domingo, 9 de abril de 2023


 La Pascua es quizás la celebración más importante para los cristianos católicos. Por eso, a lo largo de los siglos ha sido inmortalizada por artistas de todas las declinaciones. Descubramos las obras maestras de la Pascua en el arte.

La Última Cena de Leonardo Da Vinci


https://historia-arte.com/obras/la-ultima-cena

La última cena, Santa María delle Grazie, Milán (Italia), Óleo Temple

La última cena, Giacomo Raffaelli (A partir original de Da Vinci)

https://www.algomasquearte.es/cuadro-da-vinci-ultima-cena

 

Debido al deterioro actual que presenta “La última cena” de Leonardo, podemos ver mejor este hecho en un mosaico del siglo XIX que reproduce esta pintura, elaborado por Giacomo Raffaelli en una iglesia de Viena. 

En el refectorio del Convento de Santa Maria delle Grazie en Milán, se encuentra una de las obras de arte más aclamada de todos los tiempos, ícono del arte universal.

El momento elegido por el artista es el más dramático del episodio evangélico: el momento en que Cristo pronuncia la frase: Uno de vosotros me traicionará.

Parten de estas palabras aquello que Leonardo llamaría: «i moti dell’animo» (los movimientos del alma) es decir, el motivo por el cual los personajes son capaces de adquirir vida y conseguir un alto nivel de emotividad y dramatismo en sus expresiones.

Las palabras de Jesús, resuenan en la sala y provocan toda una serie de reacciones por parte de los apóstoles que gracias al genio de Leonardo consiguen, plasmadas en el muro, transmitir todo el impacto del momento como una especie de acústica óptica y dinámica capaz de trascender la materia y emitir emoción.

Si prestamos atención a los gestos de los personajes, la escena se intensifica. Los apóstoles se miran unos a otros sin saber a quién se refiere Jesús. Sus gestos son de estupor y asombro. Está quién se alza ante la incredulidad de las palabras de Cristo, quien se acerca, quien se horroriza o quien se retrae como Judas, sintiéndose en evidencia.

Esta secuencia de gestos y expresiones confieren acción y vida a la escena, cuya vehemencia aumenta con la expresión de un Jesús que aparece dolido, lleno de piedad y resignación.

El alto grado de conmoción en la obra de Leonardo viene precisamente de la decisión por parte del artista de no generalizar la representación de los personajes en un solo estilo, sino de dotar a cada uno de ellos de rasgos físicos y psicológicos propios. Su interés es casi más humano que religioso: estudiar la diversidad de los estados anímicos, desde la sorpresa a la ira o la duda, que contrastan con la ya citada tranquilidad de Cristo.

En una sola escena, Leonardo condensa una variedad de actitudes, movimientos, expresiones y significados.

La representación de las figuras en grupos de tres no es el único elemento de una trama que enlaza una gran variedad de contenidos. Cada grupo de apóstoles es un «micro-relato». Se puede detectar también una referencia a la forma circular que Leonardo tanto amaba, según él propulsora de la vida, y creadora de armonía. Cristo presenta además, un esquema triangular que contrasta y sobresale de la horizontalidad de la mesa.

Las figuras imponen por su monumentalidad. Leonardo da Vinci consigue un efecto de profundidad increíble a través de la disposición en perspectiva de elementos como el pavimento, las paredes, el techo a casetones y los tapices, creando líneas de fuga que nos conducen hacia el fondo (perspectiva lineal). De esta manera, la obra se presenta como una continuidad ilusoria al espacio real del refectorio.

La realiza al fresco, técnica utilizada habitualmente para este tipo de trabajos, debido a la rapidez e imposibilidad de retoques. Pero Leonardo buscó nuevas opciones que le permitieran un trabajo más sosegado y con posibilidad de retoques. Optó por una técnica que consistía en utilizar una combinación de óleo y temple, lo cual le permitiría retocar la pintura infinitamente.

Pero esta técnica muy pronto demostró su poca adaptación a la superficie, además, la alta humedad del refectorio terminó escamando partes de la pintura, el pigmento no había quedado bien fijado al muro y se fue perdiendo poco a poco.

En 1943, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, los aliados bombardearon Milán y una bomba cayó directamente sobre Santa Maria delle Grazie. La iglesia quedó casi completamente destrozada, el claustro se derrumbó, y la mayoría de las paredes y una gran parte del techo del refectorio quedaron aplastados. Cuando los trabajadores retiraron los escombros, para su sorpresa, La Última Cena estaba casi intacta. Esta suerte de milagro, fue posible debido a que, ante la inminencia del bombardeo, muchos se ocuparon de reforzar y proteger con andamios y bolsas de arena esta parte de la iglesia.

Sea como fuere, gracias a ellos podemos aún ser testigos de una de las obras de belleza atemporal con más aura mistérica y maestría de la historia del arte.

 

Ya hemos mencionado la Última Cena, es decir la última comida consumida por Jesús con Sus Apóstoles, para celebrar la Pascua judía. Fue también la ocasión en que Cristo instituyó la Eucaristía, partiendo el pan y ofreciendo el vino como Su cuerpo y Su sangre a sus compañeros. Innumerables artistas a lo largo de los siglos han tratado de expresar con sus obras el dramatismo suspendido de ese episodio particular: Jesús ya sabe que al día siguiente será arrestado y enfrentará tormentos sin fin. Sabe también que será uno de sus más fieles el que lo traicionará, y lo declara públicamente, así como declara que Pedro lo negará tres veces. Un drama anunciado, que revive en los rostros y posturas de los protagonistas. Además de la Última Cena pintada por Leonardo, entre los artistas que inmortalizaron este episodio también se encontraba Giotto en su fresco homónimo en el ciclo de la Capilla de los Scrovegni de Padua. El tema siempre ha sido muy querido también por los pintores de iconos sagrados.

https://historia-arte.com/obras/la-ultima-cena

 

La Última Cena más allá de Leonardo da Vinci

 

ADRIANA BELLO / ALETEIA

Sin duda, la de Da Vinci es la más famosa, estudiada, replicada y admirada. Captura el instante en el que Jesús le dice a sus apóstoles que uno de ellos le traicionará, pero también cuando está a punto de tomar el pan y el vino, que sería el génesis de la Eucaristía. Sin embargo, otros artistas italianos también lograron capturar con su ingenio ese momento tan íntimo y trascendental. Aquí les mostramos cinco de ellas:

Giotto-Public domain

Giotto, Capilla de Los Scrovegni (Padua)


La llaman la Capilla Sixtina de Padua por sus hermosos frescos y, entre ellos, está éste de La Última Cena. Cada apóstol se diferencia por el color de sus vestiduras y ninguno mira al espectador. Judas, de amarillo, aparece tomando comida del mismo plato que Jesús, simbolizando su traición.

Fra Angelico | Public domain

Fra Angelico, Monasterio de San Marco (Florencia)


Esta obra se encuentra en una de las celdas de los monjes. Llama la atención que no se centra en la traición de Judas (quien es el único que tiene una aureola negra) sino en la repartición del pan y el vino a los apóstoles. De hecho, por eso este fresco se titula Comunión y no La Última Cena.

Sor Plautilla Nelli | Public domain

Sor Plautilla Nelli, Museo Santa Maria Novella (Florencia)


Se cree que esta monja fue la primera mujer (o una de las primeras) en pintar este icónico episodio de la vida de Cristo. Fue una artista auto-didacta y su pieza es enorme (unos 7 metros) porque pintó las figuras en tamaño real, un gran logro considerando que en esa época a las mujeres se les prohibía estudiar la anatomía humana. Estuvo en el comedor de su convento hasta que cerró, luego pasó a un almacén, hasta que finalmente llegó al museo florentino. En el 2019, luego de cuatro años de restauración, se exhibió esta obra después de 450 años de olvido.

J Tintoretto | Public domain

Jacopo Tintoretto, Basílica de San Giorgio Maggiore (Venecia)


Una obra sumamente diferente a la de da Vinci. No hay una simetría perfecta, es dramática, poco convencional, oscura y hasta algo “caótica”. Judas es el único apóstol que no tiene aureola y se incluyen también las figuras de los ángeles. El centro de luz es, por supuesto, Jesús.

Ghirlandaio

Ghirlandaio, Iglesia de Ognissanti (Florencia)


De esta Última Cena destaca que el pintor no la representó como una escena de interiores, sino quiso integrar también a la naturaleza y su simbolismo. El árbol de naranjas y los cedros evocan la belleza del Paraíso; mientras que las palmas y los cipreses son un presagio del martirio y la muerte. El pavo real a mano derecha simboliza la inmortalidad y el renacimiento con su plumaje. Judas no sólo da la espalda al espectador, sino que además está sentado en un taburete que está debajo del nivel de Jesús y los demás apóstoles.

Fuente: https://es.aleteia.org/2021/04/01/la-ultima-cena-mas-alla-de-leonardo-da-vinci/

http://losperiodistas.com.mx/portal/la-ultima-cena-mas-alla-de-leonardo-da-vinci-aleteia/


El lavatorio de los pies es uno de los más grandes gestos de amor de Dios. He aquí cómo sucedió y cómo se repite cada año entre los ritos del Jueves Santo

Hay un episodio en particular que sólo se relata en uno de los cuatro Evangelios. Se trata del lavatorio de los pies, es decir, el momento en que Jesús, reunido por última vez con los Apóstoles para comer la cena pascual, se arrodilla y lava los pies a cada uno de ellos. Este gesto de absoluta humildad por parte del Maestro hacia sus discípulos no se menciona en los Evangelios sinópticos, es decir, los de Marcos, Mateo y Lucas. Sólo está presente en el Evangelio de Juan, donde falta en cambio la institución de la Eucaristía.

Pero ¿qué significado tiene este episodio? Debemos pensar que entre las muchas costumbres judías estaba la según la cual el cabeza de familia debía lavar las manos de los comensales antes de comenzar la cena pascual. Además, en el mundo judío, lavar los pies a alguien era una manifestación de gran hospitalidad y devoción, un gesto que el siervo reservaba para su amo, o la esposa para su marido. El hecho de que en la Última Cena haya sido Jesús quien se desnudó, se ciñó las caderas con la toalla, el paño que se utilizaba precisamente para esta práctica, y se arrodilló, sitúa el acto del lavatorio de los pies bajo una luz completamente nueva.

En la última audiencia general antes de la Pascua de 2021, el Papa Francisco recordó que: “Jesús sustituyó la víctima del sacrificio – el cordero pascual – consigo mismo: su Cuerpo y su Sangre nos donan la salvación de la esclavitud del pecado y de la muerte. La salvación de toda esclavitud está ahí. Es la tarde en la que Él nos pide que nos amemos haciéndonos siervos los unos de los otros, como hizo Él lavando los pies a los discípulos.”

El relato en el Evangelio de Juan

He aquí brevemente cómo relata Juan en su Evangelio el episodio del lavatorio de los pies (Juan 13). Jesús decretó un lugar para reunirse con los Apóstoles. El Señor sabía que Su tiempo en el mundo estaba terminando y quería pasar sus últimos momentos con aquellos a quienes más había amado: “Sabiendo Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Juan 13, 1). Luego, mientras la cena ha comenzado y la traición de Judas ya ha provocado la serie de trágicos acontecimientos que conducirán a Su arresto, Jesús les da un gran ejemplo de humildad y amor fraternal: se levanta, se desnuda, se envuelve las caderas con una toalla, coge una jofaina y comienza a lavar los pies de los demás hombres, uno tras otro. Pedro se rebela ante ese gesto, asombrado, pero Jesús le dice que sólo aceptándolo podrá estar con Él y compartir con Él cada cosa.

Lo que Jesús hace es mostrar a sus discípulos lo que espera que hagan después de que Él se haya ido, un entregarse continuo y total a los demás, viviendo diariamente el amor al prójimo y la misericordia de los que Él fue profeta durante el tiempo de Su corta misión en la tierra. Si Él que es Maestro y Señor se rebaja a un acto tan humilde, hecho sólo para complacer y cuidar a otra persona, ¿por qué no deberían hacerlo los Apóstoles, y como ellos todos nosotros? Jesús lava los pies de los Apóstoles y se convierte en Servus servorum Dei, siervo de los siervos de Dios. Así se lo dice a Sus Apóstoles: “De cierto, de cierto les digo que el siervo no es mayor que su señor ni tampoco el apóstol es mayor que el que lo envió” (Juan 13,16). Es a través de gestos como éste como se gana el Reino de los Cielos. A Pedro, que protesta y se niega a que le laven los pies, Jesús le responde: “Si no te lavo, no tendrás parte conmigo”, como para subrayar que sólo siguiéndolo e imitándolo incluso en esos humildes gestos, los discípulos merecerán compartir con él la gloria que vendrá. En el Evangelio de Juan, Jesús se dirige a los Apóstoles después de haberse levantado y revestido con estas palabras: “¿Saben lo que he hecho con ustedes? Ustedes me llaman Maestro, y Señor; y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Porque les he puesto el ejemplo, para que lo mismo que yo he hecho con ustedes, también ustedes lo hagan” (Juan 13,12-15).

El rito del Jueves Santo

Para la Iglesia católica, el lavatorio de los pies es un símbolo del amor de Dios. Entre los ritos de Semana Santa que preparan la Pascua, y en particular entre los del Jueves Santo, se encuentra la Misa vespertina, Misa “in cena Domini”, que revive la Última Cena de Jesús con sus discípulos. El Jueves Santo es el último día de la Cuaresma y el primero del llamado Triduo Pascual, los tres días más importantes de la Pascua cristiana, que culminan el Domingo de Pascua y encierran el tiempo central del año litúrgico y algunos de los principales misterios relacionados con Jesús: la institución de la Eucaristíala pasión, muerte y descenso a los infiernos, y la resurrección. Además de la institución de la Eucaristía, durante el Jueves Santo también se realiza el lavatorio de los pies.

La Iglesia católica ha practicado el rito del lavatorio de los pies en numerosas ocasiones y con variaciones a lo largo de los siglos. Practicado en los monasterios la noche del Jueves Santo, cuando llegaba un invitado, como signo de humildad y emulación de Jesús, más adelante se convirtió en un rito realizado por el Obispo, que durante ese Santo día lavaba los pies primero a los canónigos y después a los pobres. Posteriormente el rito volvió a cambiar: el Obispo debía lavar los pies a trece pobres. Los cistercienses practicaban el lavatorio de pies todos los sábados en sus monasterios.

Antes de que la normativa anti-Covid-19 restringiera incluso las costumbres de la Iglesia, el Papa Francisco había revolucionado el rito del lavatorio de los pies disponiendo que también las mujeres y luego los no creyentes pudieran recibir de él ese gesto de amor fraternal. Después de todo, Jesús dijo en la Última Cena: “También ustedes deben lavarse los pies unos a otros” (Juan 13,14).

https://www.holyart.es/blog/articulos-religiosos/el-lavatorio-de-los-pies-el-gesto-simbolico-del-amor-de-dios/



Los misterios de la pasión de cristo, Antonio Campi

https://www.meisterdrucke.es/impresion-art%C3%ADstica/Antonio-Campi/609770/Los-misterios-de-la-pasi%C3%B3n-de-cristo.html


Transepto Norte, Altar de la Deposición, Deposición de Cristo sostenido por la Virgen y los Santos Raimundo y Antonio de Padua, Antonio Campi 1566, Detalle Retablo

https://www.meisterdrucke.es/impresion-art%C3%ADstica/Antonio-Campi/1063965/Transepto-Norte,-Altar-de-la-Deposici%C3%B3n,-Deposici%C3%B3n-de-Cristo-sostenido-por-la-Virgen-y-los-Santos-Raimundo-y-Antonio-de-Padua,-Antonio-Campi-1566,-Detalle-Retablo.html


Escenas de la pasión: la ascensión. Detalle. Pintura de Antonio Campi (1526-1587)

https://www.meisterdrucke.es/impresion-art%C3%ADstica/Antonio-Campi/947477/Escenas-de-la-pasi%C3%B3n:-la-ascensi%C3%B3n.-Detalle.-Pintura-de-Antonio-Campi-(1526-1587).html

Cristo entre cuatro ángeles y los instrumentos de la pasión, 1496. V. Carpaccio, Musei Civici e Galleria di storia e arte, Udine

 

En la Semana Santa los cristianos celebran la pasión y muerte de Cristo. Las procesiones y muchas otras manifestaciones y funciones religiosas son la norma en calles e iglesias. Por lo tanto, éste es un buen momento para ‘repasar’ las reliquias de la Pasión de Cristo.

Entre todas las reliquias cristianas existentes, las reliquias de la pasión están consideradas como las más valiosas y constituyen el tesoro más grande de la religión cristiana. Por este motivo son, y han sido, las más veneradas entre los creyentes y las más deseadas por parte de los soberanos cristianos de todos los tiempos.

Las reliquias de la pasión son más propiamente los ‘instrumentos de la pasión’, es decir los utilizados para torturar y dar muerte a Cristo. Por lo tanto en primer lugar tenemos la Cruz, los Clavos, la Corona de Espinas, la Lanza y la Inscripción (Titulus Crucis). Luego la Túnica de Cristo, la Columna de la flagelación, el Flagelo, la Caña y la Esponja, y el Velo de la Verónica.

 

Exaltación de la Cruz, 1495. Cima da Conegliano. National Gallery of Art, Washington

De la casi totalidad de estas reliquias ‘Reliquiosamente’ ha publicado uno o más artículos, intentando ofrecer siempre una versión lo más objetiva posible, basada en la literatura disponible. Hay que tener en cuenta que estamos hablando de una época de la que no existen testimonios literarios y solo comenzamos a encontrarlos a partir del siglo IV. Además los arqueológicos son muy escasos y a menudo contaminados por una avalancha de hallazgos de dudosa validez.

La búsqueda y tráfico de reliquias ha tenido en el pasado un peso específico relevante y en algunos momentos llegó a convertirse en una verdadera obsesión, como por ejemplo alrededor del  año mil y durante todo el período de las Cruzadas, cuando millares de reliquias llegaron desde Tierra Santa, verdaderas, falsas o falsificadas, para satisfacer el ansia de poseerlas por parte de personas de todos los estratos sociales. En este contexto, por lo tanto, no es fácil determinar si nos hallamos frente a una reliquia auténtica, partiendo de la base que la gran mayoría no lo son. Durante siglos han sido veneradas reliquias que posteriormente se ha demostrado que son falsas. No obstante muchas de éstas continúan siendo veneradas ya que si para un creyente son auténticas, su valor salvífico y taumatúrgico sigue siendo exactamente el mismo. Como las palabras que Umberto Eco hace decir a Niceta en su obra ‘Baudolino’, refiriéndose a las reliquias: “Es la fe que las hace verdaderas, no las reliquias las que hacen verdadera la fe”.

La Cruz y la Corona de Espinas. Juicio Universal (1535-41), (detalle). Miguel Angel Buonarroti, Capilla Sixtina, Vaticano

Y más allá de la importancia que las reliquias tienen en la religión, a nadie se le escapa que su peso específico en el arte, en la política y en la economía, por citar solo algunos ejemplos, ha sido notable, sobre todo las de la pasión. Siempre citando a Umberto Eco: ‘Baudolino sabía que una buena reliquia podía cambiar el destino de una ciudad, convertirla en meta de peregrinaciones ininterrumpidas, transformar una iglesia en un santuario’.

Pero vayamos a nuestras reliquias de la pasión. Primera, entre todas, la Santa Cruz. Como todos ya saben, la Vera Cruz, junto con los Clavos y probablemente también el Titulus, fue descubierta por Santa Elena, emperatriz y madre de Constantino. Ya muy anciana, viajó a Jerusalén con el propósito de visitar los santos lugares y, según una tradición difundida por San Ambrosio y sucesivamente retomada por Jacopo da Varagine en la ‘Leyenda Dorada’, para buscar la Vera Cruz. En un artículo que describe el fresco del ábside de la basílica de Santa Cruz en Jerusalén de Roma, de Antoniazzo Romano, podemos leer cómo Santa Elena descubrió la Vera Cruz, de la cual sucesivamente se sacaron millares de fragmentos que acabaron repartidos por el mundo entero y de los cuales es prácticamente imposible saber cuáles son auténticos y cuáles no, tal y como leemos en ¿Cuántos fragmentos de la Vera Cruz existen en el mundo? Algunos de estos fragmentos, pocos, son de un tamaño considerable, como por ejemplo, el del Monasterio de Santo Toribio de Liébana, en España, que probablemente es el mayor de todos. Ríos de tinta se han utilizado para describir cómo sería la Vera Cruz, sus medidas o de qué madera estaría hecha porque, según la tradición, provendría de un árbol que estaría situado sobre la tumba de Adán, según se describe en ‘¿De qué madera era la Vera Cruz?’.


Jesucristo clavado en la cruz. Siglo XVIII. Bottega Veronese

En cuanto a los clavos de la crucifixión, éstos también, según la tradición, fueron hallados por Santa Elena, junto con la Cruz. Muchos sostienen que los clavos utilizados eran tres y otros que eran cuatro. Claro está, la emperatriz antes que nada pensó en su hijo, por lo tanto uno de los clavos hallados acabó siendo empleado para hacer el Bocado del Caballo de Constantino, para su protección en batalla. Pero de clavos también hay muchos en circulación, y no se parecen entre sí. Por lo tanto parece lícito preguntarse: ¿Dónde están los verdaderos clavos de Cristo?’.


Cristo coronado de espinas. B. Gennari (1594-1661). Pinacoteca comunale di Faenza

Otra reliquia de la pasión muy deseada en la historia era la Corona de Espinas. Ésta, contrariamente a lo que comúnmente se cree, parece ser que no tenía la forma de una corona, sino de una suerte de casco. Lo que ahora queda de ella tan solo es el soporte, que consiguió llevarse a casa el rey Luis IX de Francia, pagando una fortuna, todo hay que decirlo. Y para darle un hogar digno mandó construir la Sainte Chapelle de París, según se describe en mi artículo La corona de espinas y la Sainte Chapelleque explica de qué manera llegó de Constantinopla, con una estimación sobre cuántas espinas tendría la famosa calota, o casco, y a qué planta habrían pertenecido las verdaderas espinas. Claro, porque de espinas de la corona, o presuntas, en el mundo hay muchísimas, demasiadas, más de 2.000. Algunas de éstas son muy famosas y gozan de una particular devoción porque van acompañadas de un fenómeno particular que se manifiesta solo en determinadas ocasiones o fechas, como por ejemplo La Sacra Espina de Andria’.


Cristo crucificado, 1632, aprox. D. Velázquez, Museo del Prado, Madrid. El Titulus Crucis lleva la inscripción sin abreviar y en tres idiomas

El Titulus Crucis, es decir la famosa inscripción INRI1, es probablemente la única reliquia de la pasión que no tiene ‘dobles’, es decir, a todas luces, solo hay uno … bueno, una parte, y se conserva en la basílica de Santa Cruz en Jerusalén de Roma, construida sobre el antiguo palacio de la emperatriz Elena. Según la tradición, esta reliquia también fue hallada por la emperatriz, pero no todos los estudiosos están de acuerdo. Este tipo de tablas, en las que se escribía el motivo de la condena, eran de uso normal en las ejecuciones capitales.


Cristo crucificado herido por la lanza de Longino, 1439. Beato Angelico. Convento de San Marco, Florencia

Y pasemos a la lanza. La lanza con la que el centurión romano Longino atravesó el costado de Cristo para asegurarse de que estuviera muerto. Esta también está considerada como una reliquia muy valiosa, sobre todo porque estuvo en contacto con la sangre de Cristo. Pero por desgracia varias ‘lanzas de Longino’ han pretendido ser, a lo largo de los siglos, auténticas, como por ejemplo: la famosa ‘Lanza de los invencibles, también llamada Lanza del Destino, muy importante para Hitler, o la Lanza de Antioquia, que tuvo un papel determinante durante la Primera Cruzada. Ninguna de las dos ha superado el mínimo examen científico. Sin embargo la que está conservada en la basílica vaticana, en uno de ‘Los cuatro pilares de la cúpula de San Pedro, aún tiene alguna probabilidad se ser auténtica porque, a diferencia de las otras, ha sido demostrado que es del siglo I después de Cristo y es compatible con las utilizadas por las legiones romanas. Fue un regalo de sultán Bayazid al papa a cambio de un grande ‘favor político’… De momento lo dejamos aquí y reservo para la segunda parte de esta reseña las otras reliquias de la pasión, tanto para no alargarme demasiado como para ofrecer a los lectores otra ocasión de ocupar el tiempo con otro artículo.

—-

1.- INRI – Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum, Jesús Nazareno Rey de los Judíos

 

Las reliquias de la pasión de Cristo en ‘Reliquiosamente’ (Segunda parte)

Cristo entre los símbolos de la pasión, 1405 aprox. – N. di Pietro Gerini. Museo Nazionale d’Arte Medievale e Moderna, Arezzo (Italia)

Retomamos la reseña de las reliquias de la Pasión de Cristo, iniciada en un artículo precedente, en el cual se examinaban la Vera Cruz, los Clavos, la Corona de Espinas, la Lanza y el Titulus Crucis. En esta segunda parte hablaremos del resto: la Columna de la flagelación y el Flagelo, la Túnica, la Esponja y el Velo de la Verónica.

La Columna de la flagelaciónes la columna a la cual fue atado Jesús en la que recibiría 39 latigazos antes de ser trasladado al palacio del pretorio, a Poncio Pilatos, para luego ser llevado al Calvario, subiendo y bajando la escalera de este palacio, la escalera que ahora veneramos como La Scala Santa. En los Evangelios, mientras que el episodio de la flagelación es mencionado por todos los evangelistas, ninguno hace referencia a esta columna. Tal vez porque en el normal modus operandi estaba implícito el uso de la misma. En cualquier caso está considerada como una reliquia de gran importancia. De esta también, sin embargo, existe más de una, y la más famosa se encuentra en Roma, en la iglesia de Santa Práxedes.


La columna de la flagelación. Juicio Universal (1535-41), (detalle). M. Buonarroti, Capilla Sixtina, Vaticano

La flagelación era un castigo muy duro en el que no se utilizaba un simple látigo, sino el ‘flagellum taxellatum’, formado por tres correas de cuero que en cuyos extremos tenían nudos, esferas metálicas o incluso garfios que laceraban la piel, hasta hacerla caer a pedazos.


Jesucristo atado a la columna, 1626-28. D. Velázquez. National Gallery, Londres

Las heridas causadas por la flagelación, además de las causadas por la corona de espinas, habrían quedado impresionadas en la Sábana Santa. Pero también en la túnica, la Sagrada Túnica, la que los soldados romanos se jugaron a suertes porque, siendo inconsútil, es decir sin costuras, no podía dividirse. De sagradas túnicas se conservan dos, La Sagrada Túnica de Tréverisy la Sagrada Túnica de Argenteuil’. Las dos fueron sometidas a exámenes científicos que han arrojado diferentes resultados. Las túnicas son de diferente tipología, y para zanjar cualquier problema, y demostrar que ambas son auténticas, se ha ido afianzando una teoría según la cual una de ellas sería la túnica exterior y la otra la interior. De hecho, según el uso hebraico, las prendas que normalmente se utilizaban eran tres: una túnica interior (interula, subucula) más corta en el caso de personas humildes y larga hasta los tobillos para los ricos, con mangas cortas o medias mangas; una túnica exterior o túnica larga (tunica), sujeta en la cintura con una correa, y que llegaba hasta los pies; y una capa (pallium, toga) que se utilizaba en la estación fría y fuera de casa.



Cristo desnudado, 1451-53. Beato Angelico. Armario de los Argenti, Museo di San Marco, Florencia

Pero existe también una hipotética tercera túnica, la de Mtskheta, antigua capital del reino de Iberia, la actual Georgia. Hasta aquí la habría traído un súbdito de este reino, llamado Elioz, que se hallaba en Jerusalén en el momento de la crucifixión de Cristo, después de haberla conseguido de un soldado romano al que le tocó en suerte. Sidonia, la hermana de Elioz, la abrazó y por la emoción se murió. La túnica fue sepultada junto a ella porque fue imposible quitársela de las manos. Sobre su tumba creció un cedro del Líbano que da origen a una bellísima tradición, porque nunca nadie la ha visto, pero todos creen que sigue estando allí.



Soldados que se juegan a los dados la túnica de Cristo. N. Réigner (1591-1667) Palais des Beaux-arts, Lille

La Sagrada Esponja es la que, embebida de agua y vinagre, fue ensartada en una caña o en un bastón para dar de beber a Cristo agonizante en la cruz, según describen los evangelios de Mateo, Marcos y Juan. De esta reliquia se ha perdido todo rastro. Parece ser que desde Jerusalén llegó a Constantinopla para luego acabar de nuevo en Jerusalén, en la basílica del Santo Sepulcro. Es posible que hubiera sido comprada por Luis IX junto con la Corona de Espinas y otras valiosas reliquias. Hasta hay quien sostiene que habría sido llevada a Mantua por Longino junto con la Santa Lanza… En cualquier caso, hay presuntos trozos de esta esponja en diferentes lugares, pero no ofrecen la menor garantía de formar parte del original.

Y ahora vamos a hablar de la más misteriosa de las reliquias: el Velo de la Verónica. Verónica es el nombre de la mujer que, camino del Calvario, secó el rostro ensangrentado de Cristo con su velo, quedando impresa su imagen. Todos, más o menos, conocemos este episodio de la pasión de Cristo, fundamentalmente porque ha sido popularizado por el Via Crucis, del cual constituye una estación.

Hay que decir que este episodio es posible que nunca haya existido porque, no solo los Evangelios no lo mencionan, sino que tampoco se encuentra en toda la literatura cristiana anterior al siglo XII. No obstante, es uno de los episodios más conocidos de la pasión de Cristo, habiendo dejado también una considerable huella en el arte. El Velo de la Verónica, de hecho, está representado en centenares de cuadros, frescos y esculturas.


Verónica, 1508. L. Costa. Museo del Louvre, París

Según algunos, Verónica1 sería la unión de las dos palabras, latina y griega, Vera e Icon, es decir verdadera imagen, y según otros sería la distorsión de Bernike o Berenice, a la que hacen referencia los Apócrifos, identificando esta mujer con la hemorroísa, curada milagrosamente por Jesús, y que vivía en Cesarea de Filipo, en Palestina. Y esto porque se cree que el velo de la Verónica deba identificarse con el Velo de Camulia, ciudad cercana a Edesa, donde habría sido encontrado por una mujer en un pozo, y sucesivamente llevado a Cesarea de Capadocia, la ciudad de la hemorroísa Berenice, aunque existe una confusión en las fuentes entre esta Cesarea y Cesarea de Filipo.

El hecho es que, de una manera que aun se desconoce, esta reliquia habría llegado a Roma en el siglo VIII constituyendo, junto con la tumba de San Pedro, uno de los mayores reclamos para los peregrinos. Sobre la estela de la ‘fama’ de esta imagen, han surgido otras en el mundo2, que también pasan por ser la Verdadera Imagen, como por ejemplo la Santa Faz de Alicante (España) y el Santo Rostro de Jaén (España) porque, según una de las tradiciones, cuando Verónica volvió a su casa con el velo manchado con la sangre del rostro de Cristo, se dio cuenta que el paño estaba doblado en tres, quedando la imagen impresa no solo en la parte superior sino también en las otras dos.

Pero el contrincante más fuerte de esta reliquia, es decir de la Verónica del Vaticano es, desde hace algunos años, el Velo de Manoppello1, lugar donde habría sido llevada la reliquia en 1527 para sustraerla al saqueo de Roma por parte de los Lansquenetes. Para muchos sería el verdadero Velo de la Verónica y la del Vaticano sería una copia hecha para ocultar el robo. El Vaticano no se pronuncia al respecto y ya en 1618 afirmó que la Verónica nunca fue robada, e actualmente se conserva en uno de los ‘Cuatro Pilares de la Cúpula de San Pedro’.

El Velo de la Verónica es una de las más famosas imágenes aquerópitas, del griego ‘acheiropoietos’, es decir ‘no pintada por mano humana’. Esta fama la comparte con el Mandylion de Edesa3.

La historia de la Verónica es muy apasionante, como también la de las otras imágenes aquerópitas4, sobre las cuales no me entretengo más porque iría más allá del objeto de este artículo.


Y para terminar por todo lo alto, recuerdo que en el Puente Sant’Angelo en Roma, pueden verse todas las reliquias de la pasión sostenidas por 10 ángeles, obra de Bernini y sus discípulos, un verdadero museo al aire libre, con el Castel Sant’Angelo de frente y la cúpula de San Pedro en el fondo’.

¡Feliz Pascua a todos!

—-

1.- Para profundizar sobre el Velo de la Veronica (y el Velo de Manoppello): Las santas imágenes aquerópitas (1) La Verónica: pero ¿cuántas hay?

2.- Las santas imágenes aquerópitas (2) La Verónica: pero ¿cuántas hay?– ‘La Santa Faz’ y el ‘Santo Rostro

3.- Para profundizar sobre el Mandylion Las santas imágenes aquerópitas (3) El ‘Mandylion’ de Edesa: el arquetipo di todas las aquerópitas

4.- Una de las más espectaculares es la Aquerópita del SalvadorLas santas imágenes acherópitas (4): la aquerópita del Salvador en el ‘Sancta Sanctorum’

 

https://reliquiosamente.com/2022/03/25/las-reliquias-de-la-pasion-de-cristo-en-reliquiosamente-primera-parte/

 

https://reliquiosamente.com/2022/04/09/las-reliquias-de-la-pasion-de-cristo-en-reliquiosamente-segunda-parte/


https://formacioncatolica.org/la-pasion-de-cristo-desde-un-punto-de-vista-medico/ 


 

La pasión de Cristo en el arte: obras y significados

En la historia del arte occidental, la pasión de Cristo constituye uno de los temas más desarrollados, por lo que su iconografía nos resulta familiar. Sin embargo, ¿acaso se nos escapan algunos significados de la pasión de Cristo ocultos en el arte?

Pasión es una palabra que proviene del latín passio, derivado a su vez de pati, que significa 'sufrir', 'padecer', 'tolerar'. Por ello, las últimas horas de agonía de Jesús de Nazaret se conocen con el nombre de “la pasión de Cristo”.

La pasión de Cristo abarca varios episodios de los evangelios, todos ellos cargados de un rico simbolismo. Condensa, por un lado, el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento, según las cuales el enviado de Dios sería rechazado y asesinado. Por otro lado, la coherencia de Jesús, quien en la hora más oscura vivió como había predicado.

Conozcamos algunas obras que recorren la pasión de Cristo en la historia del arte sacro.

La oración en el huerto de los olivos

Tras haber celebrado con los apóstoles la Pascua y consciente de que Judas lo traicionaría, Jesús se retira a orar al llamado huerto de los olivos. Sin escapatoria, se prepara espiritualmente para enfrentar la hora aciaga. Le acompañan Pedro, Santiago y Juan, pero ellos se quedan dormidos. Sudando sangre de la angustia, suplica a Dios que lo libere del martirio: "Padre, si quieres aparta de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya".

El cáliz con el vino es el símbolo de la sangre que ha de verter. Como el vino, será causa de vida y beneficio. La representación de la escena suele incluir al ángel que, de acuerdo al evangelio de San Lucas, se presentó ante Jesús para fortalecerlo.

El Greco: La oración en el huerto de los olivos. 1607. Óleo sobre lienzo. 169 cm × 112 cm. Iglesia de Santa María la Mayo en Andújar, Jaén.

En la obra La oración en el huerto de los olivos de 1607, El Greco recoge los elementos esenciales del pasaje desde una estética manierista. La mitad inferior del cuadro representa a los apóstoles Pedro, Santiago y Juan en escorzo y a una distancia más cercana del espectador. En la mitad superior, Jesús ora frente al ángel que le presenta el cáliz.

Siguiendo el modelo bizantino, Jesús lleva un vestido color púrpura, símbolo de su condición divina, y un manto color azul, símbolo de su encarnación humana. Al fondo a la derecha, se distingue la comitiva que viene a apresarlo. Como es propio de El Greco, las figuras se encuentran más estilizadas en el extremo superior, para acentuar su altura.

Goya: La Oración en el huerto de los olivos. Siglo XVIII. Óleo sobre lienzo. 47 cm × 35 cm. Museo Calasancio, Madrid.

Con más de dos siglos de diferencia, Francisco de Goya apuesta por una representación de La oración en el huerto de los olivos que deja traslucir mucho más la angustia de Jesús. A diferencia del Greco, Goya colorea de blanco el ropaje en alusión a la pureza de su alma. El gesto de sus manos abiertas y la mirada revela la inquietud por la suerte que se avecina. El Jesús de Goya es un Jesús angustiado, y la técnica de Goya se adelanta al patetismo propio del expresionismo. El trazo usado por el pintor delata que su estilo se aproximaba al tiempo de las llamadas Pinturas Negras.

El prendimiento de Jesús

El arresto de Jesús tuvo lugar en la hora más oscura de aquella noche en Getsemaní cuando, a sabiendas de la ilegalidad de su acción, las autoridades quisieron tomar a Jesús por sorpresa. Hizo falta el beso traicionero de Judas para que pudieran identificar al Maestro, ya que según fuentes apócrifas, Jesús y Santiago se parecían mucho y, a diferencia de los fariseos, las autoridades de Jerusalén lo conocían poco o nada.

Pedro, convencido de que ha llegado la restauración de Israel, saca su espada y corta la oreja de Malco, el criado de un sumo sacerdote. Jesús lo reprende, sana a Malco y se entrega a las autoridades a fin de que nadie muera por su causa: "Es a mí a quien buscan", dice.

Duccio di Buoninsegna: El prendimiento de Cristo. 1311. Temple sobre madera.

Desde el punto de vista iconográfico, habrá pintores que se detengan solo en uno de estos momentos. Otros, en cambio, optarán por representar ambos momentos simultáneamente.

Duccio di Buoninsegna, pintor de la Escuela de Siena en el contexto del gótico internacional, representa cada uno de los elementos de la escena en su versión de El prendimiento de Cristo. A la izquierda puede verse a Pedro cortando la oreja de Malco. En el centro, Jesús recibe el beso traicionero de Judas, mientras que la comitiva desproporcionada lo rodea como si de un delincuente peligroso se tratase. A la derecha, los apóstoles huyen y lo abandonan.

Caravaggio: El prendimiento de Cristo. 1602, Óleo sobre lienzo. 133,5 cm × 169,5 cm.

En su versión, el barroco Caravaggio detiene la atención en el beso de Judas. Jesús mantiene sus manos entrelazadas en actitud orante y pacífica, mientras los soldados se le van encima. Se evidencia el uso desproporcionado de la fuerza, de una guardia que no solo supera en número a la víctima, sino que viste armaduras inútiles. Detrás de Jesús, uno de los apóstoles grita e intenta huir mientras se cae su manto, tal como relatan las escrituras. Algunos exegetas sostienen que este es Juan.

El juicio

Jesús compareció primero antes los sumos sacerdotes quienes, al no tener estos autoridad para matarlo, lo llevaron ante el procurador romano Poncio Pilato. Aunque este no encontró culpa en él, en acato a la tradición de liberar un preso por la pascua, puso a los presentes a escoger entre Jesús y el maleante Barrabás. Fue así como "se lavó las manos" de toda responsabilidad.

Izquierda: Tintoretto: Jesucristo ante Pilatos. 1567. Óleo sobre lienzo. 515 cm × 380 cm.
Derecha: Alberto Durero: Poncio Pilatos se lava las manos. 1512. Estampa. 117 x 75 mm.

La representación de este momento no es tan frecuente en el arte occidental. Más frecuentes son, en cambio, las escenas paralelas al juicio, como la negación y el arrepentimiento de Pedro. Aún así, algunos artistas han representado este tema en sus diferentes momentos.

En la obra manierista Jesucristo ante Pilato, Tintoretto representa el momento en que Jesús viene de regreso de casa de Herodes Antipas, quien lo ha vestido de blanco como burla. De acuerdo con las fuentes, Tintoretto se habría basado en una estampa de Durero.

La flagelación

Pilato dio la orden de azotar a Jesús, aunque no queda claro si la orden fue previa o posterior a la sentencia de muerte. De acuerdo con el evangelio de Juan, el castigo de la flagelación habría sido un intento de Pilato para disuadir al Sanedrín de matar a Jesús. Otros evangelistas sostienen que la orden de la flagelación fue el inicio del martirio de Jesús que ya estaba decidido.

Atribuido a Palma el Joven: La flagelación Cristo atado a la columna. Siglo XVI. Óleo sobre lienzo. 133 x 113 cm.

En cualquier caso, en la representación artística de esta escena, los artistas suelen enfocarse en la fealdad de los soldados, que disfrutan de la violencia que infligen sobre el inocente. La escena es, pues, la representación de la belleza como imagen de la bondad, frente a la fealdad como imagen de la maldad.

Ecce homo y la coronación de espinas

De acuerdo con el evangelio de Juan, Jesús recibió la corona de espinas y el manto púrpura en el momento de la flagelación, tras el cual Pilato decide exponerlo a la muchedumbre con las palabras: "Ecce homo", que quiere decir 'Aquí tienen al hombre'. Según Mateo y Marcos, fue después de la exposición y condena de Jesús cuando los soldados lo coronaron, lo vistieron de púrpura y profirieron los improperios.

En todo caso, los atributos de Jesús en los cuadros del tipo Ecce Homo La coronación de espinas (corona de espinas y manto púrpura) suelen ser los mismos, dependiendo de la intención del artista o del relato evangélico en que se base (por ejemplo, en el Ecce homo puede variar el color púrpura de la túnica por el blanco). Sin embargo, en la coronación de espinas Jesús aparece a solas con los soldados, mientras que en el Ecce homo, suele aparecer con Pilato solo o con otros personajes adicionales, incluida la multitud.

Bosco: La coronación de espinas Los improperios. h. 1510. Óleo sobre tabla. 165 x 195 cm.

En La coronación de espinas Los improperios de El Bosco, no solo incluye a los soldados, sino también a las autoridades judías, representadas por un hombre a la izquierda del cuadro. Este hombre porta un bastón con una bola de cristal en la cual se deja ver el rostro de Moisés.

Tizziano: Ecce homo. 1543. Óleo sobre tela. 242 x361 cm.

El renacentista Tiziano, por su parte, nos ofrece esta versión del Ecce homo en gran formato, donde se hace evidente la tensión de la escena y la violencia infligida a la persona de Jesús.

Con el paso del tiempo, la representación de la escena completa del Ecce homo fue dando lugar a la representación única de Jesús sobre un fondo neutro, que busca la piedad intemporal del espectador. Así, algunos artistas darán a la escena del Ecce homo un carácter narrativo, mientras otros buscarán desarrollar con él un sentido pietista. Será el caso del Ecce homo de Murillo de 1660, situado en pleno período barroco.

Murillo: Ecce Homo. h. 1660. Óleo sobre lienzo. 52 x 41 cm.

El camino al calvario o vía crucis

El camino al calvario, conocido también como via crucis, es una secuencia de 14 escenas que resume el itinerario de Jesús desde la salida del Pretorio hasta la sepultura. Este itinerario está nutrido de fuentes evangélicas y apócrifas. Cuando no se trabaja como serie, la representación plástica del "Camino de calvario" acude normalmente a escenas como la imposición de la cruz, el pasaje de Simón de Cirene, el pasaje de la Verónica, el pasaje de las hijas de Jerusalén y el expolio.

El Bosco (?): Cristo con la cruz a cuestas. Óleo sobre tabla. 76,5 cm × 83,5 cm.

La autoría de la obra Cristo con la cruz a cuestas no está del todo clara, debido a que El Bosco no acostumbraba firmar sus obras ni fecharlas. Pudo haber sido hecha por él o por un imitador, ya que parece ser bastante tardía.

En esta tabla, la humanidad de Jesús contrasta con el carácter animalesco y monstruoso de sus victimarios, hombres que se han dejado envilecer por la maldad. Hacia la esquina inferior izquierda, se puede ver a la Verónica que porta el velo donde ha quedado marcado el rostro de Jesús. Ella también es imagen del don de la humanidad.

La crucifixión

La crucifixión es el punto álgido de la pasión de Cristo. Allí, el simbolismo recorre cada elemento, y cada detalle genera una variación interpretativa en el arte. A Jesús suele representársele en la cruz acompañado de María, su madre, María de Magdala y Juan. Sin embargo, también encontraremos representaciones de Jesús crucificado en absoluta soledad.

La señal que nos indica si Jesús ya ha muerto en la cruz es la herida del costado. De no existir esta herida en la representación, la obra estaría refiriéndose a las últimas horas de agonía en que Jesús profirió las llamadas "siete palabras".

Greco: La crucifixión. 1600. Óleo sobre lienzo. 312 x 169 cm.

En La crucifixión de El Greco, podemos ver a Jesús acompañado de la Virgen María, María de Magdala y Juan evangelista. Junto a la cruz, tres ángeles se encargan de recoger la sangre que brota de sus heridas. En la escena el contexto desaparece y la cruz se levanta sobre la penumbra de la atmósfera, símbolo de la hora más oscura, la hora definitiva de la muerte de Jesús.

Diego Velázquez: Cristo crucificado. Hacia 1632. Óleo sobre tela. 250 cm × 170 cm.

Diego Velázquez, por su parte, ofrece una de las imágenes más influyentes de la crucifixión. En ella, retira los elementos del patetismo propio de la escena, para privilegiar la representación de Jesús como el hombre más bello entre los hombres, siguiendo el salmo 44 (45). Es, sin duda, un modelo apolíneo que contrasta con las búsquedas del período barroco al que pertenece.

Velázquez prefiere que Cristo, al que sabemos muerto por la herida en el costado, parezca sumido en un sueño profundo. A diferencia de otras representaciones, el Cristo crucificado de Velázquez está sostenido por cuatro clavos por sugerencia de Francisco Pacheco, pintor y tratadista que defendía la historicidad de este modelo iconográfico.

El descendimiento de la cruz

Jesús fue crucificado un día viernes. Como los judíos no podían hacer nada en día sábado, pidieron a los romanos bajar el cuerpo de Jesús antes de caer el día. Lo mismo debía ser hecho con los dos malhechores crucificados a cada lado. Para acelerar la muerte de los malhechores, les rompieron los huesos, pero como Jesús ya había muerto, un soldado llamado Longino, atravesó el costado de Jesús con una lanza, y de la herida brotó sangre y agua.

Rogier van der Veyden: El descendimiento de la cruz. 1436. Óleo sobre tabla. 220 x 262 cm.

Rogier van der Weyden, representante del renacimiento flamenco, incluye en una sola escena dos episodios: el descendimiento de la cruz y el espasmo de la Virgen María que, de acuerdo al texto apócrifo conocido como las Actas de Pilato, habría ocurrido cuando María reconoció a Jesús en la caravana del via crucis y no propiamente ante la cruz.

Con el tiempo, se prefirió representar a la Madre de pie junto a la cruz (Stabat Mater), en atención al evangelio de Juan. Se consideraba que esta actitud sería más coherente con la imagen de María como una mujer de fe.

Así, vemos en el Descendimiento de la cruz de Rubens una María afectada pero erguida, que participa de manera resuelta en el proceso de bajar el cuerpo de Jesús. La madre contrasta con María Magdalena y María de Cleofás que yacen lamentándose a los pies de la cruz.

Rubens: El descendimiento de la cruz. Óleo sobre tabla. 420 x 310 cm.

La Piedad y La lamentación sobre Cristo muerto

El descendimiento de la cruz suele estar relacionado con otros pasajes: la piedad y la lamentación sobre Cristo muerto, los cuales preceden en ese orden al Santo Entierro. De ninguno de estos pasajes existe registro en los evangelios.

De acuerdo con Juan Carmona Muela, la iconografía de la piedad, esto es, de la Virgen María sosteniendo y contemplando el cuerpo de su hijo muerto, se hizo frecuente en la devoción popular a finales de la Baja Edad Media. Surgió también la iconografía de la lamentación, donde Jesús yace horizontalmente mientras todos sus dolientes lo llloran.

La Piedad, en particular, forma parte de una espiritualidad abierta a la humanización de los contenidos religiosos, donde la idea de la Virgen María como trono donde Cristo asienta su poder, cede el paso a la madre que comparte con la humanidad el sufrimiento. Era natural imaginar una Virgen María compungida por aquel trágico episodio, no solo por el trágico resultado, sino especialmente por la maldad revelada.

Giotto: Lamentación sobre Cristo muerto. h. 1306. Fresco. 200 x 185 cm.

Lo más difícil de resolver en la iconografía de la Piedad, de acuerdo con Carmona Muela, fue encajar la figura de un Cristo adulto sobre el regazo de la madre. Al principio, algunos artistas hicieron acompañar la escena de varios personajes, entre los cuales se sostenía a Jesús. Otros optaron por falsear las proporciones y hacer a María más grande que Jesús, cosa que hace el propio Miguel Ángel en su famosa piedad escultórica. Este último recurso derivó en la clásica representación piramidal que permitió equilibrar las proporciones.

Miguel Ángel: Piedad. 1498. Escultura sobre mármol blanco. 195 x 174 cm.

La sepultura o el Santo Entierro

Tal como lo describen los evangelios, Jesús fue amortajado y perfumado siguiendo la tradición. Las fuentes bíblicas, sin embargo, no coinciden en los personajes que estuvieron presentes. A partir de las Actas de Pilato, se fijó una iconografía que incluye a:

·         la Virgen María, madre de Jesús;

·         María Magdalena, la mujer a quien Jesús había dignificado;

·         José de Arimatea, quien era miembro del Sanedrín y seguía a Jesús en secreto;

·         Nicodemo, un fariseo y magistrado;

·         María Salomé, madre de Santiago el Mayor y Juan;

·         Juan evangelista, quien da testimonio de su presencia en la escena.

Anónimo (copia de Ribera): Santo Entierro. Siglo XVII. Óleo sobre lienzo. 159 cm x 295 cm.

Destacan la presencia de José de Arimatea y Nicodemo, que hasta entonces habían ocultado el seguimiento de Cristo por miedo a las autoridades. La reacción de ambos es, pues, excesiva: si por un lado José de Arimatea se atreve a pedirle permiso a Pilato para sepultar el cadáver, Nicodemo se desborda al llevar al sepulcro treinta libras de mirra perfumada con áloe.

Palabras finales

Estos gestos desbordados de Nicodemo y José de Arimatea, a nuestro entender, ponen en evidencia la función del simbolismo del pan y el vino como cuerpo y sangre de Jesús dentro de la secuencia narrativa de los evangelios, al menos hasta cierto punto.

Si en vida Jesús fue "pan" que alimentó las inquietudes espirituales de los creyentes, que aún no comprendían del todo lo enseñado por Jesús, su sangre derramada fue ocasión del despertar de la conciencia y del valor. Lo vivido los animó a la "correspondencia".

Desde la perspectiva de los relatos evangélicos, ante la fuerza del mal que parece dominarlo todo, el bien se sobrepone, se hace valiente y construye comunidad. Los que andaban solos se encontraron en la mesa compartiendo el pan y el vino hasta la hora de la resurrección.

 

 

https://www.culturagenial.com/es/la-pasion-de-cristo-en-el-arte/

 




















































 


















 















 


 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

  Las Cosmogonías Mesoamericanas y la Creación del Espacio, el Tiempo y la Memoria     Estoy convencido de qu hay un siste...