Un edificio olvidado de la Sevilla americana: Las Reales
Atarazanas
Paseando hoy en día por el
centro histórico de Sevilla son muchos los testimonios monumentales que
recuerdan el tiempo, ya lejano, en el que la ciudad fue puerto privilegiado
para el comercio con las Indias Occidentales. La lista podría comenzar con el
actual Archivo General de Indias, antiguo Consulado de Comercio; seguiría por
la discutida tumba del descubridor de América, donde es posible que reposen sus
huesos o la Biblioteca Colombina, donde es seguro que se guardan sus libros;
incluiría sin duda a la gran fábrica de tabacos, actual sede central de la
Universidad Hispalense y podría continuar por palacios o iglesias que fueron
residencia de virreyes o lugar de consagración de obispos famosos en la
Historia del Nuevo Mundo. Pero si consultamos las guías turísticas más
detalladas e incluso los principales manuales de la historia de Sevilla, hay un
edificio que suele faltar de ese conjunto de enclaves con sabor americanista:
se trata de las Reales Atarazanas y eso que, para poner un solo ejemplo de su
vinculación a la historia de América, allí estuvo la primera sede de la Casa de
la Contratación, antes de que se trasladase al salón de los almirantes del
Alcázar1. Este
artículo pretende, precisamente, volver a colocar las Atarazanas en el
recorrido del americanismo sevillano. También intenta que se valore la
importancia de un monumento, que, con sus casi ocho siglos de vida, es un
magnifico espejo de la historia de la ciudad, en un momento en el que sigue sin
estar definido del todo su destino final.
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2El edificio, del que hoy
conservamos sólo siete de sus diecisiete naves originales, fue fundado en 1252
por el rey Alfonso X «El Sabio», cuando habían pasado solo cuatro años de la
reconquista de Sevilla a los musulmanes. Lo construyó extramuros de la ciudad,
en el extremo meridional del muelle fluvial del Guadalquivir, apoyándose en su
parte trasera sobre la muralla. Las naves tenían entre 100 y 80 metros de
longitud y sus 180 metros de fachada se extendían entre dos pequeñas puertas
del recinto defensivo: el Postigo del Carbón, hoy desaparecido, desde el que
salía una línea de fortificaciones para proteger el muelle que terminaba en la
Torre del Oro; y el Postigo del Aceite, una de los dos únicas entradas del
antiguo circuito amurallado que se han salvado del desarrollismo destructivo
del siglo XIX.
3La palabra Atarazana proviene
del árabe dár-as-sána, que significa textualmente «casa de la industria» y que en el
español contemporáneo se sigue usando también como sinónimo de almacén o
bodega, pero que en su primera acepción debe traducirse por arsenal (palabra
que tiene la misma etimología) o astillero. Y era un astillero enorme, tan
grande como los mayores de la época y perfectamente comparable, en el momento
de su inauguración, al que es considerado con justicia el más monumental de los
existentes en la Europa Occidental: el Arsenal de Venecia2. Se levantó
con la intención de construir en él una flota de más de 30 galeras que,
saliendo por el Guadalquivir, controlasen el estrecho de Gibraltar para evitar
que nuevas invasiones procedentes del norte de África volviesen a empujar a los
cristianos hasta los Pirineos. Concluida en 1350 lo que los medievalistas
españoles llaman «la Batalla del Estrecho», las embarcaciones que se botaron en
el arsenal del Guadalquivir participaron al lado de Francia y contra Inglaterra
en la Guerra de los Cien Años, y aunque es muy poco conocido, de Sevilla
salieron las galeras que, en colaboración con otras del rey de Francia,
asolaron la costa inglesa, llegando en 1380 a penetrar por el Támesis y quemar
los arrabales de Londres.
4Hacia mediados del siglo XV,
el final de la guerra contra Inglaterra y el comienzo de una interminable
conflicto interno entre los nobles y el rey de Castilla, dejó sin cometido a
las galeras de las Atarazanas, pero la definitiva decadencia como astillero se
debió a la aparición de los nuevos ámbitos que se abrieron a la expansión de
los reinos de la Península Ibérica. En los anchos espacios oceánicos, por donde
entonces se navegaba, las galeras no tenían cabida. Aquellas alargadas
embarcaciones apenas tenían sitio en la bodega para la carga y con
tripulaciones de entre 200 y 300 hombres, muchos de ellos remeros, apenas
podían navegar quince días sin reabastecerse de agua. En estas condiciones no
podían soñar con participar en las nuevas aventuras oceánicas en las que las
travesías se contaban por meses y no por semanas. Como además el edificio de
las Atarazanas se componía de estrechas galerías específicamente diseñadas para
construir y albergar durante el invierno a las galeras, fue imposible adaptarlo
para fabricar allí otros buques de mayor manga como naos o galeones. Así pues,
desde 1450 en adelante, en su interior se pudrieron lentamente las
embarcaciones, mientras las cubiertas del edificio se iban cayendo por falta de
las oportunas reparaciones.
5En 1493 comenzó el principio
del fin de las Atarazanas como astillero, pues ese año los Reyes Católicos
autorizaran desde Barcelona que la nave número uno del arsenal, la más cercana
al Postigo del Aceite, se convirtiese en el principal mercado de pescado de la
ciudad3. Era una
conversión con tintes de deshonra, pues la razón que llevó al Concejo de
Sevilla a pedir a los Reyes la cesión de aquel espacio para Pescadería no fue
otro que alejar los malos olores del centro de la ciudad. El cambió constituyó
un duro golpe para el edificio, pero no supuso su muerte. Su fortuna estuvo en
que el mismo año en que dejó de usarse para fabricar barcos y comenzó a
utilizarse para vender sardinas, los monarcas recibieron también en la Ciudad
Condal a un genovés que acababa de abrir una nueva ruta oceánica. Por ella no
podían navegar las galeras que se construían en las Atarazanas, pero el edificio
disponía, además de la nave usada como mercado, de otras dieciséis con más de
14.000 metros cuadrados situados el pie del que iba a ser el futuro muelle de
Indias. Ese hecho lo salvó seguramente de la destrucción total y ha permitido
que llegue, aunque no completo, hasta nosotros.
*
6La aparición de América en
los horizontes de expansión castellana dio un nuevo cometido al ya venerable
inmueble: en algún sitio deberían almacenarse los pertrechos de las
expediciones de descubrimiento y conquista mientras éstas hacían sus
preparativos de salida; en algún lugar habría que depositar las armas o las
mercancías mientras se alistaban los buques que componían las flotas de Indias.
La existencia de cerca de una hectárea y media de almacenes a la misma orilla
del río, le daban al edificio una nueva utilidad, si no tan brillante como la
de astillero, sí por lo menos igual de necesaria. La primera mención de la
implicación de las Atarazanas en el proceso de ocupación del continente
americano tiene que ver con su uso como base logística de la gran expedición
que había salido en 1502 hacia la isla Española dirigida por Nicolás de Ovando:
El Rey. Concejo, Justicia y [caballeros]
Veinticuatro de la ciudad de Sevilla e mi alcaide de los alcázares de ella. Ya
sabéis como don frey
Nicolás de Ovando comendador mayor de la orden de
Alcántara, nuestro gobernador de las islas y Tierra Firme del mar Océano está
residente en la isla Española en nuestro servicio y tiene necesidad que de acá le envíen
bastimentos y otras cosas necesarias para el y para los suyos y
por que para recoger los dichos bastimentos ha menester tener en la dicha
ciudad un lugar conveniente para ello nos vos mandamos que por todo el tiempo que el dicho
gobernador estuviere en las dichas indias deis a sus procuradores en las
Atarazanas de la dicha ciudad lugar y aposentamiento donde tenga los dichos
bastimentos …4
7Otras muchas de las
expediciones de conquista que partieron directamente desde España incluían en
sus Capitulaciones una cláusula en la que el rey, como parte de su aportación a
la empresa, concedía temporalmente un espacio en las Atarazanas para que
sirviese de almacén. De esta manera utilizaron el antiguo arsenal el bachiller
Martín Fernández de Enciso, que en 1527 se había comprometido a realizar
diversas entradas en Tierra Firme; los alemanes Enrico Eynguer y Jerónimo
Sayler, que en 1528 consiguieron espacio en las Atarazanas durante seis años
para su empresa de población y conquista «de las provincias del Golfo de
Venezuela y Cabo de la Vela»; Diego de Ordás, que en 1530 logró guardar allí
los mantenimientos y municiones que habría de llevar al Marañón; y lo mismo se
concedió a Pedro de Mendoza en 1534 para la conquista del Río de la Plata;
Francisco de Camargo en 1536 para su expedición al estrecho de Magallanes;
Francisco de Orellana en 1544 en su descubrimiento y conquista del Amazonas y a
Juan de Sanabria, que en 1547 capituló acudir en socorro de los españoles asentados
en el Río de la Plata5.
8¿Pero quién debía
administrar, en nombre del rey su legítimo propietario, ese gran almacén de
Indias en que se estaban convirtiendo las Atarazanas? En el año 1503 se dio una
doble circunstancia: por un lado, se crea la Casa de la Contratación, el
organismo encargado de dirigir el tráfico con el Nuevo Mundo y se escoge como
ubicación inicial la nave 17 del edificio, la más cercana al Postigo del Carbón
en el extremo opuesto a las Pescaderías de la ciudad. Por otro, ese mismo año
se nombra como responsable de las Atarazanas y del Alcázar, con título de
alcaide, a don Jorge de Portugal, futuro conde de Gelves, un noble miembro de
la dinastía portuguesa de Braganza, emparentado con la reina Isabel la Católica
y que había tenido que refugiarse en Castilla por motivos políticos.
9La sede central de la Casa de
la Contratación pasó a los pocos meses al Alcázar, pero los funcionarios del
recién creado organismo mantuvieron el control de la nave 17 de las Atarazanas
y solicitaron al alcaide que les cediese otra nave más, según habían ordenado
los reyes, para de esta manera realizar con comodidad su papel de gestores de
la expediciones enviadas a las Indias. Si durante los siglos anteriores la
preparación de las armadas (que entonces eran de galeras) se realizaba en las
Atarazanas y las dirigía su alcaide, ahora estaban organizadas por los
funcionarios de la Casa, a los que probablemente don Jorge consideraría unos
prepotentes plebeyos y que, para colmo, se asentaban en espacios que antes
habían estado bajo la jurisdicción de sus antecesores. ¡Visto desde la
perspectiva del noble don Jorge, la situación se le plantearía como
intolerable!
10En efecto, desde su creación
en el siglo XIII las Atarazanas estaban dirigidas por un hombre de confianza
del rey, que inicialmente no era noble, pero que a partir de finales del siglo
XIV sí solía ser al menos un caballero que, además, ocupaba también la
dirección de los Reales Alcázares o conjunto palaciego de la ciudad de Sevilla.
Para realizar las tareas de mantenimiento de la residencia regia y de las
galeras puestas a su cargo, el alcaide tenía derecho a cobrar el diezmo sobre
la venta del carbón, la cal, teja y ladrillo que se vendía en la ciudad y como
mano de obra empleaba a un conjunto de 400 artesanos llamados «los francos de
las Atarazanas». Este contingente laboral se dedicaba a ejercer su oficio en la
ciudad hasta el momento en que eran llamados por el rey a través del alcaide.
Entonces, trabajaban para la Corona cobrando un jornal que era la mitad de lo
que se pagaba corrientemente, pero a cambio mantenían durante toda su vida
importantísimos privilegios, como el de no pagar impuestos directos, no ser
llamados a formar parte de ninguna hueste, ni verse obligados a recibir
huéspedes sin su consentimiento. Es decir se convertían en plebeyos con
tratamiento de nobles.
11En el fondo, el sistema que
representaba la Casa de la Contratación con sus autoridades formadas por funcionarios
provenientes de los sectores medios de la población y que cuando necesitaban
mano de obra auxiliar la contrataban entre trabajadores libres a precio de
mercado, era una forma moderna de gestionar el despacho de las expediciones a
las Indias. Por su parte, don Jorge de Portugal, como noble alcaide, dirigiendo
un grupo de obreros a los que se pagaba a partes iguales con dinero y
privilegios, representaba el viejo sistema medieval que la Corona no parecía
dispuesta a utilizar en un asunto tan sensible como el comercio y la navegación
con las nuevas tierras. Ni que decir tiene que la pugna estuvo servida y que
don Jorge de Portugal tuvo hasta su muerte constantes enfrentamientos con los
jueces oficiales de la Casa de la Contratación a los que se negó sistemáticamente
a ceder ni un palmo más de terreno en las Atarazanas6.
12Pero desde 1537 surgió una
nueva necesidad y de carácter evidente y perentorio, que hacía necesario que la
Casa de la Contratación recibiese nuevos espacios. No se trataba ya de guardar
algunos sacos de azúcar o canela, restos de los pocos negocios explotados en
Indias directamente por la Corona, sino de almacenar las armas, municiones y
pertrechos de las armadas que, cada vez con más frecuencia, se organizaban para
defender el tráfico comercial con América. Precisamente en ese último año, a la
amenaza de los corsarios franceses, los habituales hasta entonces en aquellos
mares, se unió la de los ingleses7, con lo que
las Atarazanas podían volver a jugar su viejo papel de arsenal, no de las
galeras, pero sí de los navíos de escolta de las flotas de Indias.
13Los oficiales de la Casa de
la Contratación redoblaron las peticiones al rey para que el conde les cediese
nuevas naves. Se cursaron las cédula ordenando a don Jorge que así lo hiciese,
pero las órdenes reales se perdían entre una maraña de excusas. Puede parecer
extraño que monarcas tan celosos de su autoridad como doña Isabel, don Fernando
o el mismísimo emperador de los romanos, Carlos V, tuviesen tantas dificultades
para imponer su voluntad sobre un simple alcaide al cual ellos habían nombrado
y que, mediante la medieval ceremonia del pleitohomenaje, les había jurado
fidelidad poniendo las manos entre las de sus reyes y señores. Todo parte la
confusión de considerar a las llamadas monarquías absolutas como unas máquinas
perfectas en las que la autoridad teóricamente omnímoda de los reyes se
ejecutaba de manera automática. Lo cierto es que el cumplimiento de las órdenes
de los monarcas se veía distorsionado por diferentes elementos. Uno de ellos
era la distancia y de ahí el frecuente «obedezco pero no cumplo» de los gobernantes
de las lejanas Indias; otro era, por ejemplo, el parentesco.
14Don Jorge de Portugal era uno
de esos personajes a los que los reyes consideraban entre el círculo íntimo de
sus parientes. Y es que don Jorge era tataranieto de don Juan I y los Braganza,
la familia a la que pertenecía el alcaide, era sin duda la más poderosa estirpe
nobiliaria portuguesa; tan rica y poderosa como para en algún momento suponer
una amenaza para el monarca luso Juan II, que ordenó cortarle la cabeza al
tercer duque de Braganza, lo que provocó la huida del resto de su familia a
Castilla8. Como los
Braganza podían ser, llegado el momento, aspirantes al trono portugués,
tenerlos en Castilla siempre podía ser beneficioso para la monarquía española,
que nunca dejaba de tener en el horizonte una posible anexión del reino vecino.
Lo peligroso que podía ser no tenerlos bajo control se demostró con claridad
siglos más tarde, cuando fue precisamente la dinastía de Braganza la que
sustituyó en el trono de Portugal a Felipe IV cuando los portugueses
recuperaron su independencia a partir de 1640.
15Don Jorge tuvo siempre muy
buenos apoyos en Castilla y cuando su familia se reconcilió con don Manuel el
Afortunado, el nuevo rey portugués y del que el alcaide era sobrino, pudo
conseguir del monarca luso una carta de recomendación para el nuevo rey Carlos
I9. El futuro
emperador a su llegada a España le proporcionó importantes dádivas, y le hizo
el honor de llevarlo entre la flor y nata de la nobleza que asistió a su
coronación en la catedral de Bolonia en 153010. Esta
consideración especial debió gestarse en 1526 cuando como alcaide del Alcázar
ejerció de anfitrión de Carlos y su esposa Isabel durante los esponsales regios
celebrados con gran pompa en el palacio sevillano. No fue casualidad que, poco
tiempo después, recibiera un título nobiliario castellano, de tal manera que
cuando asistió a la coronación imperial ya había sido nombrado conde de Gelves,
siendo propietario del citado pueblo al que luego añadió el de Villanueva del
Ariscal11.
16No cabe duda que quien se
había codeado con reyes, emperadores y papas, trataría de manera displicente a
los funcionarios burgueses que formaban la Casa de la Contratación y que lo molestaban
con sus continuas peticiones de espacios en los que eran sus dominios. Pero no
debemos engañarnos, aunque el conde consiguiera ganar muchas batallas en el
fondo perdió la guerra contra aquellos humildes pero tenaces burócratas. Porque
aunque se mantuviese en su empeño de no ceder más naves en las Atarazanas, hubo
dos cosas muy importantes que nunca consiguió: ser el organizador de los
convoyes de Indias y patrimonializar el cargo de alcaide trasmitiéndoselo a su hijo mayor y
heredero.
17El Consejo de Indias tuvo que
esperar a que don Jorge muriera y en 1559, estando vacante la alcaidía, por
fin, los oficiales reales pudieran contar con otra segunda nave al lado de la
que ya tenían12. Desde
entonces, las naves 16 y 17, las dos más cercanas al Postigo del Carbón y la
Torre del Oro, fueron utilizadas como almacenes bajo control de los oficiales
reales de la Casa de la Contracción. En aquellos almacenes de la Casa se guardaron
productos valiosos, como azúcar, cochinilla, jengibre, canela, palo brasil;
otras más sencillas como cueros y algunas raras, como trozos de «madera
amarilla» que se traían para el rey13. Unas
mercancías que cobijaron con frecuencia las Atarazanas fueron las plantas
consideradas medicinales y especialmente el palo guayacán. La madera de esta
árbol procedente de las Antillas se rayaba y se usaba en infusión por sus
virtudes terapéuticas, y aun hoy en puede encontrarse en las herboristerías. En
épocas pasadas se pensaba también que era capaz de remediar la sífilis, que
entonces se llamaba «mal de bubas» e, incluso, contener las enfermedades
infecciosas. Por ello, en los años 30 del siglo XVI encontramos varias Reales
Cédulas en las que se entregan generosamente a varios hospitales de Toledo,
Madrid y Sevilla cantidades de palo Guayacán que los monarcas almacenaban en
las Atarazanas. Era algo similar a lo que se hacía con el azogue, que también
se guardaba en los almacenes de la Casa de la Contratación y se entregaba en
pequeñas cantidades como limosna a varios centros hospitalarios14.
La Reina. A nuestros oficiales en la ciudad de
Sevilla en la Casa de la Contratación de las indias. Juan de Miranda, clérigo
administrador del Hospital donde se curan los enfermos del mal de bubas de esa
ciudad me hizo relación que en el dicho hospital a la continua dicen que hay ochenta pobres enfermos del dicho mal
y se han curado y curan con el agua del palo de Guayacán que nos tenemos en las
Atarazanas de esa ciudad y que según el gasto que tiene el
dicho hospital no lo pueden comprar… Por ende yo vos mando que del dicho palo
de guayacán que nos tenemos en las Atarazanas de esa ciudad, deis luego al
administrador del dicho hospital 20 quintales del dicho palo de que yo le hago
merced e limosna al dicho hospital…15
18Además de productos de alto
valor económico o medicinal, el rey ordenó también guardar en las Atarazanas
objetos muy diversos aunque caracterizados por su gran volumen. Así por
ejemplo, durante la construcción del monasterio-palacio del Escorial, Felipe II
ordenó que se concentrasen en los almacenes sevillanos maderas preciosas de
Cuba para enriquecer la construcción del edificio. Las flotas de 1579 trajeron
una parte de este rico material, del cual parte fue enviado a Madrid
inmediatamente y otra quedó almacenado en Sevilla mientras el rey decidía sobre
su utilización final16. También fue
común que se guardasen en las naves de la Casa las muestras de diversos
minerales que se sometían a investigación para saber si su contenido metálico
resultaba explotable17.
19La plata y el oro se
guardaban en el Alcázar, pero es indiscutible que las naves de las Atarazanas
albergaron los instrumentos con los que el rey pensaba extraer las riquezas de
las entrañas de la tierra. Por ejemplo, allí se almacenó y empaquetó desde
mediados del XVI el azogue, indispensable para extraer la plata y que se guardó
de manera continua y exclusiva en ellas. Sin embargo, resulta mucho más curioso
hacer referencia a un conjunto de instrumentos mineros que en 1562 llenaban los
almacenes de la Casa de la Contratación18. En los
libros cedularios del Archivo de Indias aparecen asientos y antiguos contratos,
que muestran como, aun a mediados de siglo, los monarcas y sus sesudos
consejeros de Indias, podían dejarse llevar por los espejismos de los dorados
mitos indianos y por los espasmos de la universal fiebre del oro.
20En efecto, en ese año, las
Atarazanas se llenaron con abundantes herramientas mineras. No cabía duda de
que la Corona, después de haber dejado desde hacía mucho tiempo las
prospecciones en manos de los particulares, contentándose con cobrarles el 20
por ciento y venderles el mercurio, se decidía ahora a emprender la búsqueda de
nuevos filones. La responsabilidad de este movimiento la tenían un fraile dominico
llamado Fray Blas del Castillo y uno de sus colaboradores, el conquistador,
aventurero y minero Juan Sánchez Portero. Este último no hay duda de que debió
ser un hombre persuasivo, pues convenció a varios particulares y a todo el
Consejo de Indias de que era menester crear compañías para intentar que una
formidable montaña de Nicaragua, el volcán Masaya, desvelase por fin el gran
misterio que encerraba. En los asientos que se firmaron entonces y en las
Reales Cédulas que los desarrollaban se hacen continuadas referencias a los
esfuerzos que se estaban haciendo «para saber el secreto del volcán».19
21Gonzalo Fernández de Oviedo
recogió las aventuras de fray Blas del Castillo y de Sánchez Portero en
su Historia
General y Natural de las Indias20. El principal
motivo que impulsaba a aquellos españoles dirigidos por el dominico no era otro
que la creencia de que en el interior de aquella montaña no corrían ríos de
lava, sino de oro puro: «…e dice este padre que ninguno de los que allí han subido no saben
decir ni afirmar qué cosa es aquello que ven en aquel profundo; porque unos dicen que es
oro, otros que es plata e otros que cobre, otros que hierro e otros piedra de
azufre e otros agua e otros dicen que es infierno o respiradero del mal…»21. Aquellos
hombres, con tal de llegar al ansiado oro estaban dispuestos a meterse hasta en
la mismísima guarida de Satanás, y a pesar de las críticas a su ambición,
Fernández de Oviedo no puede impedir alabar su arrojo y el considerar que, al
menos en la determinación del fraile, había el componente religioso de
imponerse a las fuerzas del mal22.
22Lo realmente notable de toda
esta historia es que Sánchez Portero cruzase el océano y se presentase ante los
Consejeros de Indias y los convenciese de formar la compañía minera en la que
el Estado aportaba 300 ducados para que se construyesen las herramientas que
quedaron depositadas en 1562 en las Atarazanas de Sevilla. La aventura no
terminó en éxito económico, pues del fondo del volcán solo se sacó escoria,
pero es una buena prueba de la irresistible atracción de El Dorado.
*
23Entre la Pescadería y las
naves controladas por la Casa de la Contratación se extendía una amplia
superficie que formaba el corazón de las Atarazanas. Se trataba de una parte
del edificio, propiedad el rey como el resto, pero que las autoridades del
Alcázar comenzaron a alquilar directamente a cualquier persona interesada en
montar allí su negocio o construir su casa. Hasta el año de 1585 en que, como
veremos, se comenzó a edificar sobre las naves 13, 14 y 15 la Real Aduana, el
espacio que se alquilaba era amplísimo, comenzando en la segunda nave y
llegando hasta la décimoquinta. Para describir el uso que se le dio entonces
contamos con un par de relaciones confeccionadas por los contadores del Alcázar
y las Atarazanas. Están fechadas en 1557 y 1575, respectivamente, y aunque su
intención era dar una lista completa de los inquilinos y del importe de los
alquileres, a nosotros nos va a servir para conocer el uso dado a las
diferentes dependencias del inmueble23.
24Durante la primera mitad del
siglo XVI las Atarazanas todavía parecen conservar una parte del carácter del
centro industrial que habían sido. Mientras fueron astillero, los monarcas
medievales habían ordenado que todas las herrerías de la ciudad se concentrasen
en el edificio, algo que los propios Reyes Católicos confirmaron al principio
de su reinado24. En la
relación de inquilinos de 1557 todavía quedaban tres tiendas de herrerías
situadas en las entradas de las naves 5, 9 y 15, aprovechando los huecos y
primeros arcos, que tenían salida al Arenal, y por tanto eran puntos
especialmente propicios para la venta25. Pero además
de las herrerías, sabemos que había tonelerías; dos carpinterías; un horno de
vidrio regentado por el vidriero Juan Rodríguez en la nave 12 y que la práctica
totalidad de la nave 4 estuvo destinada hasta 1549 a la fabricación de bombas
de achique para los barcos, por lo que era conocida como «la nave del bombero».
25Sin embargo, poco a poco, y a
medida que la economía de la ciudad entraba en una sintonía imposible de evitar
con los ritmos que marcaba el creciente tráfico con América, el uso del espacio
cambió y pasó a ser fundamentalmente comercial y residencial. De esta manera,
en la relación de 1575 vemos como los talleres van a ser paulatinamente
sustituidos por almacenes para guardar las mercancías del cada vez más
floreciente comercio trasatlántico, y por las viviendas de muchos de los
comerciantes que habían alquilado las bodegas. Al vivir allí, los mercaderes
tenían mejor vigiladas sus pertenencias y se establecían en un lugar cercano al
muelle por donde tendrían que embarcarlas y desembarcarlas.
26Con lo dicho anteriormente
resulta evidente que las Atarazanas reflejan de manera nítida el cambio desde
una economía que todavía mostraba la importancia de la producción artesanal, a
otra en la que el comercio se imponía sobre cualquier otra actividad; un
comercio, además, dirigido por hombres del norte y especialmente flamencos. De
esta manera vemos como la nave en donde en 1549 se fabricaban bombas de
achique, en 1575 está alquilada al flamenco Enrique Banbela, que allí tenía sus
almacenes y su vivienda. La herrería de Esteban Pérez en la nave 5 pasó a estar
arrendada por Jan Jacarte; la carpintería que en la nave ocho ocupaba Juan
Baltanel, la tenía en 1575 un flamenco nacionalizado español, que además era
principal inquilino de las Atarazanas, llamado Francisco Bernal; el antiguo
horno de la nave 12 del vidriero Juan Rodríguez fue luego la residencia de
Enrique Apar, flamenco, que también había arrendado la carpintería que en esa
misma nave tenía un tal Luis de Villafranca; y finalmente, la herrería de Pedro
Maldonado, sita en la nave 15, la ocupaba Juan Cregar, de la misma nacionalidad
que los antecedentes. Solo uno de los talleres existentes en 1557 no había
caído en posesión de uno de estos emprendedores negociantes de Flandes. Se
trataba de la «tienda de herrero» que Juan Vázquez regentaba en la nave 9, que
había sido convertida en vivienda por un español llamado Francisco Tirado.
27Con estos antecedentes no es
de extrañar que en el siglo siguiente el gran Quevedo pudiera decir aquello de
que «el doblón nace en las Indias honrado; viene a morir en España y es en Flandes
enterrado». Y es que en 1575, de los aproximadamente 10.000 metros cuadrados de
espacio alquilable para almacenes en las Atarazanas (descontando los 5.000
metros que ocupaban la pescadería y los espacios y pasajes de acceso) un 65%
estaba en manos de extranjeros (casi todos flamencos) y solo un 35% se había
alquilado a españoles26. El mercader
que más terreno tenía alquilado era Francisco Bernal, con unos 3.000 metros cuadrados.
El sólo tenía en renta las naves 2 y 3 completas y la mitad de la 7, junto con
diversos espacios en la 4, 5, 6 y 8. Enrique Apar y Juan Jacarte, controlaban
entre los dos 2.250 metros cuadrados, mientras que Enrique Bambela poseía 700
metros cuadrados. Frente a ellos, el español que más espacio ocupaba era
Gonzalo Núñez, que en cuatro arcos situados en las naves 15 y 16, había montado
un almacén de aceite de algo más de 300 metros cuadrado. No deja de ser
significativo de que lo que allí se almacenaba no fuera el producto de ninguna
novedosa actividad industrial, sino el viejo fruto agrícola que, desde tiempos
de los romanos, había constituido la columna vertebral de las exportaciones de
la Bética.
28De entre todos los mercaderes
asentados en las Atarazanas, Francisco Bernal, era, como acabamos de indicar,
el más destacado y por ello es oportuno que sepamos algo sobre él y sobre sus
negocios. Lo primero que sorprende es que, a pesar de llamarse de manera tan
española, fuese flamenco. La verdad es que él no ocultó su origen y en todos
los documentos detrás de su nombre, aparece el consabido dato sobre su
nacionalidad: «Francisco Bernal, flamenco». Sabemos que en los años 40 se
instaló en Sevilla, se casó en la ciudad y adquirió la carta de naturaleza
española, probablemente adquiriendo el apellido de su esposa. Sea como fuere,
no hay duda de que la familia poseía buenas relaciones en la Corte, pues solía
apoyar sus deseos con la concesión de Reales Cédulas, lo que implicaba contar
con procuradores y acceso a las autoridades del Consejo de Indias. Gracias a
estos contactos Francisco Bernal conseguiría en 1555 una orden dirigida a todas
las autoridades de las Indias españolas para que le permitiesen comerciar en
cualquier parte del Nuevo Mundo sin ponerle traba alguna27. Además de
comerciante fue también naviero, pues aparece como copropietario de la
urca El Espíritu Volante, que naufragó en el Río de Alvarado cuando se dirigía a Nueva
España. En el pleito que siguió al naufragio nos enteramos que Bernal no solo
comerciaba con blancos encajes de Brujas, sino con negros esclavos de Guinea28. No hay
noticias de que Francisco Bernal en persona visitase el Nuevo Mundo, pero sí de
que comisionara a su hijo Juan, que fue representante suyo tanto en Santo
Domingo como en Nueva España29.
29Apoyándose en los beneficios
de estos negocios comerciales, Francisco Bernal probó también suerte en lo que
podíamos llamar negocio inmobiliario de la Sevilla del siglo XVI, alquilando
almacenes y construyendo casas en varios espacios propiedad del rey, como eran
las Atarazanas, que luego él usaba directamente o realquilaba a terceros a
precios mucho más altos.
*
30Según escribió Domínguez
Ortiz, si hubiera de escogerse un año para fijar el apogeo de la ciudad de
Sevilla, ése sería el de 158830. Por entonces
su población había alcanzado los 150.000 habitantes, una cifra que constituiría
un máximo histórico y que tras sufrir la ciudad la gran mortandad de la peste
de 1649, no se volvería a superar hasta finales del siglo XIX. Pues bien, solo
un año antes de ese momento cumbre, exactamente en 1587, se inauguraba
oficialmente la Aduana de Sevilla construida sobre lo que habían sido las naves
13, 14 y 15 del antiguo astillero medieval de las Atarazanas. Una inscripción
conmemoraba la finalización oficial de los trabajos con el siguiente texto:
REYNANDO EN
ESPAÑA EL CATÓLICO Y MUY ALTO Y PODEROSO REY DON FELIPE SEGUNDO, Y SIENDO
ASSISTENTE EN ESTA CIUDAD EL CONDE DE ORGAZ, SEVILLA MANDÓ HACER ESTA ADUANA,
PARA SERVIR A SU MAJESTAD, TENIENDO A SUS CARGO LOS ALMOXARIFAZGOS, AÑO DE
1587.31
31El principal impuesto cobrado
en aquella Aduana era el almojarifazgo, un nombre de clara raigambre árabe, que
en realidad hacía referencia a muchos tipos distintos de gabelas recaudadas a
la entrada y salida de las puertas de la ciudad. Concretamente, los
almojarifazgos que iban a recogerse en este nuevo edificio eran dos: el
Almojarifazgo Mayor y el de Indias. Este último se entiende muy claramente que
gravaba el comercio con el Nuevo Mundo. Comenzó a cobrarse en 1543 y entonces
suponía el 2,5 % en valor para las exportaciones, que se elevó en 1666 al 5%,
que era el mismo porcentaje que se cobraba para las importaciones32. El
Almojarifazgo Mayor era una renta que recaudaba la Corona sobre una serie
determinada de géneros que podemos considerar como valiosos, de lujo e incluso
exóticos, que pagaban por su entrada en Sevilla y por su salida con destino al
consumo interno de la ciudad o su reenvío a las Indias. Un informe realizado
sobre las entradas y salidas de mercancías sujetas a este impuesto en 1604, nos
habla de paños y tejidos de lana y pelo de camello, toda clase de sedas y
lienzos, telas bordadas en oro y plata; papel, cera, especias, aceite etc33. Si a estas
valiosas mercaderías se añadían las procedentes del nuevo Mundo, los espacios
de la nueva Aduana se verían llenos también de azúcar, cacao, colorantes palo
de tinte y palo brasil, añil y cochinilla, así como una gran cantidad de cueros
al pelo y curtidos.
32Todos estos valiosos
artículos no podían depositarse en cualquier sitio mientras los recaudadores,
llamados almojarifes, los inspeccionaban hasta
darles el marchamo de que habían pagados los derechos. La Aduana Vieja era una
casilla situada frente a las Atarazanas, que se había vuelto completamente
insuficiente y por eso el Cabildo Municipal solicitó al rey que se le
concediesen tres naves en las Atarazanas para construir la nueva Aduana. La
razón de tomar esta iniciativa se debía a que el Cabildo tenía en aquellos
momentos cedida por el rey la administración de los almojarifazgos. De esta
manera se explica perfectamente que en la lápida fundacional de las Aduanas se
dijese que fue «Sevilla» la que «Mandó hacer esta Aduana», pues su Ayuntamiento
hubo de detraer de la recaudación de los almojarifazgos el dinero para levantar
el nuevo edificio.
33Sin embargo, antes que el
alcaide del Alcázar y Atarazanas diera su visto bueno a la expropiación de las
tres naves hubo que hablar de dinero. La Casa de la Contratación nunca pagó un
solo maravedí en concepto de alquiler por sus dos naves, pues en el fondo se
trataba de un intercambio de terreno entre dos instituciones pertenecientes a
la Corona. El caso de la Aduana era distinto, ya que, aunque el edificio se
destinase a cobrar un impuesto de la Real Hacienda, los almojarifazgos estaban
arrendados mediante un acuerdo económico a una institución ajena (y también
podían luego cederse a un particular) que debía pagar por el uso de un suelo
propiedad del rey. El Ayuntamiento ofreció anualmente lo mismo que producía en
aquellos momentos el alquiler de las naves 13, 14 y 15, es decir 234.500
maravedíes, pero finalmente aceptó subir la renta hasta los 500.000 maravedíes,
«….teniendo en
consideración que cada día se va acrecentando el arrendamiento de las dichas
Atarazanas…»34.
34Si el Arenal de Sevilla fue
siempre un hervidero humano y una torre de Babel donde se oían muchas de las
lenguas del mundo, el interior de la Aduana no debía estar muy lejos de
semejante variedad y animación. Los agradables perfumes de las especias se
mezclaría con los olores acres de los cueros o de las arpilleras de los fardos
y entre las pilas de mercancías, deambularían los comerciantes que deseaban
agilizar el trámite de sus mercancías y los funcionarios marchamadores que iban sellando los
embalajes de los productos que habían cumplido con el fisco.
35La mejor visión pictórica de
las Atarazanas en su momento de esplendor, realizada poco después de la
construcción de la Aduana, la proporciona un lienzo anónimo perteneciente al
círculo artístico de Pacheco y que se conserva en el Museo Bowes (Barnard
Castle, Inglaterra)35. La obra,
aunque representa la entrega de la ciudad al rey San Fernando, dedica su parte
central y más destacada a una vista en primer plano del Arenal con las
Atarazanas detrás. A la izquierda se destaca la gran portada de acceso a la
Pescadería y seguidamente un decena de puertas de desigual tamaño con alguna
ventana en la parte superior. Inmediatamente a la derecha se dibuja la portada
de la Aduana, que también destaca por encima de las demás entradas, con su
frontón curvo y su escudo real. Finalmente, una puerta algo más pequeña a la
derecha de la Aduana debe corresponder la entrada de las naves de la Casa de la
Contratación. En el Arenal, se representa un gran montón de troncos, cañones
alineados, la Casilla de la Aduana Vieja y la grúa junto a la Torre del Oro.36
36Pero en esa Aduana cuya
portada destacan los artistas, además de los burócratas que trabajaban en los
despachos y almacenes, había también otros ministros que ejercían la mayor
parte de sus tareas en el exterior del edificio, fiscalizando la entrada y
salida de mercancías de la ciudad para procurar que todas ellas pagasen los
almojarifazgos. Entre ellos había 15 alcaides de las puertas de Sevilla, 30
guardas de día y 50 de noche que velaban hasta el alba para evitar el
contrabando y para dar más movilidad y amplitud a vigilancia, había ocho
guardas a caballo y una falúa con un patrón y dos marineros, así como un
administrador de la renta en el puerto de Coria37.
*
37A comienzos del siglo XVII y
tras la edificación de la Aduana, el espacio que controlaban los alcaides de
las Atarazanas se reducía a las naves comprendidas entre la 2 y la 12, que
mantenían alquiladas como almacenes aprovechando la bonanza del comercio
trasatlántico, que se mantuvo durante las primeras dos décadas de la centuria.
En la nº 1 seguía ubicada la Pescadería y a partir de la 13, se extendía la
recién construida Aduana y las dos naves de la Casa de la Contratación.
38Hacía varias décadas que la
alcaidía de las Atarazanas, la cual seguía unida a la del Alcázar, había
quedado vinculada a una conocida familia nobiliaria andaluza que daría mucho
que hablar a lo largo del siglo XVII. En efecto, desde 1559 Felipe II nombró alcaide de
los Alcázares y Atarazanas a don Pedro de Guzmán, conde de Olivares y mayordomo
del rey. Como es natural, el conde, que se encontraba en Valladolid, ni se
molestó en acudir a Sevilla a tomar posesión de su doble alcaidía, para lo cual
comisionó a su yerno don Luis de Guzmán. Éste acudió al Alcázar para recibir
las llaves del palacio, pero ni se le ocurrió mancharse las botas y la ropa con
el barro del suelo de tierra de las Atarazanas y la brea que todavía guardaban
sus almacenes38.
39A don Pedro le sucedió en el
cargo en 1569 su hijo don Enrique de Guzmán39, y a este en
1607 su primogénito y heredero don Gaspar de Guzmán, conde de Olivares y futuro
duque de Sanlúcar la Mayor40. Una vez que
Felipe IV llegó al poder, don Gaspar de Guzmán no paró de recibir favores y
mercedes de su agradecido soberano. Apenas llevaba el monarca unos pocos meses
en el trono, cuando le concedió a su sumiller de corps la autorización
excepcional de poder mostrarse en público protegido por una guardia de honor de
24 alabarderos cuando se pasease por Sevilla en ejercicio de su cargo de
alcaide de los Alcázares y Atarazanas.41 Caminar
rodeado por este tipo de escolta armada era realmente un tratamiento regio y
por ello también la usaban los virreyes americanos en su condición de
representación viva de la figura del monarca. Conservamos imágenes de los
gobernantes de la Nueva España paseando en carroza protegidos por los
alabarderos y es de suponer que de la misma manera se desplazaría el conde
duque, para que, al verlo, ningún sevillano olvidara ni por un momento que
aquel descendiente de una rama segundona de los Medinasidonia había alcanzado la cumbre de la nobleza
de los grandes.
40En el caso particular del
conde duque de Olivares resulta perfectamente comprensible que la
administración de un enorme imperio no le dejase tiempo para ocuparse de unas
residencias reales de segundo orden, alejadas de la corte y que el monarca
probablemente no visitaría nunca. Pero se comprende todavía mejor que no
desperdiciase ni un solo minuto en las viejas Atarazanas, reducidas a partir de
finales del siglo XV a un conjunto de naves-almacén en las que se despachaba
pescado o se guardaban toneles, cañones o pellejos de cordero rellenos de
mercurio. El valido estaba para tareas más importantes, como dedicarse él en
persona al apasionante juego de la política internacional, al mismo tiempo que
conseguía que el rey jugase a cualquier otra cosa. Y precisamente su cometido
de promotor de diversiones regias fue lo único que le hizo acordarse de que, al
fin y al cabo, uno de sus cargos le hacía dirigir el antiguo astillero real de
la Corona de Castilla.
41Sabemos muy bien por el
espléndido trabajo de Brown y Elliot, que el conde duque había construido el
Palacio del Buen Retiro para presentar al rey en su magnificencia como monarca
universal, pero también, simple y llanamente, para que el monarca llenase sus
horas de ocios con entretenimientos verdaderamente regios. Los citados autores
basándose en documentos extraídos de archivos italianos, citan la llegada a
Madrid de uno de esos pasatiempos: se trataba de un galeón en miniatura enviado
desde Sevilla para botarlo en el lago del Retiro42. La
documentación existente en el archivo del Alcázar sevillano, completa y amplía
esta información y muestra como los artesanos que todavía trabajaban para ese
palacio y sus Atarazanas, fueron capaces de construir una de sus últimas
embarcaciones, aunque ya no estaba hecha para limitar el poder de los enemigos,
sino para paliar el aburrimiento del monarca.
42La embarcación, se
llamaba Santo Rey
San Fernando y era, en verdad, un juguete
digno de un rey43. Tenía unos
cinco metros de eslora y todo él estaba lleno de esculturas doradas y pinturas
en las que habían intervenido artistas de talento, como el propio Francisco de
Zurbarán44. Estaba
previsto que el rey, sentado en el centro en una silla forrada de terciopelo,
dirigiese el timón mediante unas cuerdas de seda. El barco se llevó a Madrid en
un carretón largo de cuatro ruedas construido también al efecto, que llegó a la
Corte por el mes de julio de 1638. El capitán Lucas Guillén de Veas, a cuyo cargo
fue el traslado, explicaba en una carta al teniente de alcaide de los Alcázares
y Atarazanas, que su llegada no fue muy oportuna, pues los madrileños,
exprimidos por los gastos del largo conflicto contra Francia, podían considerar
una frivolidad y un dispendio la aparición de este carísimo juguete. Con todo,
el gran esfuerzo por agradar a sus señores no había sido inútil pues, «….a pesar de las guerras,
todavía fue bien recibido, porque el lucimiento del trabajo no se ha perdido,
que lo estimó el rey y el señor conde duque y…ha dado gusto a todos los que
saben de estas materias y con esto se puede estar contento vuestra merced
porque las barcas que hay acá son tan desproporcionadas que luce el navío más…»45. Pero bajo
tanto oropel aparecía con crudeza la realidad de los apuros que padecía el
reino, pues el orgulloso capitán del galeón de bolsillo terminaba su carta al
teniente de alcaide con un lamento que le nacía directamente del centro de sus
tripas vacías: «…Acá no me
han socorrido…y al presente tengo gran necesidad y así suplico a Vuestra Merced
me socorra para comer…»46.
43Don Gaspar de Guzmán, aparte
de ocuparse que le enviasen desde Sevilla el juguete para su rey y señor, no se
volvió a preocupar de las Atarazanas y lo mismo sucedió con sus sucesores en el
cargo. Es cierto que el alquiler de sus almacenes proporcionaba importantes rentas,
pero éstas se empleaban fundamentalmente para reparar los salones del alcázar.
Así que, no es que las Atarazanas dejaran de tener importancia, la tenían y
mucha para la Carrera de Indias, lo que ocurrió fue que para los alcaides,
serlo del Alcázar terminó por parecerles lo único importante. Entre otras cosas
porque desde 1493 no hicieron sino perder control sobre el espacio del viejo
arsenal, sin conseguir que la Casa de la Contratación les cediese la
organización de las flotas de Indias como había pretendido don Jorge de
Portugal en la primera mitad del XVI. A tal punto llegó esta situación que los
alcaides dejaron de emplear el doble título como responsables del Alcázar y las
Atarazanas y usaron casi exclusivamente el primero de ellos.
44Este paso a un segundo plano
de las Atarazanas en la consideración de quienes tenían la responsabilidad de
administrarlas no hizo sino confirmarse a raíz de la decadencia del comercio
colonial, que se hizo evidente a comienzos de los años 40 del XVII y que iba a
afectar a la rentabilidad de sus almacenes. A la crisis económica se unieron
otras: si en 1648 con la paz de Westfalia se había producido la derrota
política de la nación, entre abril y julio del año siguiente se vivió en la
ciudad el periodo «más trágico que ha tenido Sevilla desde su restauración, y en que
más experimentó cercana la muy miserable fatalidad de ser destruida…»47. La mortandad
provocada por la mayor epidemia de peste desde el siglo XIV fue tan grande que
en esos cuatro meses de 1649 fallecieron 60.000 personas y la población de la
ciudad quedó reducida a casi la mitad, de tal manera que la cifra de 140.000 o
150.000 habitantes que tenía a principios de ese año no volvió a recuperarla
hasta fines del siglo XIX o principios del XX48. Cuando a
fines del verano la virulencia de la enfermedad comenzó a mitigarse la ciudad
parecía quedarse vacía, pues como comentaba Ortiz de Zúñiga: «Quedó con tan menoscabo de
vecindad, si no sola, muy desacompañada, vacía de gran multitud de casas, en
que se fueron siguiendo ruinas en los años siguientes, [y] las habitadas en muy
considerable disminución de valor…»49
45Este despoblamiento y
abandono de muchos hogares de la ciudad tuvo su paralelo en las bodegas y casas
de las Atarazanas. De ello nos da noticia el trabajo de una comisión de
funcionarios del Alcázar que en octubre de 1649 tuvo que realizar un triste
recorrido. Aunque en aquellos comienzos del otoño el peligro parecía haber
pasado, su misión seguía siendo dramática, pues debían recorrer las Atarazanas,
para determinar cuánta gente había muerto y cuánta aun seguía viva y en
condiciones de pagar alquiler. Esta tarea se la había encomendado el teniente
de Alcaide un auto desalentador:
El señor contador Alonso Alemán, teniente de
alcaide de los dichos Reales Alcázares, dijo que se le ha dado noticia de que con la
enfermedad de contagio que este presente año ha corrido en esta dicha ciudad y
sus arrabales y contornos y la mucha cantidad de gente que se ha muerto, han
vacado todas las casas y atarazanas y almacenes que son y pertenecen a estos
dichos Reales Alcázares y estaban dados en arrendamiento
de por vidas y asimismo han muerto los fiadores con quien las habían afianzado
y para que se vea las que han vacado…mandaba y mandó se tome posesión de todas
las dichas casas, atarazanas y almacenes…50
46Los funcionarios van
cumpliendo su misión visitando los inmuebles. Algunos están cerrados y en
el documento se especifica que «no se halló a nadie». En otros sólo parecen
esposas, parientes o criados de los arrendadores. Muchas veces, se encuentra a
personas que dicen estar subarrendadas y en algunos casos aparece gente que,
simplemente, han ocupado las viviendas aprovechando los espacios que dejaba la
muerte. Es natural que una ciudad en plena crisis económica y donde la muerte
de cerca de la mitad de su población había dejado gran cantidad de inmuebles
vacíos, el negocio de los alquileres cayese en picado y, con respecto al de los
almacenes de las Atarazanas, éstos bajaron hasta un tercio de lo que era
corriente antes de 164951.
47Tras la desaparición de
muchos de los inquilinos por la peste de 1649, los nuevos que ocuparon las
Atarazanas no fueron capaces de cumplir con sus contratos y un informe mandado
realizar por el Consejo de Hacienda demostró que a fines de 1658 se debían a
las rentas del Alcázar 4.821.888 maravedíes de los cuales unos 90.000
pertenecía a rentas impagadas de las lonjas de la pescadería y 750.000 a las de
las bodegas y casas de la restantes naves de las Atarazanas52. Para valorar
estas cantidades téngase en cuenta que, como a mediados del XVII el salario
medio de un trabajador de Sevilla era de unos 200 maravedíes diarios53, significa
que las deudas ascendían al equivalente a 24.000 jornales o peonadas.
*
48Hemos tenido necesidad de
pintar con un cierto detalle el triste panorama de decadencia económica,
derrotas militares y tragedias humanas que se reflejaba tanto en la ciudad como
en las Atarazanas durante la segunda mitad del siglo XVII, porque de esta
manera podemos entender mejor uno de los cambios más trascendentales sufridos
por el edificio: fue el que entre 1663 y 1682 convirtió los almacenes de las
naves 9, 10, 11 y 12 en el complejo asistencial y hospitalario de la Santa
Caridad, que sigue plenamente activo en nuestros días.
49La Hermandad de la Santa
Caridad era una institución formada por seglares que desde principios del siglo
XVI tenia su sede en la pequeña capilla de las Atarazanas situada en la nave 8,
en donde tenían sus reuniones y desde donde salían a recoger cuerpos de
ajusticiados y ahogados en el río para darles un entierro honorable. Dado que
la historia de la Hermandad y de su más ilustre hermano, don Miguel Mañara,
principal impulsor de las obras, es un asunto que ha recibido una destacada y
merecida atención de los historiadores, no es éste el lugar para insistir en el
tema54. Lo que se
pretende aquí es, solamente, reflexionar sobre el momento histórico en que
dicha transformación se hizo posible.
50El 27 de diciembre de 1663,
don Miguel Mañara fue nombrado hermano mayor de la Caridad y a partir de ese
momento, las obras que llevarían a transformar las cinco naves del antiguo
astillero-almacén en un espacio religioso-asistencial sufrieron un impulso
definitivo55. Mañara
añadió dos elementos imprescindibles para alcanzar este objetivo: en primer
lugar su gran patrimonio personal y el de muchos amigos, pertenecientes a la
nobleza y al comercio, a los que movió con su ejemplo a apoyar económicamente
sus proyectos. La fortuna amasada por su padre, Tomás Mañara, ascendía a unos
300.000 ducados, o lo que es lo mismo 112 millones de maravedíes y se calcula
que al final de su vida había gastado cerca de 375 millones de maravedíes, no
solo suyos, sino de los muchos benefactores que logró unir a su empresa56. En segundo
lugar se valió también de su empuje personal, producto de una combinación de
idealismo entusiasta y contagioso, con una asombrosa tenacidad, un buen
conocimiento del mundo de los negocios y unas consumadas dotes de diplomacia
para conseguir poderosos aliados en Sevilla y en Madrid, capaces de lograr la
aprobación regia que necesitaban todos sus proyectos.
51La desbordante actividad del
hermano mayor de la Caridad logró no solo la conversión de la capilla en
iglesia, sino que se levantara un hospicio y tres salas para enfermería y
acogida de los pobres y enfermos, enlazadas por los dos grandes patios y la
fachada que se levantó hacia el Arenal, conjunto que se conserva completo en la
actualidad. Para logarlo Miguel Mañara tuvo que luchar contra sus muchos y
particulares molinos de viento, y uno de los más importantes fue la resistencia
que las autoridades del Alcázar pusieron a ceder las naves de manera
definitiva, dejando de cobrar unos alquileres, que ya fueran escasos o abundantes,
resultaban importantes para la tesorería del palacio. Ningún espacio se le
cedió gratis aunque, en algunos casos y a modo de «limosna», se le rebajaron
algunas rentas después de mantener duras negociaciones en Sevilla y en la
propia Corte. El esfuerzo titánico realizado debió pasar factura a su salud,
muriendo en 1679, sólo tres años antes de que se cerrara el ciclo constructivo
básico de la Santa Caridad, pero para entonces, hay que reconocer que todo el
trabajo estaba hecho.
52El sistema que siguió Miguel
Mañara para hacerse con las naves fue alquilarlas a censo perpetuo, lo que
equivalía, en la práctica, a adquirir todo el control sobre los edificios. A
los dos años de su muerte la Caridad pagaba por los censos comprometidos una
renta anual de 258.350 maravedíes, pero como la Hermandad era rica y la Real
Hacienda pobre, se permitió poco después comprar al rey la absoluta propiedad
del terreno y los edificios, como se constató en la Real Cédula fechada en
Madrid a 27 de noviembre de 168157.
53La transformación de las
antiguas bodegas vinculadas al tráfico americano en una institución religiosa
dedicada a alojar y curar pobres de solemnidad, parece un cambio más drástico
que la sufrida anteriormente por las Atarazanas cuando dejaron de ser astillero
para convertirse en un gran almacén portuario. Por ello debemos preguntarnos
sobre el porqué de esta profunda metamorfosis y la razón de que ocurriese en la
segunda mitad del siglo XVII. En primer lugar una serie de circunstancias de carácter
económico y demográfico hicieron que fuera menos necesario y menos rentable
usar el edificio como depósito de mercancías. La más importante de todas estas
causas fue, sin duda, el descenso paulatino del volumen del tráfico con las
Indias, que desde 1680 se había desviado, de hecho, al puerto de Cádiz.
54Pero además de las razones de
índole económica, que desde luego son muy importantes, hay otras que no lo son
menos para terminar de comprender el drástico cambio de funciones que sufrió el
edificio gracias a la actividad de Miguel Mañara. La sociedad española de su
tiempo estaba de luto por tantas derrotas y tantas muertes. Tal cúmulo de
desgracias no podía tener otra explicación que el abandono de la protección
divina ante los pecados de los hombres. Miguel Mañara representa perfectamente
este espíritu que utiliza el miedo a la muerte como palanca para conseguir una
regeneración salvadora. Cuando tuvo que decorar la iglesia que él contribuyó
decisivamente a levantar, hizo pintar a Valdés Leal alguno de los cuadros más
tétricos del arte español, en donde los cuerpos en descomposición de los
grandes de este mundo pretenden servir de imborrable lección a los pecadores.
55Las autoridades de esa España
barroca y enlutada de la segunda mitad del siglo XVII, empezando por los altos
dirigentes de la Corte, debieron pensar que no era tan mala inversión destinar
un espacio de las Atarazanas a casa de oración, penitencia y caridad. Al fin y
al cabo, no era descabellado intentar ganar el más allá, cuando el más acá
parecía definitivamente perdido con tanto desastre militar y ruina económica.
Fue en ese ambiente donde aquella empresa religiosa que vendía plazas en el
Paraíso, terminó triunfando en unos amargos días en los que, perdida la tierra,
lo único que quedaba era alcanzar el Cielo. Pero no nos engañemos, por muy
sagrados que fueran sus fines, don Miguel Mañara no hubiera logrado sin dinero
su ambicioso objetivo de transformar cinco naves de almacenes de Indias en
hospital y asilo de pobres. Y es posible que tampoco hubiese alcanzado el éxito
sin echar mano de la experiencia adquirida de su familia, una de las más
importantes del comercio de la ciudad, lo que le permitió moverse con soltura
en los complicados tratos y contratos de las finanzas de la decadente metrópoli
del comercio americano.
*
56En 1717 con el traslado de la
Casa de la Contratación a Cádiz, se consumó oficialmente el fin de la era en
que Sevilla fue el centro privilegiado del comercio con las Indias. El
testimonio gráfico de la decadencia que proporciona un cuadro pitando en 1726,
mostrando la clásica vista del muelle desde Triana, es tan significativo como
cualquier serie estadística de movimiento de mercancías58. En agudo
contrate con la animada visión de multitud de gentes y barcos que se mostraba
en grabados como los de Jansonius de 1616 o el lienzo anónimo del Museo de
América de Madrid fechado a fines del XVI o principios del XVII, la
representación de 1726 muestra un panorama desolador: los muelles están vacíos
de barcos, el arenal de paseantes, y delante de las Atarazanas ya no se
acumulan ni las maderas ni los cañones.
57Los documentos corroboran
esta visión y concretamente un informe fechado en 1724, realizado por la
Contaduría del Alcázar y las Atarazanas, nos indica que muchos almacenes
estaban sin alquilar y no pocos tenían la techumbre derruida. Simplemente, no
eran necesarios después de que el comercio y el propio Consulado, se hubieran
trasladado a Cádiz59. En opinión
del contador, las Atarazanas debía repararse para seguir con su antiguo
cometido de almacén de las flotas de Indias, pues había que estar preparados
para cuando las autoridades reconsiderasen el traslado a Cádiz y el comercio
volviese a la ciudad. Pero el comercio nunca volvió…
58En la Corte se pensó entonces
en convertir las siete naves que no habían sido cedidas a ninguna institución
en una nueva fábrica de tabacos. Sin embargo los estudios técnicos realizados
por los ingenieros Jorge Próspero Verboom e Ignacio Sala desaconsejaron esa
posibilidad por motivos de escasez de espacio y exceso de humedad. Al final la
fábrica se levantó en los amplios terrenos que quedaban libres entre la Puerta
de Jerez y el Colegio de San Telmo, dando lugar al formidable edificio que fue
primero fábrica de tabacos y actualmente alberga a la Universidad de Sevilla60.
59El antiguo astillero no
serviría para elaborar cigarros, pero tampoco iba a seguir mucho tiempo como
lugar de almacenaje y residencia para inquilinos particulares. Don Jorge
Próspero Verboom había llegado a Sevilla después de dirigir la construcción de
las baterías con las que se preparaba el sitio de Gibraltar. Este episodio
bélico fue el más destacado de la corta guerra que entre 1726 y 1727 enfrentó a
España con gran Bretaña. Era la segunda vez, desde 1704, que se intentaba
recuperar la plaza, y no sería la última. Era necesario encontrar un lugar en
el que almacenar los cañones y demás pertrechos de artillería que habían
sobrado de aquellos cercos y tenerlos listos para nuevas acciones. Las
Atarazanas disponían de un espacio adecuado en una ciudad, que por encontrarse
tierra adentro, no era tan vulnerable a los posibles contraataques ingleses y
ello terminaría sellando el destino definitivo de sus últimos almacenes.
60Lo que resulta realmente
destacable es que el estrecho de Gibraltar y su estratégica posición volviesen
a influir tan decisivamente en la suerte corrida por las Atarazanas. Como
astillero habían nacido en la Edad Media para evitar que llegasen nuevas
invasiones procedentes del Magreb. A comienzos del siglo XVIII, la presencia
británica en la llave del estrecho, que era Gibraltar, condicionó una buena
parte de la política exterior española, y determinó que las viejas Atarazanas
se convirtiesen en Maestranza de Artillería. Allí se repararían y pondrían a
punto los cañones, las cureñas y los carros y demás material móvil que
precisaba un ejército moderno61.
61En 1786 se inauguraba la
nueva Maestranza de Artillería en la que se integraban las naves 1 a la 7.
Desde esa fecha podemos decir que Las Atarazanas habían desaparecido como una
entidad independiente Su espacio se había transformado en instituciones tan
variadas como la Caridad, la Aduana, el Real Almacén de Azogues o, finalmente,
la propia Maestranza.
62La Santa Caridad sigue siendo
hoy en día una institución viva y querida por los sevillanos. Es cierto que en
su construcción se derribó una parte de las Atarazanas, pero aun hoy son
visibles entre las construcciones del hospital algunas de las viejas arquerías
mudéjares y, sobre todo, a cambio de la destrucción ocasionada nos quedó una de
las más bellas iglesias barrocas de Sevilla. Ninguna justificación tiene, por
el contrario, que en una fecha tan reciente como 1945 se derribara la Aduana y el
almacén de Azogues para levantar el anodino edificio de la Delegación de
Hacienda, que arrasó con todas las construcciones anteriores. Por suerte, las
adaptaciones realizadas para construir la Maestranza de Artillería no
eliminaron la estructura básica del edificio y cuando en 1993 el ejército
abandonó las instalaciones cediéndoselas a las autoridades locales de la Junta
de Andalucía, los trabajos arqueológicos y de consolidación realizados dejaron
de nuevo a la vista las grandes arcadas de ladrillo de las siete naves que han
llegado hasta nosotros del viejo astillero construido por Alfonso X en 1252.
63Desde entonces el edificio ha
quedado vacío a la espera de darle un uso acorde con su dignidad e importancia.
Con su suelo de tierra apisonada y sus paredes y arcadas descarnadas, que lo
convierten en una especie de esqueleto viviente, ha servido todavía como un
marco más que digno para exposiciones temporales, congresos universitarios o
fiestas de jubilación de empleados de la Consejería de Cultura de la Junta de
Andalucía. Ésta, que no ha sabido muy bien a qué dedicarlo, pensó primero en
convertirlo en Museo de Arte Contemporáneo, para terminar entregándolo a una
institución financiera que debe convertirlo en un gran centro cultural. Eso es
lo que esperamos suceda en la segunda década del siglo XXI… pero está aún por
ver cuál será su destino.
64Sea cual sea, la fuerza de
una historia muchas veces centenaria se resiste a desaparecer: en la actual
Delegación de Hacienda algunos funcionarios achacan las repetidas muertes por
cáncer de los ocupantes de uno de sus despachos a los vapores del mercurio
absorbido por el terreno y procedente del antiguo almacén de azogue derribado
en 194562. Son sin duda
los fantasmas del pasado, transformados en venenosos efluvios de mercurio, que
no dejan de visitar los ámbitos del viejo edificio.
NOTAS
1 Veitia
Linaje, José, Norte de la Contratación de las Indias Occidentales, Sevilla,
Juan José de Blas Impresor Mayor de la ciudad, 1672, tomo I, p. 2. La sede
central de la Casa solo estuvo allí unos meses, pues antes de terminar el año
1503 se ordenó su traslado al Alcázar.
2 Bellavitis,
Giorgio, L’Arsenale di Venecia. Storia di una grande struttura urbana, Venezia,
Cicero Editore, 2009, p. 18 y 26.
3 Fernández,
Marcos, Pilar Ostos y María Luisa Pardo, El Tumbo de
los Reyes Católicos del Concejo de Sevilla VI (1478-1494), Madrid,
Fundación Ramón Areces, 1997, t. VI, p. 346347. Carta de merced que fazen los
reyes a la çibdad de una naue de las ataraçanas para fazer la pescadería,
Barcelona, 28 de febrero de 1493.
4 Archivo
General de Indias (a partir de ahora citado AGI), Indiferente General 418, l.1,
f. 140 vº, Real Cédula, Medina del Campo, 21 de noviembre de 1504.
5 Las
Reales Cédulas correspondientes a todas estas concesiones se encuentras en:
AGI, Panamá 233 y 234, Buenos Aires 1, Chile 165 e Indiferente General 416. Su
localización exacta puede hallarse introduciendo el buscador «atarazana» en el
sistema informático del AGI.
6 AGI,
Indiferente General 1092, nº 110, los oficiales de la Casa de la Contratación
al rey, Sevilla, 13 de agosto de 1535. En esta carta los oficiales reales se
quejaban de la negativa del conde de Gelves a cumplir con lo que le estaba
ordenado sobre las Atarazanas: «…está mandado por su Majestad
y por los Reyes Católicos, de gloriosa memoria, que nos diesen dos naves de
ellas y dionos la una y de ésta tomó la mitad y dejonosla abierta por la parte
de la mar, por donde cada vez que el río crece, destruye y daña cuanto dentro
está …».
7 Céspedes
del Castillo, Guillermo, La avería en el Comercio de
Indias, Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1945, p. 31.
8 Gil,
Juan, El exilio portugués en Sevilla. De los Braganza a Magallanes, Sevilla,
Fundación Cajasol, 2009.
9 Ibídem, p. 69.
10 Ibídem, p. 93.
11 Ibídem, p. 100-103
La compra de Gelves se produjo en 1527; el nombramiento de conde ocurrió en
1529 y la adquisición de Villanueva del Ariscal tuvo lugar en 1537.
12 Archivo
de los Reales Alcázares de Sevilla (a partir de ahora citado ARAS), caja 655,
expediente 1. Real Cédulas dada en Valladolid el 22 de marzo de 1559.
13 AGI,
Contaduría 301, cuentas de Atarazanas del factor Francisco Duarte desde 1562 a
1571.
14 Hasta
fechas relativamente recientes, el mercurio, a pesar de la reconocida toxicidad
de sus vapores, se empleaba mezclado con agua en baños calientes, o mercuriales, con la
intención de hacer subir la temperatura del paciente hasta superar el límite
que es capaz de soportar el agente patógeno de la sífilis.
15 AGI,
Indiferente General, 1961, l. 2, f. 88 rº- 89 rº, Real Cédula, Ávila, 31 de
julio de 1531.
16 AGI,
Indiferente General, 1956, l. 3, f. 179, carta del Consejo de Indias a la Casa
de la Contratación, Madrid 7 de septiembre de 1582.
17 AGI,
Indiferente General, 434, l.7, f. 189, carta del Consejo de Indias a la Casa de
la Contratación, Madrid, 25 de septiembre de 1635.
18 AGI,
Contaduría 286, nº 2 Cuentas del tesorero Sancho de Paz, 1561-1562, «De cosas
de la Atarazana», «Herramientas
y otras cosas para el volcán Masaya en Nicaragua».
19 AGI,
Indiferente General, 415, l. 1, f. 254 vº- 255 vº, Real Cédula de Capitulación,
Valladolid, el 28de septiembre de 1557.
20 Fernández
de Oviedo, Gonzalo, Historia General y Natural de
las Indias. Edición y estudio preliminar de Juan Pérez de Tudela Bueso,
Madrid, Biblioteca de Autores Españoles, Ediciones Atlas, 1959, libro XLII,
capítulos V, VI, VII, VIII, IX y X.
21 Ibídem. Libro
XLII, capítulo VI, p. 399.
22 «No es
poco de loar el esfuerzo e osadía de esta nuestra nación…que a quien ha mirado
este infierno de Masaya, como yo, le parecerá que es una de las mayores osadías
que un hombre mortal puede acometer, entrar en aquella sima profundísima, donde
solo mirarlo desde arriba y estando seguro del peligro es mucho esfuerzo
llegarse hasta aquella boca, cuanto más descender… cosa es verdad de gran
espanto pensarlo…», ibídem, p. 408.
23 La
primera relación se encuentra en: Archivo General de Simancas (A partir de
ahora citado AGS), Contaduría Mayor de Cuentas, 1ª época Legajo 1450, Cuentas
de los Alcázares y Atarazanas, años 1496-1559, pieza 7ª, cuadernillos 85-104.
La segunda se halla en el Archivo de los Reales Alcázares de Sevilla y la
publicó por primera vez Carmen Galbis, que fue durante muchos años archivera
del de Indias: Galbis Díez, Mª del Carmen, «Las Atarazanas de Sevilla», Archivo
Hispalense, XXXV, nº 109, Sevilla, 1961, p. 115-184.
24 AGS,
Registro General del Sello, 147808, doc. 91, Real Cédula de Juan II,
sobrecartada en otra de los Reyes Católicos, Sevilla, 27 de agosto de 1478.
25 Ibídem. Las
regentaban los herreros Esteban Pérez, Diego Vázquez y Pedro Maldonado,
respectivamente.
26 Se trata
de una estimación realizada a través de los informes dados en la relación de la
contaduría del Alcázar de 1575 publicada por Carmen Galbis y el plano a escala
de las atarazanas que recoge Leopoldo Torres Balbas en «Atarazanas
hispanomusulmanas», AlAndalus, XI, 1946,
p. 175-209.
27 AGI,
Indiferente General 425, l. 23, f 131 vº-132 rº, Real Cédula, Valladolid, 11 de
febrero de 1555.
28 AGI
Justicia 776, nº 4, «Francisco Bernal y consortes con el defensor de las
personas muertas y ausentes, interesadas en la urca nombrada El Espíritu
Volante que se perdió en las costas de Nueva España sobre cobranza
de 810 ducados en que se vendió y valían las 45 toneladas del buque. Dos
piezas, 1552-1559».
29 AGI,
Contratación 5537, Relación de Pasajeros a Indias, l.1, f. 24 vº, 1553. AGI
Justicia 776, nº 4. Poder firmado por Francisco Bernal a favor de Juan Bernal,
su hijo, ante el escribano público Pedro Gutiérrez de Padilla, Sevilla, 4 de
diciembre de 1555.
30 Domínguez
Ortiz, Antonio, Orto y ocaso de Sevilla, Sevilla,
Secretariado de publicaciones de la Universidad de Sevilla, 1974, p. 72.
31 Ortiz de
Zúñiga, Diego, Anales eclesiásticos y seculares de la muy noble y muy leal
ciudad de Sevilla…por Diego Ortiz de Zúñiga, Ediciones Guadalquivir, Sevilla,
t. IV, p. 120.
32 Antúnez
y Acevedo, Rafael, Memorias históricas sobre la legislación y gobierno de comercio
de los españoles con sus colonias en las Indias Occidentales, Madrid, Imprenta
de Sancha, 1797, p. 209-213.
33 Domínguez
Ortiz, Antonio: Orto y ocaso…, p. 61-63.
34 ARAS,
caja 8, exp. 16, Real Cédula dirigida al Consejero de Hacienda Antonio de
Guevara, San Lorenzo, 10 de julio de 1584.
35 Cabra
Loredo, María Dolores y Elena María Santiago Páez, Iconografía
de Sevilla14001650, Madrid, Ediciones el Viso, 1988 p. 200-202. La obra tiene una
dimensiones de 0,63 por 1,36 metros.
36 ARAS,
caja 7, exp. 22. «Autos sobre conceder licencia para la fábrica de una capilla
en el sitio de la Resolana. Año 1696».
37 Caro,
Rodrigo, Antigüedades y principado de la ilustrísima ciudad de Sevilla y
chorographia de su convento iuridico o antigua chancillería, Sevilla, Andrés
Grande, impresor de libros, 1634, f. 60 rº.
38 ARAS,
caja 93, exp. 4, Real Provisión, Bruselas a 13 de junio de 1559.
39 ARAS,
caja 93, exp. 7, Real Provisión, Madrid a 17 de septiembre de 1569.
40 Ibídem, Real
Provisión, Aranjuez 23 de abril de 1607.
41 ARAS,
caja 93, exp. 12, Real Cédula, Madrid, 16 de agosto de 1621.
42 Brown,
Jonathan y J.H. Elliot, Un palacio para el rey. El
Buen Retiro y la corte de Felipe IV, Madrid, Alianza Editorial, 1981,
p. 227.
43 ARAS,
caja 332, exp. 26. Los datos sobre la embarcación y los preparativos para su
traslado a la Corte se extraen del informe y recibos firmados por Lucas Guillén
de Veas, el capitán trianero que fue el comisionado para llevarlo a Madrid,
Sevilla 22 de junio de 1638.
44 Ibídem. En la
relación de gastos se anota el siguiente: «A Francisco de Zurbarán,
pintor a cuenta de lo que pintara en dicho navío 300 reales». Otra de
las partidas se entrega «… a Gaspar Ginés, maestro escultor 24 ducados que los
ha de [haber] por la talla que hizo en el galeón que en
estos días se ha fabricado para la Casa Palacio Real del Buen Retiro. Que las
obras que hizo son dos culebras; dos leones; un mascarón; las armas reales;
seis bichas y un escudo del Santo Rey San Fernando…».
45 Ibídem, carta de
Lucas Guillén de Veas al teniente de alcaide don Alonso Manrique, Madrid, 27 de
julio de 1638.
46 Ibídem, Madrid, 22
de febrero de 1639.
47 Ortiz de
Zúñiga, Diego: Anales…t. IV, p. 396.
48 Domínguez
Ortiz, Antonio: Historia de Sevilla. La
Sevilla del siglo XVII, Sevilla, Servicio de Publicaciones de la
Universidad de Sevilla, 2006, p. 76-77.
49 Ortiz de
Zúñiga, Diego: Anales…, t.IV, p. 405.
50 ARAS,
caja 249, exp. 15, Autos tocantes a las posesiones que se van tomando de las
casas tocantes a estos Reales Alcázares, Sevilla, 7 de agosto de 1649.
51 ARAS,
caja 456, exp. 1. Una certificación de la Contaduría del Alcázar y las
Atarazanas, fechada en Sevilla a 19 de mayo de 1681, indica que el almacén nº
53, que había sido alquilado antes de la crisis de 1649 en 117.000 mrs, pasó a
pagar 37.500 mrs. en 1655.
52 ARAS,
caja 249, exp. 7, Autos del fiscal de la Real Audiencia, Sevilla, 7 de enero de
1660.
53 Domínguez
Ortiz, Antonio: Historia de Sevilla…, p.
114-115.
54 El mismo
año de la muerte de Mañara se publicó ya una biografía sobre el personaje y su
obra: Cárdenas, Juan, Breve relación de la muerte,
vida y virtudes del venerable caballero Don Miguel Mañara Vicentelo de Leca. Sevilla,
Imprenta de Thomas López de Haro, 1679. Una concienzudo estudio biográfico de
Mañara y su obra puede verse en: Granero, Jesús María, Don Miguel
Mañara Leca y Colona y Vecentelo. Un caballero sevillano del siglo XVII.
Estudio biográfico. Sevilla, Artes Gráficas Salesianas, 1963. Un trabajo reciente:
Pineteau, Olivier, Don Miguel Mañara frente al mito de Don Juan, Sevilla,
Fundación Cajasol, 2007.
55 Granero,
Jesús María: Don Miguel Mañara…, p. 314-325.
56 Domínguez
Ortiz, Antonio: Historia de Sevilla… p.
249-250. Sobre la fortuna familiar véase también: Vila Vilar, Enriqueta: Los Corzo y
los Mañara. Tipos y arquetipos del mercader con Indias, Sevilla,
Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1991.
57 ARAS,
caja 456, exp. 1. Certificación hecha por Don Pedro de Atienza Ibáñez, Sevilla
18 de junio de 1682.
58 Serrera,
Juan Miguel, Alberto Oliver y Javier Portús, Iconografía
de Sevilla. 1650-1750, Madrid, Ediciones El Viso, 1989, p. 188-190.
59 ARAS,
caja 8. Exp. 44, Informe de la Contaduría de los Reales Alcázares, sobre los
espacios alquilados en las Atarazanas que por orden del rey se pensaban usar
para construir una fábrica de tabacos, Sevilla, 24 de octubre de 1724.
60 Rodríguez
Gordillo, José Manuel, Primeros proyectos de las
nuevas fábricas de Tabacos de Sevilla en el siglo XVIII. Sevilla,
Diputación Provincial de Sevilla, 1975, (Separata de «Archivo Hispalense» nº
177).
61 Vega
Viguera, Enrique de la: Breves datos históricos sobre
la Maestranza y Parque de Artillería de Sevilla, 1587-1960,
Sevilla, Talleres de E. Valverde, 1961.
62 Esta
información me fue proporcionada directamente por una funcionaria de la
Delegación de Hacienda, que me pidió conservar su nombre en el anonimato.
Référence papier
Pablo E. Pérez-Mallaína, « Un
edificio olvidado de la Sevilla americana: Las Reales Atarazanas », Caravelle,
95 | 2010, 7-33.
Référence
électronique
Pablo E. Pérez-Mallaína, « Un
edificio olvidado de la Sevilla americana: Las Reales Atarazanas », Caravelle [En
ligne], 95 | 2010, mis en ligne le 01 décembre 2010, consulté
le 26 janvier 2023. URL :
http://journals.openedition.org/caravelle/7227 ; DOI :
https://doi.org/10.4000/caravelle.7227
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