domingo, 3 de abril de 2022

 

Los ladrones del siglo I

Los ladrones en el Imperio romano estaban presentes en la sociedad, en las Cartas de Pablo e incluso dos de ellos fueron crucificados al lado de Jesús.


… ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los calumniadores, ni los estafadores heredarán el reino de Dios. Y eso eran algunos de ustedes. (1ª Corintios 6:10-11)

La delincuencia es una realidad que para muchos de nosotros, como habitantes de grandes ciudades está lejos de ser ajena, incluso la hemos sufrido o continuamente somos informados de ella a través de diversas circunstancias y medios. Sin embargo, no es un fenómeno que sea una preocupación exclusiva de la vida contemporánea, de hecho ya en los tiempos del Nuevo Testamento y su macro contexto, el Imperio Romano generaba gran preocupación para sus autoridades y habitantes.

Entonces, desde aquellos antiguos tiempos existen quienes deciden vivir fuera de la ley, alguien que vive en contacto con la sociedad, pero que no acata las leyes de la misma. En este sentido, los ladrones tenían la capacidad de hacer que la vida de todo el mundo fuese difícil y peligrosa, cosa que hacían siempre que podían[1], comentó un autor sobre esta situación en la época romana. Otro autor señala que:

El crimen afectó a personas de todos los niveles sociales. Incluso el emperador, jefe del sistema legal y fuente principal del Derecho Romano, podía comportarse como un criminal común si lo deseaba. La vida para los pobres estaba plagada de crímenes[2].

Roma y otras ciudades relevantes del imperio, sufrieron una serie de desórdenes, descontroles y revueltas entre sus habitantes que están bien documentados en las fuentes históricas[3]. Son diversos los testimonios de esta situación. Por ejemplo, en sus escritos, Juvenal muestra entre muchos aspectos, lo complicado que era vivir y circular en Roma (en comparación con las ciudades imperiales)[4]. Entre sus reproches y críticas desmedidas estaba lo que significaba habitar en una urbe inmensa (que nunca abandonó) llena de incomodidades y populosa. Incendios, gente de malas costumbres, borracha, pendenciera y alta peligrosidad ciudadana eran en parte los cuadros descriptivos del autor. 

Otra de las fuentes que resaltan el problema de la inseguridad de las personas, la violencia callejera, los disturbios y robos, está presente en Apuleyo[5]. De los temas más preocupantes observados del orden público, encontramos el robo y el ataque a personas como una constante preocupación. Artemidoro, en sus Sueños, relata esta incertidumbre[6].

En medio de dicha época, la Iglesia crecía debido al testimonio a través de la predicación y acciones de los creyentes, por lo cual se incorporaron a las comunidades diversas personas de diversos orígenes y diversas ocupaciones, lícitas… e ilícitas, como los ladrones, demostrando que las buenas nuevas eran para todos sin distinción, pero que a su vez tenía el poder de transformar vidas.

De allí que en la Epístola de Pablo a los Corintios se enliste a los ladrones, entre quienes no van a entrar al Reino de los Cielos, ¿por qué el escritor los pone en esa lista? La razón más evidente es debido a su transgresión flagrante del mandamiento “No robarás”, pero además resulta muy interesante adentrarse en la connotación social del delito y cómo se transformaron en notables testigos del poder del evangelio para cambiar vidas, aún las más sumidas en delitos y pecados.

Revisemos entonces, a través de una reconstrucción histórica, realizada a partir del testimonio de estudiosos y personas de la época, las características de las personas que se dedicaban a robar y cómo éstas eran percibidas en la época.

El Imperio y el delito

Como señalamos anteriormente, la existencia de personas que se dediquen al delito de sustraer bienes que no les pertenecen es una realidad histórica antigua, de hecho en los escritos del Antiguo Testamento se encuentran palabras para identificarlos estas son “gannab”, “genehab = ladrón”, “shadad = ladrón, destructor, devastador”[7].

Al respecto, señala un autor que ladrones, bandoleros y salteadores han sido comunes en las regiones sin un fuerte gobierno central; tal fue la situación en tiempo de los jueces (Jue. 9:25; 11:3). El pillaje era la forma de vida de los que carecían de tierras y otros medios de ganarse el sustento. Durante un tiempo, el futuro rey David recurrió al pillaje para mantener a sus 400 hombres perseguidos y descontentos (1ª Samuel 22:2). Este era un sistema común entre los madianitas, árabes y filisteos[8].

Según la legislación israelita, el ladrón solo quedaba obligado a la restitución de lo robado, que debía ser devuelto por duplicado (Éxodo 22:3). A veces se debía restituir entre cuatro y hasta cinco veces el valor del objeto o animal robado (Éxodo 21:27). En otros cuerpos legales el castigo era diferente, por ejemplo, el Código de Hamurabi señala que:

Si un señor roba la propiedad religiosa o estatal, ese señor será castigado con la muerte. Además el que recibió de sus manos los bienes robados será (también) castigado con la muerte.

Y

Si el propietario de la cosa perdida no presenta testigos que testimonien sobre el objeto perdido, es un estafador, (y puesto que) dio curso a una denuncia falsa será castigado con la muerte[9].

Para los tiempos del Nuevo Testamento, la presencia del delito también fue reflejado en palabras esta vez en idioma griego, a saber “kleptes = ladrón”, en sentido común; “lestés = ladrón, bandido, salteador”, relacionado con leia, “botín”, referido a uno que asalta abiertamente y con violencia[10]

En el Imperio romano, el robo era un problema constante en una sociedad con tanto desempleo y subempleo, por no decir absoluta pobreza. No había un cuerpo de policía que patrullase regularmente las calles y, aunque en las ciudades había a menudo un vigilante nocturno después del anochecer, el cual podía realizar detenciones, no era un elemento disuasorio demasiado importante. 

La delincuencia, formada por personas —asesinos, ladrones, mafiosos de poca monta— constituyen una amenaza para la sociedad legítima, se dice que en Roma existía una frase muy común entre los ciudadanos, “no salgas de noche a menos que sea demasiado necesario[11]. En ese mismo sentido, Marcial decía irónicamente que solo un loco podía salir de noche en Roma sin haber hecho testamento y Juvenal solía afirmar que, de noche, era más seguro aventurarse en el bosque Gallinaria o en las mismísimas marismas pontinas que el centro de la ciudad de Roma; pocos eran los que se atrevían a cruzar sus calles durante la noche en busca de un poco de diversión[12].

Una fuente de la época, Luciano, deja entrever cómo funcionaban quienes quebrantaban las leyes:

Cuando partí́ en dirección a Atenas a causa de mi afición por la cultura griega, me instalé en Amastris, en el mar Negro; en la ciudad hacen escala los que vienen navegando de Escitia, situada a no mucha distancia del promontorio de Carambis. Me acompañaba Sisinnes, mi amigo de la infancia. Tras buscar alojamiento cerca del puerto y trasladar nuestro equipaje desde el barco, fuimos a comprar sin sospechar que pudiese ocurrir nada malo. Mientras tanto, los ladrones forzaron la puerta y se llevaron todo, hasta el punto de no dejarnos ni siquiera lo necesario para aquel día. (Toxaris 57/Harmon)[13]

En otra fuente, hay unas cuantas referencias al robo de cosas y dedica un capítulo a “Si quieres saber sobre un robo cometido o algo que se ha perdido, si lo recuperará o no”. Bajo este encabezamiento, varias predicciones indican que:

Los bienes se recuperarán rápidamente, sin sufrimiento o problemas... esos bienes que se perdieron serán encontrados al cabo de mucho tiempo y con problemas y los ladrones habrán trasladado los bienes del sitio en que los dejaron cuando los robaron a otro sitio... que los encontrarán después de un tiempo y con dificultad... que será más correcto que sean encontrados... que la cosa robada o perdida desaparecerá y no la poseerá... que pronto poseerá la cosa perdida o robada... que no poseerá la cosa robada o perdida y no hay necesidad de que su propietario la busque porque se esforzará sin lograr nada... que no poseerá la cosa robada o perdida más que con pesar y problemas o disputas, insultos y luchas. (Carmen 5.35)[14].

Los bienes robados eran difíciles de recuperar. No había una policía que se encargase de investigar, si bien los agentes sí que tenían capacidad de actuar si así lo deseaban. Por ejemplo, cuando en El asno de oro Lucio es acusado de robar a su anfitrión y huir, los funcionarios investigan el asunto, torturando al esclavo de Lucio y enviando a los guardas a buscarlo. Sin embargo, la mayoría de veces la persona tenía que buscar el objeto y el ladrón por sí sola. Conseguir la ayuda de un dios era una forma de hacerlo. Otra era consultar a las estrellas; el Carmen ofrece muchas predicciones que indican dónde se debe buscar un objeto robado o perdido: 

[...] en las boñigas de oveja o en las guaridas de animales... en las forjas de los herreros... en el mar o cerca de él o en un manantial o en un valle o en un canal o en un lugar en el que haya agua... (Carmen 5.35)[15]

Se robaban objetos de toda índole: telas finas y caras, ropa, joyas y perfume, utensilios de construcción y labranza, objetos de metal, cerámica, ídolos religiosos, libros y cuadernos de contabilidad, así como cosas cotidianas. Comerciar con objetos robados era fácil y no se hacían preguntas. El robo de diversos objetos, incluso quedó registrado en una lápida, conocida como la Lápida de Proserpina:

Diosa Ataecina Turibrigense Proserpina, te ruego, pido y demando, por tu gran majestad, que seas mi vengadora en el robo que me ha sido hecho; un quidam a mi me ha escamoteado, en menos tiempo que se tardó en hacerlas, las cosas que abajo escribo: seis túnicas, seis; dos capotas de lienzo, camisas...[16].

Al igual que los objetos, los ladrones eran muchos y variados. Podían ser conocidos externos, completos desconocidos o alguien relacionado con la familia, “un ladrón que viene a conversar porque existe una amistad entre él y la gente de la casa, pero lo que hace es robar” (Carmen 5.35). Podían ser jóvenes, de mediana edad o viejos. Una vez más, era bastante común que fueran esclavos. Sus métodos y formas de actuar eran diversos. Podían ser “ladrones de oportunidad” —por ejemplo, se encontraban en una casa por alguna otra razón, veían algo tentador y lo robaban—; podían emplear artimañas y astucia; podían hacer un agujero en la pared, romper un cerrojo, conseguir copias de llaves o entrar a hurtadillas por un tragaluz. 

Otro peligro nocturno era el constituido por los gamberros. Había en Roma cuadrillas de jóvenes, algunos de ellos de las mejores familias de la ciudad. Incluso el propio Nerón, ya emperador, se sumó a veces a esas pandillas. Campaban por la urbe cometiendo toda clase de abusos y tropelías antes de que el “yugo” del matrimonio y el trabajo adulto les obligase a sentar la cabeza. En ocasiones, hasta arrojaban a sus víctimas a la cloaca más próxima. A estos debemos añadir los asesinos, atracadores (effractores) y agresores de toda índole (raptores) que abundaban en la ciudad[17].

Las preocupaciones por los robos se acrecentaban aún más porque las medidas tomadas por las autoridades eran, como mucho, ineficaces. Les preocupaba “mantener la paz” y podían formar una patrulla para atacar a los bandidos, pero, a menos que se cometiera un crimen atroz contra un miembro de la élite o los ciudadanos tomasen la iniciativa, la pasividad estaba a la orden del día. De hecho, los hombres, tanto individualmente como en grupo, se las tenían que arreglar por su cuenta ante un robo. Esta situación implicaba a su vez que los hombres tomasen medidas para proteger sus posesiones y estuviesen constantemente nerviosos ante la posibilidad de un robo. 

Una vez detenidos, los ladrones podían ser objeto de un proceso judicial, pero eran también susceptibles de sufrir los ataques de la muchedumbre (linchamiento). Esto es lo que sucede en El asno de oro cuando un grupo de Hipata atrapa a unos ladrones y enseguida los mata con espadas o lanzándolos por un acantilado. Si los esclavos eran apresados, se los torturaba para conseguir pruebas. 

Cualquier persona considerada culpable sufría castigos que resultan extremadamente crueles para la mentalidad actual. Pero ése era el objetivo: disuadir a otros mediante el terror a castigos espantosos, como manos amputadas, latigazos, condena a las minas o a los espectáculos de gladiadores, decapitación, ahorcamiento, morir devorados por animales salvajes y crucifixión. 

El robo y la avaricia, eran actitudes y comportamientos reprobados por la ética romana, por ejemplo en “El cuervo enfermo” muestra que si te comportas mal, no recibirás ayuda cuando la necesites:

Un cuervo enfermo le dijo a su madre: “Deja de llorar, madre, y pide a los dioses que me libren de esta enfermedad mortal y que deje de sufrir”. “Hijo mío —contestó la madre—, ¿qué dios va a querer salvarte? ¿Qué dios es aquél cuyo altar no has robado? (Babrio, Fábulas 78)[18].

Profundizando en el asunto, los romanos, que eran a su vez el pueblo saqueador por excelencia que había logrado conquistar y saquear todo el mundo mediterráneo, por lo cual el bandidaje era una actividad ambivalente: pues era aceptada cuando los responsables eran del ejército romano, pero condenada cuando los responsables no eran parte del orden establecido por ellos.

Quienes se dedicaron al bandidaje, formaron bandas organizadas, cuyos orígenes podrían ser muy polémicos, como lo relata el historiador Herodiano: 

Había un hombre llamado Materno, ex soldado conocido por su valor, que había desertado del ejército e influido en otros para que escapasen con él. Al poco tiempo había formado una gran banda de criminales y empezaron a atacar y saquear pueblos y granjas. (Historia reciente del Imperio romano 1.10/ Whittaker)[19].

En relación al mismo punto anterior, Jenofonte narra en Un cuento de Éfeso el caso de un noble que, tras sufrir varios reveses en la vida, se convierte en bandido: Hippothous empezó siendo un joven adinerado de Perintus (Tracia); tras varias aventuras en torno a un lio amoroso homosexual con un tal Hyperanthes (el cual muere en un naufragio), Hippothous se dirige a Panfilia: 

Allí, al carecer de medios para sobrevivir y angustiado por la adversidad, me convertí́ en bandolero. Al principio era el único de la tropa, pero al final formé mi propia banda en Cilicia; gozó de gran fama por todas partes hasta que fue capturada, no mucho antes de encontrarte. (Un cuento de Éfeso 3.2/Anderson)[20]

La gran presencia del robo y bandidaje incluso se reflejó en sus creencias, pues Mercurio (cuya versión original fue Hermes, de la mitología griega) fue el dios olímpico mensajero, de las fronteras y los viajeros que las cruzan, del ingenio y del comercio en general, de la astucia, de los ladrones y los mentirosos, y el que guía las almas al inframundo, al Hades[21], señala una autora que:

Por su gran astucia y perspicacia, es considerado el Dios de todos los ladrones[22].

En el Nuevo Testamento se dice que los ladrones están excluidos del Reino de los Cielos (1ª Corintios 6:8-9). Como metáfora, la palabra ladrón, kleptes, se utiliza para los falsos maestros (Juan 10:8). Es común la comparación de la segunda venida de Cristo como “ladrón en la noche” (2ª Pedro 3:10), que hace referencia al modo en que sobrevendrá, es decir, inesperadamente, por sorpresa (cf. Mateo 24:43)[23].

El caso de los ladrones durante la Crucifixión de Jesús

En los evangelios se registra la siguiente situación:

Al mismo tiempo, fueron crucificados con él dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Los que pasaban, lo insultaban… También lo insultaban los ladrones crucificados con él. (Mt. 27, 38 y 44).

Marcos dice algo similar:

Con él crucificaron a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda. (Y se cumplió la Escritura que dice: “Fue contado entre los malhechores”) Los que pasaban lo insultaban… También lo insultaban los que habían sido crucificados con él. (Mc. 15, 27 y 32).

El Evangelio de Juan es escueto sobre la crucifixión:

Allí lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio. (Jn. 19, 18).

Lucas nos registra la interacción entre los tres crucificados:

Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: ‘¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros’. Pero el otro lo increpaba, diciéndole: ‘¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo’. Y decía: ‘Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino’. El le respondió: ‘Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso’. (Lc. 23-43).

En el mundo romano, era común que a los bandidos se les aplicase la pena de muerte. Ello implicaba una de las dos ejecuciones más humillantes del mundo romano: la muerte por crucifixión o en el ruedo en las fauces de fieras salvajes. 

Frecuentemente, después de la crucifixión los cadáveres permanecían expuestos, igual que sucedía en épocas más recientes con los cuerpos de piratas y otros criminales que habían sido ahorcados. El jurista Calístrato afirma que los cuerpos de los bandidos ejecutados deberían permanecer colgados en el lugar donde realizaban sus fechorías para solaz de aquellos a los que perjudicaron y para atemorizar a quienes se planteasen seguir sus pasos[24]

La otra palabra griega para ladrón, lestés, en contraste con kleptes, se aplicaba en tiempos bíblicos a los salteadores de caminos (Mateo 21:13; 26:55; 27:38, 44; Marcos 11:17; 14:48; 15:27; Lucas 10:30, 36; 19:46; 22:52; 23:39-43). A esta categoría pertenecen los “ladrones” crucificados juntamente con Jesús (Lucas 23:39-42), que en rigor debe traducirse “salteadores[25].

A partir de escritos apócrifos de los primeros siglos, especialmente Protoevangelio de José de Arimatea, se identificó con nombre a los que fueron crucificados al lado de Jesús. Estos serían Gestas y Dimas, quienes se dedicaron a asaltar caminos e intimidar a los viajeros llegando incluso a asaltar a José y su familia durante un viaje[26]. Según estas fuentes, Dimas se arrepintió de sus pecados en la cruz y fue perdonado por Jesús, Gestas lo insultó[27].

Complementando lo anterior, una teoría poco conocida entre el mundo protestante y más conocida en el mundo católico romano, intenta dar explicación al hecho de que todos los evangelios registran el hecho de que Jesús haya sido crucificado junto a otros dos hombres. Al respecto, Marcos y Mateo afirman que eran “bandidos” (en griego: lestés). Lucas los llama “malhechores” (kakúrgos). Y Juan sólo habla de “otros dos”, sin más explicaciones.

Al respecto, la conclusión de uno de los autores es que junto a Jesús fueron crucificados dos de sus discípulos pues era una práctica romana común acabar no sólo con el líder de una revuelta, sino también con sus seguidores. La base que se aduce para llegar a esta conclusión está en los escritos de Flavio Josefo, especialmente en su libro La Guerra de los Judíos, cuenta que a mediados del siglo I la palabra lestés (que las Biblias traducen por “bandido”) había adquirido un nuevo significado. Se cita del autor:

Una nueva especie de bandidos surgió en Jerusalén: los sicarios. (2,254). 

Por ello concluyen que al momento de escribirse los Evangelios, el término lestés no se refería a cualquier bandido sino a los sicarios, es decir, a los judíos sublevados contra Roma. Por lo tanto, los “bandidos” crucificados con Jesús no eran ladrones, sino “agitadores sociales”[28] que habrían sido asociados al desorden que causó Jesús.

Esta teoría es débil en cuanto a que está basada en un escrito no canónico y tiene como referencia una interpretación de fuentes, más que una declaración explícita. Además en ninguno de los relatos de la crucifixión existe una mención implícita o siquiera atisbo de que ambos ladrones o bandidos tuviesen alguna cercanía con Jesús.

Ahora bien, el hecho de dedicarse al bandidaje y robo ya era motivo suficiente para considerarse un indeseable y perseguido por las autoridades romanas, por lo cual en el sentido armoniza con lo que ya se conoce sobre la situación de quienes se dedicaban a quebrantar la ley. Además hubo casos, especialmente en la península ibérica en que se armaron bandas cuyo objetivo no fue solamente robar sino rebelarse contra la autoridad del Imperio. Sin embargo, y retomando el caso de los dos ladrones, este no parece ser el motivo, sino que las autoridades quisieron entregar un claro mensaje de reprobación y escarmiento hacia cualquier acción que perturbase el orden público de la ya agitada Galilea, una región bastante problemática para las autoridades de la época.

En cuanto al origen del término ladrón, este es de la palabra en latín latro para señalar a los soldados que realizaban labores de escolta del Emperador o se les había encomendado custodiar alguna mercancía de valor (estos últimos también llamados mercenarios).

El verbo latrocinare significaba “servir en el ejército”, pero algunos de esos servidores del ejército caían en malos hábitos, por lo que de vez en cuando robaban alguna de las mercancías que vigilaban, cogiendo tan mala fama que con el tiempo a aquel que robaba se le comenzó a llamar latro o latronis que terminó en el vocablo ladrón que hoy en día conocemos[29]. Según un autor, la palabra griega λάτρον (latron), que significa contratar, pagar, es vinculada con la raíz indoeuropea *le(i), presente también λάτρις (latria, acción de dar servicio o culto, proporcionar un cuidado), como en idolatría[30].

Respecto a los castigos para quienes cometían delitos, el historiador Jerry Toner reconoce que todavía hoy le cuesta asumir la violencia con la que Roma castigaba:

La brutalidad de los castigos que se infligieron a los delincuentes, especialmente a los de bajo estatus, es impactante para nosotros. Los esclavos eran crucificados, los fugitivos, arrojados para ser destrozados por las bestias, los azotes se realizaban con látigos con punta de plomo... Todo hace que nuestros estómagos se revuelvan. Muestra -prosigue- que la respuesta del gobierno romano a los crímenes violentos se produjo en la forma de dar un ejemplo aterrador a los delincuentes. Este es un enfoque que nos parece desproporcionado e impactante: creemos que los castigos deberían ajustarse al crimen[31].

En conclusión, el poder del evangelio y el testimonio de la iglesia

No había fuerza policial en el sentido moderno. Solo la guardia nocturna en Roma, traída por Augusto. Contaba con entre 3.500 y 7.000 hombres, y su objetivo principal era la prevención de incendios y no la lucha contra el crimen. En otros lugares, los soldados parecen haber sido utilizados para aplicar la ley. Se podría suponer que la falta de una fuerza policial aumentaría la alta tasa de criminalidad, pero no fue el caso. El robo menor parece haber sido un problema, aunque hoy todavía lo es cuando tenemos policía y cámaras de vigilancia[32].

La eficacia de estas autoridades locales se veía limitada por la ausencia de una fuerza policial local, si bien Jenofonte alude a un juez de paz de Cilicia, Perilaus, que capitaneaba una unidad suficientemente importante como para atacar y aniquilar a una banda de bandidos (Un cuento de Éfeso 2.11-14). Las patrullas populares proliferaban, tanto si estaban al servicio de las autoridades como si no. Los individuos se tomaban la justicia por su mano. En Dacia por ejemplo, Basso es vengado: 

Dedicado a los espíritus de la muerte de Lucio Julio Basso, hijo de Lucio, del distrito electoral sergiano, concejal y tesorero de Dobreta. Fue asesinado por bandidos a los 40 años. Julio Juliano y Julio Basso erigieron este monumento en honor de su padre, con la colaboración de su hermano Julio Valeriano, que vengó su muerte. (CIL 31579)[33]

Una vez que un forajido era capturado, se le aplicaba el castigo. A menudo, éste iba precedido de su exhibición ante el público: Servilio Isaurico, en el siglo I a.C., acostumbraba a hacer desfilar por las ciudades a los piratas capturados antes de su ejecución. 

Publio Servilio (Isaurico) capturó vivos a más capitanes piratas él solo que todos sus predecesores. ¿Se le privaba a alguien del placer de ver a un pirata encadenado? Todo lo contrario. Allá por donde iba ofrecía aquel grato espectáculo a todo el mundo. En consecuencia, una muchedumbre procedente no solo de las ciudades por donde pasaba la procesión, sino también de lugares alejados, acudía a contemplar el espectáculo. (Cicerón, 2 Verrinas 5.26.66)[34]

La Ley Mosaica trata del robo y de la necesaria restitución de una manera equitativa y muy pormenorizada (cf. Éxodo 21:29-26; 22:1-14; Levítico 19:35; Números 5:5-10; Deuteronomio 19:14; 25:13-16). La pena del robo en otras legislaciones era la mutilación corporal e incluso la muerte. En Israel, solo el “ladrón de hombres”, o sea el secuestrador, era condenado a muerte irremisiblemente (Éxodo 21:16). La pena normal era la restitución elevada al doble por lo menos.

En el Nuevo Testamento, se reafirma este principio y se excluye del Reino de Dios a los ladrones, pues el robo es la codicia (gr. Pleonexía), la gravedad de este pecado es que en los escritos bíblicos se le asemeja a la idolatría (cf. Efesios 5:5; Colosenses 3:5), y Jesús mismo señaló que no se puede servir a dos señores: Dios y Mamón, el dinero personificado. 

Por ello, el cristiano debe evitar el robo en todas sus formas (quitar y retener lo ajeno) y que es una costumbre de los no regenerados. Pablo deja bien en claro que no se debe tener comunión con el que, llamándose hermano, es codicioso o ladrón y peor aún es cuando entre la comunidad de los hermanos existe el fraude, robo o estafa (1ª Corintios 6:8-10). 

El desafío para las comunidades cristianas del pasado y presente es el de seguir compartiendo las Buenas Nuevas que pueden cambiar el corazón y comportamiento de quienes se apropian de lo que no les pertenece lo cual es reflejo de su naturaleza caída, y ayudar a fomentar la sana convivencia en sus comunidades.


[1] Citado en: Robert C. Knapp “Los Olvidados de Roma”, Editorial Ariel, Barcelona España, 2012, Pág. 271

[2] La Razón, Javier Ors “Roma, así se convirtió en una guarida de ladrones”, CREADA07-04-2020 | 01:00 H

ÚLTIMA ACTUALIZACIÓN05-10-2021 | 17:47 H, disponible en: https://www.larazon.es/cultura/20200407/wop7h55llrhdxe44t2xkrkl5pm.html, consultado febrero de 2022

[3] Entre otros Tácito, Anales, I, 77, 1; Suetonio, Augusto, 23, 2; Dión Casio, Historia romana, 77, 10; asimismo, CIL, VIII, 4508; CIL, XIII, 5010

[4] Especial en Juvenal, Sátira III, 302-308, ref. Alejandro Bancalari Molina “Particularidades de la vigilancia y del control policial en el mundo romano”, Revista de Historia, Rev. hist. (Concepc.) vol.28 no.2 Concepción dic. 2021. Disponible en: http://orcid.org/0000-0001-6125-6657, consultado febrero de 2022

[5] Apuleyo, Metamorfosis (El Asno de oro), 1, 15; 2, 32; 7, 1-2 y 9, 9-10 describe los ataques frecuentes a personas y propiedades; individuos fuera de la ley, cargados de delitos y violencia en la vida cotidiana

[6] Artemidoro, Sueños, 2, 11. Ref. Alejandro Bancalari Molina “Particularidades de la vigilancia y del control policial en el mundo romano”, Revista de Historia, Rev. hist. (Concepc.) vol.28 no.2 Concepción dic. 2021. Disponible en: http://orcid.org/0000-0001-6125-6657, consultado febrero de 2022

[7] Alfonso Ropero, Alfonso Triviño, Silvia Martínez “Diccionario Enciclopédico Bíblico Ilustrado”, Editorial CLIE, Barcelona, España, 2016, Pág. 532

[8] Alfonso Ropero, Alfonso Triviño, Silvia Martínez “Diccionario Enciclopédico Bíblico Ilustrado”, Editorial CLIE, Barcelona, España, 2016, Pág. 532

[9] El Código de Hammurabi, es el primer conjunto de leyes de la historia. En él Hammurabi enumera las leyes que ha recibido del dios Marduk para fomentar el bienestar entre las gente. Ref: https://thales.cica.es/rd/Recursos/rd98/HisArtLit/01/hammurabi.htm, consultado febrero de 2022

[10] Alfonso Ropero, Alfonso Triviño, Silvia Martínez “Diccionario Enciclopédico Bíblico Ilustrado”, Editorial CLIE, Barcelona, España, 2016, Pág. 932

[11] Revista Empresarial & Laboral “Inseguridad, desde la Antigua Roma hasta nuestros días”, disponible en: https://revistaempresarial.com/industria/construccion/inseguridad-desde-la-antigua-roma-hasta-nuestros-dias/, consultado febrero de 2022

[12] Historia Antigua “El orden publico en la antigua Roma”, 3 septiembre, 2019. Disponible en: https://quevuelenaltolosdados.com/2019/09/03/el-orden-publico-en-la-antigua-roma/, consultado febrero de 2022

[13] Citado en: Robert C. Knapp “Los Olvidados de Roma”, Editorial Ariel, Barcelona España, 2012, Pág. 270

[14] Citado en: Robert C. Knapp “Los Olvidados de Roma”, Editorial Ariel, Barcelona España, 2012, Pág. 36

[15] Citado en: Robert C. Knapp “Los Olvidados de Roma”, Editorial Ariel, Barcelona España, 2012, Pág. 36

[16] Dra. Ana Mª Vázquez Hoys Curso: “Los bajos fondos y la perversión en la

Antigüedad”. Clase 4: Roma. Asesinos, ladrones y prostitutas de la corte a las cloacas”, 21 abril 2018, Disponible en: https://extension.uned.es/archivos_publicos/webex_actividades/14383/4roma.pdf, consultado febrero de 2022

[17] Historia Antigua “El orden público en la antigua Roma”, 3 septiembre, 2019. Disponible en: https://quevuelenaltolosdados.com/2019/09/03/el-orden-publico-en-la-antigua-roma/, consultado febrero de 2022

[18] Citado en: Robert C. Knapp “Los Olvidados de Roma”, Editorial Ariel, Barcelona España, 2012, Pág. 100

[19] Citado en: Robert C. Knapp “Los Olvidados de Roma”, Editorial Ariel, Barcelona España, 2012, Pág. 273

[20] Citado en: Robert C. Knapp “Los Olvidados de Roma”, Editorial Ariel, Barcelona España, 2012, Pág. 275

[21] Luisa Rosenstiehl “Hermes, el Dios de los Ladrones en la Antigua Grecia”, junio 3, 2021, disponible en: https://es.greekreporter.com/2021/06/03/hermes-dios-ladrones-antigua-grecia/, consultado enero de 2022

[22] Luisa Rosenstiehl “Hermes, el Dios de los Ladrones en la Antigua Grecia”, junio 3, 2021, disponible en: https://es.greekreporter.com/2021/06/03/hermes-dios-ladrones-antigua-grecia/, consultado enero de 2022

[23] Alfonso Ropero, Alfonso Triviño, Silvia Martínez “Diccionario Enciclopédico Bíblico Ilustrado”, Editorial CLIE, Barcelona, España, 2016, Pág. 933

[24] Citado en: Robert C. Knapp “Los Olvidados de Roma”, Editorial Ariel, Barcelona España, 2012, Pág. 280

[25] Alfonso Ropero, Alfonso Triviño, Silvia Martínez “Diccionario Enciclopédico Bíblico Ilustrado”, Editorial CLIE, Barcelona, España, 2016, Pág. 933

[26] Panamericana “¿Quiénes eran los dos ladrones crucificados a lado de Jesús?”, VIERNES, 30 DE MARZO DEL 2018, disponible en: https://panamericana.pe/cultura/242867-ladrones-crucificados-lado-jesus, consutlado febrero de 2022

[27] Panamericana “¿Quiénes eran los dos ladrones crucificados a lado de Jesús?”, VIERNES, 30 DE MARZO DEL 2018, disponible en: https://panamericana.pe/cultura/242867-ladrones-crucificados-lado-jesus, consutlado febrero de 2022

[28] Ariel Valdés “¿Quiénes eran los hombres crucificados con Jesús?”, Año: 2016,  Número: 2432, disponible en: https://www.revistacriterio.com.ar/bloginst_new/2016/12/13/quienes-eran-los-hombres-crucificados-con-jesus/, consultado febrero de 2022

[29] Alfred López “El curioso origen del término ‘ladrón’”, 28 de enero de 2017, disponible en: https://blogs.20minutos.es/yaestaellistoquetodolosabe/el-curioso-origen-del-termino-ladron/, consultado enero de 2022

[30] Etimología de Ladrón, disponible en: http://etimologias.dechile.net/?ladro.n#:~:text=La%20palabra%20ladr%C3%B3n%20viene%20del,romanos%20que%20trabajaban%20como%20guardias.&text=Seg%C3%BAn%20Monlau1%20la%20palabra,mercanc%C3%ADa%20que%20deber%C3%ADa%20de%20proteger., consultado febrero de 2022

[31] La Razón, Javier Ors “Roma, así se convirtió en una guarida de ladrones”, creada 07-04-2020 | 01:00 H

última actualización 05-10-2021 | 17:47 h, disponible en: https://www.larazon.es/cultura/20200407/wop7h55llrhdxe44t2xkrkl5pm.html, consultado febrero de 2022

[32] La Razón, Javier Ors “Roma, así se convirtió en una guarida de ladrones”, creada 07-04-2020 | 01:00 H

Última actualización 05-10-2021 | 17:47 H, disponible en: https://www.larazon.es/cultura/20200407/wop7h55llrhdxe44t2xkrkl5pm.html, consultado febrero de 2022

[33] Citado en: Robert C. Knapp “Los Olvidados de Roma”, Editorial Ariel, Barcelona España, 2012, Pág. 278

[34] Citado en: Robert C. Knapp “Los Olvidados de Roma”, Editorial Ariel, Barcelona España, 2012, Pág. 280

https://biteproject.com/los-ladrones-del-siglo-i/



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