SOCIEDAD MEDIEVAL
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LA TABLA REPRESENTA LA SANTA CENA. PERTENECE
A LA IGLESIA DE SANTA MARGARITA DE MURO EN CAMEROS (LA RIOJA -
ESPAÑA
l.
Introducción
La
diversidad de las alimentaciones que coexistieron en las complejas sociedades
catalanas, occitana y provenzal de finales del Medievo dificultan las visiones de
conjunto, los análisis globales1. Para conjurar el peligro del
descriptivismo y de la trivialidad, para trascender el nivel de una petite
histoire soucieuse de pittoresque ou de tragique 2,he
optado por reducir el campo de observación a los sistemas alimenticios
desarrollados por los menestrales urbanos y los campesinos, los dos estamentos
que más claramente «se ganaban el pan con el sudor de su frente», que tenían en
el trabajo manual el principal elemento de integración social y de autonomía
económica. El objetivo de mi reflexión es, pues, modesto: reconstruir y
comparar dos de los regímenes más estrechos y menos innovadores de cuantos
prosperaron, en los siglos XIV y XV, en las riberas del viejo Mare Nostrum,
desde Niza a Orihuela.
Provenza,
Languedoc y Cataluña, como tantas otras regiones occidentales, después de dos
siglos y medio de expansión demográfica, apertura económica y renovación
tecnológica, conocen, a partir de 1250, un cambio de tendencia. En las áreas de
colonización precoz, roturadas espontáneamente durante la Alta Edad Media o,
por presión señorial, en los siglos XI y XII, los campos más ligeros y áridos
se han convertido en improductivos. El déficit crónico de abono, la escasa
potencia del utillaje agrario y la inobservancia prolongada de las rotaciones
-por afán de excedentes comercializables, exigencias de los señores o
sobrecarga demográfica- han roto el equilibrio biológico, siempre precario, de
los suelos. La caída de la productividad provoca que el cultivo de la propia
explotación no garantice ya la autosuficiencia alimentaria a un sector
creciente del campesinado, que se ve obligado a disminuir el consumo, buscar
ingresos complementarios y solicitar reducciones de censos a los señores. En el
patrimonio de la Pia Almoina de la catedral de Barcelona, por
ejemplo, desde 1260, muchas familias payesas se ven obligadas -como ha
demostrado recientemente Tomás López Pizcueta en su tesis doctoral 3-
a pedir una corrección a la baja de sus prestaciones en especie, propter
sterilitatem terre o quare dicta terra est modicum
fructuosa. Esta tendencia alcanzará su máxima intensidad en la segunda
década del siglo XIV, cuando se abre, en Cataluña, como en el resto del
Mediterráneo cristiano, la época «de las dificultades»4.
II. Las repercusiones
de la contracción demográfica y de las crisis agrarias en la
oferta y demanda de alimentos
Las
ciudades, donde el pan, durante los siglos XII Y XIII, se ha convertido en el
componente central de la dieta ordinaria de amplios sectores de la población,
continúan, después
de 1300, aprovisionándose de cereales en los campos circundantes y en los
mercados rurales situados dentro de su zona de influencia, cuya extensión
depende de la magnitud del núcleo a abastecer5. En Barcelona,
durante el último cuarto del siglo XIII, se consumían ya cereales procedentes
de todas las regiones excedentarias de Cataluña y, eventualmente, trigo
aragonés y valenciano. La posibilidad de una penuria empieza a obsesionar a las
capas medias y bajas urbanas, las cuales, conscientes de que sine
agricoltura non facile posse subsistere6, contemplan
con recelo la paralización de las roturaciones y defienden el avance de la
cerealicultura, la conveniencia de reducere terram ad panem7, en
el hinterland de las ciudades. Las agriculturas catalana, occitana y provenzal,
como las de los restantes países mediterráneos, son, sin embargo, mediocres. El
protagonimo de la pequeña explotación payesa en la producción de cereales lastra
la renovación de la tecnología en el campo y la adopción de modelos intensivos.
En una época de alza del consumo de pan, la debilidad crónica de los
rendimientos agrarios, más que las oscilaciones climáticas, complican a menudo
la «soldadura». Durante las coyunturas adversas, los mercaderes, atraídos por
la subida de precios, aportan cereales, en pequeños contingentes y con unos
costes de transporte considerables, desde los mercados exteriores que
frecuentan normalmente. El comercio puede atenuar una carestía pero no
constituye aún, como consecuencia de la lentitud y la baja capacidad de carga
de los medios de transporte disponibles, una defensa efectiva frente a las
crisis de subsitencia.
Ante unas
realidades cada vez menos favorables, Barcelona, Ciutat de Mallorca o Valencia,
siguiendo el ejemplo de Génova y de Venecia, buscan cereales en ultramar y en
los estados circundantes con los que han establecido vínculos económicos
estables, en Sicilia, el Magreb y Castilla. Los concejos, conscientes de esta creciente
dependencia exterior, improvisan una serie de medidas tendentes a estimular la
afluencia de cereales8, a neutralizar las bruscas caídas de la
oferta interior.
Paradójicamente
es entre la población rural, menos organizada políticamente que la urbana,
donde los efectos de las crisis cerealistas se dejan sentir con más intensidad.
Los pequeños propietarios y los payeses, agotadas sus reservas alimenticias y
las de las modestas parroquias inmediatas, se ponen en movimiento y acuden, en
busca de auxilio, a los monasterios o a las ciudades mercantiles,
aprovisionadas con grano de importación.
Las
carestías frumentarias, escasas durante la etapa central de la Edad Media, se
repiten, desde el último tercio del siglo XIII, a un ritmo cada vez más rápido9.
Tradicionalmente se ha venido considerando que las penurias bajomedievales se
iniciaron en el Golfo de León y áreas circundantes en 1333, a raíz de cuya
escasa cocecha los cronistas catalanes coetáneos acuñaron el conocido término
del mal any primer. Unos lustros más tarde, en 1348, se abate
sobre la población occidental un segundo flagelo, la peste. La epidemia provoca
en casi toda Europa unas fuertes pérdidas demográficas y una brusca
contracción, por falta de mano de obra, del área cultivada. En las décadas
centrales del siglo XIV, las explotaciones menos rentables son abandonadas y
las familias payesas huyen de las áreas poco fértiles hacia las tierras mejores
o hacia las ciudades. La emigración alcanza especial intensidad en las comarcas
montañosas, en los Pirineos y las Cévennes, que se convierten, al prosperar
unas estrategias de explotación del espacio iniciadas a finales del siglo XII,
en zonas de pastos de verano para la ganadería intensiva trashumante y en
reservas forestales. Los rebrotes de la peste, las malas cosechas, las plagas,
la conflictividad social y los enfrentamientos políticos retrasan el
restablecimiento de la normalidad hasta las puertas de los Tiempos Modernos.
Las
intermitentes carestías cerealistas, el auge de la ganadería lanar y el alza
subsiguiente de la oferta de carne y de queso serán algunos de los principales
efectos alimentarios del reavance de los yermos. El retroceso de los campos de
cultivo no es imputable sólo a la caída de la fuerza de trabajo, deriva también
de la rigidez de las estructuras agrarias bajomedievales.
Las
repetidas crisis frumentarias obligan a los concejos de las principales
ciudades catalanas, occitanas y provenzales a mirar más allá de los estados
circundantes, a buscar provisiones en territorios cada vez más lejanos, en
Nápoles, la costa Dálmata, Portugal, Normandía, Flandes y Borgoña. El comercio
internacional, hasta 1300, había puesto en circulación artículos de lujo, de
alto valor y poco peso, destinados exclusivamente a los estamentos
privilegiados, y algunos pocos alimentos de primera necesidad, como la sal, los
cereales o el vino. La acentuación de la división social del trabajo, el
incremento de la productividad de los medios de transporte, especialmente de
los marítimos, y la difusión de unas técnicas mercantiles, contables y
financieras más decididamente capitalistas permiten, durante el tercer cuarto
del siglo XIV, la incorporación gradual a los circuitos del gran comercio
internacional de los productos pobres y de los alimentos no vitales. El tráfico
creciente de viandas ordinarias acelera el proceso de especialización regional
y ensancha considerablemente el segmento social que depende, para su
avituallamiento cotidiano, del mercado local. La aristocracia y el patriciado
urbano, con un poder adquisitivo elevado, difícilmente desestabilizable por las
oscilaciones de la coyuntura, serán los grandes beneficiarios de esta
ampliación de la oferta mercantil de alimentos, que les permitirá diversificar
todavía más su ya ancha dieta ordinaria.
Las
dificultades económicas actuaban sobre el conjunto social de forma selectiva,
acentuando la jerarquía interna. Los alimentos -bienes limitados e
imprescindibles- se distribuían, durante la Baja Edad Media, de forma muy
desigual entre los diversos estamentos. Mientras los pobres, incluso en los
años de buenas cosechas, sólo tenían acceso a una estrecha gama de viandas, los
poderosos atravesaban las penurias sin restringir apenas su régimen
alimentario. La escasez y el derroche, el miedo a morir de hambre y el afán por
elevar el techo gastronómico, la anorexia forzosa y la bulimia voluntaria,
coexistían permanentemente; constituían, como ha insistido M. Montanari10,
dos realidades indisociables.
III. Los
sistemas alimenticios
Cada
estamento social desarrolló, entre 1280 y 1500, su propio sistema alimentario,
seleccionó, de acuerdo con sus posibilidades respectivas, una gama más o menos
amplia de víveres, les atribuyó, según un criterio no estrictamente funcional,
un valor determinado y los combinó de forma diferente. El resultado consistió
en una serie de regímenes muy diversos. El proverbio catalán «el ric
menja quan vol, el pobre quan pot i el monjo quan li toca» es
aplicable también a las sociedades pretéritas del Mediterráneo noroccidental.
l. La
sobriedad forzosa de los menestrales y del
«poble menut»
Durante
la Baja Edad Media, las gentes de oficio, los expertos en las actividades
mecánicas, la terça ma12, se convirtieron,
también en las riberas del Mediterráneo noroccidental, en el estamento más
representativo de la población urbana. El análisis de sus sistemas alimenticios
no constituye, a pesar de su representatividad social, una tarea fácil, puesto
que la documentación relativa a la vida privada, a medida que vamos
descendiendo en la escala social, se hace más escasa e inexpresiva. Tanto para
el artesano que disponía de obrador propio como para el asalariado que
trabajaba por cuenta ajena, comer cada día constituiría una preocupación
constante. La escasa cuantía13 y la
irregularidad de sus ingresos les hacían especialmente vulnerables frente a las
oscilaciones de precios de los alimentos, puesto que, al no disponer de
propiedades rurales, dependían, para su abastecimiento diario, del mercado
local.
La dieta
ordinaria de los estamentos populares urbanos se apoyaba sobre el pan de trigo14,
por lo menos en las épocas normales, a cuya adquisición consignaban la mitad
aproximadamente de su presupuesto alimentario. Inicialmente la mayoría de las
familias menestrales preparaba el pan en casa15 y lo cocía
fuera, en el horno del barrio, cuyo concesionario se quedaba, en pago por su
trabajo, una parte de la hornada, normalmente 1/20, que destinaba a la venta.
Desde mediados del siglo XIV, se difunde, sin embargo, la costumbre de encargar
la fabricación del pan cotidiano a un panadero, a quien se entregan
periódicamente partidas de cereales, o de adquirir el panl6 en
una fleca de ros, tahona especializada en la manipulación de
harinas integrales de trigo, más baratas que las refinadas17. Este
cambio de usos, que parece obedecer a un afán por consumir pan de mayor calidad,
más reciente y menos duro, estimula a los poderes locales a construir nuevos
hornos18 y consolida el ascenso económico y social de los panaderos, que se
convierten, junto con los pañeros y los
carniceros, en una auténtica aristocracia menestral. Esta mejora de las
expectativas profesionales provoca un desplazamiento casi sistemático de las
mujeres, al frente de las tahonas, por los hombres. La fabricación de pan para
la venta, que empezó como una actividad femenina, se transforma, en la segunda
mitad del siglo XIV, en una digna y rentable
tarea masculina19.
Durante
las frecuentes crisis frumentarias, las autoridades municipales repercutían la
restricción de la oferta de cereales en el peso y la
composición del pan, no en el precio, que procuraban mantener inalterado20,
limitaban la cuantía del hornaje, colocándola por debajo de 1/25 de las
unidades cocidas21, y adoptaban
una serie de medidas tendentes a incrementar la oferta de cereales22•
El concejo, consciente del importante papel que este producto jugaba en el
régimen alimenticio de amplios sectores de la población urbana, ejerció siempre
un control estrecho sobre el comercio de granos23 y sobre el
funcionamiento de los hornos y de las
tahonas de la ciudad24, a fin de garantizar a las capas subalternas
un abastecimiento fluido de pan, amortiguando las oscilaciones de precio
y de calidad. Las piezas que los supervisores oficiales consideraban
fraudulentas, por falta de peso o de calidad, eran incautadas al panadero y se
distribuían entre las instituciones caritativas de la ciudad25•
La ración
diaria de pan oscilaría, en función del precio del trigo, entre los 400 y los
700 gramos por persona. El pan se había convertido en un alimento tan esencial
que, antes de 1200, se le atribuyó un fuerte simbolismo religioso. Cuando, a
mediados del siglo XII, se generalizaron entre todos los estamentos de la
sociedad las misas de difuntos, se impuso la costumbre de entregar, en el
ofertorio, un pan de un dinero, usanza que continuaba vigente en Barcelona
hacia 1400.
El
consumo de carne fresca, entre la pequeña burguesía, retrocedió
sustancialmente, en cambio, entre 1100 y 135026, a pesar de las
medidas adoptadas por los oficiales reales y los ediles para evitar las bruscas
oscilaciones de precios27 y garantizar su salubridad28•
Los menestrales, incluso después del auge experimentado, a raíz de la Peste
Negra, por la ganadería, sólo tenían acceso a las variedades menos selectas y
más baratas: la cabra, la oveja29, el macho cabrío y la cerda30•
El carnero3I se reservaba para los escasos ágapes
extraordinarios, festivos o funerarios32• La exigua presencia de
carne fresca en la dieta cotidiana33 producía frustración entre
las familias menos solventes, que la consideraban, como los restantes
estamentos sociales, el mejor sustento para el hombre, una vianda que ayudaba a
conservar la salud y a superar la enfermedad. Su carencia era compensada
parcialmente con tocino salado34 y algunas legumbres y verduras
de poco valor. Los potajes de habas, lentejas o guisantes35, las
menestras de col y cebolla, y las sopas de pan duro con caldo de carne salada
debían de aparecer a menudo en las mesas humildes. La calabaza, en verano, y
las espinacas y los puerros, en invierno, aportarían un poco de fantasía a este
régimen monótono. La fruta, considerada como un alimento superfluo, como un
lujo reservado a las clases altas, ocupó, en cambio, un lugar periférico en la
dieta ordinaria del poble menut.
El vino
corriente de la tierra enriquecía en hidratos de carbono una dieta deficitaria
en lípidos y proteínas. El consumo diario por persona se situaría por debajo de
los tres cuartos de litro, nivel propio de los miembros de la alta burguesía36•
La penuria de vino se revela, en las grandes ciudades, como más soportable que
la de pan. En los años de mala vendimia, el consistorio se limita a liberalizar
las importaciones y no pone en funcionamiento ningún otro de los mecanismos
ideados para superar las crisis cerealistas. La escasez de vino sólo inquieta a
los responsables municipales durante las epidemias o cuando la calidad del agua
suscita recelos entre amplios sectores de la población. El concejo de Barjols
(Var), en octubre de 1403, busca vino en el exterior, para atender las
necesidades de los numerosos vecinos enfermos, testimonio interesante de las
virtudes curativas atribuidas, a finales de la Edad Media, al vino en Provenza37•
Los médicos catalanes, en cambio, no incluyen el vino entre los posibles
remedios de la peste, desaconsejan el consumo, durante las epidemias, de los
caldos fuertes y dulces38, recomiendan reducir sensiblemente las
raciones y sugieren concentrar su ingestión al final de las comídas39•
Con vino blanco y una amplia gama de componentes vegetales, la farmacología
mediterránea bajomedieval, continuando una tradición heredada de los árabes,
preparaba un conjunto de bebidas medicinales, para remedio de numerosas
enfermedades, como la depresión, la amnesia, la ictericia, el asma, las
ventosidades o el restreñimiento40• La incidencia
de estas recomendaciones en las prácticas alimentarias de los estamentos
populares, para quienes la medicina universitaria constituía un lujo
inalcanzable, debió de ser, sin embargo, escasa.
En los
días penitenciales, un trozo de queso, de sardina, anchoa o congrio salados41,
o un huevo constituirían el companaje normal. El pescado fresco, con una oferta
bastante más baja, incluso en las ciudades marítimas, que la de la carne, se
vendía, excepto el delfín, el atún, la sardina y la corvina, a unos precios42 poco
asequibles para la menestralía. Las autoridades municipales, conscientes de
este problema, procuraban asegurar el abastecimiento, atenuar las oscilaciones
de precios y erradicar los fraudes. El control concejil era especialmente
intenso durante la Cuaresma, cuando la demanda alcanzaba sus cotas máximas. En
las poblaciones interiores, durante el verano, el pescado de mar, por razones
higiénicas, sólo se vendía salado. La pesca, incluso la recién capturada en los
mares cercanos, la más sabrosa, suscitaba escaso entusiasmo entre amplios
sectores de la sociedad, que, al considerarla como una vianda de calidad
inferior a la de la carne, poco atractiva, más apta para la mortificación que
para el deleite, circunscribían su consumo a las jornadas penitenciales43.
La presencia periódica del pescado en las mesas populares obedecía más a una
imposición eclesiástica que a una opción de los comensales, de ahí que las
familias artesanas no le asignaran un lugar importante en su presupuesto
alimentario y prefirieran reservar los escasos recursos disponibles para la
compra de otros manjares más suculentos y apetecibles.
La dieta
podía llegar a ser, en las capas más bajas, muy estrecha y poco variada; un
sector de la población urbana tendría que conformarse con unas rebanadas de pan
negro de cebada, cebollas, ajos y, eventualmente, un pequeño trozo de tocino,
acompañados de agua o de vinagre44, régimen con un contenido
calórico inferior al que ofrecían, durante la primera mitad del siglo XIV, las
instituciones caritativas a algunos pobres locales. Para quienes vivir no era
más que subsistir, la dieta que Francesc Eiximenis proponía como normal entre
las familias de la pequeña burguesía, un plato de carne o de pescado, para
almorzar, y otro de pescado o huevos, para cenar45, constituiría un
anhelo poco menos que inalcanzable. La obligada sobriedad que presidía los
hogares populares explica que sus moradores considerasen -como los campesinos
coetáneos- la abundancia y diversidad de alimentos como la antesala de la
felicidad46•
2. La anhelada y problemática
autosuficencia de los campesinos
La
reconstrucción y el análisis de los sistemas alimenticios rurales, aunque las
sociedades mediterráneas bajomedievales continuaron siendo eminentemente
agrarias, constituyen para el historiador dos problemas complicados, puesto que
la documentación disponible es todavía menos variada y expresiva que la
correspondiente a los estamento s populares urbanos. No disponemos, para
rehacer las dietas, de fuentes directas y la información aportada por la arqueología
es, por el momento, muy puntual y dispersa, no ha dado origen todavía a
síntesis interpretativas bien elaboradas. La población rural, por otra parte,
no era, en la etapa final de Medioevo, un estamento uniforme sino fuertemente
jerarquizado: el régimen de los payeses grassos, acomodados,
con tierras suficientes como para subestablecer parte de ellas a familias
pobres, a cambio de censo y derecho de entrada, cuyos ingresos ordinarios les
permitían frecuentar los mercados cercanos, debía de ser bastante más abundante
y variada que la de los campesinos menuts, faltos de
recursos, a quienes unos patrimonios reducidos y unas exigencias señoriales
fuertes obligaban, para poder sobrevivir, a ofrecer su trabajo, durante las
mieses y los demás períodos de faenas estacionales, a los grandes y medianos
propietarios. Para estas capas bajas de la sociedad rural, con una escasa
capacidad de ahorro, la autosuficiencia alimentaria constituiría aún el modelo
más atractivo47• Muchas familias se esforzarían por extraer de sus
tierras los alimentos que necesitaban y sólo adquirirían, en los mercados,
aquellos que no eran capaces de producir directamente, opción que, al no
estimular los cambios, conferiría una estabilidad especial a su dieta
ordinaria. Marc Bloch ya puso de manifiesto que los regímenes alimenticios,
entre los siglos XI y XVIll, evolucionaron a un ritmo mucho más lento en el
campo que en la ciudad.48
El
contacto directo con los medios de producción y el papel marginal asignado al
mercado en su abastecimiento alimentario garantizaban a los pequeños
propietarios y a los colonos, en los años normales, una notable seguridad, muy
superior a la que disfrutaba paralelamente las capas bajas urbanas. Su sistema
de aprovisionamiento no estaba exento, sin embargo, de incovenientes, puesto
que, en las épocas de carestía, abandonados a sí mismos y carentes de unas
estructuras administrativas capaces de organizar las adquisiciones de cereales
en áreas lejanas, el hambre les obligaba -{;omo ya se ha expuesto- a acudir a
las grandes ciudades en busca de sustento.
En las
casas rurales, incluso en las más humildes, siempre hay, en los años normales,
unas cuarteras de cereales, algunas piezas de carne salada y varios recipientes
con vino49• El autoabastecimiento cerealístico, en bastantes casos,
constituiría, sin embargo, más un afán que una realidad, como se desprende de
la alta frecuencia con que aparecen, en la documentación notarial conservada,
los préstamos en grano, modalidad de crédito rural que alcanzaba sus cotas
máximas a principios de otoño, coincidiendo con la siembra, y, sobre todo,
durante la primavera, en la época de la «soldadura». No son escasas las
familias campesinas que, entre marzo y junio, para poder subsistir mientras
llegan las mieses, se ven obligadas a solicitar, incluso en los años de
meteorología favorable, algunas medidas de cereales a los miembros más
solventes de la propia comunidad o a los señores.
El
alimento básico, para todos los labradores, era el pan, que había adquirido,
también en el campo, una marcada simbología religiosa; tanto los pequeños
propietarios como los colonos acostumbraban a consignar en su testamento una
cantidad de pan para los pobres: Joan Armentera, de Santa Maria de Corcó
(Osona), lega, en 1441, una cuartera de trigo50; los indigentes que
acudan a su funeral recibirán, pues, un pequeño pan blanco, un manjar poco
menos que exquisito para una amplia franja de la población rural, puesto que,
por esta época, sólo lo consume en los banquetes o cuando efectúa determinadas
prestaciones laborales en la reserva de algunos señoríos51• Las
mujeres masoveras, al disponer normalmente, como ponen de manifiesto los
inventarios, de artesa, lebrillos, cedazos52 y horno propios53,
no necesitarían, para preparar las hogazas, ninguna colaboración externa,
difícil de obtener en una explotación aislada. En las aldeas, bastantes
familias amasaban el pan en casa y lo cocían, en cambio, en el horno público,
que pertenecía al rey o al señor. Junto al molino, el horno se ha convertido,
durante los siglos XII Y XIII, en una importante fuente de rentas. El titular,
durante la Baja Edad Media, no suele explotar directamente el horno, acostumbra
a arrendarlo a un particular o a la propia comunidad, la cual lo confía, a su
vez, a uno o varios vecinos, quienes aseguran su funcionamiento.
El pan de
los payeses acomodados, como los titulares del mas L' Avenc54, en
Tavertet (Osona), era de trigo; el de las familias normales de mezcla de
cereales, de trigo y cebada55, de trigo y centeno56 o
de centeno y mijo57. En los hogares pobres se
consumiría frecuentemente pan de cebada58, de centeno59 y
de espelta60• Un sector importante del campesinado reservaba el
cereal «noble» para el mercado. La necesidad de disponer de unos recursos
mínimos en metálico, para pagar los censos, las cargas fiscales y las compras
de los pocos artículos manufacturados y alimentos
que no eran capaces de producir, le obligaba a renunciar al trigo, cuyo cultivo
prosperaba también en las pequeñas explotaciones. El color y textura de la hogaza,
en las áreas rurales, dependían, pues, del grado de solvencia del destinatario.
El nivel
de renta de los payeses se refleja también en la composición cualitativa de su
dieta ordinaria, en la incidencia del pan en el presupuesto alimentario, que,
entre los trabajadores de las encomiendas hospitalarias provenzales, oscila,
hacia 1340, entre 55 y el 70%. Los labriegos, a mediados del siglo XIV,
consumen normalmente, pues, mucho pan de calidad media o baja y poco companaje.
La revalorización de la fuerza de trabajo provocada por la Peste Negra
repercutirá favorablemente, sin embargo, en las condiciones de vida de las
capas más representativas de la población rural, en cuyo sistema alimenticio el
pan retrocederá frente al companaje y al vino; en el dominio real de Gardane
(Bouches du Rhone), el manjar básico, en 1457, ya sólo significa el 45% del
valor global de la dieta de los campesinos. Estos cálculos, efectuados por
Louis Stouff61 a partir de las raciones ofrecidas, en Provenza,
por dos poderosos señores, la Orden del Hospital y el rey Renato de Anjou, a
sus respectivos payeses, cuando estos acudían a la reserva para realizar los
servicios laborales, no pueden extrapolarse, sin las correspondientes
comprobaciones documentales, al conjunto de los territorios del Mediterráneo
noroccidental; fuera de los núcleos centrales de la gran propiedad de los
valles del Ródano y el Durance, sólo tienen un valor indicativo. Es probable
que el cambio alimentario, en los mansos coloniles y en las aldeas de pequeños
alodieros, avanzase a un ritmo algo más lento.
Las
transformaciones experimentadas, en la etapa final de la Edad Media, por la
economía y la sociedad rurales se tradujeron en una mejora cualitativa de la
alimentación campesina, en una presencia más frecuente de la carne en las mesas
de los payeses62, proceso que no se desarrolló sincrónicamente ni
alcanzó las mismas cotas en las diversas regiones de Occidente.
Estas
mutaciones económicas, sociales y alimentarias no erradicaron, sin embargo, las
crisis de subsistencia, sólo las distanciaron en el tiempo. Cuando reaparecía
el hambre y se agotaban las reservas de comestibles ordinarios, los labradores,
para poder sobrevivir, se veían obligados, como en las peores épocas del
pasado, a rebajar al máximo sus exigencias y a integrar en su dieta cotidiana
el salvado, las raíces de plantas silvestres, los helechos, la grama, las
pepitas de uva, la corteza de árboles, las cáscaras de nuez o de almendra, el
polvo de teja63 y otros alimentos inmundos, de difícil digestión
y escaso contenido nutritivo. Durante las penurias, las fronteras alimenticias
entre hombres y animales se atenuaban hasta desaparecer: el sorgo, por ejemplo,
pasaba del comedero de los cerdos a la mesa de los campesinos, los cuales,
finalizadas sus existencias, acudían, para atenuar su hambre, al salvado,
disuelto en agua caliente64•
El miedo
a morir de inanición, desigualmente repartido entre los diversos estamentos
sociales, más fuerte en el campo que en la ciudad, constituye, según Robert
Mandrou65, uno de rasgos más característicos de la Europa
preindustrial. Los temas del hambre, del abandono de niños e incluso del
canibalismo, tan comunes en el folklore occidental del bajo medioevo y de la
alta modernidad, reflejan también este temor, omnipresente, de carecer de
comida. Los antiguos mitos inversos, de las comilonas y los banquetes, que, en
el siglo XIII, dan origen, en Francia, a la fábula de la Cocaigne, y,
en Inglaterra, al poema The Land of Cockaygne66, dimanan
también de esta misma inquietud.
La
cantidad de carne integrada en la dieta ordinaria variaba, como la del pan, en
función de los recursos del titular, pudiendo llegar a ser, incluso después de
la Peste Negra, muy escasa entre los estratos inferiores67; las
variedades más consumidas eran la oveja, el cordero y la cabra, durante la
primavera y el verano, el cerdo salado68, en invierno, y la gallina,
en cualquier época del año69• En la Alta Edad Media, el cerdo,
criado en estado bravío, en los amplios espacios boscosos de uso comunal, había
desempeñado un papel importante en el sistema alimenticio de los campesinos70,
al garantizar una aportación, relevante y continua de salazones y embutidos a
su dieta cotidiana. Durante los siglos centrales del Medioevo, el retroceso de
las masas forestales y la paulatina regulación de su acceso repercutieron
negativamente sobre la ganadería porcina, el consumo de cuya carne experimentó,
entre las capas bajas rurales, una fuerte caída. El reavance de los yermos
subsiguiente a la Peste Negra no constituye tampoco un estímulo eficaz para
este sector. Los campos abandonados por la contracción de la mano de obra rural
no se transforman en bosques de encinas o robles, sino en praderas naturales,
un tipo de paisaje más apto para los rumiantes que para los suidos (cerdos,jabalíes
nota del editor web). Mientras la ganadería ovina, que proporcionaba lana y
leche, además de carne, experimenta, desde 1350, un crecimiento ininterrumpido,
como se desprende del auge de la trashumancia en los países mediterráneos, la
de cerda, al pasar de bravía a estabulada, acelera su ocaso. La caza, que había
constituido, en el Alto Medioevo, una actividad muy habitual entre los
campesinos, también chocó, entre 1150 y 1350, con las eficaces restricciones
impuestas por los poderes locales a la libre explotación de las florestas. El
despoblamiento rural y las concesiones efectuadas, para evitar la fuga de mano
de obra, por los señores permiten de nuevo a los payeses, durante el tercer
cuarto del siglo XIV, abastecerse de carne fresca, miel, frutos silvestres y
setas en los bosques. La situación se revelará, sin embargo, como transitoria,
puesto que los grandes terratenientes, superada la fase álgida de la crisis,
restablecerán paulatinamente el control sobre sus yermos. Los conejos, las
liebres, los gallos, las perdices y las becadas retroceden, a lo largo del
siglo XV, en la dieta de los campesinos, sin llegar a desaparecer. El vacío
generado por su caída será colmado por la oveja y la cabra, presentes en todas
las explotaciones, incluso en las más pequeñas.
El queso,
especialmente en la comarcas de montaña, se empleaba como substituto o
complemento de la carne71. En unos países relativamente secos,
donde, excepto en las áreas de pastos de altura y en las grandes reservas
señoriales, las vacas se destinaban al tiro y no a la recría, eran las ovejas y
las cabras las que garantizaban la mayor parte de la leche necesaria para
elaborar los quesos. Raras serían las casas rurales, dada la frecuente
presencia de este producto lácteo en los censos en especie72, que no
dispusieran de los instrumentos indispensables para la caseificación73.
En algunos contratos de cesión de ganado, se estipula que el concesionario y el
cedente de los animales se repartirán los quesos producidos con su leche.
Con
legumbres y verduras, dos víveres fáciles de obtener en el campo, las mujeres
payesas preparaban potajes y menestras74, dos platos bien conocidos
en muchos hogares rurales75• Las habas, los guisantes, las lentejas,
los garbanzos y las arvejas, cuyos cultivos arraigaban tanto en los regadíos
como en los secanos, donde alternaban con el de los cereales76,
aparecen citados a menudo en la documentación generada, en los siglos XIV y XV,
por los labriegos mediterráneos. Las habas, que se consumían tanto frescas como
secas, ocupaban un lugar destacado en la alimentación campesina y eclipsaban a
las restantes legumbres. Las verduras, cultivadas casi exclusivamente en los
pequeños huertos familiares, eran también numerosas, aunque no todas
desempeñaban un papel idéntico en la dieta ordinaria de los payeses. La col, en
alguna de sus tres variantes, verde, blanca o repollo, se consumía, en otoño e
invierno, varias veces por semana. Los puerros y las espinacas, con una
producción bastante más estrecha, aportaban un poco de variedad a los potajes
durante los largos meses presididos por la col. La cebolla y el ajo77 constituyen,
todavía hoy, dos condimentos básicos, indispensables, en las cocinas populares
mediterráneas. Estas cinco hortalizas, que algunos naturalistas calificaban de alimentos
vulgares, impropios de gente selecta78, entraban regularmente,
crudas, hervidas, fritas o guisadas, en el companaje de los labradores
catalanes, occitanos y provenzales. La calabaza, el pepino, el nabo, el rábano,
la acelga, la borraja, la lechuga y la verdolaga aparecían con bastante menos
frecuencia en las mesas rurales. Las mujeres payesas sazonaban sus guisos con
algunas plantas aromáticas, como el tomillo, la mejorana, la albahaca, el
laurel, el hinojo o la salvia, de fácil recolección o cultivo en las soleadas y
secas riberas mediterráneas. La fruta fresca, aunque su consumo experimentase
un cierto crecimiento, no rebasó, en la dieta ordinaria de amplios sectores del
campesinado, el papel de componente secundario, de alimento de lujo, impropio
de los estamentos populares.
La bebida
ordinaria es, como en la ciudad, el vino local, cuya calidad depende tanto de
las características edáfico-climáticas de la comarca como del instrumental y la
experiencia acumulados por la familia elaborante. Las dietas previstas en las
pensiones alimentarias y las raciones distribuidas por los agentes señoriales
entre los trabajadores del campo, incluso las correspondientes a mujeres,
comprenden siempre, además del pan y el companaje, el vino. Los pequeños
propietarios y los colonos, como los restantes estamentos sociales, no
renuncian a la bebida espiritosa ni en las jornadas de mortificación; la dureza
del trabajo y una dieta cotidiana escasa en carne pueden justificar, en este
caso, la inclusión de un componente euforizante en unas comidas destinadas a
disciplinar los instintos. El lugar central que los campesinos asignan al vino
en su sistema alimentario explica que cada explotación disponga de viñas y de
bodega79• Las familias rurales sólo acuden al mercado en busca de
vino cuando han agotado el propio; de sus viñas esperan la autosuficiencia en
caldos y, subsidiariamente, excedentes para comercializar.
Durante
las mieses, la vendimia y la siembra, la comida fuerte sería la cena, puesto
que los campesinos no dispondrían de tiempo, al mediodía, para regresar a casa;
el almuerzo, durante estas jornadas de intenso trabajo, se efectuaría en el
campo y consistiría, como hasta bien entrado el siglo XX, en un buen trozo de
pan, una cantidad considerable de vino, una pequeña porción de carne salada,
embutido o queso, algunas verduras u hortalizas crudas, aceitunas y frutos
secos.
En los
días de abstinencia, la dieta giraba en tomo al queso, los huevos o el pescado,
que sólo se consumía fresco en las inmediaciones de las numerosas pesqueras
fluviales y en el litoral. Las especies más asequibles, en las regiones
interiores, eran la trucha, el lucio, el barbo y la tenca. Los payeses de las
franjas costeras cumplirían, en cambio, algunas de las frecuentes restricciones
alimentarias con sardinas, arenques y congrio, alimentos que, a diferencia del
queso o los huevos, adquirirían en los mercados locales o directamente de los
pescadores. La salazón y el ahumado, dos operaciones que bastantes familias
rurales practicaban con asiduidad, permitían escalonar el consumo del pescado,
una de las viandas más perecedera, a lo largo del año. Durante la estación
cálida, por razones sanitarias, las conservas desplazaban casi íntegramente, en
las mesas campesinas, al pescado fresco.
Las
jornadas festivas, bastante menos frecuentes que las penitenciales, se
celebraban, en los hogares campesinos, con una comida extraordinaria, cuya
composición podemos
intuir a través de los almuerzos que los colonos ofrecían periódicamente a sus
señores y de los banquetes colectivos rurales. Los payeses, cada año, renovaban
simbólicamente la fidelidad y la sumisión a su señor, «invitándole» a un ágape,
que, en la zona de Collsacabra (Osona), constaba normalmente de pan, vino y
carne asada o guisada con coles80• Las comidas comunitarias, en el
campo, solían ser convocadas por los concejos o las cofradías, con motivos
diversos, tales como la finalización de algún servicio laboral colectivo, la
admisión de un nuevo miembro o la celebración de una sesión extraordinaria. En
Castilla la Vieja, a principios del siglo XVI, los participantes en estos
banquetes rurales reciben un potaje de legumbres con verduras, tocino salado y
harina, un plato principal de carne asada, normalmente de camero o de
volatería, pan blanco, vino, frutos secos y miel, en la estación fría, o fruta
del tiempo, durante la primavera y el verano81. Los menús de
fiesta -el máximo gastronómico a que podía aspirar el sector más representatvio
del campesinado- no experimentarían, en una época en que el sistema alimenticio
de una persona dependía más -como ya se ha expuesto- del estamento social a que
pertenecía que de la lengua que hablaba, cambios importantes al pasar del valle
del Duero a Cataluña y a los restantes países del Mediterráneo noroccidental. Debería
de ser durante estas jornadas alegres cuando aparecerían en las mesas
campesinas las placentulas, tortas de harina de trigo, queso
tierno y miel82, uno de los pocos dulces rurales documentados en la
Catalunya bajomedival.
El ideal
alimentario de los campesinos ha quedado reflejado eventualmente en algunos
contratos concertados en el seno del grupo familiar. Pere de Vallmanya y su
esposa Guillemona, hacen donación dotalicia, en 1392, de todos sus bienes,
sitos en el castillo de Celma, a su hija Llorença, para que pueda contraer
matrimonio con Bernat de Bofarull, de Brafim, con la condición de ser
mantenidos por los futuros esposos. En el convenio se especifica que, si surgen
discordias entre ellos, si la convivencia se revela imposible, el yerno les entregará
anualmente: cuatro cuarteras de trigo, cuatro cuarteras de cebada, un sextario
y medio de vino, una bota maresa, un cerdo de los mejores
existentes en la masada o, en su defecto, diez sueldos, las bellotas necesarias
para su alimentación, diez somadas de leña, el huerto llamado el Batidor,la
casa conocida como el Seler, la cama que ya usan, cuarenta
sueldos para vestido y calzado, unos mandiles y un par de servilletas83;
el donatario les deberá permitir, además, disponer de dos pares gallinas en las
dependencias del manso y estará obligado a pastorear gratuitamente, casu
quo vos habeatis sive oves sive cabras, diez cabezas de ganado menor.
Un matrimonio payés de finales del siglo XIV sólo anhela, en la vejez, poder
disponer de pequeños contingentes de pan de mezcla de cereales, de vino, de
carne de cerdo, oveja o cabra, de verduras y legumbres, de queso y de huevos, y
de leña para el hogar; no tener que depender del mercado más que para el
vestido y el calzado. Sus deseos los habrían suscrito sus antecesores de la
etapa central del Medievo.
IV.
Conclusiones
Entre
1100 Y 1280, un conjunto de fenómenos heterogéneos pero convergentes, como el
alza de la población, el avance de los frentes roturadores a expensas de los
yermos, la instauración del orden feudal en el campo, la reactivación de los
intercambios mercantiles, el despertar de las ciudades, la difusión del uso de
la moneda y del crédito, y el triunfo de una mentalidad económica más dinámica,
ha dejado sentir sus efectos sobre amplios sectores de la población europea,
modificando sus respectivos sistemas alimenticios. La dieta ordinaria de los
estratos sociales inferiores ha perdido, durante estos ciento ochenta años, la
diversidad que la caracterizó durante la Alta Edad Media; los cereales han eclipsado
las restantes viandas, relegándolas, como en la época romana, a la condición de
companaje.
La
capacidad de crecimiento de las sociedades feudales, que no era ilimitada, toca
techo a finales del siglo XIII. El equilibrio, siempre precario, entre población
y recursos se quiebra y reaparece el hambre. Este cambio de tendencia no es
imputable sólo a un dispar comportamiento de la demografía y de la oferta
global de alimentos, obedece también a muchas otras causas, de naturaleza
diversa.
El trigo
Y los demás cereales panificables provienen de los campos de cultivo
permanente. La capacidad de reacción de la agricultura mediterránea frente a
los nuevos tiempos, como consecuencia de una tecnología débil y unas
estructuras rígidas, es bastante limitada. La fragilidad crónica de los
rendimientos, más que las oscilaciones climáticas, provoca periódicamente
problemas de abastecimiento. Las penurias de grano, escasas durante la etapa
central de la Edad Media, se repiten, desde principios del siglo XIV, con frecuencia,
provocando periódicas situaciones de emergencia.
La
expansión de las ciudades y los cambios en la dieta ordinaria de amplios
sectores de la población urbana, al romper paulatinamente los antiguos
equilibrios regionales, acentúan, desde 1300, la dependencia del mercado local
de alimentos del gran comercio internacional. Los concejos de las principales
urbes, conscientes de esta dependencia exterior, improvisan una serie de
medidas tendentes a estimular la afluencia de cereales, a contener los peligrosos
efectos de las bruscas caídas de la oferta interior. Los hombres de negocios,
hasta principios del siglo XIV, habían puesto en circulación preferentemente
artículos de lujo, de alto valor y escaso peso, destinados a los estamentos
privilegiados, y algunos alimentos imprescindibles, como la sal, el trigo y el
vino. La acentuación de la división social del trabajo, el incremento de la
productividad de los medios de transporte, especialmente de los marítimos, y la
difusión de unas técnicas mercantiles, contables y financieras más
decididamente capitalistas permiten, desde el segundo tercio de la centuria,
que los artículos pobres y los comestibles no vitales efectúen desplazamientos
cada vez más largos. Esta reducción progresiva de la incidencia de los costos
de transporte en el precio de los alimentos ordinarios posibilita una cierta
especialización regional y amplía considerablemente el sector de consumidores
que dependen, para su abastecimiento cotidiano, del mercado. La aristocracia y
el patriciado urbano, con un poder adquisitivo elevado, con una gran capacidad
de resistencia frente a las oscilaciones de precios, serán los grandes
beneficiarios de esta ampliación de la oferta mercantil de alimentos, que les
permitirá diversificar aún más su ya amplia dieta ordinaria.
Las
dificultades económicas y los cambios estructurales actúan sobre el conjunto
social de forma selectiva, acentuando su jerarquización interna, incrementando
las diferencias que separaban las dietas cotidianas de los grupos poderosos de las
de los estamentos populares.
Entre el
sistema alimentario de los menestrales y el de los campesinos las coincidencias
preponderan claramente sobre las discrepancias. Ambos giran en tomo al pan,
cuya incidencia en el valor global de la dieta pasa, entre 1300 y 1450, del 65
al 45%. El vino y los potajes de legumbres y venduras integran el companaje
ordinario. La presencia de la carne fresca, muy escasa durante la primera mitad
del siglo XIV, se incrementa ligeramente después de la Peste Negra. Un trozo pequeño
de cabra, oveja o cerda, tres animales de escaso valor, alegra, a finales del
Medioevo, dos o tres veces por semana, las mesas de los estamento s subalternos
rurales y urbanos. El queso, el pescado salado o los huevos acompañan, en los
días penitenciales, al pedazo de pan y al jarro de vino. La fruta, el pescado
fresco y las carnes finas (el carnero y la volatería) ocupan un lugar
periférico en la dieta del poble menut, para el que
constituyen alimentos superfluos o de lujo, cuyo consumo continúa circunscrito
a los banquetes. La agricultura, que el triunfo del Feudalismo había convertido
en la principal fuente de alimentos, conservó su protagonismo durante la
primera mitad del siglo XlV.
El avance
de los pastos y el auge de la ganadería permiten a las capas bajas rurales y
urbanas, después del crac demográfico de 1348, diversificar su régimen
ordinario e incrementar el consumo de queso y carne, dos viandas que, sin
embargo, no conseguirán desplazar al pan, el vino y las legumbres del centro
del sistema alimenticio. En las mesas populares del Mediterráneo noroccidental,
los manjares de origen vegetal continúan eclipsando, a fines del Medievo, los
de procedencia animal.
Ciudad y
campo constituían, desde 1200, dos ámbitos económicos complementarios, es lógico,
pues, que las cocinas de sus respectivos estamentos subalternos, en la última
fase de la Edad Media, no coincidan plenamente. Mientras que amplios sectores
del campesinado no desdeñan la hogaza de mezcla de cereales, los menestrales,
en los años normales, consumen pan integral de trigo. La composición de los
potajes y las menestras rurales es algo más diversificada que la de los
urbanos; a la ciudad sólo llegan las verduras, las legumbres y los condimentos
de cierta calidad, los costes de transporte impiden la circulación
extracomarcal de las variedades más bastas. La caza continúa desempeñando, a
pesar del retroceso experimentado desde el siglo XII, como consecuencia de las
restricciones impuestas por los poderes locales a la libre explotación de los bosques,
un papel más importante en el sistema alimentario de los payeses que en el de
los artesanos. Las diferencias principales que separan ambas cocinas dimanan de
los mecanismos de aprovisionamiento: los campesinos, en contacto directo con
las sementeras y los yermos, producen la mayor parte de los alimentos que
consumen y acuden al mercado más a vender artículos de calidad que a adquirir
viandas ordinarias; los estamento s bajos urbanos, al no disponer de cosecha
propia, compran la casi totalidad de los componentes de sus comidas cotidianas
en la plaza. Los problemas alimentarios, en los años normales, son inferiores
en el mundo rural que en el urbano; la situación cambia, sin embargo, durante
las crisis de subsistencia, cuando los labradores, desprovistos de
instituciones administrativas capaces de atraer trigo desde áreas lejanas,
tienen que acudir, en busca de víveres, a las grandes ciudades, abastecidas con
grano extranjero por los mercaderes y el concejo. La estrecha vinculación al
mercado permite a los menestrales, a medida que las viandas ordinarias no
imprescindibles se incorporan a los circuitos del comercio internacional,
renovar paulatinamente su prácticas culinarias. Los planteamientos autárquicos
confieren, por el contrario, una notable rigidez a la dieta de los campesinos.
El cambio alimentario, a nivel de estamentos sociales subalternos, avanza,
pues, bastante más deprisa en los núcleos urbanos que en las áreas rurales.
NOTAS
1. En
el seno de las formaciones sociales jerarquizadas, coexisten siempre diversas
escalas de valores, diferentes visiones del mundo. Estas mentalidades dispares
condicionan la actuación privada y pública de las personas, conforman las
relaciones que establecen con los otros hombres y mujeres, con la naturaleza y
con la divinidad, influyen en la manera como resuelven sus necesidades
biológicas, afectivas e intelectuales. La religiosidad de un señor feudal fue
muy diferente a la de un campesino, como lo fue también su sexualidad:
espontánea y natalista entre los poderosos, para quienes un linaje amplio
reforzaba su poder, fuertemente controlada entre los payeses, que se veían
obligados a adaptar, en la medida en que se lo permitían sus empíricos
conocimientos fisiológicos, la magnitud de la familia a la extensión del patrimonio.
A cada estrato social le corresponde también un sistema alimenticio específico,
que le define como grupo. La alimentación, en cualquier época, constituye un
hecho cultural estrechamente relacionado tanto con el nivel material
(biológico, económico, técnico) como con las estructuras mentales y el
imaginario colectivo de cada estamento diferenciado [J. L. FLANDRIN, Historia
de la alimentación. Por una ampliación de perspectivas, «Manuscrits»,
6 (Barcelona, 1987), p. 12. M. MONTANARI, Storia, alimentazione e
storia dell'alimentazione. Le fonti scritte altomedievali, «Archeologia
Medievale», VIII (Firenze, 1981), p. 36. A. RIERA MELIS, El sistema
alimentario como elemento de diferenciación social en la Alta Edad Media.
Occidente, siglos VIII-XII, «Representaciones de la sociedad en la
Historia. De la autocomplacencia a la utopía», Valladolid, Instituto de
Historia Simancas, 1991, pp. 10-11. IDEM, Alimentació i poder
a Catalunya al segle XII. Aproximació al comportament alimentari de la
noblesa, «Revista d'Etnologia de Catalunya», 2 (Barcelona, 1993), p.
8.]. La reconstrucción de estos regímenes es tanto más precisa cuanto más alto
es el nivel social del grupo al que corresponde, puesto que la documentación
conservada suele ser directamente proporcional al rango de su titular. Cuanto
más poderoso y solvente es un colectivo, más documentación produce y mejor
acostumbra a conservarla.
2. Expresión
acuñada por L. STOUFF, Ravitaillement et alimentation en Provence XIVe
et XVe siecles, París La Haya, Mouton, 1970, p. 15.
3. El
patrimonio de la Pía Almoina de Barcelona, en la época central del siglo
XIV, Universidad de Barcelona, Facultad de Geografía e Historia, 1995,
ejemplar multicopiado, pp. 294-303.
4.
Término preferible al de crisis bajomedieval, puesto que durante esta etapa los
conflictos económicos, sociales o políticos, a menudo muy intensos, alternaron
o coincidieron casi siempre con manifestaciones de creatividad y de fuerza en
otros ámbitos, especialmente en el cultural y en el artístico. Después de cada
epidemia, mala cosecha o revuelta popular se produjo una más o menos rápida
reactivación. Hasta la guerra civil de 1462-1472, la sociedad catalana conservó
una notable capacidad de reacción frente a las adversidades colectivas, conoció
una larga serie de cracs parciales, intermitentes, que, aunque graves, no
desarticularon sus estructuras ni las sumieron en una profunda recesión.
5. G.
Fourquin, apoyándose en unos cálculos efectuados por G. Duby, sostiene que, en
pleno siglo XIII, para cubrir la demanda de pan de una aglomeración de 3. 000
habitantes, se necesitaba en Francia, en los años de cosecha normal, un área
sembrada del orden de las 3. 000 Ha [Histoire Économique de l'Occident
Medieval, Paris, Armand Colin, 1969, p. 209]. En las riberas
mediterráneas, más secas y con unos suelos menos potentes que las llanuras
atlánticas, se precisaría una superficie algo más extensa, no inferior a las 4.
000 Ha.
6. Como
sostenía el anónimo autor del Liber de Restauracione Sancti Martini
Tornacensis, citado por M. MONTANARI, L'alimentazione
contadina nell'alto Medioevo, Napoli, Liguori, 1979, p. 438, nota 48.
7. M.
MONTANARI, Campagne Medievali, Strutture produttive, rapporti di
lavoro, sistemi alimentari, Turín, Einaudi, 1984, pp. 202-203.
8. Que
iban desde el vetum bladi, la prohibición de la saca, hasta la
compra directa de partidas de grano, por agentes del concejo, en los mercados
extranjeros, pasando por la subvención de las importaciones. Esta política
activa e intervencionista de los municipios en el abastecimiento frumentario de
las ciudades ha sido estudiada, entre otros, por Cl. CARRÈRE, Barcelona
1380-1462. Un centre economic en epoca de crisi, I, Barcelona, Curial,
1967, pp. 339-366; S. RIERA VINADER, El proveïment de cereals a la
ciutat de Barcelona durant el «mal any primer» (1333): la
intervenció del Consell de cent i de la Corona, «II
Congrés d'Historia del Pla de Barcelona», I, Barcelona, 1989, pp. 315-326; A.
CURTO, La intervenció municipal en l'abastament de blat d'una ciutat
catalana: Tortosa al segle XlV, Barcelona, Fundació Salvador
Vives Casajuana, 1988; E. SERRA, Els cereals a la Barcelona del segle
XlV, «Alimentació i societat a la Catalunya Medievah», Barcelona,
Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1988, pp. 71-107; P.
TUTUSAUS, Un mal any en la ciutat de Barcelona (1374-1375),
Tesis de Licenciatura, Universidad de Barcelona, 1986, dactilografiada; P.
ORTÍ, El forment a la Barcelona baixmedieval: preus, mesures i fiscalitat (1283-1345),
«Anuario de Estudios Medievales», 22 (Barcelona, 1992), pp. 377-423; M.
TANGHERONI, Aspetti del commercio dei cerali nei Paesi della Corona
d'Aragona. l. La Sardegna, Cagliari, Consiglio
Nazionale delle Ricerche, 1981, pp. 75-78; Y L. STOUFF, Ravitaillement
et alimentation en Provence, pp. 72-79].
9. A.
RIERA MELIS, Els pròdroms de les crisis agraries de la Baixa Edat
Mitjana a la Corona d'Aragó. I: 1250-1300, «Miscel. lania en
homenatge al p. Agustí Altisent», Tarragona, Diputació Provincial, 1991, pp.
35-72.
10. El
hambre y la abundancia. Historia y cultura de la alimentación en Europa, Barcelona,
Crítica, 1993, p.98.
11. Puesto
que el lugar que ocupa cada vianda en el ranking de
preferencias no depende sólo de su poder nutritivo ni de su abundancia o
escasez relativas. «La escala de valores gastronómicos de un pueblo, de una
región, de una clase social o de un individuo dependen tanto de un conjunto de
razones socioculturales como de razones naturales y
económicas» [J. L. FLANDRIN, Historia de la alimentación. Por
una ampliación de perspectivas, p. 12].
12. «La
terça mià s'apella de menestrals, així com són argenters,ferrers, sabaters,
cuiracers, e així dels altres» [F. EIXIMENIS, La societat
catalana al segle XIV, ed. J. Webster, Barcelona, Edicions 62, 1980,
p. 12].
13. Del
orden de los 20 florines anuales, durante el último cuarto del siglo XIV, según
Francesc Eiximenis [T. M. VINYOLES, El pressupost familiar d'una
mestressa de casa barcelonina per l'any 1401, «La societat barcelonina
a la Baixa Edat Mitjana», Annex a «Acta Historica et Archaeologica
Mediaevalia», Barcelona, 1983, pp. 108-109].
14. A.
RIERA MELIS-M. A. PÉREZ SAMPER-M. GRAS, El pan en las ciudades
catalanas (siglos XIV-XVIII), «Alimentazione e nutrizione. Secc.
XIII-XVIII», Prato, Istituto Intemazionale di Storia Economica «Francesco
Datini», 1997, pp. 285-298. J. V. GARCÍA MARSILLA, La jerarquía de la
mesa. Los sistemas alimentarios en la Valencia bajomedieval, Valencia,
Diputación Provincial, 1993, p. 259. A. CURTO, La intervenció municipal
en l'abastament del blat, pp. 35-36. E. SERRA, Els cereals a
la Barcelona del segle XIV, pp. 71-79. L. STOUFF, Ravitaillement
et alimentation en Provence, pp. 47-50. M. MONTANARI, Campagne
medievali, p. 203.
15. Como
se desprende de la presencia, en bastantes inventarios, de una pastera
ab una fanyadora o de una llibrella de pastar, de
una post de portar el pa al forn i de unes tovalles de
pastera: J. SASTRE, Alguns aspectes de la vida quotidiana a la
Menorca medieval, Palma de Mallorca, Institut d'Estudis
Balearics-Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1995, p. 30.
16. A.
RIERA MELIS-M. A. PÉREZ SAMPER-M. GRAS, El pan en las ciudades
catalanas, pp. 296. L. STOUFF, Ravitaillement et alimentation
en Provence, pp. 37-38.
17. A.
RIERA MELIS-M. A. PÉREZ SAMPER-M GRAS, El pan en las ciudades
catalanas, p. 297. J. V. GARCÍA MARSILLA, La jerarquía de la
mesa, pp. 110-111. L. STOUFF, Ravitaillelment et alimentation
en Provence, pp. 48-49.
18. En
Barcelona -según Pere Ortí, a quien agradezco la información, todavía inédita-
funcionaban, a finales del siglo XIV, 54 panaderías. Por esta misma época, la
ciudad de Valencia disponía de 87 hornos [J. V. GARCÍA MARSILLA, La
jerarquía de la mesa, pp. 111-118]. Los vecinos de la capital balear,
en 1478, podían adquirir, cada día, pan reciente o cocer sus hogazas en 29
tahonas [M. BARCELÓ, Ciutat de Mallorca en el Transit a la
Modemitat, Palma de Mallorca, Institut d'Estudis Baleancs, 1988, p.
166]
19. Entre
los contribuyentes de la Ciutat de Mallorca figuran, en 1483,
31 flaquers y 1 flaquera [M. BARCELÓ, Ciutat
de Mallorca, p. 170].
20. La
medida -de carácter antinflacionista- de hacer depender del precio del trigo el
peso del pan y no su valor, que ya se aplicaba en Constantinopla a fines del
siglo IX [A. I. PINI, Citta, comuni e corporazioni nel medioevo
italiano, Bologna, CLUEB, 1986, pp. 233-234], estará en vigor, durante
toda la Baja Edad Media, en las ciudades catalanas, como lo demuestran los
casos de Perpiñán [Archives Cornmunales de Perpignan, Livre Vert Mineur, fols.
85-86; eds. B. J. ALART, Documents sur la langue catalane des anciens
comtés de Roussillon et Cerdagne, Paris, Maisonneuve et Cie., 1881,
pp. 230-231, y H. ARAGON, Documents historiques sur la ville de
Perpignan, Perpignan, Impr. L. Comet, 1922, p. 38] y de Balaguer
[Arxiu Historic Comarcal de Balaguer, Llibre de Bans i Ordinacions, fols. 58 r.
-59 v.], y provenzales [L. STOUFF, Ravitaillement et alimentation en
Provence, p. 32].
21. A.
RIERA MELIS-M. A. PÉREZ SAMPER-M GRAS, El pan en las ciudades
catalanas, p. 51.
22. Véase supra, nota
8.
23. Ibidem.
24. La
inspección de las panaderías, en Perpiñán, corría a cargo, desde 1275, de dos
prohombres, seleccionados por el batlle y los cónsules
municipales, no por los propios panaderos [Archives Communales de Perpignan, BB
7, fol. 1 r.; regests. B. J. ALART, Documents sur la langue
catalane, p. 66, y H. ARAGON, Documents historiques sur
Perpignan, p. 39]. En Barcelona, antes de 1284, había unos pesadores
del pan, elegidos anualmente por el batlle y el concejo,
puesto que Pedro el Grande, en el Recognoverunt proceres, confirma
el cargo y su mecanismo de renovación: «Item capitulum quod
ponderatores panis remutentur de anno in annum, cum voluntate baiuli et
proborum hominum, et quod non sint perpetuales concedimus, eo modo ut in vestro
privilegio continetur» [Archivo de la Corona de Aragón, Cancillería,
Ciudad de Barcelona, pergamino original; ed. A. M. Aragó-M. Costa, Privilegios
reales concedidos a la ciudad de Barcelona, «Colección de documentos
inéditos del Archivo de la Corona de Aragón», XLIII, Barcelona, 1971, doc. 22,
p. 16]. La supervisión de la calidad del pan, en las ciudades provenzales,
había sido confiada también, por esta misma época, a unos ponderatores
panis, designados por las autoridades locales [L. STOUFF, Ravitaillement
et alimentation en Pro vence, p. 33].
25. ACP, Livre Vert Mineur, 1, fols. 70 r. y
205 r.; regts. H. ARAGON, Documents historiques sur Perpignan, pp.
39-40.
26. «La
viande n' est pas, par la plupart des homes de ces temps, un aliment quotidien;
pour beaucoup, sa consomation se limite aux dimanches et aux jours de
jetes. C' est a dire aussi que tout Provençal, même citadin
même Carpentrassien n' est pas jorcement bien nourri, ni gros mangeur de
viande» [L. STOUFF, Ravitaillement et alimentation en Provence, p.
194]. En Cataluña, la situación no debió de ser muy diferente. En las ciudades
de la Italia septentrional, los estratos subalternos urbanos, según el cronista
Ricobaldo de Ferrara, sólo comían carne fresca tres veces a la semana: «plebeii
homines ter in septimana carnibus recentibus vescebantur. Tunc pradio edebant
olera cocta carnibus. Coenam autem ducebant ipsis carnibus frigidis
reservatis» [L. A. MURATORI, Antiquitates Italicae Medii
Aevii, II, Milano, 1739, col. 310].
27. Cuya
cuantía máxima, en Provenza, era revisada tres veces al año: por Pascua, San
Juan y Navidad [L. STOUFF, Ravitaillement et alimentation en
Provence, p. 135].
28. Concentrando
las transacciones de carne de calidad en en las carnicerías, prohibiendo la
venta en ellas de carne procedente de animales accidentados, enfermos o
sacrificados fuera de la ciudad, limitando a 2 ó 3 días el período legal de
venta de la carne fresca y restringiendo la oferta de carnes cocidas. El rigor
de estas normas no debe sobrevalorarse, puesto que, fuera de las carnicerías,
regía un liberalismo casi absoluto.
29. Cuyos
precios oficiales, en Barcelona, no superaban, durante el bienio 1332-1333, los
9 dineros la libra [J. MUTGÉ, L'abastament de peix i carn
a Barcelona, en el primer terç; del segle XIV, «Alimentació i societat
a Catalunya», pp. 118-119]
30. L. STOUFF, Ravitaillement et
alimentation en Pronvence, p. 135.
31. Cuya
cotización oficial, en la capital catalana, no bajó nunca, durante el bienio
1332-1333, de los 11 dineros la libra [J. MUTGÉ, L'abastament de
peix i carn, p. 264].
32. EQUIP
BROIDA, EIs àpats funeraris segons els testaments vers 1400, «Alimentació
i societat a Catalunya», p.267.
33. Especialmente
en primavera, cuando las dificultades de aprovisionamiento provocaban, por lo
menos en Provenza, una considerable elevación de precios [L. STOUFF, Ravitaillement
et alimentation en Provence, pp. 135 y 181-186]
34. Bartomeu
Filera, zapatero de Ciutadella de Menorca, disponía al morir, en 1452, de dos
quartons de carn salade sensers e hun ansatat, en la cocina: ARM,
Notaris (J. Comes), prot. C-2593, fol. 5 V.; cit. J. SASTRE, La vida
quotidiana a Menorca, p. 152.
35. El
mercader menorquín Bernat Olzina, en 1463, guardaba, en el pastador de
su casa de Ciutadella, una gerra ab tres almuts de ciurons i
un sarró ab tres almuts de pesols: Arxiu del Regne de
Mallorca, Notaris (J. Comes), prot. C-2593, fol. 28 V.; cit. J. SASTRE, La
vida quotidiana a Menorca, pp. 92 Y 157.
36. T.
M. VINYOLES, El pressupost familiar, p, 108.
37. L.
STOUFF, Ravitaillement et alimentation en Provence, p. 88.
38. J.
VENY, «Regimen de preservació de pestilencia» de Jacme d'Agramont (s.
XIV), Tarragona, Diputació Provincial, 1971, p. 81
39. Ll.
ALCANYIS, Regiment preservatiu i curatiu de la
pestilencia, Valencia, N. Espindeler impr., s. a., fol. V r. y V v.;
cit. J. V. GARCÍA MARSILLA, La jerarquía de la mesa, p. 90.
40. Como
pone de manifiesto el Tractatus de vinis de Arnau de Vilanova,
que nos ha llegado en diversos incunables, analizados brevemente por A. M.
CARMONA y A. ESCUDERO en El vi en els incunables: «Tractatus de
vinis», «Vinyes i vins: mil anys d'historia», Barcelona, Publicacions
de la Universitat de Barcelona, 1993,1, pp. 377-379.
41. El
zapatero menorquín Bartomeu Filera, guardaba, en 1452, en la cocina de su casa
de CiutadeIla, mig barril de anxova y sis barrils
sardiners, lo hun plé, los [altres] sinch buyts: ARM,
Not (J. Comes), prot. C-2593, fols. 5 r. y 5 v.; cit J. SASTRE, La
vida quotidiana a Menorca, p. 152.
42. Superiores,
en 1332-1333, a 3 dineros por libra, en Barcelona [J. MUTGÉ, L'abastament
de peix i carn, p. 112].
43. La
consommation de poisson aparaft précisément limitée dans le temps par des
jacteurs d'ordre religieux [L. STOUFF, Ravitaillement et
alimentation en Provence, p. 201].
44. «Que
tornets a aquelles [viandes] en què fos nodrit, ço és, a pa d'ordi e a mengar
cebes e aylls, e a vegades un poch de carnsalada, e que beguats de la aygua,
axí com lavors fèyets, o del vinagre bé amarat» recomienda, hacia
1390, Francesc Eiximenis a un clérigo urbano de baja extracción social y escasa
continencia [Com usar bé de beure e menjar. Normes morals contigudes en
el «Terç del Crestià», ed. J. J. E. Gracia, Barcelona, Curial,
1983, p. 46]
45. «En
vida comuna, cascú és content de menjar, a dinar, cuyna ab carn o ab peix, [e,
a sopar, peix] o ous o qualque cosa altra simpla en valor» [Com usar bé de
beure e menjar. p. 89]
46. Véase infra, nota
66.
47. Como
lo demuestran tanto el patrón de cultivo implantado en las pequeñas
explotaciones, heterogéneo y estable, como el alto número de campesinos que
llevan directamente sus cereales al molino.
48. «Encore
à la veille de la Révolution, enface d'une norriture bourgeoise ou même
artisane déja sensiblement évoluée, l'ordinaire du paysan restait
singulierement archaïque» [Les Aliments de l'ancienne France, en J. J.
Hémardinguer, ed., «Pour une histoire de l'alimentation», Paris, Armand Colin,
p. 231].
49. M.
BARCELÓ, Elements materials de la vida quotidiana a la Mallorca
Baixmedieval (Part Fornana), Palma de Mallorca, Institut d'Estudis
Balearics-Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1994, pp. 81-82.
50. Arxiu
Particular Ententes, doc. 36; cit A. SERRA, La comunitat rural a la
Catalunya Medieval: Collsacabra (s. XIII-XVI), Vic, Eumo, p.
227, nota 7.
51. La
familia Crullles, desde 1407, ofrecían a sus payeses del dominio de Begur, en
el Baix Emporda, una comarca rica en cereales, cuando acudían a la reserva a
efectuar las joves, las tragines y las
guardias armadas, pan de trigo [J. PELLAS y FORGAS, Historia del
Ampurdán. Estudio de la civilización en las comarcas del noreste de
Cataluña, 2 ed., Olot, Aubert, 1980, p. 649].
52. M.
BARCELÓ, Elements de la vida quotidiana, pp. 26-28.
53. En
1485, Joan Arbona, pequeño propietario de la aldea mallorquina de Fornalutx,
disponía, en el patio de su casa, de un horno y, en el establo, de una pala
de fom amb alguns brujons: M. BARCELÓ, Elements de la vida
quotidiana, pp. 14 Y 28.
54. En
cuya cocina, había, según un inventario del último cuarto del siglo XV, 21 cuarteras
de trigo y 4 de harina del mismo cereal [AEV, PNT, R/16, fols. 40 v. -54 r.;
cito A. SERRA, La comunitat rural, p. 227].
55. En
el mas Noguer, de la misma comarca, se siembran, por la misma
época, 4/8 de cebada y 1/8 de trigo [AEV, PNT, R/16, 66 v. -69 r.; cit Ibidem]. Guillem
Viader, payés del Prat, en el delta del Llobregat, en 1387, tenía almacenados
en la bodega de su manso, 5 cuarteras de trigo, 24 cuarteras de cebada, 1
cuartera de harina de trigo y 1/2 cuartera de harina de cebada [J.
CODINA, El Delta del Llobregat. La Gent del Fang. El Prat, 965-1965,
Granollers, 1966, pp. 52-53]. En el inventario de la alquería de Guillem
Fornari, ubicada en el término de la villa mallorquina de Sa Pobla, aparecen
registradas, en marzo de 1439, trenta quarteres de forment y XVIII
quarteres d'ordi [ARM, Not., prot. T-405, fols. 192 r. -192 v.; ed. M.
BARCELÓ, Elements de la vida quotidiana, p. 110]
56. En
la encomienda hospitalaria de Manosques, en Provenza, el administrador, a
mediados del siglo XIV, asigna anualmente a cada trabajador del campo 20
sextarios de morcajo [L. STOUFF, Ravitaillement et alimentation en
Provence, p. 221]
57. Cereales
que aparecen en la mayoría de explotaciones de Collsacabra inventariadas en los
siglos XIV y XV [A. SERRA, La comunitat rural, p. 227].
58 En el
último tercio del siglo XIV, el pastor, en Cataluña, según F. Eiximenis, iba
detrás de las ovejas, menjant pa d'ordi ab aygua, e tart havia cuyna
[Terç del Crestiá, cap. CCCCXXIX, p. 238; cit J. V. GARCÍA
MARSILLA, La jerarquía de la mesa, p. 160]. Los campesinos
italianos, excepto en las áreas más fértiles, también consumían normalmente,
por esta misma época, pan de cebada [M. MONTANARI, Campagne
medievali, p. 204]. La familia Quinqueran, de Arles, en cambio,
repartía, en 1402, pan de trigo entre sus pastores y reservaba el de cebada,
la cannine, para los perros que custodian sus rebaños [L.
STOUFF, Ravitaillement et alimentation en Provence, p. 47].
Los Cruïlles, por esta misma época, también proporcionaban a sus payeses del
dominio de Begur, durante sus periódicas prestaciones laborales en la reserva,
pan de trigo, excepto en los dos últimos días de las joves y
en las jornadas de tragines de estiércol, cuando les
entregaban, pan de cebada, alimento basto que parecen asociar a las tareas
agrarias más sucias [J. PELLAS y FORGAS, Historia del
Ampurdán, p. 649].
59. En
algunas de las encomiendas hospitalarias provenzales, los bubulci, los
trabajadores de la reserva, reciben, a mediados del siglo XIV, pan de centeno.
[L. STOUFF, Ravitaillement et alimentation en Provence, p.
44]. Los señores ingleses, por esta misma época, también proporcionaban a sus
siervos, durante las mieses, pan de centeno [H. S. BENNETT, Life on the
English Manor: A Study of Peasans Conditions, 1150-1400, Cambridge,
Cambridge University Press, 1937, pp, 235-236]. Tanto en el continente como en
las islas, se consideraba normal proporcionar a estos hombres rústicos, cuando
ejecutaban tareas penosas, grandes raciones de pan de baja calidad. Los
campesinos italianos de las áreas de montaña, durante la etapa final del
medievo, continúan consumiendo pan de centeno [M. MONTANARI, Capagne
medievali, p. 203].
60. M.
MONTANARI, Campagne medievali, p. 203.
61. Ravitaillement et alimentation en
Provence, pp. 222-225.
62. S. MENNELL, Français et
anglais a table, du moyen âge a nous jours, Paris,
Flammarion, 1987, p. 44.
63. Productos
con los que un amplio sector de la payesía de la región del Vivaroise atravesó
la crisis de 1585-1586, [E. LE ROY LADURIE, Les Paysans du Languedoc, Paris,
SEVPEN, 1966,1, p. 399]
64. P.
CAMPORESI, Il pane selvagio, 2 ed., Bologna, il Mulino, 1983,
p. 35.
65. Introduction a la France
Moderne, /500-/600, Paris, Albin Michel, 1961, pp. 26-27.
66. S. MENNELL, Franfçis et anglais a
table, p. 47.
67. «Le
morceau de mouton qu'une fois par semaine on peut acquerir chez le fermier de
la boucherie, l'agneau quelquefois tué pour Pâques, le porc salé que l'on a
elevé et abattu a la maison et que l'on mange au cours des mois d'hiver, la
piece de boeuf que l'on achète a la Noël et, avec beaucoup de chance, en une o
deux autres ocasions: voilà à quoi se réduit la consomation de viande dans les
champagnes. Elle est loin d'être una habitude quotidiene» [L.
STOUFF, Ravitaillement et alimentation en Provence, p. 181].
Entre amplios sectores de la payesía catalana, la situación no sería muy
diferente a la descrita, para el campesinado provenzal, por el historiador
francés. El alza del consumo de carne subsiguiente a la Peste Negra no debió de
alcanzar, en los países mediterráneos, las cotas propuestas, para las campiñas
atlánticas, por G Schmoller [Die historiche Entwicklung des
Fleischkonsums sowie der Vieh-und Fleischpreise in Deuschtland, «Zeitschrift
fur die gessamte Staatwissenchaft», XXVII (Tubingen, 1871), pp. 284-362], W.
Abel [Wandlungen des Fleischverbrauchs und der Fleischversorgung in
Deutschland seit dem ausgehenden Mittelalter, «Berichte liber
Landwirtschaft. Zeitschrift flir
Agrarpolitik und Landwirtschaft», XXII-3 (Berlin, 1937), pp. 411-452] Y F.
Braudel [Civilisation matérielle, économie et capitalisme, XVe-XVIlIe
siecles, Paris, Armand Colin, 1967,1, p. 163].
68. En
el comedor del mas L' Avenc, en las últimas décadas del siglo
XV, se guardaban cuatro bacons -piezas de tocino saladas- de
30 libras y cuatro espaldas [Véase supra, nota 54]. Guillem
Viader, payés del Prat de Llobregat, guardaba, en 1387, una pieza de tocino, en
la cocina del manso, y dos jamones, en el dormitorio [J. CODINA, El
Delta del Llobregat, pp. 52-53] En la cocina de la casa que, en 1472,
poseía Antoni Catany en Llucmajor (Mallorca), colgaba un jamón [M.
BARCELÓ, Elements de la vida quotidiana, p. 81]
69. Los
restos óseos aportados por las excavaciones del Bullidor de Sant Just Desvern
ponen de manifiesto que «el consum més elevat en el jaciment és el de
l' especie ovicaprina, les restes de la qual són més de la meitat del total
trobat. Això significa que l' economia carnia de la comunitat es basava
primordialment en el consum de bestiar oví. En comparació, el bestiar boví té
molt poca importancia i una representació mitjana la donen el
porc i la gallina» [J. AMIGO-J. BARBERÁ-J.
CORTADELLA-D. GUASCHJ. M. SOLlAS-M. A. CORTÉS, El Bullidor, jaciment
medieval. Estudi de materials i documentació, Sant
Just Desvern, 1987, pp. 63-72]. Si del Baix Llobregat pasamos a una comarca de
montaña, al Pallars Jussa, el resultado es parecido [D. BUIXÓ, L'estudi
de la fauna del jaciment de Sant Miquel de la Vall, Tesis de
Licenciatura, Universidad de Barcelona, 1985, dactilografiada].
70. M.
MONTANARI-M. BARUZZI, Porci e porcari nel Medioevo. Paesaggio,
economia, alimentazione, Bologna, Clueb, 1981. A. RIERA MELlS, El
sistema alimentario como elemento de diferenciación social en la Alta Edad
Media. Occidente, siglos VIIl-XIl, «Representaciones de la sociedad en
la historia: de la autocomplacencia a la utopía», Valladolid, Instituto de
Historia Simancas, 1991, pp. 47-48.
71. A.
RIERA MELlS, Ganadería, quesos y derivados de la leche en el Medieovo
catalano-aragonés, «Il caseario. Un archetipo alimentare: il atte e le
sue metamorfosi», Bologna, Consorzio Emiliano Romagnolo produttori latte, 1985,
pp. 50-57. Pere Reus, cuando le sorprendió la muerte, en 1489, guardaba, en la
despensa de la alquería Butibalansí (Algaida, Mallorca), devuit
fogasses de formatge [ARM, Not., prot. M490, fols. 92 r. -98 r.; cit.
M. BARCELÓ, Elements de la vida quotidiana, p. 83, nota 139]
Joan Armentera, de Santa María de Corcó (Osona), consigna en su testamento una
cantidad de quesos para repartir entre los pobres que acudan al funeral
[Véase supra, nota 50].
72. Figura
en 35 de los 75 que percibe anualmente, según el capbreu de
1379, el señor en Rupit [E. SERRA, La comunitat rural, p. 75].
Los colonos del dominio de Begur, desde 1407, entregaban anualmente a la
familia Crui1les, el día que acudían a la era señorial para efectuar el
servicio de trilla, un queso de los que se acostumbraban a elaborar en la
comarca [J. PELLAS y FORGAS, Historia del Ampurdán, p. 649].
73. Pere
Valls, en la entrada de su alquería de Campos (Mallorca), tenia, en 1463, tres
formatgeres y una cullera de fust per a formatjar [ARM,
Not.; prot. M-374, fols. 20 r. -22 r.; cit. M. BARCELÓ, Elements de la
vida quotidiana, p. 82]. Gabriel Serra, en su rafal de
Santa Margalida (Mallorca), disponía, por aquella misma época, de dues
formatgeres defust [ARM, Not., prot. T-I04, fol. 77 v.; cit.Ibidem, p.
82, nota 137]. Entre los bienes que Antoni Oliver dejó en su alquería
mallorquina de Santa Ponça, figuran un canyís de canyes e una post per
aixugar fogasses [ARM, Not., prot. P-45 1, fol. 190 v.; cit. Ibidem, p.
83, nota 138]
74. Veintiuno
de los payeses de Rupit, según el capbreu de 1379, pagan,
entre otras cosas, a su señor, en concepto de censo, una olla de coles cocidas
[A. SERRA, La comunitat rural, pp. 73-74 Y 228], componente
censual que también tenemos documentado, por esta misma época, en la Vall
d'Hostoles y el Gironès
75. Tanto
de Cataluña y Provenza [L. STOUFF, Ravitaillement et alimentation en
Provence, p. 233] como de Inglaterra [S. MENNELL, Français et
anglais a table, pp. 72-73].
76. Los capbreus bajomedievales
de Rupit y de Tavertet facultan a los payeses para cultivar, en las sementeras
de sus respectivos mansos, legumbres, cáñamo y nabos, además de mijo y otros
cereales [A. SERRA, La comunitat rural, p. 228].
77. Entre
los alimentos almacenados, en 1387, por Guillem Viader, vecino del Prat de
Llobregat, en la bodega de su manso, figuran 16 ristras de
ajos [J. CODINA, El Delta del Llobregat, pp. 52-53].
En los inventarios de las casa rurales mallorquinas del siglo XV también
aparecen con frecuencia, colgadas en la cocina, las ristras de cebollas y de
ajos: M. BARCELÓ, Elemets de la vida quotidiana, p. 81, nota
136.
78. Por
desarrollarse bajo el suelo y crecer en estrecho contacto con la tierra. «El
humor alimentario de la planta es más insipido en la raíz, y a medida que se
aleja de la raíz va adquiriendo un sabor conveniente» [P. DE' CRESCENZI, TraUato
della agricoltura, Bolonia, 1, 1784, p. 50; cit. M. MONT ANARl, El
hambre y la abundancia, p. 92, nota 60].
79. Las
cuales, incluso las más pequeñas, disponen, como demuestran los inventarios
notariales, de lagar, embudos, toneles o botas y barriles [E. SERRA, El
vi, la seva importància i la seva elaboració entre els s. XIII-XVI a la
Catalunya central, «Vinyes i vins: mil anys d'histbria», Barcelona,
Publicacions de la Universitat de Barcelona, n, 1993, pp. 294-296].
Guillem Viader, payés del Prat de Llobregat, disponía, en 1387, en la pequeña
bodega de su manso, de dos botas de vino [J. CODINA, El Delta del Llobregat, pp.
52-53]. M. BARCELÓ ha analizado recientemente las bodegas de una veintena de
pequeñas y medianas explotaciones rurales mallorquinas de la segunda mitad del
siglo XV [Elements de la vida quotidiana, pp. 64-69.]
80. A.
SERRA, La comunitat rural, p. 231.
81. H.
CASADO, Le banquet de l'assemblée communale rurale en Vieille
Castille «La sociabilité a table. Commensalité et
convivialité à travers les âges», Rouen, Publicacions de l'Université,
1992, pp. 203-205.
82. Parecidas
a las que la familia Cruïlles, desde 1407, ofrecía a sus payeses del dominio de
Begur, cuando acudían, durante el invierno, entregarle el cuarto de cerdo a que
estaban obligados [J. PELLAS 1 FORGAS, Historia del
Ampurdán, pp. 648-649].
83. R.
CONDE, Alimentación y sociedad: las cuentas de Guillema de Moncada (A.
D. 1189), «Medievalia», 3 (Barcelona, 1982), p. 7, nota 5.
http://www.vallenajerilla.com/berceo/rieramelis/alimentacionedadmedia.htm
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