jueves, 14 de septiembre de 2023

 

DALÍ Y CONTEMPORÁNEAS


Título original: Visage du Grand Masturbateur

Museo: Museo Reina Sofía, Madrid (España)

Técnica: Óleo (110 x 150 cm.)

Escrito por: Miguel Calvo Santos

 

Dalí pinta este lienzo al acabar el verano de 1929. Había estado unos días con Gala, habían dado románticos paseos por la playa hablando de traumas infantiles, surrealismo y coprofilia y surgió inevitablemente el amor adúltero, cambiándoles radicalmente la vida a ambos.

Salvador siempre había sido un pajero, un enorme masturbador compulsivo (el cuadro es, efectivamente, un autorretrato), y continuó siéndolo, pero ahora con una musa. Tengamos en cuenta que Dalí tenía pánico a las relaciones sexuales, un miedo que se remonta a la infancia por haber leído un libro erótico demasiado explícito, su complejo de picha-corta (así le llamaban sus compañeros de escuela) y sobre todo su miedo atroz a las enfermedades venéreas: Mi padre dejó un libro de medicina en el que había fotografías en las que se podían apreciar las consecuencias terribles de las venéreas. Me quedé aterrorizado.

Sumémosle una latente homosexualidad que pudo desarrollar en su época de estudiante con Lorca: Federico, como todo el mundo sabe, estaba muy enamorado de mí, y probó a darme por el culo dos veces, pero como yo no soy maricón y me hacía un daño terrible, pues lo cancelé en seguida y se quedó en una cosa puramente platónica y en admiración.

La única opción sexual posible era la masturbación. Y compulsiva, llegando a practicarla varias veces al día. Va surgiendo entonces una compleja red de traumas, miedos y deseos que Dalí pudo codificar de alguna manera en obras como esta.

El pintor muestra aquí un catálogo de sus principales obsesiones sexuales, elementos que formarían su universo pictórico como el saltamontes, bicho que lo aterrorizó desde su infancia y que intenta meterse en su boca; las hormigas que el artista asocia siempre a la muerte; el león como símbolo de poderío sexual; o esa figura femenina (probablemente Gala, su nueva musa) que le va a practica una felación a esos genitales ceñidos en unos calzoncillos.

Elementos que van de lo fláccido a lo duro, símbolos que remiten a la sexualidad, a la infancia, a los sueños… a lo más profundo del subconsciente.

 


Salvador Dalí fue El Surrealista… («La diferencia entre los surrealistas y yo es que yo soy surrealista»). O al menos fue el surrealista más popular.

Entre sus innumerables aportaciones está el llamado método paranóico-crítico, que tiene en esta obra uno de sus mejores ejemplos. «… un método espontáneo de conocimiento irracional basado en la objetivación sistemática de asociaciones e interpretaciones delirantes… esta actividad permite al mundo delirante pasar al plano de la realidad»

Lo cierto es que, como aquí demuestra Dalí, existe una extraña lógica detrás de cualquier desarrollo delirante (o de cualquier sueño o mito).

Estamos ante una de esas imágenes dobles que muestra precisamente lo que dice en su título (bastante moderado considerando el resto de títulos del autor como «Joven virgen auto-sodomizada por los cuernos de su propia castidad» o «Afgano invisible con aparición sobre la playa del rostro de García Lorca en forma de frutero con tres higos»):

Son cisnes reflejando paquidermos en un paisaje desértico y soleado.

Es el típico paisaje catalán de Portlligat (Cadaqués) que el autor representó obsesivamente a lo largo de su vida. Las nubes también muestran dobles imágenes, como esculturas clásicas desdibujadas y si buscamos detalles, podemos encontrar tesoros.

La perfección de los detalles y el naturalismo son dos de los rasgos pictóricos del autor («Una pintura es una fotografía hecha a mano»), que mostró mejor que nadie el mundo de los sueños.


Construcción blanda con judías hervidas (Premonición de la Guerra Civil)

Museo: Philadelphia Museum of Art, Philadelphia (Estados Unidos)

Técnica: Óleo (100 × 99 cm.)

 

Un monstruo amorfo autoestrangulando sus carnes, haciéndose daño a sí mismo… ¿Existe mejor imagen para representar una guerra fraticida…?

Dalí pinta esta obra maestra del surrealismo seis meses antes del estallido de la Guerra Civil Española. Después añadiría el subtítulo. El artista nunca manifestó un compromiso político explícito en la contienda (después ya se haría el más surrealista de los franquistas…) pero sí expresa el horror de una guerra inminente entre hermanos, que a través del filtro del pintor se expresa mediante lo sexual, lo podrido, lo violento, lo escatológico y por supuesto, lo gastronómico, muy presente en toda la producción de Salvador Dalí: Una visión autodestructiva y comestible de las relaciones humanas.

La cabeza del monstruo (inquietantemente sonriente) recuerda un poco al Goya de «Saturno devorando a sus hijos» y «El Coloso». Ambas tratan el mismo tema: la guerra.

 


Naturaleza Muerta. El Cuadro que regañó Dalí a Lorca. España 1924

 

Museo: Museo Reina Sofía, Madrid (España)

Técnica: Óleo (125 x 99 cm.)

 

Conocida popularmente como “Sifón y botella de ron”, esta obra es fundamental no tanto por la obra en sí, sino por lo que se esconde tras ella.

Salvador Dalí se la regaló a su amigo del alma Federico García Lorca, quien la conservó hasta su muerte. Testimonio de este hecho es una fotografía en la que el poeta aparece posando en su dormitorio de la Residencia de Estudiantes de Madrid y esta obra aparece de fondo, colgada en la pared.

En esta obra se aprecian los vestigios del cubismo con los que Dalí empezó a experimentar antes de sumergirse de lleno en el surrealismo más profundo y que tanto caracteriza su obra.

Naturaleza muerta es también el resultado de las investigaciones que hicieron Lorca y Dalí sobre la metafísica italiana durante su estancia en la Residencia de Estudiantes.

Los colores, las formas, los juegos de luz y las perspectivas que engloban a este cuadro nos dan una pincelada de lo que más tarde forjaría la estética daliniana.

Podemos disfrutar de esta obra en el Museo Centro de Arte Reina Sofía y recientemente estuvo en tierras granadinas en la exposición “Teoría del Duende” en el Centro Federico García Lorca.

 


El Enigma de Hitler. 1939

Museo: Museo Reina Sofía, Madrid (España)

Técnica: Óleo (95 x 141 cm.)

 

Dalí siempre fue polémico. A los surrealistas ya nunca les había gustado el descaro con el que exhibía públicamente sus obsesiones sexuales, su rechazo de militar en el comunismo y su pasión por el dinero.

Pero la representación de Hitler en un año como ese ya sobrepasó el límite de lo aceptable, por lo que decidieron excluirlo del grupo liderado por André Breton.

La escenita fue más o menos así:

Era la reunión surrealista de turno en 42 de la calle Fontaine. Los compañeros estaban planteándose expulsar a Dalí por sus últimos cuadros, en los que parecía casi glorificar al nuevo canciller alemán.

Dalí hizo su entrada abrigadísimo con numerosos jerseys y un termómetro bajo la lengua y, mientras se iba quitando la ropa, comenzó su defensa de forma bastante coherente, aludiendo a los sueños, el canibalismo de los objetos, el gran masturbador, la costilla de cordero y la langosta cuya disposición de la carne en relación con el hueso establece sorpendentemente contradicciones.

Después, en nombre del surrealismo, aprobó las persecuciones nazis presentando a Hitler como una especie de genial Cecil B. de Mille de la masacre. Dalí le dijo a Breton que nadie podía impedir que soñara con él: “Es tan mimosito y besucón con su bigotito…”

Finalmente, Dalí casi desnudo espetó “Es lo mismo, mi querido Breton, que si yo soñase hoy que estoy con usted en una posición amorosa, mañana por la mañana no dudaría en pintar esta escena con todos sus detalles”.

Breton se quedó pálido. Al momento fue expulsado y el pintor dijo mientras recogía la ropa: “Je suis desolé”.

Más tarde comentaría esa frase de “la diferencia entre los surrealistas y yo es que yo soy surrealista”.

El enigma de Hitler


Detalle

Este óleo nos muestra un teléfono derritiéndose, con el cable cortado, impidiendo toda comunicación y colgando de una frágil rama de olivo (suponemos que simbolizando la paz). El aparato se derrite como un queso camembert sobre un plato medio vacío con apenas unas pocas judías y la foto-carnet de Adolf Hitler.

Vemos muchos otros elementos como murciélagos (que lo aterrorizaban desde niño) un paraguas cerrado (que alude al primer ministro inglés, Neville Chamberlain) y un cielo encapotado, que presagia los duros tiempos que se avecinaban.

Como en su “Premonición de la guerra civil”, Dalí prevé los horrores que vendrían después de La conferencia de Munich, y lo cierto es que se quedó corto.


Los Elefantes, 1948

Colección particular

 

Técnica: Óleo (49 x 60 cm.)

 

Bien podría servir de portada de disco este cuadro de Dalí en el que vemos de nuevo a sus elefantes de patas larguísimas (recordemos sus otros elefantes de 1937).

Es un cuadro inusual en el pintor, ya que no vemos múltiples figuras, objetos y detalles. Sólo a estos dos paquidermos caminando por un paisaje desértico al atardecer, con algunas colinas, dos estatuas-maniquís al estilo de Chirico y una especie de templo al fondo.

Dejando de lado las evidentes connotaciones fálicas de estos mamíferos, los elefantes son un símbolo claro de fortaleza, de solidez, pero Dalí le da la vuelta a este concepto y los convierte en seres frágiles con patas de araña, que soportan el enorme peso de los animales.

Además, portan en sus espaldas unos obeliscos gigantes, inspirándose claramente en una estatua de Bernini en Roma (Plaza de la Minerva). De hecho, junto a sus firma en la parte superior del lienzo, Dalí escribre «Roma 1948», dándonos pistas sobre de dónde proceden sus fuentes.


Elefante de Bernini en Roma (1667)

El artista declaró en esa época: «Estoy pintando cuadros que me hacen morir de alegría, estoy creando con una absoluta naturalidad, sin la menor preocupación estética, estoy haciendo cosas que me inspiran una emoción profunda y estoy tratando de pintarlos honestamente.»


Cabeza de Medusa, 1962. Esta mujer pulpo quizás represente los miedos de Dalí ante la mujer.

Colección particular

Técnica: Acuarela (50 x 64 cm.)

 

Muy diferente a la medusa de  Caravaggio, esta de Dalí es representada como un pulpo, con las extremidades extendidas y el rostro difuminado en su cuerpo. Un monstruo terrorífico realizado en una de sus obras casi automáticas.

Probablemente no le llevó ni 5 minutos hacer esta acuarela.

De las Gorgonas, Esteno, Euriale y Medusa, esta última fue la más famosa. Su cabeza estaba llena de serpientes y tenía el poder de convertir en piedra a quien la mirase.

Según muchos historiadores freudianos (sexo-mamá-caca-miedo), Medusa simboliza el terror masculino a la mujer y al lado oscuro de la feminidad, con esas serpientes fálicas y erectas. ¿Qué madre no se convierte en monstruo al enfadarse ante los ojos de un niño…?

Para un surrealista como Dalí, asumimos que Medusa tendría esas connotaciones freudianas. El siempre niño Salvadorcito (que por cierto odiaba a los niños ya que los veía como competencia) adoraba a su mamá, pero como surrealista exploró esas pulsiones, como la famosa anécdota en la que escribió: «En ocasiones, escupo en el retrato de mi madre para entretenerme». Ultrajado, su padre lo desheredó y le prohibió regresar jamás a Cadaqués. Posteriormente, Dalí le envió a su padre un preservativo usado conteniendo su propio esperma, con las palabras: «Toma. ¡Ya no te debo nada!».


Dora Carrington. Paisaje español con montañas. Paisajes con piel humana, 1924

·         Título original: Spanish Lanscape with Mohntains

·         Museo: Tate Gallery, Londres (Reino Unido)

·         Técnica: Óleo (55,9 × 66,7 cm.)

 

Dora Carrington (o simplemente Carrington, como le gustaba a ella, ya que Dora le parecía «vulgar y sentimental») viajó a España en la década de los locos años 20 y se quedó lógicamente fascinada por el paisaje andaluz.

La pintora decidió plasmar Sierra Nevada en lienzo, y le quedó una obra de lo más sensual. Esas montañas ondulantes en el primer plano contrastan con los picos puntiagudos del fondo, y da la impresión de que la pintora convierte el paisaje en un ser humano hecho de piel y huesos. Carrington humaniza las secas tierras de Andalucía.

Son colores cálidos (esos vibrantes naranjas y amarillos hasta parecen dar calor… calor humano) en los que más que aridez, se transmite casi amor. Formas humanas bajo una piel tostada por el sol.

Carrington fue casi una anomalía en la Inglaterra victoriana. Frente a la conservadora sociedad de la época, ella (y los demás miembros del Grupo Bloomsbury entre los que andaba la escritora Virginia Woolf), optó por ser libre. Bisexual, viviendo en un trío amoroso, con su corte de pelo andrógino, Carrington destacó por su actitud, pero no por su arte. Hasta muchas décadas después no fue valorada su pintura, compuesta por cuadros tan fascinantes como este.


Rene Magritte. La invención colectiva. Bélgica, 1934.

 

Título original: L'invention collective

Colección particular

Técnica: Óleo (35 x 113 cm.)

 

Con esta sirena, Magritte representa al mítico personaje mitad pez y mitad humano, pero lo muestra en su particular universo: Aquí el torso es de pez y las piernas de mujer.

La forma que tenía el surrealista belga de deconstruír el orden existente entre imágenes, palabras, y objetos es una de sus principales características, y al hacerlo nos deja ver hasta que punto estamos sujetos a un concepto de realidad construido. Hasta un animal mítico (y supuestamente imaginario) como una sirena tiene sus formas ya establecidas en el imaginario colectivo.

De ahí ese título: «La invención colectiva». Puede que estas criaturas no existan, pero conocemos muy bien cómo son, gracias a la cultura popular y cientos de obras de arte. Y nosotros, como colectivo, heredamos una convención sobre la base de una mentira, por lo que si se cambian un poco las cosas (en este caso simplemente el orden de las partes) nos entra miedo, desconcierto, asco, al tambalearse la base de nuestras propias certezas. Hasta parece que esta particular sirena se está ahogando a las orillas de esta playa solitaria, metáfora del océano de nuestro subconsciente.

Magritte, que como sabemos no andaba falto de sentido del humor, nos regala esta flagrante contradicción que nos inquieta, que nos hace conscientes de nuestros hábitos mentales, incluso los imaginarios e inconscientes.

La de mitos así que pulularán en nuestras mentes…

 


Rene Magritte, La condición humana. Bélgica 1935

 

Título original: La condition humaine

Museo: Galería Isy Brachot, Bruselas (Bélgica)

Técnica: Óleo (100 x 81 cm.)

 

Magritte siempre se preguntó qué era eso de la realidad. Ya desde su famosa “Pipa” el pintor, como buen surrealista, quiso que el espectador se cuestionase la realidad en la que vive. Lo suyo no eran los sueños como por ejemplo su coetáneo Dalí. Él sacaba el surrealismo de la propia vida, que si nos fijamos, está llena de él.

Aquí pinta un cuadro sobre un caballete representando exactamente lo mismo que oculta. Una vez pillado el chiste no hay más que fijarse en el título: “La condición humana”, y sospechar que Magritte quiere expresar algo más que una ilusión óptica. Algo probablemente más profundo.

Si a algo le gustaba a Magritte eran las paradojas, sobre todo por sus ambigüedades y malentendidos. Y ese “lo que es y lo que no es”, ese cuadro dentro de un cuadro, ese título, no son más que nuevas formas de indagar sobre la “traición de las imágenes”, la condición que hace que el ser humano esté obligado a ver la realidad a través de sus sentidos, incluso cuando estos pueden engañar tan fácilmente.

La realidad, sabemos por la obra de Magritte, puede ser otra cosa. Cualquier cosa.

 

 

 

 

 

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