viernes, 14 de enero de 2022

 

Recuperar y perder la Zona Rosa

En 2008 la Zona Rosa de la Ciudad de México se pensó como una Venecia. El proyecto que presentó el gobierno del entonces Distrito Federal proponía que por las calles de Génova, Liverpool, Amberes e incluso Reforma corriera un canal de agua de poca profundidad pero que soportara paseos en góndola. Además, entre otras obras más complejas, se incluía la propuesta de renombrar Londres como la “calle del blues y del jazz”, Hamburgo como la “calle del mariachi” y, finalmente Liverpool como la “calle de los teatros”. El entonces secretario de Turismo, Alejandro Rojas, señaló que el proyecto tomaría unos tres a cuatro años y que se haría, mayoritariamente, con capital privado.

Ilustración: Adriana Quezada

Sorprendentemente esta propuesta no causó el mismo revuelo que cuando el actual alcalde de Cuauhtémoc, Sandra Cuevas, anunció como si fuera un hecho lo que más bien era su intención de construir un alto túnel luminoso con tirolesas incluidas sobre toda la calle de Génova. La fecha de inauguración sería el próximo 14 de febrero, Día del Amor y la Amistad. Para Cuevas, la Zona Rosa se antoja más como Las Vegas que como Venecia.

El proyecto de Rojas, evidentemente, no prosperó. Aún en 2010 dijo que no dejaría de insistir en ello, “aunque digan que estoy medio zafado”. En aquella ocasión, hablaba de buscar financiamiento con Fonatur y algunas notas de prensa reportaron que los comerciantes de la zona se mostraban ansiosos sobre el desenlace. El de Cuevas tampoco parece caminar: la Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, no sólo señaló que su administración no contribuiría con los recursos requeridos y advirtió que dudaba que consiguiera los permisos necesarios, sino que incluso se burló del proyecto. Cuevas ha insistido diciendo que buscará hacer una consulta sobre la cual, hasta el momento de escribir yo estas líneas, no ha dado detalles.

Todavía bajo el gobierno de Marcelo Ebrard, en 2012, su secretario de Desarrollo Urbano y Vivienda, Felipe Leal, propuso un Times Square para la Glorieta de Insurgentes, espacio inevitablemente asociado a la Zona Rosa. En este caso sí se llevó a cabo algún ensayo: se colocaron dos grandes cilindros de luces LED para anuncios publicitarios. Tan lejos quedó del icónico cruce neoyorquino de Broadway con la  Séptima Avenida que en la siguiente administración los cilindros fueron desmontados y la Glorieta se sometió a la remodelación más importante desde su inauguración en 1969.

Venecia, Las Vegas, Nueva York… Detrás de todos estos proyectos siempre hay de forma explícita o implícita un discurso sobre la Zona Rosa: recuperarla. Los entusiastas de este pedazo de la Ciudad de México encuentran que ha perdido su sentido, que se ha desviado de su vocación. No les gusta lo que hoy ven ahí. En todos los casos, lo que se persigue es imitar algún referente turístico internacional, de mejor o de peor gusto, con tal de que vuelva al esplendor de lo que creen recordar que fue en las décadas de 1960 y 70. Es decir, que vuelva a ser un polo que atraiga a turistas internacionales, a clasemedieros en sus cafés, restaurantes y bares, a gente rica comprando cosas; que vuelva a ser, a su vez, un referente internacional de la Ciudad de México; que nuevamente otras ciudades como alguna vez fue Bogotá o incluso Guadalajara, volvieran a tener una Zona Rosa. No deja de ser irónico —y revelador— que para ello se requeriría que la Zona Rosa capitalina tenga que ser un poco más veneciana o neoyorquina para conseguirlo.

Detrás de esa ironía se esconde una quizás inadvertida, pero correcta lectura de lo que marcaba a la Zona Rosa de antaño: su eterna aspiración al cosmopolitismo y su siempre quedarse a medio camino para lograrlo. Por eso se llama así: “Ni roja ni blanca, sino rosa, precisamente rosa”. Cuando Vicente Leñero, Luis Guillermo Piazza, José Luis Cuevas, Carlos Monsiváis y otros de ese grupo que se autodenominaba La Mafia bautizaron así al conjunto nostálgico de manzanas de la Colonia Juárez, lo hicieron pensando precisamente en eso: la pretensión de ser otra cosa, lo impúdico de su arribismo y su trágica imposibilidad de alcanzarlo. “Un perfume barato en un envase elegante”, dijo Leñero para la revista Claudia en 1965.

Rojas, Cuevas o Leal la han querido así: explícita en sus imitaciones, burda en sus alcances. Chafa… pero repleta de turistas. Y, por alguna razón, la actual vida de restaurantes, bares, miles de burócratas, población LGBT y, sí, también turistas, no les es suficiente.

Pero ante todo esto, el gobierno de Sheinbaum prepara otro proyecto. El actual secretario de Desarrollo Urbano y Vivienda de la Ciudad, Rafael Gómez Cruz, señaló que en mayo del próximo año presentarán un plan de redensificación en la Zona Rosa. Su lectura sobre el problema del barrio es, más bien, que está despoblado. Gómez Cruz lo atribuye a las normas urbanas de la zona: hay candados que inhiben a los desarrolladores a invertir ahí, pues no pueden construir con grandes alturas o densificar. Esto mientras que en el Paseo de la Reforma, a la misma altura de la Zona Rosa, hemos visto crecer ya más de una decena de rascacielos en los últimos veinte años. Son pocos los habitantes de la Zona Rosa —3000, dice Gómez Cruz— y, en entrevista dice que en la  “noche se muere”. Algo me dice que no se ha dado una vuelta por Amberes o Génova cerca de las 2:00 am.

Si los fallidos proyectos anteriores buscan recuperar una suerte de vocación de la Zona Rosa, el que podría presentar el Gobierno de la Ciudad de México sería otra historia: asistirla en convertirse en lo que se tenga que ser. Desde luego, esperemos que esto el plan que presenten no consista en una mera liberación a la voracidad de los inversionistas que ansían colocarse cerca del cotizado Paseo de la Reforma, sino que busque que este desarrollo pueda ocurrir con al menos los mínimos paliativos a la crueldad de la gentrificación.

En todo caso, lo que me llama la atención es que los proyectos anteriores, por muy delirantes y contraproducentes que fueran, interactuaban con el poderoso imaginario colectivo de la Zona Rosa. Se nutrían de una nostalgia que se niega a perder el símbolo —y el capital asociado a ello, claro— y quizás con torpeza buscaban restituir lo que ya más bien se ha perdido. La visión que propone actualmente el gobierno de la Ciudad de México podría ser, en todo caso, más honesta: aquello que fue la Zona Rosa se encuentra hoy en un área central, de gran interés y con buena infraestructura; tal vez lo mejor es permitir que la ciudad contemporánea siga su curso. Dependiendo sus consideraciones, sobre las que habrá que estar pendientes, éste puede ser el más cruel o el más benéfico de los proyectos con respecto a quienes hoy encontramos en la Zona Rosa un particular espacio de sociabilidad o vivienda. En todo caso, tal vez la mejor manera de atender a la Zona Rosa de hoy significa también dejar de intentar recuperar la Zona Rosa que ya no es.

https://labrujula.nexos.com.mx/recuperar-y-perder-la-zona-rosa/

 



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