Recuperar y perder la Zona Rosa
En 2008 la Zona
Rosa de la Ciudad de México se pensó como una Venecia. El proyecto que presentó
el gobierno del entonces Distrito Federal proponía que por las calles de
Génova, Liverpool, Amberes e incluso Reforma corriera un canal de agua de poca
profundidad pero que soportara paseos en góndola. Además, entre otras obras más
complejas, se incluía la propuesta de renombrar Londres como la “calle del
blues y del jazz”, Hamburgo como la “calle del mariachi” y, finalmente
Liverpool como la “calle de los teatros”. El entonces secretario de Turismo,
Alejandro Rojas, señaló que el proyecto tomaría unos tres a cuatro años y que
se haría, mayoritariamente, con capital privado.
Ilustración: Adriana Quezada
Sorprendentemente
esta propuesta no causó el mismo revuelo que cuando el actual alcalde de
Cuauhtémoc, Sandra Cuevas, anunció como si fuera un hecho lo que más bien era
su intención de construir un alto túnel luminoso con tirolesas incluidas sobre
toda la calle de Génova. La fecha de inauguración sería el próximo 14 de
febrero, Día del Amor y la Amistad. Para Cuevas, la Zona Rosa se antoja más
como Las Vegas que como Venecia.
El proyecto de
Rojas, evidentemente, no prosperó. Aún en 2010 dijo que no dejaría de insistir en
ello, “aunque digan que estoy medio zafado”. En aquella ocasión, hablaba de
buscar financiamiento con Fonatur y algunas notas de prensa reportaron que los
comerciantes de la zona se mostraban ansiosos sobre el desenlace. El de Cuevas
tampoco parece caminar: la Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, no sólo señaló
que su administración no contribuiría con los recursos requeridos y advirtió
que dudaba que consiguiera los permisos necesarios, sino que incluso se burló
del proyecto. Cuevas ha insistido diciendo que buscará hacer una consulta sobre
la cual, hasta el momento de escribir yo estas líneas, no ha dado detalles.
Todavía bajo el
gobierno de Marcelo Ebrard, en 2012, su secretario de Desarrollo Urbano y
Vivienda, Felipe Leal, propuso un Times Square para la Glorieta de Insurgentes,
espacio inevitablemente asociado a la Zona Rosa. En este caso sí se llevó a
cabo algún ensayo: se colocaron dos grandes cilindros de luces LED para
anuncios publicitarios. Tan lejos quedó del icónico cruce neoyorquino de
Broadway con la Séptima Avenida que en la siguiente administración los
cilindros fueron desmontados y la Glorieta se sometió a la remodelación más
importante desde su inauguración en 1969.
Venecia, Las
Vegas, Nueva York… Detrás de todos estos proyectos siempre hay de forma
explícita o implícita un discurso sobre la Zona Rosa: recuperarla. Los
entusiastas de este pedazo de la Ciudad de México encuentran que ha perdido su
sentido, que se ha desviado de su vocación. No les gusta lo que hoy ven ahí. En
todos los casos, lo que se persigue es imitar algún referente turístico
internacional, de mejor o de peor gusto, con tal de que vuelva al esplendor de
lo que creen recordar que fue en las décadas de 1960 y 70. Es decir, que vuelva
a ser un polo que atraiga a turistas internacionales, a clasemedieros en sus
cafés, restaurantes y bares, a gente rica comprando cosas; que vuelva a ser, a
su vez, un referente internacional de la Ciudad de México; que nuevamente otras
ciudades como alguna vez fue Bogotá o incluso Guadalajara, volvieran a tener
una Zona Rosa. No deja de ser irónico —y revelador— que para ello se requeriría
que la Zona Rosa capitalina tenga que ser un poco más veneciana o neoyorquina
para conseguirlo.
Detrás de esa
ironía se esconde una quizás inadvertida, pero correcta lectura de lo que
marcaba a la Zona Rosa de antaño: su eterna aspiración al cosmopolitismo y su
siempre quedarse a medio camino para lograrlo. Por eso se llama así: “Ni roja
ni blanca, sino rosa, precisamente rosa”. Cuando Vicente Leñero, Luis Guillermo
Piazza, José Luis Cuevas, Carlos Monsiváis y otros de ese grupo que se
autodenominaba La Mafia bautizaron así al conjunto nostálgico de manzanas de la
Colonia Juárez, lo hicieron pensando precisamente en eso: la pretensión de ser
otra cosa, lo impúdico de su arribismo y su trágica imposibilidad de
alcanzarlo. “Un perfume barato en un envase elegante”, dijo Leñero para la
revista Claudia en 1965.
Rojas, Cuevas o
Leal la han querido así: explícita en sus imitaciones, burda en sus alcances.
Chafa… pero repleta de turistas. Y, por alguna razón, la actual vida de
restaurantes, bares, miles de burócratas, población LGBT y, sí, también
turistas, no les es suficiente.
Pero ante todo
esto, el gobierno de Sheinbaum prepara otro proyecto. El actual secretario de
Desarrollo Urbano y Vivienda de la Ciudad, Rafael Gómez Cruz, señaló que en mayo del próximo año
presentarán un plan de redensificación en la Zona Rosa. Su lectura sobre el problema
del barrio es, más bien, que está despoblado. Gómez Cruz lo atribuye a las
normas urbanas de la zona: hay candados que inhiben a los desarrolladores a
invertir ahí, pues no pueden construir con grandes alturas o densificar. Esto
mientras que en el Paseo de la Reforma, a la misma altura de la Zona Rosa,
hemos visto crecer ya más de una decena de rascacielos en los últimos veinte
años. Son pocos los habitantes de la Zona Rosa —3000, dice Gómez Cruz— y, en
entrevista dice que en la “noche se muere”. Algo me dice que no se ha
dado una vuelta por Amberes o Génova cerca de las 2:00 am.
Si los fallidos
proyectos anteriores buscan recuperar una suerte de vocación de la Zona Rosa,
el que podría presentar el Gobierno de la Ciudad de México sería otra historia:
asistirla en convertirse en lo que se tenga que ser. Desde luego, esperemos que
esto el plan que presenten no consista en una mera liberación a la voracidad de
los inversionistas que ansían colocarse cerca del cotizado Paseo de la Reforma,
sino que busque que este desarrollo pueda ocurrir con al menos los mínimos
paliativos a la crueldad de la gentrificación.
En todo caso, lo
que me llama la atención es que los proyectos anteriores, por muy delirantes y
contraproducentes que fueran, interactuaban con el poderoso imaginario
colectivo de la Zona Rosa. Se nutrían de una nostalgia que se niega a perder el
símbolo —y el capital asociado a ello, claro— y quizás con torpeza buscaban
restituir lo que ya más bien se ha perdido. La visión que propone actualmente
el gobierno de la Ciudad de México podría ser, en todo caso, más honesta:
aquello que fue la Zona Rosa se encuentra hoy en un área central, de gran
interés y con buena infraestructura; tal vez lo mejor es permitir que la ciudad
contemporánea siga su curso. Dependiendo sus consideraciones, sobre las que
habrá que estar pendientes, éste puede ser el más cruel o el más benéfico de
los proyectos con respecto a quienes hoy encontramos en la Zona Rosa un
particular espacio de sociabilidad o vivienda. En todo caso, tal vez la mejor
manera de atender a la Zona Rosa de hoy significa también dejar de intentar
recuperar la Zona Rosa que ya no es.
https://labrujula.nexos.com.mx/recuperar-y-perder-la-zona-rosa/
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