Rosario
Castellanos: ser por la palabra*
Escribo porque yo, un día, adolescente,
me incliné ante un espejo y no había nadie.
¿Se da cuenta ? El vacío.
Rosario Castellanos
https://www.jornada.com.mx/2004/12/19/sem-rosario.html
Rosario Castellanos fue una de las primeras mujeres
mexicanas que tuvo acceso a la educación superior institucionalizada. De ahí su
convicción de que las culturas en general y la cultura mexicana en particular
colocan a las mujeres, dentro del ámbito familiar y social en un plano
inferior, así lo mostró desde el inicio con su tesis de Maestría en Filosofía,
titulada. Sobre cultura femenina que sustentó en la
Universidad Nacional Autónoma de México.[1]
Rosario Castellanos nació en México, Distrito
Federal, el 25 de mayo de 1925. Vivió su infancia y adolescencia en Comitán,
regresó a los dieciséis años a la ciudad de México. En la Universidad Nacional
Autónoma de México estudió la licenciatura y la maestría en Filosofía. Años más
tarde, colaboró con el doctor Ignacio Chávez, ocupando el cargo de Directora
General de Información y Prensa (1960-1966). Por esta época y hasta 1974 fue
catedrática de la Facultad de Filosofía y Letras. También promotora cultural en
el Instituto de Ciencias y Artes en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, y en el
Instituto Nacional Indigenista. Por su destacada trayectoria recibió tres
becas: en 1950 le concedió una beca el Instituto de Cultura Hispánica y
permaneció en España de 1951- 1952; cuatro años después, en 1956 la beca
Rockefeller; más tarde, la del Centro Mexicano de Escritores. Entre otros
reconocimientos menciono: el Premio Chiapas 1958 por Balún Canán.
Premio Xavier Villaurrutia 1961 por Ciudad Real. Premio Sor Juana
Inés de la Cruz 1962, por Oficio de Tinieblas. Premio Carlos
Trouyet de Letras, 1967. Premio Elías Sourasky de Letras, 1972. Rosario
Castellanos incursionó en diversos géneros: poesía, novela, cuento, ensayo,
teatro, periodismo y epistolar. Perteneció al grupo que integraban Jaime
Sabines, Dolores Castro, Luisa Josefina Hernández y varios escritores
hispanoamericanos. Ernesto Cardenal, Ernesto Mejía Sánchez, Otto Raúl González,
Tito Monterroso y Carlos Illescas.
La muerte de Rosario Castellanos ocurrió en Tel
Aviv, el 7 de agosto de 1974, cumplía una misión diplomática, era embajadora de
México en Israel.
La formación y la cultura universal[2] que durante los estudios universitarios adquirió y la
lectura que practicó toda la vida, aunado a la lúcida inteligencia que poseía
le permitió, desde mi punto de vista, asimilar que la desigualdad de las
mujeres se sustentaba no en la naturaleza, no en la biología sino en la larga
tradición cultural de sometimiento. En la resistencia a permitir la entrada de
las mujeres, a las universidades y centros de enseñanza superior; a la
dosificación de la educación e información femenina, de tal manera que ésta no
representara una amenaza para la estructura patriarcal. Al hacer invisible el
trabajo de las mujeres, al minimizar sus ideas y participación social,
política, científica y económica, de forma tal, que no representara correr
ningún riesgo; así lo consigna la autora en el texto Mujer que sabe
latín...[3] “la mujer ha sido más que un fenómeno de la naturaleza,
más que un componente de la sociedad, más que una criatura humana, un mito”
(Castellanos, 1995: 9).
Explicarse el proceso anterior la colocó en
situación semejante a las mujeres rebeldes y de avanzada, generalmente
extranjeras, que durante las décadas sesenta y setenta difundieron el juego que
desde las elites capitalistas se venía haciendo en detrimento de los sectores
sociales marginados. Los textos literarios que integran el volumen. Los
convidados de agosto ilustra la actitud de las mujeres, representadas
en esos personajes femeninos abnegados, burlados, maltratados y más todavía
engañados por sí mismos, ubicados en mundos sentimentales de relaciones de uso,
que Rosario Castellanos pone bajo la lupa irónica, estrategia retórica audaz
para llevar a la reflexión. Porque atrevida como siempre fue, se dio cuenta que
no poseíamos un idioma propio, que el español de España nos era ajeno y que
hablábamos encubriendo los sentimientos y negando realidades que nos aquejaban
y hacían cada vez más profundo el abismo entre el decir, el ser y el sentir. Y
entonces emprendió la tarea de quitar máscaras, disfraces, endulzamientos,
alabanzas y afectaciones; trabajó con el habla cotidiana y la transformó en
literatura sin dejar de nombrar al pan, pan, y al vino, vino. Y se internó en
el difícil camino de la desmitificación de la mujer, puso de manifiesto la otra
cara de la moneda, al exponer no el lado amable de la maternidad, de la abnegación,
del sometimiento, de la ignorancia, de la pobreza, del engaño, sino la
cosificación de la mujer, la marginación, la no dignidad, que la autora extrae
de la propia experiencia, y que veía repetirse una y otra vez, de generación en
generación. “Escribía para que las mujeres viéramos reflejadas nuestras
posibilidades de vida, para que estuviéramos conscientes de que podíamos
intentar otros caminos que no fueran la soltería ominosa, ni un matrimonio
apresurado, ni una soledad mortal” (Guerrero, 1985: 20).
En el poema
“Jornada de la soltera” habla del
entorno en contra de la mujer que no ha resultado apetecible a ningún varón, y
de que todo en su derredor la cuestiona, la culpa y nada le está permitido
hacer, sólo esperar, esperar.
La
soltera se afana en quehacer de ceniza,
en labores sin mérito y sin fruto;
y a la hora en que los deudos se congregan
alrededor del fuego, del relato,
se escucha el alarido
de una mujer que grita en un páramo inmenso
en el que cada peña, cada tronco
carcomido de incendios, cada rama
retorcida, es juez
o es un testigo sin misericordia (Castellanos, 1975: 175).
Rosario Castellanos ve, por otra parte, que la
maternidad también encadena a la mujer, así dice: “La señora, cuyo perpetuo
embarazo le impedía hacer ejercicio y cuya progresiva gordura iba reduciéndola
a inmovilidad completa...” (Castellanos, 1974: 207)4 Y sobre el intocable amor maternal también se pronuncia.
Soy madre
de Gabriel: ya usted lo sabe, ese niño
que un día se erigirá en juez inapelable
y que acaso, además, ejerza de verdugo.
Mientras tanto lo amo (Castellanos, 1975: 289).
De otros asuntos, lastimosos e inherentes al ser
humano, escribe Rosario Castellanos en Rito de iniciación, la
envidia y la competencia entre escritores, ya se trate de varones o de mujeres,
así como el problema de la histeria en la escritora famosa, en donde el
ambiente académico y universitario se muestra sin maquillaje, tal cual, una selva
de fieras en disputa por la fama y el poder.5 Por otra parte, de la aguda asimilación sobre el
funcionamiento patriarcal, surge también, el interés por recrear esos mundos
ficcionales de sujeción indígena y femenina, en obras narrativas como Oficio
de tinieblas y Balún Canán o en su poemario Lívida
Luz, del que la propia autora dice:
En ella llegue propiamente a la
frialdad, a pesar de que escribí los poemas en estado de fiebre... en ellos
reflexiono sobre el mundo, ya no como objeto de contemplación estética sino
como lugar de lucha en el que uno está comprometido. Allí se reflejan las
experiencias que tuve en Chiapas en mí trabajo para el Instituto Indigenista.
En esos lugares la lucha ha llegado a extremos desgarradores de brutalidad.
Allí también figuran mis experiencias en ciertos ambientes de la ciudad de
México. Asimismo, aparecen lecturas sobre los temas sociales y políticos que,
por entonces, comenzaron a interesarme de manera muy particular (Carballo,
1986: 523-524).
“Primera revelación” fue en verdad, el texto que constituyó el
germen de las preocupaciones que acompañaron a Rosario Castellanos durante su
vida, la religión (de la que me ocuparé más adelante) y el sentimiento de
inferioridad, de éste último abundó en Balún Canán.6 En este breve cuento la perspectiva de la narradora adulta,
desde el presente, se cruza con la perspectiva infantil al rescatar el recuerdo
de la niña y el sentimiento compartido con Mario, su hermano menor. La
narradora registra las diferencias, pero también las alianzas entre ellos, que
van en función del modo de ser y de la presencia física. “Mario era de color
moreno, sumamente ágil y de carácter alegre yo era macilenta, llorona, y ‘tenía
un gesto de asombro’... Ahora me toca decir que estábamos unidos por algo mucho
más fuerte que los lazos de la sangre, los intereses comunes o las simpatías
temperamentales: el miedo” (Castellanos, 2002: 114). Las cosas que les causaban
miedo eran los perros y Dios. La narradora recuerda que aceptaban de buen grado
la idea de un Dios de larga barba blanca que castigaba a quienes no se portaban
bien. Y en cuanto a las virtudes, las resumían en la obediencia, mas al
aprender el catecismo se introdujo la idea del infierno, su mente infantil
empezó a buscar la manera de esquivar la omnipresencia divina, pero quedó al
descubierto el sueño, en donde Dios llamaba a Mario, surgió la culpa, se
sintieron niños malos. Mario murió y al quedar bajo tierra, desde la
perspectiva infantil, burló la omnipresencia divina. En este cuento se
reconocen datos biográficos de Rosario Castellanos, por eso creemos que es el
inicio de su actitud religiosa, claro que con abundantes transformaciones y
honduras. En Apuntes para una declaración de fe, Rosario
Castellanos registró, entre las variadas crisis de la adolescencia, la crisis
religiosa, pero la propia autora reconoció que fue un poema mal logrado. En
1948, a los veintitrés años, escribió Trayectoria del polvo, poema
de largo aliento que reveló una gran desolación, transcribo un fragmento, así
inicia.
Me desgajé del sol (era la entraña
perpetua de la vida)
y me quedé lo mismo que la nube
suspensa en el vacío.
Como las llamas lejos de la brasa,
como cuando se rompe un continente
y se derraman islas innumerables
sobre la superficie renovada del mar
que gime bajo el nombre de archipiélago.
Como el alud que expulsa la montaña
sacudida de ráfagas y voces (Castellanos, 1975: 17).
La autora de Trayectoria
del polvo pensaba que la poesía era el único camino que permitía
sobrevivir. “Las palabras poéticas constituyen el único modo de alcanzar lo
permanente en este mundo. Por esos años, y después de una fuerte crisis
religiosa, dejé de creer en la otra vida” (Carballo, 1986: 520). Posteriormente
se ubica en la abstracción, en donde los poemas destilan intelectualidad, como
en De la vigilia estéril y El rescate del mundo,
la autora retorna a lo concreto, y a propósito de esos poemarios dijo. “Volví a
una especie de religiosidad ya no católica a una vivencia religiosa del mundo,
a sentirme ligada a las cosas desde un punto de vista emotivo y a considerarlas
como objetos de contemplación estética. Me producía raptos de verdadero júbilo
transformar en poemas lo que estaba junto a mí” (Ibíd.: 522). Durante su
estancia en España lee asiduamente a Santa Teresa y San Agustín y se entusiasma
con el misticismo, y confiesa: “[A] Dios, lo he perdido y no lo encuentro ni en
la oración ni en la blasfemia, ni en el ascetismo ni en la sensualidad”
(Castellanos, 1996: 15). Dentro de una larga carta que le escribió a Ricardo
Guerra, a quien llamaba: “Mi querido niño Guerra” le contó su desaliento
religioso.
Es que
con este problema religioso yo no sé en qué voy a parar. Desde luego la
religión es algo que jamás me ha sido indiferente y mucho menos ahora. Con mi
corazón tengo un hambre horrible de ella pero cuando trato de acercarme a
saciarme se me oponen una serie de objeciones de tipo (¡!) intelectual. Yo que
jamás razono, que no tengo ninguna capacidad lógica y sobre todo en este caso
ninguna instrucción religiosa me pongo a criticarla y a parecerme todo absurdo
e irracional y por eso mismo inaceptable (Ibíd.: 114).
Emmanuel Carballo, al
entrevistar a la autora de Poesía no eres tú, en 1964, preguntó.
“¿Se impone el deslinde entre poesía y filosofía?” Rosario Castellanos contestó
que entre los géneros literarios el que más se aproxima a la filosofía es la
poesía. Sin embargo la diferencia radica en el lenguaje: “Si la filosofía tiene
su principio de identidad, la poesía también lo tiene: es la metáfora. Para mí,
la poesía es un ejercicio de ascetismo, un intento de llegar a la raíz de los objetos,
intento que, por otros caminos, es la preocupación de la filosofía” (Carballo,
1986: 524).
Apunté antes que en el
cuento, “Primera revelación”, se delinea otro asunto de vital importancia, el
sentimiento de inferioridad que Rosario Castellanos aprendió en el seno
familiar. Dice la narradora, incluso en los juegos infantiles el hermano era el
rey y la niña sólo la princesa, él el actor y ella el público. Es su misma
madre quien le reprende porque toca papeles que presumiblemente eran los
títulos de las propiedades que estaban destinadas a su hermano Mario. Sus
padres no lo dijeron con palabras pero ella entendió que hubieran preferido su
muerte a cambio de la de Mario. Al morir sus padres, Rosario Castellanos heredó
bienes raíces, que luego decidió entregar a los indígenas de Chiapas. Es con
estos antecedentes “amorosos” que la escritora mexicana fue por el mundo. Se
enamoró obstinadamente de Ricardo Guerra, él no correspondió de la manera que
ella deseaba, incluso se casó con otra mujer, pero Rosario Castellanos no se
dio por vencida, las 73 cartas, escritas en dos periodos de 1950 a 1958 y de
1966 a 1967, dieron testimonio de ese gran amor, al menos de ella hacia Ricardo
Guerra.
Se casaron en 1958, de
sus múltiples embarazos sólo vivió Gabriel, pero las continuas infidelidades de
ese don Juan, la envolvían en fuertes depresiones, ella se culpaba, bien fuera
por ser fea o por tener un cuerpo poco atractivo o por sus continuos reclamos,
sus celos. Su tragedia personal la llevó al valium 10, y a estancias en el
hospital psiquiátrico e intentos de suicidio. En 1966 aceptó una invitación
como profesora visitante a Madison Wisconsin, y allí se recuperó, se dedicó a
su hijo, a sus clases.
“Rosario Castellanos se fue revalorando y este
fue un proceso doloroso porque fue conociéndose. Finalmente, en un acto de
autoestima, se separa y pide el divorcio” (Castellanos, 1996: 22). Motivada por
el desamor y el abandono de Ricardo Guerra, escribió el poema en prosa: Lamentación
de Dido. Sin embargo, el poema no se circunscribe a la experiencia
personal, se amplía hasta el plano universal, al referirse a una figura
femenina mítica, que aparece en el libro Eneida de Virgilio,
el personaje Dido es la mujer que Eneas también abandonó después de haber sido
recibido junto con sus acompañantes y regalado con los mejores presentes y
complacido por la propia Dido. Eneas fue dejando a esta mujer sumida en el
vacío. El personaje como sabemos, se suicida, se incinera. Rosario Castellanos
recoge la tradición literaria7 y escribe un largo poema sobre el efecto que el abandono
hace en los seres humanos, así termina el poema: “Ah, sería preferible morir.
Pero yo sé que para mí no hay muerte. Porque el dolor -¿qué otra cosa soy más
que dolor?- me ha hecho eterna” (Castellanos: 1975: 97).
De toda esa experiencia
dolorosa, de las heridas que le propinó el amor obtuvo relevantes reflexiones:
“El amor me parece importante como un fenómeno esencial de la naturaleza
humana, no como estado de ánimo que pueda durar uno o más minutos” Y luego
agrega. “La única misión del amor es precisamente ésa: exponernos a la herida y
luego desaparecer. No es algo que pueda cumplirse y alcanzar la plenitud. Su misión
es la de romper el círculo del yo en que estamos encerrados y, de ese modo,
comunicarnos con los demás” (Carballo, 1986: 524-525). He aquí algunas valiosas
aportaciones a la filosofía de las pasiones humanas, de una de las primeras
mujeres que combinó su formación filosófica con la escuela de la vida, que
nutrió sus percepciones y reflexiones con el alimento del dolor, dolor intenso
que experimentó dada su condición de poeta y su deslumbrante inteligencia.
Otro tópico
emparentado con el amor, es la soledad, que ella entendió como la otra cara del
amor, de la muerte, del destino. La autora de Oficio de tinieblas propició
un cambio en la soledad, del plano individual al colectivo; ensanchando las
preocupaciones hacia los otros, cambiando los pronombres, llevando al centro el
nosotros, de origen prehispánico, desplazando el yo del egoísmo, el yo de la
herencia occidental,8 es decir, encontró una salida humana, al abismo de la
soledad, su narrativa está impregnada de esta filosofía. Sin embargo, si la
muerte de Rosario Castellanos se interpreta como un accidente propiciado,
deseado, estaría hablándonos de desesperanza, de cansancio, de desfallecimiento,
podemos pensarlo de este modo. Pero a mí me parece que además de lo antes
señalado, hay otras circunstancias que es necesario meditar. Rosario
Castellanos poseía, como hemos constatado, una inteligencia brillante, un grado
intenso de sensibilidad, un encuentro con la palabra y el descubrimiento de la
ironía que le proporcionaron el conocimiento de sí misma, y buscó llenar el
vacío, esa nada que le aterró al mirarse en el espejo.
Búsqueda que
conduce al desciframiento del mundo y del hombre. Al mismo tiempo, esa búsqueda
despierta en el espíritu insaciable de esta mujer mexicana, un anhelo por
alcanzar el absoluto, demanda que sufren y experimentan artistas, escritores,
filósofos, pintores, escultores, cineastas, actores, músicos, etc., quienes
pese a sus alcances, a sus aportaciones, no aceptan sus limitaciones humanas
porque en sus búsquedas han probado las mieles del conocimiento y de las
verdades, y quieren la perfección,9 la plenitud, sienten que su obra es menor,10 que les falta mucho, que su creación artística, o sus
alcances filosóficos no responden a sus expectativas. De ahí, Rosario
Castellanos reunió su obra poética bajo un título que negaba a la poesía, la
nombró Poesía no eres tú, porque desde las experiencias
espirituales y estéticas de su autora, aún no era poesía, y al mismo tiempo la
ofreció al lector,11 para que éste la complete y la haga suya, entonces quizá
se transforme en Poesía eres tú.
Bibliografía
Directa
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- ________. (1966). Juicios
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Alfaguara. México.
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Indirecta
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México.
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contexto maya-tojolobal” (conferencia magistral). 2º Congreso
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- Pratt, M. L. (2000). “‘No me interrumpas’: las
mujeres y el ensayo latinoamericano”, Debate feminista, fragmentos
y proposiciones. Año 11, Vol. 21. México.
- Virgilio (1981). Eneida. UNAM,
Nuestros Clásicos No. 28. México.
*La versión impresa apareció en el libro:
Alberto Saladino García (compilador), Humanismo mexicano del siglo
XX, Toluca, Universidad Autónoma del Estado de México, 2004, Tomo I,
págs. 157-169.
Notas
[1] A través de futuras reflexiones sobre los efectos de la
programación cultural destinada a la mujer, Rosario Castellanos escribió
en Mujer que sabe latín..., (1995: 20), las siguientes ideas
que muestran una perspectiva alentadora. “Con una fuerza a la que no doblega
ninguna coerción; con una terquedad a la que no convence ningún alegato; con
una persistencia que no disminuye ante ningún fracaso, la mujer rompe los
modelos que la sociedad le propone y le impone para alcanzar su imagen auténtica
y consumarse -y consumirse- en ella.”
[2] Basta advertir la diversidad temática de sus ensayos y
artículos periodísticos para corroborar los alcances de sus intereses,
inquietudes, preocupaciones humanas y académicas. Los múltiples textos que
publicó en Juicios sumarios, El uso de la palabra, El mar y sus
pescaditos, Declaración de fe, Mujer que sabe latín... revelan que
Rosario Castellanos fue una escritora puesta al día, enterada de lo que ocurría
en el mundo sobre la cultura general y de la literatura en particular, y
siempre en una actitud crítica. Se leen en estos libros cuestiones sobre
distintas personalidades: Virginia Woolf, Simone de Beauvoir, Brecht, T.S.
Eliot, Heine, Henríquez Ureña, Sor Juana, Violette Leduc, Sergio Galindo, María
Luisa Bombal, etc.
[3] Mary Louise Pratt. “’No me interrumpas’: las mujeres
y el ensayo latinoamericano” (2000: 76). Esta autora encuentra que existe
un corpus de ensayos latinoamericanos, escritos por mujeres,
que ha sido soslayado por el canon, entre esos textos
menciona. Mujer que sabe latín...
4 “El hombre del destino” tituló la escritora al texto de
donde tomé la cita, se refiere a Lázaro Cárdenas, quien al realizar la Reforma
Agraria ocasionó que la familia de Rosario Castellanos perdiera las propiedades
que le aseguraban una vida cómoda sin preocupaciones. Así lo mejor era estudiar
una carrera, por eso le da las gracias. “Y a la hora de hacer un balance entre
las dos formas de vida (la que Cárdenas hizo imposible y la que Cárdenas hizo
posible) yo no sabría decir cuál hubiera sido la más feliz, la más tranquila,
la más exenta de sobresaltos. Pero sí sé que la que tuve fue la más
responsable, la más plena y la más humana”, en (Castellanos, 1974): 204-208).
5 Rito de iniciación, novela escrita al estilo
del Noveau Roman que Rosario Castellanos conocía bien. Al
leerla a algunos de sus amigos, recibió una dura crítica y decidió recoger los
ejemplares y destruirlos. Pero afortunadamente el original fue encontrado por
Eduardo Mejía y publicado en 1996. Considero que este texto literario es
crucial para conocer la poética de esta escritora.
6 José Emilio Pacheco “Nota preliminar” (Castellanos, 1974:
12): “la buena recepción crítica que tuvo en otros idiomas Balún-Canán contribuyó
a abrir camino a lo que después se llamaría el boom de la
literatura hispanoamericana...”
7 La autora del poema Lamentación de Dido sabia
en su oficio, empleó esa estrategia, la de recurrir a la tradición literaria,
en el personaje Dido prototipo del abandono, porque de este modo escapa de lo
sentimental que tanto critica en las actitudes de algunas mujeres y en la
producción lírica de un buen número de poetas latinoamericanas, en el
ensayo Declaración de fe, en donde muestra el oficio crítico sin
concesiones. Como bien señala Dolores Castro en “Evocación y poesía” (1985:
17), poeta y gran amiga de la autora de Lamentación de Dido,
Rosario Castellanos habla de: “el dolor de todos”.
8 Carlos Lenkersdorf, conferencia magistral, 2º Congreso
Internacional de Retórica, celebrado en la Ciudad de México del 21 al 25 de
abril de 2003. Lenkersdorf, estudioso de la retórica maya-tojolobal, encuentra
que en esos pueblos se conserva la organización colectiva, en donde la
comunidad estudia los problemas y busca las soluciones, hasta alcanzar acuerdos
colectivos, él dice que impera el nosotros, no el yo, como en nuestra sociedad.
9 En el artículo periodístico titulado “Génesis de una
embajadora” (Castellanos, 1974: 219-222), Rosario Castellanos habla de sus
múltiples nacimientos: “Pues en mi caso particular mi primera aparición en el
mundo fue más bien decepcionante para los espectadores, lo cual, como era de
esperarse me produjo una frustración. Por lo pronto yo no era un niño (que es
lo que llena de regocijo a las familias), sino una niña”. Refiere otro de sus
nacimientos: “Y así fue como escribí y publiqué mis primeros versos. A los diez
años ya estaba perfectamente instalada en poetisa”. En la adolescencia buscó
otro nacimiento: “después de las consabidas crisis fisiológicas, vocacionales y
emotivas, volví a nacer. Igual de poetisa que antes, sólo que ahora un poquito
menos flaca y con el cabello trenzable, aunque con una miopía digna de un
lector más asiduo que el que entonces ya era”. Siguió el tiempo en la Facultad
de Filosofía y Letras, pero el siguiente renacimiento ocurrió al ir a trabajar
con los indios de Chiapas. Luego, dice en su estilo irónico, para cumplir con
las exigencias de la sociedad, a quienes aspiran al rol de esposa: “Me quité
los moños, me puse lentes de contacto, me compré una colección de vestidos
nuevos. En fin, tomé todas las providencias que toman los animales cuando se
trata de perpetuar la especie... al dar a luz a Gabriel, me di a luz a mí misma
como madre...” “Y de pronto otra encarnación: encargada de una oficina
burocrática de la Universidad bajo el rectorado del doctor Chávez”. Y agrega.
“Yo reencarné como maestra de literatura en el extranjero y luego en México. Al
principio no le atinaba, pero acabé por darle el golpe”. “Y de pronto ¡zas! Que
me nombran embajadora. Otro oficio, otros horizontes, una vida nueva. Yo acepté
porque –como decía antes- me encanta estar naciendo”. Verdad que Rosario
Castellanos buscó la perfección, toda su vida, yo creo que al fin la alcanzó.
10 Bajo este mismo tenor Elena Poniatowska cita, en el
“Prólogo” a Rosario Castellanos (1996: 18), un fragmento de un texto epistolar,
del 14 de septiembre de 1966, en donde Rosario Castellanos se cuestiona sobre
su oficio de escritora: “¿Soy o no soy una escritora? ¿Puedo escribir? ¿Qué?”
Poniatowska se asombra porque para esta fecha Rosario Castellanos había publicado
gran parte de su obra narrativa y poética y había sido reconocida con numerosos
premios.
11 Idea que comparto plenamente con Manuel Muñoz Aguado “La
poética de Rosario Castellanos” (1985: 33), quien advierte al interpretar la
obra literaria de Rosario Castellanos: “El lector es el puente en el que
desemboca la creación; es en este sentido complemento del poeta...”
Margarita Tapia Arizmendi
Universidad
Autónoma del Estado de México
Julio 2006
©
2003 Coordinador General para México, Alberto Saladino García. El
pensamiento latinoamericano del siglo XX ante la condición humana. Versión
digital, iniciada en junio de 2004, a cargo de José Luis Gómez-Martínez.
Nota: Esta versión digital se provee únicamente con fines educativos. Cualquier
reproducción destinada a otros fines, deberá obtener los permisos que en cada
caso correspondan.
https://www.ensayistas.org/critica/generales/C-H/mexico/castellanos.htm
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