Censos históricos de la Ciudad de México: entre la
explosión demográfica y el estancamiento poblacional
De acuerdo con diversos estudios
realizados en los últimos tres años, la Ciudad de México cuenta con una
población aproximada de 8, 900,000 habitantes y, si se le añade la Zona
Metropolitana, supera los 22, 000,000 con un margen relativamente amplio.1 Desde
el punto de vista de la ciencia demográfica, tomando en consideración la
segunda de estas cifras, es la cuarta ciudad más poblada de América Latina y la
novena del mundo entero. Su proceso de densificación poblacional ha tomado
años, décadas e incluso siglos, y, aunque en la actualidad no ha llegado a su
límite máximo, sí parece haber ingresado en una etapa de franca desaceleración.
La población de la antigua
México-Tenochtitlán debió de ser, como consecuencia de la abundancia y de la
prosperidad del Valle de Anáhuac, bastante numerosa; en concordancia con esta
suposición, hay estimaciones que hablan no sólo de miles, sino de millones de
habitantes.2 Lo
cierto es que, en cualquiera de ambos escenarios, el arribo de los
conquistadores españoles hizo que el índice demográfico de la región —desde
México-Tenochtitlán hasta, por lo menos, el Istmo de Tehuantepec— disminuyera
de manera dramática.3 Al
parecer, hubo dos razones torales: 1) la Conquista en sí misma, es decir, sus
prácticas violentas y exterminadoras, y 2) la inoculación de nuevas
enfermedades en los organismos de los aborígenes, que no podían ser combatidas
con eficacia por sus sistemas inmunológicos.
Ilustración: Víctor Solís
Por lo demás, la fidelidad y la
exactitud de los registros de la época están puestas en entredicho. Es
altamente probable que los soldados y los sacerdotes ibéricos se sintieran
obligados a mandar noticias tergiversadas de su actividad diaria en las tierras
recién descubiertas, exagerando anécdotas por aquí, magnificando hazañas por
allá, a fin de quedar mejor parados ante los ojos de la corona española. Por
ejemplo, en una carta dirigida al emperador Carlos V, que data del 11 de
septiembre de 1526, el conquistador castellano Hernán Cortés echó mano de sus
dotes imaginativas y dejó asentado que “los indios […] se multiplican y van
tanto en crecimiento, que parece que hay hoy más gente de los naturales que
cuando al principio yo vine a estas tierras”.4
Tales artimañas en la comunicación
transatlántica, semejantes mensajes a modo y a conveniencia, estuvieron
vigentes durante mucho tiempo. Su prevalencia es la causa de que, a la hora de
postular una métrica poblacional de la era precortesiana, de la Conquista o de
la Colonia, se deba proceder con precaución, con cautela. Las reformas
borbónicas, que intentaron reinventar la burocracia española en los virreinatos
ultramarinos, aportaron mayor certidumbre a este tipo de información. Al
implementarlas en las postrimerías del siglo XVIII, Juan Vicente de Güemes,
asimismo conocido como el virrey Revillagigedo, levantó un censo poblacional en
1794 y, gracias a su meticulosidad administrativa, por fin arrojó luz sobre
esta lúgubre materia.
En 1803 y 1804, Alexander von Humboldt
estudió el censo susodicho a conciencia y, en su Ensayo
político sobre la Nueva España, transcribió dos cantidades que
juzgó pertinentes: 112,926 habitantes en la capital y 1,162,856 cuando a éstos
se les sumaban los de las áreas circunvecinas.5 A
pesar de que los números de Humboldt se figuraban infalibles, tanto por su
autoridad intelectual como por su metodología empírica, él no perdió la
oportunidad de formular una advertencia razonable: la posible falsificación de
los datos proporcionados por los habitantes de la ciudad. Pero ¿por qué
mentirían sistemática y consuetudinariamente los capitalinos al proporcionar
datos personales sobre ellos y sus familias? Según Humboldt, porque intentaban
evitar el cobro de más impuestos, uno de los objetivos principales, dicho sea
de paso, del virrey Revillagigedo y de su plantilla de intendentes.6
Ahora bien, desde el inicio de la
Independencia hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XIX, la población
de la Ciudad de México sufrieron un deterioro considerable. Las invasiones
extranjeras, las guerras civiles, los desastres naturales, las constantes
expulsiones de españoles, el aumento de la deuda pública, el estancamiento de
la economía nacional y la consecuente precariedad del nivel de vida urbana
explican, en buena medida, este fenómeno. Hacia finales del período aludido, en
términos demográficos, había una sensación de estancamiento; al respecto,
algunos académicos señalan que la Ciudad de México, “sin un crecimiento notable
de la población, tenía el mismo número de habitantes en 1862 que en 1910”.7
Durante el Porfiriato, la paz impuesta
por el gobierno federal y los beneficios importados de las revoluciones
industriales europea y norteamericana fomentaron la dilatación exponencial de
la población en la Ciudad de México. Con base en cifras recabadas de los censos
de 1895, 1900 y 1910, es posible afirmar que, de 1877 a 1910, la población de
la capital del país estuvo a punto de duplicarse, pues pasó de 327,512
habitantes en el primer año a 720,753 en el último.8
Después de la Revolución mexicana y de
sus secuelas regionales más cruentas y sanguinarias (tómese por caso la
Revolución cristera en El Bajío y en el occidente del territorio nacional), la
densidad demográfica del país y, en directa proporcionalidad, de la Ciudad de
México, vino a más. A partir de 1940, el desarrollo estabilizador estimuló las
tasas de natalidad y, alrededor de 1970, ya era fácil reconocer las dimensiones
de una verdadera explosión demográfica. La Zona Metropolitana, en aquellos
tiempos, comenzó a perfilar la talla que la caracteriza hasta el día de hoy; en
tan sólo treinta años, saltó de 1, 600,000 habitantes a 8, 700,000.9
En 1982, en el crepúsculo del
desarrollo económico sostenido, el ritmo de esta tendencia observó una cierta
disminución; a la fecha su desaceleración resulta evidente. (Es comprensible:
el incremento demográfico no puede perpetuarse y, aunque como aseveran Giovanni
Sartori y Gianni Mazzoleni, “somos inconscientes y somos demasiados”,10 las
sociedades son organismos autónomos e inteligentes capaces de autorregulación).
Adrián Guillermo Aguilar y Boris Graizbord anotan que en ese año “la capital
[se volvió] poco atractiva, disminuyó la inmigración y estimuló el proceso
centrífugo de urbanización; sectores económicos como la construcción mostraron
tasas negativas entre 1982 y 1986; el desempleo urbano creció notablemente; se
registró una tasa de inflación muy elevada que encareció la vida de sus
habitantes; y, en general, la inversión pública disminuyó en todos los
sectores. A lo anterior hay que agregar los efectos del terremoto de 1985, que
ahuyentó población de clase media y obligó al sector público a tomar medidas de
descentralización administrativa”.11
El auge de nuevas economías estatales
en la frontera norte, en Monterrey, y en la franja occidental, en Guadalajara,
también ha invertido el flujo migratorio de la Ciudad de México, de afuera
hacia adentro, a adentro hacia afuera. Ahora bien, en el próximo sexenio podría
sumarse una fuerza más a esta dinámica despobladora: la descentralización del
gobierno federal (una propuesta que el candidato de la coalición Juntos haremos
historia, Andrés Manuel López Obrador, ha presentado en diferentes medios de
comunicación), la cual, en un horizonte hipotético, disminuiría la actividad
económica en la capital y estimularía la mudanza de sus moradores a otras
entidades federativas de la república.
Proyección demográfica sexenal de la Ciudad de
México
Fuente: elaboración propia con
base en datos del Consejo Nacional de Población (CONAPO). Remítase a la nota
14.
De acuerdo con algunos estudios, en
2025, la Ciudad de México descenderá varios escaños en el ranking de
las ciudades más pobladas del mundo, será rebasada por Shanghái, China, y por
Bombay (o Mumbai), India, y estará a unos pasos de ser alcanzada por Sao Paulo,
Brasil.13 El
pronóstico del Consejo Nacional de Población (CONAPO) es parecido.14 Todo
indica que, en los años venideros, la población de la Ciudad de
México se mantendrá estática, anquilosada, sin variaciones dignas de
tomar en cuenta. Su “gigantismo de fin de siglo”, tal cual ha sido denominado
por Serge Gruzinski,15 su
acromegalia finisecular, por fin hará una pausa saludable y alentadora, sin
embargo, nadie sabe por cuánto tiempo.
Francisco Gallardo Negrete
Escritor y doctorando en Teoría Literaria en la Universidad Autónoma
Metropolitana. Andar de espaldas es su libro más reciente.
1 Cfr. Instituto Nacional de Estadística y Geografía
[INEGI] (2015). Principales resultados de la Encuesta Intercensal 2015.
México: Autor, p. 1. Cfr. también Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económico [OCDE] (2015). Estudios territoriales de la OCDE. Valle de México, México:
síntesis del estudio. México: Autor, p. 5.
2 Alba, Francisco (1979). La
población de México: evolución y dilemas. México: El Colegio de
México, p. 12.
3 Ibíd., p. 11.
4 Cortés, Hernán (1871) [1522, aprox.]. Escritos
sueltos de Hernán Cortés. Colección formada para servir de complemento a las Cartas
de relación. México: Imprenta de I. Escalante y Ca, p. 111.
5 Humboldt, Barón de (1827) [1811]. Ensayo político sobre la Nueva España, tomo primero.
Trad. Vicente González Arnao. París, Francia: Casa de Jules Renouard, p. 112.
6 Es prudente subrayar esta suerte de giro
copernicano: en el siglo XVI, los falsificadores de información habían sido,
primordialmente, las figuras de autoridad —a propósito, Humboldt escribió: “los
frailes de San Francisco se gloriaban de haber bautizado ellos solos, desde el
año 1524 hasta el 1540, más de seis millones de indios; y lo que es más, de
indios habitantes en sólo las partes más vecinas de la capital”—; en el umbral
de la centuria decimonónica, más bien, quienes alteraron de forma premeditada
el conteo de la población fueron los ciudadanos de a pie. Ibíd.,
p. 108.
7 Romero Sotelo, María Eugenia y Jáuregui, Luis
(2003). “México 1821-1867. Población y crecimiento económico”, en Iberoamericana,
vol. 3, núm. 12, pp. 25-52 (38).
8 Secretaría de Economía / Dirección General de
Estadística (1956). Estadísticas sociales del Porfiriato: 1877-1910.
México: Autores, p. 7.
9 Ruiz Chiapetto, Crescencio (1993). “El desarrollo
del México urbano: cambio de protagonista”, en Revista del Comercio Exterior,
vol. 43, núm. 8, pp. 708-716 (709).
10 Véase Sartori, Giovanni y Mazzoleni, Gianni
(2003). La Tierra explota. Superpoblación y desarrollo. Trad.
Miguel Ángel Ruiz de Azúa. México: Editorial Taurus.
11 Aguilar, Adrián Guillermo y Graizbord, Boris (2016).
“Ciudad de México: Megalópolis o ciudad-región”, en Adrián Guillermo Aguilar
(coord.), La Ciudad de México en el siglo XXI: realidades y retos.
México: Gobierno de la Ciudad de México / Miguel Ángel Porrúa, pp. 753-764
(756).
12 Programa de las Naciones Unidas para los
Asentamientos Humanos [ONU-HÁBITAT] y Secretaría de Desarrollo Social [SEDESOL]
(2011]. Estado de las ciudades de México 2011. México:
Autores, p. 16.
13 Organización de las Naciones Unidas [ONU]
(2014). La situación demográfica en el mundo 2014. Informe conciso.
Nueva York, Estados Unidos de América: Autor, p. 28.
14 Consejo Nacional de Población [CONAPO] (23 de
octubre de 2017). Proyecciones de la población 2010-2050.
15 Gruzinski, Serge (2014). La
Ciudad de México: una historia. Trad. Paula López Caballero.
México: Fondo de Cultura Económica, p. 11.
El oriente de la Ciudad de México, uno de los
olvidados
En 1950, la película de Los Olvidados de Luis Buñuel se estrenó en México. Su exhibición
en cartelera duraría muy poco tiempo dadas las múltiples peticiones públicas
que exigían su retiro, y que acusaban al cineasta de mostrar una imagen
negativamente exagerada del país. La cinta, que relata la historia de un grupo
de jóvenes que habitan en un barrio marginado de la Ciudad de México, contrasta
con la imagen positiva del país que es difundida en esa época. Recordemos que
México se encuentra en pleno período del “milagro mexicano”, con altos crecimientos del PIB y un
desarrollo del sector industrial sin precedentes.
Municipio de
Nézahualcóyotl a finales de 1960. Fuente: “Nezahualcóyotl, construcción de una
gran ciudad “ (2012) Ed. Cultura Neza.
La concentración de una parte del sector industrial
en la Ciudad de México convirtió a la capital en un polo de migración,
especialmente para las zonas marginadas del país, que veían en ella una
oportunidad para mejorar sus condiciones de vida. La migración masiva hacia la
Ciudad de México superó a la oferta de alojamiento existente, que se reducía
aún más dados los niveles de ingresos de los recién llegados. En estas
circunstancias, lo que ahora es el oriente de la ciudad se convirtió en una
opción para que ellos se instalaran.
Las condiciones naturales del oriente habían
preservado la zona de los procesos de expansión urbana. Lo terrenos
antiguamente ocupados por el Lago de Texcoco, eran zonas con riesgos de
inundación; otros se encontraban en montañas y colinas con un tal grado de
inclinación que había impedido siquiera pensar en habitar en ellas. Por ello,
toda esa zona era poco atractiva en términos inmobiliarios y se encontraba en
gran parte abandonada. Ni siquiera tenía valor para el cultivo, ya que el Lago
de Texcoco era salado, y su desecación había dejado una capa de sal en la
tierra que impedía su uso para fines agrícolas.
Cuando el proceso de migración masiva hacia la
Ciudad de México comienza, los terrenos del oriente comienzan a ser ocupados.
Algunos a través de invasiones ilegales, y otros a través de la compra de
lotes, muchos de los cuales resultaron fraudulentos. Quizá el caso más conocido
es el del ahora municipio de Nezahualcóyotl (que en su momento pertenecía a
Chimalhuacán), en donde hubo lotes que se vendieron varias veces a distintos
compradores, otros que se encontraban en zonas con peligro de inundación o que
carecían de los servicios que anunciaban en la publicidad. El documental Q.R.R. de G. Alatriste,
retrata la
situación de Nezahualcóyotl en esa época, y las indignas condiciones de vida de
los habitantes del lugar. Habrían de pasar varios años antes de que los
habitantes de esas zonas tuvieran acceso a servicios públicos como el drenaje,
el agua, la recolección de basura o líneas de transporte público. Y si esos
servicios llegaron, no fue porque el gobierno los recordara, sino porque ellos
iban constantemente a sus oficinas para recordarles que existían.
Municipio de
Nézahualcóyotl a finales de 1960. Fuente: “Nezahualcóyotl, construcción de una
gran ciudad “ (2012) Ed. Cultura Neza.
Por ello, el retrato de Luis Buñuel de las
condiciones de vida de Los Olvidados resulta todo menos
exagerado. No es de sorprender que ciertos sectores sociales se impactaran al
ver reflejada una realidad que muchos de ellos desconocían o se negaban a
aceptar. Sobre todo en un período en el que se buscaba mostrar la imagen de
México como un país moderno y con un crecimiento económico envidiable.
El discurso y las acciones que se han llevado a
cabo en la Ciudad de México en los últimos años, en el tema de la movilidad y
las «recuperaciones» de los espacios públicos (especialmente en el Distrito
Federal), se parecen mucho a esos discursos de los años 50 que querían mostrar
a un México a la vanguardia, ocultando la otra cara de ese desarrollo, como era
el caso de los cinturones de pobreza.
La reciente revalorización del transporte público,
la bicicleta y los desplazamientos a pie ha sido presentada como un punto
fundamental para la lucha contra las desigualdades urbanas, dado que son modos
de transporte recurrentes en los sectores sociales con menos ingresos, y que
suelen realizar esos trayectos en condiciones poco favorables. El aspecto
“democrático” ligado a esos medios de transporte, en contraposición con el uso
del automóvil, concebido como un privilegio de poblaciones de ciertos niveles
socioeconómicos, es un punto resaltado de manera constante. Bajo esta lógica,
los principales actores ligados a los temas de movilidad y desarrollo urbano
argumentan la necesidad de promover e invertir en estas formas de
desplazamiento como una forma de luchar contra esta desigualdad en la movilidad
cotidiana.
Lo cierto es que la implementación de las políticas
públicas urbanas ligadas a este aspecto ha traído consecuencias sociales
que han reforzado la
división social de la ciudad, en lugar de combatirla. Su centralización espacial y su interés enfocado a
las mejoras en términos de infraestructura, han favorecido el aumento de los
precios de los inmuebles en las delegaciones centrales de la ciudad,
facilitando la expulsión de poblaciones vulnerables que ya no pueden responder
al costo de vida de ese lugar. De igual manera, bajo el discurso de
renovaciones del espacio público, algunos usuarios han sido expulsados o
relocalizados, dada la incompatibilidad del uso que tienen de ese espacio con
aquel que se desea promover. Ejemplo de ello es el comercio
informal. En
consecuencia, las políticas públicas ligadas a los temas movilidad cotidiana y
los espacios públicos han ido construyendo una especie de “isla” dentro de la
ciudad, en la que el acceso es socialmente cada vez más restringido, ya sea en
términos utilitarios o lúdicos.
De igual manera, el discurso y las acciones de los
principales actores que trabajan en temas de movilidad carece de una apertura
espacial y se limitan a las zonas centrales de la Ciudad de México. Esto
contrasta con la división socio-espacial, en donde el oriente concentra no sólo
a la mayoría de la población de la ciudad, también a la que tiene mayores
niveles de pobreza. Un ejemplo de esto es Iztapalapa, que alberga a casi el 20%
de la población del Distrito Federal (INEGI, 2010). Y si juntamos a su
población con la de Nezahualcóyotl, tenemos al 15% de la población de la Zona
Metropolitana del Valle de México. Iztapalapa concentra también a la mayor cantidad de población que vive en
situaciones de pobreza y
para quienes el costo del transporte público tiene un peso importante en la
economía familiar ¿por qué entonces seguir invirtiendo en las mismas zonas
centrales de la ciudad y no voltear a ver a otras en donde esas acciones
podrían tener un mayor impacto en la calidad de vida de sus habitantes?
Quizás quienes trabajan en estos temas necesitan lo
que aquellos que bloquearon la película de Buñuel en 1950. Cuando un año
después, Los Olvidados es recompensada en el Festival de
Cannes, y la película es alabada por la crítica internacional, los mismos
medios que un año antes condenaban al cineasta, alabaron la crudeza de la
película y pidieron que se volviera a exhibir en cartelera. Entonces, puede ser
que cuando en las capitales del mundo que tanto se citan en temas de movilidad,
se ponga de moda el interesarse en zonas de la ciudad más allá de las centrales,
pasará lo mismo en la Ciudad de México. Y quizás descubrirán las autoridades y
las organizaciones que hay gente que vive más allá del Circuito Interior.
Paulina López
Gutiérrez es
geógrafa. Actualmente se encuentra realizando una investigación acerca de los
peatones en la Ciudad de México.
https://labrujula.nexos.com.mx/el-oriente-de-la-ciudad-de-mexico-uno-de-los-olvidados/
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