miércoles, 8 de junio de 2022

 

REDESCUBRIENDO A MANUEL MACHADO (1)

Manuel Machado, mientras su hermano Antonio iba a la Casa del Pueblo él, Manuel, iba a las casas de putas

https://vjlopez2014.wordpress.com/2015/01/02/manuel-machado-el-poeta-olvidado-francisco-umbral-manuel-machado-tiene-el-don-de-la-rima-facil-agarra-el-verso-en-la-ultima-palabra-cuando-parece-que-se-le-va-a-descarriar-y-lo-mete-en-vereda/

“Gloria… ¡La que le deben!»: Aproximación a `Adelfos´ (I)

 

     Machado es un apellido que remite a dos grandes poetas de la historia de la literatura española, pero que desafortunadamente en la actualidad tan solo ensalza a uno de ellos. Mientras que Antonio es un autor canonizado (gracias a las incontables investigaciones y reediciones que sobre  este se han hecho), Manuel es un escritor casi  desconocido por parte  del público y  de la crítica actual.

      La intensa devoción mostrada  a  Don Antonio por los opositores al regimen franquista  tuvo grandes consecuencias para este y para su hermano (D’Ors, 2000). Por un lado, provoco la aparición de múltiples estudios y publicaciones sobre su obra y, por otro, hizo que aumentara el desinterés  académico y divulgativo hacia las composiciones del mayor de los Machado. Tan solo los estudios de Dámaso Alonso, Carballo Picazo o Gordon Brotherston sobre este último evitaron que las creaciones del autor de “Adelfos” cayeran en el olvido[1].

         Sin embargo, hubo un tiempo en el que Antonio era “el otro” y Manuel era considerado el célebre de la familia por su relevancia dentro de la estética Modernista. Miguel de Unamuno afirma, en el prólogo de Alma (1907), que era “un poeta de antología, de florilegio, de guirnalda” (1958: 200). Manuel conoció de primera mano las nuevas tendencias gracias a sus viajes a París, a sus traducciones de Verlaine y a su amistad  con Rubén Darío  y Valle-Inclán.

        Además, colaboró en revistas literarias tan importantes en la época como Electra Juventud y participó en numerosas tertulias sobre la bohemia.  Es en uno de esos viajes a la ciudad de las luces (entre marzo de 1899 y diciembre de 1900) cuando, en la soledad de un hotel, compuso los poemas que constituirían Alma. Este libro de versos representa “una curiosa mezcla de elementos. Ecos de Espronceda y Bécquer y del romanticismo más cerrado se entremezclan con las estéticas del parnasianismo y el simbolismo-decadencia franceses” (Cardwell, 1997: 6).

        Alma es una obra vanguardista donde se dan “variantes de estilos, temas, topos y experimentos prosódicos”, que más tarde se desarrollaran en la lírica española (Cardwell, 1997: 6). El título del poemario es bastante acertado, pues alma es la palabra clave de la época, ya que sirve  de engarce entre el ideal, la belleza y el arte (Sierra, 2000). Este es el motivo porque todos los críticos y artistas del momento escriben sobre el alma del poeta, de las cosas, de los seres y de la naturaleza [2]. Manuel confesó que en  “Alma iba su alma” , ya que en esta obra expresa la manera en la que ve el mundo y también a él mismo (Cenizo, 2003: 48).

      Los poemas de Alma  se divulgaron en la revista Vida Galante (1900) y fueron publicados conjuntamente en 1902, aunque  la versión definitiva de la obra es de 1924. El libro consta de 26 composiciones divididas en seis apartados. “Adelfos”, en la primera edición, figuraba dentro de la sección inicial denominada “secretos”, pero más tarde precedería a esta para servir de apertura al poemario. Tal posición no es casual, ya que  sus versos (al explicar  cómo se relaciona el yo poético con la vida, con el entorno y con el arte)  presentan al  resto de composiciones.

        El género del autorretrato, en los primeros años del siglo XX,  había sido puesto de moda gracias a que ciertas revistas innovadoras, como Alma española, querían dar a conocer qué había detrás de los poetas más importantes del momento. Manuel Machado como muchos de sus contemporáneos (Rubén Darío, Valle- Inclán o Alejandro Sawa)  se adscribió a la tendencia de construir una imagen  de sí mismo para el público.

       No obstante, “Adelfos» (compuesto en 1899) no se puede considerar un autorretrato en sentido estricto,  porque los rasgos de personalidad que se aluden en él “convienen más a un tipo que a un individuo: al tipo […] del abúlico[3] sensual, indefinible, indeciso, incrédulo, decadente, cansado.” (Sobejano, 1997: 3). Este retrato en primera persona ( donde no priman los elementos autobiográficos, sino los tipológicos) está dedicado a Miguel de Unamuno. El poeta bilbaíno, en el prólogo a la edición de Alma de 1907, afirma que el poema es una “maravillosa composición que en otro país andaría ya en labios de todos los jóvenes […] Sagrado poder el de la poesía […] ¡Cómo me resbalan hasta el cogollo del corazón estas estrofas!” (1958: 202):

Yo soy como las gentes que a mi tierra vinieron
—soy de la raza mora, vieja amiga del Sol—,
que todo lo ganaron y todo lo perdieron.
Tengo el alma de nardo del árabe español.

Mi voluntad se ha muerto una noche de luna
en que era muy hermoso no pensar ni querer…
Mi ideal es tenderme, sin ilusión ninguna…
De cuando en cuando, un beso y un nombre de mujer.

En mi alma, hermana de la tarde, no hay contornos…;
y la rosa simbólica de mi única pasión
es una flor que nace en tierras ignoradas
y que no tiene aroma, ni forma, ni color.

Besos ¡pero no darlos! Gloria…. ¡la que me deben!
¡Que todo como un aura se venga para mí!
¡Que las olas me traigan y las olas me lleven,
y que jamás me obliguen el camino a elegir!

¡Ambición! No la tengo. ¡Amor! No lo he sentido.
No ardí nunca en un fuego de fe ni gratitud.
Un vago afán de arte tuve… Ya lo he perdido.
Ni el vicio me seduce ni adoro la virtud.

De mi alta aristocracia dudar jamás se pudo.
No se ganan, se heredan, elegancia y blasón…
Pero el lema de casa, el mote del escudo,
es una nube vaga que eclipsa un vano sol.

Nada os pido. Ni os amo ni os odio. Con dejarme,
lo que hago por vosotros, hacer podéis por mí…
¡Que la vida se tome la pena de matarme,
ya que yo no me tomo la pena de vivir! …

Mi voluntad se ha muerto una noche de luna
en que era muy hermoso no pensar ni querer…
De cuando en cuando un beso, sin ilusión ninguna.
¡El beso generoso que no he de devolver!

[1] El desinterés hacia la obra de Manuel Machado no afecta solo a su escaso número de lectores, sino también al  enorme desinterés de los investigadores. “Si se exceptúan la biografía de M. Pérez Ferrero, el  conocido ensayo de Dámaso Alonso, la introducción de A. Carballo Picazo a s edición Alma y Apolo y el libro de Brotherston, no ha aparecido ningún estudio crítico con rigor y pretensiones totalizadoras dedicado a la poesía de Manuel Machado” (D’ors, 2000: 13).

[2] El Alma representaba para los Modernistas un hermoso ideal, por ello no ha de extrañar que muchas obras celebres de la época tengan este título: El Alma encantadora de París de Gómez Carrilo, El domador de almas de Amado Nervo o Almas de violeta de Juan Ramón Jiménez.

[3]La abulia, según Ciriaco Morón, “es la incapacidad de poner en marcha las fuerzas fisiológicas capaces de convertir los deseos en actos. Los puros deseos no son voluntad” (1997: 71).

 

 

MANUELMACHADO (2)

Continuación  del comentario de «Adelfos»

       “Adelfos” fue escrito en 1899 y está dedicado a Miguel de Unamuno, quien en el prólogo a la edición de Alma de 1907 afirma que esta “maravillosa composición que en otro país andaría ya en labios de todos los jóvenes… Sagrado poder el de la poesía… ¡Cómo me resbalan hasta el cogollo del corazón estas estrofas!”  (Unamuno, 1958: 202). El título del poema podría asociarse a esa dualidad, tan presente en los versos Machado, de lo bello y de lo malo, entendiendo esto último como aquello que se sitúa al margen de la moral establecida. Sus versos nos muestran «la belleza de su expresión, como la flor de la adelfa, y esa dejadez y apatía latente en sus palabras, como el veneno interior de la planta” (Romero, 1992: 34).

         Sin embargo, el hecho de que las adelfas[1] abunden en el sur de España y de que el significado de esta palabra en griego sea “doble, gemelo o hermano” puede aportar otras connotaciones. Además, no hay que olvidar que «Géminis» fue el temprano seudónimo de Manuel” (Sobejano, 1997: 3). Machado, por tanto, no eligió el título al azar (como el mismo sugirió), sino que este hace referencia a sus ideales poéticos, a su origen andaluz y a la posible dualidad moral del poeta finisecular.

      “Adelfos” está estructurado en serventesios alejandrinos, una forma métrica bastante común entre los modernistas. Este tipo de métrica sería empleada, pocos años después que Manuel, por su hermano Antonio para crear su célebre “Retrato”. Las ocho estrofas de la composición manifiestan un esquema métrico ABAB con rima consonante, aunque las estrofas 6 y 7 presentan rima asonante en los versos pares (blasón/ sol y mí /vivir). El ritmo que nos ofrece esta composición está cuidadosamente trazado y como diría Unamuno “el ritmo literal de sus cantos, el ritmo de su palabra, brota del espíritu de ellos, del ritmo de la idea”  (1958: 208).

       La musicalidad de la composición está basada en varios aspectos fundamentales: las estructuras paralelísticas que potencian un ritmo pausado (el cual ayudad a aumentar la sensación de abulia), la cesura en la séptima sílaba (presente en gran parte de los versos y que siempre va precedida por una palabra llana), los signos de puntuación (principalmente los puntos suspensivos) y las formas exclamativas. Todo ello, junto con el magistral uso de los acentos, ayuda a crear una armónica melodía que facilita bastante la memorización del poema. Pero para poder comprender de dónde surge esta, debemos observar con detenimiento los elementos mencionados y analizar cómo estos se interrelacionan para dar unidad y continuidad a la obra.

       Las dos primeras estrofas del poema presentan una cesura muy marcada, ya que dividen los versos en dos hemistiquios heptasílabos. Ello, combinado con el inciso del segundo verso, hace que la composición se inicie con un ritmo lento. Este es incrementado por los puntos suspensivos, los cuales aportan una fuerte sensación de indefinición muy acorde con su contenido “en que era muy hermoso no pensar ni querer… / Mi ideal es tenderme sin ilusión ninguna…” (vv. 6-7). La estructura sintáctica, construida de forma paralela y con verbos antónimos “que todo lo ganaron y todo lo perdieron”(v.3), será repetida en el tercer verso de la cuarta estrofa “que las olas me  traigan y las olas me lleven” y en los dos finales de la séptima “¡Que la vida se tome la pena de matarme, / ya que yo no me tomo la pena de vivir”. La tercera estrofa es una transición entre un ritmo relajado y otro más rotundo. El ritmo en esta se vuelve entrecortado gracias al polisíndeton, al encabalgamiento entre los versos 10 y 11 (separación de sujeto y predicado) y a la enumeración del verso 12:

 

                   En mi alma, hermana de la tarde, no hay contornos…
10   
la rosa simbólica de mi única pasión
es una flor que nace en tierras ignorada
que no tiene aroma, ni forma, ni color.

 

          En las dos estrofas centrales  (cuarta y quinta) el ritmo se intensifica, ya que se combinan los puntos suspensivos con las exclamaciones y pausas gráficas “Besos, ¡pero no darlos! Gloria… ¡la que me deben! / ¡Ambición!, no la tengo. ¡Amor!, no lo he sentido” (vv. 13-17). En cada uno de ellos, se observan dos topicalizaciones en las que el complemento (besos, gloria, ambición, amor) se coloca delante de la oración para enfatizar el contenido. Destaca, además, el uso de las exclamaciones; en el verso 13 se encuentran en la oración, pero en el 17 se colocan en el sustantivo que la precede, otorgando así más importancia al tópico.

        El recurso de la anáfora, ya empleado en los versos 5 y 7 de la segunda estrofa mediante el posesivo “mi”, aparecerá en esta con la partícula “que” entre los versos 14 y 15. Asimismo, el último verso de la quinta estrofa se repite la conjunción “ni”, como sucedía en el último de la tercera. Este mismo verso “Ni el vicio me seduce, ni adoro la virtud” anuncia la vuelta del ritmo inicial más pausado de la estrofa sexta, donde estacan los hipérbatos “De mi alta aristocracia, jamás dudar se pudo. / No se ganan, se heredan elegancia y blasón…” (vv. 21-22).

           En las dos últimas estrofas (séptima y octava), convergen ambos esquemas rítmicos, demostrando que “no hay contornos” en la poesía. En los versos “Nada os pido. Ni os amo ni os odio. Con dejarme / lo que hago por vosotros hacer podéis por mí…” (vv 25- 26) se produce un hipérbaton y un encabalgamiento muy bruscos, que intensifican de nuevo el ritmo. La última estrofa funciona como ritornello, pues en ella se reiteran los dos versos iniciales de la segunda.

            El penúltimo verso es una repetición, con variación, formada por el segundo hemistiquio del 7 “sin ilusión ninguna…” y el primero del 8 “De cuando en cuando un beso”. No obstante, en este se produce la elisión de los puntos suspensivos “De cuando en cuando un beso, sin ilusión ninguna”. Con ello, se pasa de la indeterminación del principio a una tajante conclusión. Además, la expresión “de cuando en cuando” que aparece, tanto en el verso 8 como en el 31, consigue ralentizar el ritmo del poema por la sonoridad del diptongo. La temporalidad de esta forma es indefinida y, por tanto, ayuda a potenciar la impasibilidad y la subjetividad del yo poético. Como indica Unamuno “la de Machado es música; música interior de que brota la exterior” (1958:  208).

 

Bibliografía empleada

§  Romero, Manuel (1992), Las ideas poéticas da Manuel Machado, Sevilla: diputación
de Sevilla.

§  Sobejano, Gonzalo (1997), “Manuel Machado pinta a Manuel Machado”, Ínsula,
1997, nº 608-609, p. 3- 4.

§  Unamuno, Miguel de (1958), Obras completas, ed. de Manuel García Blanco,
Barcelona: Vergara, tomo VII, p. 196-209.

[1] Son arbustos “bellos y malos” según se lee en la comedia de los Machado Las adelfas (1928; acto I, escena X).

 

 

MANUEL MACHADO (3)

La dualidad permanente que hay en todos los versos de «Adelfos», basada en la belleza y el veneno de la adelfa, crea un juego de apariencias entre la identidad real del autor y la que se construye en el plano literario. Este poema de Manuel Machado, publicado en Alma (1909), presenta un tipo de personaje, el abúlico, que podría corresponder al “gemelo” o al “otro yo” del poeta. Si se compara esta composición de juventud con otras poesías posteriores, se pueden observar similitudes y diferencias interesantes.

           El yo poético de «Adelfos»,  cuya voluntad había muerto “en una noche de luna” y que se definía como  un “árabe español”, contrasta con el de “Retrato” de El mal poema (1909).  El sujeto lírico de este se declara “medio gitano y medio parisién” y va “de prisa por la vida” con “una risa oportuna” y “alegre” iluminada por “un destello de Sol”. Su actitud vital es positiva y, además, manifiesta sus preferencias. Confiesa que le hubiera gustado ser  un buen banderillero “antes que un tal poeta”, ya que ama: “La agilidad, el tino, la gracia, la destreza” del torero.

           Este afán de “cambio de profesión”, al igual que sucede en “Adelfos, se retoma en “Prólogo-epílogo” de El mal poema (1909): “En nuestra buena tierra, la pobre Musa llora/ hacen huir la rima y el ritmo y la belleza”. La desilusión que sufre la voz poética, ante la falta de interés del público, llega a su máxima expresión en  “El poeta de Adelfos dice adiós, al fin” en Ars moriendis (1922). En esta composición, el protagonista afirma tajantemente: “Renuncio al imposible y al sin querer divino”, es decir, a la creación poética.

         Manuel Machado, al final de su vida,  decidirá  escribir “Nuevo autorretrato” en Phoenix (1936). En él, el sujeto lírico se observará detenidamente y se comparará con el que fue: “Hoy, ni rubio ni dulce, más bien moreno y duro”. Este sabe que ya no es él mismo, pero  le queda el consuelo de que “la música me sirve de almohada”. Si algo enorgullecía al mayor de los Machado era su musicalidad; una musicalidad propia, aunque llena de influencias. Como indica José Cenizo, es modernista “por el empleo del verso impar (…) de la ruptura de los hemistiquios del alejandrino”, y es verleniano por su rima “tenue, sutil, y rasgos estilísticos como el encabalgamiento, la sintaxis rápida o la anáforas” (2003: 49).

         El conocimiento de las tendencias del momento, entrelazado con su peculiar forma de entender la poesía, hacen que “Adelfos” no sea una más de esas obras finiseculares donde se representaba al tipo abúlico. El hecho de dotarlo de características autobiográficas  “árabe español” y de estar construido a través de continuas dualidades da un nuevo giro a este personaje prototipito de finales del siglo XX. Pero el valor de esta composición va mucho más allá. En ella nada es casual, todo esta perfectamente trazado para que contenido y forma confluyan entre sí bajo una falsa apariencia de sencillez.

         El título, el ritmo, la rima, la sintaxis, el léxico  han sido seleccionados y dispuestos al milímetro por Manuel Machado como si se tratara del montaje de un reloj Suizo, donde nada sobra ni falla. No obstante, igual que sucede en toda buena obra arte,  el poema plantea al lector múltiples incógnitas relacionadas con cómo ha de ser interpretado. Por un lado, puede leerse desde una perspectiva social, en la que se crítica la actitud abúlica de muchos de sus contemporáneos ante la difícil situación de su tiempo. Por otro, puede admitir un enfoque puramente estético, donde se busca solo la perfección formal. Por úlitmo, puede interpretarse cómo la lucha  interna entre ser un “bohemio” y ser un “hombre comprometido” con la sociedad del momento.

      Se elija la lectura que se elija, nunca ha de sobreponerse lo datos extraestéticos  a la calidad y la importancia de la obra.  Como indica Carme Riera “ahora que al final parece posible valorar las cualidades estéticas del quehacer literario por encima de banderías políticas” (1985: 46) ha llegado el momento de  que el creador de “Adelfos” no siga siendo el gran desconocido de los hermanos Machado y, con ello, se le devuelva la Gloria literaria que le deben.

 

Bibiografía citada

§  Cenizo, Jiméne(2003), “Alma, Manuel Machado y el Modernismo” Cauce: Revista de filología y su didáctica, nº 26, p. 47-65.

§  Riera, Carme (1985), “El otro Machado”, Quimera, Revista de literatura, 50, pp. 46-50.

 

https://lacuevademontesinos.wordpress.com/2016/05/13/redescubriendo-a-manuel-machado-i/

https://lacuevademontesinos.wordpress.com/2017/01/13/redescubriendo-a-manuel-machado-ii/

https://lacuevademontesinos.wordpress.com/2019/03/10/redescubriendo-a-manuel-machado-iii

 



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