EL
TORNAVIAJE DE URDANETA
https://academiaplay.es/urdaneta-tornaviaje/
El religioso vasco Andrés de Urdaneta.
Cuadro anónimo. Monasterio de San Lorenzo de El Escorial
Naturalmente
el jolgorio .y los trabajos- que siguió al Descubrimiento hizo que muchos perdieran
de vista cuál había sido la intención inicial de Colón al zarpar de Palos. Pero
el hecho es que seguía habiendo una especiería allá en Oriente a la que,
técnicamente, se podía seguir llegando si uno navegaba hacia poniente el tiempo
suficiente. Carlos I, por ejemplo, fue uno de los que nunca olvidó ese detalle.
Envió a Magallanes con el objetivo declarado de encontrar
esa especiería. Lo que Elcano contó a s vuelta sobre las Molucas (o las islas
de las Especias, o el Maluco o la Especiería) solo hizo que Carlos armase otra
flota para reclamarlas. No le importó lo que dijeran bulas y papas, ni que los
portugueses, perseverando en su aproximación oriental, llevaran ya un año largo
navegando y comerciando en sus aguas cuando Balboa se subió a su montecito en
Darién (Panamá) y reclamó ese “mar del Sur” (el Pacífico) para España en 1513.
García Jofré de Loaysa zarpó de La Coruña el 24 de julio
de 1525 con siete naves y 450 hombres. Lograron –Loaysa moriría por el camino-
poner una pica española en Tidore, en las Molucas, y, durante un lustro, allí
en el fin del mundo, pelearon, exploraron y comerciaron contra el clima y las
enfermedades, contra los nativos y los portugueses. Como manda la costumbre,
hambrientos y desnudos, pero, por una vez no olvidados. No por Carlos, que
hasta ordenó a Cortés que les enviara refuerzos, aunque al final fuera en
balde. Cuando todo acabó, 24 supervivientes se rindieron a los portugueses a
cambio de un pasaje de vuelta. Era 1536 cuando los últimos pudieron regresar.
Pasaron 20 años, y Felipe II, un hombre al que pronto las
riquezas de unas Indias no bastarían para atender todos sus frentes abiertos,
recupero la idea de su padre de conseguirse otro juego de Indias. Carlos,
siempre corto de efectivo para sus cosas, había acabado vendiendo a los
portugueses sus derechos sobre el Maluco. Los españoles tenían prohibido
navegar por el Índico. Súmese a eso una presencia portuguesa ya
consolidada de décadas, y estos, podría
decirse, tenían todas las ventajas para
disfrutar en solitario de las riquezas de Asia. Pero Felipe II tenía sus
propios triunfos. Era dueño de la Nueva España, y, navegando desde su costa
occidental hacia Asia –incluso contando el tiempo necesario para cruzar primero
el Atlántico y después México por tierra-, tenía a su disposición una ruta
varias veces más rápida –y mil veces más sencilla- que la portuguesa o la
intentada por Magallanes por América del Sur. El único problema era que nadie
había conseguido abrir el candado de vientos contrarios y temporales que cerraba
el Pacífico como ruta de dos direcciones. La cuestión no era como llegar al
fabuloso Maluco, que ya se sabía que era dable y hasta relativamente sencillo;
lo importante era “saber la vuelta”.
Felipe II escribió a su virrey en México, Luis de Velasco.
Este reunió a sus expertos. Pesó especialmente el parecer de aquel a quien el
virrey llamó “el mejor y más cierto cosmógrafo que hay en esta Nueva España”.
Se trataba de un monje agustino, entrado en años ya, llamado Andrés de
Urdaneta. ¿Podía regresarse navegando desde Oriente a la Nueva España?, había
preguntado el rey. Y Urdaneta dijo que sí, que se podía.
Imagen
y realidad
De Urdaneta, a pesar de
gozar de reconocimiento profesional, y no poco, en vida, nos ha llegado una
imagen vaga y distorsionada. En muchos relatos rimbombantes de nuestro
acomplejado siglo XIX lo encontramos como el arquetípico vasco de los que
pulularon por el Siglo de Oro, capaz lo mismo de conquistar media América –o
medio Pacífico- que de evangelizar la otra media. Combatiente aguerrido, lobo
de mar nato y, además, hombre pío.
El tornaviaje en el océano pacífico
https://geografia.laguia2000.com/geografia-regional/oceania/el-tornaviaje-en-el-oceano-pacifico
La Corriente de Kuroshio (llamada «corriente
negra») forma parte de la circulación oceánica del Pacífico Norte,
transportando agua tropical cálida hacia el norte. Era una corriente
desconocida para el mundo hasta que fue identificada por Urdaneta. De hecho,
fue un secreto que los españoles mantuvieron oculto durante siglos a fin de
asegurarse el dominio marítimo del Pacífico.
Al
alejarse de las costas niponas, esta corriente toma rumbo este y adquiere más
fuerza. Fluye aproximadamente entre los paralelos 30º y 38º hasta llegar a las
costas de California, en América del Norte.
Esta corriente permitió trazar la ruta del
Tornaviaje, que discurre por latitudes diferentes a las del «viaje de ida»
hacia Filipinas. De este modo, hasta principios del siglo XIX España mantuvo
activa la ruta comercial del Galeón de Manila (llamada
así porque en este puerto filipino se iniciaba el viaje de regreso), conocida
también como Nao de China. Un viaje de más de 7.000 millas náuticas.
La
ruta del Galeón de Manila transporta plata americana a Asia y traía de vuelta
mercaderías muy apreciadas como seda, té, porcelana y otros productos exóticos
que llegaban a Europa tras pasar por América.
En realidad, él nunca se consideró
marino. La información náutica de su tornaviaje –las auténticas instrucciones
para abrir una ruta regular entre Filipinas y México- fue redactada por los
pilotos del San pedro, barco en el que completó la primera travesía. Su origen
geográfico tampoco es que lo predestinara a nada. A nada marítimo, al menos.
Ordicia, su pueblo natal, es uno de los municipios guipuzcoanos que más lejos
quedan del mar, unos treinta kilómetros en línea recta. Fundado cerca de la
frontera con Navarra, que entonces todavía era otro país, siempre ha mirado
hacia el interior.
Sorprende que un hombre que
circunnavegó vez y media el globo jamás se considerase navegante, pero sus
relaciones de servicio –ese documento indispensable de todo español del XVI-,
algunas de su puño, lo describen como funcionario y, sobre todo, como soldado.
No de Italia o Alemania, como el historiador decimonónico Cesáreo Fernández
Duro, perpetuando los errores de la propaganda agustina, afirmaba. Su rango de
capitán, tan citado, lo consiguió guerreando contra los indios en Nueva Galicia
a principios de la década de 1540.
Por no estar, durante mucho tiempo
ni siquiera estuvo clara su edad. Sus hagiógrafos agustinos mantuvieron que
había nacido en 1498, error que persistió a pesar de haber cartas suyas donde
dice tener 52 años en 1560, metido de lleno en la organización del tornaviaje.
Si nació en 1508, cuando se embarcó con Loaysa tenía 17, y era demasiado mayor
para que aquello fuera el inicio de una carrera marinera de vasco de cliché.
Urdaneta no fue el hijo de un
mareante cualquiera que entraba de grumete a los 12 o 13 años para ganarse el
pan. Descendía de la alta burguesía guipuzcoana del servicio. Era hijo de Juan Ocho de Urdaneta, alcalde de
Villafranca, y de Gracia de Cerain, cuando contaba diecisiete años se enroló en
la expedición de García Jofre de Loaysa (La Coruña, 1525), que iba hacia las
islas Molucas.
En la Casa
de Contratación dela Especiería actuó como embajador ante el jefe nativo de la
isla de Gilolo para buscar alianzas frente a los portugueses, cosa que logró. A
continuación los supervivientes de la expedición, bajo el mando de Carquizano
(anteriormente habían muerto otros predecesores tales como el propio Loaysa,
Elcano y Salazar), pasaron a la pequeña isla de Tidore y Urdaneta se destacó de
la actividad para mantener un equilibrio, aunque fuera precario, de forma que
pronto llegó a ser capitán de grupo frente a los lusitanos (1527) y tuvo
notable éxito por cuanto logró que las islas de Tidore y Gilolo o Halmahera
quedaran bajo dominio español a cambio de dejar Ternate bajo mando portugués.
Al poco también murió Carquizano y el mando pasó a Hernando de la Torre y, al
poco llegó la expedición de Álvaro Saavedra Cerón (1528) desde base neo hispana
y realizó sendos infructuosos ensayos para cruzar el océano de Oeste a Este. La
experiencia fue aleccionadora y los recuerdos que Urdaneta menciona son poco
entusiastas, “a las noches eran tantos los piojos que se criaban [...] por
cierto, un gallego murió que todos tuvimos por cierto averiguado que los piojos
le ahogaron, que no le pudimos escapar de ellos. Limpiaronle muy bien e
metiéronle en una pipa abierta, con vestidos limpios, y al tercer día yo le vi
que ni él ni la pipa parecían sino los vueltos todos cubiertos de piojos muy
grandes, e así murió”.
El carácter observador de Urdaneta le permitió
sacar algunas conclusiones al respecto durante el tiempo que residió en las
islas Molucas (“los ochos años de los cuales estuve de asientos en las islas de
Maluco y su comarca, sirviendo a V. M. así de soldado como de capitán, como en
cargos de su real hacienda”, escribe él mismo al Rey); por otra parte, también
se vio obligado a permanecer en manos portuguesas hasta 1535 en Extremo
Oriente. Fue un tiempo que aprovechó para realizar viajes en el entorno de
Malaca, fijarse en sus costumbres, sistemas comerciales, idiomas dominantes
incluso aprendiendo un pequeño vocabulario. Como consecuencia del Tratado de
Zaragoza (1529), las islas de las Especias quedaron en manos portuguesas y
tanto Urdaneta como De la Torre regresaron a España vía Cochín (India), cabo de
Buena Esperanza y Lisboa concluyendo una vuelta al Mundo, la segunda y en un
tiempo de once años (junio de 1536). En la capital portuguesa, le sustrajeron
toda la documentación que había atesorado de tanto interés geográfico,
histórico y antropológico. Huido de Lisboa llegó, finalmente, a España donde
puso en conocimiento del Consejo de Indias todo lo sucedido mediante informes
muy interesantes y muy apreciados, como recoge Fernández de Oviedo (XX, XXXV):
“este Urdaneta era sabio y lo sabía muy bien dar a entender, paso por paso,
como lo vio. Y aquellos señores le mandaron socorrer con 60 ducados de oro en
tanto que el Emperador, nuestro señor, venía a sus reinos de Castilla [...] y
le ofrecieron de le ayudar para que Su Majestad le hiciese mercedes”.
Es posible que participara económicamente en la
expedición de Alonso de Camargo al estrecho de Magallanes (1538), pero es un
hecho que habló con Pedro de Alvarado en Valladolid y éste le pidió que fuera
como el más experto piloto del Mar del Sur en la expedición que preparaba; en
su viaje de incorporación, pasó por Santo Domingo, donde tuvo ocasión de hablar
con Gonzalo Fernández de Oviedo y, además, Alvarado había muerto en accidente
(1541) cuando colaboraba en la pacificación de la Nueva Galicia (México), con
lo que el compromiso náutico de Andrés de Urdaneta quedaba truncado. Se quedó a
vivir en la capital del virreinato, actuó en la pacificación del territorio y
es verosímil que fuera enrolado por la expedición al Pacífico de Ruy López de
Villalobos (1542). El virrey Mendoza que le nombró (1543) corregidor de gran
parte de los pueblos de Ávalos (sur de los estados mexicanos de Jalisco y
Colima y noroeste de Michoacán) y visitador de Zapotlán y puerto de Navidad; en
cualquier caso su actividad fue siempre a plena satisfacción “acatando la
persona de vos, el capitán Andrés de Urdaneta, corregidor de los pueblos de
Avalos y que sois persona que se os puede encomendar cualquier cosa que toque
al servicio de S. M., y que en ella daréis la cuenta que es razón y habéis dado
en lo que os ha sido encomendado”, dice el virrey. Además desempeñó otros
cargos judiciales y no llegó a capitanear como almirante, por innecesaria
(1547), la expedición que Mendoza iba a enviar contra los sublevados del Perú
y, especialmente, contra Gonzalo Pizarro.
En 1553, se produjo un cambio de rumbo biográfico.
Andrés de Urdaneta se retiró a la vida monástica, entró en la Orden de los
Agustinos y, poco después, adquiría los grados sacerdotales, demostrando así
una formación de mayor solidez. Había derramado sangre, mucha, por el rey.
Había vuelto del Maluco con una hija, mestiza y probablemente ilegítima, que
había dejado atrás, al cuidado de sus parientes en Ordicia, antes de volver a
México. Elegir el hábito de San Agustín no parece muy casual. Los agustinos
eran una fuerza a tener muy en cuenta en la política novohispana. Agustinos
habían sido los frailes que fueron con Mendoza y Alvarado en sus exploraciones
de la costa pacífica americana, y también en la última gran expedición española
al Maluco, la de Villalobos de 1542. Agustinos eran los que estaban
introduciendo en México la cosmografía copernicana, último grito científico en
su campo.
Urdaneta
podía haber hecho las paces con Dios en media docena de órdenes, pero
curiosamente, había es cogido la más implicada en todo lo relacionado con lo
que hoy llamaríamos su ámbito de especialización. Y pudiera ser que no se
beneficiara de ello solo una parte. El vasco se había integrado así en esa
comunidad de empresarios del descubrimiento centrada en México, autores de las
grandes exploraciones y conquistas españolas del siglo XVI. Lo había hecho en
calidad de experto técnico, conocimiento que había llevado consigo a los
agustinos, implicados, a su modo y con sus objetivos, en el mismo negocio. Y
que se había usado para otros intentos, como el de Tristán de Luna sobre
Florida en 1558, siendo él ya miembro de la orden.
Había
desempeñado cargos de notable confianza como corregidor y visitador en México
–lo que denota a un conocedor de los resortes del poder en México-, pero no
había vuelto a navegar, y tampoco es que se hubiera hecho rico. En 1548, poco
antes de profesar, oficiaba al rey pidiendo, por los servicios prestados,
merced para pasar los últimos años, otro clásico del género.
El
verdadero misterio Urdaneta es, por tanto, ¿por qué este oscuro fraile, anciano
ya retirado, con la salud quebrantada –como escribe al rey-, está en el centro
de la organización teórica y logística de la expedición pacífica más importante
y fructífera del reinado filipino? ¿Era, como dijo Velasco, “la persona que más
noticia y experiencia tiene de todas aquellas islas?
Es cierto
que había pasado su juventud en las Molucas y hablaba las lenguas locales. Pero
habían transcurrido treinta años de aquello. En México había, agustinos como
él, otros que también habían estado allí y cuyos conocimientos eran más recientes.
Fray Gerónimo de Santisteban o Escalante Alvarado, por ejemplo, habían ido con
Villalobos y también figuraron en los debates previos.
Sin
embargo, ninguno tiene la autoridad que Urdaneta irradia en los documentos
conservados. Es él quien redacta un plan de campaña –muy atinado-, el que se
permite dar un curso introductorio por correspondencia a Felipe II, señor del
mundo, sobre navegación transpacífica
Que
influyera en el virrey Velasco para interesarle en el tema de Extremo Oriente y
Filipinas es hipótesis defendida por Mariano Cuevas; en todo caso no se
precisaba influir mucho para que el virrey de Nueva España sintiera atracción
en el Pacífico y Filipinas desde que Hernán Cortés mostró interés por el
océano. De hecho el virrey Velasco solicitó autorización a Felipe II para
realizar una expedición en el Pacífico y el Rey lo concedió (1559) bajo la
condición de ir a las islas Filipinas sin tocar en el área de las Malucas, en
cumplimiento del Tratado de Zaragoza, con el objetivo de descubrir la ruta de tornaviaje.
Fue entonces cuando el virrey pidió a Felipe II que ordenara participar a
Andrés de Urdaneta, el más experto en el Pacífico, en la expedición como
cosmógrafo; tras el preceptivo permiso de la Orden, el agustino acató la orden,
y actuó como se le pedía.
Su
intervención, inicialmente y ya es mucho, constó de la redacción de las
instrucciones para el viaje, el derrotero a seguir en la ruta de ida desde
México a Filipinas o, preferentemente para él, a Nueva Guinea lo que le hubiera
conducido a Australia. La muerte del virrey, el paso del gobierno a la
Audiencia y la influencia del visitador Valderrama, contrario a los agustinos,
determinó que la expedición quedara definitivamente emplazada hacia Filipinas
con una orientación hacia China. Finalmente será el capitán de la expedición
fue Miguel López de Legazpi el que mande la expedición que zarparía del Puerto
de la Navidad el 21 de noviembre en 1564, se hacían a la mar rumbo a Filipinas
como indicaban las instrucciones secretas que Legazpi abrió en altamar. Un
guipuzcoano como Urdaneta, del que era amigo y pariente. La escuadra pasó por
las islas Marianas y Guam y arribaron a Leyte (Filipinas) el 13 de febrero de
1565. La derrota los condujo por las islas de Samar, Bohol y Cebú, procediendo
Legazpi a un plan de colonización, pero dejando que un barco tornara a México;
su capitán fue el nieto de Legazpi, Felipe de Salcedo, el verdadero piloto,
Andrés de Urdaneta.
Urdaneta
puso la nave rumbo NE (1 de junio de 1565) hasta alcanzar los 42.º de latitud
N, a la altura del norte del Japón, impulsado por la corriente cálida del
Japón, alejándose de la influencia de alisios, puso rumbo al este para
aprovechar los vientos del oeste, a aquellas latitudes que le condujeron
suavemente hacia las Californias; navegando hacia el sur alcanzó fácilmente
Acapulco (8 de octubre de 1565); acababa de descubrir e inaugurar la que fue
denominada “ruta del galeón”, la carrera de Acapulco a Manila en sus dos
trayectorias de ida y, lo que era más importante, de retorno fuera de aguas de
influencia portuguesa y, fundamentalmente, de forma accesible desde la Nueva
España. Los pilotos escribieron relaciones sobre la derrota que constituyeron
el meollo de la documentación sobre este viaje; es el caso del piloto cuyo
título es todo un resumen del texto: “Derrotero de la navegación de las islas
del Poniente para la Nueva España, hecho por Esteban Rodríguez, piloto mayor de
la armada que llevó a su cargo el general Miguel López de Legazpi al
descubrimiento de las mismas islas, y volvió por su mandato en la nao capitana
nombrada San Pedro, de la que era capitán Felipe de Salcedo [...]
en cuyo viaje murió entre las 9 y las 10 de la mañana del día 27 de septiembre
de 1565, después de doblar el cabo de San Lucas, de la California, viniendo en
demanda del Puerto de la Navidad (ya abandonado por ser malsano), por cuya
causase halla incompleto este derrotero, que solo alcanza hasta 14 del mismo
mes de septiembre” (Archivo General de Indias).
Urdaneta
es el que está en el centro de todo. El cerebro, el motor y la pasión. Alguien
para el que resulta evidente que el tornaviaje es una cuestión personal. El
hombre que, tras perder su juventud varado en el destino más ambicionado de su
tiempo sin poder volver a casa, está dispuesto a sus 57 años, cuando sale de
Cebú el 1 de junio de 1565, a apostar su propia vida contra lo que nadie antes
ha conseguido hacer. El denominado tornaviaje lo inició la San
Pedro el viernes 1 de junio de 1565 desde la isla de Cebú, bordeando
la isla de Leyte y Samar, salvando numerosos islotes y turbulencias, avistaron
numerosas islas que menciona la documentación para surgir en el océano abierto
dejando atrás Luzón (10 de junio), a través del estrecho de San Bernardino. Los
pilotos iban anotando rumbo y distancias y el día 17 creían hallarse en 18.º N
y poco después (21 de junio) avistaron una isla que verosímilmente es el punto
que hoy se denomina Parece Vela (20.º 32’ N, 136.º 13’ E); era el día del
Corpus. El 4 de agosto alcanzó la nave el punto más septentrional
de la travesía, 40.º aproximadamente latitud desde la que los vientos O y SO
facilitaron su rumbo E, hasta que el día 26 los vientos rolaron, cayeron
fuertes aguaceros y sufrieron algunas calmas; los tripulantes calcularon que se
encontraban no demasiado lejos de Nueva España y determinaron poner rumbo al
SO. Hubo alguna incertidumbre pero el 18 de septiembre de 1565 avistaron una
isla, el topónimo que se le impuso fue el pertinente, Deseada, situándole en
una latitud de 33.º 45’; era un espacio que ya había sido explorado por otros
protagonistas españoles tales como Rodríguez Cabrillo y Francisco de Ulloa. El
21 se septiembre se encontraban a la vista de la península de California cuando
los tripulantes se hallaban en situación precaria “en la nao, al presente, no
había más de diez hasta dieciocho hombres que pudiesen trabajar porque los
demás estaban enfermos y otros dieciséis que se nos murieron”. El capitán puso
rumbo a Acapulco.
Andrés de Urdaneta volvió a España y, pronto,
regresó a México donde falleció el 3 de junio de 1568.
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Entonces,
¿quién descubrió el famoso tornaviaje?
AUNQUE NOS ENCANTEN
las historias de héroes solitarios, la mayoría de los descubrimientos son
resultado de una lenta acumulación de pasos previos, y el que se lleva el
mérito es simplemente el primero en poner juntas y en el orden correcto todas
las piezas.
EN 1550 YA SE SABÍA
que, en el Atlántico, los vientos dominantes en los trópicos soplan constantes
hacia el oeste, mientras que los que dominan alrededor de los 40º N lo hacen en
dirección inversa, hacia Europa. Y, con la precariedad de saber de la época,
nada hacía suponer que en el Pacífico no funcionaran igual. De hecho, cinco
expediciones españolas habían intentado ya el retorno.
EL CONOCIMIENTO TEÓRICO estaba
allí. Solo faltaba la prueba empírica. Y
afrontar el riesgo personal que suponía la demostración. Pero Urdaneta no
apostó todo al rojo en un salto de fe temerario. Sabía muy bien lo que se
hacía. El viaje de Juan Rodríguez Cabrillo en 1542 es probablemente la pieza
clave. Irónico, teniendo en cuenta que había sido un fracaso estrepitoso. SXE
creía que China y América confluían en algún punto al norte, probablemente
separadas por un estrecho que permitiría la tan ansiada ruta directa a Asia por
poniente. Cabrillo había ido en su busca y se había tenido que consolar con
remontar la costa de California hasta los 38º N, antes de que fuertes vientos
contrarios le obligaran a retornar.
ASÍ ES COMO obtuvo
Urdaneta –autor de la única copia conservada de la relación del viaje de
Cabrillo- la certeza de que a 38º N soplaban, potentes y constantes, vientos
del noroeste que iban hacia América: Solo había que encontrar su nacimiento al
otro lado del Pacífico y cabalgarlos para el tornaviaje. Y el monje agustino lo
haría con éxito.
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El Dato
Profesional de la logística. Quizá la mayor aportación de Urdaneta al éxito
de la empresa fue la atención que prestó a la logística del viaje. A Gonzalo
Gómez de Espinosa le derrotó un barco muy castigado y gentes agotadas, el frío
de esas latitudes y la falta de víveres. Por eso Urdaneta insistió en hacer la
singladura con el San Pedro, un sólido
navío de 500 toneladas, 400 más que la nao Trinidad.
Artamendi,
Iñigo, “El tornaviaje de Urdaneta”, en Historia
y Vida, No 602, Grupo Planeta, 2002, pp. 47-50.
https://dbe.rah.es/biografias/4415/andres-de-urdaneta-y-cerain
https://geografia.laguia2000.com/geografia-regional/oceania/el-tornaviaje-en-el-oceano-pacifico
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