los que más buscan. Así que, como
respondiendo a lo que el Esposo le pudiera preguntar de su venida, diga: «Vine
a ver este mi huerto y a ver si los árboles echaban ya flor».
Pero un amor tan
descubierto, según lo que hemos visto era éste, no da lugar a semejante disimulación.
Y así es mejor entender que estas palabras se dicen por otro fin, que es que
sepa el Esposo la causa de su cansancio de la Esposa, que, como se verá en las
palabras que dice: No
sé, mi alma, etc., había venido corriendo y estaba de la priesa sin
fuerza y sin aliento, de lo cual juntamente da cuenta y se queja a su Esposo.
Que es cosa natural, las personas que bien se quieren, y mayormente las
mujeres, con lástima regalada contar luego sus cuitas. Y es como si dijese:
«¡Ay, Esposo mío, tan deseado y tan bien buscado de mí! ¡Y qué cansada estoy y
qué muerta de la prisa que he traído! Que luego como sentí que andábades en el
huerto, en el cual hay grandes nogales, y parras y otros frutales, luego en ese
punto descendí aguijando, y he venido tan presto, que no sé cómo vine ni cómo
no; mas de que mi amor me aguijó tanto y me puso en el corazón tanta fuerza y
ligereza, que no me parece sino que he venido en un ligerísimo carro de los que
usan los principales y poderosos de mi tierra o pueblo».
Parece mejor que estas
palabras, descendí
al huerto, las diga el Esposo, y que en ellas corresponde a la
secreta queja que verosímilmente se presupone tener su Esposa de él, por haber
llegado a su puerta y llamádola y después pasádose de largo, de donde nació
andar ella perdida, buscándolo. A lo cual, ganándola por la mano, responde que,
como se tardó en abrirle, quiso ver el estado de su huerto entretanto y proveer
a lo que fuere necesario. Y con esta disculpa del Esposo vienen muy a pelo las
palabras que se siguen, a que le responde la Esposa:
Mi alma es muchas veces
lo mismo que mi
afición y deseo. Los carros de aminadab: entiéndese cosa
ligera y que vuela corriendo; que aminadab no
es nombre propio de alguna persona o lugar, como algunos piensan, mas son dos
nombres que quieren decir de
mi pueblo príncipe. Y esto dice porque, como en tierra de Judea
había pocos caballos, toda la demás gente usaba ir cabalgando en asnos, si no
eran los príncipes y poderosos de ella, que hacían traer de Egipto caballos muy
buenos y muy ligeros, y andaban en carros de cuatro ruedas que traían aquellos
caballos.
Pues dice: «No sé lo que ha sido, ni lo que has hecho en dejarme así, ni la
causa que te movió a ello, si no fue querer ver tu huerto, o alguna otra cosa;
en fin, no sé nada: esto sé, que el deseo mío y el amor entrañable que te
tengo, que posee mi alma y la rige a su voluntad, me ha traído en tu busca,
luego que como te sentí, volando como en posta». Y, contando esto, dícele lo
que pasó con las mujeres que la acompañaban, viéndola ir con tanta presteza,
que la decían:
Y no se ha de entender,
como lo avisan los que tienen mejor entendimiento en estas cosas, que son las
dueñas las que dicen agora estas palabras, sino hase de entender que las
dijeron antes, esto es, cuando vieron que se les partía así apresuradamente; y
que la Esposa las refiere agora al Esposo, contándole esto y todo lo demás que
con ellas pasó.
Pues acaba de decir que
se vino volando en busca del Esposo, dice que sus compañeras, viendo que se
apartaba de ellas y con apresuramiento, la comenzaron a llamar y a pedilla que
se volviese y no se diese tanta priesa, como que no la habían visto bien del
todo, ni gozado enteramente, ni considerado bien su beldad. Y así la
dicen: Tórnate,
tórnate. El redoblar unas mismas palabras es propio de todo lo que
se dice y pide con afición.
Solimitana es como jerosolimitana o mujer de Jerusalén, como
llamamos romana a la mujer de Roma; y esto porque Jerusalén antiguamente se llamó Salem, como la Escritura
la llama donde dice Melchisedech, rex Salem; y David la llama también así en el salmo 76.
Pues a este ruego de las
dueñas responde la Esposa, diciendo:
14. ¿Qué miráis en la Sulimitana, en coros
de escuadrones?
Lo cual se declara
diferentemente. Algunos ponen demanda y respuesta; de manera que, volviéndose
hacia las dueñas que la llamaban con tanta instancia, les diga: «¿Qué es lo que queréis en mí?». Responden ellas: «Miramos en ti un coro de escuadrones», esto es, una cosa que de
buen parecer y tan poderosa para vencer a los que te miran y sujetarlos a tu
mandato, como lo es un escuadrón puesto en concierto y ordenanza.
Lo que tengo por más
acertado es hacer todo una cláusula y aún sentencia, en que diga la Esposa de
esta manera: «Como me llamaron, volvime hacia ellas, las
cuales, por mirarme mejor, divididas de la una y de la otra parte, se pusieron
en dos hileras, como coros, yo entonces díjeles: ¿A qué me miráis así, puestas
una de una banda y otras de la otra, como escuadrón que está puesto por sus
hileras?». De arte que se presupone que se volvió a ellas y que se dividieron
en dos partes para vella mejor. Y llámalas escuadrón porque eran muchas, y coro por estar así
divididas.
Lo que cuenta habelles
respondido se pone en el capítulo que se sigue, que es la mayor parte de él.
Capítulo séptimo
1. (ESPOSA:) ¡Cuán
lindos son tus pasos con el calzado, hija del príncipe! Los cercos de tus
muslos como ajorcas labradas de mano de oficial.
2. Tu ombligo como taza
de lunas, que no está vacía; tu vientre, como montón de trigo cercado de
violetas.
3. Tus dos pechos tuyos,
como dos cabritos mellizos de una cabra.
4. El tu cuello como
torre de marfil; tus ojos como estanques de Hesebón junto a la puerta de
Barrabim; tu nariz como la torre del Líbano, que mira frontero de Damasco.
5. La cabeza tuya de
sobre ti como el Carmelo, la madeja de tu cabeza como la púrpura. El rey atado
en las canales.
6. ¡Cuánto te alindaste,
cuánto te enmelaste, Amada, en los deleites!
7. Esta tu disposición
semejante es a la palma, y tus pechos a los racimos. Dije: Yo subiré a la
palma, y asiré sus racimos; y serán tus pechos como los racimos de la vid y el
aliento de tu boca como el olor de los manzanos.
8. Y el tu paladar como
vino bueno, que va mi Amado a las derechuras, que hace hablar labios de
dormientes.
9. (ESPOSA:) Yo soy de
mi Amado, y su deseo a mí.
10. (ESPOSA AL ESPOSO:)
Ven, Amado mío, salgamos al campo, moremos en las granjas.
11. Levantémonos de mañana
a las viñas; veamos si florece la vid, si se descubre la menuda uva, si brotan
los granados. Allí te daré mis amores.
12. Las mandrágoras si
dan olor; que todos los dulces frutos, así los nuevos como los viejos, Amado
mío, los guardé para ti.
Declaración
Cuán
lindos son tus pasos. Prosigue en su cuento la Esposa, y dice a
su Esposo que, como las dueñas se llegaron a que se detuviese un poco, que
volvió a ellas, y ella por su ruego lo hizo, y les volvió la cara
preguntándoles qué era lo que de ella querían, y la causa por que la miraban
así. Ellas, como dando razón de su justa demanda y de su ardiente deseo, dice
que, respondiendo, comenzaron a loar con gran particularidad y encarecimiento
su gracia y gentileza, refiriendo todas sus perfecciones muy por menudo, desde
la mayor hasta la menor. Lo cual debe responder a la admiración de su hermosura
que pusieron, y los loores que la gente del pueblo le dio cuando, viniendo de
Egipto, entró en Jerusalén la primera vez.
Pues comienza de los
pies, cuya ligereza y presteza acaba de ver entonces, y va hasta la cabeza, por
ir a lo mayor de lo menor, que es manera galana de loar; y así dice:
1. ¡Cuán lindos son tus pies en tu
calzado, hija del príncipe!
Loan el buen aire y el
movimiento, del pie bien hecho y el calzado justo, y que venía como nacido a la
Esposa. Y dicho de admiración quiere decir para mostrar que eran extrañamente
bellos y no así como quiera.
Hija
del príncipe, es decir, princesa, que, demás de convenirle
por su linaje y estado, es nombre que, en común uso, se da a todos los que
loamos de alguna excelencia. Demás de esto se ha de advertir que, en este
lugar, la palabra hebrea no es melech,
con la cual se suelen nombrar los reyes comúnmente, sino es nadib, que los Setenta
Intérpretes, no sin misterio, en su traducción la dejaron así sin
trasladarla. Nadib propiamente
quiere decir «generoso de corazón y liberal». Y como nosotros en la lengua
española al príncipe le llamamos «príncipe», porque de hecho es principal entre
los demás, como lo suena la voz, entre los hebreos se llama nadib, que es decir el
noble, el liberal, el de corazón generoso, porque éstas son propias virtudes
del príncipe y en que se ha de señalar entre todos.
Pues, según el origen de
la palabra hebrea y según su sonido, es aquí la Esposa hija del noble, del
generoso. Y juntado con esto, ser uso muy recibido en aquella lengua, que
cuando quiere dar alguna virtud o vicio lo llama «hijo de ella», como es por
«pacífico» «hijo de paz», o «hijo de guerra» por «belicoso»; así, según esto,
ser la Esposa hija de franco y generoso es decir que lo es ella, y es llamarla
noble y gallarda de corazón. Y así dirá la letra: «¡Cuán
lindos son tus pasos, cuán gentiles tus pies, y con qué gracia los meneas, la
del corazón gallardo y generoso!». Como si dijese que en el gentil meneo de su
cuerpo mostraba bien la generosidad y gallardía de su corazón; porque esta
virtud, más que ninguna otra se descubre en el movimiento y aire de todo el
cuerpo.
En la verdad del Espíritu
tiene gran misterio y gran verdad en llamar a todos los justos y a la Iglesia
hija del Noble y del Franco, porque son hijos de Dios, no por haber nacido así,
ni por merecello por sus obras, sino por sola la franqueza y liberalidad de
Dios. Que puesto caso que el justo que es ya justo e hijo merece mucho con
Dios, mas esto que es ser hijo, ninguno lo mereció por sí, y Cristo derramando
su sangre liberalmente por nosotros y, haciéndonos gracia de ella, la alcanzó
para todos.
Y esto dice por la espesura y macicez de las
piernas, que no son flojas, sino rollizas y bien hechas y redondas; en tal
manera que si hiciese un artífice una ajorca o collar de muy perfecta redondez,
y se lo ciñese a las piernas, vendría muy justo, y se hincharía toda ella de
carne.
Donde decimos cerco o redondez, algunos
entienden conjunturas y artejos o goznes de las rodillas donde juega el muslo,
y así trasladan el
juego de tu muslo, etc. No quiere decir más de lo que suena, que es
la redondez de los muslos y el cuerpo de ellos, que es una maciza y rolliza
hermosura y de muy gentil proporción. La cual pusieron los Setenta Intérpretes
con mucha propiedad y significación diciendo en griego `ruqmoi twn nmoriwn rythmoi
ton morión, que es toda buena proporción y compostura de partes
entre sí. Bien se descubre sobre los vestidos el grueso y buen talle de los
muslos, mayormente cuando se va de prisa y contra el aire; mas lo que se sigue,
no sé cómo las compañeras de la Esposa, ni de dónde, lo pudieron adivinar.
2. El tu ombligo como vaso de luna, que
no está vacío.
Vaso
de luna: es decir, hechura de luna, esto es,
perfectamente redondo. Mixtura:
entiéndese de vino mezclado con agua y templado.
Quiere decir: sobre
estas dos hermosas columnas de tus piernas se asienta el edificio de tu
persona. La primera parte de él es el ombligo y vientre tuyo, el cual está muy
hermosamente proporcionado, porque o parece sino una taza tan redonda como la
luna; y que esta taza está siempre llena de mixtura, que es vino aguado para
beber; así, ni más ni menos, es el tu vientre redondo y bien hecho, ni flojo ni
flaco, sino lleno de virtud que nunca le falta.
Y para más declarar esta
loa del vientre, torna a decir: Tu vientre, como montón de trigo
rodeado de violetas. Y es muy gentil apodo este, porque el
montón de trigo está por todas partes redondo e igual en redondez, que en
ninguna parte de él hay hoyo ni seno alguno, porque luego los granos le
hinchen; y así dice ser de todas partes lleno y levantado el vientre de la
Esposa. Por el ombligo, como parte, entiendo el vientre, que Aristóteles y
Galeno llaman inferior, que es así redondo; la parte más alta, que toca en el
estómago y se avecina del pecho, es de quien dice tu vientre, como montón de trigo
cercado de violetas, que es añadir hermosura a hermosura.
Suben del vientre a los
pechos, viniendo por su orden en la fábrica del cuerpo, y dicen:
3. Tus tetas como dos cabritos mellizos
de una cabra.
Ya arriba dijimos de esta
comparación.
Sobre los pechos se
levanta el cuello, y así añaden:
4. Tu cuello como torre de marfil,
que es llamarle alto, blanco, liso y bien sacado, que es todo lo bueno que ha
de tener el cuello para ser hermoso.
La Iglesia, como lo
enseña el Apóstol, es como un cuerpo, cuya cabeza es Cristo, en el cual la
diferencia de los estados y vidas hacen lo mismo que los diferentes miembros en
el verdadero cuerpo. El cuello,
por donde se recibe el alimento y se despide la palabra, son en la Iglesia los
predicadores, que reciben el aliento del Espíritu Santo, y lo comunican por
palabras a los demás. Pues los tales han de ser como torre de marfil, esto es,
firmes y blancos y sin mancha ni engaño en su doctrina, que ni dejen por temor
de decir rasamente lo que deben, ni obscurezcan con afeitados colores, ni con
palabras enderezadas a sólo el gusto de los oyentes, la sencillez y pureza de
la santa doctrina y la verdad no artificiosa del Evangelio.
Vese en esto que los ojos de la Esposa eran
grandes, redondos y bien rasgados, llenos de sosiego y resplandor; que todas
estas cualidades se muestran en un estanque lleno de agua clara y
sosegada. Hesbón es
una ciudad fresca de Israel, la cual ganaron los hebreos a Seón, rey de los
amorreos, Números 21,
21; y estos estanques que aquí dice la letra, estaban junto a una puerta de la
dicha ciudad que se llama Bathrabbim,
que quiere decir «hija de muchedumbre»; y llamábase así porque, en entrando por
ella, estaba luego una plaza grande y capaz de mucha gente; que, según parece
de muchos lugares de la Escritura, antiguamente las plazas y las casas de
consistorio, que agora están en medio de la ciudad, entonces estaban junto a
las puertas de ella; y como era grande y capaz, su nombre de la plaza era Bathrabbim, que es «hija
de muchedumbre». Porque los hebreos en su uso y manera de hablar, se sirven del
nombre de hijo para diversas cosas, como para decir muy sabio, dicen «hijo de
sabiduría», y por muy malo, dicen «hijo de maldad».
San Jerónimo y los demás declaran o trasladan
aquí tu nariz;
y la palabra hebrea, que es af,
recibe el uno y el otro sentido, y quiere decir nariz y también toda la cara y
bulto, y lo que en español decimos «faces». Y de estas dos cosas paréceme mejor
que entendamos en este lugar la postrera de ellas. Porque comparar la nariz a
la torre, no sé si es cosa muy conveniente; y eslo mucho, si la comparación se
hace al semblante de la Esposa, levantado y hermoso y lleno de majestad y
gallardía.
Si entendemos la nariz, diremos así: La tu nariz es
semejante a la torre del Líbano, que mira hacia Damasco. La cual
torre estaba puesta en aquel monte tan nombrado y celebrado por sus frescuras,
y era muy fuerte, porque servía de atalaya en las fronteras de Damasco, que era
cabeza de Siria. Así dice: Tu nariz hermosa y bien hecha, que se levanta fuera
de tu graciosísimo rostro, como aquella hermosa y fuerte torre, que está asentada
sobre el fresco monte del Líbano y se levanta sobre él.
5. Tu cabeza sobre ti como el monte
Carmelo.
La última parte de la
Esposa es la cabeza,
considerando desde los pies; y llamamos en este lugar la cabeza al casco de
ella, donde nacen los cabellos, y por eso la letra dice: Tu cabeza, que está sobre ti;
que es decir: lo último de tu cabeza es tan hermoso y tan gentil como el monte
Carmelo, que es un monte muy alto en tierra de Israel, muy bien
celebrado en la Escritura por haber estado en él muchas veces Elías y Eliseo
profetas.
Y para denotar cuán
gentil mujer y cuán dispuesta es esta Esposa, le dicen que su cabeza sobrepuja
a las otras, como la cumbre del monte Carmelo a los otros montes. La palabra
hebrea karmel significa
tres cosas diferentes: «espiga llena», y «grano», y el «monte» sobredicho, y
así los doctores trasladan diferentemente este lugar; y aunque en cualquiera
sentido tiene propiedad la comparación, pero el que habemos dicho es el mejor y
el más recibido.
Este es lugar oscuro y dificultoso en sí, y
por la variedad de los que lo trasladan y declaran. La palabra hebrea reatim quiere decir
«maderos» o «tablas delgadas y pequeñas», y de aquí significa la techumbre de
algún edificio, hecho de artesones, obra morisca, compuesta de muchas piezas
pequeñas. También quiere decir canales de
madera, largas y estrechas, por donde suelen guiar el agua; y según esta
diferencia, trasladan los unos y los otros muy diferentemente. Los primeros
leen de esta manera: Tus
cabellos como la púrpura o carmesí del rey, asida a los maderos o artesones;
que es decir que sus cabellos de la Esposa en su lindeza y hermosura son
semejantes a las flocaduras de seda y de carmesí de los doseles y tapicería
real, que está colgada del techo y artesones de la casa. Otros leen de esta
manera: son
como la púrpura real puesta en las canales; y entienden por esto
los baños donde meten los tintureros la seda o grana, cuando la tiñen, porque
entonces, como más nueva, así estará más lucida y de mejor lustre.
Si se mira y guarda la
propiedad de la letra hebrea, ni los unos ni los otros dicen bien, porque se ha
de leer así: Los
cabellos de sobre tu cabeza como púrpura, y aquí se ha de hacer
punto; y añadir luego: El
rey asido y preso a las canales, y que es decir colgado de los
mismos cabellos por el amor y afición, los cuales se significan aquí debajo de
este nombre de canales;
porque en ellas el agua cuando corre se va encrespando y haciendo unos altos y
bajos, muy semejantes a los que se parecen en los largos y hermosos cabellos,
que sueltos con el movimiento sobre los hombros de a persona, se ondean y toman
nuevos y diferentes lustres, y hace unas como aguas muy graciosas. Y esta
letra, demás de ser la más propia, encarece mejor que otra ninguna la hermosura
de los cabellos, que aquí se pretenden loar; porque, demás de decir que son
lindos y vistosos como púrpura, que es decir mucho, como luego declararemos,
dice que son un lazo y como una cadena, en que, por su inestimable belleza,
está preso el rey, esto es, Salomón, su esposo.
Pues siguiendo esta
letra, para mejor entendimiento de la comparación, es de advertir que la
púrpura antigua, de la que agora no tenemos uso, tenía dos cosas: que era
finamente bermeja y relucía desde lejos, como el carmesí que los plateros ponen
sobre oro o plata. Conforme a esto, asemejan aquellas dueñas el cabello de la
Esposa a la púrpura, porque debían ser castaños, que, aunque no sea perfecto
rojo, tira más a ello que a otro color; porque en las tierras calientes, como
son las de Asia, no se estima el cabello rubio, antes a los hombres está muy
bien el negro, y a las mujeres negro o castaño o alheñado, como ellas lo suelen
curar, y hoy día lo usan las moriscas. Por eso los alaban aquí de aquel color,
y más por el resplandor que daban de sí; y en esto eran muy semejantes a la
púrpura. Porque vemos que el color castaño, y otros que se le parecen cuando
relucen, son sus luces rojas, así como las luces del amarillo tiran a blanco, y
las del verde a negro. Pues dícenle aquí a la Esposa que sus cabellos son rojos
un poco y relucientes, como la púrpura, y que son crespos y ondeados como
canales, o regueras adonde el agua va dando vueltas. Y usan luego de un parlar
común a los enamorados, diciéndole: «Y en esas vueltas de
tus cabellos tienes tú atado y preso al rey y Esposo y enamorado tuyo». De los
cabellos hace el amor la cuerda con que los liga, que es una muy regalada y muy
graciosa y amorosa loa.
6. ¡Cuánto te alindaste! ¡Cuánto te
enmelaste, Amada, en los deleites!
Esta es una cláusula
sentenciosa que remata todo lo sobredicho, que los retóricos llaman epiphonema, y va mezclada
con una gran admiración, como es natural, después de haber visto o desmenuzado
por palabras alguna cosa muy buena, romper el ánimo del que lo ve y trata en
otro tanto espanto y admiración.
Pues dicen aquellas
dueñas: «¿Por qué es ir particularizando tus gracias? Pues
es cosa que saca de juicio ver cuánto seas graciosa en todas tus cosas, tus
dichos, tus obras, dulce y alindada y deleitosa, pues eres el extremo de la
hermosura y de la lindeza». Y así fue remate de lo pasado el decir esto, que
dio nuevo principio a lo que ya quedaba por decir, y así añaden:
Esta
tu disposición, esto es, tu gallardía y bien sacada
estatura, semejante
es a la palma, que es árbol alto, derecho y hermoso; y tus pechos a
los racimos; hanse de entender de alguna vid o parra que, estando
aunada a la palma y abrazada con ella, o que trepa por el tronco arriba, dando
vueltas y encaramándose con sus sarmientos; que, así como los tales racimos
cuelgan y están asidos de la palma, así los dos pechos tuyos se salen afuera, y
se muestran estar colgados de tu gentil estatura.
Porque es natural de la
belleza acodiciar así a cualquiera que la conoce; y porque es común uso de las
mujeres, cuando cuentan de alguna otra hermosa o graciosa, que les agrada mucho
decir: «Va tal y tan linda, que quisiera llegarme a ella y
dalla mil abrazos y mil besos», siguiendo e imitando Salomón a este efecto,
añade con singular gracia y propiedad las palabras que se siguen:
7. Dije: Yo subiré a la palma y asiré tus
racimos y serán tus pechos como los racimos de la vid, el aliento de tu boca
como el olor de las manzanas. 8. Y el tu paladar como el vino bueno que
va a mi amor a las derechuras, que hace hablar labios de dormientes.
Son palabras que cada
una de las dueñas dice por sí, en que muestran por galana manera la codicia y
afición de gozalla, que ponía la Esposa con su hermosura en ellas, y en todas
las que la miraban. Que es decir: «Tan dispuesta y linda eres, como una palma.
¡Ay! ¡Quién subiese a ella hasta asirse de sus racimos altos!».
Dije: esto es, a mí y a cuantos te ven, encendidos en tu
belleza, nos dice el deseo y el corazón: «¡Quién te alcanzase y gozase, así que
pueda llegarse hasta ti y, recreándose entre tus brazos y dándote mil besos,
coger el fruto de tu boca y pechos!». Y así dicen: Y serían, esto es, y son (pone
el tiempo pasado por el presente); pues, y son tus pechos como racimo de vid,
que es fresco, oloroso y apiñado y de gracioso y mediano bulto.
Y el
olor de tu boca como el olor de manzanas, que
es olor por extremo suave y apacible. O hagamos de todo esto una razón trabada
y continuada, que diga de esta manera: «¡Ay, linda eres como una palma! Yo
quiero llegarme a ella y asíreme de los sus racimos altos, y subíreme hasta la
cumbre».
Y
seranme los tus pechos como racimos de vid:
alegrarme he y deleitarme he con ellos, tratándolos como unos frescos y
apiñados racimos de uvas. Cogeré el aliento de tu boca, más olorosa que
manzanas; gustaré el gusto de tu lengua y paladar, que en el deleitar, alegrar,
embriagar con dulzura y afición tiene más fuerza que el vino mejor, y más gusto
da a mi Amado cuando más sabor halla en él y más dulce lo siente; que bebe
tanto de él que, después parla temblando los labios y desconcertadamente, como
si estuviese durmiendo. Que decir esto así, es llegar hasta el cabo de todo lo
que puede y suele decir un deseo semejante. Y esta es la sentencia.
En las palabras donde se
compara el paladar al vino hay alguna oscuridad, porque dice así:
9. El tu paladar como vino bueno, que va
a mi Amigo a las derechas; hace hablar con labios dormientes.
Que
va: quiere decir, cual es el que coge o bebe el
mi amigo; que es como decir en español mi
vecino o fulano, palabra que no determina alguna cosa o persona
cierta, y confusamente las significa a todas.
Dice que va a las derechas. La
palabra hebrea es lemesarim,
que quiere decir derechas,
se puede entender en dos maneras: la una, es decir que se bebe a las derechas o
derechamente, esto es, que contenta y da gusto y derechamente y con razón, por
su bondad y excelencia; la otra, es que «ir el vino a las derechas» sea irse y
entrarse, como decimos, de rondón, dulce y suavemente por la garganta, y de
allí a la cabeza. Esta es forma de hablar usada en esta lengua, que corresponde
y significa lo que solemos entender en la nuestra, cuando hablando del vino,
que es bueno en el gusto y hace después de bebido sus obras, decimos «que se cuela sin sentir». De esta manera de decir en el mismo
propósito usa Salomón en Proverbios, cap. 23,
diciendo: «No mires el vino cuando se torna rojo y toma su
color, y va a las
derechas»; como si dijese, que como se cuela dulcemente, embeoda y
hace hablar después desconcertadamente, como suelen hablar los que están
vencidos del vino; que es propiedad del bueno y suave, que se bebe como si
fuese agua, y puesto después en la cabeza y hecho señor de ella y de la razón,
traba de la lengua y media las palabras y muda las letras y turba todo orden de
buena pronunciación.
Estas palabras dice de sí la Esposa
propiamente, de arte que, habiendo relatado al Esposo las cosas que en su loor
las compañeras le dijeron, vuélvese a él agora y dícele lo que entonces les
respondió, o lo que ahora está bien decirle, que es como si dijera: «Sea
hermosa y linda cual os parezco, no me entremeto en eso; esto sé, que tal cual
soy, soy toda de mi Amado, y él no desea ni ama otra cosa más que a mí». Que son
palabras que por la coyuntura en que se dicen, esto es, cuando parece que, por
ser tan soberanamente loada, de ninguna cosa se pudiera desvanecer algún tanto,
y volviendo sobre sí amarse demasiadamente y juzgar que, si su Esposo la amaba,
era cosa que se le debía, así que, por decirse en esta coyuntura, muestran y
encarecen el excesivo amor que tenía a su Esposo, por el cual, siendo así
loada, de ninguna cosa se acordó primero que de su Esposo, como diciendo: «Eso
y más bien que hubiera en mí, todo es de mi Amado; todo se le debe y todo lo
quiero yo para él, y lo tengo de él, y no hay que tratar de que yo quiera a
otro, ni que piense nadie gozar de mí, ni lo diga, que yo toda soy y seré de mi
Amado, y él es mío; y el que bien me quisiere, quiérale a él bien, que yo no
soy más de lo que él quiere que sea».
Esto es según la letra,
que, según el entendimiento cubierto del espíritu, es un humilde reconocimiento
que el ánima santa tiene de que cuanto bien y cuanta riqueza posee es de Dios y
para Dios. Y así dice: «Yo, si soy algo, por beneficio de
mi Amado lo soy, y el su deseo y amor que me tiene es lo que me hermosea y
enriquece».
Yo
soy de mi Amado y su deseo a mí. Tres
condiciones y diferencias conocemos y entendemos en el amor de dos personas:
una, cuando fingen quererse bien, y viven engañándose el uno al otro con
palabras y demostraciones amorosas; otra, cuando alguna de las partes ama con
verdad y la parte amada muestra quererle bien responder, mas de hecho no le
responde; la tercera es cuando quieren y son queridos por igual grado y medida.
De los primeros no hay
que tratar, porque no es amor el suyo, sino un fingimiento y embuste, y cual
hacen, así lo pagan; y aunque entrambos hagan mal y profanen la virtud, verdad
y santidad del amor, cuyo nombre usurpan y cuyas propiedades remedan, estando
tan lejos de sus obras, pero ninguno agravia al otro ni tiene que quejarse de
su compañero, porque, en fingir entre sí y mentirse, ambos corren parejas.
El segundo estado, donde
el que ama no es amado, es estado de amor, pero es estado infeliz y trabajoso
más que ninguno otro de cuantos hay debajo del cielo; porque se juntan en él
culpa y pena, y son todos los males en su más subido grado. La pena padece el
que ama, y la culpa se comete por parte del que no responde a su amado. Y
entenderse ha cuán grave sea cada uno de estos males en su corazón, si se
advierte primero que el amor una persona a otra no es otra cosa sino hacer el
que ama un entregamiento y una cesión de sí y de todos sus bienes en el que es
amado, desposeyéndose a sí mismo, y poniendo en la posesión de esto y de toda
su alma a la otra parte. Y que esto sea así, está claro, porque el amor es un
aplicarse y entregarse la voluntad a lo que se ama, y la voluntad es la señora
que manda y rige, y sola ella mueve y menea todo lo que está en la casa del
hombre; de donde se sigue que amar es darse todo, porque es dar la voluntad,
que es señora de todo. Tócase esta verdad con las manos y con la experiencia;
porque vemos que el que ama de veras no vive en sí, sino en lo que ama; siempre
piensa en ello y habla de ello; su voluntad es la de su amado, sin saber querer
otra cosa, ni sin poder querella; que es evidente señal que no es suyo, sino
ajeno, entregado ya en poder y albedrío de otro, que es la regla y el señor de
su querer y entender.
Esto presupuesto, entiéndese la pena y el
incomparable mal y daño que padece la parte desamada, porque se ve desposeída
de sí y entregada sin remedio en el poder ajeno; y que el señor se levanta con
la entrega villanamente, sin hacelle correspondencia o restitución alguna. Si
es pena o no verse desposeído y despojado de su honra o hacienda el rico, ya
veréis cuál y cuánto mayor será la del pobre que se ve desposeído de lo uno y
de lo otro, y de sí mismo, que ver a sí mismo y a todos sus bienes en el poder
ajeno. Y si pena más y es causa de mayor sentimiento la pena, que viene sin
culpa, ¿qué dolor sentirá el que de buen servicio saca mal galardón, y el que
sembrando amor coge fruto de desdén y aborrecimiento?
Por el contrario, por
los mismos pasos se entiende lo segundo, lo mucho que peca y la gran fealdad y
vileza que comete el que, siendo amado, no ama o no desengaña abiertamente al
triste amante. Porque, si es culpa hurtar la capa y si es pecado tiznar la fama
ajena, ¿qué será levantarse alevosamente con la posesión de todo juntamente, de
la fama, de la hacienda, de la vida y del alma, y finalmente de toda una
persona que nació libre, y se vendió a él para comprar con este precio parte de
tu voluntad? Este se recoge el precio y se alza con él y con toda la
mercaduría. Y si la verdadera caridad es noble, aun con los que no conoce, y se
extiende su virtud y beneficios aun hasta los malquerientes y enemigos, ¿qué
palabras encarecerán la bajeza del que paga el amor con desamor, y roba la libertad
del que le sirve y se va riendo con ella, y triunfa de su mayor amigo y da en
trueco y cambio de firmeza y sencillez y claridad del buen amor un cuento o un
millón de engaños y de embustes, un favor fingido y recateado, un cariciar muy
disimulado, un mofar y un reír muy verdadero en volviendo las espaldas, una
muestra de favor muy recateado, un enfadarse luego de lo hecho, y luego
agraviarse de nonada, levantar en el aire sin fundamento mil vanidades de
quejas, con otros melindres y niñerías que se callan? Así que quien esto hace
por más principal persona y por más generosa que sea, aunque nadie se lo diga,
dígaselo ella a sí, y condénese con el testimonio de su conciencia, por muy
baja y muy soez y de muy viles y torpes mañas.
Porque se ha de entender
que, entre las personas, (aunque en las demás cualidades o que se adquieren por
ejercicio o que vienen por causa de fortuna o que se nace con ellas), pueda
haber y hay grandes y notables diferencias, pero unidas en caso de amor y
voluntad, porque esta es señora y libre, así como en todo es libre, así todos
en ella son iguales, sin conocer ventaja del uno al otro por de diferentes
estados y condiciones que sean. Así que mi voluntad es de tanto valor como la
de mi vecino, cualquiera que sea, y no se puede pagar la deuda de mi amor sino
con otro amor tan bueno y tan grande. Lo cual es en tanto verdad, que aún una
sola cosa que hay, que por el incomparable exceso que nos hace podía bien salir
de esta cuenta, que Dios es principio de todo bien y bien sin colmo, y se
iguala con nosotros en este artículo y da por bien vendido el cuanto de su
voluntad por el tanto de la nuestra. Y así dice: «Yo amo a
los que me aman»; y en otra parte: «El que me ama a mí,
será amado de mi Padre». Y queda dicho lo mucho que le ofende el que no ama, y
el miserable mal que padece el que no es amado, y la infelicidad y gran copia
de males que se encierran en este estado que dijimos ser segundo.
Resta que digamos de lo
tercero, donde se entiende todo esto, porque ciertamente es la más alegre y
dichosa vida que en esta vida se vive, y es muy semejante y cercano retrato del
cielo, donde viven las llamas del divino amor, en que, amando y siendo amados,
los bienaventurados se abrasan; y es una melodía suavísima que vence toda la
música artificiosa, la consonancia de dos voluntades que amorosamente se
responden. Porque los que aman, como los primeros que dijimos, no son hombres;
y los que aman como los segundos son, o desdichados o malos hombres; sólo para
estos terceros queda la buena dicha y la buena andanza, que como dicen los
sabios, consiste en tener el hombre todo el bien que quiere; el que ama y es
amado, ni desea más de lo que ama, ni le falta nada de lo que desea.
De este bienaventurado
amor gozaba la Esposa, y por eso dijo: Yo soy a mi Amado, y su deseo a mí.
Y, dicho esto, convídale
a que salga con ella a vivir al campo, huyendo el estorbo e inquietudes de las
ciudades; y porque, sin embarazo de nadie se gocen ambos y gocen de los bienes
y deleites de la vida del campo, que son varios y muchos, y ella refiere
algunos y así dice:
10. Ven, Amado mío; vamos al campo, pasemos las
noches en las granjas.
11. Levantémonos de mañana a ver si florece la
vid; que todas son cosas que dan gran gusto y
recreación. Pero lo que ella más pretende es poderse gozar a solas y sin
estorbos de gentes, que para los que se aman de veras es tormento a par de
muerte. Y por eso dice: Allí te
daré mis amores.
12. Las mandrágoras si dan olor; que todos los frutos, así viejos como
nuevos guardé en mi puerta para ti.
Como si dijese: Demás de
estos gustos y pasatiempos, que tendremos de gozar del campo y andar viendo
cómo florecen los árboles, no nos faltarán buenos mantenimientos, dulces y
sabrosas frutas, así de las frescas y recién cogidas como de las de guarda, que
son riquezas de que suele abundar la vida rústica; lo cual todo, dice, yo te lo
guardé y aderecé.
Capítulo
octavo
1. (ESPOSA:) ¿Quién te
me dará, como hermano, que mamases los pechos de mi madre? Hallarte ía fuera;
besárate y ya nadie me despreciaría.
2. Cogerte ía en casa de
mi madre y en la cámara de la que me parió; y enseñaríasme; daríate a beber
vino adobado y del mosto de las granadas mías.
3. Su izquierda debajo
de mi cabeza, y su derecha me abrazará.
4. (ESPOSO:) Yo os
conjuro, hijas de Jerusalén, ¿por qué despertaréis, por qué desasosegaréis al
Amada hasta que quiera?
5. (CORO DE PASTORES:)
¿Quién es esta que sube del desierto, llena de deleites, recostada en su Amado?
(ESPOSO:) Debajo del
manzano te desperté; allí te parió la tu madre; allí estuvo de parto la que te
parió.
6. Ponme como sello
sobre tu corazón, como sello sobre tu brazo, porque el amor es fuerte como la
muerte, duros como el infierno los celos, las sus brasas [son] brasas de fuego
encendido vehementísimas.
7. Muchas aguas no
pueden apagar el amor, ni los ríos lo pueden anegar. Si diere el hombre todos
los haberes de su casa por el amor, como si no los preciase.
8. (ESPOSA:) Nuestra
hermana pequeña y no tiene pechos; ¿qué haremos de nuestra hermana cuando se
hablare de ella?
9. Si hay pared,
edificaremos sobre ella un palacio de plata; si hay puerta, fortalecerémosla
con tablas de cedro.
10. Yo soy muro y mis
pechos como torres; entonces fui en sus ojos como aquella que halla paz.
11. Tuvo una niña
Salomón en Baal-Hamón; entregó la viña a las guardas, y que cada uno traiga por
el fruto de ella mil monedas de plata.
12. La viña mía, que
[es] mía, delante de mí; mil para ti, Salomón, y doscientos para los que
guardaren su fruto.
13. (ESPOSO:) ¡Oh, tú,
que estás en el huerto, los compañeros escuchan, haz que yo oiga tu voz!
14. (ESPOSA:) Huye,
Amado mío, y aseméjate a la cabra montés y a los ciervecitos de los montes de
los olores.
Declaración
1. ¿Quién te me dará, como hermano?
Una de las cosas que hay
en el verdadero amor es el crecimiento suyo, que mientras más de él se goza,
más se precia y más se desea; al contrario es el amor falso y vil, que es
fastidioso y pone una aborrecible hartura.
Hemos visto bien los
procesos de este gentil amor, que aquí se trata; cómo al principio, la Esposa,
careciendo de su Esposo, deseaba siquiera algunos besos de su boca; después de
haber alcanzado la presencia y regalos suyos, deseó tenerle en el campo
consigo; y ya que le tiene en el campo, gozando de él a sus solas sin que nadie
le estorbase, desea agora tener más licencia de nunca se apartar de él, sino en
el campo y en el pueblo andar siempre a su lado y gozar de sus besos en todo
lugar y todo tiempo. Y para mostrar este deseo la Esposa y la manera como
quería cumplillo, comienza como en forma de pregunta diciendo: ¿Quién me dará? La cual en la lengua hebrea es oración que decimos
deseo y vale tanto como ¡ojalá
pluguiese a Dios! Y así es aquello que dice Jeremías,
7: «¿Quién dará agua a mi cabeza?». Y David dice: «¿Quién me dará alas como a paloma, y volaré?».
Pues la Esposa, estando
a sus solas y sin conversación de gentes, ella goza de los besos de su Esposo,
y se alegra y se huelga mucho con él; mas cuando está delante de gentes, tiene
vergüenza, como la suelen tener las mujeres, y dice que es gran pérdida
aquella, porque siempre querría estar colgada de sus hombros del Esposo,
cogiendo sus dulces besos sin descansar un punto; y que pluguiese a Dios ella
pudiese tenello y tratar con él, como con un niño pequeño, hermano suyo, hijo
de su madre, que aún mamase; que, como ella lo hallase en la calle, arremetería
con él y le daría mil besos delante de todos cuantos allí estuviesen. Porque
esto es muy usado de las mujeres con los niños, y no son notadas por esto ni
tienen empacho de hacer estos regalos, y mostrarles este amor públicamente.
Esta facilidad usa la Esposa tener en los besos de su Esposo y gozar de él. Y
durando aún en la semejanza que ha puesto del niño, prosigue con su deseo
diciendo:
2. En teniéndote yo en mi casa, con mil besos y abrazos te daría a beber vino dulce con
miel y especias, y otras cosas que los antiguos usaban por que fuese más suave
y menos dañoso; y esto era más género de regalo que de ordinaria bebida.
Y darte
ía también arrope de granadas; porque con
todas estas cosas dulces se huelgan los niños, y sus madres y hermanas tienen gran
cuidado de les regalar así. Y lo que dice enseñaríasme, es como si dijese (estando todavía en la
figura del niño y comenzando a hablar): «Diríasme mil cosas de las que hubieses
visto y oído por la calle, y mil cantarcicos»; porque los niños todo cuanto ven
y oyen, lo parlan bien o mal, como aciertan, y de esto reciben gran regocijo
las madres que los crían y aman.
Conforme al espíritu, se
pone aquí el grado más alto y de más subido amor que hay entre Dios y entre los
justos, que es llegarle a amalle y querelle bien, así que no se recelen ya ni
se recaten de ninguna cosa de las del mundo, llenos de una santa libertad que
no se sujeta a las leyes de los juicios y devaneos mundanos; antes rompe con
todos y hace la ley sobre todos por sí, y sale con esto, porque al fin la
verdad y la razón es la que vence. Pues los que llegan a este punto y a esta
perfección de gracia, que son pocos y raros, que andan ya con espíritu de
verdad y santidad, y que, viven vida espiritual y fiel, viven como viven los
justos, no tienen respeto a cosa alguna, sino en público y en secreto gozan de
la suavidad de sus amores, los tales entonces son hermanos de Cristo e hijos
perfectos de Dios, como lo manifiesta el Apóstol (ad Romanos, capítulo 8): «Los que son
gobernados por el espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios». Y él mismo dice
que «Cristo tiene muchos hermanos, y es el primogénito
entre ellos».
Pero es de advertir que,
aunque los sobredichos por el gran extremo de su amor y gracia tienen ya
cobrada licencia para amar y servir a Dios a ojos vistas del mundo, sin temor
de sus juicios, estos mismos sienten un particular gusto y una libertad
desembarazada cuando se ven a solas con Dios, sin compañeros ni testigos. Y por
esto dice que te halle fuera; lo cual en todo amor es natural: los que bien se aman,
aman la soledad y aborrecen cualesquiera estorbo de la compañía y conversación.
Porque el que ama y tiene presente lo que ama, tiene llena su voluntad con la
posesión de todo lo que desea; y así no le queda voluntad ni deseo, ni lugar
para querer ni pensar otra cosa. Y de ahí nace que todo lo que le divierta algo
de aquel su amor y gozo, poniéndose delante, le es enojoso y aborrecible como
la muerte. Así que en toda la amistad pasa esto así; pero señaladamente más que
en otra ninguna se ve en la que se enciende entre Dios y el alma del justo.
Porque así como excede sin ninguna comparación el bien que hay en Dios al que
se puede hallar y desear en las criaturas, por su acabada perfección y beldad
infinita, así los que por gran don suyo, enamorados de este bien, comienzan a
tener gusto de él, gustan de él incomparablemente más que de otro, cuando le
tienen ausente él solo es su deseo; cuando por secretos favores, se les da
presente, arden en vivo fuego; y, ricos en la posesión de un bien tamaño,
juzgan por desventura y mala suerte todo lo que fuera de él se les ofrece.
Y en tanto grado aman a
la soledad y se molestan de todo lo que les ocupa cualquiera parte de su
voluntad, por pequeña que sea, que si en estado tan bienaventurado como es el
suyo se compadece haber pena o falta, no se siente otra cosa si no es la de su
entendimiento y voluntad, que por su natural flaqueza y limitación quedan atrás
del amor que a tan excelente amor se debe. De aquí es que los tales, por la
mayor parte, se apartan de los negocios y trabajos de esta vida, huyen el trato
y conversación de los hombres, desterrándose de las ciudades y aman los
desiertos y los montes, y viven entre los árboles, y a solas y solos, al
parecer olvidados y pobres; pero a la verdad alegres y contentos, y tanto más
cuanto en vivir así están más seguros de que cosa alguna les pueda cortar el
hilo de su bienaventurado pensamiento y deseo, que de continuo en el corazón
les avisa, y dicen con la Esposa: ¿Quién te dará, hermano mío, criado a los pechos de mi madre, que te
halle fuera?
En toda parte está Dios,
y en todo lo bueno y hermoso que se nos ofrece a los ojos en el cielo y en la
tierra y en todas las demás criaturas, hay un resplandor de su divinidad, que
por oculto y secreto poder está presente en todas y se comunica con todas. Mas
estar Dios así es estar encerrado; y lo que se ve de él, aunque por ser de él
es bien perfecto, por parte de los medios, que son bien limitados y angostos,
vese más imperfectamente y ámase más peligrosamente. Y por eso quiere la Esposa
tenelle fuera, que es gozalle así por sí sin miedo ni tercería de nadie, ni sin
ir mendigando ni como barruntando su belleza por las criaturas; y visto así
cual es y cuán grande y perfecto es, llegalle así consigo y abrazalle con un
nuevo y entrañable amor; metello en su casa y en lo más secreto de su alma,
hasta transformarse toda en él y hacerse una misma cosa con él, como dice el
Apóstol: «El que se ayunta a Dios hácese un mismo espíritu
con Él». Y entonces se verá la verdad de lo que añade, y nadie me despreciará; que, como
dice San Pablo, «todo lo que acá se vive es sujeto a
vanidad y escarnio; pero aquel día será, que volverá por la honra de la virtud
y descubrirá la gloria de los hijos de Dios».
Mas tiempo es que
volvamos al hilo de nuestro propósito. Dice la Esposa:
3. Su izquierda debajo de mi cabeza, y su
diestra me abrazará.
Es propio del corazón
enternecido en la pasión del amor desear mucho, y viendo la imposibilidad o
dificultad de su deseo, desfallece con las fuerzas y desmáyase luego. Estaba,
como parece, la Esposa en el campo con su Esposo, y, aunque gozaba de él,
deseaba gozarle con más libertad y sin estar obligada a recatarse de nada, como
declaró en las palabras ya dichas; mas viendo que le faltaba aquella facilidad
para gozar totalmente de su Amado, desmáyase con una amorosa congoja, como en
semejantes afectos otras veces lo ha hecho. Y porque para todas sus pasiones
tiene por único remedio a su Esposo, al tiempo de su desfallecimiento, demanda
el regalado socorro del abrazo suyo, conforme a la demanda del otro desmayo, de
que ya dijimos, donde declaramos esta letra, y parte de lo que se sigue. Sólo
es de advertir un punto en lo que dice:
4. Conjúroos, hijas de Jerusalén, ¿por qué
despertaréis y alborotaréis a la Amada hasta que quiera?
La pregunta por qué vale tanto como rogar vedando; y lo
mismo quiere decir por qué
despertaréis, que no
despertaréis. Y tal como esto es lo del salmo: «¿Por qué te apartaste, Señor, tan lejos, por qué escondes tus
faces?». Que es decir: «Señor, no te alejes, no te ausentes»; salvo que,
diciéndolo por pregunta, pone más compasión, como si dijera: «¿No habéis
lástima de despertarla? Dejarle dormir y pasar su desmayo, hasta que torne de
suyo a volver en sí».
5. COMPAÑEROS: ¿Quién es esta que sube del
desierto sustentada en su Amado?
ESPOSO:
Debajo del manzano te desperté; allí te parió tu madre, allí estuvo de parto la
que parió.
El primer verso es
paréntesis o sentencia entretejida en las hablas de los dos, Esposo y Esposa, y
son palabras de las personas que veían cómo los dos amantes se iban del campo a
la ciudad, y la Esposa venía muy pegada y abrazada a su Esposo. Porque, después
que ella tornó en sí del desmayo sobredicho, se finge subir a la ciudad, y
ella, con más atrevimiento que antes, se iba muy junta y abrazada a su Esposo,
sin tener el respeto del temor que primero tenía, y como señora ya que fuera de
aquella libertad, que poco antes deseaba y pedía, como habemos dicho. Porque el
amor suyo, que había ya llegado a lo sumo, le daba alientos para vencer todo
esto; y parte fue aquel desmayo que tuvo. Y esta es cosa muy aguda en este caso
de amor, y punto de notar mucho; que cada vez que sobre algún negocio que le
daba pasión, de escándalo o de otra manera se desmaya uno y pierde el juicio,
cuando torna en sí, tiene nuevo ánimo y nuevo atrevimiento en aquel negocio. Y
esto es muy probado en los que han estado sin seso, que después tornan otros
hombres diferentes de lo de antes; y vemos que el que enloqueció por algún caso
de honra, después que torna en su libre poder, no estima aquello; y de esto hay
cada día muchas experiencias. Y la causa de ello es lo que acaece por ley de
naturaleza en todos los demás sentidos, que eso mismo que sienten y que
apetecen naturalmente, cuando acaece, que viene a ser excesivo, los corrompe y
los destruye; como vemos que una claridad muy clara ciega a las veces, y un
sonido desmedido ensordece, el sentido de tocar se torna insensible con el frío
o calor que es extremado. Y por la misma razón un afecto de pena o pasión, que
llegó a este extremo de torcer el juicio o desmayar el corazón, deja como
amortiguados los sentidos para sentir jamás cosa semejante. Así la Esposa, que
poco antes se congojaba por no osar públicamente gozar de sus amores con su
Esposo, de sentir mucho esta vergüenza, viene agora a no sentilla, y viene
delante de todos tan asida y tan afirmada en él, que todas las otras con
admiración preguntan: ¿Quién
es esta que sube del desierto, tan asida y junto a su Esposo, que viene como
sustentada toda sobre él?
Desierto en este lugar significa tanto como campo; porque así se ve que ellos no tornan
del desierto a
la ciudad, sino del campo, donde había huertas, viñas y árboles y granjas. Y
también porque este vocablo desierto no siempre significa entre los hebreos lugares
yermos, y que carecen de habitación y de pastos y verduras; antes muchas veces
significa lugares anchos y llanos en el campo, adonde, aunque no hay tan
espesas moradas de gentes, no faltan a lo menos algunas, y juntamente hay pastos
y bebederos. Porque en la Escritura muchos pueblos y ciudades se cuentan estar
asentadas en desierto, que quiere decir en el campo llano; y así leemos
en Josué que a
los del tribu de Judá les cupieron seis ciudades del desierto, y de Moisén se
dice en el Éxodo que
llevó el ganado de su suegro, que apacentaba, al desierto, más adentro de lo
que antes estaba.
Esto es trasladado a la letra del original
hebreo, que el trasunto latino dice de otra manera, así: Allí fue corrompida tu madre, allí fue
violada la que te parió. El sentido a la
letra de estas palabras parece ser que la Esposa, viéndose tornada en sí del
desmayo pasado, y con mayor atrevimiento, comenzando a gozar de su Esposo (al
cual en la mayor parte de esta Canción se pinta rústico pastor, conforme a la
imaginación que el autor de ella tomó), viniendo agora con él muy junta y
abrazada, acuérdase del principio de sus amores, de los cuales ella agora tan
dulcemente goza; y, acordándose, cuéntalo con gran alegría. Porque una de las
condiciones del amor es que a los enamorados hace de gran memoria, que sin
olvidarse jamás de cosa, por pequeña y liviana que sea, siempre les parece
tener delante un retablo de toda la historia de sus amores, acordándose del
tiempo, del lugar y del punto de cada cosa. Y así en sus dichos y secretos usan
muchas veces de las cosas pasadas para su propósito; unas veces contándolas,
sin parecer que hay para qué; y otras, que se ve claro el fin de su intención.
Y como la retórica de los enamorados consiste más en lo que hablan dentro de sí
que en lo que por la lengua publican, muchas veces traen lo primero a la
postre, y lo último al principio; como vemos en este lugar, que la Esposa dice
el principio de sus amores tan al fin de la Canción, que parece que lo debía haber contado
antes, si de ello quería hacer mención. Mas, como habemos dicho, en ellos no
hay antes ni después en estas cosas, que todo lo tienen presente en su
fantasía; y agora, embebecida en la suavidad del amor que delante tenía,
pensando unas cosas y callando otras, dice otras. Lo que dice es esto: «¡Esposo mío!, que me parece que agora te desposaron conmigo; y
esto era estando yo y tú debajo de un árbol en las huertas, debajo de aquel
árbol que te parió tu madre».
Y allí
estuvo de parto la que te parió: repite la
sentencia, como suele, quiere decir: «No eres extranjero,
porque de allí eres natural, y allí te parió la tu madre, y allí te desperté y
encendí en mi amor; y porque este amor me ha hecho tan dichosa, gozando del
bien que por él gozo, bendigo aquel día y aquella hora y el lugar donde tú me
amaste». Lo cual es dicho, como otras cosas que arriba hemos dicho, conforme a
lo que mejor dice y asienta y suele acontecer más comúnmente a los pastores y
labradores que viven en el campo, cuyas personas y propiedades imita Salomón en
este su Canto; a los
cuales, así como andan lo más del tiempo en el campo, así les es muy natural en
el campo el concertar sus amores los zagales con las zagalas por las florestas
y arboledas, donde se topan. Esta es la sentencia de esta letra, cuanto podemos
alcanzar, y va más conforme a las otras razones que, en este caso, suelen decir
los enamorados.
6. Ponme como sello en tu corazón y como sello
en tu brazo, porque el amor es fuerte como la muerte, dura como el infierno, la
emulación de sus carbones [son] como carbones de llamas de Dios.
7. Las muchas aguas no pueden apagar el amor y
los ríos no lo pueden anegar. Y si diere el hombre todos los haberes de su casa
por el amor, los despreciaría.
El gran misterio de este
lugar es muy digno de consideración; que hasta aquí mostrado ha el Esposo a la
Esposa el amor que le tiene, mas no del todo abiertamente, que unas veces la
regalaba antes de agora, y otras la loaba, y algunas se mostraba esquivo y
airado, porque ella fuese poco a poco conociendo la falta que sin él tenía;
agora, después que ella ha venido a amalle perfectamente del todo y que él
siente ser así, muéstrale y dale a entender por claras palabras, sin
fingimiento ni rodeos, lo mucho que le ama, como si dijera: «Agora es tiempo de
avisar a esta mi Esposa de mi amor, para que no pierda ni disminuya el amor que
me tiene». Y dícele estas palabras, las cuales pronuncia con grande y vehemente
afecto en esta sentencia: «Ten cuenta, Esposa carísima,
cuánto te amo y cuánto he penado por tus amores, y nunca me dejes de tu
corazón, ni ceses de amarme, de manera que tu corazón tenga esculpida en sí mi
imagen y no la de otro ninguno. Haz que yo esté en él tan firme como está la
figura en el sello, que está siempre en él sin mudarse, y todo cuanto se
imprime con él sale de una misma imagen; así quiero yo que en tu corazón no
haya otra imagen más de la mía, ni que tus pensamientos impriman en él más de a
mí, y primero le hagan pedazos que le puedan hacer mudar el retrato que en sí
tiene mío. Y no sólo deseo que me traigas en tu corazón y pensamiento, mas
también de fuera quiero que no mires, ni oigas otra cosa sino a tu Esposo, y
que todo te parezca que soy yo y que allí estoy yo; y esto hacerlo has trayéndome
siempre delante de tus ojos, como los que usan sellar sus secretos y sus
escrituras, que porque nadie les hurte o falsee el sello, le traen siempre
consigo en alguna sortija en la mano, de manera que siempre ven su sello,
porque la parte que más presto se muestra y más a menudo vemos, son las manos.
Y sabe, Esposa, que tengo razón de pedirte esto, por lo que he hecho por ti,
por causa del amor tuyo que está en mi pecho, el cual es tan fuerte y me ha
forzado tanto sin podello resistir, que la muerte (contra quien no se ve
defensa humana) no es más fuerte que el amor que yo te tengo. Ha hecho esto
mismo de mí lo que ha querido este mi amor, como la muerte hace su voluntad con
los hombres, sin ser ellos parte para defenderse de ella. Deseo también, Esposa,
que me ames solo, sin amar a otro; así porque mi amor lo merece, como por el
tormento que reciben con los celos los que aman como yo; que te certifico que
no les es menos dura y grave la imaginación celosa que la vista de la
sepultura, y más fácilmente sufrirán que les digan: "En este sepulcro que
está abierto te han de echar agora", que si les dijesen: "La que tú
amas tiene otro amado". Por esto ten cuenta de amarme solo, así como yo
solo lo merezco por el encendido amor que te tengo».
Y tornando el Esposo a
hablar y recordar su amor debajo de esta figura de fuego amoroso que arde en el
corazón, dice que son
brasas de llamas de Dios; quiere decir, son
brasas vivas y de fuerte llama. Mayor y más ardiente fuego es éste que el que
acá se usa, porque el fuego de acá, con echarle un poco de agua, se amata, mas
el fuego del amor vence a todas las aguas; echándole agua, arde más y se
embravece más, aunque se desarramasen sobre él los ríos enteros. Así que tan
fuerte es el amor, que no basta todo el poder de la tierra para lo vencer. Ni
tampoco se quiere dejar vencer por dádivas ni sobornos, porque no se abate a
nada de esto el amor, por su gran majestad. Así dice: «afirmo
que, si el hombre se quiere rescatar del amor, cuando él cautiva a uno y le
diese cuantas riquezas y haberes en su casa tiene, aunque fuese el más rico, no
curaría el amor de ellas, y despreciaría al que se las ofrecía con gran
desprecio y le haría servir por fuerza. De manera que el amor es un señor muy
fuerte e implacable, cuando ha tomado posesión en el corazón de alguno. Pues,
siendo tal mi amor contigo, justo es que tú me respondas amándome en igual
fuerza y grado».
Este es el sentido.
Declaremos agora algunas particularidades de la letra.
Como sello en tu brazo; quiere decir, en tu mano y dedo, donde está tu anillo,
y significa por el todo la parte.
Por el vocablo infierno entendemos sepulcro. Porque así lo significa aquí y en otros
lugares de la Escritura, como en aquello de Jacob (Génesis, 35): «Descenderé al
infierno», que quiere decir: «Esta desgracia de la muerte de mi hijo Joseph me
ha de acabar y llevar a la sepultura».
Donde dice llamas de Dios, quiere decir
«vehementísimas»; como montes de Dios, quiere decir «altísimos»; cedros de Dios, «crecidísimos cedros»,
como aquello de David (salmo 35): «Es, Señor, tu justicia
como los montes de Dios». Y de semejante manera de decir usamos los españoles y
otras naciones en sublimar y engrandecer una cosa, que usamos de este
nombre, divino,
diciendo: «Es un hombre divino, tiene una divina elocuencia».
8. Hermana es a nos pequeña y tetas no tiene:
¿qué la haremos a nuestra hermana el día que de ella se habla?
Después que las mujeres
están casadas y por su parte contentas con sus nuevos esposos, suelen acudir
nuevos cuidados de remediar y poner en cobro las hermanas menores que en casa
de sus padres quedan, y comienzan desde entonces a mirar por ellas y por su
honra, y sus esposos las ayudan, tomando por suyo el negocio de las amadas
cuñadas. Este mismo cuidado se le mueve agora a esta contentísima Esposa, y
cuenta a su Esposo cómo ellos tienen una hermana tan pequeña, que aún no le han
nacido los pechos, y que es hermosa, y que, por ser así, no le faltarán nuevos
enamorados; y siendo como es niña y simple y sencilla no tendrá valor para
recatarse y mirar por sí; por tanto que es menester mirar cómo la guardarán, y
qué harán de ella, hasta que venga el tiempo de casalla; que eso es quiere
decir el día que se hablará de ella.
A esto responden ellos
mismos, diciendo que será bien tenella encerrada en un lugar que esté muy
fuerte, y que si se ha de hacer algún edificio de paredes para ello, que sea
tan fuerte, tan macizo, tan liso por de fuera como si fuera de plata que no le
puedan quebrantar minándolo, ni por él trepando. Y las puertas de tal edificio,
guarnezcámoslas de muy fuertes y durables tablas de cedro, para que de esta
manera esté bien guardada nuestra hermana.
Estas palabras parecen
ser dichas burlando, como si dijesen: «Si por vía de guarda lo habemos de
hacer, hagámosle un palacio fortísimo, que no baste nadie a entrar donde ella
está». Mas, en fin, dice, todo esto no es menester, y la causa es por lo que
añade:
Que es decir: Si yo no
estuviera casada con tal Esposo como el que tengo, tuviéramos necesidad de
tratar de esos negocios para la guarda de mi hermana; mas agora, estando yo tan
amparada con la sombra de mi Esposo, tan honrada por su nobleza y tan acatada
por su causa, yo sola basto a hacer segura a mi hermana; no hay para qué
tenella encerrada de esa manera; sino traella conmigo junto a mí y abrazada a
mis pechos, que no haya quien la ose a ofender; porque no hay muro tan fuerte
como yo, ni hay torres tan fuertes como mis pechos y la sombra de mi seno; y
esta fortaleza tengo yo desde el tiempo que comencé a agradar a mi Esposo y le
parecí bien a sus ojos, y él comenzó a comunicarme su amor.
Esto es dicho siguiendo
el parecer de algunos; mas a mi juicio todo este lugar se puede entender de
otra manera más llana y mejor, diciendo que la Esposa, movida del natural
cuidado del bien de su hermana (conforme a lo que dijimos acontece comúnmente a
una doncella cuando se ve casada, desear luego el remedio de sus hermanas las
demás), así que, movida de esto, pregunta a su Esposo la manera que tendrán, no
en guardar ni encerrar a la pequeña hermana, sino en aderezalla y atavialla
bien el día de las bodas, al tiempo de casalla, de manera que parezca bien;
porque, como dicen, la pobrecilla por la edad y por su propia composición, no
tenía pechos y era menudilla y de no muy buena disposición. A esto responde que
el remedio será vencer la naturaleza con el arte, y cubrir el defecto natural
con la gentileza y precio de los vestidos y arreos; como quien hermosea a un
muro, pintándole las almenas de plata, y aforrándole una puerta con tablones y
entalladuras de cedro por el mismo fin. Y diciendo y oyendo esto la Esposa,
viénele a la memoria acordarse de sí y de su gentileza, y de la poca necesidad
que tiene de semejantes artificios para agradar a su Esposo; y agradándose
consigo misma y saboreándose consigo misma de ello, dice: Yo soy muro. Como si dijera: «Dios loado, que yo no me vi en esta
necesidad de buscar artificios y afeites postizos para agradar al mi Amado; que
yo sin ayuda de hermosura ajena me soy el muro y las almenas y las torres de
plata, y todo lo demás que dices». Por lo cual, como he dicho, se significa
toda la hermosura advenediza, y toda la gentileza añadida por arte.
11. Una viña fue a Salomón en Baal-Hamon; entregó
la viña a los guardas, cada uno trae por el fruto de ella mil monedas de plata.
12. La viña mía, que es a mí, delante de mí; mil
para ti, Salomón, y doscientos para los que guardan su fruto.
Después que las mujeres
se hallan con buenos y honrados maridos, para la sustentación de su familia es
necesario que entiendan en allegar y guardar la hacienda; y cuanto más honrada
es y más ama a su marido, más cuenta tiene en esto, como parece claro en las
parábolas o Proverbios de
Salomón. Y así, luego que esta Esposa se casa tan a su contento, comienza a
tener cuidado de la hacienda y esperar de haber gran provecho. Porque ella
tiene una muy buena viña, como arriba la oímos decir; y como agora está
favorecida con su Esposo, ella tendrá gran cuidado de la guardar hasta que se
coja el fruto, y no habrá quien ose apartarla de guardar su viña, como antes
hacían sus hermanos. Y así guardándola ella, como persona a quien le duele,
estará más entero el fruto de la viña y rentará más. Y para decir esto, usa de
un argumento entre sí de esta manera: Salomón, el rey de Jerusalén, tiene una
viña en aquel lugar, que llaman Baal-Hamon, que quiere decir «señorío de
muchos», como si dijésemos en el pago de muchas viñas, y esta viña arriéndala
Salomón a unos hombres para que la labren y guarden, y le traigan mil monedas
de plata del valor cierto de aquel tiempo por el fruto de ella, y que ellos se
ganen lo demás; y de aquí concluye la Esposa que por fuerza su viña habrá de
rentar más que no la de Salomón, porque la guarda ella, que es propia señora, y
por la misma causa estaba mejor labrada que no la otra. Y dice: «Pues si la tuya, Salomón, te renta mil a ti, y los que la
arriendan y guardan ganan por lo menos la quinta parte, que son doscientos,
¿qué me rentará a mí la mía, de quien yo tendré tanto cuidado?».
Dicho esto, habla el
Esposo y dice:
13. ¡Oh, tú que estás en los huertos, los
compañeros escuchan, haz que yo oiga tu voz!
La viña de la Esposa no
estaba muy lejos de los huertos, como podemos colegir de lo que ella en el
capítulo antecedente decía, convidando a su Amado al campo: Levantarémonos de mañana, veremos las viñas y los huertos. De manera que, estando en los huertos, podría ver y
guardar su viña. Y como el Esposo es pastor, conviénele andar entre día con su
ganado; y así se ocupaba el uno con el pasto, y el otro en la guarda de las
viñas, y en aderezar también alguna cosa del huerto, y que esto competía a la
Esposa; mas como se amaban tanto, no se quisieran estar apartados uno de otro.
Demás de esto suele acaecer que, cuando dos están en grande conformidad de
estrecho amor, nunca faltan envidiosos que les pese de ello, porque ellos no
tienen semejantes amores, o porque naturalmente son envidiosos del bien ajeno,
y cualesquiera señas o cosas que ven pasar entre los buenos amantes les es
enojosa y grave. Y de esto reciben gran gusto los que mucho se aman, porque no
solamente con estas muestras hacen pesar a los émulos, mas acreciéntase también
su amor; que parece que el atizar del contrario les enciende más el amoroso
fuego de sus corazones. Esto es lo que pasa en la letra presente, que el Esposo
dice a su Amada: «Cuando tú estuvieses en los huertos,
guardando tus viñas, y yo anduviere por el campo, apacentando el ganado, canta
alguna canción que pertenezca a nuestro amor, de manera que yo la oiga y me
goce mucho por ser tu voz, que yo tanto amo; y los pastores que estuvieren
escuchando revienten de envidia».
La canción que la Esposa
dice para estos propósitos de mostrar el amor suyo y de su Esposo y hacer
rabiar a los émulos, es la que está luego a la letra que dice:
14. Corre, Amado mío, que parezcas a la cabra
montés, y al ciervecito sobre los montes de los olores.
Como si dijese: «Esposo
mío, amado mío, gran deseo tengo de verte; no estés sin venir a visitar a tu
Esposa; acude de cuando en cuando a verla, y cuando vinieres, no estés en el
camino, sino muestra el amor que me tienes, no sólo en visitarme a menudo, sino
en venir más ligero que la cabra montés, y más que el ciervecito que anda en
los montes espesos, donde hay cedros, terebintos y otras plantas olorosas;
porque bien sabes tú que corren con gran ligereza. No tardes en correr, amor
mío verdadero, pues no puedo hallarme sin ti. Con gran presteza acude a verme».
Y podríase trovar esta
canción en pocos versos, que dijese de esta manera:
La virtud siempre fue y es envidiada de
muchos, y para muchas gentes no hay dolor que más les llegue al alma que ver a
otros que tratan de amar y ser amados de Dios; y si pueden muy a costa suya
deshacer esta santa liga, y desterrar la piedad del mundo y poner perpetuos
bandos y disensión entre el divino Esposo y los hombres, y sacalle de entre los
brazos, lo harían; y así lo intentan y procuran cuanto en sí es. Para contra estos
le pide Dios la voz de su cantar y confesión, en que publique lo mucho que le
quiere; que es un amargo y mortal tósigo para el gusto de sus envidiosos
contrarios, los cuales son falsos y los sembradores de cizañas del demonio y
sus bandoleros.
A esto obedece la
Esposa, y el cantar de que usa para el gozo del Esposo y rabia de sus enemigos
es pedille que se apresure y que venga; que es una voz secreta que, aguzada por
el movimiento del Espíritu Santo, suena de continuo en los pechos y corazones
de los ánimos justos y amadores de Cristo. Como lo certifica San Juan en
el Apocalipsi,
capítulo último, diciendo: «El Esposo y la Esposa dicen:
Ven, Señor». Y poco después dice él mismo en persona suya, como uno de los más
justos: «Ven presto, Señor Jesú»; la cual voz y petición
es una muestra de amor muy agradable y muy preciada de Dios. Porque pedille que
se apresure y venga, es pedille lo que se demanda en la oración que él nos
enseñó, que
santifique su nombre; que lo ponga todo debajo de su poder y de
sus leyes; que reine enteramente y perfectamente en nosotros; y que vuelva por
sí y por su honra, y ponga fin a los desacatos de los rebeldes contra la
majestad de su nombre; que dé su asiento a la virtud y, usando de riguroso
castigo, ponga en la mala reputación que merecen a los vicios y a los viciosos.
Que todas ellas son
cosas que, como dicen, le atañen y pertenecen, y tiene a su cargo de hacellas
al tiempo que Él sabe y tiene señalado, que es el día del juicio universal, que
con particular razón suele en la Escritura Sacra llamalle día suyo,
porque es el propio día de su honra y gloria. Por donde el pedille que se
acelere presto y que venga, a Él le es por extremo agradable, y por el
contrario les es triste y aborrecible a sus enemigos; porque en descubrir ya
Cristo su luz y resplandecer enteramente por el juicio en el mundo, está el
remate de todo su mando usurpado y tiranizado, y el principio de su abatimiento
y mal perpetuo.
Pues este aceleramiento
de la honra de Dios es el que pide en esta letra la Esposa como perfecta ya en
el amor suyo; y el que cada cual de nosotros, si somos miembros de Cristo y si
nos cabe parte de su divino Espíritu, debemos continuamente pedille; que le
plega, aunque sea a costa de asolar las provincias y trocar los reinos y poner
a fuego y sangre todo lo poblado y de trastornar el mundo, rompiendo sus más
antiguas y firmes leyes, y allanando por el suelo los cerros y los montes,
venir volando a deshacer las afrentas y baldones que cada día recibe su honra,
y a volver por su honor, y a quien propia y solamente se debe toda gloria por
los siglos de los siglos. Amén.
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