DALÍ Y CONTEMPORÁNEAS
Título original: Visage du Grand
Masturbateur
Museo: Museo Reina Sofía, Madrid (España)
Técnica: Óleo (110 x 150 cm.)
Escrito por: Miguel Calvo Santos
Dalí pinta este lienzo al acabar el verano de 1929.
Había estado unos días con Gala, habían
dado románticos paseos por la playa hablando de traumas infantiles, surrealismo
y coprofilia y surgió inevitablemente el amor adúltero, cambiándoles
radicalmente la vida a ambos.
Salvador siempre había sido un pajero, un enorme masturbador
compulsivo (el cuadro es, efectivamente, un autorretrato), y continuó siéndolo,
pero ahora con una musa. Tengamos en cuenta que Dalí tenía pánico a las
relaciones sexuales, un miedo que se remonta a la infancia
por haber leído un libro erótico demasiado explícito, su complejo de
picha-corta (así le llamaban sus compañeros de escuela) y sobre todo su miedo
atroz a las enfermedades venéreas: Mi padre dejó un libro de medicina en
el que había fotografías en las que se podían apreciar las consecuencias
terribles de las venéreas. Me quedé aterrorizado.
Sumémosle
una latente homosexualidad que pudo desarrollar en su época de estudiante
con Lorca: Federico,
como todo el mundo sabe, estaba muy enamorado de mí, y probó a darme por el
culo dos veces, pero como yo no soy maricón y me hacía un daño terrible, pues
lo cancelé en seguida y se quedó en una cosa puramente platónica y en
admiración.
La
única opción sexual posible era la masturbación. Y compulsiva, llegando a
practicarla varias veces al día. Va surgiendo entonces una compleja red de
traumas, miedos y deseos que Dalí pudo
codificar de alguna manera en obras como esta.
El
pintor muestra aquí un
catálogo de sus principales obsesiones sexuales, elementos
que formarían su universo pictórico como el saltamontes, bicho que lo
aterrorizó desde su infancia y que intenta meterse en su boca; las hormigas que
el artista asocia siempre a la muerte; el león como símbolo de
poderío sexual; o esa figura femenina (probablemente Gala, su
nueva musa) que le va a practica una felación a esos genitales ceñidos en unos
calzoncillos.
Elementos
que van de
lo fláccido a lo duro, símbolos que remiten a la
sexualidad, a la infancia, a los sueños… a lo más profundo del subconsciente.
Salvador Dalí fue El Surrealista… («La diferencia entre los
surrealistas y yo es que yo soy surrealista»). O al menos fue
el surrealista más popular.
Entre sus innumerables
aportaciones está el llamado método
paranóico-crítico, que tiene en esta obra uno de sus
mejores ejemplos. «… un
método espontáneo de conocimiento irracional basado en la objetivación
sistemática de asociaciones e interpretaciones delirantes… esta actividad
permite al mundo delirante pasar al plano de la realidad»
Lo cierto es que, como
aquí demuestra Dalí, existe
una extraña
lógica detrás de cualquier desarrollo delirante (o de
cualquier sueño o mito).
Estamos ante una de
esas imágenes
dobles que muestra precisamente lo que dice en su título (bastante
moderado considerando el resto de títulos del autor como «Joven virgen auto-sodomizada
por los cuernos de su propia castidad» o «Afgano invisible con
aparición sobre la playa del rostro de García Lorca en forma de frutero con
tres higos»):
Son cisnes reflejando paquidermos en un
paisaje desértico y soleado.
Es el típico paisaje catalán de Portlligat
(Cadaqués) que el autor representó obsesivamente a lo largo de su
vida. Las nubes también muestran dobles imágenes, como esculturas clásicas
desdibujadas y si buscamos detalles, podemos encontrar tesoros.
La perfección de los detalles y
el naturalismo son dos de los rasgos pictóricos del autor («Una
pintura es una fotografía hecha a mano»), que mostró mejor que
nadie el mundo de los sueños.
Construcción blanda con judías
hervidas (Premonición de la Guerra Civil)
Museo: Philadelphia
Museum of Art, Philadelphia (Estados Unidos)
Técnica: Óleo (100 × 99 cm.)
Un monstruo amorfo
autoestrangulando sus carnes, haciéndose daño a sí mismo…
¿Existe mejor imagen para representar una guerra fraticida…?
Dalí pinta
esta obra maestra del surrealismo seis meses antes del estallido de la Guerra Civil Española. Después
añadiría el subtítulo. El artista nunca manifestó un compromiso político
explícito en la contienda (después ya se haría el más surrealista de los
franquistas…) pero sí expresa el horror de una guerra inminente entre
hermanos, que a través del filtro del pintor se expresa
mediante lo
sexual, lo podrido, lo violento, lo escatológico y por
supuesto, lo
gastronómico, muy presente en toda la producción de Salvador Dalí: Una
visión autodestructiva y comestible de las relaciones humanas.
La cabeza del monstruo
(inquietantemente sonriente) recuerda un poco al Goya de «Saturno
devorando a sus hijos» y «El Coloso». Ambas tratan el
mismo tema: la
guerra.
Naturaleza Muerta. El Cuadro que
regañó Dalí a Lorca. España 1924
Museo: Museo Reina Sofía, Madrid (España)
Técnica: Óleo (125
x 99 cm.)
Conocida
popularmente como “Sifón y botella de ron”, esta obra es
fundamental no tanto por la obra en sí, sino por lo que se esconde tras ella.
Salvador Dalí se la regaló a su amigo
del alma Federico García Lorca, quien la conservó hasta su
muerte. Testimonio de este hecho es una fotografía en la que el poeta aparece
posando en su dormitorio de la Residencia de Estudiantes de Madrid y esta obra
aparece de fondo, colgada en la pared.
En esta obra se
aprecian los vestigios del cubismo con los que Dalí empezó
a experimentar antes de sumergirse de lleno en el surrealismo más profundo y que tanto caracteriza su obra.
Naturaleza muerta
es también el resultado de las investigaciones que hicieron Lorca y Dalí sobre
la metafísica italiana durante su estancia en la Residencia de
Estudiantes.
Los colores, las
formas, los juegos de luz y las perspectivas que engloban a este cuadro nos dan una
pincelada de lo que más tarde forjaría la estética daliniana.
Podemos disfrutar
de esta obra en el Museo Centro de Arte Reina Sofía y recientemente estuvo en
tierras granadinas en la exposición “Teoría del Duende” en el Centro
Federico García Lorca.
El Enigma de Hitler. 1939
Museo: Museo Reina Sofía, Madrid (España)
Técnica: Óleo (95
x 141 cm.)
Dalí siempre
fue polémico. A los surrealistas ya
nunca les había gustado el descaro con el que exhibía públicamente sus
obsesiones sexuales, su rechazo de militar en el comunismo y su pasión por el
dinero.
Pero la representación de Hitler en
un año como ese ya sobrepasó el límite de lo aceptable, por lo que decidieron
excluirlo del grupo liderado por André
Breton.
La escenita fue más o menos así:
Era la reunión surrealista de turno en 42 de la calle
Fontaine. Los compañeros estaban planteándose expulsar a Dalí por
sus últimos cuadros, en los que parecía casi glorificar al nuevo canciller
alemán.
Dalí hizo
su entrada abrigadísimo con numerosos jerseys y un termómetro bajo la lengua y,
mientras se iba quitando la ropa, comenzó su defensa de forma bastante
coherente, aludiendo a los sueños, el canibalismo de los objetos, el gran
masturbador, la costilla de cordero y la langosta cuya disposición de la carne
en relación con el hueso establece sorpendentemente contradicciones.
Después, en nombre del surrealismo, aprobó
las persecuciones nazis presentando a Hitler como una especie de
genial Cecil
B. de Mille de la masacre. Dalí le
dijo a Breton que
nadie podía impedir que soñara con él: “Es
tan mimosito y besucón con su bigotito…”
Finalmente, Dalí casi
desnudo espetó “Es
lo mismo, mi querido Breton, que si yo soñase hoy que estoy con usted en una
posición amorosa, mañana por la mañana no dudaría en pintar esta escena con
todos sus detalles”.
Breton se
quedó pálido. Al momento fue expulsado y el pintor dijo mientras recogía la
ropa: “Je suis
desolé”.
Más tarde comentaría esa frase de “la diferencia entre los
surrealistas y yo es que yo soy surrealista”.
El
enigma de Hitler
Detalle
Este óleo nos muestra un teléfono derritiéndose, con
el cable cortado, impidiendo toda comunicación y colgando de una frágil rama de
olivo (suponemos que simbolizando la paz). El aparato se derrite como un queso
camembert sobre un plato
medio vacío con apenas unas pocas judías y
la foto-carnet de Adolf
Hitler.
Vemos muchos otros elementos como murciélagos (que
lo aterrorizaban desde niño) un paraguas
cerrado (que alude al primer ministro inglés, Neville Chamberlain) y
un cielo
encapotado, que presagia los duros tiempos que se
avecinaban.
Como en su “Premonición
de la guerra civil”, Dalí prevé los horrores que vendrían
después de La
conferencia de Munich, y lo cierto es que se quedó corto.
Los Elefantes, 1948
Colección particular
Técnica: Óleo (49 x 60 cm.)
Bien
podría servir de portada de disco este cuadro de Dalí en el
que vemos de nuevo a sus elefantes
de patas larguísimas (recordemos sus otros elefantes
de 1937).
Es un
cuadro inusual en el pintor, ya que no vemos múltiples figuras, objetos y
detalles. Sólo a estos dos paquidermos caminando por un paisaje desértico al
atardecer, con algunas colinas, dos estatuas-maniquís al estilo de Chirico y una
especie de templo al fondo.
Dejando
de lado las evidentes connotaciones
fálicas de estos mamíferos, los elefantes son un símbolo
claro de fortaleza, de solidez, pero Dalí le da la vuelta a este
concepto y los convierte en seres frágiles con patas de araña, que
soportan el enorme peso de los animales.
Además,
portan en sus espaldas unos obeliscos
gigantes, inspirándose claramente en una estatua de Bernini en Roma (Plaza de la Minerva). De hecho, junto a sus
firma en la parte superior del lienzo, Dalí escribre «Roma 1948», dándonos
pistas sobre de dónde proceden sus fuentes.
Elefante de Bernini en Roma (1667)
El
artista declaró en esa época: «Estoy
pintando cuadros que me hacen morir de alegría, estoy creando con una absoluta
naturalidad, sin la menor preocupación estética, estoy haciendo cosas que me
inspiran una emoción profunda y estoy tratando de pintarlos honestamente.»
Cabeza de Medusa, 1962. Esta mujer pulpo quizás
represente los miedos de Dalí ante la mujer.
Colección particular
Técnica: Acuarela (50
x 64 cm.)
Muy
diferente a la medusa de Caravaggio, esta de Dalí es
representada como un pulpo, con las extremidades extendidas y el rostro
difuminado en su cuerpo. Un monstruo terrorífico realizado en una de sus obras
casi automáticas.
Probablemente
no le llevó ni 5 minutos hacer esta acuarela.
De
las Gorgonas, Esteno,
Euriale y Medusa, esta última fue la más famosa. Su cabeza estaba llena de
serpientes y tenía el poder de convertir en piedra a quien
la mirase.
Según
muchos historiadores freudianos (sexo-mamá-caca-miedo), Medusa simboliza el terror
masculino a la mujer y al lado oscuro de la feminidad, con
esas serpientes fálicas y erectas. ¿Qué madre no se convierte en monstruo al
enfadarse ante los ojos de un niño…?
Para
un surrealista como Dalí, asumimos
que Medusa tendría
esas connotaciones freudianas. El siempre niño Salvadorcito (que
por cierto odiaba a los niños ya que los veía como competencia) adoraba a su
mamá, pero como surrealista exploró esas pulsiones, como la famosa anécdota en
la que escribió: «En
ocasiones, escupo en el retrato de mi madre para entretenerme». Ultrajado,
su padre lo desheredó y le prohibió regresar jamás a Cadaqués. Posteriormente,
Dalí le envió a su padre un preservativo usado conteniendo su propio esperma,
con las palabras: «Toma.
¡Ya no te debo nada!».
Dora Carrington.
Paisaje español con montañas. Paisajes con piel humana, 1924
·
Título
original: Spanish Lanscape with Mohntains
·
Museo: Tate Gallery,
Londres (Reino Unido)
·
Técnica: Óleo (55,9
× 66,7 cm.)
Dora Carrington (o simplemente Carrington, como
le gustaba a ella, ya que Dora le parecía «vulgar y
sentimental») viajó a España en la década de los locos años 20 y se quedó
lógicamente fascinada por el paisaje andaluz.
La pintora decidió
plasmar Sierra Nevada en lienzo, y le quedó una obra de lo más sensual. Esas
montañas ondulantes en el primer plano contrastan con los picos puntiagudos del
fondo, y da la impresión de que la pintora convierte el paisaje en un
ser humano hecho de piel y huesos. Carrington humaniza
las secas tierras de Andalucía.
Son colores
cálidos (esos vibrantes naranjas y amarillos hasta parecen dar calor… calor
humano) en los que más que aridez, se transmite casi amor. Formas humanas bajo
una piel tostada por el sol.
Carrington fue casi una anomalía en
la Inglaterra victoriana. Frente a la conservadora sociedad de la época, ella
(y los demás miembros del Grupo Bloomsbury entre los que andaba la
escritora Virginia Woolf), optó por ser libre. Bisexual,
viviendo en un trío amoroso, con su corte de pelo andrógino, Carrington destacó
por su actitud, pero no por su arte. Hasta muchas décadas después no fue
valorada su pintura, compuesta por cuadros tan fascinantes como este.
Rene Magritte. La invención colectiva.
Bélgica, 1934.
Título original: L'invention collective
Colección particular
Técnica: Óleo (35 x 113 cm.)
Con esta sirena,
Magritte representa al mítico personaje mitad pez y mitad humano, pero
lo muestra en su particular universo: Aquí el torso es de pez y las piernas de
mujer.
La forma que tenía
el surrealista belga de deconstruír el orden existente entre
imágenes, palabras, y objetos es una de sus principales características, y al
hacerlo nos deja ver hasta que punto estamos sujetos a un concepto de
realidad construido. Hasta un animal mítico (y supuestamente
imaginario) como una sirena tiene sus formas ya establecidas
en el imaginario colectivo.
De ahí ese título: «La
invención colectiva». Puede que estas criaturas no existan, pero conocemos muy
bien cómo son, gracias a la cultura popular y cientos de obras de arte. Y
nosotros, como colectivo, heredamos una convención sobre la
base de una mentira, por lo que si se cambian un poco las cosas (en este caso
simplemente el orden de las partes) nos entra miedo, desconcierto,
asco, al tambalearse la base de nuestras propias certezas. Hasta
parece que esta particular sirena se está ahogando a las orillas de esta playa
solitaria, metáfora del océano de nuestro subconsciente.
Magritte, que como sabemos no
andaba falto de sentido del humor, nos regala esta flagrante
contradicción que nos inquieta, que nos hace conscientes de
nuestros hábitos mentales, incluso los imaginarios e
inconscientes.
La de mitos así
que pulularán en nuestras mentes…
Rene Magritte, La condición humana.
Bélgica 1935
Título original: La
condition humaine
Museo: Galería Isy Brachot, Bruselas (Bélgica)
Técnica: Óleo (100 x 81 cm.)
Magritte siempre se preguntó qué
era eso de la realidad. Ya desde su famosa “Pipa” el
pintor, como buen surrealista, quiso que el espectador
se cuestionase la realidad en la que vive. Lo suyo no eran los
sueños como por ejemplo su coetáneo Dalí. Él sacaba el surrealismo
de la propia vida, que si nos fijamos, está llena de él.
Aquí pinta un
cuadro sobre un caballete representando exactamente lo mismo que
oculta. Una vez pillado el chiste no hay más que fijarse en el título:
“La condición humana”, y sospechar que Magritte quiere
expresar algo más que una ilusión óptica. Algo probablemente más profundo.
Si a algo le
gustaba a Magritte eran las paradojas, sobre
todo por sus ambigüedades y malentendidos. Y ese “lo
que es y lo que no es”, ese cuadro dentro de un
cuadro, ese título, no son más que nuevas formas de indagar sobre la “traición
de las imágenes”, la condición que hace que el ser humano esté obligado a
ver la realidad a través de sus sentidos, incluso cuando estos
pueden engañar tan fácilmente.
La realidad,
sabemos por la obra de Magritte, puede ser otra cosa.
Cualquier cosa.
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