REDESCUBRIENDO
A MANUEL MACHADO (1)
Manuel Machado,
mientras su hermano Antonio iba a la Casa del Pueblo él, Manuel, iba a las
casas de putas
“Gloria… ¡La que le deben!»: Aproximación a
`Adelfos´ (I)
Machado es un apellido que
remite a dos grandes poetas de la historia de la literatura española, pero que
desafortunadamente en la actualidad tan solo ensalza a uno de ellos. Mientras
que Antonio es un autor canonizado (gracias a las incontables investigaciones y
reediciones que sobre este se han hecho), Manuel es un escritor
casi desconocido por parte del público y de la crítica
actual.
La intensa devoción mostrada a Don Antonio por los
opositores al regimen franquista tuvo grandes consecuencias para este y
para su hermano (D’Ors, 2000). Por un lado, provoco la aparición de múltiples
estudios y publicaciones sobre su obra y, por otro, hizo que aumentara el
desinterés académico y divulgativo hacia las composiciones del mayor de
los Machado. Tan solo los estudios de Dámaso Alonso, Carballo Picazo o Gordon
Brotherston sobre este último evitaron que las creaciones del autor de “Adelfos” cayeran en el olvido[1].
Sin embargo, hubo un tiempo en el que Antonio
era “el otro” y Manuel era considerado el célebre de la familia por su
relevancia dentro de la estética Modernista. Miguel de Unamuno afirma, en el
prólogo de Alma (1907), que era “un poeta de antología, de florilegio, de
guirnalda” (1958: 200). Manuel conoció de primera mano las nuevas tendencias
gracias a sus viajes a París, a sus traducciones de Verlaine y a su
amistad con Rubén Darío y Valle-Inclán.
Además, colaboró en revistas literarias tan importantes en la época como Electra o Juventud y participó en numerosas
tertulias sobre la bohemia. Es en uno de esos viajes a la ciudad de las
luces (entre marzo de 1899 y diciembre de 1900) cuando, en la soledad de un
hotel, compuso los poemas que constituirían Alma. Este libro de versos representa
“una curiosa mezcla de elementos. Ecos de Espronceda y Bécquer y del
romanticismo más cerrado se entremezclan con las estéticas del parnasianismo y
el simbolismo-decadencia franceses” (Cardwell, 1997: 6).
Alma es una
obra vanguardista donde se dan “variantes de estilos, temas, topos y
experimentos prosódicos”, que más tarde se desarrollaran en la lírica española
(Cardwell, 1997: 6). El título del poemario es bastante acertado, pues alma es la palabra clave de la
época, ya que sirve de engarce entre el ideal, la belleza y el arte
(Sierra, 2000). Este es el motivo porque todos los críticos y artistas del
momento escriben sobre el alma del poeta, de las cosas, de los seres y de la
naturaleza [2]. Manuel confesó que en “Alma iba su alma” , ya que en esta
obra expresa la manera en la que ve el mundo y también a él mismo (Cenizo,
2003: 48).
Los poemas de Alma se divulgaron en la revista Vida
Galante (1900) y
fueron publicados conjuntamente en 1902, aunque la versión definitiva de
la obra es de 1924. El libro consta de 26 composiciones divididas en seis
apartados. “Adelfos”, en la primera edición, figuraba dentro de la sección inicial
denominada “secretos”, pero más tarde precedería a esta para servir de apertura
al poemario. Tal posición no es casual, ya que sus versos (al
explicar cómo se relaciona el yo poético con la vida, con el entorno y
con el arte) presentan al resto de composiciones.
El género del autorretrato, en los primeros años del
siglo XX, había sido puesto de moda gracias a que ciertas revistas
innovadoras, como Alma española, querían dar a conocer qué
había detrás de los poetas más importantes del momento. Manuel Machado como
muchos de sus contemporáneos (Rubén Darío, Valle- Inclán o Alejandro
Sawa) se adscribió a la tendencia de construir una imagen de sí
mismo para el público.
No obstante, “Adelfos» (compuesto en 1899) no se puede considerar un
autorretrato en sentido estricto, porque los rasgos de personalidad que
se aluden en él “convienen más a un tipo que a un individuo: al tipo […] del
abúlico[3] sensual, indefinible, indeciso, incrédulo, decadente,
cansado.” (Sobejano, 1997: 3). Este retrato en primera persona ( donde no
priman los elementos autobiográficos, sino los tipológicos) está dedicado a Miguel
de Unamuno. El poeta bilbaíno, en el prólogo a la edición de Alma de 1907, afirma que el poema es una “maravillosa composición que
en otro país andaría ya en labios de todos los jóvenes […] Sagrado poder el de
la poesía […] ¡Cómo me resbalan hasta el cogollo del corazón estas estrofas!”
(1958: 202):
Yo soy como las
gentes que a mi tierra vinieron
—soy de la raza mora, vieja amiga del Sol—,
que todo lo ganaron y todo lo perdieron.
Tengo el alma de nardo del árabe español.
Mi voluntad se ha
muerto una noche de luna
en que era muy hermoso no pensar ni querer…
Mi ideal es tenderme, sin ilusión ninguna…
De cuando en cuando, un beso y un nombre de mujer.
En mi alma, hermana
de la tarde, no hay contornos…;
y la rosa simbólica de mi única pasión
es una flor que nace en tierras ignoradas
y que no tiene aroma, ni forma, ni color.
Besos ¡pero no
darlos! Gloria…. ¡la que me deben!
¡Que todo como un aura se venga para mí!
¡Que las olas me traigan y las olas me lleven,
y que jamás me obliguen el camino a elegir!
¡Ambición! No la
tengo. ¡Amor! No lo he sentido.
No ardí nunca en un fuego de fe ni gratitud.
Un vago afán de arte tuve… Ya lo he perdido.
Ni el vicio me seduce ni adoro la virtud.
De mi alta
aristocracia dudar jamás se pudo.
No se ganan, se heredan, elegancia y blasón…
Pero el lema de casa, el mote del escudo,
es una nube vaga que eclipsa un vano sol.
Nada os pido. Ni os
amo ni os odio. Con dejarme,
lo que hago por vosotros, hacer podéis por mí…
¡Que la vida se tome la pena de matarme,
ya que yo no me tomo la pena de vivir! …
Mi voluntad se ha
muerto una noche de luna
en que era muy hermoso no pensar ni querer…
De cuando en cuando un beso, sin ilusión ninguna.
¡El beso generoso que no he de devolver!
[1] El desinterés hacia la obra de Manuel Machado no afecta
solo a su escaso número de lectores, sino también al enorme desinterés de
los investigadores. “Si se exceptúan la biografía de M. Pérez Ferrero, el
conocido ensayo de Dámaso Alonso, la introducción de A. Carballo Picazo a s
edición Alma y Apolo y el libro de Brotherston, no ha aparecido ningún estudio
crítico con rigor y pretensiones totalizadoras dedicado a la poesía de Manuel
Machado” (D’ors, 2000: 13).
[2] El Alma representaba para los
Modernistas un hermoso ideal, por ello no ha de extrañar que muchas obras
celebres de la época tengan este título: El
Alma encantadora de París de Gómez Carrilo, El domador de almas de Amado Nervo o Almas
de violeta de
Juan Ramón Jiménez.
[3]La
abulia, según Ciriaco Morón, “es la incapacidad de poner en marcha las fuerzas
fisiológicas capaces de convertir los deseos en actos. Los puros deseos no son
voluntad” (1997: 71).
MANUELMACHADO
(2)
Continuación del
comentario de «Adelfos»
“Adelfos” fue escrito en
1899 y está dedicado a Miguel de Unamuno, quien en el prólogo a la edición
de Alma de 1907 afirma que esta “maravillosa
composición que en otro país andaría ya en labios de todos los jóvenes… Sagrado
poder el de la poesía… ¡Cómo me resbalan hasta el cogollo del corazón estas
estrofas!” (Unamuno, 1958: 202). El título del poema podría asociarse a
esa dualidad, tan presente en los versos Machado, de lo bello y de lo malo,
entendiendo esto último como aquello que se sitúa al margen de la moral
establecida. Sus versos nos muestran «la belleza de su expresión, como la flor
de la adelfa, y esa dejadez y apatía latente en sus palabras, como el veneno
interior de la planta” (Romero, 1992: 34).
Sin embargo, el hecho de que las adelfas[1] abunden en el sur de España y de que
el significado de esta palabra en griego sea “doble, gemelo o hermano” puede
aportar otras connotaciones. Además, no hay que olvidar que «Géminis» fue el
temprano seudónimo de Manuel” (Sobejano, 1997: 3). Machado, por tanto, no
eligió el título al azar (como el mismo sugirió), sino que este hace referencia
a sus ideales poéticos, a su origen andaluz y a la posible dualidad moral del
poeta finisecular.
“Adelfos” está estructurado en serventesios alejandrinos, una forma métrica
bastante común entre los modernistas. Este tipo de métrica sería empleada,
pocos años después que Manuel, por su hermano Antonio para crear su célebre
“Retrato”. Las ocho estrofas de la composición manifiestan un esquema métrico
ABAB con rima consonante, aunque las estrofas 6 y 7 presentan rima asonante en
los versos pares (blasón/ sol y mí /vivir). El ritmo que nos ofrece esta
composición está cuidadosamente trazado y como diría Unamuno “el ritmo literal
de sus cantos, el ritmo de su palabra, brota del espíritu de ellos, del ritmo
de la idea” (1958: 208).
La musicalidad de la composición está basada en varios aspectos fundamentales:
las estructuras paralelísticas que potencian un ritmo pausado (el cual ayudad a
aumentar la sensación de abulia), la cesura en la séptima sílaba (presente en
gran parte de los versos y que siempre va precedida por una palabra llana), los
signos de puntuación (principalmente los puntos suspensivos) y las formas
exclamativas. Todo ello, junto con el magistral uso de los acentos, ayuda a
crear una armónica melodía que facilita bastante la memorización del poema.
Pero para poder comprender de dónde surge esta, debemos observar con
detenimiento los elementos mencionados y analizar cómo estos se interrelacionan
para dar unidad y continuidad a la obra.
Las dos primeras estrofas del poema presentan una cesura muy marcada, ya que
dividen los versos en dos hemistiquios heptasílabos. Ello, combinado con el
inciso del segundo verso, hace que la composición se inicie con un ritmo lento.
Este es incrementado por los puntos suspensivos, los cuales aportan una fuerte
sensación de indefinición muy acorde con su contenido “en que era muy hermoso
no pensar ni querer… / Mi ideal es tenderme sin ilusión ninguna…” (vv. 6-7). La
estructura sintáctica, construida de forma paralela y con verbos antónimos “que
todo lo ganaron y todo lo perdieron”(v.3), será repetida en el tercer verso de la cuarta
estrofa “que las olas me
traigan y las
olas me lleven” y en los dos finales de la séptima
“¡Que la vida se tome la pena de matarme, / ya que yo no me tomo la pena de vivir”. La tercera estrofa es una transición entre un ritmo
relajado y otro más rotundo. El ritmo en esta se vuelve entrecortado gracias al
polisíndeton, al encabalgamiento entre los versos 10 y 11 (separación de sujeto
y predicado) y a la enumeración del verso 12:
En mi alma, hermana de la tarde, no hay contornos…
10 y la rosa simbólica de mi única pasión
es una flor que nace en tierras ignorada
y que no tiene
aroma, ni forma, ni color.
En
las dos estrofas centrales (cuarta y quinta) el ritmo se intensifica, ya
que se combinan los puntos suspensivos con las exclamaciones y pausas gráficas
“Besos, ¡pero no darlos! Gloria… ¡la que me deben! / ¡Ambición!, no la tengo.
¡Amor!, no lo he sentido” (vv. 13-17). En cada uno de ellos, se observan dos
topicalizaciones en las que el complemento (besos, gloria, ambición, amor) se coloca delante de la oración para
enfatizar el contenido. Destaca, además, el uso de las exclamaciones; en el
verso 13 se encuentran en la oración, pero en el 17 se colocan en el sustantivo
que la precede, otorgando así más importancia al tópico.
El recurso de la anáfora, ya empleado en los versos 5 y 7 de la segunda estrofa
mediante el posesivo “mi”, aparecerá en esta con la partícula “que” entre los
versos 14 y 15. Asimismo, el último verso de la quinta estrofa se repite la
conjunción “ni”, como sucedía en el último de la tercera. Este mismo verso “Ni
el vicio me seduce, ni adoro la virtud” anuncia la vuelta del ritmo inicial más
pausado de la estrofa sexta, donde estacan los hipérbatos “De mi alta
aristocracia, jamás dudar se pudo. / No se ganan, se heredan elegancia y
blasón…” (vv. 21-22).
En las dos últimas estrofas (séptima y octava), convergen ambos esquemas
rítmicos, demostrando que “no hay contornos” en la poesía. En los versos “Nada
os pido. Ni os amo ni os odio. Con dejarme / lo que hago por vosotros hacer
podéis por mí…” (vv 25- 26) se produce un hipérbaton y un encabalgamiento muy
bruscos, que intensifican de nuevo el ritmo. La última estrofa funciona
como ritornello, pues en ella se reiteran los dos
versos iniciales de la segunda.
El penúltimo verso es una repetición, con variación, formada por el segundo
hemistiquio del 7 “sin ilusión ninguna…” y el primero del 8 “De cuando en
cuando un beso”. No obstante, en este se produce la elisión de los puntos
suspensivos “De cuando en cuando un beso, sin ilusión ninguna”. Con ello, se
pasa de la indeterminación del principio a una tajante conclusión. Además, la
expresión “de cuando en cuando” que aparece, tanto en el verso 8 como en el 31,
consigue ralentizar el ritmo del poema por la sonoridad del diptongo. La
temporalidad de esta forma es indefinida y, por tanto, ayuda a potenciar la
impasibilidad y la subjetividad del yo poético. Como indica Unamuno “la de
Machado es música; música interior de que brota la exterior” (1958: 208).
Bibliografía empleada
§
Romero, Manuel (1992), Las
ideas poéticas da Manuel Machado, Sevilla: diputación
de Sevilla.
§
Sobejano, Gonzalo (1997), “Manuel Machado pinta a Manuel
Machado”, Ínsula,
1997, nº 608-609, p. 3- 4.
§
Unamuno, Miguel de (1958), Obras completas, ed. de Manuel
García Blanco,
Barcelona: Vergara, tomo VII, p. 196-209.
[1] Son arbustos “bellos y malos” según se
lee en la comedia de los Machado Las adelfas (1928; acto I, escena X).
MANUEL MACHADO
(3)
La
dualidad permanente que hay en todos los versos de «Adelfos», basada en la
belleza y el veneno de la adelfa, crea un juego de apariencias entre la
identidad real del autor y la que se construye en el plano literario. Este
poema de Manuel Machado, publicado en Alma (1909), presenta un
tipo de personaje, el abúlico, que podría corresponder al “gemelo” o al “otro
yo” del poeta. Si se compara esta composición de juventud con otras poesías
posteriores, se pueden observar similitudes y diferencias interesantes.
El yo poético de «Adelfos», cuya voluntad había muerto “en una noche de
luna” y que se definía como un “árabe español”, contrasta con el de
“Retrato” de El mal poema (1909). El sujeto lírico de
este se declara “medio gitano y medio parisién” y va “de prisa por la vida” con
“una risa oportuna” y “alegre” iluminada por “un destello de Sol”. Su actitud
vital es positiva y, además, manifiesta sus preferencias. Confiesa que le
hubiera gustado ser un buen banderillero “antes que un tal poeta”, ya que
ama: “La agilidad, el tino, la gracia, la destreza” del torero.
Este afán de “cambio de profesión”, al igual que sucede en
“Adelfos, se retoma en “Prólogo-epílogo” de El mal poema (1909):
“En nuestra buena tierra, la pobre Musa llora/ hacen huir la rima y el ritmo y
la belleza”. La desilusión que sufre la voz poética, ante la falta de interés
del público, llega a su máxima expresión en “El poeta de Adelfos dice
adiós, al fin” en Ars moriendis (1922). En esta composición,
el protagonista afirma tajantemente: “Renuncio al imposible y al sin
querer divino”, es decir, a la creación poética.
Manuel Machado, al final de su vida, decidirá escribir “Nuevo
autorretrato” en Phoenix (1936). En él, el sujeto lírico se
observará detenidamente y se comparará con el que fue: “Hoy, ni rubio ni dulce,
más bien moreno y duro”. Este sabe que ya no es él mismo, pero le queda
el consuelo de que “la música me sirve de almohada”. Si algo enorgullecía al
mayor de los Machado era su musicalidad; una musicalidad propia, aunque llena
de influencias. Como indica José Cenizo, es modernista “por el empleo del verso
impar (…) de la ruptura de los hemistiquios del alejandrino”, y es verleniano
por su rima “tenue, sutil, y rasgos estilísticos como el encabalgamiento, la
sintaxis rápida o la anáforas” (2003: 49).
El conocimiento de las tendencias del momento, entrelazado con su peculiar
forma de entender la poesía, hacen que “Adelfos” no sea una más de esas obras
finiseculares donde se representaba al tipo abúlico. El hecho de dotarlo de
características autobiográficas “árabe español” y de estar construido a
través de continuas dualidades da un nuevo giro a este personaje prototipito de
finales del siglo XX. Pero el valor de esta composición va mucho más allá. En
ella nada es casual, todo esta perfectamente trazado para que contenido y forma
confluyan entre sí bajo una falsa apariencia de sencillez.
El título, el ritmo, la rima, la sintaxis, el léxico han sido
seleccionados y dispuestos al milímetro por Manuel Machado como si se tratara
del montaje de un reloj Suizo, donde nada sobra ni falla. No obstante, igual
que sucede en toda buena obra arte, el poema plantea al lector múltiples
incógnitas relacionadas con cómo ha de ser interpretado. Por un lado, puede
leerse desde una perspectiva social, en la que se crítica la actitud abúlica de
muchos de sus contemporáneos ante la difícil situación de su tiempo. Por otro,
puede admitir un enfoque puramente estético, donde se busca solo la perfección
formal. Por úlitmo, puede interpretarse cómo la lucha interna entre ser
un “bohemio” y ser un “hombre comprometido” con la sociedad del momento.
Se elija la lectura que se elija, nunca ha de sobreponerse lo datos
extraestéticos a la calidad y la importancia de la obra. Como
indica Carme Riera “ahora que al final parece posible valorar las cualidades
estéticas del quehacer literario por encima de banderías políticas” (1985: 46)
ha llegado el momento de que el creador de “Adelfos” no siga siendo el
gran desconocido de los hermanos Machado y, con ello, se le devuelva la Gloria
literaria que le deben.
Bibiografía
citada
§ Cenizo,
Jiménez (2003), “Alma, Manuel
Machado y el Modernismo” Cauce: Revista de filología y su didáctica, nº 26, p. 47-65.
§ Riera,
Carme (1985), “El otro Machado”, Quimera, Revista
de literatura, 50, pp. 46-50.
https://lacuevademontesinos.wordpress.com/2016/05/13/redescubriendo-a-manuel-machado-i/
https://lacuevademontesinos.wordpress.com/2017/01/13/redescubriendo-a-manuel-machado-ii/
https://lacuevademontesinos.wordpress.com/2019/03/10/redescubriendo-a-manuel-machado-iii
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