miércoles, 9 de marzo de 2022

 

Salvador Seguí y el posibilismo libertario

La obra y vida de Seguí podría resumirse en el impulso y difusión de la idea de que la cultura fuese la palanca de la libertad personal y el Sindicato la herramienta para conseguir las libertades colectivas.


Mi paso por Barcelona en la época estudiantil, ciertamente me marcó para el resto de mi vida. Lo suficiente para descubrir los restos sociales, casi arqueológicos, de lo que fue a fines del XIX y primer tercio del XX. En mis íntimas reflexiones llegué a la conclusión de que Barcelona es una Ciudad que, a pesar de la represión franquista, nunca fue derrotada del todo porque la libertad seguía en sus calles y plazas, forma parte de su forma de ser y respirar. Es lo que llamo la Barcelona liberal, libertina y libertaria. Y ninguna de ellas era compatible con el franquismo. A fines de los 60 y primeros años de los 70, y a pesar de que la Dictadura franquista imponía el gris, reprimía la alegría y la falta de libertades lo impregnaba todo, quedaban rincones sin “limpiar” en los que el pasado se manifestaba sin pudor, un pasado que se resistía a desaparecer y se colaba por las rendijas. No es de sorprender porque la Dictadura siempre fue contemplada como algo ajeno y extraño que, en todo momento, generó rechazo y resistencia. Tantos como fueran posibles en cada momento. Algunos cuentan que el nacionalismo postdemocrático fue más efectivo que la Dictadura a la hora de acabar con esos restos imponiendo un neo ruralismo de rancio tradicionalismo frente al cosmopolitismo histórico de Barcelona. A ello se han referido desde Mario Vargas Llosa, a Jaume Sisa o Loquillo.

Pocos documentos hay que nos recuerden esos años. Lo más destacado quizás las novelas de Eduardo Mendoza. Cinematográficamente, tal vez “La Sombra de la Ley”, de Daniel de la Torre y Patxi Izkua, una magnífica recreación de la Barcelona de la época, aunque con evidentes concesiones burguesas como el tratamiento que da al personaje “Salvador” como si fuera una especie de santón religioso o la muerte de este personaje, inspirado por Seguí, a manos de un anarquista, lo que es una licencia literaria que acoge una falsedad histórica demostrada, en su día difundida por la patronal. No obstante, los méritos superan los defectos.

Esas tres Barcelonas son el fruto del desarrollo capitalista a partir de la industria esclavista que produce la primera acumulación de capital y la inversión de esos capitales en el textil de las máquinas a vapor. Al reclamo de la industria, de doquier llegan trabajadores empobrecidos por la ruina del campo en busca de empleos con condiciones de jornada, salario, etc.  no decentes, en la terminología actual. Es la Barcelona liberal de Sarriá y Pedralbes, la que construye las casas modernistas en el Ensanche… La Barcelona burguesa. En ella hemos de buscar los inicios de la Barcelona libertina. Aquella que aprovecha su proximidad a la frontera, su puerto y la I Guerra Mundial, para construir una “industria” de casinos, cabarets, meublés, droga, etc., a la sombra de los inmensos beneficios basados en la neutralidad española. La Barcelona del Barrio Chino, las bandas de gánsteres, pistoleros y matones. Y junto a ellas, la Barcelona libertaria creada por la clase obrera en torno a las organizaciones anarquistas, sindicales y de todo tipo. Una clase obrera analfabeta y liderada por autodidactas que ponen la instrucción y la creación de una cultura revolucionaria como objetivo primordial y hacen de los Sindicatos su instrumento de defensa y eje de esa nueva Sociedad que ya se vivía. A partir de tan pobre material y en medio de una represión brutal, florece por décadas una creciente cultura libre que constituye un fenómeno histórico único en clara reacción a esa Barcelona liberal y libertina de la que es su antinomia.

A punto de cumplirse el noventa y nueve aniversario (el 10 de marzo de este año) del asesinato de Salvador Seguí por los pistoleros de la patronal Foment del Treball (¿les suena?), es de agradecer el homenaje que desde las páginas virtuales de esta revista Pere J. Beneyto está haciendo a su memoria y al que me quiero sumar. Y habría que ver en qué forma conmemorar su muerte el próximo año, en que se cumplimenta el centenario. Cómo rescatarlo definitivamente del olvido. Porque Seguí representa lo que pudo ser y no fue. Lo mejor del Movimiento obrero, mientras duró.

La recuperación de Seguí es de justicia histórica porque se trata, sin duda, de uno de los grandes hombres de la Historia de España y yo diría que mundial. Es sin duda el sindicalista más relevante y uno de los pocos revolucionarios en el mundo con una visión clara de un proceso revolucionario.

La obra de Salvador, nombre que durante un siglo ha sido impuesto a los hijos de anarquistas en su homenaje, no está recogida por escrito ni en imágenes. Apenas una novela, sus artículos y algunas conferencias. Poco más. Su obra sin embargo está escrita en la historia, esa que se ha mutilado para esconder su ejemplo. Y que está vinculada a la construcción de un sindicalismo revolucionario y una cultura social, sencillamente impresionantes. Más teniendo en cuenta que murió a los 35 años y que buena parte de ellos los pasó en la cárcel o amenazado de muerte.

Es para empezar uno de los iniciadores de una corriente en que el anarquismo es la ética personal y el instrumento de lucha el sindicato. Son las primeras generaciones que rechazan la definición de “anarquistas” porque consideran que esta es una meta y un camino, pero nunca una situación de partida. Rechaza el simplismo de las versiones abreviadas del anarquismo y las etiquetas. De hecho, los grandes hombres de esta época comienzan a rechazar la definición de anarquistas e incluso la de anarco-sindicalistas, que son denominaciones creadas fuera de su ambiente. Se definen como simplemente “sindicalistas” sin más, aunque en su conciencia residiera el ideal que no sólo era social sino también personal, una suerte de camino en la liberación de la opresión del sistema político, económico e ideológico capitalista.

Es difícil definir a Salvador Seguí como un dirigente formal de la CNT y ello por el peculiar sistema de designación de los gestores de la organización que sustancialmente consistía en que los Congresos designaban una población y el Comité Local de ésta asumía la gestión de la central sindical. Por otra parte, con gran frecuencia fue efectivamente el Comité de Barcelona el designado y siempre que fue así, éste recurrió a sus líderes naturales Salvador Seguí y Ángel Pestaña, jovencísimos, como sus hombres de confianza. Es significativo como hasta 1930, el liderazgo moral se ejercitaba por duplas. La primera fue la expresada de Seguí-Pestaña y en ella Seguí asumía la posición posibilista. Pestaña actuaba como el vigilante de la pureza anarquista Curioso que, tras el asesinato de Salvador Seguí, la nueva dupla constituida por Pestaña y Peiró respetó ese mismo reparto de papeles asumiendo un Pestaña reconvertido, el posibilismo y Peiró el control ideológico, su pureza. Y así hasta 1930 en que el sistema construido por Seguí y los sindicalistas salta por los aires, en gran parte por las dinámicas históricas promovidas por los Gobiernos del Estado absolutamente reaccionarios y la represión policial y patronal, que acaban entregando el control de la CNT a la FAI.

Tanto Salvador Seguí como Ángel Pestaña como Joan Peiró, más tarde, fueron la representación del” posibilismo libertario”, que se inició con la necesidad de desplazar de la dirección de Solidaridad Obrera, antecedente de la CNT, y más tarde de esta, a los anarquistas insurreccionales, cuyas estrategias no pasaban de la propaganda por el hecho, de una dinámica cerrada de propaganda y violencia. Lo que García Oliver llamaría más tarde “gimnasia revolucionaria”. Esta, en realidad, es una influencia ajena al anarquismo e importada sobre todo por el anarquismo francés del agrarismo ruso y los movimientos sociales nihilistas. La dura batalla nunca se resolvió definitivamente, pero hasta 1930 y el Manifiesto de los Treintistas (1931), la corriente sindicalista prevaleció. En 1933 se produce la breve escisión de la CNT de la Federación Sindicalista Libertaria encabezada por Ángel Pestaña que aglutinó a los Sindicatos de oposición. Más tarde, en 1934, habría de sufrir el rechazo de los faístas que se acendraría cuando constituyera el Partido Sindicalista que pretendía recoger el voto cenetista a favor del Frente Popular en las difíciles coyunturas de la II República. Nada impidió, sin embargo, que destacados miembros de la FAI, radicales antipoliticistas, meses después aceptaran cargos ministeriales en el Gobierno de la República. A lo que, por cierto, se negó el “renegado” Ángel Pestaña, que moriría en el 1937 a causa de una neumonía contraída en Albacete, cuando intentaba poner orden en lo suministros militares al Ejército de la República. O a que algunos otros se decidieran por la intervención política (García Oliver fundaría el Partido anarquista y Horacio M. Prieto, el Partido Libertario).

El posibilismo libertario consistía sustancialmente en la adopción del sindicato como arma de combate revolucionaria

El posibilismo libertario consistía sustancialmente en la adopción del sindicato como arma de combate revolucionaria, desplazando al grupo o célula anarquista, al que se reservaban otras funciones, y significaba la adopción de una estrategia de organización de masas, de extensión del sindicato y fortalecimiento de la solidaridad interna. En esta línea son los “sindicalistas” quienes impulsan, difunden y finalmente llevan a la CNT a adoptar en 1918 la organización por Sindicatos de ramo o sector, lo que en los medios confederales se denominó “Sindicato único” porque integraba los diferente Sindicatos de Oficio, que hundían sus orígenes en la organización gremial. Este modelo fue adoptado en 1901 por la IWW en Estados Unidos para luchar contra el capitalismo fordista, y no es seguro que los sindicalistas españoles conocieran la experiencia. Por cierto, que la UGT no lo adoptaría hasta 1928. Este nuevo modelo de estructura, articula la solidaridad de todos los oficios intervinientes en un determinado sector o empresa y será la clave de la mayor victoria del sindicalismo español en la famosa Huelga General de La Canadiense, donde por primera vez en la Historia se conquistó la jornada de ocho horas, conocida como la jornada de los tres ochos (trabajo/ocio y vida social/sueño). La participación de Seguí fue clave en la declaración, la extensión de la huelga, pero también en la decisión de poner fin a la misma pese a la propuesta de los insurreccionalistas de continuar la huelga general con carácter de huelga revolucionaria. Pese a que hay historiadores que hablan de que el golpe de Primo de Rivera y la instauración de la Dictadura respondió al propósito de ocultar los negocios sucios de Alfonso XIII y las derrotas en la extraña guerra africana, creo firmemente que la Dictadura tuvo como principal objetivo acabar con la organización confederal que había demostrado su capacidad para doblegar a la burguesía y hasta al propio Gobierno del Estado. Buena prueba es cómo mientras Primo de Rivera pactaba con la UGT de Largo Caballero los Jurados Mixtos de Trabajo y la mantenía en la legalidad, la CNT fue perseguida a sangre y fuego y sus líderes pasaron en la cárcel buena parte de la Dictadura. A su salida, con el fin de ésta, pudieron comprobar como la organización se estructuraba en torno a la FAI creada a partir de los violentos grupos de autodefensa y los grupos anarquistas, que se habían mantenido y radicalizado en la clandestinidad, pero fuera de las cárceles, y que significa el retorno a las tesis insurreccionales, que habría de lamentar, entre otros, la propia República. La ruptura formal y prácticamente definitiva tuvo lugar por la discusión del destino de las cuotas extraordinarias cobradas por la CNT para modernizar la “Soli”, que por los sectores faístas se pretendían aplicar, y aplicaron finalmente, a la compra de armas. El debate ejemplifica perfectamente a las facciones en lucha.

La segunda manifestación del posibilismo libertario bajo la inspiración de Seguí fue la inmensa capacidad de diálogo y negociación de la CNT con toda suerte de entidades y asociaciones sociales: destacadamente los Sindicatos de inquilinos, las organizaciones vecinales, partidos políticos, especialmente los republicanos de izquierdas, las organizaciones representativas del comercio al por menor, las pequeñas empresas, los pequeños propietarios campesinos, la propia UGT con la que suscribió diferentes pactos… La CNT analizaba las contradicciones de la situación política y económica y establecía las correspondientes alianzas que multiplicaban su poder. Este fue un factor importantísimo en la extensión y victoria en la Huelga de la Canadiense. El apoyo ciudadano al movimiento sindical. Y en todo esto el poder de convicción y el prestigio personal de sus dirigentes era su principal arma.

La tercera línea fue la comprensión de que el movimiento sindical no agotaba las estructuras revolucionarias y que, pese a la fe en la Huelga General Revolucionaria, la victoria requería la implantación de una cultura social libre. La estructura sindical y también los grupos anarquistas multiplican las imprentas, editoriales, periódicos. El más importante “Solidaridad Obrera”, dirigido por Ángel Pestaña, que llegó a vender un millón de ejemplares, pionero en el periodismo de investigación con los artículos de investigación sobre la conexión de la Policía barcelonesa con el espionaje alemán o sobre los autores intelectuales y materiales del terrorismo patronal, del que fueron víctimas, entre otros, los propios Seguí y Pestaña y que causó sólo en 1921 y 1922 ciento noventa y cuatro asesinatos de líderes sindicales. En el mismo periodo, los grupos de autodefensa anarquista asesinaron hasta 9 empresarios y sicarios de los mismos. Ritmo no comparable ni siquiera con el terrorismo de ETA en sus peores años. Y las Asociaciones culturales y recreativas comenzando por los Ateneos Libertarios (Seguí fue Presidente del Ateneo Sindicalista de Barcelona casi vitaliciamente) dónde no sólo se debatía y formaba, sino que se difundía el tango y los nuevos ritmos, y Centros de estudios sociales, Bibliotecas libertarias, orfeones, coros y bandas musicales. Y toda clase de asociaciones que hasta hoy resultarían avanzadas que trazaron los rasgos más destacados de lo que hoy consideramos progreso: la lucha contra la pena de muerte, las cárceles y toda forma de represión;  la defensa del esperanto, la lengua de signos y el romaní (presente en muchos de los mítines confederales); la defensa de la medicina natural, el higienismo, el naturismo, el vegetarianismo, el nudismo, el ecologismo y la defensa de la vida natural, el excursionismo...; el ateísmo y el laicismo; el pacifismo y el antibelicismo muy ligados al internacionalismo proletario; y la no violencia (aunque siempre consideraron legítimo el tiranicidio, como Francisco de Vitoria, por cierto); el animalismo, la canaricultura y la ornitología; el primer feminismo que excedió del mero sufragismo y que exigía la igualdad real de la mujer en la sociedad y en el trabajo y postulaba la desaparición de toda forma de opresión incluido el matrimonio, el control de natalidad y la eugenesia, en su concepción originaria...; el cooperativismo y el colectivismo, antecedentes de lo que luego se denominaría socialismo autogestionario; la alfabetización de los obreros y las mujeres, la coeducación y las corrientes pedagógicas libres inspiradas por Ferrer Guardia (las Escuelas racionalistas), maestro del propio Seguí; el cine y el teatro libertario, del que participó entre otros Antonio de Hoyos; los deportes (recientemente he conocido el pasado cenetista de El Rayo Vallecano), etc. etc. La CNT era un magma de nuevas ideas y al tiempo absorbía toda forma de pensamiento libre.

La obra y vida de Seguí podría resumirse en el impulso y difusión de la idea de que la cultura fuese la palanca de la libertad personal y el Sindicato la herramienta para conseguir las libertades colectivas. Una figura clave que mucho puede aportar en el actual debate sobre el modelo sindical, en que los sindicatos mayoritarios se alejan de los objetivos de transformación social y creación de una cultura libre y se pronuncian por un sindicalismo de diálogo y concertación, institucionalizado, en definitiva, garante y reproductor de la cultura capitalista.

https://www.nuevatribuna.es/articulo/cultura---ocio/salvador-segui-posibilismo-libertario/20220309092303196201.html


Liderazgo de Salvador Seguí en la huelga de La Canadiense

Crónica de la huelga dirigida por la CNT en la empresa eléctrica popularmente conocida como La Canadiense.


Pere J. Beneyto recupera textos del líder anarco-sindicalista Salvador Seguí en un dossier documental que Nuevatribuna publica por entregas.

Se trata de escritos de y sobre la actividad sindical de Seguí que complementan la reconstrucción de su trayectoria biográfica.

Encabezan estos textos los apuntes biográficos del propio Pere J. Beneyto que enlazamos a continuación.

 

La huelga de La Canadiense

Rodrigo Lastra (2013) Salvador Seguí, Madrid:
Fundación Emmanuel Mounier, Colección Sinergia

En 1919 se iba a poner a prueba el nuevo tipo de organización sindical (que se agrupaba en sindicatos de industria y se federaba a nivel local, regional y nacional, frente a los antiguos sindicatos de oficio). Esta nueva fuerza obrera,  sin la cual no se puede explicar cómo un conflicto laboral, en principio similar a tantos otros, pudo adquirir unas proporciones que ningún movimien­to obrero reivindicativo había alcanzado hasta en­tonces. La huelga de La Canadiense fue posible por la reorganización y expansión del sindicato único de Agua, Gas y Electricidad y fue, por tanto, la primera manifestación de fuerza de los sindicatos de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), organizados después del Congreso de Sants en grandes sindicatos únicos o de industria.

La empresa Riegos y Fuerzas del Ebro era llamada co­rrientemente La Canadiense por ser su principal accionista el Canadian Bank of Comerce of Toronto y su director el canadiense Fraser Lawton. Era una entidad de enorme importancia con centrales en Tarragona, Lérida Gerona. Solamente en las oficinas de la empresa hallaban ocupación más de mil empleados. Numerosos servi­cios dependían directamente de los suministrados por la entidad.

A finales de 1918 el sindicato de agua, gas y electricidad, inició una huelga ante los abusos laborales que incluían el hecho de que su mísero salario lo recibían en forma de unos bonos cotizables únicamente en determinadas tiendas, que curiosamente pertenecían a La Canadiense. A la declaración de huelga, la empresa replicó con el despido de los huelguistas. Intervino la CNT y automáticamente fueron encarcelados muchos de los militantes más conocidos por la policía. Seguí fue arrestado en su casa mientras dormía. Todos ellos fueron llevados al acorazado Pelayo donde estuvieron hasta que mujeres e hijos de los militantes detenidos pidieron al gobernador, precisa­mente cuando ya se había extendido la huelga, que fue­sen trasladados a la prisión Modelo, donde podrían vi­sitarlos. Esta petición supuso, además, que hubiera posibilidad de ponerse en contacto con los dirigentes de­tenidos en una situación tan difícil.

El 8 de febrero de 1919, el personal de La Canadiense declaró la huelga en solidaridad con varios obreros despedidos por resistirse a aceptar rebajas de salarios que la empresa había anunciado como represalia contra ellos. A pesar de estar detenidos los principales responsables sindicales la lucha fue asumida por militantes jóvenes y el movimiento se sostuvo con mayor energía. La nueva estructura de sindicatos únicos probó su eficacia en aquella confrontación, que de modo inmediato llevó el paro por solidaridad a las demás empresas eléctricas y de gas de Barcelona. Al mismo tiempo se desarrollaban las huelgas de carreteros y chóferes y la de los obreros gráficos. A partir del 17 de febrero se declaró la huelga del ramo textil, que comprendía unos veinte mil obreros, o más bien obreras, pues el ochenta por ciento eran mujeres. Éstas reclamaban el reconocimiento del sindicato, la jornada má­xima de ocho horas, la total abolición del trabajo a destajo, el pago del jornal íntegro en caso de accidente, la prohibición de admitir trabajadores menores de catorce años y la paga íntegra de la semana, cuan­do, una vez empezada, decidiese la empresa sus­pender o disminuir el trabajo.

El 21 de febrero abandonó el trabajo todo el personal de las compañías de electricidad. La huelga de la industria eléctrica provocaba la huelga forzosa de tranvías. Dejaron de publicarse los diarios de la noche y la ciudad quedó a oscuras, teniendo que iluminarse las casas con lámparas de carburo y velas. El 27, los tranviarios, que acababan de organizar­se sindicalmente, dejaron de prestar servicio. Los sindicatos y el comité de huelga a pesar de la ilegalidad estaban en frenética actividad. José Piera, presidente del comité de huelga, lo describe con estas palabras:

Prácticamente todo el día estábamos reunidos. Algunas veces nos reuníamos en la playa; si veíamos acercarse a la guardia civil, escondíamos los papeles en la arena. Durante la huelga seguimos publicando Solidari­dad Obrera de forma clandestina; imprimíamos fuera de Barcelona cien mil ejemplares que se repartían pun­tualmente en las diferentes poblaciones y llegaban a todos los sindicatos. La organización, a pesar de la anormalidad de la situación, continuaba funcionando perfectamente, era realmente la consolidación de los sindicatos.

Los tipógrafos y linotipistas se sumaron a la lucha, estableciendo "la censura obrera", en respuesta a la constante "censura oficial". Es decir, se negaban publicar aquellas noticias o comentarios ofensivos o contrarios a la causa de los huelguistas.  Esta medida fue eficaz hasta el extremo de que el bando redactado por Miláns del Bosch ordenando la militarización de los huelguistas no se pudo publicar inicialmente.

El setenta por ciento de las fábricas habían visto paralizado su funcionamiento en la provincia de Barcelona. Cundió el pánico entre los diversos sectores de la burguesía barcelonesa y toda la población estaba en tensión. Ante la gravedad de la situación, el Gobierno declaró el estado de guerra y militarizó las empresas importantes (gas, electricidad…) para asegurar el suministro. El 1 de marzo, el Gobierno se incautó del servicio de aguas que había quedado desorganizado. El alcalde de Barcelona se puso en contacto con el comité de huelga que transmitió a las autoridades superiores las bases de negociación, que éste le presentó. Las condiciones de la comisión obrera eran las siguientes: La apertura de los sindicatos clausurados, la libertad de los dirigentes sindica­listas encarcelados desde el 16 de enero, la inmunidad del comité de huelga, concediendo un plazo de dos días para recibir la contestación del Gobierno. El Gobierno consideró demasiado breve el plazo y dio por fracasada la negociación. Los empresarios publicaron entonces un ultimátum declarando que los que no se pre­sentasen el 6 de marzo al trabajo debían considerarse despedidos.

El 7 de marzo el personal del Ferrocarril Sarriá-Barcelona y de los Ferroca­rriles de Cataluña se unían a la huelga aumentan­do la paralización de los servicios públicos, que el día 12 sería ya total. El gobierno, a la desesperada, lanzó un órdago. El 9 de marzo finalmente se consi­guió con muchas dificultades (debido a la censura proletaria) hacer público un bando del Capitán General Milán del Bosch movilizando forzosamente a los obre­ros de las empresas en huelga, bajo amenaza de pena de cuatro años de presidio sobre los que no se presentasen en sus respectivas zonas de reclutamien­to. 

El comité de huelga dejó a los huelguistas en libertad de decidir su conducta. La mayor parte de ellos no se presentaron o se negaron a trabajar y fueron conducidos en largas filas al Castillo de Montjuich, en donde se llegaron a internar tres mil obreros presos. La resistencia pasiva de los obreros movilizados ponía al Gobierno en un callejón sin salida.

El día 13 de marzo la situación era insostenible. De una parte La Canadiense, cuyas instalaciones estaban a punto de arruinarse, y de otra los obreros estaban prácticamente al límite de sus fuerzas. La UGT amenazaba con declararse en huelga de solidaridad, con lo que el paro se hubiera difundido por las demás ciudades (Madrid, Valencia, Zaragoza…). Y sobre todo, el Gobierno temía que un movimiento de tal magnitud de los obreros industriales de Barce­lona, animase a los jornaleros andaluces en un momento como aquel de agitación agraria en varias pro­vincias de Andalucía.

José Morote, subsecretario de la presidencia del Gobierno, encauzó los primeros pasos de la negocia­ción. El día 15 de marzo terminó la censura obrera y el 17 se llegó a un acuerdo entre las representaciones de La Canadiense y el comité obrero. En virtud del mismo se pondría en libertad a todos los presos por cuestiones sociales y se readmitiría a todos los huelguistas sin represalia alguna. Además, La Canadiense aceptó un aumento general y proporcional de salarios, la jornada máxima de ocho horas y el abono de la mitad del mes que tuvo la huelga de duración. De parte del delegado del Gobierno se aseguró que, luego del acuerdo definitivo, sería levantado el estado de guerra.

Pero estos acuerdos eran muy frágiles y necesitaban el refrendo de los huelguistas. En los medios sindicales el convenio tenía ene­migos. Muchos obreros todavía se oponían porque eran partidarios de la lucha continua y lo consideraban una rendición cuando estaban a punto de vencer. No faltaban tampoco provoca­dores a sueldo de la burguesía. Todos ellos consiguieron crear un ambiente hostil al acuerdo, pese a ser mi­noría, que podía dar al traste con los intentos de pacificación. El comité de huelga le expuso este nuevo problema al go­bernador el 19 por la mañana. Ninguno de ellos se sentía capaz de dominar a la oposición. En realidad sólo podía hacerlo Sal­vador Seguísecretario del comité regio­nal, que asimismo apoyaba el convenio. Pero estaba encarcelado desde el inicio de la huelga, por lo que pidieron su liberación, que se produjo el mismo 19 de marzo.

Esa misma noche estaba convocado el mitin de la plaza de toros de las Arenas para refrendar o rechazar el acuerdo. El coso estaba a reventar y mucha gente, que no pudo entrar, lo siguió en la calle a la espera de noticias. Las autoridades to­maron todas las medidas de seguridad posibles por miedo a disturbios. En el exterior había guardias a caballo y dentro del coliseo otros muchos a pie junto con numerosos agentes de la secreta. Como delegado gubernativo, cuya presencia era obligatoria en los actos públicos, se encontraba el propio jefe superior de policía asistido por todos los comisarios de distrito de Barcelona.

Desde la tribuna de oradores, situada sobre el toril, había un mar humano encrespado y violento. Estaban allí todos los enemigos del pacto decididos a hundir el mitin. Nadie sabía cómo iba a acabar aquello. Según relatan los que allí estuvieron, conforme a lo acordado, los representantes de la Federación Local y de la Regional empezaron a dar cuenta de los acuerdos: Simó Piera, por el Sindicato de la Construcción; Paulino Díaz, por la Federación Local, y Francisco Miranda, por los presos recién liberados. No pudieron terminar sus discursos. El griterío era abrumador. Los insultos surgían, imponentes, de todos lados: ¡Reformistas! ¡Traidores! ¡Apagafuegos! ¡Muera! ¡Fuera!. El Noi del Sucre conservaba la calma, fumando un cigarrillo, y mirando a aquella multitud.

El mitin estaba a punto de suspenderse. Entonces, se levantó a hablar Seguí, tiró el cigarrillo al suelo, se secó los labios y se adelantó a la tribuna, donde destacaba su macizo corpachón. Gran parte del público calló, impre­sionada por su presencia e interesada por oírle. Pero otros continuaron interrumpiendo, decididos a que no se aproba­se el convenio. Sin embargo, en aquellos tiempos anteriores a micrófonos y altavoces, la potente voz de El Noi del Sucre llegó hasta los últimos rincones, por encima de gritos y de protestas.

Para El Noi del Sucre la organización estaba por encima de todas las demás consideraciones. De lo que entonces decidie­sen dependería en gran parte el futuro de la CNT, pues tan­to la clase obrera como la burguesía de España entera es­taban pendientes de ellos. Si desautorizaban al comité de huelga darían tal prueba de irresponsabilidad que ya nadie volvería a fiarse de los sindicatos. Se habían conseguido las reivindicaciones por las que se inició el conflicto de La Canadiense. En consecuencia, no tenía objeto continuarlo. Con res­pecto los presos, estaban ya siendo puestos en libertad. Él mismo era una prueba. El gobernador había prometido que todos volverían a sus casas en el plazo de tres días. Debían concederle un margen de con­fianza. En el caso de que no cumpliese su palabra, siempre podían volver a la huelga, afirmación que, como se vio, fue su único error de aquella noche.

Seguí logró hablar, hacerse oír y convencer. Probablemente aquella fue la prueba más dura de la vida de El Noi del Sucre, pero supo superarla de una manera magistral. Poco a poco, elevando gradualmente su sonora voz, fue haciendo callar a los exaltados y, al cabo de pocos minu­tos, la plaza entera escuchaba fervorosamente. Argumentando, se­duciendo con su oratoria inigualable, fue haciendo cambiar el furor de la multitud en reflexión lógica. Entonces Seguí tuvo uno de sus golpes de auda­cia que le permitían imponerse:

¿Queréis a los presos? preguntó a la multitud. Luego, seña­lando el vecino castillo de Montjuich, añadió: ¡Vamos a buscarlos ! El público quedó desconcertado. Lo que les proponía El Noi del Sucre era muy serio. Significaba echarse a la calle en aquel momento y tal como estaban. Pero, además, sabían que de hacerse, él iría en cabeza. Nadie se atrevió a contes­tar. De hecho, la oposición estaba vencida: …Pensad en la trascendencia del momento presente; pensad que ahora no sólo se vela por la libertad de los presos, sino por la responsabilidad de las organi­zaciones obreras y la efectividad de los compromisos que de aquí en adelante puedan contraer. Esta noche, a pesar de las impetuosidades de que he hablado, hemos de salvar las organizaciones obreras. Si desautorizamos al comité, ponéis en peligro la libertad de los presos y dais una satisfacción a la bur­guesía. Que se reafirmen aquí la confianza y la unión, y así, o se consigue pronto la libertad de los presos, o comen­zará una guerra formidable. Yo me someto al comité en nombre de los presos….

Cuando dio por terminado su discurso, todo el mundo, por aclamación, acordó el cese de la huelga general, que había durado cuarenta y cuatro días.

Se dio por concluido el acto y la multitud, en perfecto orden, fue abandonando la plaza de toros. El mitin había durado tres cuartos de hora y ni en un solo momento fue necesaria la intervención de la policía. El propio jefe superior de la policía, se le acercó a Seguí y le dijo que nunca en la vida había visto una cosa igual, que un hombre pueda conducir a la masa de esta manera. El mitin habría podido acabar en tragedia de no haber sido por El Noi. Seguí salió del mitin y los anarquistas que habían ido a verlo al salir de la prisión no estaban.

El diario conservador madrileño El Sol, calificó el acto como el triunfo del único poder organizado del país. La huelga fue un éxito para los trabajadores. Los obreros consiguieron todas sus reivindicaciones, no sólo los de Agua, Gas y Electricidad, sino también carreteros y chóferes, obreros textiles y tipógrafos. Ese mismo mes el Gobierno del Conde de Romanones (que tuvo que dimitir tras la huelga) sancionaba la jornada de ocho. A partir del 1 de octubre de 1919 la jornada máxima total sería de ocho horas al día y de cua­renta y ocho a la semana, para todos los oficios. España fue así el primer país de Europa en donde se consiguió la jornada máxima de ocho ho­ras, que era una reivindicación histórica de a clase obrera.

La huelga había durado cuarenta y cuatro días y, pese a algún brote inicial de terrorismo extremista (hubo un atentado con un muerto y varios heridos), el conflicto apenas revistió actos de violencia, siendo presidido en general por la acción pacífica serena y disciplinada de los huelguistas. Si se tiene en cuenta el grado de tensión a que se había llegado en una Barcelona paralizada mes medio, resulta asombroso que no se hubiese desatado la violencia, como había sucedido en anteriores huelgas generales, muchísimo más cortas.

 

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La huelga de La Canadiense: un hito histórico mundial


Aunque sea apócrifa y muy citada en las redes, conviene recordar de vez en cuando aquella frase atribuida al autoritario canciller alemán Otto Von Bismarck que decía que España era el país más fuerte del mundo, porque pese a llevar siglos intentando autodestruirse, no lo había conseguido. Con independencia de la veracidad de la autoría, hay algo de cierto en ello dado que España siempre ha tropezado en sus deseos de progreso con la piedra inmóvil de la derecha que dice amar al país pero que a lo largo de la historia sólo se ha dedicado a boicotear todos los intentos habidos para ampliar y mejorar las condiciones de vida, la libertad y los derechos de los españoles. Ni uno sólo de los gobiernos derechistas españoles sintió la más mínima preocupación por educar al pueblo, hacerlo dueño de sus destinos o erradicar el pancismo, lugar de refugio de trepas, estómagos agradecidos y pelotas de toda laya. Tampoco hay patriotismo en la inmensa mayoría de ellos, sólo el deseo de perpetuar la España del Antiguo Régimen y, por tanto, de los privilegios. En el mejor de los casos, abunda el cinismo, como sucede con el creador de la Restauración, el político malagueño Antonio Cánovas del Castillo, quien demostrando un amor fuera de lo común por su país propuso como primer artículo de la Constitución lo que sigue: “Es español el que no puede ser otra cosa”. Demasiado tiempo queriendo destruir, menospreciando y persiguiendo a quienes más valen, demasiado tiempo despreciando el saber.

Sin irnos demasiado atrás, recordaremos lo que propuso la derecha hispana para mantener la monarquía y el imperio perdido por no haber sabido conservarlo. Tras obtener el protectorado de una parte de Marruecos en la Conferencia de Algeciras, las derechas del turno pacífico en el poder decidieron enviar a decenas de miles de pobres al norte de África para que muriesen matando a pobres rifeños y al mismo tiempo morir a mansalva. Aquella ocupación militar sólo sirvió para enriquecer a las grandes compañías mineras y a las oligarquías que ya de por si lo eran, para procurar ascensos militares sobre la muerte de soldados de reemplazo -los ricos no iban a la guerra- a militares muy poco preparados que luego crearían la casta africanista que dio un golpe de Estado en julio de 1936, provocó una guerra criminal y montó una de las peores y más largas dictaduras de Europa. La derecha española jamás ha querido a España, tomaba al país por un cortijo y a sus habitantes por carne de cañón. Igual sigue ocurriendo hoy.


Sin embargo, España no es eso. España estaba llena de don quijotes antes de que quisiesen convertirla, como decía Blasco Ibáñez, en refugio de sanchos sólo preocupados por llenar el estómago y conseguir su particular ínsula de Barataria. Por eso, aún ahora, somos el país con más donaciones de órganos del mundo, uno de los primeros en aprobar leyes que permiten la unión de parejas del mismo sexo, en porcentaje de vacunados contra el coronavirus, en permitir la muerte digna a quienes de la vida sólo les queda el dolor extremo e insoportable, en tener los mejores -con todos sus defectos- sistemas penitenciarios del mundo y un sistema de protección social -que la derecha quiere cargarse cuanto antes- de los más avanzados muy a pesar de los recortes salvajes a que ha sido y sigue siendo sometido.

En ese sentido, y es para sentirse especialmente orgullosos, tiene un lugar especial la huelga que iniciada en febrero y finalizada en abril de 1919 en La Canadiense, consiguió que se reconociera por primera en el mundo la jornada laboral de ocho horas. Lo lógico es que esto hubiese sucedido en Inglaterra, Francia o Alemania, pero no fue así, sucedió en España gracias al arrojo y la generosidad de los trabajadores de Barcelona, seguidos después por muchos de otros pueblos y ciudades de Cataluña y del resto de España.

El triunfo de la revolución rusa en 1917 animó a los sindicatos y partidos obreros de todo el continente a emprender acciones contundentes para conseguir el reconocimiento de los derechos de los trabajadores. En España la UGT y, sobre todo, la CNT habían decidido organizar mítines, manifestaciones y huelgas por todo el Estado, lo que llevó al conde de Romanones a suspender las garantías constitucionales. El 5 de febrero de 1919, varios administrativos de la empresa eléctrica La Canadiense fueron despedidos al no aceptar la rebaja de salario impuesta por la patronal. Acto seguido recurrieron a su sindicato solidarizándose todos los trabajadores de la empresa. Fue el comienzo de una huelga que al principio fue combatida, como era costumbre, con los fusiles y máuseres del ejército y que causó varios muertos, cientos de heridos y miles de detenidos. Las armas, pese al estado de guerra que movilizaba a todos los obreros, no dieron resultado y a finales de febrero toda la ciudad estaba sin luz, sin agua y sin gas. Se sumaron el resto de las empresas y una parte muy considerable del comercio cerró sus puertas. Pese a las amenazas, los despidos, las detenciones, las torturas, la militarización, el hambre creciente y los asesinatos la huelga continuó y a principios de marzo el Gobierno convocó a los sindicatos para comenzar a negociar. Milans del Bosch capitán general de Cataluña pedía una solución militar definitiva y la UGT conminaba con extender la huelga a todo el Estado si no se llegaba a un acuerdo rápido.

A mediados de marzo de 1919, el Gobierno comenzó a considerar que no era posible acabar con la huelga salvo que se matase a todos los trabajadores. Durante los días 15 y 16 de marzo representantes del gobierno se reunieron en el Instituto de Reformas Sociales de Madrid con miembros del comité sindical, llegándose a un acuerdo por el que se readmitían a todos los trabajadores, se aumentaban sus salarios, se dejaba en libertad a todos los detenidos salvo los que hubiesen incurrido en ilícito penal y se aprobaba la jornada laboral de ocho horas en todo el Estado, cosa que no había sucedido en ningún lugar del mundo. La huelga quedaría desconvocada el 19 de marzo tras un mitin multitudinario de Salvador Seguí en la Plaza de toros de las Arenas en el que los obreros aprobaron el acuerdo. El 4 de abril de 1919 la Gaceta de Madrid publicaba el decreto por el que a partir del 1 de octubre de ese año la jornada semanal máxima sería de cuarenta y ocho horas, demostrando que -aunque la represión policial llegó posteriormente a extremos inusitados con Martínez Anido, Bravo Portillo y Arlegui a las órdenes de la patronal y la burguesía- ni la fuerza bruta ni la represión más atroz son capaces de doblegar a un pueblo que actúa unido por el interés general, por el bienestar de todos, por la justicia social y la libertad. Fue así entonces, deberá de serlo de nuevo ahora, cuando salgamos del estado de narcolepsia en el que parecemos sumidos.

https://www.nuevatribuna.es/articulo/cultura---ocio/huelga-canadiense-hito-historico-mundial/20220204174902195157.html







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