¡Qué descansada
vida
la del que huye el mundanal ruido
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!
Fray Luis de León
Fray Luis de León es una figura indispensable para
entender el Renacimiento español. Convertida en
símbolo de la resistencia frente a un poder opresor representado en la
Inquisición, su vida muestra un apasionante contraste
entre el mundanal ruido y la búsqueda de la armonía interior. En su obra culminan varias de las líneas
literarias que recorren el quinientos: formas y temas italianizantes,
cultura y modelos clásicos, humanismo cristiano y cultura bíblica. En verso y
prosa, en castellano y
en latín, la obra de fray Luis de León es un universo complejo, de
contenidos no fáciles. Esta página quiere ser una herramienta que facilite su
lectura y conocimiento.
Presentación del portal Fray Luis de León
Presentar a fray Luis de León resulta
tarea comprometida. Su vida, convertida en símbolo de una lucha intelectual, y
su obra a la que se asigna carácter de cumbre, de culminación de la literatura
renacentista, obligan a mucho. A esa cúspide se sube por diversas laderas,
todas las cuales convergen en el vértice superior que es fray Luis: la cultura
clásica de todo el Renacimiento, la perduración de la filosofía y la teología
medieval, la cultura del nuevo humanismo, el conocimiento de la bíblica, las
formas y los modos de la nueva poesía italianizante... Cuando se asciende,
desde lo alto se tiene la visión de todo el Renacimiento español.
Sirva como tarjeta de presentación de
este autor inmenso la voz recuperada de algunos de sus coetáneos, cuya
autoridad como conocedores de la creación literaria de su tiempo queda fuera de
toda duda.
Sea el primero Cervantes, y muy
tempranamente, en 1585:
Quisiera rematar mi dulce canto
en tal sazón, pastores, con loaros
un ingenio que al mundo pone espanto
y que pudiera en éxtasis robaros.
En él cifro y recojo todo cuanto
he mostrado hasta aquí y he de mostraros:
fray Luis de León es el que digo,
a quien yo reverencio, adoro y sigo.
(Cervantes, La Galatea, libro sexto, «Canto de
Calíope»)
Siga tras él José de Valdivielso, en 1629:
«A las obras del docto y siempre
venerable Maestro Fray Luis de León de justicia se le deben estos honores que
le solicita, restituyéndole a la luz para gloria de nuestra nación, por ser del
maestro de la elocuencia castellana, cuyo nombre es su alabanza, y su ingenio
su laurel, pues ningunos pueden ser mayores que los que con él se ha merecido,
porque después de las plumas sagradas en todo género de buenas letras es la
primera que en nuestro idioma enseñó a bien escribir».
(Aprobación de Obras propias y traducciones latinas, griegas y
italianas. Con la paráfrasis de algunos salmos y capítulos de Job)
Y Quevedo en el mismo año:
«Por sí hablan, excelentísimo señor,
las obras del reverendísimo fray Luis de León, con mejor pluma y lengua que lo
podrá hacer algún apasionado suyo. Son en nuestro idioma el singular ornamento
y el mejor blasón de la habla castellana [...] No tienen en nuestra España en
los grandes y famosos escritores de aquel tiempo comparación las obras de fray
Luis de León, ni en lo serio y útil de los intentos, ni en la dialéctica de los
discursos, ni en la pureza de la lengua, ni en la majestad de la dicción, ni en
la facilidad de los números, ni en la claridad».
(Dedicatoria al Conde Duque de Olivares de Obras propias
y traducciones latinas, griegas e italianas. Con la paráfrasis de algunos
salmos y capítulos de Job)
Y finalmente Lope de Vega, en 1630:
¡Qué bien que conociste
el amor soberano,
agustino león, fray Luis divino,
oh dulce analogía de Augustino!
Con qué verdad nos diste
al rey profeta en verso castellano,
que con tanta elegancia tradujiste!
¡Oh cuánto le debiste,
como en tus mismas obras encareces,
a la envidia cruel, por quien mereces
laureles inmortales!
Tu prosa y verso iguales
conservarán la gloria de tu nombre;
y los Nombres de Cristo soberano
te le darán eterno, porque asombre
la dulce pluma de tu heroica mano
de tu persecución la causa injusta.
Tú fuiste gloria de Augustino augusta,
tú, el honor de la lengua castellana,
que deseaste introducir escrita
viendo que a la romana tanto imita
que puede competir con la romana.
Si en esta edad vivieras,
fuerte León en su defensa fueras.
(Lope de Vega, Laurel de Apolo, silva
IV, vv. 69-92)
Javier San José Lera
Biografía de fray Luis de León
https://www.agustinos.es/orden-san-agustin/religiosos-ilustres/fray-luis-de-leon
Si hay un nombre unido estrechamente a
la imagen de la dorada Salamanca del siglo XVI y su célebre
Universidad es el de fray Luis de León: la imagen de la estatua de bronce ante
la fachada plateresca del Estudio salmantino resume la amalgama íntima del
profesor y su Alma mater, de fray Luis de León y Salamanca. Y sin embargo fray
Luis no ha nacido en Salamanca, sino lejos, en Belmonte (Cuenca) en 1527, según
la mayoría de los estudiosos, o quizá en 1528: el cómputo de las edades en la
época resulta más aproximativo que en la nuestra y los documentos con
frecuencia se contradicen. Es hijo de Lope de León y de Inés Varela; por vía de
ambos se localizan los ascendientes conversos que remontan a quinto grado
genealógico, pero llegan a la cercanía de una tía abuela penitenciada, y nos
sitúan en la villa de Quintanar del Rey, al sur de la provincia de Cuenca.
Su padre es abogado y al obtener un
cargo en la corte se establece en Madrid, a donde viaja la familia en 1533 o
1534. El niño Luis tiene entonces cinco o seis años. Después, al trasladarse la
corte a Valladolid en 1536 volvió a desplazarse la familia León hasta la
capital castellana. De esos años infantiles nada se sabe, hasta 1541, en que el
padre obtiene el cargo de oidor en la chancillería de Granada y provoca un
nuevo traslado familiar. Pero para entonces, el joven Luis, con catorce años,
está ya en edad de iniciar estudios más serios y es enviado a estudiar a
Salamanca, donde su tío Francisco de León, es catedrático de Leyes. Pertenece,
pues, fray Luis a una familia bien situada de juristas, tanto en el ejercicio
práctico, como en la docencia; y la intención de su padre debió de ser la de
que el primogénito continuara la saga familiar. Sin embargo, el joven debió
sentir la llamada de la vocación religiosa, pues ya en la capital del Tormes,
ingresa en el convento de los agustinos en 1542, y profesa de agustino junto
con otros novicios el 29 de enero de 1544, cuando tiene 17 años.
A partir de ese momento su vida se
orienta a recibir la formación académica necesaria que le permita acceder en el
futuro a la carrera docente universitaria. Inicialmente cursa los estudios de
Artes (Gramática latina, Lógica, Filosofía Moral y Natural), necesarios para
acceder a una de las titulaciones superiores (Teología, Medicina, Leyes,
Cánones). Era frecuente que los frailes profesos cursaran esos estudios en sus
propios conventos, y convalidaran después los estudios ante la Universidad
mediante un examen. Fray Luis siguió esos trámites para obtener el título de
bachiller en Artes entre los años 1544 y 1546. El curso 1546-47 se matricula
como estudiante en la Facultad de Teología, donde cursará sus estudios durante
cuatro años y medio, como establecían los estatutos de la Universidad, hasta
1551. A partir de ese momento iría combinando la formación académica con el
ejercicio de la docencia en conventos de la propia orden, como los de Soria y
Salamanca. Y con la participación en actividades de la Orden, como el capítulo
convocado en Dueñas (Palencia) en 1557 en que se encarga a fray Luis el sermón
de apertura. Su denuncia fogosa de los males de la Orden no dejó indiferente a
los mayores, que señalan el celo mal entendido del joven.
En Salamanca fueron sus profesores más
destacados Melchor Cano, en la cátedra de Prima (porque se impartía a primera
hora de la mañana) y Gregorio Gallo en la de Biblia. Otras materias teológicas
se explicaban en la cátedra de Durando (el maestro de las Sentencias) y en la
de Vísperas (por la tarde). En el currículum salmantino pesaba la teología
escolástica (basada en la lectura de Santo Tomás y sus comentaristas) más que
la llamada teología positiva (la centrada en la explicación de los textos
bíblicos). Eso parece justificar la decisión de fray Luis de completar sus
estudios con un curso en la facultad de Teología de Alcalá, para escuchar las
explicaciones del dominico fray Mancio del Corpus Christi y del cisterciense
Cipriano de la Huerga en la cátedra de Biblia, decisivo en la orientación
humanística de su aproximación a la Escritura.
En 1560 obtiene mediante exámenes los
títulos de licenciado (licentia docendi) y de maestro (doctor) en Teología. A
partir de ese momento, podía optar a la docencia universitaria. Y es lo que
hace, presentándose en julio de ese mismo año a la oposición por la sustitución
de la cátedra de Biblia, que había quedado vacante. Se opone a varios
concursantes, entre ellos Gaspar de Grajal, que resulta finalmente el ganador.
Curiosamente, a pesar de que las oposiciones a cátedras estaban salpicadas de escándalos,
conflictos y rencillas entre los candidatos, fray Luis y Grajal se hacen amigos
y compartirán opiniones y decisiones en el claustro salmantino ante los
colegas. Y compartirán la experiencia decisiva de la cárcel inquisitorial, con
peor suerte para Grajal, que morirá en prisión.
Planteada ya las intenciones
curriculares de fray Luis, comienza un peregrinaje por distintas cátedras de
Teología, que le lleva a la cátedra de Santo Tomás, en 1561 y a la cátedra de
Durando en 1565. Esta es la que ocupa cuando en 1572 se desata el episodio que
mejor se conoce de la vida de fray Luis: la denuncia y prisión en las cárceles
de la Inquisición entre 1572 y 1576, el proceso de fray Luis.
El ambiente de crispación en la
Universidad de Salamanca venía de lejos. A él contribuye el sistema de
oposiciones a cátedras, en las que intervenía decisivamente el voto de los
alumnos, con un complejo sistema de recuento en el que había que considerar no
sólo el voto personal, sino la calidad del votante, es decir, el
haber cursado más o menos cursos; era frecuente la formación de grupos de
presión, y los sobornos y fraudes no eran extraños. Junto con ello, la
polarización en la Facultad de Teología entre agustinos y dominicos, opositando
por las distintas cátedras generaba en ocasiones conflictos y rencillas
personales. Es el mundanal ruido que constituye el entorno vital de fray Luis.
Por otra parte, un hecho concreto viene
a provocar la tentación de denuncia contra fray Luis y otros colegas. En 1569
se inicia la comisión de teólogos presidida por el decano de la Facultad,
Francisco Sancho, comisario después del Santo Oficio, para examinar el texto de
la Biblia de Vatablo y su posible reimpresión por el librero salmantino
Portonaris. Las reuniones derivaban con frecuencia en duros enfrentamientos y
amenazas entre fray Luis y León de Castro, profesor de griego en la Facultad de
Artes y defensor de opiniones contrarias a las del agustino. Ese apasionamiento
tenía por objeto la puesta en cuestión de la autoridad de la Vulgata y de la
traducción griega de los Setenta, frente al mejor conocimiento de los textos
originales hebreos. De la misma opinión que fray Luis son el catedrático de
Biblia, Gaspar de Grajal, y el catedrático de Hebreo, Martín Martínez de
Cantalapiedra.
Los tres son denunciados por León de
Castro y por el dominico Bartolomé de Medina, resultando la denuncia en el
encarcelamiento de los tres en el mes de marzo de 1572. Se inicia así una
experiencia humana de la que fray Luis sale con nueva fortaleza, pero que causa
el abandono de su actividad y el retiro por parte de Cantalapiedra, y que acaba
en 1575 con la vida de Gaspar de Grajal antes de cerrarse el proceso.
Finalmente, los tres serán absueltos, fray Luis en 1576, Cantalapiedra en 1577,
y Grajal, cuyo proceso continúa incluso después de muerto, en 1578.
Las acusaciones, diez en primera
instancia, a las que se añaden otras nuevas a lo largo del proceso, son de
importancia. Una parte de ellas tiene que ver con cuestiones relativas a la
autoridad de la Vulgata; con el sentido literal del Cantar de los Cantares y la
posibilidad de traducirlo al romance otras; en conjunto, las proposiciones
calificadas por la acusación muestran el cuestionamiento profesional de una
forma tradicional de entender la Teología.
Durante los cuatro años largos que dura
el proceso, lento y minucioso, de marzo de 1572 a diciembre de 1576, fray Luis
se enfrenta con entereza (pero, como no podía ser menos, también con momentos
de flaqueza y de miedo) y denuncia la lentitud de la burocracia y la maldad de
sus acusadores, la envidia y mentira de la que según la tradición -poco
verosímil- dejó constancia en las paredes de las cárceles de Valladolid:
Aquí la envidia y mentira
me tuvieron encerrado...
También es leyenda que fray Luis
escribiera en la cárcel buen parte de su obra literaria. Ni la situación vital,
ni las fuerzas, ni las condiciones materiales (con el papel de que dispone
contado y signado por los comisarios) avalan tal hipótesis. Podemos pensar como
mucho en «apuntamientos» (a los que él mismo se refiere) y quizá, algún poema,
como la Oda que comienza Virgen que el sol más pura. Pero la
mayor parte de su ingenio estuvo volcado a la escritura de largos textos de
argumentación teológica, vitales para su defensa, y en los que se muestra
convencido de su inocencia: «No me acusa la conciencia, ni de hecho, ni de
pecho, que aquesto merezca».
En esos escritos, en los que palpita el
espíritu indomable y batallador que parece mantenerle vivo, reconstruimos una
concepción de la teología, más acorde con el espíritu humanista: el mejor
conocimiento de las lenguas en que se han escrito los textos originales
permitirá una mejor traducción de los textos bíblicos; hay que contar con los
problemas que plantea una compleja transmisión manuscrita, que ha ido incorporando
errores por la ignorancia de los copistas. Con todo ello se construirá una
teología bíblica en la que nuevos sentidos iluminen los textos. Pero todo ello
será visto como escandalosa novedad mal sonante y herética. Y es que, como
había escrito Cantalapiedra en 1572 previendo lo que se les venía encima: «Los
tiempos andan peligrosos; cierto sería mejor andar al seguro y sapere ad
sobrietatem».
El 7 de diciembre de 1576 llega de
Madrid sentencia absolutoria, recomendando que sea reprendido y advertido de la
necesaria moderación y prudencia:
«El dicho fray Luis de León sea
absuelto de la instancia deste juicio y en la sala de la audiencia sea
reprendido y advertido que de aquí adelante mire cómo y adonde trata cosas y
materias de la cualidad y peligro que las que deste proceso resultan y tenga en
ellas mucha moderación y prudencia como conviene para que cese todo escándalo y
ocasión de errores, y que se recoja el cuaderno de los Cantares traducido en
romance».
Había pasado la tormenta y el fraile
salía fortalecido, como la encina a la que se ha cortado una rama y de la poda
salen brotes renovados:
Bien como la ñudosa
carrasca en alto risco desmochada
con hacha poderosa,
del ser despedazada
del hierro, torna rica y esforzada...
Es la traducción poética del lema
horaciano que adopta como emblema para que figure al frente de todas sus obras
impresas: Ab ipso ferro y que pronto es interpretado como señal de su
soberbia vehemencia frente a sus acusadores y juzgadores.
De vuelta a Salamanca en diciembre de
1576, se reintegra a la Universidad, pero como su antigua cátedra de Durando
estaba ocupada en propiedad, la Universidad le ofrece una cátedra
extraordinaria de Teología para que explique teología escolástica. Ocupa esa
cátedra hasta 1578 en que oposita y gana la cátedra de Filosofía Moral, en la
Facultad de Artes. Es un paso intermedio para llegar a la que era su verdadera
aspiración: la cátedra de Sagrada Escritura, la misma a la que había opositado
en su primer intento en 1560. Ahora, en 1579, la gana, teniendo como rival a un
hijo dominico de Garcilaso de la Vega, fray Domingo de Guzmán. De nuevo la
oposición se viste de pendencias entre agustinos y dominicos, y se rodea de la
acusación de fraude en el recuento de votos. Pero la chancillería de Valladolid
falla a su favor y podrá desempeñar su docencia sin nuevos cambios de cátedra
hasta el fin de sus días.
Es ahora, alcanzada su meta académica,
cuando se dedica a la creación literaria en latín y en romance. El contacto con
los libros lo ha tenido fray Luis desde sus primeros años en Salamanca,
manteniéndose al tanto de novedades y comprando ediciones de sus amados
clásicos. Su situación económica, desahogada, se lo permite. E incluso estando
en la cárcel pide que se le compren libros de que carece y necesita para su
defensa; o manda que le traigan sus Homero, Píndaro, Horacio...
Pero hasta este momento nada ha
publicado fray Luis, aunque ha ido cobrando fama como poeta, sin que podamos
trazar una cronología cierta al respecto, salvo que algunas de sus traducciones
poéticas de Horacio habían aparecido en la edición de las obras de Garcilaso
que publica en 1574 Francisco Sánchez de las Brozas, el Brocense, catedrático
de Retórica en Salamanca. Si tomáramos al pie de la letra (obviando su carácter
de tópico y su problemática autoría) el texto de la dedicatoria de sus poemas,
deberíamos concluir que estos habrían sido obra de sus tiempos de estudiante
(«entre las ocupaciones de mis estudios, en mi mocedad y casi en mi niñez...»).
Sin embargo, hay constancia de que algunas de sus mejores odas las compuso en
la década de los sesenta y ochenta, y que la poesía ocupó como actividad toda
su vida, como se ve en la aparición de versiones distintas de traducciones de
los salmos en las distintas ediciones de De los nombres de Cristo,
en traducciones de Horacio o en la Exposición del libro de Job.
También en torno a 1561 había realizado
el comentario romance al Cantar de los Cantares, retirado por la
Inquisición (y que no verá la luz hasta 1798), y, como sabemos por el proceso,
ha traducido el libro de Job en romance, quizá como preludio al comentario en
castellano que proyecta hacer.
Lo primero que sale a la luz, en 1580,
es un volumen con dos comentarios bíblicos en latín, al Cantar de los Cantares,
y al salmo XXVI. Se publica en Salamanca, en la imprenta de Lucas de Junta, y
se reedita en 1582. Podemos considerar esa salida pública como la tarjeta de
presentación del profesor de Biblia en busca de su prestigio y reconocimiento.
Y enseguida se pondrá manos a la obra para construir su prestigio literario,
dando a la imprenta su primera gran obra en español y una de las cumbres del
Renacimiento: De los nombres de Cristo. El diálogo de
los tres frailes agustinos, Marcelo, Juliano y Sabino, constituye un
auténtica summa de la teología humanista, y una cumbre prodigiosa
de la prosa renacentista, en busca de su estatus de lengua clásica. La obra
sale en 1583, en la prensa salmantina de Juan Fernández, en dos libros. Vuelve
a aparecer, ya con su forma terminada en tres libros, en 1586, por los
herederos de Mathias Gast, también en Salamanca, y finalmente en 1587 en la
versión definitiva, en la imprenta de Guillermo Foquel. Cada una de estas
ediciones sale acompañada de una obra, La perfecta casada, que es un
comentario del sentido moral del capítulo 31 del libro de los Proverbios.
En esos años ochenta, fray Luis ha
retomado también la escritura de otro comentario bíblico, la Exposición
del libro de Job, un verdadero reto para un biblista cuya
terminación le llevará el resto de su vida, ya que firma los últimos capítulos
en marzo de 1591, y la muerte le sorprende en agosto. El libro, otro comentario
bíblico en romance, como el que estuvo implicado en el proceso de 1572, no será
impreso hasta 1779.
Un nuevo proceso en 1582, por opiniones
expresadas en un acto en la Facultad de Teología sobre la justificación y el
libre albedrío, le lleva en 1584 ante el Cardenal Gaspar de Quiroga en Toledo,
para ser de nuevo recriminado:
«...le amonesta benigna y
caritativamente que de aquí adelante se abstenga de decir ni defender pública y
secretamente las proposiciones que parece haber dicho y defendido...».
Los años ochenta son época de grandes
trabajos universitarios, tanto en la docencia de la cátedra de Biblia, y los
actos extraordinarios, como atendiendo comisiones y encargos de gestión
universitaria: reforma de los estudios de Gramática, reforma del calendario,
pleito sobre los colegios mayores (que le llevan a ser recibido en audiencia
por el propio rey Felipe II), censuras de libro, etc. Estos
encargos le alejan cada vez más de la docencia, y le ponen en contacto con
nuevas actividades y nuevas personas que llenarán los últimos años de su vida.
Una de ellas es la Madre Ana de Jesús, sucesora de Teresa de Jesús al frente de
las carmelitas descalzas. Ella le encarga a fray Luis que ponga orden en los
papeles de la madre Teresa, y los prepare para la imprenta. Fray Luis llevará a
cabo esa labor de editor y crítico textual, culminando con la edición de las
obras de la Madre Teresa de Jesús en Salamanca, en 1588, a cargo del que ya es
el editor de fray Luis, Guillermo Foquel. Ana de Jesús es también la persona
que le anima a retomar su comentario del libro de Job y que le propone como
asistente al capítulo de los frailes carmelitas descalzos en 1590.
1591 comienza para fray Luis con un
agravamiento de su salud, probablemente un tumor. En enero se justifica ante la
Universidad por sus largas estancias en Madrid, y presenta certificados médicos
de su quebrantada salud. Termina los últimos capítulos del Libro de Job, entre
Madrid y Salamanca, se reincorpora a las clases de verano de la Universidad en
julio, pero en agosto debe presidir el capítulo de la Orden, que se reúne en
Madrigal de las Altas Torres (Ávila). El 14 de agosto es elegido Provincial de
la Orden en ese capítulo, pero no pudo llevar a cabo ninguna acción como tal,
porque el 23 de agosto muere en el convento de San Agustín del lugar. Su cuerpo
es trasladado a Salamanca, donde llega el día 24 por la noche. Se le entierra
con asistencia de la Universidad y de los conventos en el claustro del convento
de San Pedro de la Orden de San Agustín.
Muchos años después, reducido el
convento a ruinas por el abandono y los estragos de la Guerra de la
Independencia, la Universidad de Salamanca y la ciudad se propusieron recuperar
los restos de su hijo insigne. Una comisión inició los trabajos de localización
entre las ruinas del convento que concluyeron el 13 de marzo de 1856 con la
exhumación. El 28 de marzo de 1856 los restos localizados fueron trasladados
solemnemente a la capilla de San Jerónimo de la Universidad, celebrándose
primero unas exequias en la catedral y una procesión posterior hacia el Estudio
salmantino. Aquel día, sobre el féretro que contenía los restos del agustino,
junto a las insignias doctorales, una corona de laurel y un tintero, reposaba
el manuscrito autógrafo de la Exposición del Libro de Job, la obra a
la que fray Luis puso punto final poco antes de morir.
https://www.pinterest.es/nicoarribas/salamanca/
Tras un periodo de suscripción
nacional, el 25 de abril de 1869 se inaugura el mausoleo de la capilla y la
estatua en bronce que preside el Patio de Escuelas de la Universidad de
Salamanca, obra de Nicasio Sevilla. Se sellaba así en bronce la perpetua
memoria del Maestro de la Universidad, convertido en símbolo romántico de la
libertad del intelectual frente al poder.
Javier San José Lera
Bibliografía
§ Adolphe Coster, «Luis de León, 1528-1591», Revue Hispanique 53 (1921) 1-468 y 54 (1922)
1-346.
§ Aubrey Bell, Luis de
León. Un estudio del Renacimiento español, Barcelona: Araluce,
1927.
§ Karls Vossler, Luis de León,
Madrid: Austral, 1946.
§ José Barrientos García, Fray Luis
de León y la Universidad de Salamanca, Madrid: Ediciones Escurialenses,
1996.
http://www.cervantesvirtual.com/portales/fray_luis_de_leon/autor_apunte/
https://www.agustinos.es/newsletter-request
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