Salvador Seguí y el posibilismo
libertario
La obra y vida de Seguí
podría resumirse en el impulso y difusión de la idea de que la cultura fuese la
palanca de la libertad personal y el Sindicato la herramienta para conseguir
las libertades colectivas.
Mi paso por
Barcelona en la época estudiantil, ciertamente me marcó para el resto de mi
vida. Lo suficiente para descubrir los restos sociales, casi arqueológicos, de
lo que fue a fines del XIX y primer tercio del XX. En mis íntimas reflexiones
llegué a la conclusión de que Barcelona es una Ciudad que, a pesar de la
represión franquista, nunca fue derrotada del todo porque la libertad seguía en
sus calles y plazas, forma parte de su forma de ser y respirar. Es lo que llamo
la Barcelona liberal, libertina y libertaria. Y ninguna de ellas era compatible
con el franquismo. A fines de los 60 y primeros años de los 70, y a pesar de
que la Dictadura franquista imponía el gris, reprimía la alegría y la falta de
libertades lo impregnaba todo, quedaban rincones sin “limpiar” en los que el
pasado se manifestaba sin pudor, un pasado que se resistía a desaparecer y se
colaba por las rendijas. No es de sorprender porque la Dictadura siempre fue
contemplada como algo ajeno y extraño que, en todo momento, generó rechazo y resistencia.
Tantos como fueran posibles en cada momento. Algunos cuentan que el
nacionalismo postdemocrático fue más efectivo que la Dictadura a la hora de
acabar con esos restos imponiendo un neo ruralismo de rancio tradicionalismo
frente al cosmopolitismo histórico de Barcelona. A ello se han referido desde
Mario Vargas Llosa, a Jaume Sisa o Loquillo.
Pocos documentos
hay que nos recuerden esos años. Lo más destacado quizás las novelas de Eduardo
Mendoza. Cinematográficamente, tal vez “La Sombra de la Ley”, de Daniel de la
Torre y Patxi Izkua, una magnífica recreación de la Barcelona de la época,
aunque con evidentes concesiones burguesas como el tratamiento que da al
personaje “Salvador” como si fuera una especie de santón religioso o la muerte
de este personaje, inspirado por Seguí, a manos de un anarquista, lo que es una
licencia literaria que acoge una falsedad histórica demostrada, en su día
difundida por la patronal. No obstante, los méritos superan los defectos.
Esas tres
Barcelonas son el fruto del desarrollo capitalista a partir de la industria
esclavista que produce la primera acumulación de capital y la inversión de esos
capitales en el textil de las máquinas a vapor. Al reclamo de la industria, de
doquier llegan trabajadores empobrecidos por la ruina del campo en busca de
empleos con condiciones de jornada, salario, etc. no decentes, en la
terminología actual. Es la Barcelona liberal de Sarriá y Pedralbes, la que
construye las casas modernistas en el Ensanche…
La Barcelona burguesa. En ella hemos de buscar los inicios de la Barcelona
libertina. Aquella que aprovecha su proximidad a la frontera, su puerto y la I
Guerra Mundial, para construir una “industria” de casinos, cabarets, meublés,
droga, etc., a la sombra de los inmensos beneficios basados en la neutralidad
española. La Barcelona del Barrio Chino, las bandas de gánsteres, pistoleros y
matones. Y junto a ellas, la Barcelona libertaria creada por la clase obrera en
torno a las organizaciones anarquistas, sindicales y de todo tipo. Una clase
obrera analfabeta y liderada por autodidactas que ponen la instrucción y la
creación de una cultura revolucionaria como objetivo primordial y hacen de los
Sindicatos su instrumento de defensa y eje de esa nueva Sociedad que ya se
vivía. A partir de tan pobre material y en medio de una represión brutal,
florece por décadas una creciente cultura libre que constituye un fenómeno histórico
único en clara reacción a esa Barcelona liberal y libertina de la que es su
antinomia.
A punto de
cumplirse el noventa y nueve aniversario (el 10 de marzo de este año) del
asesinato de Salvador Seguí por los pistoleros de la patronal Foment del Treball
(¿les suena?), es de agradecer el homenaje que desde las páginas
virtuales de esta revista Pere J. Beneyto está haciendo a su memoria y
al que me quiero sumar. Y habría que ver en qué forma conmemorar su muerte el
próximo año, en que se cumplimenta el centenario. Cómo rescatarlo
definitivamente del olvido. Porque Seguí representa lo que pudo ser y no fue.
Lo mejor del Movimiento obrero, mientras duró.
La recuperación de
Seguí es de justicia histórica porque se trata, sin duda, de uno de los grandes
hombres de la Historia de España y yo diría que mundial. Es sin duda el
sindicalista más relevante y uno de los pocos revolucionarios en el mundo con
una visión clara de un proceso revolucionario.
La obra de
Salvador, nombre que durante un siglo ha sido impuesto a los hijos de
anarquistas en su homenaje, no está recogida por escrito ni en imágenes. Apenas
una novela, sus artículos y algunas conferencias. Poco más. Su obra sin
embargo está escrita en la historia, esa que se ha mutilado para esconder su
ejemplo. Y que está vinculada a la construcción de un sindicalismo
revolucionario y una cultura social, sencillamente impresionantes. Más teniendo
en cuenta que murió a los 35 años y que buena parte de ellos los pasó en la cárcel
o amenazado de muerte.
Es para empezar
uno de los iniciadores de una corriente en que el anarquismo es la ética
personal y el instrumento de lucha el sindicato. Son las primeras generaciones
que rechazan la definición de “anarquistas” porque consideran que esta es una
meta y un camino, pero nunca una situación de partida. Rechaza el simplismo de
las versiones abreviadas del anarquismo y las etiquetas. De hecho, los grandes
hombres de esta época comienzan a rechazar la definición de anarquistas e incluso
la de anarco-sindicalistas, que son denominaciones creadas fuera de su
ambiente. Se definen como simplemente “sindicalistas” sin más, aunque en su
conciencia residiera el ideal que no sólo era social sino también personal, una
suerte de camino en la liberación de la opresión del sistema político,
económico e ideológico capitalista.
Es difícil definir
a Salvador Seguí como un dirigente formal de la CNT y ello por el peculiar
sistema de designación de los gestores de la organización que sustancialmente
consistía en que los Congresos designaban una población y el Comité Local de
ésta asumía la gestión de la central sindical. Por otra parte, con gran
frecuencia fue efectivamente el Comité de Barcelona el designado y siempre que
fue así, éste recurrió a sus líderes naturales Salvador Seguí y Ángel Pestaña,
jovencísimos, como sus hombres de confianza. Es significativo como hasta 1930,
el liderazgo moral se ejercitaba por duplas. La primera fue la expresada de
Seguí-Pestaña y en ella Seguí asumía la posición posibilista. Pestaña actuaba
como el vigilante de la pureza anarquista Curioso que, tras el asesinato de
Salvador Seguí, la nueva dupla constituida por Pestaña y Peiró respetó ese
mismo reparto de papeles asumiendo un Pestaña reconvertido, el posibilismo y Peiró
el control ideológico, su pureza. Y así hasta 1930 en que el sistema construido
por Seguí y los sindicalistas salta por los aires, en gran parte por las
dinámicas históricas promovidas por los Gobiernos del Estado absolutamente
reaccionarios y la represión policial y patronal, que acaban entregando el
control de la CNT a la FAI.
Tanto Salvador
Seguí como Ángel Pestaña como Joan Peiró, más tarde, fueron la representación
del” posibilismo libertario”, que se inició con la necesidad de desplazar de la
dirección de Solidaridad Obrera, antecedente de la CNT, y más tarde de esta, a
los anarquistas insurreccionales, cuyas estrategias no pasaban de la propaganda
por el hecho, de una dinámica cerrada de propaganda y violencia. Lo que García
Oliver llamaría más tarde “gimnasia revolucionaria”. Esta, en realidad, es una
influencia ajena al anarquismo e importada sobre todo por el anarquismo francés
del agrarismo ruso y los movimientos sociales nihilistas. La dura batalla nunca
se resolvió definitivamente, pero hasta 1930 y el Manifiesto de los Treintistas
(1931), la corriente sindicalista prevaleció. En 1933 se produce la breve
escisión de la CNT de la Federación Sindicalista Libertaria encabezada por
Ángel Pestaña que aglutinó a los Sindicatos de oposición. Más tarde, en 1934,
habría de sufrir el rechazo de los faístas que se acendraría cuando
constituyera el Partido Sindicalista que pretendía recoger el voto cenetista a
favor del Frente Popular en las difíciles coyunturas de la II República. Nada
impidió, sin embargo, que destacados miembros de la FAI, radicales
antipoliticistas, meses después aceptaran cargos ministeriales en el Gobierno
de la República. A lo que, por cierto, se negó el “renegado” Ángel Pestaña, que
moriría en el 1937 a causa de una neumonía contraída en Albacete, cuando
intentaba poner orden en lo suministros militares al Ejército de la República.
O a que algunos otros se decidieran por la intervención política (García Oliver
fundaría el Partido anarquista y Horacio M. Prieto, el Partido Libertario).
El posibilismo
libertario consistía sustancialmente en la adopción del sindicato como arma de
combate revolucionaria
El posibilismo
libertario consistía sustancialmente en la adopción del sindicato como arma de
combate revolucionaria, desplazando al grupo o célula anarquista, al que se
reservaban otras funciones, y significaba la adopción de una estrategia de
organización de masas, de extensión del sindicato y fortalecimiento de la
solidaridad interna. En esta línea son los “sindicalistas” quienes impulsan,
difunden y finalmente llevan a la CNT a adoptar en 1918 la organización por
Sindicatos de ramo o sector, lo que en los medios confederales se denominó
“Sindicato único” porque integraba los diferente Sindicatos de Oficio, que
hundían sus orígenes en la organización gremial. Este modelo fue adoptado en
1901 por la IWW en Estados Unidos para luchar contra el capitalismo fordista, y
no es seguro que los sindicalistas españoles conocieran la experiencia. Por
cierto, que la UGT no lo adoptaría hasta 1928. Este nuevo modelo de estructura,
articula la solidaridad de todos los oficios intervinientes en un determinado
sector o empresa y será la clave de la mayor victoria del sindicalismo español
en la famosa Huelga General de La Canadiense, donde por primera vez en la
Historia se conquistó la jornada de ocho horas, conocida como la jornada de los
tres ochos (trabajo/ocio y vida social/sueño). La participación de Seguí fue
clave en la declaración, la extensión de la huelga, pero también en la decisión
de poner fin a la misma pese a la propuesta de los insurreccionalistas de
continuar la huelga general con carácter de huelga revolucionaria. Pese a que
hay historiadores que hablan de que el golpe de Primo de Rivera y la
instauración de la Dictadura respondió al propósito de ocultar los negocios
sucios de Alfonso XIII y las derrotas en la extraña guerra africana, creo
firmemente que la Dictadura tuvo como principal objetivo acabar con la
organización confederal que había demostrado su capacidad para doblegar a la
burguesía y hasta al propio Gobierno del Estado. Buena prueba es cómo mientras
Primo de Rivera pactaba con la UGT de Largo Caballero los Jurados Mixtos de
Trabajo y la mantenía en la legalidad, la CNT fue perseguida a sangre y fuego y
sus líderes pasaron en la cárcel buena parte de la Dictadura. A su salida, con
el fin de ésta, pudieron comprobar como la organización se estructuraba en
torno a la FAI creada a partir de los violentos grupos de autodefensa y los
grupos anarquistas, que se habían mantenido y radicalizado en la
clandestinidad, pero fuera de las cárceles, y que significa el retorno a las
tesis insurreccionales, que habría de lamentar, entre otros, la propia
República. La ruptura formal y prácticamente definitiva tuvo lugar por la
discusión del destino de las cuotas extraordinarias cobradas por la CNT para
modernizar la “Soli”, que por los sectores faístas se pretendían aplicar, y
aplicaron finalmente, a la compra de armas. El debate ejemplifica perfectamente
a las facciones en lucha.
La segunda
manifestación del posibilismo libertario bajo la inspiración de Seguí fue la
inmensa capacidad de diálogo y negociación de la CNT con toda suerte de
entidades y asociaciones sociales: destacadamente los Sindicatos de inquilinos,
las organizaciones vecinales, partidos políticos, especialmente los
republicanos de izquierdas, las organizaciones representativas del comercio al
por menor, las pequeñas empresas, los pequeños propietarios campesinos, la
propia UGT con la que suscribió diferentes pactos… La CNT analizaba las
contradicciones de la situación política y económica y establecía las
correspondientes alianzas que multiplicaban su poder. Este fue un factor
importantísimo en la extensión y victoria en la Huelga de la Canadiense. El
apoyo ciudadano al movimiento sindical. Y en todo esto el poder de convicción y
el prestigio personal de sus dirigentes era su principal arma.
La tercera línea
fue la comprensión de que el movimiento sindical no agotaba las estructuras
revolucionarias y que, pese a la fe en la Huelga General Revolucionaria, la
victoria requería la implantación de una cultura social libre. La estructura
sindical y también los grupos anarquistas multiplican las imprentas,
editoriales, periódicos. El más importante “Solidaridad Obrera”, dirigido por
Ángel Pestaña, que llegó a vender un millón de ejemplares, pionero en el
periodismo de investigación con los artículos de investigación sobre la
conexión de la Policía barcelonesa con el espionaje alemán o sobre los autores
intelectuales y materiales del terrorismo patronal, del que fueron víctimas,
entre otros, los propios Seguí y Pestaña y que causó sólo en 1921 y 1922 ciento
noventa y cuatro asesinatos de líderes sindicales. En el mismo periodo, los
grupos de autodefensa anarquista asesinaron hasta 9 empresarios y sicarios de
los mismos. Ritmo no comparable ni siquiera con el terrorismo de ETA en sus
peores años. Y las Asociaciones culturales y recreativas comenzando por los
Ateneos Libertarios (Seguí fue Presidente del Ateneo Sindicalista de Barcelona
casi vitaliciamente) dónde no sólo se debatía y formaba, sino que se difundía
el tango y los nuevos ritmos, y Centros de estudios sociales, Bibliotecas
libertarias, orfeones, coros y bandas musicales. Y toda clase de asociaciones
que hasta hoy resultarían avanzadas que trazaron los rasgos más destacados de
lo que hoy consideramos progreso: la lucha contra la pena de muerte, las
cárceles y toda forma de represión; la defensa del esperanto, la lengua
de signos y el romaní (presente en muchos de los mítines confederales); la
defensa de la medicina natural, el higienismo, el naturismo, el vegetarianismo,
el nudismo, el ecologismo y la defensa de la vida natural, el excursionismo...;
el ateísmo y el laicismo; el pacifismo y el antibelicismo muy ligados al
internacionalismo proletario; y la no violencia (aunque siempre consideraron
legítimo el tiranicidio, como Francisco de Vitoria, por cierto); el animalismo,
la canaricultura y la ornitología; el primer feminismo que excedió del mero
sufragismo y que exigía la igualdad real de la mujer en la sociedad y en el
trabajo y postulaba la desaparición de toda forma de opresión incluido el
matrimonio, el control de natalidad y la eugenesia, en su concepción
originaria...; el cooperativismo y el colectivismo, antecedentes de lo que
luego se denominaría socialismo autogestionario; la alfabetización de los
obreros y las mujeres, la coeducación y las corrientes pedagógicas libres
inspiradas por Ferrer Guardia (las Escuelas racionalistas), maestro del propio
Seguí; el cine y el teatro libertario, del que participó entre otros Antonio de
Hoyos; los deportes (recientemente he conocido el pasado cenetista de El Rayo
Vallecano), etc. etc. La CNT era un magma de nuevas ideas y al tiempo absorbía
toda forma de pensamiento libre.
La obra y vida de
Seguí podría resumirse en el impulso y difusión de la idea de que la cultura
fuese la palanca de la libertad personal y el Sindicato la herramienta para
conseguir las libertades colectivas. Una figura clave que mucho puede aportar
en el actual debate sobre el modelo sindical, en que los sindicatos
mayoritarios se alejan de los objetivos de transformación social y creación de
una cultura libre y se pronuncian por un sindicalismo de diálogo y
concertación, institucionalizado, en definitiva, garante y reproductor de la
cultura capitalista.
Liderazgo de
Salvador Seguí en la huelga de La Canadiense
Crónica de la
huelga dirigida por la CNT en la empresa eléctrica popularmente conocida como La Canadiense.
Pere J. Beneyto recupera textos del líder anarco-sindicalista Salvador
Seguí en un dossier documental que Nuevatribuna publica por entregas.
Se trata de escritos de y sobre la actividad sindical de Seguí que
complementan la reconstrucción de su trayectoria biográfica.
Encabezan estos textos los apuntes biográficos del propio Pere J.
Beneyto que enlazamos a continuación.
La huelga de La Canadiense
Rodrigo Lastra
(2013) Salvador Seguí, Madrid:
Fundación Emmanuel Mounier, Colección Sinergia
En 1919 se iba a
poner a prueba el nuevo tipo de organización sindical (que se agrupaba en
sindicatos de industria y se federaba a nivel local, regional y nacional,
frente a los antiguos sindicatos de oficio). Esta nueva fuerza obrera,
sin la cual no se puede explicar cómo un conflicto laboral, en principio
similar a tantos otros, pudo adquirir unas proporciones que ningún movimiento
obrero reivindicativo había alcanzado hasta entonces. La huelga de La Canadiense fue posible por la
reorganización y expansión del sindicato único de Agua, Gas y Electricidad y
fue, por tanto, la primera manifestación de fuerza de los sindicatos de la
Confederación Nacional del Trabajo (CNT), organizados después del Congreso de
Sants en grandes sindicatos únicos o de industria.
La empresa Riegos
y Fuerzas del Ebro era llamada corrientemente La
Canadiense por ser su principal accionista el Canadian Bank of Comerce of Toronto y
su director el canadiense Fraser Lawton. Era una entidad de enorme importancia
con centrales en Tarragona, Lérida y Gerona.
Solamente en las oficinas de la empresa hallaban ocupación más de mil
empleados. Numerosos servicios dependían directamente de los suministrados por
la entidad.
A finales de 1918 el sindicato de agua, gas y electricidad, inició una huelga ante los abusos laborales que incluían el hecho de que su mísero salario lo recibían en forma de unos bonos cotizables únicamente en determinadas tiendas, que curiosamente pertenecían a La Canadiense. A la declaración de huelga, la empresa replicó con el despido de los huelguistas. Intervino la CNT y automáticamente fueron encarcelados muchos de los militantes más conocidos por la policía. Seguí fue arrestado en su casa mientras dormía. Todos ellos fueron llevados al acorazado Pelayo donde estuvieron hasta que mujeres e hijos de los militantes detenidos pidieron al gobernador, precisamente cuando ya se había extendido la huelga, que fuesen trasladados a la prisión Modelo, donde podrían visitarlos. Esta petición supuso, además, que hubiera posibilidad de ponerse en contacto con los dirigentes detenidos en una situación tan difícil.
El 8 de febrero de
1919, el personal de La
Canadiense declaró la huelga en solidaridad con varios obreros
despedidos por resistirse a aceptar rebajas de salarios que la empresa había
anunciado como represalia contra ellos. A pesar de estar detenidos los principales
responsables sindicales la lucha fue asumida por militantes jóvenes y el
movimiento se sostuvo con mayor energía. La nueva estructura de sindicatos
únicos probó su eficacia en aquella confrontación, que de modo inmediato llevó
el paro por solidaridad a las demás empresas eléctricas y de gas de Barcelona.
Al mismo tiempo se desarrollaban las huelgas de carreteros y chóferes y la de
los obreros gráficos. A partir del 17 de febrero se declaró la huelga del ramo
textil, que comprendía unos veinte mil obreros, o más bien obreras, pues el
ochenta por ciento eran mujeres. Éstas reclamaban el reconocimiento del
sindicato, la jornada máxima de ocho horas, la total abolición del trabajo a
destajo, el pago del jornal íntegro en caso de accidente, la prohibición de
admitir trabajadores menores de catorce años y la paga íntegra de la semana,
cuando, una vez empezada, decidiese la empresa suspender o disminuir el
trabajo.
El 21 de febrero
abandonó el trabajo todo el personal de las compañías de electricidad. La
huelga de la industria eléctrica provocaba la huelga forzosa de tranvías.
Dejaron de publicarse los diarios de la noche y la ciudad quedó a oscuras,
teniendo que iluminarse las casas con lámparas de carburo y velas. El 27, los
tranviarios, que acababan de organizarse sindicalmente, dejaron de prestar
servicio. Los sindicatos y el comité de huelga a pesar de la ilegalidad estaban
en frenética actividad. José Piera, presidente del comité de huelga, lo
describe con estas palabras:
Prácticamente todo el día estábamos reunidos. Algunas veces nos reuníamos en la playa; si veíamos acercarse a la guardia civil, escondíamos los papeles en la arena. Durante la huelga seguimos publicando Solidaridad Obrera de forma clandestina; imprimíamos fuera de Barcelona cien mil ejemplares que se repartían puntualmente en las diferentes poblaciones y llegaban a todos los sindicatos. La organización, a pesar de la anormalidad de la situación, continuaba funcionando perfectamente, era realmente la consolidación de los sindicatos.
Los tipógrafos y
linotipistas se sumaron a la lucha, estableciendo "la censura
obrera", en respuesta a la constante "censura oficial". Es
decir, se negaban publicar aquellas noticias o comentarios ofensivos o
contrarios a la causa de los huelguistas. Esta medida fue eficaz hasta el
extremo de que el bando redactado por Miláns del Bosch ordenando la
militarización de los huelguistas no se pudo publicar inicialmente.
El setenta por
ciento de las fábricas habían visto paralizado su funcionamiento en la provincia
de Barcelona. Cundió el pánico entre los diversos sectores de la burguesía
barcelonesa y toda la población estaba en tensión. Ante la gravedad de la
situación, el Gobierno declaró el estado de guerra y militarizó las empresas
importantes (gas, electricidad…) para asegurar el suministro. El 1 de marzo, el
Gobierno se incautó del servicio de aguas que había quedado desorganizado. El
alcalde de Barcelona se puso en contacto con el comité de huelga que transmitió
a las autoridades superiores las bases de negociación, que éste le presentó.
Las condiciones de la comisión obrera eran las siguientes: La apertura de los
sindicatos clausurados, la libertad de los dirigentes sindicalistas
encarcelados desde el 16 de enero, la inmunidad del comité de huelga, concediendo
un plazo de dos días para recibir la contestación del Gobierno. El Gobierno
consideró demasiado breve el plazo y dio por fracasada la negociación. Los
empresarios publicaron entonces un ultimátum declarando que los que no se presentasen
el 6 de marzo al trabajo debían considerarse despedidos.
El 7 de marzo el
personal del Ferrocarril
Sarriá-Barcelona y de los Ferrocarriles
de Cataluña se unían a la huelga aumentando la paralización
de los servicios públicos, que el día 12 sería ya total. El gobierno, a la
desesperada, lanzó un órdago. El 9 de marzo finalmente se consiguió con
muchas dificultades (debido a la censura proletaria) hacer público un bando del
Capitán General Milán del Bosch movilizando forzosamente a los obreros de las
empresas en huelga, bajo amenaza de pena de cuatro años de presidio sobre los
que no se presentasen en sus respectivas zonas de reclutamiento.
El comité de
huelga dejó a los huelguistas en libertad de decidir su conducta. La mayor
parte de ellos no se presentaron o se negaron a trabajar y fueron conducidos en
largas filas al Castillo de Montjuich, en donde se llegaron a internar tres mil
obreros presos. La resistencia pasiva de los obreros movilizados ponía al
Gobierno en un callejón sin salida.
El día 13 de marzo
la situación era insostenible. De una parte La
Canadiense, cuyas instalaciones estaban a punto de arruinarse, y de
otra los obreros estaban prácticamente al límite de sus fuerzas. La UGT
amenazaba con declararse en huelga de solidaridad, con lo que el paro se hubiera
difundido por las demás ciudades (Madrid, Valencia, Zaragoza…). Y sobre todo,
el Gobierno temía que un movimiento de tal magnitud de los obreros industriales
de Barcelona, animase a los jornaleros andaluces en un momento como aquel de
agitación agraria en varias provincias de Andalucía.
José Morote,
subsecretario de la presidencia del Gobierno, encauzó los primeros pasos de la
negociación. El día 15 de marzo terminó la censura obrera y el 17 se llegó a
un acuerdo entre las representaciones de La Canadiense y
el comité obrero. En virtud del mismo se pondría en libertad a todos los presos
por cuestiones sociales y se readmitiría a todos los huelguistas sin represalia
alguna. Además, La Canadiense aceptó
un aumento general y proporcional de salarios, la jornada máxima de ocho horas
y el abono de la mitad del mes que tuvo la huelga de duración. De parte del
delegado del Gobierno se aseguró que, luego del acuerdo definitivo, sería
levantado el estado de guerra.
Pero estos
acuerdos eran muy frágiles y necesitaban el refrendo de los huelguistas. En los
medios sindicales el convenio tenía enemigos. Muchos obreros todavía se
oponían porque eran partidarios de la lucha continua y lo consideraban una
rendición cuando estaban a punto de vencer. No faltaban tampoco provocadores a
sueldo de la burguesía. Todos ellos consiguieron crear un ambiente hostil al
acuerdo, pese a ser minoría, que podía dar al traste con los intentos de
pacificación. El comité de huelga le expuso este nuevo problema al gobernador
el 19 por la mañana. Ninguno de ellos se sentía capaz de dominar a la
oposición. En realidad sólo podía hacerlo Salvador Seguí, secretario
del comité regional, que asimismo apoyaba el convenio. Pero estaba encarcelado
desde el inicio de la huelga, por lo que pidieron su liberación, que se produjo
el mismo 19 de marzo.
Esa misma noche
estaba convocado el mitin de la plaza de toros de las Arenas para refrendar o
rechazar el acuerdo. El coso estaba a reventar y mucha gente, que no pudo
entrar, lo siguió en la calle a la espera de noticias. Las autoridades tomaron
todas las medidas de seguridad posibles por miedo a disturbios. En el exterior
había guardias a caballo y dentro del coliseo otros muchos a pie junto con
numerosos agentes de la secreta. Como delegado gubernativo, cuya presencia era
obligatoria en los actos públicos, se encontraba el propio jefe superior de
policía asistido por todos los comisarios de distrito de Barcelona.
Desde la tribuna
de oradores, situada sobre el toril, había un mar humano encrespado y violento.
Estaban allí todos los enemigos del pacto decididos a hundir el mitin. Nadie
sabía cómo iba a acabar aquello. Según relatan los que allí estuvieron,
conforme a lo acordado, los representantes de la Federación Local y de la
Regional empezaron a dar cuenta de los acuerdos: Simó Piera, por el Sindicato
de la Construcción; Paulino Díaz, por la Federación Local, y Francisco Miranda,
por los presos recién liberados. No pudieron terminar sus discursos. El
griterío era abrumador. Los insultos surgían, imponentes, de todos lados: ¡Reformistas! ¡Traidores! ¡Apagafuegos! ¡Muera! ¡Fuera!. El Noi del
Sucre conservaba la calma, fumando un cigarrillo, y mirando a
aquella multitud.
El mitin estaba a
punto de suspenderse. Entonces, se levantó a hablar Seguí, tiró el cigarrillo
al suelo, se secó los labios y se adelantó a la tribuna, donde destacaba su
macizo corpachón. Gran parte del público calló, impresionada por su presencia
e interesada por oírle. Pero otros continuaron interrumpiendo, decididos a que
no se aprobase el convenio. Sin embargo, en aquellos tiempos anteriores a
micrófonos y altavoces, la potente voz de El
Noi del Sucre llegó hasta los últimos rincones, por encima de
gritos y de protestas.
Para El Noi del Sucre la organización
estaba por encima de todas las demás consideraciones. De lo que entonces
decidiesen dependería en gran parte el futuro de la CNT, pues tanto la clase
obrera como la burguesía de España entera estaban pendientes de ellos. Si
desautorizaban al comité de huelga darían tal prueba de irresponsabilidad que
ya nadie volvería a fiarse de los sindicatos. Se habían conseguido las
reivindicaciones por las que se inició el conflicto de La Canadiense. En consecuencia, no
tenía objeto continuarlo. Con respecto a los
presos, estaban ya siendo puestos en libertad. Él mismo era una prueba. El
gobernador había prometido que todos volverían a sus casas en el plazo de tres
días. Debían concederle un margen de confianza. En el caso de que no cumpliese
su palabra, siempre podían volver a la huelga, afirmación que, como se vio, fue
su único error de aquella noche.
Seguí logró
hablar, hacerse oír y convencer. Probablemente aquella fue la prueba más dura
de la vida de El Noi del
Sucre, pero supo superarla de una manera magistral. Poco a poco,
elevando gradualmente su sonora voz, fue haciendo callar a los exaltados y, al
cabo de pocos minutos, la plaza entera escuchaba fervorosamente. Argumentando,
seduciendo con su oratoria inigualable, fue haciendo cambiar el furor de la
multitud en reflexión lógica. Entonces Seguí tuvo uno de sus golpes de audacia
que le permitían imponerse:
¿Queréis a los
presos? preguntó a la
multitud. Luego, señalando el vecino castillo de Montjuich, añadió: ¡Vamos a buscarlos ! El público
quedó desconcertado. Lo que les proponía El
Noi del Sucre era muy serio. Significaba echarse a la calle en
aquel momento y tal como estaban. Pero, además, sabían que de hacerse, él iría
en cabeza. Nadie se atrevió a contestar. De hecho, la oposición estaba
vencida: …Pensad en la trascendencia del momento presente;
pensad que ahora no sólo se vela por la libertad de los presos, sino por la
responsabilidad de las organizaciones obreras y la efectividad de los
compromisos que de aquí en adelante puedan contraer. Esta noche, a pesar de las
impetuosidades de que he hablado, hemos de salvar las organizaciones obreras.
Si desautorizamos al comité, ponéis en peligro la libertad de los presos y dais
una satisfacción a la burguesía. Que se reafirmen aquí la confianza y la
unión, y así, o se consigue pronto la libertad de los presos, o comenzará una
guerra formidable. Yo me someto al comité en nombre de los presos….
Cuando dio por
terminado su discurso, todo el mundo, por aclamación, acordó el cese de la
huelga general, que había durado cuarenta y cuatro días.
Se dio por
concluido el acto y la multitud, en perfecto orden, fue abandonando la plaza de
toros. El mitin había durado tres cuartos de hora y ni en un solo momento fue
necesaria la intervención de la policía. El propio jefe superior de la policía,
se le acercó a Seguí y le dijo que nunca en la vida había visto una cosa igual,
que un hombre pueda conducir a la masa de esta manera. El mitin habría podido
acabar en tragedia de no haber sido por El
Noi. Seguí salió del mitin y los anarquistas que habían ido a verlo
al salir de la prisión no estaban.
El diario
conservador madrileño El Sol,
calificó el acto como el
triunfo del único poder organizado del país. La huelga fue un
éxito para los trabajadores. Los obreros consiguieron todas sus
reivindicaciones, no sólo los de Agua, Gas y Electricidad, sino también
carreteros y chóferes, obreros textiles y tipógrafos. Ese mismo mes el Gobierno
del Conde de Romanones (que tuvo que dimitir tras la huelga) sancionaba la
jornada de ocho. A partir del 1 de octubre de 1919 la jornada máxima total
sería de ocho horas al día y de cuarenta y ocho a la semana, para todos los
oficios. España fue así el primer país de Europa en donde se consiguió la
jornada máxima de ocho horas, que era una reivindicación histórica de a clase
obrera.
La huelga había durado cuarenta y cuatro días
y, pese a algún brote inicial de terrorismo extremista (hubo un atentado con un
muerto y varios heridos), el conflicto apenas revistió actos de violencia,
siendo presidido en general por la acción pacífica serena y disciplinada de los
huelguistas. Si se tiene en cuenta el grado de tensión a que se había llegado
en una Barcelona paralizada mes medio, resulta asombroso que no se hubiese
desatado la violencia, como había sucedido en anteriores huelgas generales,
muchísimo más cortas.
La huelga de La Canadiense: un hito histórico mundial
Aunque sea
apócrifa y muy citada en las redes, conviene recordar de vez en cuando aquella
frase atribuida al autoritario canciller alemán Otto Von Bismarck que decía que
España era el país más fuerte del mundo, porque pese a llevar siglos intentando
autodestruirse, no lo había conseguido. Con independencia de la veracidad de la
autoría, hay algo de cierto en ello dado que España siempre ha tropezado en sus
deseos de progreso con la piedra inmóvil de la derecha que dice amar al país
pero que a lo largo de la historia sólo se ha dedicado a boicotear todos los
intentos habidos para ampliar y mejorar las condiciones de vida, la libertad y
los derechos de los españoles. Ni uno sólo de los gobiernos derechistas
españoles sintió la más mínima preocupación por educar al pueblo, hacerlo dueño
de sus destinos o erradicar el pancismo, lugar de refugio de trepas, estómagos
agradecidos y pelotas de toda laya. Tampoco hay patriotismo en la inmensa
mayoría de ellos, sólo el deseo de perpetuar la España del Antiguo Régimen y,
por tanto, de los privilegios. En el mejor de los casos, abunda el cinismo,
como sucede con el creador de la Restauración, el político malagueño Antonio
Cánovas del Castillo, quien demostrando un amor fuera de lo común por su país
propuso como primer artículo de la Constitución lo que sigue: “Es español el
que no puede ser otra cosa”. Demasiado tiempo queriendo destruir,
menospreciando y persiguiendo a quienes más valen, demasiado tiempo
despreciando el saber.
Sin irnos
demasiado atrás, recordaremos lo que propuso la derecha hispana para mantener
la monarquía y el imperio perdido por no haber sabido conservarlo. Tras obtener
el protectorado de una parte de Marruecos en la Conferencia de Algeciras, las
derechas del turno pacífico en el poder decidieron enviar a decenas de miles de
pobres al norte de África para que muriesen matando a pobres rifeños y al mismo
tiempo morir a mansalva. Aquella ocupación militar sólo sirvió para enriquecer
a las grandes compañías mineras y a las oligarquías que ya de por si lo eran,
para procurar ascensos militares sobre la muerte de soldados de reemplazo -los
ricos no iban a la guerra- a militares muy poco preparados que luego crearían
la casta africanista que dio un golpe de Estado en julio de 1936, provocó una
guerra criminal y montó una de las peores y más largas dictaduras de Europa. La
derecha española jamás ha querido a España, tomaba al país por un cortijo y a
sus habitantes por carne de cañón. Igual sigue ocurriendo hoy.
Sin embargo,
España no es eso. España estaba llena de don quijotes antes de
que quisiesen convertirla, como decía Blasco Ibáñez, en refugio de sanchos sólo
preocupados por llenar el estómago y conseguir su particular ínsula de
Barataria. Por eso, aún ahora, somos el país con más donaciones de órganos del
mundo, uno de los primeros en aprobar leyes que permiten la unión de parejas
del mismo sexo, en porcentaje de vacunados contra el coronavirus, en permitir
la muerte digna a quienes de la vida sólo les queda el dolor extremo e
insoportable, en tener los mejores -con todos sus defectos- sistemas
penitenciarios del mundo y un sistema de protección social -que la derecha
quiere cargarse cuanto antes- de los más avanzados muy a pesar de los recortes
salvajes a que ha sido y sigue siendo sometido.
En ese sentido, y
es para sentirse especialmente orgullosos, tiene un lugar especial la huelga
que iniciada en febrero y finalizada en abril de 1919 en La Canadiense,
consiguió que se reconociera por primera en el mundo la jornada laboral de ocho
horas. Lo lógico es que esto hubiese sucedido en Inglaterra, Francia o
Alemania, pero no fue así, sucedió en España gracias al arrojo y la generosidad
de los trabajadores de Barcelona, seguidos después por muchos de otros pueblos
y ciudades de Cataluña y del resto de España.
El triunfo de la
revolución rusa en 1917 animó a los sindicatos y partidos obreros de todo el
continente a emprender acciones contundentes para conseguir el reconocimiento
de los derechos de los trabajadores. En España la UGT y, sobre todo, la CNT
habían decidido organizar mítines, manifestaciones y huelgas por todo el
Estado, lo que llevó al conde de Romanones a suspender las garantías
constitucionales. El 5 de febrero de 1919, varios administrativos de la empresa
eléctrica La Canadiense fueron despedidos al no aceptar la rebaja de salario
impuesta por la patronal. Acto seguido recurrieron a su sindicato solidarizándose
todos los trabajadores de la empresa. Fue el comienzo de una huelga que al
principio fue combatida, como era costumbre, con los fusiles y máuseres del
ejército y que causó varios muertos, cientos de heridos y miles de detenidos.
Las armas, pese al estado de guerra que movilizaba a todos los obreros, no
dieron resultado y a finales de febrero toda la ciudad estaba sin luz, sin agua
y sin gas. Se sumaron el resto de las empresas y una parte muy considerable del
comercio cerró sus puertas. Pese a las amenazas, los despidos, las detenciones,
las torturas, la militarización, el hambre creciente y los asesinatos la huelga
continuó y a principios de marzo el Gobierno convocó a los sindicatos para
comenzar a negociar. Milans del Bosch capitán general de Cataluña pedía una
solución militar definitiva y la UGT conminaba con extender la huelga a todo el
Estado si no se llegaba a un acuerdo rápido.
A mediados de
marzo de 1919, el Gobierno comenzó a considerar que no era posible acabar con
la huelga salvo que se matase a todos los trabajadores. Durante los días 15 y
16 de marzo representantes del gobierno se reunieron en el Instituto de
Reformas Sociales de Madrid con miembros del comité sindical, llegándose a un
acuerdo por el que se readmitían a todos los trabajadores, se aumentaban sus
salarios, se dejaba en libertad a todos los detenidos salvo los que hubiesen
incurrido en ilícito penal y se aprobaba la jornada laboral de ocho horas en
todo el Estado, cosa que no había sucedido en ningún lugar del mundo. La huelga
quedaría desconvocada el 19 de marzo tras un mitin multitudinario de Salvador
Seguí en la Plaza de toros de las Arenas en el que los obreros aprobaron el
acuerdo. El 4 de abril de 1919 la Gaceta de Madrid publicaba el decreto por el
que a partir del 1 de octubre de ese año la jornada semanal máxima
sería de cuarenta y ocho horas, demostrando que -aunque la represión
policial llegó posteriormente a extremos inusitados con Martínez Anido, Bravo
Portillo y Arlegui a las órdenes de la patronal y la burguesía- ni la fuerza
bruta ni la represión más atroz son capaces de doblegar a un pueblo que actúa
unido por el interés general, por el bienestar de todos, por la justicia social
y la libertad. Fue así entonces, deberá de serlo de nuevo ahora, cuando salgamos
del estado de narcolepsia en el que parecemos sumidos.
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