IGLESIA ORTODOXA
Historia
En el periodo
post-iconoclasta, la “sinfonía” ente las autoridades eclesiásticas y mundanas
de Bizancio llegó a su apogeo. Ahora el patriarca podía ser reemplazado
mediante un simple decreto del emperador. Y con frecuencia se nombraban
familiares del emperador para ocupar la sede patriarcal. Alexander Schmeman
describe este periodo de la historia de la iglesia en Constantinopla como
sigue:
…la naturaleza completamente arbitraria de la
autoridad estatal fue siempre una llaga abierta en la vida de la iglesia.
Aún peor fue la forma casi igualmente completa en que la jerarquía eclesiástica
aceptó esta arbitrariedad. Era como si habiendo resguardado su doctrina
dogmática en un inviolable Santo de los Santos, protegida por juramentos y
teniendo al mismo imperio sometido a ella, la iglesia ya no viera ninguna
necesidad de poner límites a la autoridad imperial. Era como si, habiéndose
vuelto totalmente ortodoxo, ahora el emperador pudiera hacer lo que quisiera
dentro de la iglesia.[1]
En el año 847, luego de la muerte de San Metodio,
Ignacio (†877), hijo del emperador Miguel I (811-813) fue elevado al trono
patriarcal de Constantinopla. Ignacio gozó de gran popularidad entre los monjes
y recibió el apoyo de los monjes del monasterio de Studios. En ese momento, el
emperador era el menor de edad Miguel III (842-867); pero el imperio
estaba regido en realidad por la emperatriz Teodora. En 856 Miguel III retiró
a Teodora de su puesto y tomó el poder. El Patriarca Ignacio fue depuesto y en
858 ocuparía su lugar Focio, quien había desempeñado el cargo de secretario
imperial en jefe. Focio tenía una gran formación académica y fue uno de los más
grandes patriarcas en la historia del patriarcado de Constantinopla. Sin
embargo, el influyente partido monástico no reconoció la deposición de Ignacio.
En 863, el papa romano Nicolás I (†867) depuso al Patriarca Focio, un acto
considerado en Constantinopla como una intromisión en los asuntos internos de
la iglesia constantinopolitana. Esto causó una nueva división entre Roma y
Constantinopla, la segunda de su tipo después del cisma acaciano del siglo V.
En 867 Focio convocó un concilio en Constantinopla, que a su vez depuso a
Nicolás I.
Focio fue el primer patriarca de Constantinopla
en elevar acusaciones doctrinales contra la iglesia romana. La víspera del
concilio de 867 envió una encíclica a los otros patriarcados orientales en la
cual señalaba la doctrina del filioque de la iglesia romana,
esto es, la enseñanza de que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo.
Además de las serias acusaciones teológicas, la encíclica contiene numerosos
ataques contra los latinos por ciertos detalles rituales. El ayuno sabatino se
describe como una “pequeña desviación”, que puede sin embargo “llevar a una
completa desconsideración por el dogma”. La práctica occidental de comenzar la
gran cuaresma una semana después que en oriente se describe como “una tentación
de beber leche, comer queso y actos similares de glotonería” que lleva a los
latinos por el “camino del pecado” y “los aleja” del recto camino real.[2]
En 867es asesinado el emperador Miguel III,
ocupando el trono Basilio el Macedonio (†886) quien al día siguiente a su
coronación depuso a Focio y restableció a Ignacio. De 869 a 870 se llevó a cabo
en Constantinopla un concilio en el que participaron legados del Papa Adriano
II (867-872), que confirmaron la deposición de Focio y la restauración de
Ignacio. La iglesia romana reconoció este concilio como el octavo concilio
ecuménico. No obstante, en Constantinopla siguieron desarrollándose los
eventos, y en 877, a la muerte de Ignacio se elevó por segunda vez a la sede
patriarcal a Focio. En 879 se convocó a otro concilio en Constantinopla y se
confirmó la restauración de Focio. El tempestuoso mandato de Focio llegó a su
fin el 887, cuando el nuevo emperador León VI el Sabio (†912) lo retiró de la
sede para nombrar patriarca a su hermano Esteban de dieciséis años. La
iglesia de Constantinopla canonizaría luego tanto a Ignacio como a Focio.
Las relaciones entre Constantinopla y Roma
empeoraban con la expansión de la actividad misionera en los territorios
eslavos. Luego de que los príncipes kievitas Askoldo y Dir atacaran
Constantinopla en 860, Bizancio hizo esfuerzos diplomáticos para normalizar las
relaciones con sus vecinos del norte. En 861 se envió a Khazaria una misión
consistente en dos hermanos, Constantino y Metodio, que hablaban eslavo y
tradujeron a la escritura a esa lengua. En 863 el príncipe moravio Rostislav
les escribió a Miguel III y al Patriarca Focio pidiéndoles que enviaran
misioneros a Moravia. Una vez más se eligió a Constantino y Metodio para
la empresa, así que continuaron su trabajo de traducción en tierras moravias.
Alrededor de 864, Metodio bautizaba al príncipe checo Biorivoy y a su esposa
Ludmila. Ya que los hermanos realizaban sus labores misioneras en tierras que
estaban dentro del área de influencia de la iglesia romana, Constantino y
Metodio viajaron a Roma en 868 para arreglar su situación eclesial (por
entonces el Patriarca Focio estaba depuesto). En Roma fueron recibidos
solemnemente por el Papa Adriano II. Poco después Constantino cayó enfermo, y
luego de tomar los hábitos monásticos y recibir el nombre de Cirilo, murió en
febrero de 869. Enviado por el papa, Metodio viajó a Moravia a mediados de ese
año, y a su regreso a fin de año fue consagrado arzobispo de Pannonia. De
camino a Moravia, Metodio fue tomado prisionero por los bávaros, que
consideraban sus actividades infringían los derechos jerárquicos del arzobispo
de Salzburgo (antes del nombramiento de Metodio a la sede de Pannonia, esta
provincia se hallaba bajo la jurisdicción de la diócesis de Salzburgo). Fue sin
embargo liberado por la insistencia de Roma. En 881-882 viajó a Constantinopla
donde se reunió con el emperador Basilio I y el Patriarca Focio. Metodio
falleció en 885. Tras su muerte se abandonó la misión entre los eslavos de
Moravia y sus discípulos se dispersaron. A pesar de todo, la misión siguió
adelante con otros pueblos, entre los que estaban los búlgaros, los serbios y
los rusos.
En los 860’s se bautizó el rey Boris I de
Bulgaria (852-889). Después de recibir el cristianismo de Bizancio, Boris trató
de crear una iglesia autocéfala* en su país. Habiendo fracasado en su intento
de obtener la autocefalía de Constantinopla, pidió a Roma que mandara obispos a
Bulgaria. Se envió a los obispos, provocando la desaprobación del Patriarca
Focio, misma que se refleja en su encíclica. En el concilio de Constantinopla
de 868 a 870, no obstante las protestas de los legados papales, se resolvió el
asunto de la jurisdicción eclesiástica de los búlgaros a favor de
Constantinopla. El primer arzobispo búlgaro fue San José, que fue consagrado
por el Patriarca Ignacio. Los santos Clemente, Nahúm y Gorazd, discípulos de
San Metodio, contribuyeron de forma fundamental en la cristianización del
pueblo búlgaro.
A mediados de los 860’s se envió a Rus’ un obispo
griego, hecho que se menciona en la encíclica de Focio:
¡Porque no sólo este pueblo [los búlgaros] cambió
su antigua impiedad por la fe en Cristo, sino también los llamados ros, bien
conocidos por muchos, más feroces y sanguinarios que todos, esos que subyugaron
a todos sus vecinos, y volviéndose por ello orgullosos en extremo, se alzaron
en armas contra el mismísimo imperio romano! Ahora también ellos han cambiado
las creencias paganas y ateas que antes tenían por la sincera y pura religión
de los cristianos, habiéndose sometido amorosamente y dándonos hospitalidad en
vez del expolio y el gran descaro demostrado hace poco. Y se han encendido de
tal forma su apasionada lucha y su celo por la fe, que han aceptado un obispo y
pastor, y participan de los ritos cristianos con gran celo y diligencia.[3]
Aún no está claro cuánto tiempo existió la
primera sede episcopal de Rus’. Los frutos de este “primer bautismo de Rus’”
descrito por Focio fueron claramente destruidos en la época del príncipe Oleg
(†después de 911). No obstante, al concluir un tratado entre Bizancio y Rus’
bajo el reinado del príncipe Igor (c.945) en 944, había cristianos entre los
mercaderes rusos y la milicia del príncipe, y había una “catedral” del Profeta
Elías en Kiev.[4] A mediados del siglo décimo, la viuda del
príncipe Igor, la princesa Olga (c. 945- 960) se hizo cristiana en Constantinopla
durante el reinado del emperador Constantino VII Porfirogénito (†959). Como el
rey búlgaro Boris casi un siglo antes, Olga envió una petición, solicitando
obispos y sacerdotes, no a Constantinopla, sino a Roma. En 961, el obispo
alemán Adalberto llegó a Kiev pero fracasó en su misión. Era imposible que
misioneros alemanes pasaran tiempo en Kiev durante el reinado de Yaropolk
(972-978).[5]
En 978 estalló en Bizancio una rebelión
encabezada por dos comandantes – Bardas Focas y Bardas Skleros – que esperaban
repartirse el imperio luego de apoderarse del trono. El emperador Basilio II
(976-1025) Carecía de los medios para aplastar la rebelión, y envió una
delegación al príncipe Vladimir de Kiev para solicitar su ayuda. Vladimir
accedió con la condición de que se le concediese la mano de Anna, la hermana
del emperador. En 988 partieron seis mil efectivos rusos hacia Bizancio y
permitieron a Basilio II someter la rebelión un año después. No obstante, el
emperador tardaba en enviar a su hermana a Rus’, así que Vladimir tomó Jersón,
a donde Anna fue luego enviada para desposarlo.
Hay dos crónicas del bautismo del príncipe
Vladimir. Según la primera, sucedió en 989 o 990 en Korsun inmediatamente antes
de la boda; la segunda dice que ocurrió en 987 o 988, durante la firma del
tratado con Basilio II. La iglesia ortodoxa rusa data oficialmente el bautismo
de Rus’ en 988. Luego del bautismo del príncipe y de su ejército, en Kiev y en
otras ciudades de Rus’ se administraron bautismos masivos entre la población y
se llevó a cabo la destrucción de los templos paganos.
Es indudable que para el bautismo de Rus’ el
príncipe Vladimir tuvo motivos políticos: primero, le prometía una alianza con
Bizancio, y segundo, el sabio príncipe veía que el cristianismo era una fuerza
espiritual que podía ayudarle a unir al pueblo ruso. Por otra parte, hacerse
cristiano era un acto de valor del príncipe, ya que se expuso a grandes riesgos
al romper con la religión de sus ancestros. Además, aceptar el
cristianismo era un acto de piedad personal de Vladimir, ya que exigía de él un
cambio en su forma de vida y el rechazo de la poligamia y otras
costumbres paganas. La iglesia rusa le concedió gran valor al esfuerzo moral
del príncipe y lo canonizó con el título de “igual a los apóstoles”.
Las Narraciones de los Años Idos contienen
una vívida recreación de cómo Vladimir, durante los años anteriores a su
bautismo, se reunió con unos musulmanes de Bulgaria, con unos cristianos
germanos, con unos judíos de Khazar, así como con cierto filósofo griego.
Rechazó el Islam porque exigía la circuncisión y prohibía comer cerdo y beber
alcohol. “Para los rusos beber es una dicha y no podemos vivir sin eso”, dijo
el príncipe a los musulmanes. A los germanos, que declaraban que no era
necesario observar los ayunos, Vladimir les dijo: “regresen por donde vinieron,
porque nuestros padres no aceptan esto”. Los judíos de Khazar le dijeron a
Vladimir que su hogar estaba en Jerusalén, pero que por causa de sus pecados,
Dios los había castigado entregándoles su tierra a los cristianos y los había
dispersado por diferentes países. Habiendo oído esto, dijo Vladimir: “¿Cómo
pueden ustedes enseñarle a otros cuando ustedes mismos han sido abandonados por
Dios y han sido dispersados? Si Dios los amara y si amara su ley no habrían
sido desterrados ni dispersados en tierras extranjeras. ¿o acaso desean que nos
suceda lo mismo?”[6]
De todos los predicadores, a Vladimir sólo le
agradó el filósofo griego, pero los ancianos y los boyardos le recomendaron que
enviara una delegación a distintas tierras antes de tomar una decisión:
Sus palabras complacieron al príncipe y a todo el
pueblo. Y eligieron hombres magníficos y brillantes, en número de diez, y les
dijeron: “Id primero donde los búlgaros y probad su fe”. Partieron, y a su
llegada vieron sus viles obras y su adoración en la mezquita, y se volvieron a
su tierra. Y Vladimir les dijo: “Id ahora con los germanos, examinadlo todo, y
de allí partid a las tierras griegas.” Fueron con los germanos, vieron su
servicio en la iglesia y luego fueron a Constantinopla y se presentaron al
emperador. El emperador les preguntó porqué habían venido, por lo que la
delegación le contó todo. Habiendo escuchado su historia, el emperador se
alegró y ese día les rindió grandes honores. Al día siguiente le envió un
mensaje al patriarca diciéndole: “han venido los rusos para probar nuestra fe.
¡Prepara la iglesia y al clero, y ponte tus ornamentos episcopales para que
puedan contemplar la gloria de nuestro Dios!” Habiendo escuchado, el patriarca
ordenó que se reuniera el clero y celebró el servicio de la fiesta como de
costumbre; se encendieron los incensarios y cantó el coro. Y entró con los
rusos a la iglesia, los condujo hasta el mejor lugar, y les mostró la belleza
de la iglesia, el canto, el servicio pontifical y la presencia de los diáconos,
y luego habló con ellos sobre servir a su Dios. Estaban encantados y
sorprendidos y elogiaban el servicio. Los emperadores Basilio y Constantino los
llamaron y les dijeron: “Volved a vuestra tierra” y los despidieron con grandes
obsequios y honores.[7]
Según las Narraciones de los Tiempos
Idos, luego de que la delegación regresara a Kiev, Vladimir llamó a
los boyardos y le dijo a la delegación: “Hablad frente a la druzhina”.
Los delegados se dirigieron a Vladimir y a los boyardos en los siguientes
términos:
Fuimos donde los búlgaros, vimos cómo oran en su
iglesia, es decir, en la mezquita, y cómo se quedaban allí parados sin usar cinturón.
Después de hacer una postración se sientan y miran para atrás y para adelante
como locos, entre ellos no hay alegría – sólo hay tristeza y pestilencia.
Su ley no es buena.
Luego fuimos con los germanos, y vimos el
servicio de la fiesta en sus iglesias, pero no vimos belleza alguna. Y luego
fuimos a la tierra de los griegos y fuimos llevados al lugar donde sirven a su
Dios, y no sabíamos si estábamos en el cielo o en la tierra, pues no hay una
vista ni una belleza así en esta tierra y no sabemos cómo describírosla. Lo
único que sabemos es que Dios está allí con su pueblo y que sus servicios son
mejores que en todas las otras tierras; no podemos olvidar su belleza. Y así
como nadie acepta la amargura después de haber probado la dulzura, nosotros ya no
podemos seguir siendo paganos.
Entonces, dijeron los boyardos: “Si la ley griega
hubiera sido mala, tu abuela Olga no la habría aceptado, y fue la más sabia de
todo el pueblo”. Entonces preguntó Vladimir: “¿Dónde debemos ser bautizados?”
Contestaron: “Donde gustéis”.[8]
Sin importar la autenticidad de esta historia, es
evidente que en esa época los rusos eran un “apetitoso bocado” para los misioneros
de los países extranjeros. Y mientras las historias de las misiones de los
judíos y los musulmanes parecen poco probables, la narración de la misión de
los obispos germanos es bastante creíble. También es un hecho indiscutible que
en la segunda mitad del siglo IX y en el siglo X, todas las tierras eslavas,
incluyendo Moravia, Panonia, Bulgaria, Serbia y Rus, fueron testigos de
misiones paralelas de las iglesias bizantina y latina, que llevaron a cabo sus
actividades, no tanto con un espíritu de cooperación, sino con un espíritu de
rivalidad.
[1] Schmemann, Camino Histórico,
220-21.
[2] Focio de Constantinopla Encíclicas 5.
* La autocefalía es la condición de una iglesia
ortodoxa canónica en la que su obispo primado no depende a ningún otro obispo
de mayor rango. Cuando una iglesia adquiere la autocefalía se vuelve
independiente en su administración y legislación (autónoma) y tiene la facultad
de designar a su propio jerarca primado (autocéfala). Las iglesias que sólo son
autónomas tienen un jerarca primado designado por su iglesia madre. (N.T.)
[3] Focio de Constantinopla Encíclicas 35.
[4] Narraciones de los Años Idos, año
6452 (944) en VP Adrianova-Perets, ed., Narraciones de los Años idos (Povest’
Vremennykh Let), trans. D.S. Likhachev y B. A. Romanov (Moscú y
Leningrado, 1950).
[5] A.V. Nazarenko, “La Iglesia Rusa del Siglo X
al Primer Tercio del siglo XV,” en Enciclopedia Ortodoxa (Moscú,
1997), 39.
[6]Narraciones de los Años Idos, año 6494
(986), 258.
[7] Narraciones de los Años Idos, año
6495 (987), 273.
[8] Narraciones de los Años Idos, año
6495 (987), 273-74.
http://iglesiaortodoxa.org.mx/informacion/category/articulos/historia-de-la-iglesia/
El Surgimiento del
Monacato
La era de los
concilios ecuménicos estuvo marcada por la aparición y desarrollo del
movimiento monacal, que ejerció enorme influencia en todos los aspectos de la
vida espiritual de la iglesia ortodoxa. Algunos sostienen que los orígenes del
monacato se remontan hasta las comunidades de vírgenes, e incluso hasta las
sectas nazirea y esenia del Antiguo Testamento; no obstante, es evidente que la
rápida expansión del monacato está asociada con el fin de las persecuciones
durante el reinado de Constantino el Grande, y con la transformación de la
iglesia en una institución bien organizada que disfrutaba de todos los
beneficios de la civilización.
Durante el siglo
cuarto, en el desierto de Egipto hubo tres tipos de monacato: el anacoreta, el
cenobítico y el de skete. Los ermitaños vivían solos, los monjes cenobitas
vivían en grandes grupos, y los monjes de los sketes vivían en pequeños
grupos de dos o tres personas (llamamos “skete” a esta forma de organización
por el desierto de Scetis, donde se intentó por primera vez este estilo de
vida). Tradicionalmente, se considera como el líder de los reclusos egipcios a
San Antonio el Grande (c.251- c. 356) cuya vida describe en detalle Atanasio de
Alejandría. Antonio nació en una familia cristiana. Durante su juventud escuchó
en la iglesia las palabras de Cristo: “Si quieres ser perfecto, anda, vende
todo lo que tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego
ven y sígueme.” (Mt 19:21). Estas palabras causaron tan poderosa impresión en
el joven Antonio, que regaló todas sus posesiones y comenzó a llevar un estilo
de vida ascético – primero en su casa y después en el desierto, para lo cual se
retiró a pasar veinte años en soledad, superando las tentaciones del demonio.
Cuando se descubrió la forma de vivir de Antonio, comenzaron a juntarse
discípulos en torno suyo. Según Atanasio el Grande, el desierto se convirtió
gradualmente en una ciudad:
En las montañas
aparecieron monasterios y el desierto se colonizó con monjes que habían dejado
atrás sus posesiones y se enrolaron en la ciudadanía de los cielos… los
monasterios en las montañas eran como un tabernáculo lleno de coros
celestiales, de salmistas, y de quienes amaban leer, ayunar y orar… era, de esa
forma, un cierto territorio lleno de justicia, donde no había opresor ni
oprimido, ni reproches del cobrador de impuestos. Había multitud de ascetas,
pero todos compartiendo el mismo pensamiento: trabajar por la virtud.[1]
Aunque este
fragmento le concede a Antonio el mérito de haber establecido los monasterios
cenobíticos, la tradición considera que fue san Pacomio el Grande (c. 290-
346), el recopilador de la primera regla monástica, ser el iniciador de este
tipo de monaquismo. La primera mitad del siglo cuarto también fue testigo de
las actividades de San Hilarión el Grande, el organizador del monaquismo
palestino, y las de los dos grandes Macarios, el Egipcio y el de Alejandría.
También durante este tiempo floreció en Siria el movimiento protomonástico
llamado los “Hijos de la Alianza”.
La expansión del
monaquismo en Capadocia se debe en gran medida a Eustatio de Sebaste, quien por
muchos años (hasta 373) fue amigo y maestro de Basilio Magno. Eustatio
pertenecía a un grupo de ascetas que fue condenado por el concilio de Gangra
(c.340), y a partir de las decisiones de este concilio, podemos reconstruir los
principios más importantes de la enseñanza de Eustatio. Entre otras cosas, el
concilio anatemizó a quienes condenaran el matrimonio legítimo, rechazaran
comer carne, se rehusaran a tomar la comunión de sacerdotes casados,
practicaran la virginidad por desdén del matrimonio; a aquellos que, al observar
el voto de virginidad, se exaltaban a sí mismos por encima de los casados, a
quienes ayunaran los domingos, y a aquellos que rehuyeran las reuniones de la
iglesia u organizaran sus propias reuniones por separado del obispo local.
También anatomizaba a las mujeres que, so pretexto de vida ascética,
abandonasen a sus maridos o descuidasen la crianza de sus hijos.
Es muy posible
que Eustatio mismo no apoyara los extremos condenados por el concilio de
Gangra, y que estas concepciones erróneas fueran compartidas por solamente
algunos individuos del grupo. No obstante, ya que sus escritos no
sobrevivieron, es difícil tener certeza sobre si realmente los anatemas del
concilio iban dirigidos contra sus enseñanzas.
Aunque Basilio
Magno compartía muchas ideas de Eustatio, ese individualismo extremo
típico de las comunidades de ascetas que condenaba el concilio de Gangra le era
por completo ajeno. Por el contrario, enfatizaba por todos los medios posibles
la naturaleza “eclesial” del movimiento monacal. Basilio se esmeró en
asegurarse de que el naciente monacato no se opusiera a la iglesia, que no
degenerara en una secta de ascetas rigoristas, sino que se convirtiera en un
elemento integral del organismo de la iglesia. Más aún, en las Reglas de
Basilio, no se utiliza en absoluto la palabra “monje”, ni se habla del
“monacato” como grupo separado dentro de la iglesia. A Basilio le interesaba
más bien la comunidad de la iglesia como tal, es decir, toda la iglesia
como una comunidad unida de “cristianos perfectos”. Dentro de esta macro-
comunidad pueden existir – y ciertamente éste fue el caso en los tiempos de
Basilio – micro- comunidades de ascetas, vírgenes y reclusos. Estas
comunidades formarían el núcleo de un renacimiento espiritual que, según
Basilio, debería abarcar a toda la iglesia. En gran medida gracias a los
esfuerzos de Basilio, el movimiento monástico nunca – ni entonces ni después –
estuvo en oposición con la iglesia, sino que se mantuvo en ella. A Basilio
también se le puede atribuir el haber ayudado a que el ideal de la vida
monástica penetrara en grandes sectores de la sociedad bizantina, así como el
haber fomentado la formación de un “monaquismo en el mundo”: muchos
laicos fueron inspirados por las normas ascéticas del monacato y pusieron
en práctica varios elementos de la espiritualidad monástica.
Al surgimiento
del monacato en el Egipto del siglo cuarto como una forma de apartarse del
mundo, le siguió un rápido aumento de la cantidad de los monasterios urbanos,
con monjes que comenzaban a regresar al mundo y a establecerse en las ciudades.
Era una especie de misión monacal en el mundo, que llevó a la gradual
cristianización del mundo y a la penetración de los ideales monásticos en
muchos sectores de la sociedad bizantina. Sin embargo, la vida en los monasterios
urbanos adoptó una forma diferente de la que se tenía en el antiguo desierto
egipcio. Aunque conservaban intactos los principios básicos de los monasterios
cenobíticos, los monasterios urbanos ya no eran comunidades aisladas sino
centros misioneros y educativos. Los laicos asistían a los servicios
monásticos y los monjes se enfrentaron a la necesidad de ofrecerles guía
espiritual, manteniendo un contacto cercano y constante con la vida urbana, y
visitando o recibiendo a la gente. La transformación que experimentó el
monacato oriental, pasando de ser un movimiento espontáneo de zelotes de la
vida espiritual para convertirse en una clase separada dentro de la iglesia, se
completó durante el periodo post- iconoclasta. Desde entonces el monacato ha tenido
un papel de liderazgo dentro de la iglesia ortodoxa.
[foto: Las
ruinas del monasterio de Studios]
El movimiento
monacal en la época de los concilios ecuménicos fue de carácter masivo: a
mediados del siglo VI había setenta y seis monasterios sólo en Constantinopla,
y según algunas fuentes, al principio de la controversia iconoclasta había
cerca de cien mil monjes en Bizancio.[2] El monasterio de Studios en Constantinopla
fue uno de los más famosos monasterios urbanos de Bizancio. Fundado a mediados
del siglo V, adquirió particular importancia en los años en los que tuvo como
abad a San Teodoro el Estudita († 826), y este periodo coincidió con el inicio
de la segunda fase de la controversia iconoclasta. Dirigiéndose a los
monjes de su monasterio, Teodoro explicó la importancia del monacato urbano en
comparación con la vida ascética del desierto:
Yo creo que Dios
te aceptará a ti y a tus buenas intenciones si sigues siendo el mismo incluso
después de moverte de los lugares más silenciosos (entre las montañas) a los
ruidosos y populosos (Constantinopla), del desierto a la ciudad… pero espero
que tú… continúes viviendo como lo hacías en el desierto, incluso estando
en la ciudad, y preserves la paz y la tranquilidad del alma en medio del ruido
de la ciudad. Es en realidad una prueba para ti, pero si la superas serás
realmente digno de admiración… estar en silencio en el desierto y preservar la
tranquilidad en la soledad no merece gran alabanza. Pero otra cosa es vivir en
la ciudad como si estuvieras viviendo en la soledad, y habitar en medio
de las bulliciosas multitudes como si estuvieras en el desierto.[3]
La influencia
del monasterio de Studios fue grande, no sólo en Constantinopla, sino mucho más
lejos, particularmente en el santo monte de Athos. El monasterio llevaba a cabo
un amplio rango de actividades educativas y poseía una rica biblioteca y
escritorio, donde un equipo completo de escribas se dedicaba a la copia
sistemática de libros. Durante los periodos iconoclasta y post -iconoclasta,
los monjes estuditas escribieron mucho de lo que después entraría en los
servicios de la iglesia ortodoxa y que todavía hoy se canta.
Otro aspecto
importante de la tradición estudita fue la guía espiritual que en el monasterio
de daba para monjes y laicos. Esta práctica se hizo muy popular durante las
controversias iconoclastas. La regla de Studios prescribía la “revelación de
los pensamientos” – la confesión periódica de todos los monjes con el abad, su
padre espiritual. Si bien la revelación diaria de los pensamientos
existía desde el periodo más temprano del monacato, la práctica de que los
monjes proporcionaran guía espiritual a los laicos fue característica de la
época de la iconoclastia. El mismo periodo vio emerger también la institución
de los “gerontes”*, cuya tarea implicaba escuchar las confesiones de
los laicos. Habiendo adquirido un papel preeminente en la guía espiritual de
los laicos, los gerontes ensancharon los límites de la paternidad espiritual: a
diferencia de los primeros mentores espirituales cristianos, que eran,
por así decirlo, simples consejeros espirituales, los gerontes controlaban
todos los aspectos de la vida de sus hijos espirituales. La idea de obediencia
total típica de los monasterios se aplicaba con frecuencia en las
relaciones entre los gerontes y sus hijos espirituales laicos.
Para comprender
la naturaleza de la gerusía**, aún existente en la iglesia ortodoxa, debemos
tomar en cuenta las circunstancias históricas que llevaron a su desarrollo
durante el periodo iconoclasta. Como el obispo Calistos Ware apunta, hay dos
formas de sucesión apostólica dentro de la iglesia: “primero está
la sucesión visible de la jerarquía, la serie ininterrumpida de obispos en las
diferentes ciudades… en segundo lugar, de forma paralela, muy escondida, a
nivel carismático más que oficial, está la sucesión apostólica de los padres y
las madres espirituales en cada generación de la iglesia.”[4] Ambos tipos de sucesión con mucha
frecuencia coexisten pacíficamente, y en muchos casos se combinan: por ejemplo,
cuando los obispos y sacerdotes sirven como guías espirituales del pueblo. Sin
embargo, durante el periodo iconoclasta se polarizaron estas dos líneas de
sucesión. El motivo fue la menguante autoridad moral de la jerarquía “oficial”
a los ojos del pueblo debido a las concesiones hechas por muchos obispos a los
iconoclastas. Cuando los miembros de la jerarquía y del clero apostataron de la
tradición de venerar los iconos, el pueblo se volvió hacia los monjes en
quienes veían a los defensores de la ortodoxia.
Al finalizar la
controversia iconoclasta, el monacato se convirtió en una institución
principal de la iglesia, y disfrutó de un estatus especial en el imperio
bizantino. Mientras los intentos imperiales de “domar” a la jerarquía
eclesiástica tuvieron éxito en muchos casos, no lograron controlar al monacato
y absorberlo en la estructura política y social del imperio.[5]
En la Catequesis de
Teodoro el Estudita se describe la posición que guardaba el monacato dentro de
la iglesia de este modo: los monjes son los “nervios y soporte” de la iglesia,
la “sal de la tierra y la luz del mundo”, la “luz para los que habitan en las
tinieblas”, un “ejemplo y una declaración”.[6] En esencia, el monacato fue capaz de “domar”
a la iglesia de Cristo en el oriente por muchos siglos. Fue de entre los monjes
que los obispos fueron elegidos durante el periodo post-iconoclasta. Los
servicios monásticos remplazaron gradualmente al typikon* litúrgico de las parroquias, y el ascetismo
monacal sirvió de fundamento para las reglas de ayuno de la iglesia, la
educación espiritual se concentró en las manos de los monjes, y los monjes se
convirtieron en los padres confesores de los laicos. En contraste con el
occidente latino, donde la autoridad de las órdenes monásticas se
reflejaba, sobre todo, en su independencia administrativa de las estructuras
episcopales, los monasterios bizantinos permanecieron bajo la jurisdicción del
obispo del lugar. Además, los obispos mismos eran monjes, y con
frecuencia se designaban monjes para cargos en las diócesis. Esta práctica
permanece en muchas iglesias ortodoxas hasta el día de hoy.
La Literatura Ascética
El monacato en
la época de los concilios ecuménicos produjo una rica literatura
ascética, que incluso hoy en día goza de enorme popularidad en la
iglesia ortodoxa. Además, no sólo es leída por los monjes, sino también
por los laicos. Los dichos de los antiguos padres egipcios como Antonio,
Arsenio, Macario, Pacomio y Sisoes, (todos los cuales son llamados “el
Grande”), se abrieron camino hasta colecciones intituladas “Paterikon”, en los
cuales estos dichos (apotegmata) están puestos en orden alfabético o clasificados
por tema. Aparte de estas colecciones de dichos, a principios del siglo
cuarto aparecieron tratados ascéticos escritos por autores individuales y
dirigidos a los monjes. Además de los ya mencionados Máximo el Confesor y
Teodoro el Estudita, los escritores monásticos más importantes del siglo cuarto
al noveno fueron Evagrio Póntico, Macario de Egipto, Juan Clímaco e Isaac el
Sirio.
Evagrio Póntico
(c.346-399) fue discípulo de San Gregorio el Teólogo, un contemporáneo más
joven de san Pacomio el Grande y otros “padres del desierto” y testigo de la
era dorada del monacato egipcio. De Orígenes adoptó algunas opiniones
erróneas, principalmente en el campo cristológico, por las que fue condenado en
el quinto concilio ecuménico. No obstante, en sus enseñanzas morales y
ascéticas, Evagrio fue un gran exponente de la auténtica tradición monástica,
por lo que después del quinto concilio ecuménico se preservaron muchas
obras suyas bajo el nombre de otros autores. Evagrio escribió principalmente en
el género de los apotegmata, típico del antiguo monacato egipcio y ordenaba sus
dichos en grupos de cien (llamados centurias). De lo que aún subsiste de sus
obras, las más famosas – el Praktikós, el Gnostikós,
los Capítulos Gnósticos y los Capítulos sobre la
Oración – son colecciones de dichos. La última de éstas es una
colección de ciento cincuenta y tres capítulos (igual que el número de peces
capturados en la pesca milagrosa cf Jn 21:11), se preservó bajo el nombre de
San Nilo del Sinaí. En este tratado, Evagrio delinea las características
fundamentales de la oración en la tradición monástica:
La oración
es una conversación de la mente con Dios. ¿Qué estado debe alcanzar la mente
para ser capaz de estirarse hacia su Maestro y conversar con él sin mediador
alguno?
Si Moisés cuando
intentó acercarse a la zarza ardiente recibió la prohibición de hacerlo hasta
quitarse las sandalias (Ex 3:5), ¿no deberías tú, que deseas contemplar al que
es más elevado que todos los sentidos y pensamientos para convertirte en
su interlocutor, quitarte todos los pensamientos pasionales?
Ante de todo,
rezamos por el don de las lágrimas para suavizar la aspereza del alma y
para obtener del Señor el perdón de tus pecados tras habérselos confesado (Sal
31:5).
Soporta con
diligencia y reza con fervor, alejándote de las preocupaciones y los
razonamientos que te sobrevengan. Pues te llevan al desconcierto y te
confunden para debilitarte.
Lucha por
mantener tu mente sorda y muda durante la oración y entonces serás capaz de
rezar.
La oración es el
ascenso de la mente hacia Dios.
Aquel que ama a
Dios siempre conversa con Él como con un padre, evitando todos los pensamientos
apasionados.
Si eres teólogo,
orarás en verdad; y si oras en verdad eres teólogo.[7]
Otras obras
importantes de la literatura monástica son las obras a tribuidas a Macario el
Egipcio (siglo cuarto). Mientras los expertos siguen debatiendo su
autenticidad, la mayoría cree que fueron escritos en la segunda mitad del siglo
cuarto, y no en Egipto, sino en Siria. Algunos principios de las homilías de
Macario fueron tomados por los mesalianos, un movimiento monacal herético que
se esparció con rapidez durante el siglo cuarto. Los Mesalianos, o Euquitas, es
decir los orantes (del griego euche, “oración”), creían que la
oración era la única actividad necesaria para la salvación y rechazaban la
escritura, los servicios litúrgicos y los sacramentos de la iglesia. El
hecho de que los mesalianos hicieran uso de sus homilías, de ninguna
manera minó la autoridad de Macario entre los ortodoxos, con quienes mantuvo su
popularidad durante todo el periodo bizantino. Hubo varias colecciones de
las obras de Macario; de ellas, la más conocida es la segunda colección, que
circuló durante los tiempos bizantinos bajo el título de Homilías
Espirituales. Su tema central es la enseñanza sobre la perfección
cristiana, que se alcanza mediante la oración y la comunión con Dios. El autor
de estas homilías habla del cristianismo como una lucha interior de carácter
espiritual, como una forma de vida de la “nueva creación” mostrando así
semejanzas con el autor de la Epístola a Diogneto, ya antes
citada:
Los cristianos
tienen su propio mundo y su propia forma de vivir, pensar hablar y actuar. La
gente del mundo es diferente. Los cristianos son una cosa, los que aman el
mundo son otra, y la distancia entre ellos es grande. porque los habitantes del
mundo, los hijos de este siglo son como el trigo echado en la criba del
mundo, son tamizados por los inquietantes pensamientos de este mundo,
constantemente agitados por las preocupaciones terrenales, los deseos y
los múltiples intereses materiales. Satanás se lanza en torno a aquellas almas
y tamiza toda la pecadora raza humana con una criba, es decir, de las
actividades mundanas…Pero nuestra ciudadanía es la de los cielos (Fil 3:20). Es
en esto que los verdaderos cristianos se diferencian del resto de la humanidad…
ya que la mente y el entendimiento de los cristianos siempre se ocupan de
pensamientos de lo celestial, contemplan los bienes eternos mediante la
comunión con el Espíritu Santo. Como han nacido de nuevo de Dios, de verdad han
recibido el poder de convertirse en hijos de Dios. A través de muchas y muy
largas luchas y esfuerzos han alcanzado la constancia, la firmeza, la
tranquilidad y el reposo. Sus pensamientos ya no se dispersan y ya no les
perturban pensamientos inconstantes y vanos. Por eso están por encima del mundo
y mejor que él, porque su mente y los pensamientos de su alma permanecen en la
paz de Cristo y en el amor del Espíritu… Por lo tanto, los cristianos son
diferentes no en su apariencia exterior como muchos podrían pensar… Por medio
de la renovación de la mente, la paz de los pensamientos, el amor y la devoción
celestial por el Señor, la nueva creación – la cristiandad – se diferencia de
toda la gente del mundo.[8]
[foto: San
Juan Clímaco]
La Escala de
San Juan Clímaco († mediados del siglo VII) es un clásico de la literatura
monástica. El libro consta de treinta capítulos, cada uno de los cuales
describe una virtud o una pasión en particular. En él, el camino a la perfección
espiritual se presenta como el ascenso gradual de una escalera en la que cada
escalón se alcanza adquiriendo una virtud específica o liberándose de una
pasión en particular. El camino del asceta comienza con la “renuncia al mundo”
– el primer peldaño de la escalera. Así se destaca el carácter monástico del
libro desde el principio. Continúa con los capítulos sobre el desapego, el
exilio (el retiro del mundo), la obediencia, la penitencia, la remembranza de
la muerte, el duelo, la placidez y la mansedumbre, el recuerdo de los errores,
la maledicencia y la difamación, la locuacidad y el silencio, la mentira, el
abatimiento y la pereza la glotonería, la castidad, la avaricia, la pobreza, la
insensibilidad, el sueño y la salmodia la alerta, el temor, la vanagloria, el
orgullo, la simplicidad y la sinceridad, la humildad, el discernimiento, la
ecuanimidad, la oración y la impasibilidad. El último capítulo del libro trata
de la unión de las tres virtudes, fe, esperanza y amor, que son el peldaño más
alto de la escala:
La fe es como un
rayo la esperanza una luz, y el amor el sol mismo. Con todo, constituyen una
misma radiación y un solo esplendor.
El que desea
hablar del amor de Dios se propone hablar de Dios mismo. Hablar sobre
Dios es pecaminoso y peligroso para quien no está atento.
Dios es amor
(1Jn 4:8), y el que desee definir en una palabra lo que es Dios está
ciego e intenta medir las arenas del fondo del mar.
El amor, por su
naturaleza, es la semejanza con Dios- en la medida en que esto es posible para los
humanos. En su actividad es la embriaguez del alma, y su característica
distintiva es que es una fuente de fe, un abismo de sacrificio y un mar de
humildad.
Si la presencia
de un ser amado nos cambia de una manera tan visible para todos, pues nos ponemos
gozosos, alegres y despreocupados, ¿qué cambio no se obrará por la presencia
del Maestro celestial, que invisiblemente entra en el alma pura?
El aumento
del temor de Dios es el principio del amor, y la perfección de la pureza es el
principio de la teología. [9]
San Isaac el
Sirio (siglo VII) ocupa un lugar especial en la historia de la literatura
monástica. A diferencia de otros autores antes mencionados, vivió no en
el imperio romano, sino en el imperio persa, escribía no en griego, sino en
siríaco, y pertenecía no a la iglesia bizantina, sino a la iglesia de oriente.
Sin embargo, sus escritos fueron ampliamente leídos en Bizancio gracias a una
traducción griega realizada a finales del siglo VIII y principios del noveno.
Hasta hace poco sólo se conocía una colección de las obras de Isaac: las
Homilías Ascéticas. Sin embargo, en el siglo veinte se descubrieron y
publicaron unos manuscritos siríacos que contenían el segundo volumen de su
obra.[10]
Isaac representa
una rica tradición de literatura teológica y espiritual siria que incluye
a escritores como Jacob Afrahat (siglo cuarto) y San Efrén el Sirio (c. 306- c.
373). La cristología y escatología de Isaac se tuvieron la influencia de
Teodoro de Mopsuestia, aunque Isaac es ajeno a los extremos de la cristología
antioquena condenada en el tercer concilio ecuménico. A lo largo de los siglos,
Isaac el Sirio ha sido conocido tanto por su visión teológica como por su
enseñanza moral y ascética, que están íntimamente ligadas a su comprensión del
amor de Dios. Aquellos que luchan por la santidad deberían primero que nada
imitar el amor de Dios: ese amor que todo lo abarca, que se conduele y que no
hace distinción entre los justos y los pecadores, entre los amigos de la verdad
y sus enemigos:
¿Y qué es el
corazón misericordioso? Es la calidez del corazón del hombre hacia toda la
creación, hacia la gente, hacia las aves, los animales, los demonios y toda la
creación. Cuando los recuerda o los admira, sus ojos llenos de lágrimas por una
grande e intensa piedad que llena el corazón. Y se le hace pequeño el corazón
del gran sufrimiento, no soporta oír ni ver a ninguna creatura sufrir daño ni
pena. Por esto eleva oraciones cada hora con lágrimas por las creaturas que no
hablan, por los enemigos de la verdad y por los que le hacen daño, para que
sean protegidos y purificados; también ofrece oraciones de gran piedad por lo
que se arrastra en la tierra: en su corazón se produce esta piedad hasta que él
llega a asemejarse Dios en este aspecto.[11]
El amor a Dios
debe tener la misma fuerza espiritual que impulsó a los mártires a su
muerte e inspiró a los apóstoles en su predicación y a los padres del
desierto en sus hazañas ascéticas. De acuerdo con San Pablo, que escribió que
somos “necios por Cristo” (1Cor 4:10), Isaac describe el amor divino como un
sentimiento que vuelve necia a la persona y la embriaga espiritualmente:
El amor es
caliente por naturaleza, y cuando brota sin mesura en una persona vuelve el
alma necia. Por eso el corazón que ha sentido este amor no lo puede contener ni
soportar… Es de esta embriaguez espiritual que estaban borrachos los apóstoles
y los mártires, y viajaron por el mundo entero, trabajando y soportando insultos,
mientras que otros chorreaban sangre como si fuera agua por sus miembros
cercenados. En medio de terribles sufrimientos no perdieron el corazón sino
aguantaron con valentía, y siendo sabios, se declararon necios. Otros más
erraron “por desiertos y montañas, por cavernas y antros de la tierra” (Heb
11:38), y fueron los más serenos y calmados durante los tiempos de
tribulaciones. ¡Que Dios nos conceda adquirir esa necedad![12]
[1] Atanasio de Alejandría La vida de
San Antonio, en Las Obras de Nuestro padre Entre los Santos Atanasio,
Arzobispo de Alejandría (Sergiev Posad, 1902-1903), 3.192,214-15.
[2] Cf. Schmemann, Camino Histórico,
120.
[3] Teodoro el Estudita Catequesis,
Homilía 198( Filokalia 4.376).
* Geronte, del griego ge¢roontaV,
anciano. Denomina al maestro y guía espiritual en los monasterios. En ruso se
conoce como Starets. En inglés Elder (N.T.)
** Gerusía, ancianato, en el sentido de
institución y función de los gerontes. En inglés Eldership (N.T.)
[4] Kallistos T. Ware, “El Padre Espiritual en
San Juan Clímaco y San Simeón el Nuevo Teólogo,” en Irénée Hausherr, La
Dirección Espiritual en el Antiguo Oriente Cristiano, trans. Anthony P.
Gythiel (Kalamazoo: Cistercian Publishers, 1990), vii.
[5] Sobre este tema ver Florovsky,”Cristianismo
y Civilización,” en Artículos Teológicos Selectos, 218-27
[6] Citado en Schmemann, Camino
Histórico, 212-13.
* Typikon es la forma tradicional,
propia de cada lugar, de realizar los ritos de los diversos servicios
eclesiásticos. También con ese nombre se conoce la carta fundacional de los
monasterios. (N.T.)
[7] Evagrio Sobre la Oración 3;
4; 5; 9; 11; 36; 55; 61.
[8] Macario de Egipto, Homilías
Espirituales 5. 1-5.
[9] La Escala 30.2,4,6,7,16,20.
[10] Sobre esto ver Obispo Hilarion
(Alfeyev), El Mundo Espiritual de San Isaac el Sirio, 2ª ed. (San
Petesburgo, 2002), 37-43.
[11] Homilías 48, en Abba Isaac el Sirio,
Homilías Ascéticas (Sergiev Posad,1911),206.
[12] Homilías 73, en Homilías
Ascéticas, 369-70.
http://iglesiaortodoxa.org.mx/informacion/category/articulos/historia-de-la-iglesia/
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