SEGUNDA REPÚBLICA: ARQUITECTOS AL RESCATE DEL ESPACIO PÚBLICO
Durante
el primer bienio republicano se puso en marcha una arquitectura moderna
funcionalista, alineada con el racionalismo europeo de vanguardia, que dotó a
las grandes ciudades de ambiciosos espacios de uso público, como colegios,
piscinas o la Ciudad Universitaria madrileña
Desde el primer
momento, la II República contó con el impulso que le proporcionó la
‘intelligentsia’ en la que estaban incluidos pensadores y técnicos con alto
nivel de formación, con conocimiento profundo de sus disciplinas y de la manera
en que otros países de nuestro entorno abordaban los nuevos desafíos. Entre los
profesionales más activos se encontraba un buen número de arquitectos, atentos
a las nuevas ideas en aspectos urbanísticos, de vivienda y dotacionales traídas
desde Holanda, Alemania y Francia principalmente.
Hasta España
llegaban con sordina los grandes debates europeos en los que se pretende
transformar las condiciones de vida de una mayoría de ciudadanos, pertenecientes
al grupo de los desfavorecidos, que demandaban una existencia digna. La
exigencia de avances para todos en educación, en igualdad de oportunidades, en
vivienda y sanidad era imperiosa. Los países occidentales sentían que la mejora
colectiva era imprescindible para enfrentarse al futuro, porque las clases
trabajadoras tenían en la Revolución Rusa un modelo de cambio con la totalidad
de la población como protagonista. El verdadero reto consistía en acercarse a
esos objetivos sin salir del liberalismo, venciendo la resistencia de quienes
sentían amenazados sus privilegios.
En nuestro país,
para llevar a cabo el proyecto de reforma colectiva, se hizo necesaria una
fuerte voluntad política, capaz de dotar de medios económicos, humanos y
también arquitectónicos, a la sociedad. Parece lógico que en aquella situación
los arquitectos se adentraran en el campo de la sociología, y asumieran su
responsabilidad como reformadores. De aquellos años procede la mutación del
arquitecto e ideólogo y filósofo capaz de transformar el mundo, concibiendo
nuevas configuraciones espaciales, constructivas y urbanísticas,
imprescindibles para influir positivamente en la vida cotidiana de todas las
personas, de sus viviendas y sus ciudades.
La evolución del
pensamiento arquitectónico generó el Movimiento Moderno, cuyas ideas se
extendían por toda Europa y se expresaban, desde 1928, a través del CIAM, el
Congreso Internacional de Arquitectura Moderna. España estuvo presente en su
fundación con la presencia de Fernando García Mercadal y Juan de Zavala y, en
1929, se incorporó Josep Lluís Sert a una organización que llegó a presidir
después de Le Corbusier. De ellos surgió la idea de fundar el GATEPAC, el Grupo
de Artistas y Técnicos Españoles para el Progreso de la Arquitectura, que tuvo
lugar en Zaragoza en octubre de 1930. La sección catalana, GATCPAC, sería una
de las más activas, en buena medida gracias a la figura de Sert, amigo personal
de Le Corbusier y apasionado defensor del pensamiento que compartían.
Formas desnudas
La II República coincidió con la expansión de las ideas racionalistas
del Movimiento Moderno en nuestro país. Sin ser una relación estricta, se suele
identificar el tiempo de la República con la arquitectura moderna, ya que ambos
proyectos ideológicos compartían una misma mirada hacia el futuro. Cuando
llegaron las ideas funcionalistas, ya había una vocación racionalista en los
arquitectos de la madrileña Generación de 1925, de Bergamín, Mercadal o Lacasa,
a la que se unieron seguidores de Le Corbusier y Mendelsohn, que deseaban
desarrollar una arquitectura acorde con su tiempo, como muestran la Gasolinera
Porto Pí (1927) de Madrid o el Rincón de Goya (1928) de Zaragoza, nuestras
construcciones pioneras de la modernidad.
Gasolinera Porto Pi, Madrid, 1927
https://www.pinterest.es/pin/605945324835345767/
Rincón de Goya, Zaragoza, 1928
Todos los miembros del GATEPAC fueron agentes activos de la rápida e
intensa llegada a España de los principios del Movimiento Moderno, en especial
en cuestiones de urbanismo, a través de la Carta de Atenas, y de la utilización
de nuevas formas limpias y desnudas, que permitían de organizaciones espaciales
más higiénicas y saludables, empleando nuevas técnicas y simplificando los
procedimientos constructivos, con la utilización del hormigón armado como
emblema.
Hay que destacar el alto nivel profesional de los arquitectos implicados
en la renovación del país. En aquel tiempo, el colectivo de arquitectos era muy
reducido en número, era necesario superar un duro examen de ingreso, la mayor
parte pertenecían a las clases altas, y casi todos se conocían, de manera que
el talento individual era patente para el resto del colectivo. Se sabía quiénes
eran los mejores y ganaban el respeto del resto. Muchos trabajaron antes y
durante la II República y siguieron actuando después de la Guerra Civil,
mientras que los comprometidos en la lucha política tuvieron que exiliarse para
intentar reconstruir sus carreras en América.
Por vez primera en nuestra historia, la vanguardia arquitectónica estuvo
cercana al poder político, y las obras oficiales se realizaron con el lenguaje
intelectual más avanzado de su tiempo. Durante los dos primeros años se logró
desarrollar la acción de gobierno con las herramientas de la mejor
arquitectura. Desde el Gobierno hubo una gran inversión en obra pública que se
invirtió con inteligencia y calidad, centrándose en dotaciones colectivas,
realizadas por excelentes profesionales, portadores de las nuevas ideas, que
encontraron trabajo en instituciones públicas.
Apuesta por la obra pública
En una sociedad como la española, de alta ruralización, donde el
analfabetismo funcional estaba generalizado, la República acometió la enseñanza
pública con la convicción de que solo la cultura podía conducir a la libertad y
el progreso. Se proyectaron 5.000 escuelas por todo el país y se emprendió la
mejora de los hospitales, de los institutos de enseñanza media, los mercados y
casas de baños municipales. También se abrieron al uso público espacios que
habían sido privados, como sucedió con la Casa de Campo madrileña.
La arquitectura estaba empeñada en una profunda transformación cultural
y cívica de la sociedad, en lograr mayor justicia social y calidad de vida,
desde el compromiso con los valores de la democracia liberal. Esos valores,
netamente republicanos, solo pudieron implantarse durante los dos primeros años
de la II República, porque la derecha ganó las lecciones de 1933 inaugurando el
Bienio Negro en el que se bloquearon las iniciativas emprendidas. Cuando el
Frente Popular ganó las elecciones de 1936, solo pasaron cinco meses antes de
tener que afrontar la sublevación militar y concentrar su esfuerzo en la
guerra, sin tiempo para retomar el proceso iniciado en la primera etapa.
Piscina
La Isla, de Gutiérrez Soto, en el cauce del Manzanares Archivo Gutiérrez
Soto
Hay que recordar que fueron años en que las
inversiones privadas sufrieron una fuerte recesión debido a la desconfianza del
capital en el nuevo régimen y a la gravísima crisis económica internacional de
1929. A pesar del escaso número de obras privadas realizadas en aquel tiempo,
llama la atención la calidad de muchas de ellas y resulta asombroso comprobar
el valioso legado arquitectónico generado en un periodo tan breve y convulso.
En esos dos primeros años de República se puso en
marcha el plan de Indalecio Prieto para Madrid, con la extensión ideada por
Secundino Zuazo, que proponía la creación de un nuevo eje de crecimiento hacia
el norte prolongando el paseo de la Castellana, lo que implicaba derribar el
viejo hipódromo, y el inmediato comienzo de las obras de los Nuevos
Ministerios. Un plan tan necesario y acertado que sería mantenido en sus
aspectos esenciales tras finalizar la Guerra Civil.
Nuevos Ministerios en una postal de
1985.
http://www.agi-architects.com/blog/centro-de-arte-de-la-arqueria-de-nuevos-ministerios/
En 1932 se comienza un inteligente programa de
enlaces ferroviarios subterráneos en Madrid impulsado por Prieto desde el
ministerio de Obras Públicas. En Cataluña, los componentes del GATCPAC empiezan
a trabajar intensamente para la Generalitat. Se acomete un ambicioso plan de
construcción de escuelas en todo el Estado y se impulsa la construcción de la
Ciudad Universitaria de Madrid, procedente de la etapa anterior, pero
plenamente apoyada y modernizada por el nuevo Gobierno.
Ciudad Universitaria, Madrid
Es cierto
que Madrid y Barcelona reunieron la mayor cantidad de obras emblemáticas, pero
también Zaragoza, San Sebastián y Canarias contaban con potentes focos de
vanguardia, al igual que Andalucía, Galicia o Valencia.
Entre las figuras y obras más notables del breve y
agitado tiempo de República hay que mencionar a Bernardo Giner de los Ríos,
sobrino del fundador de la Institución Libre de Enseñanza, que dirigió la
construcción de centros escolares municipales en Madrid, tan valiosos como el
Nicolás Salmerón y el Fernández Moratín. Brilla con luz propia la innovadora
obra de los pabellones de Párvulos y de Segunda Enseñanza del
Instituto-Escuela, firmados por Carlos Arniches y Martín Domínguez, con el
ingeniero Eduardo Torroja, colaborador sobresaliente en los desafíos afrontados
por los arquitectos de los años 30 para construir con hormigón armado.
El Instituto Escuela de Arniches y
Domínguez
https://es.paperblog.com/instituto-escuela-madrid-2272578/
La arquitectura estaba empeñada en lograr mayor
justicia social y calidad de vida, desde el compromiso con los valores de la
democracia
En la apuesta por el desarrollo de la Ciudad
Universitaria madrileña destaca el riguroso diseño de Sánchez Arcas para el
Pabellón de Gobierno (1931), plenamente moderno, y el de la Facultad de
Filosofía y Letras (1931-32) de Agustín Aguirre, realizándose un gran esfuerzo
para completar numerosas facultades antes del comienzo de la guerra. Al
convertirse en frente de batalla durante la contienda, la mayoría de los
edificios sufrieron graves daños. Algunos fueron reconstruidos por los mismos
autores, aunque Sánchez Arcas y Luis Lacasa se vieron obligados a exiliarse.
En Madrid destaca la figura de arquitecto Francisco Javier Ferrero, responsable, desde la Oficina Técnica Municipal, de la modernización de los mercados municipales. A él se deben los diseños, estrictamente funcionales,
Mercado Central de Frutas y
Verduras de Legazpi (1933),
Mercado de Pescados (1934),
https://www.origenonline.es/index.php/tag/mercado-central-de-pescados/
el de la plaza de Olavide
(1931-34), y el concurso que ganó para el nuevo
https://www.miradormadrid.com/viaducto/
Viaducto de la calle de Bailén (1932).
En Cataluña, es central la figura del aristócrata
republicano Josep Lluís Sert, tanto en el debate y difusión de las ideas del
Movimiento Moderno, como en la acción política y la edificación. Desde
Barcelona, dirigió la revista A. C. Documentos de Actividad Contemporánea que
difundió hasta 1937 el ideario racionalista. Tuvo una alta capacidad de
influencia en las élites y contó con el apoyo de la Generalitat, en especial a
partir de la aprobación del Estatuto de 1932.
Entre la obra pública de Josep Lluís Sert destaca el valioso Dispensario Central Antituberculoso (1934-37), realizado con Josep Torres Clavé y Juan Bautista Subirana.
https://www.barcelonabusturistic.cat/es/dispensari-central-antituberculos
Son también notables sus aportaciones en dos edificios residenciales, emblemáticos de su tiempo, las Viviendas de la calle Muntaner (1931)
https://www.urbipedia.org/hoja/Edificio_de_viviendas_duplex_en_Muntaner
https://meet.barcelona.cat/es/descubre-barcelona/distritos/sant-andreu/casa-bloc
y la Casa Bloc (1933-1936) promovida desde el
Comisionado de la Casa Obrera, que son modélicas obras de estricto lenguaje
moderno, en el estilo de Le Corbusier.
La Casa de las Flores de
Secundino Zuazo (1930-32)
http://www.laboda2011.com/13.html
Al tema residencial, Madrid aporta la innovadora Casa de las Flores (1930-32) de Secundino Zuazo, con su propuesta para un diseño más higiénico de las manzanas de los ensanches, o las modernas residencias burguesas unifamiliares con jardín del Parque Residencia (1931-33) y de la inmediata.
Colonia El Viso (1933-36) de Rafael Bergamín.
Los edificios más valiosos de aquel tiempo no hablan de la supuesta tristeza que suele atribuirse a aquella época, por el contrario, expresan con alegría la apuesta por una nueva sociedad. Muchos estaban destinados al ocio y la diversión, cines y salas de fiestas, teatros, museos y paradores, complejos de ocio y piscinas.
https://caminandopormadrid.com/el-cine-barcelo
Se construyen cines como el Barceló (1930) de Madrid, de Luis Gutiérrez Soto, autor también de las desaparecidas Piscinas La Isla (1932) sobre el río Manzanares, a la que se unió poco después la Playa de Madrid (1932-34) de Manuel Muñoz Monasterio, y el espectacular.
http://coavnbiz.org/evento/5-de-octubre-dia-mundial-de-la-arquitectura-placa-docomomoconferencia/
Frontón Recoletos (1935) de Secundino Zuazo con el ingeniero
Torroja.
Admiración internacional
Por encima del resto se sitúan dos obras de calidad incomparable convertidas en emblemas de su tiempo.
El icónico Edificio Carrión de la Gran Vía madrileña construido
entre 1931 y 1933 Mercedes Peláez López
El extraordinario edificio Carrión o Capitol (1931-33) de Luis Martínez-Feduchi y Vicente Eced en la Gran Vía madrileña, que sumaba vanguardia estética y tecnológica, en un programa que combinaba hotel, apartamentos, oficinas, sala de fiestas y un cine.
Y el Hipódromo de la Zarzuela (1934), donde Arniches, Domínguez y
Torroja lograron una obra absolutamente asombrosa que alcanzó admiración
mundial por el acuerdo genial entre una idea arquitectónica y su delicada
expresión estructural.
El epílogo de la arquitectura republicana fue tan brillante como
crepuscular, con la construcción del Pabellón de la República Española para la
Exposición Internacional de París de 1937, diseñado por Sert y Luis Lacasa en
plena Guerra Civil. Su armonía, rigor estructural y economía de medios
sirvieron para mostrar el unánime apoyo del talento a la causa republicana. En
él participaron, entre otros, Picasso, Calder, Alberto Sánchez, Miró, Julio
González o Josep Renau, que unieron sus obras con contenidos referentes a la
cultura y las tradiciones populares de los pueblos de España. El pabellón fue
expresión de la esperanza en el futuro impulsada por la II República y de los
cambios que eran necesarios y se demostraron posibles. También contenía una
advertencia a Europa de la gravedad del enfrentamiento entre las aspiraciones
populares de reformas sociales y las fuerzas que se oponían a ellas, que
acabarían sumiendo al continente en una catástrofe sin precedentes.
Pabellón de la República Española para la Exposición Internacional de París de 1937, ahora en Barcelona. Obra de José Luis Sert y Luis Lacasa. Reconstruido en 1992 por Miguel Espinet, Antoni Ubach y Juan Miguel Hernández León.
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